Sergio Rubira, \"La biografía de Brummell: el fracaso necesario\", en Sofía Diéguez (ed.), Los lugares del arte, Laertes, Barcelona, 2014, pp. 323-358.

June 26, 2017 | Autor: Sergio Rubira | Categoría: Biography, Roland Barthes, Dandyism, Regency England, Biografías, Literary Dandyism
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La biografía de Brummell: el fracaso necesario

Sergio Rubira Universidad Complutense de Madrid (UCM) Proyecto de Investigación Los lugares del arte: del taller del artista al espacio expandido en la sala de exposición (HAR2010-19406) ¿Cómo redactar la biografía de alguien que no hizo nada de lo que la Historia, con mayúscula, ha considerado de forma tradicional como reseñable? ¿Que no reinó ni gobernó? ¿Que no ganó ni perdió batallas? ¿Que no decretó ninguna ley, ni firmó ninguna declaración? ¿Que no descubrió ninguna enfermedad, ni su remedio, ni ningún planeta, ni ninguna estrella, ni una isla todavía no cartografiada? ¿Que tampoco clasificó a una especie desconocida, ni solucionó un problema matemático, ni creó una fórmula física? ¿Que no concibió, ni patentó, ni registró ningún invento? ¿Que no escribió, ni compuso, ni pintó, ni esculpió, ni proyectó, ni construyó nada importante? ¿Cómo contar una vida en la que apenas hay acontecimientos sino que todo son anécdotas? ¿Cómo enfrentarse a esos hechos inciertos de los que no existen documentos que los certifiquen, que les den ese estatus necesario de verdad incuestionable, o casi? ¿De los que únicamente se conservan testimonios que suelen resultar siempre interesados, si no lo son todos? ¿De los que solo hay testigos que le envidiaban o admiraban, odiaban o adoraban? ¿Cómo aceptar esos rumores que iban de boca en boca y pasaban de página a página sin el rigor de la demostración? ¿Cómo asumir lo nimio, lo mínimo o lo minúsculo en el relato? ¿Aquello que se ha pensado banal, trivial y frívolo? Aunque puede que la pregunta adecuada no sea cómo, sino ¿por qué? Casi todo en él se basa en los recuerdos, falibles y poco fiables, de otros. En entrevistas cara a cara que, imaginamos, luego eran transcritas siguiendo las notas recogidas con rapidez en un cuaderno o que eran

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reconstruidas, de nuevo, a partir de lo que se recordaba de lo dicho. En respuestas a vuelta de carta que después eran extractadas para la cita y a veces incluso parafraseadas, poniendo en palabras propias lo que otro había escrito. En diarios, reminiscencias, memorias, todos autobiografías, en los que aparecía como un personaje más, uno secundario porque el protagonista era siempre el que escribía. O en novelas que a su vez utilizaban esos materiales para crear su propia ficción, una ficción que parecería que no lo era más que todo lo anterior. Él fue en las conversaciones de los demás. Él es en las páginas de los libros, las revistas y los periódicos. Vivió en el habla. Ahora habita el texto, como algunos lo habían hecho antes y otros lo hicieron después. «El ser del dandi, desnudo y fresco, es una figura en blanco y negro. Completamente vestido, casi completamente monocromo, es [...] algo escrito».1 Él existía y existe en el lenguaje. George Bryan Brummell es un mito.2 Un mito en el sentido que dio al término Roland Barthes, estudioso de los dandis3 y un poco dandi él

1/  Viscusi, R., Max Beerbohm, or the Dandy Dante, Rereading with Mirrors, Baltimore, John Hopkins University Press, 1986, p. 28 [Texto original: «The dandy self, naked and fresh, is a figure in black and white. Completely dressed, almost completely monochrome, is (...) something written»]. 2/  En referencia a la afirmación de Lord Byron de que Brummell, él mismo y Napoleón, por este orden, eran las personas más importantes del siglo xix, Ellen Moers, que escribió el ensayo que se considera clásico para estudiar el fenómeno del dandismo, comentó: «Esta afirmación ha sido a menudo repetida como prueba de la fatuidad de Byron, pero hay un sentido, al menos, en el que el agrupamiento de estos nombres está justificado: los tres fueron figuras de leyenda, casi del mito, bastante antes de que murieran» [Texto original: «This statement has often been repeated as proof of Byron's fatuity, but there is one sense, at least, in which the coupling of these names is justified: all three men were figures of legend, almost of myth, well before they died»]. Moers, E., The Dandy: from Brummell to Beerbohm, Lincoln y Londres, University of Nebraska Press, 1960, p. 22. La idea de que el dandismo es un mito y Brummell su origen puede verse también en Carassus, E., Le mythe du dandy, París, Armand Colin, 1971, y Coblence, F., Le dandysme, obligation d'incertitude, París, Presses Universitaires de France, 1988, pp. 19-28, que habla de la invención de Brummell. Más recientemente, el filósofo Michel Onfray, le ha dedicado un libro titulado Vies & Mort d'un dandy. Construction d'un mythe, París, Galilée, 2012. 3/  Barthes, R., «El dandismo y la moda», en El sistema de la moda y otros escritos, Barcelona y Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 403-410.

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mismo,4 tanto que en una de sus particulares autobiografías5 —aquella que debía considerarse como dicha «por un personaje de novela»6 y que seguía, en lugar de un orden cronológico, el alfabético, el que «borra todo, recusa todo origen»—7 les dedica una entrada: «El dandy. El uso desenfrenado de la paradoja corre el riesgo de implicar (o implica simplemente) una posición individualista y también, podría decirse, una suerte de dandismo. Sin embargo, aunque solitario, el dandy no está solo: S., él mismo estudiante, me dice —lamentándose— que los estudiantes son individualistas; en una situación histórica dada —de pesimismo o de rechazo— es toda la clase intelectual la que, si no milita, es virtualmente dandy. (Es dandy el que no tiene otra filosofía que la vitalicia: el tiempo es el tiempo que dure mi vida)».8

Para Barthes, «el mito es un habla»,9 es «un sistema de comunicación, un mensaje», que queda definido «por la forma en que (este) se profiere», no por su objeto, ya que «cada objeto del mundo puede pasar de una existencia cerrada, muda a un estado oral, abierto a la apropiación de la sociedad», aunque este habla «no necesariamente debe ser oral; puede estar formada de escrituras y representaciones».10 Él fue «adaptado a un determinado consumo, investido de complacencias literarias, de rebuscamientos, de imágenes, en suma de un uso social que se agrega a la pura materia».11 Él pasó a significar otra cosa que a él mismo. Brummell significaba el propio dandismo, el dandi, el «neologismo que se vuelve inevitable»12 cuando se trata de un mito. El origen de la palabra «dandi» es incierto. No se sabe si nació del 4/  Vid. Calefato, P., «Dandismo, Glamour, Grotesco», en Sur le dandysme auhourd'hui, Del maniquí en el escaparate a la estrella mediática (cat. exp.), Santiago de Compostela, Centro Galego de Arte Contemporánea, 2013, pp. 251-254. 5/  También podría considerarse que Fragmentos de un discurso amoroso (México, Siglo XXI, 1982) y La cámara lúcida (Barcelona, Paidós, 1989) son textos autobiográficos. 6/  Barthes, R., Roland Barthes por Roland Barthes, Barcelona, Paidós, 2004, p. 7. 7/  Ibídem, p. 197. 8/  Ibídem, p. 143-144. 9/  Barthes, R., Mitologías, México y Madrid, Siglo XXI, 2009, p. 167. 10/  Ibídem, p. 168. 11/  Ibídem. 12/  Ibídem, p. 178.

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inglés o del francés; de hecho, los ingleses parecen buscarlo en el francés y los franceses en el inglés.13 Podría derivar del término francés dandin que según el Dictionaire de la Acádemie, «deriva del radical dand-, que evoca un movimiento de ir y venir, de duda»14 y que daría lugar al verbo dandiner (se), que significa «imprimir al cuerpo un balanceo regular» y cuyos ejemplos son: Andaba balanceándose. Intimidado, balanceaba una pierna sobre otra.15 Una explicación que nos llevaría a dos ideas que han sido asociadas al dandi: por un lado, la importancia de los gestos, en ese balanceo de la pierna, y por otro, lo indefinido, lo que va y viene, lo que no está ni en un lugar ni en otro, sobre lo que se duda. Otra posibilidad es que surgiera de dandelion que designa al diente de león en inglés y que a su vez derivaría del francés dent-de-lion, y así, como ha visto Françoise Coblence, «el dandi inglés se encontraría de este modo asociado al león francés»16 desde el comienzo, pudiendo entenderse dandelion como la unión de dandi y león, «dandy and lion» o «dandy et lion», en un especial juego de palabras que resolvería el debate de su nacionalidad. Podría ser también que el término dandiprat (o dandyprat), que en inglés arcaico designaba a un enano, a un hombre pequeño, o a un hombre sin importancia, y que, a partir del siglo xvi, hacía referencia también a una moneda de poco valor equivalente a tres peniques y medio, estuviera en la génesis de «dandi». De nuevo encontramos palabras que en algún momento estuvieron relacionadas con el dandismo: lo 13/  «Seducciones de una etimología posiblemente aventurada: británico para los franceses, el dandi (dandin) toma prestado su nombre de Francia según los ingleses. En estas atribuciones mutuas se expresan los intercambios entre Francia e Inglaterra que no van a cesar de complicarse». Coblence, op. cit. (nota 2), p. 14 [Texto original: «Séductions d'une étymologie peut-être hasardeuse: britannique pour les Français, le dandy (dandin) emprunterait son nom à la France selon les Anglais. Dans ces attributions mutuelles s'expriment des échanges entre la France et l'Angleterre qui ne vont cesser de se compliquer»]. 14/  «Dérivé du radical expressif dand- qui évoque un mouvement de va-et-vient, d'hésitation. Vieilli et fam. Niais». http://atilf.atilf.fr [cons. 15/7/2013]. 15/  «Dérivé de dandin. Imprimer à son corps un balancement régulier. Marcher en se dandinant. Intimidé, il se dandinait d'un pied sur l'autre». http://atilf.atilf.fr [cons. 15/7/2013]. 16/  Coblence, op. cit. (nota 2), p. 14 [Texto original: «Le dandy anglais se trouverait ainsi associé au lion français»].

