“Sistemas familiares y dictadura franquista en Luna lunera de Rosa Regás.”

July 4, 2017 | Autor: M. Caña Jiménez | Categoría: Spanish Literature, Violence, Family studies, Memory Studies, Francoism
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Descripción

hispanic research journal, Vol. 16 No. 4, August 2015, 341–354

Sistemas familiares y dictadura franquista en Luna lunera de Rosa Regàs María del Carmen Caña Jiménez Virginia Tech, USA

Las siguientes líneas analizan Luna lunera (1999) de Rosa Regàs a través de la óptica de la teoría de los sistemas familiares y explora la manera en que el texto logra capturar las matrices de poder de la España franquista dentro de los confines de la familia patriarcal. Mi análisis combina una lectura arquetípica del abuelo con teorías relevantes de sistemas familiares y subraya la manera en que la sociedad franquista es creada y reproducida a través de las interacciones existentes entre los miembros del sub-núcleo de la nación, esto es, entre miembros de la familia. palabras clave Teoría de sistemas familiares, dictadura, Rosa Regàs, Luna lunera, violencia

Como la misma Rosa Regàs comenta en el prólogo a la obra de Enrique Ávila López, la memoria y el olvido desempeñan un papel central como fuente de inspiración en su producción literaria. Regàs ha sido agrupada bajo lo que la crítica denominó ‘los niños de la guerra’ — expresión que alude a la generación de escritores y artistas cuyas infancias transcurrieron como testigos de la Guerra Civil y para quienes la memoria deviene un denominador común en su producción artística. La obra de Regàs ha sido generalmente analizada desde la perspectiva de la pluralidad, la mul­ tiplicidad, la polifonía y el compromiso político a través de una mirada analítica y crítica a la sociedad, del mismo modo que también se ha destacado su valor ‘poético que se enraíza en la memoria’ (Ávila López, 2007: xii). Estas aproximaciones a la lite­ ratura de Regàs giran en torno a asuntos relacionados con la importancia de la voz narrativa o la ausencia de la misma dentro del discurso novelístico. Mientras que estas aproximaciones son fructíferas y necesarias a la hora de situar la obra de Regàs entre la de sus contemporáneos, lo que aquí me interesa no es tanto el enfoque en la voz sino, más bien, la exploración de las estructuras de poder que la escritora catalana crea en su narrativa como forma de representar simbólicamente a la comunidad nacional. En cierto modo, esta línea de investigación es tangencial a la © W. S. Maney & Son Ltd 2015

DOI 10.1179/1468273715Z.000000000130

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crítica ya elaborada en torno a su obra al tiempo que propone una cuestión crítica diferente centrada en la forma y motivos por los que se escribe el poder. Tomando como ejemplo Luna lunera (1999), exploro las estructuras y matices de poder y rep­ resentación presentes en la novela a través del prisma de la teoría de los sistemas de familia (Family Systems Theory). La metodología aquí propuesta ‘explores function­ ality, communication, interpersonal boundaries, the impact of external and internal changes, and the connection of physical, emotional and psychological development’ (Cooper, 2004: 20). Este marco teórico provee ‘a multifaceted and well-developed set of parameters within which one may assess and interpret the complexities of family dynamics and their connection to the sociocultural context’ (2004: 20).1 Para llevar a cabo este propósito, exploro las relaciones de poder existentes entre los miembros de la familia Armengol a partir de los mecanismos de control impues­ tos por el abuelo. Pius Vidal Armengol ejerce sobre sus hijos y nietos una función paternal que emana de la posesión de tutela que tiene sobre ellos según las órdenes civiles de la España del momento — la España franquista. A partir del análisis de las construcciones y artificios de poder en Luna lunera, expongo la manera en que Regàs presenta un estudio psicológico del autoritarismo y de su impacto en la sociedad española durante gran parte del siglo XX. Mi hipótesis se inserta dentro de la línea de pensamiento propuesta por Sara Cooper quien señala que ‘the methodology [of Family Systems Theory] will consistently encourage a study of the entire family […] both as a system in its own right and as a subsystem of larger social groups’ (2004: 28). Pero ¿hasta qué punto puede un dictador doméstico evidenciar y sistematizar una poética social del autoritarismo? ¿En qué medida la familia del patriarca Vidal Armengol llega a representar el Estado español? Antes de entrar de lleno en el análisis de Luna lunera a partir de los postulados aquí propuestos y dar respuesta a cada uno de estos interrogantes es útil hacer un breve resumen del relato mítico de Cronos con el fin de posibilitar la comprensión de las relaciones de poder dentro de la estructura familiar. El uso de la mitología griega para explicar sistemas íntimos y familiares de poder no es, sin embargo, nada nuevo como bien se puede observar a partir de las teorizaciones de Sigmund Freud en rela­ ción a la sexualidad por medio de la referencia a Edipo y los postulados de Jacques Lacan sobre la formación del sujeto a partir del mito de Narciso. Cuenta el mito griego que Cronos era el más joven de la primera generación de titanes nacida de la unión de Urano y de Gea. Los titanes — enormes en tamaño y fortaleza debido a su naturaleza monstruosa — eran temidos por el propio Urano, quien vio en ellos una amenaza para su poder. Como forma de protegerse, pidió a su esposa que escondiera a los hijos en su vientre tan pronto como nacieran. En un acto de rebeldía, Gea liberó a las criaturas de sus entrañas implorándoles que se vengaran de su padre. Cronos fue el único que respondió al grito de venganza materno castrando a su padre para casarse, posteriormente, con su hermana Rea. El mito narra también que un oráculo informó a Cronos de que su poder podría ser usurpado por uno de sus propios hijos y el temible titán, que temía perder su control y autoridad, decidió tragarse a cada uno 1

El uso de la teoría del sistema de familia ha sido empleado con anterioridad en relación con la producción cultural contemporánea. Véase Anne Hardcastle (2007) en su estudio sobre el cine de Pedro Almodóvar y Ellen Mayock (2004) en relación con la obra de Almudena Grandes.

