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May 23, 2017 | Autor: Marisa Scardino | Categoría: Henri Lefebvre, Urbanismo, Planificación, Doreen Massey, Espacio, El Espacio Social
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XXX Jornadas de Investigación y XII Encuentro Regional SI+ Configuraciones, Acciones y Relatos. 6 y 7 de octubre 2016

PONENCIA - COMUNICACIÓN

EL ESPACIO EN CUESTIÓN. Primeras reflexiones sobre la teoría y la acción en la investigación social. Marisa Scardino CIHaM/ FADU/ UBA Planeamiento Urbano y Regional [email protected]

Introducción La forma en que se piensa y se imagina el espacio resulta relevante en función de las acciones que luego puedan realizarse en y sobre el mismo; es decir, la modalidad en que se lo concibe y los encadenamientos de asociaciones a través de las cuales se caracteriza el espacio, conlleva efectos en las prácticas sociales en general y en las prácticas profesionales en particular. Usualmente, suele pensarse el espacio como algo ya dado –anterior a quienes lo habitan–, como una superficie objetiva, neutra, continua y estática en oposición al dinamismo y la sucesión del tiempo y la historia. Se piensa también como algo a ser atravesado, conquistado, una superficie sin historia o en donde se hace prevalecer solamente un relato: el del desarrollo y del progreso. Frente a esta imaginación espacial consolidada, algunos autores como Henri Lefebvre y Doreen Massey, entre otros, nos convocan a pensar el espacio a través de nuevas categorías para promover entonces nuevas prácticas. Desde esta perspectiva es importante considerar que el espacio es siempre un producto social y está siempre siendo, siempre en construcción. La producción y reproducción del espacio es entonces inexorablemente social y, en ese sentido, es siempre una oportunidad política. El objetivo del presente trabajo es desarrollar brevemente estas concepciones antagónicas del espacio: aquella que lo considera como la superficie sobre la cual transcurren las acciones sociales, un escenario ya conformado, inteligible, neutro y sin historia, frente a aquella que lo comprende como producto social, como el lugar de la multiplicidad, como soporte y también como resultado mismo de las prácticas sociales. Este desarrollo permitirá iniciar una reflexión acerca de los efectos que cada una de estas concepciones puede implicar a nivel de las prácticas sociales, así como también del desarrollo del campo académico y profesional.

El espacio en cuestión El espacio ha sido conceptualizado desde diferentes enfoques y campos disciplinares. Tanto la filosofía como las ciencias duras –especialmente la matemática y la geometría– se han dedicado a explorarlo de forma teórica y desarrollando aplicaciones prácticas. Para las ciencias sociales y la investigación social, “la naturaleza del espacio sigue siendo algo misterioso” (HARVEY, 1977, p.5). La geografía, la sociología, la ciencia política y la antropología

–todas ciencias devenidas de la modernidad– han incorporado de diferente manera la cuestión del espacio en sus investigaciones, recibiendo influencias de otras ciencias y también en función de su propia definición en el proceso de construcción de su campo disciplinar. En este recorrido, se asumieron posiciones en las cuales el espacio fue considerado como una dimensión externa a los procesos sociales, como un escenario dado, una condición anterior y necesaria para el desarrollo de la vida social, como así también se sostuvo su concepción opuesta: el espacio como resultado de la forma de organización social y como elemento que explica y suma sentido a la comprensión de dicha modalidad organizativa. David Harvey, desde la geografía, ha trabajado intensamente acerca de la conceptualización de la noción de espacio porque entiende que la forma que adopta este concepto en la teoría implica necesariamente, efectos en la práctica, en la investigación social. En su texto “Urbanismo y desigualdad social” (HARVEY. 1977) refiere a tres formas de considerar el espacio. El espacio absoluto, entendido como “algo en sí”, como una dimensión externa a los objetos y las personas, que tiene su propia estructura y que puede utilizarse para clasificar y analizar los fenómenos sociales. El espacio relativo, que difiere de la tesis anterior en la medida que se entiende a partir de la relación entre los objetos, es decir: hay espacio en tanto hay distancia y relación entre las cosas. Luego, la tercera modalidad se desprende de esta última considerando el espacio de forma relacional, como una propiedad de los objetos, en tanto ellos contienen y representan relaciones con otras cosas y personas. Las ciencias sociales han utilizado las tres concepciones de espacio y han producido diferentes análisis acerca de la forma social, la forma espacial y la relación que se establece entre ambas. El misterio o la complejidad reside entonces en el hecho de que “el espacio no es en «sí mismo» ni absoluto, ni relativo, ni relacional, pero puede llegar a ser una de estas 1 cosas o todas a la vez según las circunstancias” (HARVEY, 1977, p6).