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minúsculo, lo pequeño y lo insignificante, y también lo que no tiene valor, aquello que, más tarde, será invaluable. Quizás fuera una adaptación de la expresión jack-a-dandy, que apareció en el siglo xvii para referirse a alguien excesivamente orgulloso de sí mismo, vano o fatuo. Jack-a-dandy estaría compuesta por los nombres propios Jack y Dandy, una variante familiar de Andrew, que a su vez viene del griego Andreas, que deriva de andros, ἀνδρός, genitivo de anir, ἀνήρ, que significa hombre, no tanto en el sentido de ser humano, como de género masculino.17 Una etimología curiosa cuando uno de los adjetivos que se han aplicado al dandi son los de femenino y afeminado. Dandi era una palabra nueva que comenzó a utilizarse en Gran Bretaña casi al mismo tiempo que el nacimiento de Brummell en 1778. «La palabra dandi parece haber estado en uso en la frontera escocesa a finales del siglo xviii. Alrededor de 1780, una balada escocesa evoca al dandi: “I've heard my granny crack / O sixty twa years back / When there were sic a stock of Dandies”» [«He oído a mi abuela chasquear / sesenta y dos años atrás / cuando había tantos dandis»].18 De aproximadamente esos mismos años es también la famosísima Yankee Doodle Dandy que, en una de sus primeras versiones, era cantada por los militares británicos a las tropas de las colonias norteamericanas antes de la independencia de los Estados Unidos para burlarse de su aspecto y sus aspiraciones. La canción comienza: «Yankee Doodle came to town / Riding on a pony, / Stuck a feather in his hat / And called it Macaroni» [«Yankee Doodle vino a la ciudad / montado en un poni, / puso una pluma en su sombrero / y lo llamó Macaroni»], y el estribillo continúa: «Yankee Doodle keep it up, / Yankee Doodle dandy, / Mind the music and the step, / And with the girls be Handy» [«Yankee Doodle sigue así, / Yankee Doodle dandi / presta atención a la música y el paso / y con las chicas sé hábil»]. Como comenta Ellen Moers, «la soldadesca colonial llevaba “uniformes abigarrados, mal ajustados e incompletos”; los Macaronis eran ese círculo de londinenses afectados, extravagantemente vestidos y cosmopolitas que pueden ser identifica17/  Ibídem. Vid. también Moers, op. cit. (nota 2), p. 11. 18/  Coblence, op. cit. (nota 2), p. 14 [Texto original: «Le mot dandy semble avoir été en usage sur la frontière écossaise à la fin du xviiie siècle. Autour de 1780, une ballade écossaise évoque le dandy (...)»]. Vid. también Moers, op. cit. (nota 2), p. 11.

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dos como los ancestros más cercanos de los dandis de la Regencia; el sarcástico autor anónimo se divierte comparando a los dos».19 La referencia a los Macaronis ayudaría a establecer que esta canción no puede ser anterior a 1764, fecha en la que se fundó el famoso club que dio nombre a este grupo de hombres de trajes y pelucas exagerados.20 Moers prosigue explicando que los futuros estadounidenses se apropiaron de la melodía y modificaron algunas de las estrofas para describir una visita de George Washington al campamento provincial en Cambridge, Massachusetts. «And there was Captain Washington, / And gentlefolks about him; / They say he's grown so tarnal proud / He will not ride without'em» [«Y allí estaba el Capitán Washington, / y los caballeros a su alrededor, / decían que había crecido tan malditamente orgulloso / que no montaba sin ellos»]. Washington iba vestido «con su ropa de gala» y llevaba «flamantes lazos en su sombrero», apartándose de sus tropas en un «veloz semental».21 «No podría haber habido una introducción más adecuada», afirma Moers, «para la palabra dandi que una canción escrita para ridiculizar el provincianismo y la vulgaridad que se revelaban a través del traje, luego extendida para ridiculizar las pretensiones aristocráticas, de nuevo reveladas a través del traje».22 Era un neologismo que nació al mismo tiempo que Brummell y cuyo uso se extendió cuando este alcanzó la madurez, como si las historias de uno y otro no pudieran separarse. Parece ser, según John C. Prévost, que la primera vez que el término apareció escrito para referirse 19/  Moers, op. cit. (nota 2), p. 11 [Texto original: «The colonial soldiery wore “variegated, ill-fitting and incomplete” uniforms; the Macaronis were that circle of affected, oddly-dressed, cosmopolitan Londoners who can be identified as the nearest ancestors of the Regency dandies; the anonymous satirist amused himself by comparing the two»]. 20/  Ibídem [Texto original: «The reference to the Macaronis probably place a limit on the antiquity of the verse, for the famous Macaroni Club was not founded until 1764»]. 21/  Ibídem, p. 12 [Texto original: «Washington has “got him on his meeting clothes” and wears “flaming ribbons in his hat”. He moves apart from the troops “upon a slapping stallion”»]. 22/  Ibídem [Texto original: «There could have been no more fitting introduction for the word dandy than a song written to ridicule provincialism and vulgarity as revealed by costume, then expanded to ridicule provincialism and vulgarity as revealed by costume»].

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a Brummell y su círculo fue en una carta de Lord Byron a Thomas Moore fechada el 25 de julio de 1813: «La temporada se ha cerrado con un baile dandi».23 Seguramente fue uno de los famosos bailes que organizaban los miembros de Watier's, el club de los dandis, como el mismo Byron lo calificó: «Dígale al Conde d'Orsay que algunos de los nombres no son lo bastante inteligibles, especialmente los de los clubs; habla de Watt's —quizás tenga razón, pero en mi época Watier's era el Club Dandi, del que fui miembro (aunque no dandi) en el momento también de su mayor gloria, cuando Brummell y Mildway, Alvanley y Pierrepont daban sus bailes Dandis»—.24 Aunque parece que ni Mildway, ni Alvanley, ni tampoco Pierrepont se podían comparar a Brummell: «Hay tres grandes hombres en nuestra era: yo mismo, Napoleón, y Brummell. Pero de nosotros tres, el más grande de los tres es Brummell».25 Se hacía imprescindible entonces conocer a Brummell para entender 23/  Citado en Prévost, J. C., Le dandysme en France 1817-1839, París, Droz, 1957, p. 17 [Texto original: «The season has closed with a dandy ball»]. 24/  Ibídem, p. 31 [Texto original: «Tell Count d'Orsay that some of the names are not quite intelligible, especially of the clubs, he speaks of Watt's-perhaps he is right, but in my time Watier's was the Dandy Club, of which (though no dandy) I was a member, at the time too of its greatest glory, when Brummell and Mildway, Alvanley and Pierrepont gave the Dandy balls»]. 25/  «There are three great men of our age: myself, Napoleon, and Brummell. But of we three, the greatest of all is Brummell», es una cita apócrifa de Byron que remite a una de las Epístolas a los corintios («Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor». Corintios 13:13) y que fue utilizada por primera vez en la obra de teatro Beau Brummel [sic]. A Play in 4 Acts, escrita por Clyde Fitch (Nueva York, John Lane & Co, 1908). Una cita que puede rastrearse hasta las primeras biografías de Brummell en las que la comparación entre Byron, Brummell y Bonaparte era común, pero también a una carta de Lord Byron a John Hobhouse cuando en 1820 Scrope Davies se vio obligado a huir de Inglaterra por deudas: «Scrope se ha marchado a Brujas, donde se intoxicará con cerveza holandesa y se disparará a sí mismo la primera mañana de niebla. Brummell en Calais...; Bonaparte en Santa Helena, yo en Rávena: ¡solo piensa! ¡Demasiados grandes hombres! No había sucedido nada parecido desde Temístocles en Magnesia y Mario en Cartago». Kelly, I., Beau Brummell. The Ultimate Dandy, Londres, Hodder & Stoughon, 2005, pp. 533-534 [Texto original: «Scrope is... gone to Bruges where he will get tipsy with Dutch beer and shoot himself the first foggy morning. Brummell at Calais...; Buonaparte in St Helena, I in Ravenna: only think! So many great men! There has been nothing like this since Themistocles at Magnesia and Marius at Carthage»].

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qué era eso que se llamó dandismo, qué suponía ser un dandi o ser dandi. A Brummell se le produjo como mito, convirtiéndole en su ejemplo, en el símbolo del dandismo; se le criticó como mito, buscando la coartada de su significado, aquello que el dandismo justifica; y se le leyó como mito, es la presencia del dandismo, él es el dandismo.26 Incluso se usaron algunos recursos —retóricos— de los que menciona Barthes cuando escribe sobre cómo se construye el mito: la vacuna, «consiste en confesar el mal accidental de una institución de clase para ocultar mejor su mal principal»;27 la privación de historia, «solo hay que gozar sin preguntarse de dónde viene ese bello objeto. O mejor: no puede venir más que de la eternidad»;28 la identificación, «lo otro se reduce a lo mismo. Los espectáculos, los tribunales, lugares donde se corre el riesgo de que lo otro se exponga, se vuelven espejo»; la tautología, que «es el procedimiento verbal que consiste en definir lo mismo por lo mismo»; el ninismo, «esa figura mitológica que consiste en plantear dos contrarios y equiparar el uno con el otro a fin de rechazarlos a ambos (No quiero esto ni aquello)»29 y que se acerca a la paradoja; la cuantificación de la cualidad, «Al reducir toda cualidad a una cantidad, el mito realiza una economía de inteligencia: comprende lo real con menos gasto. [...] 26/  «¿Cómo es recibido el mito? Es preciso retornar, una vez más, a la duplicidad de su significante, sentido y forma al mismo tiempo. Según ponga la atención en un uno o en otro o en los dos a la vez, producirá tres tipos diferentes de lectura. 1. Si pongo mi atención en un significante vacío, dejo que el concepto llene la forma del mito sin ambigüedad y me encuentro frente a un sistema simple, en el que la significación vuelve a ser literal: el negro que saluda es un ejemplo de la imperialidad francesa, es su símbolo. Esta manera de enfocar es, por ejemplo, la del productor de mitos [...]. 2. Si pongo mi atención en un significante lleno, en el que distingo claramente el sentido de la forma y, por consiguiente, la deformación que uno produce en la otra, deshago la significación del mito, lo recibo como una impostura: el negro que hace la venia deviene la coartada de la imperialidad francesa. Este enfoque es el del mitólogo: él descifra el mito, comprende una deformación. 3. Por último, si pongo mi atención en el significante del mito como en un todo inextricable de sentido y forma, recibo una significación ambigua: respondo al mecanismo constitutivo del mito, a su dinámica propia, me convierto en el lector del mito: el negro que saluda no es más ni ejemplo, ni símbolo, mucho menos coartada: es la presencia misma de la imperialidad francesa». Barthes, op. cit. (nota 9), p. 185. 27/  Ibídem, p. 206. 28/  Ibídem, p. 207. 29/  Ibídem, p. 209.

