SIGNOS DE LA TRANSGRESIÓN: DESCENSO PERTURBADOR

June 7, 2017 | Autor: E. Avalos Florez | Categoría: Ecuador, Ecuadorian literature, Literatura Ecuatoriana, Pesimism, Provincia de Carchi, Ecuador
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SIGNOS DE LA TRANSGRESIÓN: DESCENSO PERTURBADOR ÉDISON DUVÁN ÁVALOS FLOREZ1 [email protected]

S

i bien es cierto que los textos del libro Signos de la transgresión (2010), de Juan Jacobo Melo, abordan diferentes temáticas en varios formatos, también lo es que todos coinciden dentro de una sola propuesta. Desde los cinco “Ensayos” que conforman la primera parte, pasando por los dos “Textos breves” de la segunda parte, hasta las cinco series de “Reflexiones intempestivas” que cierran el libro, todos los contenidos tienen un carácter perturbador. Es decir, generan incomodidad en el lector porque sacan a la luz aquellos aspectos más vergonzosos que permanecen ocultos en los sótanos de la conciencia humana. Ni siquiera la exquisitez de la prosa es un alivio. Por el contrario, esa precisión en las palabras, esa delicada potencia verbal de cada texto, es justamente el camino de descenso que una vez tomado no le permite al lector detenerse, sino que lo obliga a avanzar hasta llegar a la última línea del libro, a la constatación de que allá en el fondo, en la oscuridad de sí mismo, está el espejo donde puede ver su reflejo más monstruoso o quizás más divino. Entre otras cosas, en los dos primeros textos del libro, a saber “Breve exégesis del último hombre” y “Vivisección del homo light”, el autor describe al género humano como si se tratara de un tumor maligno que infesta todo el cuerpo social. La conclusión a la que llega es desesperanzadora: el único destino del hombre es terminar de sumergirse en la realidad banal que ha creado para así cumplir una etapa más de su funesta evolución psicológica. Sin embargo, lo que resulta más sorprendente no es la crudeza de sus afirmaciones, ni el asco que imprime en cada una de ellas. No, lo verdaderamente admirable es la capacidad que ha tenido para desollar al ser humano con un lenguaje que por su ritmo desbordante y su tono palpitante adquiere, aunque parezca contradictorio, claras connotaciones poéticas. Es como si Baudelaire nos mostrara al Raskolnikov que todos llevamos por dentro. Ahora bien, en el tercer y cuarto texto, el autor abandona su enfoque nihilista, su pesimismo sobre la especie humana, para proponer una solución que a muchos lectores les resultará aún más escandalosa. En el primero de ellos, “Nostalgia por los tiranos”, reivindica los brutales comportamientos que en la antigüedad tuvieron, entre otros, Gengis Kan, 1

Estudiante de la Universidad Andina Simón Bolívar.

Tiberio, Nerón y Calígula. “Pues, ¿quién entre nosotros –desde lo más profundo de nuestra naturaleza- no ha soñado ser un pisoteador de hombres, un escarnecedor de almas serviles y rastreras, un adalid de placeres inconmensurables?”. Mientras que en el otro texto, “La sombra de eros o la plenitud oculta del ser”, lanza fuertes acusaciones contra las instituciones que se han erguido en nuestra civilización como la fuente de la estabilidad, a saber, el estado, la iglesia y la familia. “En ellas se ciernen todas las taras e inhibiciones del hombre civilizado y con ellas el forzado proceso de su domesticación. De aquí emergen sus ideas, sus complejos, sus taras y prejuicios, sus divinos fantoches (llámese dios o el diablo)”. Son dos posturas desarrolladas de manera independiente pero que hacen parte de un mismo propósito: sugerir que la única alternativa que le queda al individuo es abandonar los preceptos, las leyes, las normas, la moral, en fin, la civilización, para retornar al comportamiento instintivo de los antiguos tiranos y convertirse así en un animal que actúa por impulso. La sugerencia constituye un desafío que podría calificarse como desquiciado de no ser porque está planteada para aplicarse únicamente en el fuero más interno del individuo, a la luz de sus deseos más íntimos. En otras palabras, es una incitación a que se prolongue permanentemente la libertad con que en ocasiones se escoge a nombre de quien rendirle tributo a Onán. Estos cuatro textos seguramente despertarán fuertes polémicas. Muchos lectores los considerarán blasfemias anárquicas inspiradas en un profundo resentimiento social. Otros, entre los que me incluyo, los comprenderán como una particular concepción que nace de un esmerado y arriesgado ejercicio del pensamiento. Lo único en que seguramente todos coincidirán es en que la visión antropológica que se plantea en los cuatro textos conserva una misma lógica, la de que el hombre ha convertido su existencia en una condena. Además, nadie, ni los más asiduos contradictores, podrán dejar de sucumbir al encanto de unas técnicas argumentativas capaces de hacer temblar ante tanta oscuridad revelada. “La comedia del dogma cristiano marxista”, el quinto y último texto que cierra esta primera parte del libro, no centra su contenido en el ser humano, sino en un fenómeno de características sociales e históricas. Se trata de la responsabilidad directa que, según el autor, tienen el cristianismo y el marxismo en lo que él denomina el complejo de inferioridad de los ecuatorianos. Más allá de ser una crítica a los modelos de adoctrinamiento de ambas creencias, el texto es ante todo una interpretación de la realidad donde se nota el afán de la sustentación con datos bibliográficos. Ahí, aquel hombre que en los anteriores textos aparece sugerido como un prototipo, cobra una presencia paradójica: es intangible porque no se habla nada de él, pero está omnipresente porque es él quien habla de todo. Sí, aquel último hombre desprovisto de toda creencia, que escapa a la banalidad de lo light, que se atreve a ser un tirano, que despierta su fuerza vital a pesar de la civilización, aquel hombre se convierte en el narrador de este último texto. Es una forma de redondear el cuerpo teórico