El espacio neutro y objetivo opaca al espacio producido Esta complejidad que Harvey describe tan claramente implicó –y aún lo sigue haciendo– un debate profundo al interior de algunas disciplinas como la geografía y la sociología, en menor grado. Henry Lefebvre, desde la escuela de sociología francesa, ha dedicado una extensa obra al análisis y la conceptualización del espacio en el marco de las sociedades capitalistas, reflexiones que fueron recuperadas, a su vez, por otros investigadores como el mismo David Harvey. Una de las puertas de entrada al complejo y totalizante entramado teórico de Lefebvre (2013) es la afirmación de que cada sociedad produce un espacio, su propio espacio. Esta proposición que puede parecer evidente de sí, no lo es tanto. En principio, indica que el espacio no es algo anterior a la existencia de las personas y de los objetos, tampoco es una variable independiente en tanto no queda homologado a la noción de naturaleza (aunque tampoco podemos decir que la naturaleza opere como una variable independiente en el 2 sentido expresado por el del determinismo ambiental ), así como tampoco el espacio se reduce a una superficie sobre la cual se desenvuelven las relaciones sociales y se ubican los objetos. Efectivamente, las prácticas, las experiencias y los procesos de una sociedad determinada requieren de un soporte espacial pero ese espacio es, al mismo tiempo, un producto social. “No hay relaciones sociales sin espacio, de igual modo que no hay espacio sin relaciones sociales” (MARTÍNEZ LOREA, 2013, p14) se menciona en el prólogo de una de las ediciones en español de “La producción del espacio”, idea que se opone a una noción de espacio vacío, inmutable, objetivo, casi extraído directamente de la concepción euclidiana y puesto al servicio del desarrollo de la práctica social. ¿Quiere decir entonces que el espacio es el reflejo de la sociedad? Lefebvre intenta dar todavía un paso más allá. La paradoja reside entonces en esta característica del espacio de formar parte de las condiciones de producción y de reproducción de la sociedad, al mismo tiempo que ser producto de ellas. Así, es posible decir que el espacio organiza y condiciona los flujos de bienes, personas e información, la producción y el trabajo, las redes de intercambio, al mismo tiempo que estos elementos configuran y producen el espacio en el cual se inscriben. En este sentido, el espacio es siempre espacio social. Con la teoría marxista como marco de referencia, el autor dirá que la producción del espacio no escapa a las contradicciones y tensiones propias del sistema capitalista. Así, plantea que el espacio social organiza y ordena tres ámbitos centrales. En primer lugar, se ocupa de pautar la distribución de las formas -incluyendo las formas 1

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Una de las corrientes teóricas de la geografía instauró el determinismo ambiental, que si bien ya fue refutado por otras corrientes teóricas, es posible aún encontrar su legado en el discurso del sentido común o en el de los medios de comunicación. Desde allí, se instauró la idea de que la naturaleza podía explicar fenómenos del mundo social: la pobreza podía entenderse a partir de las malas condiciones del suelo, las sequías o cosechas pobres; así como la marginación de poblaciones urbanas podía comprenderse por las malas condiciones de localización del área en la cual habitan (MASSEY, 2012). Desde esta perspectiva, quedan invisibilizadas las consecuencias generadas por los procesos sociales, configurados en base al entramado de las relaciones de poder presentes en la organización de las sociedades a lo largo de la historia.