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Ese mecanismo que la mitología burguesa —y sobre todo pequeñoburguesa— no vacila en aplicar a los hechos estéticos, a los cuales, por otro lado, proclama como poseedores de una esencia inmaterial»;30 y la verificación, «el mito tiende al proverbio. La ideología burguesa invierte allí sus intereses esenciales: el universalismo, el rechazo de explicación, una jerarquía inalterable del mundo. [...] Su forma clásica es la máxima. En este caso, la verificación ya no está dirigida hacia un mundo por hacerse; debe cubrir un mundo ya hecho, ocultar las huellas de esta producción bajo una evidencia eterna».31 Recursos —retóricos— que se utilizaron a lo largo de todo el proceso de mitificación de Brummell, del dandi, del dandismo. Brummell antes solo fue habla y ahora solo es escritura porque, a pesar de que ya se sabe que las imágenes forman parte del mensaje del mito, sin embargo, las representaciones están ausentes, prácticamente, o cuando no lo están, hay muy pocas, se utilizan como complemento del texto, como mera ilustración. Solo se entienden a través de la lectura ya hecha o de la que viene dada, de los textos previos o de los que acompaña. De algún modo, las imágenes se fugaron, parecen haberse escapado de casi todos los relatos sobre el dandi. Podría resultar llamativa esta falta o esta huida, más aún cuando al escribir sobre Brummell se trataría de hacer una historia de los modos y las maneras, de las modas y las formas, de las actitudes y los gestos, que en principio parecería que las necesitan, que les resultarían imprescindibles, que les son inherentes. Es extraño pero no consta que Brummell encargara directamente ningún retrato de cuerpo entero, una práctica que era, al ser un emblema de estatus, muy habitual entre los miembros de esa clase aristocrática y exclusiva, como se calificaba a sí misma, nobleza de la nobleza por estar en la Corte, a la que él se obligó a pertenecer aunque no le correspondiera. De él solo se conserva uno que podría tener ese significado de posición alcanzada, sin embargo, poco aporta a su historia como dandi porque Brummell tenía apenas tres años cuando se hizo. En él, George aparece jugando con unos cachorros acompañado de su hermano mayor, William, sobre un paisaje natural. El retrato fue pintado en 1782 por Sir Joshua Reynolds por iniciativa del 30/  31/ 

Ibídem. Ibídem, pp. 209-210.

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padre del Beau, William (Billy) Brummell, cuando su puesto como secretario de Lord North, primer ministro, ya estaba bien asentado y participaba de forma activa en los círculos políticos y culturales londinenses. Un cuadro que se presentó en la exposición anual de la Royal Academy de 1783 y que llenaría a William Brummell de orgullo, ¿de orgullo de clase?, ¿de posición alcanzada?32 También de su infancia, tenía aproximadamente doce años cuando se pintó, se conserva otro retrato de medio cuerpo, esta vez de autor desconocido, que hace pareja con uno de su hermano William. En ellos se ve la parte superior del uniforme que llevaron cuando participaron en uno de los desfiles del festival del Montem que se organizaba en Eton cada tres años: una levita oscura con doble botonadura de metal, chaleco beige o amarillo y camisa y lazo blancos. Esta parte del traje se completaría con unos pantalones hasta la rodilla de color claro, medias blancas y zapatos negros, como puede apreciarse en otras pinturas de la época. Este retrato se ha querido incluir en la historia del dandismo brummelliano porque esa indumentaria se ha visto como precursora del traje que más tarde le haría famoso, un traje igual de sobrio que este uniforme que contrastaba con los disfraces que los estudiantes mayores llevaban durante la celebración de la fiesta y también con el modo exagerado en el que vestían algunos de los invitados ilustres.33 El resto de retratos en los que aparece, se le ha identificado o, en algunos casos, sería más apropiado decir, se le ha querido identificar, son miniaturas, grabados o ilustraciones. Así sucede con el colgante de Wi32/  «Estas dos pinturas» —hace referencia también al retrato que Thomas Gainsborough pintó de la hermana de Brummell, Mary— «fueron, en un sentido, la presentación en sociedad de los herederos Brummell. El estudio de Reynolds era en sí mismo un entrada a la sociedad, un lugar donde los grandes y buenos —y los que prometían serlo— se encontraban». Kelly, op. cit. (nota 25), p. 53 [Texto original: «These two paintings were, in a sense, the first entrance into society of the Brummell heirs. The Reynolds studio was in itself an entrée into society, a place where the great and the good —and the up-and-coming— all met»]. 33/  «El traje de los abanderados es un precursor fascinante de lo que sería, veinte años después, parte del estilo de vestir londinense que Brummell haría famoso». Ibídem, p. 98 [Texto original: «The Montem polemen's garb is a fascinating precursor to what became, twenty years later, part of the London dress-style that Brummell made famous»].

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lliam John Thomson, fechado en 1807, que se subastó en Bonhams en 2000 y que aparecía en la descripción del lote como «caballero del que se dice que es Beau Brummell»;34 otra vez el habla, de nuevo el lenguaje, «del que se dice», dándole el sentido y además, seguro, otorgándole valor. Son imágenes en fuga que completan o prolongan el relato, imágenes siempre acompañadas de escritura o que, aunque solo sea el del crédito que identifica y sitúa, se tienen que poner en contexto. Ocurre también con uno de los grabados de John Cook que conserva la National Portrait Gallery de Londres, realizado a partir de una miniatura anónima desaparecida que representaba al Beau joven y que, en algún momento, alguien deseó ver como una página arrancada de su primera Vida y así lo anotó a mano en el margen porque quizás había demasiadas coincidencias: «de la vida de Jesse de Brummell, 1844», aunque, como se verá, nunca podría haber formado parte de ella porque alteraría su intención. Sin embargo, cada uno de los retratos es tan diferente (figs. 1 y 2) que no se podría asegurar cuál sería el que más se aproxima, si lo hace alguno, al que fuera el rostro de Brummell y no son las caras de una idea, aquellas que se imaginaba o se imagina podría tener el dandi, el dandismo. Retratos que, como se decía, podrían pensarse necesarios 34/  Fine Portrait Miniatures and Silhouettes, cat. subasta, Londres, Bonhams, 2000. Lote n.º 146. Esta miniatura sería el único retrato conservado en el que el dandi aparece con la nariz rota, lo que obviamente pondría en cuestión por idealizadas las demás representaciones del Beau en las que se obvia este detalle. Brummell se fracturó la nariz en un accidente hípico cuando formaba parte del 10.º regimiento de Húsares. Quizás fuera este el motivo por el que decidió no encargar nunca su retrato. «En algún momento de su temprana carrera militar, Brummell sufrió una mala caída de su caballo. Se encontró con un guijarro poco colaborador, que aplastó su nariz hacia la izquierda. El puente fue colocado, pero doblado hacia un lado. Para algunos, esto añadía carácter y un aire rudo a un rostro que antes había parecido suave y de algún modo altivo. Para otros, Julia Johnstone en particular, la nariz rota de Brummell arruinó su aspecto para siempre. Ya no fue nunca más el chico perfecto». Kelly, op. cit. (nota 25), p. 133 [Texto original: «Some time early in his military career, Brummell took a bad fall from his horse. He met with an uncooperative cobblestone, which smashed his nose to the left. The bridge was set, but crooked to the side. To some, this added character and a rougher edge to a face that had looked soft and somewhat haughty beforehand. To others, Julia Johnstone in particular, Brummell's broken nose for ever ruined his looks. He was no longer the perfect boy»].

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cuando se trata de construir la historia de las actitudes, los gestos y las modas, pero que solo pudieron convertirse en un complemento, porque —aunque pueda resultar paradójico y la paradoja, como se ha visto, es un recurso que forma parte de la construcción del dandi— «si la identidad del dandi no se da nunca como la impersonalidad de una esencia sino como la singularidad de una aparición, el relato más minucioso, el más biográfico será sin duda también el mejor para aproximarse al personaje en lo que tiene de único y emocionante»,35 más aún si, como afirmaba Barthes en esa definición en parte máxima —otro recurso del mito— de su autobiografía, «Es dandy el que no tiene otra filosofía que la vitalicia: el tiempo es el tiempo que Fig. 1: W. J. Thomson, A Gentle- dure mi vida».36 man said to be Beau Brummell, La mayoría de sus biógrafos recono1807 (colección privada). cen la fuente original, el origen del que bebieron y al que, añaden, poco se puede sumar, casi todo, los datos fundamentales que estructuran el relato, que marcan el recorrido, estaban allí recogidos, en esa «vida de Jesse de Brummell», de la que alguien pensó arrancado el retrato del Beau joven porque había demasiadas casualidades. Una biografía en la que, como Moers señala, casi nada es de «primera mano».37 Para «la construcción del mito», su autor recogió algunas de «sus cartas brillantemente poco informativas», consultó «muy pocos registros escritos», «molestó a todos los que podían haberle 35/  Coblence, op. cit. (nota 2), p. 26 [Texto original: «Si la identité du dandy ne se donne jamais comme l'impersonnalité d'une essence mais comme la singularité d'une apparition, le récit le plus minutieux, le plus biographique sera sans doute aussi le mieux à même d'approcher le personnage dans ce qu'il a d'unique et de mouvant»]. 36/  Barthes, op. cit. (nota 6), p. 144. 37/  Moers, op. cit. (nota 2), p. 22 [Texto original: «Captain Jesse's search after material for his biography illustrates the making of the myth. Jesse knew almost nothing at first hand»].

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conocido», aunque su punto de partida principal fue «la literatura efímera de la época: las novelas a la moda, los versos de salón, las sátiras, las parodias, y las misceláneas biográficas».38 Esta primera Vida se había publicado en 1844, cuatro años después de la muerte de Brummell, como si su autor hubiese estado esperando el resultado necesario, ese fin que tiene toda biografía y que se conoce desde antes de comenzar la lectura, porque el «Vida de» de los títulos o los subtítulos podría sustituirse también por «Muerte de» y, en este caso aún más, ya que Fig. 2: J. Cook, (grab.), George Brummell, esq., de los dos volúmenes que la 1844 (Museo Británico, Londres). contienen, el último tercio del primero y el segundo completo están dedicados al periodo final, el que se ha entendido como el de su decadencia, el de la caída, la ruina, la huida, la cárcel, la locura y la enfermedad, rompiendo con lo que sería proporcionado. Una desproporción que se acentúa aún más cuando en ese primer volumen se producen fugas constantes hacia las vidas de otros aprovechando la excusa de que eran amigos de Brummell: la duquesa de Devonshire, el marqués de Hertford o la duquesa de York, entre otros. Una Vida que origina las demás pero que no parece tener sentido cuando el propio autor concluye que su personaje no pasará a la historia. «La posteridad apenas otorgará a George Bryan Brummell una línea en los anales de la historia»,39 declaró. ¿Por qué escribir entonces 38/  Ibídem, pp. 22-23 [Texto original: «Jesse (...) collected his brilliantly uninformative letters. He consulted a few —very few— written records (...) After Brummell's death Jesse pestered everyone who might have kwon him. (...) The principal source on which Jesse drew, however, was the ephemeral literature of the day: fashionable novels, salon verses, lampoons, burlesques, and miscellaneous sketches»]. 39/  Jesse, W., The Life of Beau Brummel, Edimburgo, Riverside Press, s.d., p. 290

