Ser Juan en Federico. La onomástica del nombre parlante a propósito de la lectura de Yerma de Federico García Lorca

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Ser Juan en Federico

Elena Beatriz Flores Gómez

Ser Juan en Federico. La onomástica del nombre parlante a propósito de la lectura de Yerma de Federico García Lorca Cuando se acercan a la literatura del siglo XX, los lectores actuales creen que, dentro de este amplio número de obras, encontrarán toda una serie de elementos nuevos sobre los que jamás habían oído hablar hasta el momento. Aun así, hay que ser consciente de que la literatura y, más aún, la de la Edad de Plata española, es una convergencia de lo que, en el campo de batalla, se conoce como vanguardia y retaguardia1. Esta es la causa por la que, después de hacer una lectura exhaustiva de la obra Yerma del poeta-dramaturgo Federico García Lorca, quisiera acercar una nueva interpretación de ésta a través de la tradición. Para ello habrá que resaltar de entre el elenco a uno de los personajes, con el fin de afianzar una nueva visión de este drama. Cuando hablamos de Lorca hay que ser consciente de la gran capacidad que tenía, no solo para entender la tradición, sino para plasmarla en su propia literatura a través de la intertextualidad. Esta característica convierte las obras lorquianas en todo un paradigma de la genialidad. De este modo, quisiera volver la mirada a Juan, el marido de Yerma. Aunque parece un nombre de lo más común, Juan, es uno de esos elementos de los que el autor granadino hace gala. En la tradición teatral española este sustantivo propio atiende a la caracterización de nombre parlante. Este tipo de nombres son frecuentes desde el teatro primitivo, llegando a extenderse hasta el siglo de Oro siendo, ya en ese momento, uno de los más empleados. Aun así, hay que ser consciente de que la tradición de Juan era asimilada, primeramente, con el pastor bobo de la comedia; aunque encontramos todo tipo de figuras entre las que destacan: el criado, el cornudo, el pobre hombre, la buena persona e, incluso, el más famoso amante2 de todos los tiempos. Aquí, sin embargo, deberemos matizar un poco más, ahondando desde sus raíces, para, así, poder mejorar la posible interpretación que se deja entrever entre las líneas de esta obra. Por eso, antes de nada, es preferible hacer una observación sobre la onomástica con el fin de atisbar toda la raigambre que se entreteje en torno a este nombre: Como es común en muchos de los apelativos empleados en el teatro, la proveniencia de Juan está inserta en la tradición bíblica, más concretamente en el Nuevo Testamento. Al acercarnos a éste, se observa que existen dos formas diferentes de interpretación, dependiendo a cuál de ellas se acerque el personaje. Por un lado encontramos la figura de San Juan Bautista- hombre viril, peludo y agrestemientras que, por el otro, tenemos a San Juan Evangelista- hombre de imagen femenina, de tez suave, barbilampiño-. 1

Se emplean estas expresiones, no solo porque es importante el movimiento vanguardista en esta época, sino porque la tradición, es decir, nuestra retaguardia, es en muchas de estas obras un elemento que, en la mayoría de las ocasiones, nos sorprende. 2 A pesar de la importancia que tiene Don Juan Tenorio en esta tradición, se ha decidido no tomar partido por él, dado que solo el estudio de éste se convertiría en un espacio inabarcable.

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Ya desde el propio evangelio vemos que no es solo la imagen física lo que enfrenta a ambos personajes, sino una lucha ideológica a través del modelo de Cristo que arraiga entre ellos y crece hasta dar lugar a un enfrentamiento- histórico- entre diferentes congregaciones de religiosas. Dejando este hecho un poco al margen, se verá que al atender a las ilustraciones que a lo largo de la historia se hacen de ambos, encontramos que ambas desembocan en dos tipos de dramatis personae totalmente diferentes. Al primero se unen personajes de carácter fuerte, decididos e insobornables con una concepción del mundo que, en la mayoría de las ocasiones raya el machismo o, al menos, sobrepone la figura masculina sobre una dama que cae a sus pies. Se le relacionaba con la naturaleza, haciendo de él un personaje casi salvaje; además, de que su asociación con el agua3 es algo relativamente importante. En el grupo del segundo, sin embargo, encontramos una imagen contraria, caracterizada por la tradición homo-erótica y/o virginal relacionada con la representación de éste recostado sobre el pecho de Jesús. Esta visión se escondía en muchas de las obras barrocas y renacentistas, no solo por la búsqueda de la burla a través del propio personaje, sino también con el fin de que la burocracia del momento no censurase las obras. De esta forma se observa todo un entramado de Juanes que se contraponen entre sí y que, al parecer, llegan hasta el siglo XX como una fuente de información donde el gran autor granadino vuelve a beber. A pesar de que lo común en la tradición literaria es definir bien al personaje, vemos que Lorca, en su obra, mezcla ambas tradiciones asociándose así a ese carácter novedoso del siglo XX. Antes de comenzar con el comentario al personaje en Yerma hay que tener en cuenta que en la obra del granadino este no es el único Juan que aparece. El nombre se repite en varios textos como pueden ser: El poema de la “Iglesia abandonada (Balada de la Gran Guerra)” de Poeta en Nueva York. Yo tenía un hijo que se llamaba Juan. Yo tenía un hijo. Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos. Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote. También lo encontramos en el poema dedicado a Juan Breva: Juan Breva tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Nada como su trino. Era la misma

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Esta relación será importante en Yerma puesto que el agua es un símbolo lorquiano relacionado con la vida. Esta se propone como el tema principal de la obra por lo que se ven algunas alusiones a ésta a lo largo de la obra.