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de ellos conforme iban naciendo. Con la ayuda de Gea y por medio de un engaño, Rea logró salvar la vida de Zeus, el más joven de la descendencia. Con el paso del tiempo, Zeus se hizo un hombre y obligó a su padre a regurgitar a cada uno de sus hermanos. Molesto por el engaño, Cronos emprendió un enfrentamiento con su hijo y acabó siendo derrotado. Cabe señalar con respecto al mito de Cronos la presencia de una serie de factores o temas útiles en relación con la teoría de sistemas familiares. En primer lugar, la narrativa articula estrategias y tácticas de poder que posibilitan la construcción de un orden patriarcal, con Cronos como su cabeza real y simbólica. En segundo lugar y tal vez más importante en lo relativo a la teoría de sistemas de familia, el mito subraya una cierta circularidad o repetición de las estrategias y estruc­ turas de poder lo que hace posible, consecuentemente, un fructífero diálogo entre sistemas de familia íntimos y estructuras sociales más amplias.2 Expuesto el trasfondo mitológico que subyace a las relaciones de poder que dictan el comportamiento de los titanes el siguiente paso consiste en proceder a la adaptación contemporánea del desafío paterno-filial en la novela. Con ello no estoy proponiendo una mera aplicación del mito clásico a la novela sino que, por el contrario, arguyo que lo que comúnmente se ha conocido como ‘complejo de Cronos’ no es una neu­ rosis de carácter individual sino, más bien, un complejo familiar/social sistemático. Este postulado evidencia la manera en que: [Family Systems Theory] should not ignore the family and social system by focusing too closely on the individual. Whereas much psychological literary criticism successfully zeroes in on the protagonist of a novel, for example, in order to investigate minutely his or her pathological characteristics, childhood development, or thought processes (to mention but a few possibilities), that will not be the sole issue here. (Cooper, 2004: 28)

La acción en Luna lunera se sitúa en el ambiente burgués de la posguerra y de la dictadura franquista. A través de la narrativa se (re)construye la infancia de cuatro hermanos — Elías, Pía, Anna y Alexis —, quienes en el año 1965 se reúnen, una vez adultos, en la casa de su abuelo agonizante. Los niños, nacidos en Barcelona entre 1931 y 1935, sufren las consecuencias de ser hijos de ‘rojos’. En 1937 son separados de sus padres y enviados a diferentes colegios internos: los dos mayores a Holanda y los pequeños a Francia. Dos años más tarde, tras la victoria del bando nacional, el abuelo Pius Vidal Armengol consigue la tutela de los niños y los reúne en su casa. El regreso a España resulta traumático para los infantes ya que, por un lado, no son capaces de comunicarse apropiadamente entre sí como consecuencia de los diferentes contextos lingüísticos donde han crecido y, por otro, no logran entender la situación en la que viven bajo la autoridad del abuelo. Desde el momento en que llegan a esta casa, los niños emprenden una búsqueda de información histórica que les permita comprender las circunstancias que les separaron de sus padres al mismo tiempo que intentan — a través de las conversaciones que mantienen con los diferentes miembros del servicio doméstico — conocer y (re)construir la historia de su familia que es, en definitiva, la 2

En esta línea, Christina Cousins (1995) conecta en su trabajo la idea de familia nuclear con el Estado como familia y la creación de políticas de bienestar. Véase también en conexión con esta idea la introducción a la antología titulada Constructing Spanish Womanhood: Constructing Female Identity in Modern Spain (Enders & Radcliff, 1999).

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suya propia. Para los niños, la guerra había sido concebida como ‘una puerta cerrada tras la cual se escondían [su] origen, [su] historia, la historia de [sus] padres y otros muchos hechos y personas cuya existencia conoc[ían] por el vacío que se creaba en torno a su nombre, por el silencio que envolvía su mención, como agujeros negros de un firmamento del que se hubiera adueñado la carcoma’ (Regàs, 1999: 57). Lectores familiarizados con la narrativa española contemporánea se darán cuenta aquí de que los niños de Regàs son representativos de un grupo más amplio de experiencias reales y ficticias y de una generación de españoles que sufrió durante su infancia los traumas desencadenados de la Guerra Civil y la dictadura. Desde el momento en que los cuatro hermanos se reúnen en casa del abuelo ‘[su] juego había sido imaginar lo que haría[n] cuando el abuelo muriera. Su muerte sería el fin de los terrores y de ese inútil forcejeo en que consistían [sus] días, y al mismo tiempo se iniciaría una edad de oro en la que los árboles darían fruto en invierno y verano y el mundo entero se llenaría de flores, aromas y cantos’ (26–27). El aire que se respira en la casa del abuelo está contaminado por el terror y la represión que él ejerce como patriarca de la familia. El señor Vidal Armengol encarna, en el microcos­ mos que conforma el núcleo familiar, la autoridad y el poder que rigen la vida de la familia a través de la imposición del silencio, la demanda de ciega obediencia de todos aquellos que le rodean, la represión y el miedo. Estos mecanismos de control son los mismos que sistemas autoritarios, tales como el franquismo, utilizaron para perpetuar su poder y eliminar toda forma de disidencia que hiciera peligrar el orden establecido. Mientras que podría parecer fácil e incluso simplista atribuir a cada estrategia de poder presente en la novela una posición o entidad real social, como es el caso del régimen franquista, cabe señalar aquí que la teoría del sistema de familias fomenta y posibilita este tipo de extrapolaciones. No quiero decir con esto, sin embargo, que la novela de Regàs sea una simple metáfora de España bajo el poder de Franco; lo que el texto expone, de hecho, son los sistemas de poder que permiten que tal régimen tenga lugar y logre perpetuarse. El ‘complejo de Cronos’ desempeña, por consiguiente, un papel central en los siste­ mas y organizaciones fundadas en una rígida jerarquía y en el dominio del poder. Para Jean Shinoda Bolen, un padre que padece el ‘complejo de Cronos’ se esfuerza porque sus hijos no difieran o no se desvíen del plan establecido para ellos, ya que si a un niño se le anula la posibilidad de pensar o actuar de manera independiente, se le anula también su subjetividad y, por lo tanto, el potencial de amenaza que este podría suponer para su progenitor (Bolen, 1989: 22). Según John W. Crandall ‘the Cronus Complex is not murder per se, that is, a child throttled or drowned, but a destructive ingestive process which hinders capacity to exist separately and autonomously’ (1984: 110) y señala que ‘Cronus […] is fully fleshed when death comes, because he, like the child he kidnaps, is a victim of the same process. He is destroyed as well as the destroyer’ (111). Un factor importante en estas teorizaciones sobre el complejo es la naturaleza repetitiva de la víctima que acaba insertándose en una relación circular sin una posible escapatoria. El abuelo Vidal, al igual que Cronos, es una ‘víctima’ del mismo proceso que lo ha convertido en verdugo. A lo largo de la novela se evidencia que la familia Vidal, con el abuelo a la cabeza, pasó de ser nacionalista catalana a nacionalista española y de este modo se salvó de haber sido ‘fusilad[a] en la cuneta de alguna carretera o […] destrozad[a] en una checa’ (Regàs, 1999: 195). Por medio