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la biografía de Brummell? ¿Cuál podía ser su objetivo? Preguntas que se hacía ya el comentarista anónimo del libro en la reseña que apareció poco después de ser publicado en la revista semanal Littel's Living Age: «¿Cui bono? ¿Por qué demonios tal personaje ha sido seleccionado para dos grandes volúmenes en octavo?», para luego insistir: «Nunca podríamos encontrar que la utilidad de Brummell fuese más allá de la invención de la corbata almidonada, o de que su genio no llegase a más que a una insolencia atractiva. Está claro que estas cosas le convirtieron en el último grito».40 Afirmaciones que volvía a hacer Philip Ziegler —biógrafo «oficial» del rey Eduardo VIII, más tarde, duque de Windsor, y de Lord Mountbatten— casi un siglo y medio después en el suplemento literario del periódico Times al hacer la crítica del libro sobre Brummell de Hubert Cole: el dandi, parecería que todavía un dandiprat, «no se merecía una biografía» por su «patente ausencia de valor».41 ¿Por qué entonces la vida de Brummell? ¿Y por qué esa insistencia en el proceso de decadencia? ¿En la muerte del dandi? Una ruptura de la proporción en esa biografía originaria que tiene que ver con una enseñanza, que se ha leído como una moraleja: no podía haber un happy end, sino que Brummell, el dandismo, debía ser castigado; era el único modo de hacer de esa vida —y el género biográfico había tenido desde el comienzo y en principio este entre sus objetivos—42 algo ejempla[Texto original: «Posterity will hardly accord to George Bryan Brummell one line in the annals of history»]. Jesse, Captain, The Life of George Brummell, commonly called Beau Brummell, Londres, Saunders and Otley, 1844 es la primera edición de la biografía de Brummell escrita por el capitán William Jesse. He elegido para las citas la edición de Riverside Press por una cuestión práctica. 40/  «“The Life of George Brummell, Esq.” By Captain Jesse», Littell's Living Age, vol. 1, n.º 4 (junio de 1844), p. 195 [Texto original: «Cui bono? Why on earth was such a subject selected for two large octavo volumes? We never could find that Brummell's usefulness went beyond the invention of the starched neckcloth, or that his genius amounted to more than an appalling impudence. It is clear that these two things made him the rage»]. 41/  Ziegler, P., «Beau Brummell by Hubert Cole», Times Literary Supplement, 21 de septiembre de 1977, p. 1.228. Citado en Clubbe, J.: «The Sartorial Sublime in Byron, Bonaparte, and Brummell», Revue de l'Université de Moncton, 36 (2005), p. 83. Vid. también Cole, H., Beau Brummell, Londres, Mason & Charter, 1977. 42/  Vid. Parke, C. N., Biography. Writing Lives, Londres y Nueva York, Routledge, 2002. Especialmente el capítulo I, pp. 1-34.

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rizante. «La triste lección que esta vida enseña no necesita interpretación. El que presenta puede leer su triste significado»,43 aseguraba William Russell del dandi en su libro sobre personajes excéntricos. El fracaso se convirtió entonces en algo natural y esencial al propio dandismo. «El mito no niega las cosas, su función, por el contrario, es hablar de ellas; simplemente las purifica, las vuelve inocentes: las funda como naturaleza y eternidad, les confiere una claridad que no es la de la explicación, sino de la comprobación»,44 escribía Barthes. El mito no explica, sino que da por hecho. «Las cosas significan por sí mismas», añadía, como Brummell significaba por él mismo el dandismo. Por una fórmula lógica, entonces, podría pensarse que muerto Brummell, muerto el dandismo, aquello que amenazaba, quizás por eso —la vacuna de la que hablaba Barthes había sido inoculada— el interés en el final sea tan reiterado. Tanto que algunas de sus biografías comienzan por el desenlace, por ese momento en el que la enfermedad se ha hecho patente, en el que la locura es visible. Eligen esa forma para introducir al personaje: caído en desgracia, arruinado, viejo y loco, una sombra de lo que había sido. La pequeña semblanza que dedica a Brummell Virginia Woolf en la segunda parte de su The Commom Reader, publicado en 1929, empieza con una cita del poeta de himnos religiosos William Cowper sobre la duquesa de Devonshire, Georgiana, en la que «predecía que un día, “en lugar de faja tendrá un desgarrón y en lugar de belleza una calva” [...]». Y continuaba: «La duquesa era, sin duda, una hechicera. Bastante tiempo después de que Cowper escribiera estas palabras, muerta la duquesa e inhumada bajo una corona de oropel, su fantasma ascendía por la escalera de una morada muy distinta». Era la morada del dandi en el exilio, el hotel en el que Brummell se alojaba. «En Caen un anciano estaba sentado en su sillón. La puerta se abría y el criado anunciaba: “La señora duquesa de Devonshire”. Beau Brummell se levantaba de inmediato, iba hacia la puerta y hacía una reverencia que hubiera maravillado en la Corte de Saint-James. Solo que, desgraciadamente, no había nadie. 43/  Russell, W., «Beau Brummell», en Eccentric personages, Londres, John Maxwell & Company, 1864, p. 104 [Texto original: «The sad lesson which this life teaches needs no interpretation. He who runs may read its mournful significance»]. 44/  Barthes, op. cit. (nota 9), p. 199.

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El aire helado se precipitaba por la escalera de una posada. La duquesa había muerto hacía tiempo y Beau Brummell, en edad avanzada y en su dulce locura, soñaba que estaba de regreso en Londres y que daba una recepción.» La profecía del poeta parece que se había hecho cierta: «La maldición de Cowper se había cumplido en ambos. La duquesa yacía en su mortaja, y Brummell, cuyos trajes suscitaron la envidia de los reyes, ya no tenía sino un par de pantalones muy remendados, que disimulaba como mejor podía bajo su abrigo hecho jirones. En cuanto a su pelo, lo habían rapado por orden del médico. Pero aunque las amargas predicciones de Cowper habían venido a pasar, tanto la duquesa como el dandi podían decir que habían tenido su día. Habían sido grandes figuras de su tiempo».45 O, la última, la más reciente, de 2006, escrita por el actor, dramaturgo y biógrafo, Ian Kelly, y adaptada por la BBC a telefilm apenas se presentó en las librerías, que retoma el mismo momento en el prólogo, el de la aparición de la duquesa de Devonshire, pero esta vez sin la idea de maldición realizada y gloria conseguida, sino lleno de nostalgia y patetismo. «La habitación veintinueve estaba en lo alto del Hôtel d'Angleterre, mirando a los tejados de pizarra de Caen. Georgiana, duquesa de Devonshire, en route a París con su hija, era la primera invitada en admirar la vista, y en unos minutos la habitación veintinueve se llenó 45/  Woolf, V., «Beau Brummell», en Collected Essays, vol. III, San Diego, Harcourt, Brace & World, 1967, p. 187 [Texto original: «[Cowper] Predicted a time when “instead of a girdle there will be a rent, and instead of beauty, baldness” (...) Undoubtedly the Duchess was a good haunter. Long after those words were written, when she was dead and buried beneath a tinsel coronet, her ghost mounted the stairs of a very different dwelling-place. An old man was sitting in his armchair at Caen. The door opened, and the servant announced, “The Duchess of Devonshire”. Beau Brummell at once rose, went to the door and made a bow that would have graced the Court of Saint James's. Only, unfortunately, there was nobody there. The cold air blew up the staircase of an Inn. The Duchess was long dead, and Beau Brummell, in his old age and imbecility, was dreaming that he was back in London again giving a party. Cowper's curse had come true for both of them. The Duchess lay in her shroud, and Brummell, whose clothes had been the envy of kings, had now only one pair of much-mended trousers, which he hid as best he could under a tattered cloak. As for his hair, that had beer shaved by order of the doctor. / But though Cowper's sour predictions had thus come to pass, both the Duchess and the dandy might claim that they had their day»].

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con los otros amigos de Monsieur Brummell: el poeta Byron, el viejo dramaturgo Sheridan, el duque de Wellington y el príncipe Federico, duque de York, con la princesa Federica de Prusia.» Una reunión que pronto se descubre también de fantasmas. «Cuando sucedía, sucedía de repente. Un momento, Brummell saca el brazo para acompañar a la duquesa de Devonshire a través de la habitación, el siguiente, sus ojos se abrían a la realidad que le rodeaba. La habitación estaba vacía. No había nada en frente de él más que candelabros, espejos y el joven francés [Fichet, el hijo del hotelero, que actuaba como mayordomo] con pena en sus ojos. Fichet se había habituado eventualmente, decía, a la oscura pantomima de anunciar a los fantasmas de Brummell: las duquesas y cortesanos muertos hacía mucho tiempo, las celebridades de la Regencia que habían sido los amigos de Monsieur. Pero temía el momento en el que Brummell despertaba de su mascarada y veía la realidad ante él: la ruina de su fama y fortuna, y de su mente.» Y finalizaba la descripción de esa tarde espectral: «El francés apagaría entonces las velas, cerraría las ventanas y dejaría a Beau Brummell —el que había sido el hombre más sociable de Londres— en completa privacidad, y en el silencio profundo de su mente arruinada».46 Dos comienzos que tienen mucho de final. Dos principios que están también, casi con las palabras exactas, en esa fuente de la que se hablaba 46/  Kelly, op. cit. (nota 25), pp. XI-XII [Texto original: «Room twenty-nine was at the top of the Hôtel d'Angleterre, overlooking the slate roof-tops of Caen. Georgiana, Duchess of Devonshire, en route to Paris with her daughter, was the first guest to admire the view, and within minutes room twenty-nine was pressed with Monsieur's Brummell other friends: the poet Byron, the old playwright Sheridan, the Duke of Wellington and Prince Frederick, Duke of York with Princess Frederica of Prussia. (...) When it came, it came suddenly. One moment, Brummell held out his arm to escort the Duchess of Devonshire across the room, the next, his eyes were opened to the reality around him. The room was empty. There was nothing in front of him but the candles, the mirrors and the young Frenchman with pity in his eyes. Fichet eventually became inured, he said, to the dark pantomime of announcing Brummell's ghosts: the long-dead duchesses and courtesans; the Regency celebrities who had been Monsieur's friends. But he dreaded the moment when Brummell woke from his masquerade and saw the reality around him: the ruination of his fame and fortune, and of his mind: (...) / The Frenchman would then blow out the candles, shut the windows and leave Beau Brummell —once the most sociable man in London— to the complete privacy, and the utter silence of his ruined mind»].