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pena cantando detrás de una sonrisa. O en el personaje de Juan Cuello, que era aprovechado para unas rimas de carácter lúdico en el Retablillo de Don Cristóbal. Me duele el cuello Donde me nace el cabello, Pero no había caído en ello hasta que me lo dijo mi primo Juan Cuello. Cada uno de ellos guarda las características propias de una de las dos tradiciones, sin embargo, la poca extensión de los textos ha hecho que el trabajo se haya centrado en la interpretación que se hace de este en uno de los dramas de mujeres porque, además, es el que mayor interés crea. Mientras que su representación primigenia en Yerma se introduce en la tradición del Bautista debido a su carácter agreste, poco instruido, relacionado continuamente con el mundo pastoril4 y la concepción ultraconservadora sobre la situación de la mujer. Las palabras finales del pastor hacen, a pesar de todo, que sea mucha la confusión que de ellas nace. El hecho de negarse a ser padre apostando por una vida matrimonial sin hijos, cuando en esta época se tenía la concepción de que el hijo es la consumación de un amor y/o pasión plenos, deja mucho campo abierto para las posibles interpretaciones que hacen de él una sombra del Evangelista5. Además, hay que tener en cuenta que, realmente, su intervención en la obra puede ser considerada mínima. Lorca la centra toda en la visión femenina del mundo puesto que, como decía en una de sus entrevistas en el año 1934: “Las mujeres son más pasión, intelectualizan menos, son más humanas, más vegetales”. Esto conlleva que su imagen esté sesgada por la circunstancia6 en la que se desarrolla. Esa visión femenina es la que convierte a “nuestro Juan” en el punto de mira de las críticas. Ya en el segundo cuadro del primer acto se ve cómo el personaje de la vieja increpa a Yerma sobre su marido con palabras como: “[…] no quiero hablarte más. Son asuntos de honra y yo no quemo la honra de nadie” o “Aunque debía haber Dios, […] para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan 7 la alegría de los campos”8.

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Ya en la tradición bíblica a San Juan se le relacionaba con la figura del cordero. Esta imagen meliflua del animal más pacífico hace que el personaje se infantilice y se convierta en un niño, ya sea –como en algunos casos- como personaje o simplemente respecto al carácter. 5 Seguramente, las interpretaciones de la crítica psicoanalista dirían que la proyección del sexo en Juan estaría cerrada por la sociedad en la que se desenvuelve y, además, podría ser tachado de homosexual por la incapacidad que tiene o quiere tener de concebir un hijo – pues, realmente, esto no está del todo claro a lo largo de la obra-. 6 Se emplea circunstancia en vez de contexto con el fin de acercar la concepción orteguiana del “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvaré yo” puesto que el “qué dirán” se convierte para Juan en un motivo de cambio dentro de su casa con el fin de salvar su honra. 7 Aquí se ve la recurrencia del agua. Esa imagen se puede interpretar como símbolo de fecundidad en contraposición al agua corriente. 8 Vid Federico García Lorca Yerma ed. Ildefonso-Manuel Gil. Madrid, Cátedra 1995 p. 57

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Esta intervención se relaciona con la del tercer acto donde, directamente, le dice “[…] la culpa es de tu marido. […] Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta.”9 Todas ellas se reafirman, más aún, sobre la tradición virginal y homo-erótica que se cierne sobre la onomástica del personaje, sobre todo, si, como suele hacer la crítica, se relaciona con la biografía del autor. El gusto por el alejamiento de los placeres de la carne, asusta en la época y, por ello, el círculo más cercano a ambos personajes comienza a replegarse para ceñirse – como una soga- al cuello de aquel que, por incapacidad, no puede expresarse libremente en la obra. Por otra parte, encontramos que el tema de la honra es uno de los esenciales. Obviamente, aquí se interpela como un tema secundario, pero, en el fondo, las escenas finales acaban realzando esa temática con la que se puede relacionar, de nuevo, lo que estamos tratando. Al fin y al cabo el honor tiene mucho que ver con las tendencias que se le imponen al personaje de Juan. La virilidad de este se reafirma en la defensa de su honra contra las habladurías de un pueblo que quiere destruir el nombre de su casta, pero la confesión a su mujer hace que él se inmole por su propia convicción y, con él, destruya todas las ilusiones de su esposa, que aceptará su cruz como Cristo a quien, ambos Juanes, acompañaron siempre.

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Apud cit. Pág. 106.

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BIBLIOGRAFÍA Alonso Hernández, J. L y Huerta Calvo, J Historia de mil y un Juanes, Salamanca, Universidad de Salamanca ediciones, 2000 Federico García Lorca Yerma ed. Ildefonso-Manuel Gil. Madrid, Cátedra 1995 Federico García Lorca La casa de Bernarda Alba ed. Joaquín Forradellas, Madrid, Austral, 1999

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