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de la conversión, también se libraron de sufrir la pobreza que padecieron otros en su misma situación. El rechazo estatal de las identidades regionales y de cualquier posi­ cionamiento político disidente al régimen franquista resultó en la implementación, por parte del Estado, de una política basada en la imposición del terror con el obje­ tivo de controlar y eliminar cualquier amenaza que pudiera desestabilizar el orden conseguido tras el triunfo nacional en el año 1939. Como resultado, muchos ciudada­ nos vieron una vía de escape a través de lo que tradicionalmente se ha llamado ‘cam­ bio de chaqueta’, llegando, incluso, a denunciar a amigos, vecinos y aún miembros de su propia familia (Fox, 2010: 37). Esta forma de cooperación los convertía en sujetos agentes dentro de la dinámica de la represión que al mismo tiempo que controlaba sus vidas les dotaba de un poder de ejecución que sólo podrían disfrutar tras su traición. Al entrar a formar parte activa de la maquinaria del terror, muchos se aseguraron una posición de poder dentro de la sociedad que hacía ingentes esfuerzos por purgar a quienes consideraban elementos amenazantes. El abuelo Vidal se erige, por consiguiente, como la representación simbólica del castrador-castrado. Del mismo modo que él había sido ‘devorado’ y ‘castrado’ por un sistema patriarcal que anuló su ideología y su libre pensamiento y lo convirtió en un títere, el señor Vidal, desde su posición de subalterno, accede a una posición de poder que lo transforma en un caníbal dispuesto a devorar a sus hijos y nietos antes que dejarse devorar él mismo de nuevo. La política del terror y de la represión se convierte, por consiguiente, en uno de los principales mecanismos a través de los que el abuelo (al igual que hizo el gobierno franquista) asegura su control sobre todos los que le rodean. El señor Vidal, a modo de demiurgo, se caracteriza por su implacable omnipresencia: no hay acción humana dentro del ámbito familiar que quede fuera de la jurisprudencia y supervisión del patriarca. A modo de un ‘Gran Hermano’ o de la mente autoritaria en 1984 de George Orwell (1949), el señor Vidal mantiene a sus víctimas en un estado constante de vigilancia y de opresión, llegando incluso a paralizar sus mentes. Anna comenta con respecto a uno de los días que acompañaron al abuelo al Tribunal Tutelar de Menores: ‘no nos habríamos atrevido a reír ni a hablar, ni siquiera cuando subíamos tras él las amplias escalinatas de mármol […] porque aunque no tenía ojos en la nuca, estábamos seguros de que nos habría visto’ (Regàs, 1999: 115). También señala en referencia a la visita del Tribunal Tutelar: ‘el miedo inmoviliza el cerebro y éramos incapaces de saber qué se nos pedía, qué había­ mos de responder, quietos, sin llorar, sin reaccionar, sin oír ni ver como si tuviéramos una naturaleza distinta de la de aquellos jueces y sacerdotes, colosales y titánicos doblados sobre una mesa de dimensiones desproporcionadas’ (116). Otro ejemplo de la omnipresencia y del poder autoritario del abuelo tiene lugar cuando se entera de que los niños han salido de la casa con Dolores, una de las criadas, para visitar al tío Juan, a quien el abuelo había dado por muerto voluntar­ iamente. A diferencia de la versión oficial de la historia establecida por el abuelo en torno a su hijo, el tío Juan no estaba muerto sino que había pasado toda la guerra en su propia casa escondido en un armario durante el día y despierto y deambulando durante la noche. Los lectores notarán aquí la escritura del ‘topo’ como referencia temática de la resistencia y opresión existentes en otras novelas recientes como, por ejemplo, Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez. Los niños en Luna lunera, no logran entender, sin embargo, ‘cómo se había enterado el abuelo de la visita que