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y de la que parten todos, en esa Life of Georges Brummell, esq., commonly called Beau Brummell, que escribió el capitán Jesse, William Jesse, y que se publicó muy poco después del fallecimiento del Beau en 1840. «En ciertas noches la extraña fantasía de que era necesario que diera una fiesta se apoderaría de él, y de acuerdo con esto invitaba a muchas de las personas distinguidas de las que había sido íntimo en épocas anteriores, aunque algunas de ellas se encontraban entre los muertos.» Y comenzaba la reunión: «A las ocho en punto este hombre [el que le atendía], al que ya había dado instrucciones, abría bien las puertas de su salón, y anunciaba a la “Duquesa de Devonshire”. Al sonido del inolvidable nombre de Su Gracia, el Beau, levantándose instantáneamente de su silla, avanzaría hacia la puerta, y saludaría al aire frío de la escalera, como si hubiera sido la bella Georgiana misma. [...] “¡Ah! Mi querida duquesa”, balbuceaba el Beau, “qué feliz estoy de verla: ¡muy amable de su parte con tan poco tiempo! Por favor, siéntese en este sillón, sabe, fue un regalo de la duquesa de York, que era una gran amiga; pero, pobrecilla, sabe, ya no está”. Aquí los ojos del anciano se llenaban con las lágrimas de la idiotez, y hundiéndose en el fauteuil, se sentaría durante un tiempo con la mirada vacía sobre el fuego, hasta que Lord Alvanley, Worcester, o cualquier otro amigo que eligiese llamar, fuera anunciado, cuando se levantaba de nuevo para recibirlos, y continuaba con una pantomima similar. A las diez, su criado anunciaba los carruajes, y esta farsa llegaba a su fin».47 47/  Jesse, op. cit. (nota 39), vol. II, pp. 243-244 [Texto original: «On certain nights some strange fancy would seize him that it was necessary he should give a party, and he accordingly invited many of the distinguished persons with whom he had been intimate in former days, though some of them were already numbered with the dead. / (...) At eight o'clock this man (...) opened wide the door of his sitting-room, and announced the “Duchess of Devonshire.” At the sound of Her Grace well-remembered name, the Beau, instantly rising from his chair, would advance towards the door, and greet the cold air from the staircase, as if it had been the beautiful Georgiana herself. (...) “Ah! My dear Duchess”, faltered the Beau, “hoe rejoiced I am to see you; so very amiable of you at this short notice! Pray bury yourself in this arm-chair: do you know it was a gift to me from the Duchess of York, who was a very kind friend of mine; but, poor thing, you know, she is no more”. Here the eyes of the old man would fill with the tears of idioticy, and, sinking into the fauteuil himself, he would sit for some time looking vacantly at the fire, until Lord Alvanley, Worcester, or any other old friend he chose to name, was announced, when he again rose to receive them, and went through a similar pantomime. At ten, his attendant announced the carriages-and this

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Los bailes de máscaras de Londres se habían convertido en reuniones de espectros en Caen, incluso Brummell terminó siéndolo, era esa aparición singular que necesita de una biografía como único retrato posible: «Sin una simple acción noble, importante, o valiosa, en su crédito, hizo de sí una figura; él es un símbolo; su fantasma camina todavía entre nosotros».48 Aunque, quizás, esa figura que Brummell hizo de sí y que nos ha llegado, ese fantasma que aún anda por aquí, no sea otra cosa que una figura de cera, la que el capitán Jesse modeló en esa biografía del Beau que ha sido definida como «una fábula moral victoriana»:49 «Así la mayoría de las biografías victorianas son como las figuras de cera conservadas ahora en Westminster Abbey, son llevadas en procesiones funerales por la calle —efigies que solo tienen una ligera semejanza superficial con el cuerpo en el ataúd»50 porque «la época victoriana fue rica en figuras remarcables muchas de las cuales han sido deformadas groseramente por las efigies que se les han modelado encima».51 Efigie deformada porque cuando se fabrica una figura de cera hay que elegir bien el instante en que se retrata al personaje, debería ser el que se considera más característico, y el capitán Jesse optó por hacerlo no cuando estaba en la cima, sino en el periodo de su hundimiento, convirtiendo esta época en su momento más representativo. De tal forma, incluso, que ese primer volumen de The Life of George Brummell, esq., commonly called Beau Brummell, en el que no todo está dedicado farce was at an end»]. 48/  Woolf, op. cit. (nota 45), p. 188 [Texto original: «Yet without a single noble, important, or valuable action to his credit he cuts a figure; he stands for a symbol; his ghost walk among us still»]. 49/  Gagnier, R., Idylls of the Marketplace: Oscar Wilde and the Victorian Public, Stanford, Stanford University Press, 1986, p. 69 [Texto original: «A Victorian morality tale»]. 50/  Woolf, V., «The Art of Biography», en Selected Essays, Oxford y Nueva York, Oxford University Press, 2008, p. 117 [Texto original: «And thus the majority of Victorian biographies are like the wax figures now preserved in Westminster Abbey, that were carried in funeral processions through the street —effigies that have only a smooth superficial likeness to the body in the coffin»]. 51/  Ibídem, p. 118 [Texto original: «The Victorian age was rich in remarkable figures many of whom had been grossly deformed by the effigies that had been plastered over them»].

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a la caída, la ruina, la huida, la prisión, la enfermedad y la muerte, sino que también habla del triunfo, queda presidido en el frontispicio por el retrato —grabado por R. H. Cooke en base a un dibujo anónimo— del dandi en el exilio, paseando un día de viento por las calles desiertas de Caen, camino de la tienda de Mr. Armstrong, su amigo y casi su tutor en los últimos años (fig. 3). Es un Brummell de perfil, gordo, encorvado y avejentado, con la mirada perdida y una sonrisa Fig. 3: R. H. Cooke, (grab.), frontispicio idiota en la cara, quizás; que de W. Jesse, The Life of George Brummell, lleva sombrero de copa y un commonly called Beau Brummell, Saunders abrigo con cuello de piel y capa and Otley, Londres, 1844. y que con las manos en la espalda sostendría, pegando el brazo que no se ve al cuerpo, su sombrilla con la cabeza de Jorge IV, aunque aquí no sea del todo reconocible. Un Brummell en decadencia que no solo camina por Caen sino por todo el libro, adelantando ya desde las primeras páginas ese final que estaba previsto. Un Brummell deteriorado que no se esperaba encontrar nada más abrir el volumen y que remite a distintos momentos de su vida; unos conocidos de sobra en la época y otros que se van descubriendo a medida que avanza la lectura. El primero con el que puede asociarse —todavía en el volumen I— es el de su ruptura con el príncipe de Gales, más tarde Jorge IV, y con una de sus posibles explicaciones: cuando le comparó con uno de los porteros de Carlton House al que llamaban Big Ben por su altura y su volumen. También puede relacionarse con una de las escenas que siguieron a esta enemistad: «Por supuesto, después de su ruptura, el Regente determinó tomar ventaja de la primera oportunidad que sucediera para mostrar

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Identidades en conflicto / 343 al mundo que ya no estaba ansioso de continuar con su relación. La ocasión [...] se presentó no mucho después en un paseo matutino, cuando el príncipe, colgado del brazo de Lord Moira, se encontró con Brummell y Lord A[lvanley] viniendo en la dirección opuesta, y, probablemente con la intención de hacer su Corte más evidente, Su Majestad se paró y habló con el lord, sin dar cuenta de la presencia del Beau, pensando poco en que se la devolvería; grandes tuvieron que ser su sorpresa y disgusto cuando, al darse la vuelta cada pareja para continuar con su paseo, le oyó decir en un tono distinguible, expresivo de la completa ignorancia de su persona: “A[lvanley], ¿quién es tu gordo amigo?”».52

Una chanza que se hizo famosa en la época. La gordura del príncipe de Gales era algo a lo que se aludía con frecuencia como un síntoma que desvelaba su carácter desmedido y, más tarde, también, como un signo de los excesos de la Regencia y su reinado, una sociedad que «nunca había sido tan pródiga y disipada desde los voluptuosos días de Carlos II». Según el capitán Jesse, «Este comentario es particularmente aplicable a esa parte de ella a la que Brummell fue presentado tan pronto —el círculo real de la Regencia».53 Estas alusiones se repiten en las caricaturas de esos años, desde, por ejemplo, A Voluptuary under the horrors of Digestion (Un voluptuoso bajo los horrores de la digestión), que le presenta después de un atracón con el chaleco a punto de reventar, realizada por James Gillray y publicada por Humphreys en 1792 cuando todavía no era regente; o 1812 or Regency a la mode (1812 o la Regencia a la 52/  Jesse, op. cit. (nota 39), vol. I, p. 217 [Texto original: «Of course, after this break, the Regent determined to take advantage of the first opportunity that occurred of showing the world that he was no longer anxious to continue the acquaintance. An occasion for his so doing presented itself not to long after in a morning walk, when the Prince, leaning on Lord Moira's arm, met Brummell and Lord A____ coming in the opposite direction, and, probably with the intention of making the cut more evident, His Royal Highness stopped and spoke to his Lordship, without noticing the Beau—little thinking that he would resent it; great therefore must have been his surprise and annoyance, as each party turned to continue their promenade, to hear him say in a distinct tone, expressive of complete ignorance of his person: “A____, who's your fat friend?”»]. 53/  Ibídem, vol. II, p. 274 [Texto original: «Which had never been more prodigal and dissipated since the voluptuous days of Charles the Second. This remark is particularly applicable to that portion of it into which Brummell was so early introduced the royal circle of the Regency»].

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moda), de William Heath, en la que un personaje que recuerda al general McMahon tiene que apoyar el pie en la espalda del futuro Jorge IV para ajustar un corsé a su barriga improbable, en una escena que tiene mucho de la toilet de un dandi y que coincidiría casi en fechas con la ruptura entre Brummell y su antiguo mentor; hasta Our fat friend going to roost (Nuestro gordo amigo yendo a sentar la cabeza), de John Marshall, de 1820, que recoge la burla de Brummell en su título y que Fig. 4: J. Gillray, A Voluptuary under the presenta a un rey ebrio conhorrors of Digestion, 1792 (Museo Británico, ducido al lecho por tres mujeLondres). res también borrachas, haciendo referencia al intento de Jorge IV de deshacer su matrimonio con Carolina de Brunswick cuando accedió al trono (figs. 4 y 5). Son anécdotas e imágenes populares que Jesse invierte al introducir ese dibujo de Brummell en el frontispicio. Ya no es aquel Beau cuyas «justas proporciones eran remarcables», y que podía haberse ganado la vida tras su huida de Inglaterra «como modelo de un artista o haber sido bien pagado deambulando por Francia de feria en feria, encarnando a las estatuas de los antiguos»,54 sino que lo presenta en el momento en el que le conoció, en Caen en 1832, cuando el dandi había tenido que cambiar su traje de noche y utilizar pantalones largos y botas porque había engordado: «Es difícil imaginar qué podía haberle llevado a adoptar las dos últimas innovaciones en su traje de noche, a menos 54/  Ibídem, vol. I, p. 39 [Texto original: «The just proportions of his form were remarkable; (...) and he would readily have found an engagement as a life-sitter to an artist, or got well paid to perambulate France from fair to fair, to personate the statuary of the ancients»].