que conforma esta primera parte del libro, pero también es una oportunidad para extraer de la realidad nuevas conclusiones insospechadas. Lo que dijo León Tolstoi –“Describe tu aldea y describirás el mundo”- es uno de los principales preceptos que fundamentan la segunda y tercera parte de este libro. El autor, con un tono sarcástico, latiga algunas conductas de su entorno social sin perder nunca el sentido universal de la primera parte. Las fuertes críticas que lanza contra algunos sectores poblacionales de Tulcán bien podrían aplicarse, en un contexto diferente, claro está, a los ciudadanos de Shangai, Caracas o Londres. Los primeros en caer azotados son los tulcaneños retratados en el texto“De los blanco-cholos”, es decir, los que se autocalifican de aristócratas para ocultar así la huella indígena que les brota de los poros, del rostro, de la sangre y hasta del apellido. El siguiente turno, en el texto “El hacer poético: entre lo que fue y lo que dejó de ser”, le corresponde a los escritores que en vez de poesía componen “Eructos líricos que lejos de excitar nuestra sensibilidad estimulan nuestros sarcasmos o, cuando menos, ensanchan nuestras carcajadas, hacen posible que la risa fluya a plenitud. Así, con estos dos textos finaliza la segunda parte del libro, un segmento bastante corto en comparación a los otros, pero donde el autor se toma las mayores libertades literarias, señalando problemas culturales que seguramente muchos lectores conocerán aunque no se atrevan a mencionarlos, que seguramente muchos lectores padecerán aunque no se atrevan a admitirlos. El título de la tercera parte, “Reflexiones intempestivas”, indica claramente el formato que el lector encontrará: textos de fugaz extensión y contundentes afirmaciones. Sin embargo, poco dice de los contenidos, uno de los aspectos que adquiere mayor trascendencia. De hecho, si todo lo expresado en las dos anteriores partes resulta perturbador, en ésta el atrevimiento del pensamiento alcanza un límite casi intolerable, un clímax narrativo. Las únicas opciones que encuentra el lector son explotar en una carcajada o sangrar bajo el puñal del sarcasmo. No de otra manera se puede reaccionar ante un texto que, por ejemplo, asegura lo siguiente: “En este pueblo para ser escritor o artista se necesitan tres condiciones: no tener talento, creatividad e inteligencia. Lo demás viene por añadidura”. Ahora bien, aparte de los cuestionamientos al quehacer artístico, a los sistemas de valores, a la imagen de Dios y el diablo, a las masas sociales, a los modos de pensar y actuar, a la inmortalidad, así como la defensa a la decadencia social, a la soledad entendida como libertad, al cinismo en cuanto a opción de vida, aparte de todas estas temáticas hay una sección en esta tercera parte que conviene analizar por separado. Se trata de la que se titula “De santos, villanos y demonios”, donde el autor presenta un retrato impresionista, breve y no ficticio de algunos protagonistas de la humanidad. Su objetivo no sólo es, al estilo de Borges, interpretar las búsquedas existenciales de Diógenes, Constantino, Gengis Kan y

Hitler, entre otros, sino además ofrecerle al lector estas vidas como un ejemplo de espíritus instintivos. Al cerrar el libro, una cosa le queda clara al lector. El autor no pretende convertir sus ideas en actos de fe, ni mucho menos predicar una doctrina que en lo más mínimo pretenda modificar el pensamiento de ningún hombre. Por el contrario, de manera textual asegura con su característica sorna, en su breve retrato de Jean Paul Sartre, que “Hoy sabemos que la filosofía –como fundamento del humanismo- no cambia nada ni ejerce influencia alguna en el hombre moderno, pues para cambiar a éste preciso es emplear otras herramientas, otras armas epistemológicas, comenzando –ante todo- por una filosofía del látigo”. Sin embargo, es evidente que ese precepto escapa de las manos del autor. La realidad es que ningún lector podrá salir ileso de este libro. Todos sentirán que algo dentro de ellos cambió, que, de alguna u otra forma, fueron arrastrados por el vértigo de la palabra, por el cálculo preciso de las oraciones, hacia territorios oscuros de su interior.

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