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había[n] hecho al hijo que había anatemizado y desheredado, aunque est[aban] tan seguros de que su mirada traspasaba la materia y el tiempo que no le[s] extrañó encontrarlo en el descansillo esperándo[les]’ (241). Al declarar muerto en vida al tío Juan, el abuelo al igual que en su momento hizo Franco, intenta silenciar y eliminar del relato familiar/estatal una historia ideológicamente disidente a la escrita por el patriarca. El desvelamiento de la mentira a manos de los nietos se convierte, por su parte, en una amenaza para el status quo del abuelo haciendo peligrar, así, los cimientos ideológicos sobre los que se asienta la autoridad del patriarca. El proceso de descubrimiento y exploración de las historias silenciadas y ocultadas en el archivo familiar por parte de los nietos se hace eco del interés contemporáneo por parte de la tercera generación de la Guerra Civil de reivindicar una serie de memorias que fueron veladas en el proceso de escritura de la historia oficial del país. En relación con las estrategias y condiciones del trauma, Judith Herman comenta que ‘the desire for total control over another person is the common denominator of all forms of tyranny’ (1992: 76). Los niños no son los únicos que padecen el terror y la opresión del abuelo. Otro ejemplo claro se encuentra en el tío Santiago a quien el abuelo ‘le organizaba la vida y ponía límite a sus ambiciones aún sin conocerlas, [le] controlaba a los pocos amigos que tenía y la hora que llegaba de los paseos y de la universidad’ (Regàs, 1999: 197). El tío Santiago, que vive en un estado de depresión constante desde que lo obligaron a disparar ‘contra el cuerpo del hermano requeté de la boina roja’ (197) — metonimia, a su vez, de la guerra fratricida que dividió a España — es tratado como un niño por el abuelo quien se asegura, de este modo, su total dependencia. Pese a la situación de cautiverio y opresión en que vive, el tío Santiago, por medio de un diálogo que mantiene con la Virgen, justifica, en un ejerci­ cio de autoconvencimiento, que el abuelo ‘sabe lo que hace, ya […] que es bueno y se sacrifica por todos […] aunque a veces entiend[a] [Santiago] que los niños le tengan miedo’ (210). El supuesto ejercicio dialéctico que Santiago mantiene con la Virgen no es más que el proceso mediante el que desdobla su personalidad en un diálogo consigo mismo: por un lado está el Santiago que intenta liberarse de las ataduras del señor Vidal y, por otro, el Santiago que no puede exteriorizar su propia autonomía al haber sido anulada por su propio padre. La falta de respuesta de la Virgen no es más que la victoria del discurso autoritario que le ha sido inculcado estableciéndose de esta manera la intrínseca relación entre la Iglesia y el Estado que caracterizó a la dictadura franquista. La perpetua minoría de edad en la que se encuentra el tío Santiago alude micro-cósmicamente a la eterna minoría de edad en la que se encontraba el pueblo español bajo la autoridad franquista durante gran parte del siglo XX. Como resul­ tado y en consonancia con el conocidísimo dicho español de que ‘cuando los mayores hablan los niños escuchan y callan’ la sociedad española se vio obligada durante déca­ das a escuchar y aceptar un discurso que le fue impuesto y que no permitió ningún ejercicio de negociación. Carente de la posibilidad de expresarse, el pueblo español al igual que el niño reprendido por el adulto se vio obligado durante décadas a guardar silencio y aceptar, sin posibilidad de discrepancia, lo que le había sido infundido. El silencio es, por consiguiente, otro de los mecanismos de control a través de los que el señor Vidal logra ejecutar su poder sobre los diferentes miembros de la casa. En un ensayo sobre la función del silencio en la narrativa de Regàs, Kathleen Glenn (2000) examina las diferentes formas en las que este mecanismo se manifiesta en Luna

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lunera. En primer lugar señala el silencio que envuelve a ciertos personajes o temas de conversación. En la casa del abuelo, al igual que ocurría durante la España fran­ quista, está totalmente prohibido hablar de determinados miembros familiares y de temas que disientan del discurso oficial de la familia/estado impuesto por el patriarca/ dictador ya que, al silenciar estas amenazas potenciales, el abuelo logra reafirmar su posición de autoridad. En segundo lugar, Glenn destaca el silencio que rige la vida de los niños bajo el mando autoritario del abuelo y, finalmente, el silencio al que están sujetos los miembros del servicio doméstico, a quienes les está prohibido emitir cualquier tipo de comentario o juicio de valor no acorde a la ideología del patri­ arca. Junto a estas formas de silencio, también destaca el silencio de figuras civiles y eclesiásticas quienes optan por retirar la mirada y hacer oídos sordos a la injustica así como el silencio resultante de una escritura de la historia que oscurece y borra las realidades políticas que no tienen cabida en el discurso oficial (2000: 206–07). Crandall, por su parte, comenta que el silencio es un método sutil por medio del que Cronos entierra la fuerza del niño que amenaza con arrebatarle su poder (1984: 112). No obstante, el silencio que les es impuesto a los niños en Luna lunera es únicamente aparente dado que a espaldas del abuelo consiguen — por medio de una dinámica de ruegos y preguntas con las diferentes empleadas del servicio doméstico — desen­ trañar los huecos que el silencio ha impuesto en la narrativa de la historia familiar. El silencio que rige las relaciones interpersonales en el núcleo doméstico de la casa Vidal Armengol es evocativo de la falta de libertad de expresión que caracterizó al pueblo español durante los años de la dictadura franquista e incluso los primeros años de la democracia como consecuencia del ‘Pacto de silencio’ — pacto que cuerpos legis­ lativos y populares decidieron adoptar como forma de asegurar la exitosa transición hacia la tan deseada democracia. La obediencia ciega es, por su parte, un mecanismo de control estrechamente ligado al del silencio impuesto por medio del que se evidencia otro de los síntomas de la patología que padece el abuelo y con él los regímenes autoritarios. Una de las más obvias expresiones de la imposición de la obediencia se observa a través de lo que Herman denomina ‘ritualized sacrifices’ (1992: 76). La ritualización de los actos cotidianos que el abuelo exige de aquellos que le rodean convierte la existencia en un constante sacrificio que anula el libre albedrío del individuo y lo convierte en una especie de autómata cuyos actos reflejan únicamente la sumisión a la voluntad del líder ‘divino’. Ante la presencia del abuelo, los niños están obligados a moverse siempre en un orden decreciente: ‘primero Elías, después Pía, luego [Anna] y el último Alexis’ (Regàs, 1999: 89). La libertad de movimiento y espontaneidad que por natu­ raleza definen al niño se ven contrarrestadas por la incuestionable obediencia a las órdenes del abuelo. En esta misma línea se encuentra la anécdota relacionada con la celebración de la Navidad y a propósito de la noche de Reyes. Puesto que habían vivido parte de sus vidas en el extranjero Anna comenta: ‘apenas comprendíamos en qué consistía aquel momento mágico de la vida en el que, según nos contaron en el internado, venían unos magos por un camino de estrellas […] los tres seguidos de carrozas llenas de juguetes’ (85). A diferencia de lo que ocurre con los demás niños, en vez de permitirles disfrutar de una noche mágica, el abuelo les castiga cada año haciéndoles repetir de manera autómata una serie de actos: ‘Ni un solo día de Reyes de ninguno de los años que estuvimos con el abuelo se nos libró del tormento que