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que la disculpa normal para esta degeneración del gusto moderno, fueran las proporciones alteradas de sus piernas».55 ¿Quién es tu gordo amigo?, podría, remedando la broma del propio Brummell, preguntarse el lector, entonces. Era un gordo amigo al que el capitán Jesse no parece tomarse demasiado en serio cuando lo describe en sus paseos por las calles de la ciudad normanda. Con «cada cabello [...] en el lugar adecuado, y su sombrero un poco ladeado, bien ganté, con una sombrilla bajo su brazo, su cuerpo Fig. 5: W. Heath, 1812 or Regency a la ligeramente encorvado, y su cor- mode, 1812 (Museo Británico, Londres). bata reflejándose en sus botas brillantes, emergía de la porte-cochère del hotel, y procedía, deslizándose, como un caracol, de puntillas, a bajar la calle, ya fuera para hacer una visita de mañana, o para matar el intervalo hasta la cena vagando con algún conocido por la Rue St. Jean, la principal de la ciudad».56 El dandi no se quitaba el sombrero al saludar para que su peluca no se moviera, «una catástrofe demasiado terrible para encontrársela sin motivo»,57 y, si el suelo estaba embarrado, era capaz de caminar de puntillas, con la 55/  Ibídem, vol. II, p. 58 [Texto original: «It is difficult to imagine what could have reconciled him to adopt the two latter innovations upon evening costume, unless it were the usual apology for such degeneracy in modern taste, the altered proportions of his legs»]. 56/  Ibídem, vol. II, p. 61 [Texto original: «Every hair being at last in its right place, and his hat a little on one side, bien ganté, with an umbrella under his arm, his body slightly bent, and his tie reflected in his lucent boots, he emerged from the portecochère of the hotel, and proceeded, creeping, snail-like, on tiptoe down the street, either to make a morning call, or to kill the interval till dinner by lounging with an acquaintance in the Rue St. Jean, the principal street of the town»]. 57/  Ibídem, vol. II, p. 62 [Texto original: «A catastrophe too dreadful to be wantonly encountered»].

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intención de no ensuciarse las botas de las que su limpiabotas había pulido hasta las suelas, tal y como él mismo se había molestado en enseñarle en una clase particular para que no descuidara sus obligaciones. Más aún, cuando iban juntos y se acercaba demasiado, pedía al capitán Jesse que se alejase para que no le salpicara ni los pantalones ni las botas. «¡Mantén mi distancia!; una orden que había recibido tan a menudo en los desfiles que obedecía mecánicamente».58 Añadiendo, para cerrar su paródica descripción del dandi en sus paseos por Caen, que solo se ponía zuecos cuando, si llovía, tenía que salir para una cena y su anfitrión no podía enviarle un coche, porque «los ocultaba la oscuridad de la noche. Había mucho de filosofía del beau monde en esto: el robo, en Esparta, era un crimen —pero solo cuando era descubierto».59 Jesse presenta a un dandi ridículo que está gordo y que se va desvelando glotón a medida que avanza el relato; lo que al principio parece una obsesión de gourmet —como cuando prisionero por sus deudas, parece solo preocuparse por la frugalidad y calidad de las comidas que le llevaban a la cárcel o que pide fresas como forma de aliviar su encierro—, se descubre poco después como gula incontrolable, síntoma de su locura: come por comer, bulímicamente. «Su otra gratificación era comer, lo que, como su apetito era innatural, hacía enormemente. Era conocido por haberse atiborrado con quince platos uno tras otro. Pero la calidad de su dieta era bastante inmaterial. Comía carne como si hubiese sido pan, aparentemente inconsciente de que hubiese alguna diferencia entre ellos; tampoco podría distinguir la cerveza del champán. Él quien se había, un año o dos antes, casi peleado por las alas de un pollo, y había tirado su plato indignado porque era tomate en lugar de otra salsa».60 58/  Ibídem, vol. II, p. 63 [Texto original: «'Keep my distance!; an order that I had so often received on parade that I obeyed mechanically»]. 59/  Ibídem [Texto original: «(...) as they were concealed by the obscurity of the evening. There was much of the beau monde philosophy in this; theft, in Sparta, was a crime-but only when discovered»]. 60/  Ibídem, vol. II, p. 248 [Texto original: «His other gratification was to eat, which, as his appetite was unnatural, he did enormously. He was known to have partaken of fifteen dishes one after the other. But the quality of his diet was quite immaterial. He ate meat as if it had been bread, apparently unconscious of there being any difference between them; neither could he distinguish beer from champagne. He who had, a year or two before, almost quarrelled for wings of chickens, and sent his

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Una forma de comer incontrolada, engullendo, que resultaba desagradable, pero que de todas formas, no fue la causa principal para que le dejasen de servir en público y lo hicieran en su habitación, sino que fue por «el deplorable estado de su persona»,61 como se verá más adelante. Otro de los momentos a los que podría llevar la imagen es a la ocasión perdida que supuso para Brummell la visita que hizo Jorge IV a Calais de paso hacia sus territorios alemanes en 1821, cuando el dandi todavía no se había mudado a Caen. Durante esos días nunca llegaron a reunirse. Fue una casualidad desaprovechada por el Beau que podría haberse reconciliado con su antiguo mentor quien, con cierta seguridad, comenta Jesse, le hubiese facilitado su situación en el exilio. Cuando el monarca desembarcó, Brummell, en lugar de esperarle junto a las autoridades, tomó el camino contrario para dar su paseo diario. Un paseo que no acabó de la forma esperada y que puso a Brummell en una situación vergonzante ante la que, parece, no supo reaccionar de la forma adecuada. Cuando regresaba a su alojamiento, se encontró con que no podía acceder a él porque la comitiva real pasaba en ese instante por delante de la puerta. Jesse recoge el recuerdo de este embarazoso encuentro de M. Leleux, el dueño del antiguo Hôtel d'Angleterre en el que el dandi se alojaba: «Desde luego, se quitaron todos los sombreros al aproximarse el carruaje, y cuando estaba cerca de la puerta, oí al rey decir en voz alta, “¡Buen Dios! ¡Brummell!”. El último, que estaba descubierto en ese momento» —parece que al menos sí se quitaba el sombrero ante Jorge IV— «cruzó, y pálido como la muerte, entró en la casa por la puerta privada, y se retiró a su habitación sin dirigirse a mí».62 La explicación para que Brummell huyera de presentarse ante el monarca que da el capitán Jesse es que el dandi «probablemente sintió que un rechazo a verle habría sido una indignidad a la que no elegía ser expuesto; [...] se sintió, incluso en sus dificultades, sin la voluntad de rebajarse con el único hombre que podía garantizarle el favor que tanto plate indignantly away because it was tomata instead of some other sauce (...)»]. 61/  Ibídem, vol. II, p. 249 [Texto original: «(...) the deplorable state of his person»]. 62/  Ibídem, vol. II, p. 6 [Texto original: «Of course, all hats were taken off as the carriage approached, and when it was close to the door, I heard the King say in a loud voice, “Good God! Brummell!” The latter, who was uncovered at the time, now crossed over, as pale as death, entered the house by the private door, and retired to his room, without addressing me»].

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necesitaba».63 Pero, sin duda, tal y como también ha visto Ian Kelly,64 ese retrato del frontispicio dirige hacia otro dibujo citado en el libro, una caricatura que, ya casi al final de su vida, hizo de Brummell un colegial inglés y que fue litografiada y distribuida por toda la ciudad de Caen con los siguientes versos: «Afilado sopla el viento, y penetrante es el frío / mis alfileres son débiles, y me estoy haciendo mayor; / sobre mis hombros he extendido esta capa desgastada, / con un paraguas para proteger la cabeza, / que una vez tuvo el ingenio suficiente para al mundo sorprender, / pero ahora, no posee nada sino una peluca bien rizada. / ¡Ay! ¡Ay! ¡Mientras la lluvia y el viento golpean, / el gran Beau Brummel así debe andar por la calle!».65 Jesse sigue describiendo al dandi, arruinado por completo y casi demente, caminando con paso débil y vacilante por las calles de Caen y teniendo que apoyarse en las paredes para sostenerse, mientras algunos niños le siguen haciéndole burla. Ya ni siquiera «su viejo manto [...] que cubría todos sus harapos» podía esconder su «extraña y deplorablemente mísera» apariencia,66 esa que le había sacado del comedor del Hôtel d'Angleterre. Pero la operación es más perversa, si cabe, porque ese dibujo que le presenta en decadencia podría leerse como un autorretrato, una representación de Brummell hecha por el propio Brummell, tal y como la dedicatoria que la acompaña parece sugerir: «Muy sinceramente suyo, George Brummell». Esa dedicatoria funciona como una cartela —en colaboración con el propio título del libro, The life of George Brummell, Esq., commonly 63/  Ibídem, vol. II, p. 7 [Texto original: «(...) he probably felt that a refusal to see him would be an indignity to which he did not choose to be exposed; (...) he felt, even in his difficulties, most unwilling to cringe to the only man who could grant him the favour he so much needed»]. 64/  Kelly, op. cit. (nota 25), il. 73. 65/  Jesse, op. cit. (nota 39), vol. II, p. 240 [Texto original: «Keen blows the wind, and piercing is the cold; / My pins are weak, and I am growing old; / Around my shoulders this worn cloak I spread, / With an umbrella to protect the head, / Which once had wit enough to astound the world, / But now, possesses nought but wig wellcurl'd. / Alas! alas! while wind and rain do beat, / That great Beau Brummell thus should walk the street!»]. 66/  Ibídem, vol. II, pp. 238 y 240 [Textos originales: «His old cloak (...) covered all his rags»; «So odd and deplorably forlorn was his appearance»].

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called Beau Brummell— y certifica quién es el personaje que se está viendo. También avala que lo que se ve es el modo en el que ese a quien se está mirando se representa y quiere mostrarse, al menos ante la persona que recibió el dibujo, aunque ahora lo hace ante todo el que coge el libro: el «suyo» ha dejado de ser de otro y se ha convertido en «nuestro», como el Príncipe IV pasó del «tu gordo amigo» de la anécdota a «nuestro gordo amigo» de la caricatura. Incluso quizás no solo indique eso, sino que el texto, a pesar de que tiene mucho de fórmula de cortesía, afirma que esa representación es sincera: no es únicamente cómo se representa y se quiere mostrar ante alguien, sino cómo se ve a sí mismo, francamente, y lo hace como un Beau en decadencia. «Todo depende de la cartela», como subraya Phillippe Lejeune,67 cuando se trata de mirar un autorretrato. Es la cartela la que posibilita entender la imagen como tal. Sucede lo mismo con el nombre del autor en la portada de una autobiografía, porque cierra el pacto entre escritor y lector permitiendo que esta pueda leerse como un «relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad», además de garantizar que todo lo que allí está escrito es verdadero.68 La dedicatoria y firma de Brummell, al estar inscritas en el dibujo —como sucede con algunos autorretratos tardomedievales, renacentistas y barrocos, según Lejeune—, le dan autenticidad y, de algún modo, le confirieren autoridad. Una autoridad que aquí podría entenderse en un triple sentido: el de autoría, el de legitimidad y el de cita que apoya el texto principal. Así, esta autoridad se haría extensiva a toda la biografía: facilitaría que esta vida se leyera como lo que hoy se entiende como «una biografía autorizada». Algo que refuerza el hecho de que el autor, el capitán Jesse, conociera al personaje del que habla, Brummell, como sugiere el «suyo» de la dedicatoria y se descubre un poco más tarde con la lectura del texto. «El conocimiento personal es considerado todavía, tanto por muchos biógrafos como lectores, una

67/  Lejeune, P., «Mirar un autorretrato», en Herráez, B. y Rubira, S. (eds.), En primera persona la autobiografía, Madrid, Comunidad de Madrid, 2008, pp. 224-234. 68/  Lejeune, P., «El pacto autobiográfico», en El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, Megazul-Endymion, pp. 49-87.