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consistía en preparar la lista, dejar [los] zapato[s] junto al balcón’, en el mismo orden que seguían siempre, ‘y al día siguiente esperar a que abriera la puerta el abuelo con la mayor solemnidad para comprobar una vez más que no habíamos sido merecedores de la mítica caja de lápices de colores’ (95). No obstante, ellos mismos afirman: ‘ni un solo año tampoco dejamos de albergar en nuestro corazón la oculta y quimérica esperanza de que esta vez no sería como las demás y que el zapato no estaría vacío’ (95). Además de la desilusión de no encontrar el deseado regalo la mañana de Reyes, los niños se ven obligados a escuchar año tras año el elocuente discurso del anciano por medio del que apunta los motivos por los que un año más los menores no han recibido lo esperado y enfatiza el afecto y la protección que les profesa él, que no tiene obligación de cuidarlos: [l]os Reyes, como el abuelo ya os dijo muchas veces, traen juguetes a los niños que se portan bien, los juguetes son premios que hay que ganarse y, vistas vuestras notas, no hay premio posible para vosotros […] Pero tenéis el afecto y la protección del abuelo que no tiene ninguna obligación de cuidaros y educaros, y esto es mucho más de lo que merecéis, así que con este regalo ya podéis estar satisfechos. ¿Habéis entendido lo que el abuelo os ha dicho? (93)

El abuelo construye, así, su persona a través de dos discursos simultáneos y paradójica­ mente opuestos. Los nietos comentan que la imagen del abuelo que ellos tenían estaba ‘en clara contradicción con la que de él tenían las monjas, con la reputación de que gozaba entre sus amigos, entre los innumerables sacerdotes y frailes y hasta en parte las mujeres de la cocina’ (174). Para ellos, el abuelo se presentaba como una ‘dicotomía entre un demiurgo justiciero y violento que [le]s quitaba el sueño y el santo varón vol­ cado en su familia que todos veían en él y que [le]s había salvado y redimido sin que se lo pidier[an] ni [ellos] ni nadie’, mostrando así ‘más mérito aún porque había logrado imponer su santa voluntad y reconducir hacia el bien’ el destino de los menores (174). El cuerpo público del señor Vidal se define, por consiguiente, por su carácter ejemplar y se caracteriza por una benevolencia que roza la santidad. Ante el lecho de muerte del señor Vidal, el abad reflexiona sobre su extrema bondad: ‘el anciano señor Vidal Armengol moría sin haber cometido un solo pecado mortal. Había sido un hombre generoso hasta extremos que bordeaban la santidad, había renunciado a su propia vida por los demás, era en verdad […] un santo moderno […] de la vida cotidiana, de la responsabilidad y del bien hacer’ (20). En las conversaciones que algunos miembros del servicio doméstico mantienen con los niños, tienden a incluir la expresión ‘vuestro abuelo, que es un santo’ (43) a cualquier referencia que aluda al patriarca. No obstante, la cláusula adjetiva ‘que es un santo’ cuando es pronunciada siempre que se habla de la persona resulta un tanto cliché hasta el extremo de que, en la mayoría de los casos, se da la sensación de que es algo aprendido de memoria por el servicio que lo repite más por inercia, por ser algo que les ha sido inculcado, que por propio convencimiento. Su cuerpo privado, por el contrario, se caracteriza por el sadismo y la violencia, ya sea física, como la que ejerce sobre la abuela y algunas veces con los niños, o psi­ cológica, como la que ejerce contra todos los miembros de su familia. Con frecuencia, el abuelo maltrata a la señora Vidal hasta extremos incontrolables, pero cuidándose siempre de que todo tenga lugar en lo privado, fuera del alcance de las miradas de los demás. Este es el caso del día en que el viejo golpea brutalmente a la anciana, al punto

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de casi matarla de no haber sido por la presencia oculta de los niños quienes desde un rincón de la habitación presenciaban el acto de violencia: ‘[l]a señorita Inés, Francisca y tía Emilia desaparecieron. Las puertas se cerraron […] El abuelo […] como el relámpago que revienta en un trueno […] descargó un golpe seco y contundente sobre el rostro de la abuela […] ¡Estás loca! […] ¡no eres más que una pobre loca!’ (138–39). Aquí podemos regresar a las teorizaciones elaboradas por Herman sobre la tiranía patriarcal en sistemas de trauma, ya que expone que en situaciones de cautiverio, ‘[the perpetrator’s] most consistent feature […] is his apparent normality’ (1992: 75). En la casa del abuelo, los miembros de la familia padecen de ‘cautiverio doméstico’, un cautiverio que, a diferencia del carcelario carece de barreras físicas que impidan la huida de los allí retenidos (74). Aunque las barreras sean invisibles, la magnitud de la opresión que se ejerce sobre las víctimas no disminuye, pues el objetivo principal del torturador es conseguir el sometimiento pleno de su víctima por medio de la despo­ sesión de su subjetividad. Para llevar a cabo este objetivo que es tan común entre los regímenes autoritarios, el verdugo/dictador ejerce un control despótico sobre todos los aspectos de la vida de quienes están bajo su poder (Herman, 1992: 75). Otra carac­ terística compartida por el torturador reincidente, el poder dictatorial y el abuelo es la capacidad de elección de las situaciones en la que desplegar su autoridad ya que ‘[a]uthoritarian, secretive, sometimes grandiose, and even paranoid, the perpetrator is nevertheless exquisitely sensitive to the realities of power and to social norms […] His demeanor provides an excellent camouflage, for few people believe that extraordinary crimes can be committed by men of such conventional appearance’ (Herman, 1992: 75). En línea con esto, la misma tía Emilia justifica el comportamiento violento que en ocasiones el abuelo demuestra con la abuela asegurando que ‘los métodos del abuelo, con ser tan brutales, eran los únicos que apaciguaban la locura de la abuela’ (153). Esta justificación por parte de Emilia es más aguda de lo que en apariencia pudiera sugerir al evocar, sutilmente, la actitud que algunos españoles — en su mayoría ya ancianos y criados en territorio nacional — aún siguen teniendo acerca de los mé­ todos inquisitivos del régimen franquista al afirmar que bajo la autoridad de Franco ‘se vivía mejor’, puesto que muchos de los problemas de delincuencia o terrorismo que amenazan a la sociedad española contemporánea eran inexistentes en época de la dictadura. El desconocimiento de estos actos delictivos no es sinónimo, sin embargo, de su inexistencia ya que muy comúnmente y de puertas adentro estos delitos eran ocultados y castigados cruelmente por el régimen con el objetivo de mantener las deseadas buenas apariencias. La ciega justificación de la autoridad patriarcal permite leerse, consecuentemente, como la incuestionable interiorización y aceptación de un discurso ‘legitimado’ como necesario en la lucha contra las fuerzas del mal — ya sea esta la representada por los republicanos, anarquistas, comunistas, homosexuales, o cualquier otro grupo disidente al autoritarismo español. Volviendo de nuevo a la novela, el abuelo, tras ser descubierto por sus nietos en el acto sádico de tortura hacia la abuela, acaba con los pantalones mojados y llorando como un niño arrimado a la pared. Como forma de reafirmar su poder y justificar sus actos lleva a cabo una serie de rituales que simulan los de aquellos santos quienes ‘después de sus ataques de santa ira’ (141) proferían un discurso dirigido a Dios por medio del que se exculpaban por su comportamiento. Remitida su furia y delirio, el abuelo, ‘tumbado en el suelo boca abajo con los brazos extendidos’ (141) y llorando

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comienza su plegaria: ‘Señor Dios de los Ejércitos […] Heme aquí postrado humilde­ mente ante Ti, convencido de que una vez más comprenderás y aceptarás la decisión que he tomado en contra de mi voluntad para el bien de una familia […] sacudida por el pecado’ (141–42). Siendo conscientes de que la teoría de los sistemas de familia permite una extrapolación de lo íntimo al terreno de lo social, podemos observar la manera en que el abuelo (al igual que lo hizo Franco al convertir su golpe de estado en una forma de cruzada contra los enemigos de la Iglesia/Estado) siempre encuentra una explicación cristiana para justificar y legitimar sus constantes abusos de poder. También las monjas del colegio religioso donde asisten Pía y Anna justifican los cas­ tigos que el abuelo impone a las niñas, dando por hecho que algún motivo tendría el anciano patriarca para ello, pero sin realmente preocuparse por la verdad de lo acontecido o por el bienestar de las menores. Ni el abuelo ni los tutores, ya sean las religiosas o el mismo padre Mariner, velan por la seguridad y protección de los niños. En vez de proveerles amparo y cobijo, que es lo que se espera de un adulto en esas funciones, amenazan la integridad física y moral de los niños abusando de la posición de autoridad que les es otorgada. El padre Mariner, por ejemplo, abusa físicamente de varios de los niños a lo largo de la narrativa. Anna comenta: el religioso ‘había puesto la mano sobre mi rodilla y estaba buscando el borde de la falda […] pasó la mano por debajo de la tela y muy despacio […] comenzó a pasearla por el muslo […] y metió la mano […] entre los pliegues de su sotana y la apoyó en un bulto duro que tenía entre las piernas’ (295). Mientras abusaba de la niña y como forma de someterla a sus deseos sexuales, Anna comenta que la amenazaba constantemente con hablar con su abuelo y mandarla de nuevo al correccional. Esta escena de la novela es especialmente pertinente si tenemos en cuenta las noticias recientes relacionadas con el encubrimiento por parte de la Iglesia del abuso sistemático a manos de los sacerdotes tanto dentro como fuera de España. La falta de protección que los adultos ejercen sobre los niños se torna, paradóji­ camente, en cuidados que estos despliegan hacia los adultos que, por un motivo o por otro, se encuentran en una posición indefensa. De este modo, por medio de la inversión de los roles, los niños pasan de ser los supuestamente cuidados a ser los cuidadores. Crandall comenta que esta alteración de las funciones agentivas es una de las características de los niños que padecen las consecuencias de vivir con una persona que padece el complejo de Cronos (1984: 116). Desde su posicionamiento de inferioridad y desde sus limitaciones, Elías, Pía, Anna y Alexis consiguen evitar que el abuelo acabe con la vida de la abuela y se atreven incluso a denunciar ante las monjas la violencia que el abuelo ejerce sobre su mujer, aunque no consiguen el efecto deseado ya que las religiosas reprenden la osadía de las niñas por atreverse a decir semejante barbaridad. Irónicamente y como castigo, las niñas son enviadas al confesionario, cuando en realidad acaban de confesar toda la verdad, lo que evidencia la hipocresía sobre la que se asienta el sistema de valores y de conducta que rige la sociedad diegética y, por extensión, la española del momento. El miedo que el señor Vidal, al igual que Cronos, posee ante la posibilidad de ver su poder usurpado por sus descendientes, se proyecta indirectamente sobre su mujer contra quien despliega toda su ira y violencia. La señora Vidal, como madre de su descendencia, es, según su marido, la culpable de la existencia de esas criaturas por haberlas expulsado de su vientre. Las criadas comentan que la ‘abuela tuvo un hijo tras otro’ (41) y al igual