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poderosa cualificación, si no una esencial, para escribir una vida»,69 sostiene Catherine Parke sobre el género de la biografía. Un conocimiento que en este caso tampoco fue tanto porque, como Moers explica, el capitán Jesse «había pasado la mayor parte de su vida sirviendo en el ejército fuera de Inglaterra, y la primera vez que se encontró con Brummell, el Beau había estado dieciséis años en el exilio».70 Es una circunstancia que quizás explicaría también por qué el Brummell del capitán Jesse, el «suyo», no es el que triunfaba en los salones de la Regencia, sino el anciano Beau que pasea por Caen. Cabría entonces la posibilidad de que este retrato fuera uno que el propio dandi le regalara al capitán Jesse como recuerdo de su encuentro, a pesar de que no lo menciona en ningún momento a lo largo de los dos volúmenes y resultaría extraño. Aunque seguramente se trate de uno de los dibujos que Brummell hacía y regalaba a sus amigos, como se comenta en varias ocasiones en la biografía; uno que el capitán Jesse pudo recoger como hizo con las cartas de ese periodo final que incluyó en la biografía. Tal vez estuviera pensado para su joven protegida en Caen a la que, como se puede ver en la correspondencia que reproduce el capitán, envió algunos dibujos; una joven que, según Jesse, sustituyó a la hija adolescente de su casera en Calais, Mlle. Amaible, con la que el Beau parecía tener una relación platónica, tal y como el capitán Jesse lee —y condiciona la lectura posterior— las cartas que, dirigidas a ella, incluye en el libro. El dibujo era una afición usual entre la alta sociedad de la época, como se demuestra a lo largo de The Life. Realizaban estos diseños —como también sucedía con los poemas— para intercambiarlos y después incluirlos en sus álbumes. Parece que Brummell destacaba como dibujante y que sus dibujos se comentaban en las reuniones sociales, tanto es así que un anciano ratón de biblioteca, Mr. Lister, poco dado a estos encuentros y desconocedor de la fama del Beau, le confundió con un artista durante una cena a la que ambos estaban invitados y en la que se mostraron algunos de ellos. Cuenta el capitán Jesse: 69/  Parke, op. cit. (nota 42), pp. 3-4 [Texto original: «Acquaintance is still considered by many biographers and reader alike to be an empowering qualification, if not an essential one, for writing a live»]. 70/  Moers, op. cit. (nota2), p. 22 [Texto original: «He had spent most of his life serving in the army outside England, and when he first met Brummell the beau had been sixteen years in exile»].

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Identidades en conflicto / 351 «Un día, a Mr. Lister, de Armytage Park, [...] se le pidió que cenara allí [en Ticksell Hall, residencia de Lord Grandville] y durante la media hora generalmente estúpida que precede a esta comida, algunos de los dibujos de Brummell se pasaron entre la compañía, mientras él estaba tranquilamente conversando en alguna parte distante de la sala. Al fin la cena fue anunciada, y el Beau se levantó para ofrecer su brazo a una dama de alto rango, su íntima amiga, como también hizo Mr. Lister con la misma dama; pero al observar las intenciones del anciano caballero, inmediatamente desistió: cuando Mr. L. confundiéndole con un artista, dijo, para la infinita sorpresa de la dama, “Me alegra ver que el joven entiende cuál es su lugar”, y no fue hasta el final de la cena, que descubrió quien era realmente el joven».71

Sea como sea —un dibujo de autor anónimo al que se le ha añadido una dedicatoria extraída de una carta o un autorretrato, que es bastante probable— lo que sí queda claro es la intencionalidad de esa apertura: presentar a Brummell en decadencia, incluso antes de contar su éxito como árbitro de la elegancia entre la alta sociedad del último periodo del reinado de Jorge III y la Regencia. Así el relato del triunfo del Beau del primer volumen queda presidido por un Brummell vencido, avanzando ese final que se hacía necesario y transformando toda la biografía en «una narrativa de desgracias»,72 como la califica el propio capitán Jesse en uno de los últimos capítulos del segundo volumen. Jesse elige una forma de relatar que recuerda, como ha indicado Clara Tuite,73 a los relatos de «auge y caída» del siglo xviii como esas pinturas y 71/  Jesse, op. cit. (nota 39), vol. II, p. 73 [Texto original: «One day, Mr. Lister, of Armytage Park, who lived in the neighbourhood, a great bookworm, whose library was his world, was asked to dine there, and during the generally stupid halfhour which precedes that repast, some of Brummell's drawings were handed about amongst the company, while he was quietly engaged in conversation in some distant part of the room. At last the dinner was announced, and the Beau rose to offer his arm to a lady of high rank, his intimate friend, as did also Mr. Lister to the same lady; but observing the old gentleman's intentions, he immediately withdrew: when Mr. L. mistaking him for an artist, said, to the infinite amusement of the lady, “I”m glad to see the young man understands his place; and it was only towards the close of dinner, that he discovered who the modest young man really was»]. 72/  Ibídem, p. 227 [Texto original: «The remainder of my task is to relate an uninterrupted narrative of misfortunes rapidly succeeding each other, and increasing in severity an accumulation of distresses, in purse, of body and mind»]. 73/  Vid. Tuite, C., «Trials of the dandy: George's Brummell scandalous celebri-

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grabados con «asunto moral moderno» que William Hogarth y algunos de sus imitadores pusieron de moda en el siglo xviii.74 El propio capitán Jesse establece esa posible relación en la conclusión de la biografía, no tanto cuando escribe sobre Brummell, al que de algún modo pretende exculpar diferenciando entre hedonismo y libertinaje y buscando una justificación a su comportamiento a partir del momento histórico que le tocó vivir y a la influencia del príncipe de Gales, luego Jorge IV, y sus amistades, sino cuando lo compara con Lord Hertford, del que dice: «Si Hogarth hubiese vivido en estos días, su buril probablemente habría dejado a la posteridad los hechos de este Charteris, de este Pan de nuestro tiempo. El Shakespeare de los grabadores habría delineado un Reading of the Will, inferior, quizás, en ejecución, pero más acertado en su moral que ese de los Teniers británicos».75 De hecho, los últimos pasos del Beau —el endeudamiento, la persecución de los acreedores, el intento de disponer de dinero a través de las ganancias obtenidas con una obra literaria, la cárcel y el manicomio— en The Life of George Brummell, esq., coinciden con muchos de los de Tom Rakewell, el protagonista de A Rake's Progress, la serie de cuadros que pintó William Hogarth en 1733 y que dos años después comercializó como grabados añadiendo —a diferencia de lo que había hecho unos años antes con las estampas de A Harlot's Progress—, unos poemas del Dr. John Hoadley, hijo del obispo de Winchester, Benjamin Hoadley, iniciador de la controversia bangoriana y Whig declarado, que acompañaban lo que se veía en las imágenes, haciendo que el texto fuera necesario para leerlas. La vida de Tom Rakewell empieza cuando, muerto su padre, recibe la herencia y decide abandonar sus estudios en la Universidad de Oxford para regresar a Londres. Al llegar toma tres decisiones: encargar trajes nuevos al sastre; reformar la que ahora es su casa para ty», en Mole, T. (ed.), Romanticism and Celebrity Culture, Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press, 2009, pp. 143-167. 74/  Vid. Antal, F., «The Moral Purpose of Hogath's Art», Journal of the Warburg and Courtauld Institute, vol. 15, n.º 3/4 (1952), pp. 169-197. 75/  Jesse, op. cit. (nota 39), p. 278 [Texto original: «Had Hogarth lived in these days, his burin would probably had handed down to posterity the deeds of this Charteris, this Pan of our time. The Shakespeare of Engravers would have delineated a Reading of the Will, inferior, perhaps, in execution, but more pointed in its moral than that of the British Teniers»].

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ponerla a la moda, aprovechando que tiene que buscar el dinero escondido por su miserable padre, y abandonar a su amante, la criada Sarah Young, a la que ha seducido con promesas de boda y dejado embarazada. Pronto comienza a recibir en su levée mientras se prepara para salir. Toma clases de música, de danza y de esgrima, aunque esto último no lo necesite porque tiene un sicario que le defiende de sus enemigos. Patrocina a músicos como Farinelli, el castrado, y compra obras de maestros antiguos. Tras pasar la tarde y parte de la noche en uno de los clubes que se estaban creando en ese momento o en el teatro, se supondría, acaba de noche visitando la taberna de Rose, en Drury Lane, donde le atienden las prostitutas que aprovechan que está borracho para robarle. Derrocha su renta y se endeuda hasta que sus acreedores le denuncian y es detenido camino de una fiesta en el Palacio de Saint James. Sarah Young, que ahora es sombrerera, logra que los alguaciles le liberen antes de llevárselo a la prisión al pagar la multa con sus escasos ingresos. Arruinado, Tom decide casarse por conveniencia con una anciana adinerada y probar suerte escribiendo una obra de teatro para que la produjera el famoso John Rich. Pero la suerte le había dado la espalda: su drama fue rechazado y perdió todo lo que había conseguido con su conveniente matrimonio en una mala apuesta en White's, no pudiendo evitar acabar encarcelado en la prisión de Fleet Street de la que había logrado librarse gracias a Sarah. Desesperado, Tom enloquece y acaba sus días en el manicomio de Bedlam asistido por la fiel Sarah y convertido en espectáculo para damas elegantes. El progreso de Brummell no dista mucho, como se decía, del de Rakewell; en algunos puntos solo parecen cambiar los nombres de los personajes y los escenarios, y, aunque la biografía que escribe el capitán Jesse se aleja en general de la sátira punzante de Hogarth —a pesar de que hay momentos en los que la toca, como se ha comprobado en la descripción que hace de Brummell en Caen—, no evita su tono moralizante. Brummell, como Rakewell, abandonó Oxford cuando murió su padre para integrarse en la alta sociedad. Se alistó primero en el elegante 10.º regimiento de Húsares, que comandaba el príncipe de Gales, del que se había convertido en favorito. Antes de que el campamento de