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que los hijos del abuelo nacieron de manera seguida, también sus nietos se precipitaron para llegar al mundo con un año y medio de diferencia entre uno y otro. La constante llegada al mundo de estas criaturas hace peligrar el status quo del progenitor — un status quo legitimado a partir de la manipulación de unos datos de carácter histórico. El poder que hace peligrar la autoridad del abuelo y amenaza con arrebatarle el control no es otro que la memoria manifestada a través de diferentes mecanismos y por medio de diferentes personajes a lo largo de la novela. Se dice que la abuela ‘deambulaba de un lado a otro, apenas cubierta con una combinación negra y el abanico que no dejaba de latir sobre su gran pecho, llorando y gimiendo su desespero, la sinrazón de una inteligencia que no sabía desprenderse de la memoria’ (157). La abuela, a modo de espectro, encarna un pasado que no tiene cabida en el discurso oficial del presente construido por el abuelo. No obstante, la anulación o silenciamiento de ese pasado no se ha producido de manera legítima y por ese motivo se resiste a desaparecer completamente, deambulando de manera fantasmagórica por los rincones de la casa. La abuela, que en numerosas ocasiones ha sido descrita como una loca, padece lo que Freud (1914–1916) denominó ‘melancolía’ — un proceso patológico por medio del cual el paciente se identifica con el objeto perdido hasta tal punto de que no es capaz de aceptar su pérdida — y es por ello por lo que la abuela ‘apenas podía soportar la presencia de los demás o una con­ versación que se refiriera a ese pasado tan doloroso del que ella no lograba desprenderse’ (Regàs, 1999: 154). La anciana, enajenada de la realidad que le rodea, se presenta como una especie de muerto viviente que es, a su vez, guardián de un pasado que — encerrado bajo llave en las arcas del olvido impuesto — late y gime en un intento de huida. Los hijos y los cuatro nietos — Elías, Pía, Anna y Alexis — también representan otras formas de memoria que amenazan con desarticular el discurso oficial que legiti­ ma la posición de poder que disfruta el abuelo. La progenie del patriarca encarna una serie de historias alternativas a la impuesta por el abuelo, y por extensión el Estado, siendo esta última una historia que ha silenciado y relegado al lado oscuro del archivo diversos discursos izquierdistas del pasado.3 Como nacionalista catalán convertido en nacionalista español, el abuelo se ve obligado a silenciar y ocultar cualquier rastro de su pasado que amenace con desestabilizar la estructura de poder sobre la que se asien­ ta su autoridad bajo el régimen franquista. La presencia constante de voces disidentes emitidas por algunos de sus propios hijos dentro de su entorno familiar se convierte en los vestigios de un pasado republicano que se resiste a desaparecer. Por su parte, la existencia misma de los nietos — frutos del amor de dos memorias silenciadas en la casa — se convierte en un reto para el poder regentado por el abuelo. Como forma de controlar el potencial de destrucción que se engendra en ellos, el viejo ejerce un supuesto control total sobre los actos de todo el que se encuentre bajo su jurispruden­ cia, anulando cualquier manifestación del libre albedrío de los niños y controlando, incluso, las necesidades vitales básicas de los menores a través del racionamiento de la comida. El racionamiento se convierte, consecuentemente, en otro mecanismo de represión a partir del cual Vidal Armengol ejerce simultáneamente su control sobre los niños y exalta la bondad y generosidad de su persona, ya que gracias a sus cuidados los menores que, según él, habían sido ‘abandonados por sus padres en el extranjero’ 3

La referencia al ‘lado oscuro del archivo’ procede del estudio elaborado por Juan Carlos González-Espitia (2010: 16).

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(27), lograron ‘huir de la guerra mundial y volver a España’ donde nunca conocieron lo que es el hambre. El racionamiento de la comida impuesto por el abuelo no se debe, sin embargo, a la falta de comida en la casa ya que, como las criadas comentan, las buenas relaciones que el abuelo mantenía con algún pez gordo de la Comisaría de Abastos hacía que aunque ‘el hambre no h[ubiera] pasado aún […] [ellos] nunca lo conoci[eran]’ (119). La retirada de los alimentos y golosinas regalados por la madre se concibe más bien como una forma de censura de la autoridad de la madre y con­ secuente imposición del poder patriarcal a través de la represión. El abuelo, como muestra de su bondad y generosidad, cede a la Iglesia cualquier regalo que los niños reciben de la madre. Al igual que los altos mandos del gobierno que demuestran su solidaridad y generosidad a través de la apropiación de los bienes del pueblo, el señor Vidal ejerce su generosidad con unos bienes ajenos — las golosinas de los niños. Mientras que las acciones de Vidal aparentemente giran en torno a una esfera de influencia íntima y local — entre los niños — su posición de poder como patriarca (dentro del fuerte patriarcado de la dictadura franquista) hace posible la extrapo­ lación de dichas estrategias convirtiéndolas en una representación metonímica de las estrategias reales de poder en el patriarcado fascista de la España del siglo XX. El postulado de Glenda Sluga sobre la familia patriarcal resulta útil en este sentido al recordarnos que ‘[t]he patriarchal family (whether understood as the object of policy directives, an unconscious archetype or as discursive metaphor) was the common foundation upon which distinctive political philosophies of the state, of strategies of governance and of political citizenship were elaborated’ (1998: 100). En línea con la idea de la familia como el Estado (o el Estado como familia) Richard Nuccio señala que el objetivo del régimen franquista de organizar España en ‘familias’ procede del sistema político del Estado orgánico, tradicional y de confesión católica adoptado por Franco (1978: 14) — un sistema que parte del control ideológico ejercido por la familia, la Iglesia y el ejército sobre la voluntad del individuo. Por medio de la mani­ pulación de la subjetividad del ciudadano el sistema consigue hacerse con el control total convirtiendo al sujeto en parte integrante del sistema. De este modo, el régimen (al igual que el propio régimen nuclear de Vidal Armengol) se asegura su éxito y su permanencia a través de la instauración de un orden patriarcal moral y social que reacciona a la ideología republicana, aniquiladora de todo lo relativo a la tradición, la moral católica y el sentimiento nacional español de acuerdo con el pensamiento fran­ quista (Moa, 2003: 191). El análisis de Luna lunera a partir de la sintomatología del proceso patológico del complejo de Cronos — tanto a nivel personal como social tal y como propone la teoría de los sistemas familiares — ha hecho posible la exploración del proceso psicológico del sujeto patriarcal diegético para así vincular su condición con la del Estado español (real y ficticio) del momento narrado. Al igual que el señor Vidal se vale de estrategias contenciosas para asegurar la obediencia y sometimiento de todo sujeto que vive bajo su jurisdicción, también los regímenes autoritarios, a través de fuertes mecanismos de represión, pretenden anular la subjetividad del indi­ viduo en un esfuerzo por establecer y perpetuar su control y autoridad. Por medio de la represión, la aniquilación de la subjetividad y la autonomía individual y la anulación de las aspiraciones personales, tanto el señor Vidal como Franco — este en su función de padre de la patria — se esfuerzan por mantener a los individuos bajo su poder en un estado perpetuo de minoría de edad. Al mantener al sujeto en

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un estado de infancia permanente, la figura paterna legitima su poder por medio de una dinámica de dependencia sin la cual el individuo/niño sería incapaz de subsistir. No debemos pasar por alto, sin embargo, que Vidal es finalmente derrotado por sus nietos del mismo modo en que Cronos lo fue por Zeus. En un principio pudiera parecer que la muerte biológica que acaba con la vida del patriarca supone una victoria al no ser este despojado de su poder de manera violenta (tampoco Franco lo fue). No obstante y como apuntábamos anteriormente, la mayor amenaza contra su autoridad es el (re)conocimiento de la memoria silenciada a partir de la cual el anciano legitima su poder. A lo largo de toda la novela — y de manera clandestina — los niños (re)cons­ truyen esas memorias que supuestamente nunca habrían de salir a la luz. Al igual que el abuelo tiene una persona pública y otra privada que se dejan entrever de acuerdo a las demandas, también los niños poseen una doble forma de comportamiento: por un lado, muestran hacia el abuelo la ciega obediencia demandada al mismo tiempo que, por otro, desafían la autoridad patriarcal por medio de la indagación histórica que les permite conocer la verdad ocultada. Reunidos en casa del abuelo agonizante, los niños ya adultos pero todavía niños, pues crecieron pensando que la muerte del abuelo les devolvería el paraíso infantil arrebatado, rememoran todas aquellas historias que reci­ bieron a partir de las conversaciones con las criadas. Frente al silencio del abuelo, se escuchan — a través de la voz de los niños — las memorias durante décadas ocultadas. La escritura de la novela es, en definitiva, el grito del niño que logra escapar de las manos asfixiantes del abuelo; o quizás una referencia a las recientes novelas que intentan recuperar la memoria de los años de la Guerra Civil y la dictadura, las cuales pueden ser agrupadas colectivamente bajo el ‘boom’ de la memoria en la literatura y cultura popu­ lar españolas.4 La novela concluye, entonces, augurando la relación entre la escritura (ya sea textual o fílmica) de narrativas históricas y los sistemas de poder existentes en el patriarcado/franquismo incitándonos a examinar la forma en que lo literario abre un camino fuera de la circularidad del complejo de Cronos dejando atrás el sofocante con­ trol de autoritarismo que ha prevalecido en nuestras memorias e identidades colectivas.

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4

El tema de la memoria tiene un lugar central actualmente en el espacio televisivo a partir de seriales tales como el aclamado Cuéntame cómo pasó en emisión desde el 2001, Amar en tiempos revueltos (2005–), 14 de abril. La República (2011), entre otros.

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The article analyses Rosa Regàs’s Luna lunera (1999) through the optic of Family Systems Theory (FST) to examine how the text manages to capture the essence and power matrices of Francoist Spain within the confines of a patriarchal family. My analysis combines an archetypal reading of the grandfather in the novel with relevant theories of FST to underscore how a fascist society is created and replicated through the interactions between members of the nuclear subset of the nation, that is, the closed family unit. My study is tangential to previous criticism on Regàs that heavily focuses on issues of voice as a dissident mechanism vis-à-vis the dictatorship. What I seek to elucidate, however, is an understanding of the narrative workings and structures of the text through a careful tracing of the frameworks of power that later permit a voicing of protest. The systems extant in the family in Luna lunera, I argue, are fundamental to any shaping of a narrative voice in Regàs, that may also include her in a generation of writers who lived and write against the dictatorship. keywords  Family Systems Theory, dictatorship, Rosa Regás, Luna lunera

Nota sobre la autora María del Carmen Caña Jiménez es profesora de español en el Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras, Virginia Tech. Su investigación se enfoca en narra­ tivas y culturas populares centroamericanas, colombianas, y peninsulares. Su interés gira en torno a asuntos tales como la violencia, la estética, el trauma, la memoria, la infancia, y la ciudadanía. Su producción actual explora la relación (textual y estética) entre violencia, neoliberalismo, y trasnacionalismo. Ha publicado en revistas tales como Revista de Estudios Hispánicos, Latin American Literary Review, y Symposium. Imparte clases de cultura y literatura hispánicas así como clases de flamenco. Diríjase la correspondencia a: Dra María del Carmen Caña Jiménez, Major Williams 332, Virginia Tech, VA 24060, USA. Email: [email protected]

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