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los húsares se trasladara de Brighton a Manchester, dejó el ejército para mudarse a Londres y abrir su propia casa en Mayfair en 1799, coincidiendo con su mayoría de edad. Se relacionó con la aristocracia y comenzó a asistir a la ópera, los teatros y los bailes. Sus trajes empezaron a hacerse famosos y su levée era muy frecuentado. Destacaba también por su ingenio en la conversación. Era miembro de algunos de los clubes más prestigiosos. Sus visitas a Carlton House, residencia del futuro Jorge IV, se hicieron frecuentes hasta que rompió con él y perdió su protección a comienzos de la década de 1810. Empezó a apostar con fuerza a las cartas y terminó endeudándose, tanto que tuvo que escapar una noche de 1816 para que no lo encarcelaran y cruzar el Canal estableciéndose en Calais. En 1830 fue nombrado cónsul en Caen. Era un intento de recuperar su estabilidad económica. Fue alejado de su cargo pronto, solo dos años después, y las deudas empezaron a acumularse de nuevo hasta que fue ingresado en prisión en 1835 denunciado por su banquero. Ya liberado, su enfermedad, de la que había tenido síntomas antes, fue empeorando. En 1839 tuvo que ser llevado al Hôpital du Bon Sauveur, un manicomio, donde murió en 1840. The life of George Brummell, esq. participaba, como hace A Rake's Progress, en el establecimiento de un tipo, o más bien estereotipo, de masculinidad fuera de la norma que se estaba imponiendo como dominante: la del matrimonio y la familia,76 como se confirmará más adelante en una de las conclusiones finales de Jesse. Si antes era la del rake, el libertino, aunque en los grabados de Hogarth tuviese también algo de fop y de cit, otras masculinidades que se escapaban de la norma en la Inglaterra del xviii,77 ahora será la del Beau «(eso es el dandi)».78 La narrativa de auge y caída que venía del siglo xviii se constituye como característica del progreso de Brummell. El fracaso se hacía necesario como un modo de desactivar la amenaza a lo establecido, o a lo que se estaba estableciendo, que suponía su figura. Una amenaza que atacaba también a la idea de clase, porque Brummell no se mantuvo en el lu76/  Vid. Foucault, M., Historia de la sexualidad I: la voluntad del saber, México, Siglo XXI, 2012. 77/  Vid. Hallett, M., «Manly Satire: William Hogarth's A Rake's Progress», en Fort, B. y Rosenthal, A., The Other Hogarth. Aesthetics of Difference, Princeton y Oxford, Princeton University Press, 2001, pp. 142-161. 78/  Jesse, op. cit. (nota 39), vol. I, p. 50 [Texto original: «(that is the dandy)»].

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gar que le correspondía: «Es una pena que Brummell no se contentara con la posición en la sociedad que su [la de sus antepasados de origen humilde] industria y mejor juicio le habían asegurado, y esto es lo que probablemente los sufrimientos y desgracias de su vida posterior le llevarían a pensar»,79 como también lo hacía el libertino de Hogarth. Sin embargo, a diferencia de Hogarth, el capitán Jesse demuestra cierta ambivalencia hacia su personaje. Por un lado, señala su simpatía hacia el dandi por su refinamiento y por el poder que alcanzó entre los círculos aristocráticos de la Regencia, como hace evidente a lo largo del primer volumen de la biografía y, por otro, rechaza su «afeminamiento» y su «ociosidad». «Esta es, quizás, la ocasión más favorable para contrastar a Brummell y su escuela con el escenario grosero y desenfrenado de su tiempo, y la porción vulgar y sin valor de la sociedad elegante en el presente», escribe en la conclusión para citar a continuación la novela autobiográfica Cecil, or the Adventures of a Coxcomb (1841) de Catherine Gore, a la que califica como una apología del Beau: «[...] “la escuela de Brummell, aunque afeminada, presuntuosa y frívola en su persecución del placer, lo persigue al final con menos peligro para los vasallos de Su Majestad que los alborotadores de tiempos más recientes”».80 Tras un ataque a esos nobles alborotadores de los que habla Gore, Jesse específica que entre la aristocracia también existe el grupo de aquellos que «no olvidan las responsabilidades adjuntas a su posición, y dedican tiempo, talentos y energía al servicio público y al ejercicio de la benevolencia privada», además de aquellos otros que, «como Brummell, pierden miserablemente sus capacidades en una rutina constante de disipación y trivialidades».81 O más ade79/  Ibídem, vol. I, p. 22 [Texto original: «(...) it is a pity that Brummell did not content with the position in society their industry and better judgment has secured for him, and this was probably brought to think by the sufferings and reverses of his later life»]. 80/  Ibídem, p. 283 [Texto original: «This is, perhaps, the most favourable opportunity for contrasting Brummell and his school with the coarse and riotous set of his own day, and the vulgar and worthless portion of fashionable society in the present. (...) The Brummell school, if effeminate, conceited, and frivolous in their pursuit of pleasure, pursued it at least with less peril to His Majesty's lieges than the rufflers of more recent times»]. 81/  Ibídem, p. 286 [Texto original: «Some there are also, who, while they enjoy the pleasures of that world, do not forget the responsabilities attached to their position,

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lante, de un modo más evidente, añade: «En Brummel, no obstante, aunque había mucho de sorpresa, había poco que admirar o elogiar. [...] No tenía virtudes llamativas, y vivía para disfrutar del paso del tiempo, aunque en este aspecto no era una excepción a aquellos que constituían el mundo elegante en su momento; o lo hacen en el presente; hubo, y hay, miles como él, ni mejores ni peores en principios o sentimientos, pero de lejos sus inferiores tanto en maneras como gustos».82

Esta ambivalencia entre simpatía y rechazo es necesaria porque, primero, ayuda a explicar el motivo de la elección de Brummell como objeto de biografía cuando «no hay nada que admirar o elogiar en él», y, segundo, porque para que esta narrativa de auge y caída fuera ejemplar, debía provocarse cierta identificación del lector con el protagonista, como señalaba Barthes. Un protagonista que además termina redimido en el último capítulo —cuando antes de morir, en un momento de cuestionable lucidez, se arrepiente y ayudado por la monja que le asiste en el Hospital del Bon Sauveur lleva a cabo un acto de contrición,83 una and who devote both time, talents, and energy to the public service and to the exercise of private benevolence; and some there are who, like Brummell, miserably waste their capacities in one everlasting routine of dissipation and trivialities»]. 82/  Ibídem, p. 286 [Texto original: «In Brummell, however, though there was much to amuse, there was little to admire or to commend (...). He had no striking virtues, and live for the enjoyment of the passing hour: yet in this respect he was no exception to those who constituted the world of fashion in his day, or do so in the present»]. 83/  «En la tarde de su muerte, [...] cerca de una hora antes de que expirara, habiendo llegado a ser su debilidad extrema, observé que asumía una apariencia de intensa ansiedad y miedo, y fijaba sus ojos en mí, con una expresión de súplica, levantando sus manos hacia mí, mientras permanecía en la cama, como si pidiese ayuda [...], pero sin decir nada. Después de esto, le pedí que repitiera conmigo el acte de contrition del ritual romano, como en nuestros libros de oraciones. Consintió inmediatamente, y repitió conmigo esa forma de oración de un modo sincero». Ibídem, p. 268 [Texto original: «On the evening of his death, (...) about an hour before he expired, the debility having become extreme, I observed him assume an appearance of intense anxiety and fear, and he fixed his eyes upon me, with an expression of entreaty, raising his hands towards me, as he lay in the bed, and as though asking for assistance (...), but saying nothing. Upon this, I requested him to repeat after me the acte de contrition of the Roman ritual, as in our prayer-books. He immediately consented, and repeated after me in a earnest manner (...) that form of prayer»].

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escena que se convertirá casi en un lugar común entre los dandis que le siguieron— y es exculpado en la conclusión, al vincular su actitud con la sociedad en la que vivió. De este modo, escribe: «Mientras que los sentimientos de compasión deben predominar necesariamente en este final melancólico de una vida, cuya mañana fue tan brillante y soleada, y cuyo mediodía aparentemente tan nublado, un examen calmado de la atrayente carrera que llevó a tan larga tarde de humillación y miseria, no puede dejar de despertar, en las mentes de muchos, reflexiones de un carácter serio: no solo conectadas con el individuo mismo, sino sobre la sociedad de la que fue el adorno cortejado, brillante y consentido».84 La vida de Brummell resultaba ejemplarizante por aquello que no alcanzó, aquello a lo que debe aspirar todo hombre: «No consiguió ninguno de los objetos principales de la vida de un hombre sensible, especialmente en estos tiempos difíciles: ni logró casarse bien, ni obtuvo un puesto —incluso no mantuvo el suyo».85 Ese puesto de rey de los dandis —«durante años reinó como el dictador absoluto de la sección elegante del mundo de Londres»—86 que perdió porque «fuesen cuales fuesen su poderes de agradar o de ridículo, le faltaba totalmente el juicio necesario para hacer de la posición que había obtenido por estos medios una ventaja sólida, [...] a pesar de su intimidad con grandes personas».87 Fue «una víctima de sus propias vanas nociones de aspiración; porque fue completamente incapaz de cumplir las abundantes llamadas a su 84/  Ibídem, p. 272 [Texto original: «While feelings of compassion must necessarily predominate at this melancholy termination of a life, the morning of which was so bright and sunny, and the noon seemingly so cloudless, a calm review of the alluring career that led to so long an evening of humiliation and misery cannot fail to awaken, in the minds of many, reflections of a serious character; not only as connected with the individual himself, but on the society of which he was the courted, brilliant and pampered ornament»]. 85/  Ibídem, p. 274 [Texto original: «He did not accomplish either of the principal objects of a sensible man's life, especially in these very hard times: he neither managed to marry well, nor to get a place-he did not even keep his own»]. 86/  Ibídem [Texto original: «For years he reigned absolute as the dictator of the fashionable section of the London world»]. 87/  Ibídem [Texto original: «But, whatever were his powers of pleasing or of ridicule, he was totally deficient in the judgement requisite to make the position he obtained by these means of any solid advantage to him, (...) in spite of his intimacies with great people»].

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bolsillo que los hábitos de tal sociedad suponían en él».88 Esta biografía se convertía en útil como enseñanza para aquellos que en ese momento se sumaban a la sociedad elegante. «Pero una vida de placer traerá siempre su propio castigo; y es escasamente posible concebir cualquier homilía, a pesar de que esté poderosamente escrita, cualquier consejo, a pesar de que esté dado con sinceridad y amabilidad, tan calculado para detener a aquellos que están entrando en el mundo de adoptar una carrera de disipación sin sentido como la contemplación de los últimos días y los lechos de muerte del “primer caballero de su época” y sus compañeros íntimos, el marqués de H[ertfor]d y George Brummell».89 El fracaso se hacía necesario. Era el único modo que podía hacer que escribir la vida de Brummell tuviera un sentido.

88/  Ibídem [Texto original: «He fell a victim to his own vain and aspiring notions; for he at length became unable to meet the heavy calls upon his purse which the habits of such society entailed upon him, and which had never been more prodigal and dissipated since the voluptuous days of Charles the Second»]. 89/  Ibídem, p. 276 [Texto original: «But a life of pleasure will always bring with it its own punishment; and it is scarcely possible to conceive any homily, however powerfully written, any advice, however earnestly and kindly given, so calculated to deter those who are entering the world from adopting a course and senseless dissipation as the contemplation of the last days and death-beds of “the first gentleman of his age” and his intimate companions, the Marquis of H(ertfor)d and George Brummell»].

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