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interiores y la arquitectura destinada a la vivienda- asignando lugares específicos para la reproducción de la familia en base a criterios generales de sexo y edad. A su vez, organiza la reproducción de la fuerza de trabajo a partir de ordenar los circuitos de trabajo, transporte y las actividades vinculadas al sostenimiento de la vida cotidiana. Por último, organiza los circuitos de reproducción de las fuerzas productivas y del capital: el espacio de los flujos de intercambio de personas, bienes, servicios e información, los espacios de circulación. Por supuesto, la forma espacial de organización va cambiando a lo largo del tiempo y contempla diferentes patrones culturales. Sin embargo: “ni la naturaleza -el clima, el lugar- ni la historia previa pueden explicar suficientemente un espacio social. Ni siquiera la «cultura». Es más, el crecimiento de las fuerzas productivas no conlleva la constitución de un espacio o de un tiempo particular de acuerdo con un esquema causal. Las mediaciones y los mediadores se interponen: la acción de los grupos, las razones relativas al conocimiento, la ideología o las representaciones. El espacio social contiene objetos muy diversos, tanto naturales como sociales, incluyendo redes y ramificaciones que facilitan el intercambio de artículos e informaciones. No se reduce ni a los objetos que contiene ni a su mera agregación. Esos «objetos» no son únicamente cosas sino también 3 relaciones.” (LEFEBVRE, 2013: 133) Para decirlo en otras palabras, para Lefebvre no hay una correspondencia absoluta y lineal en lo que otros autores llaman la forma espacial y la forma social, sino que en su noción de “espacio social” se incluye la forma espacial y la forma social pero también se incorporan las mediaciones entre ambas: las tensiones y las relaciones de fuerza y de poder entre los múltiples actores y grupos cobran una relevancia fundamental. Si se vuelve a la clasificación de Harvey realizada anteriormente acerca de la forma de conceptualizar el espacio, es posible decir que Lefebvre está pensado el espacio de forma relacional en la medida que el mismo se define a partir de las relaciones que implica y representa, en lugar de hacer foco únicamente en las propiedades del espacio en sí, en lo que contiene o en la distancia que se establece entre los objetos y los sujetos. Es importante mencionar dos cuestiones más acerca de esta concepción del espacio –que de ningún modo ha quedado agotada en esta presentación– en la que se incluyen los aspectos más relevantes a los fines propuestos en el inicio. En primer lugar, hay que destacar el hecho de que tanto las formas arquitectónicas como las ideas y representaciones del espacio perduran en el tiempo, logrando una superposición de capas o de estratos que generan tanto una “continuidad espacial” como de representaciones, relatos e imaginarios sociales. Estas capas subyacentes que van conformando el sustrato urbano no se mantienen adormecidas en las profundidades aguardando ser descubiertas por los historiadores o los espíritus curiosos, sino que se actualizan de forma constante, resignificándose en el presente. En este sentido, Lefebvre dirá que “el espacio es, tanto hoy como ayer, un espacio presente, dado como un todo inmediato con sus vínculos y conexiones en actualidad” (LEFEBVRE, 2013: 96), en donde no puede diferenciarse la producción del producto. Una vez más, es posible comprender que la concepción de espacio en Lefebvre se aleja de la idea de un espacio homogéneo, plano, transparente y matemático, para dar cuenta de la diversidad, la yuxtaposición y la complejidad del mundo urbano cada día más generalizado. En segundo lugar, y vinculado con el punto anterior, Lefebvre otorga una gran relevancia al modo en que el espacio es representado. Por un lado, porque la forma en que éste se concibe, proyecta, dibuja e imagina se convierte en el espacio dominante en cualquier sociedad. Por otro lado, porque ese gesto que implica una habilidad práctica, una técnica, genera efectos concretos en la producción del espacio. Efectivamente, gran parte de esas ideas, planificaciones y diseños concebidos pasan luego a formar parte material de nuestras urbes, al mismo tiempo que reducen y simplifican el espacio vivido, complejo, diverso, yuxtapuesto y contradictorio, a un espacio plano, despojado, visual, neutro y abstracto (LEFEBVRE, 2013 y 1976 b). Ese gesto, que se asume como una reproducción del espacio, del mundo sensible, de las cosas, funciones y necesidades localizadas en un espacio real, omite las relaciones sociales que le dan forma y, mediante esa reducción, opaca las contradicciones propias de la producción del espacio. A su vez, todas las disciplinas que se encargan en algún momento de representar y concebir el espacio, no hacen más que fragmentarlo conceptual y prácticamente, desarticulando y parcelando las funciones, las necesidades y las formas, asignando a cada una su lugar, invirtiendo el orden y el sentido, asumiendo de forma inocente el proceso de cifrado-descifrado, de producción-reproducción. “Se hacen corresponder puntualmente (punto por punto) las necesidades, las funciones, los lugares, los objetivos sociales, en un espacio considerado supuestamente neutro, indiferente, objetivo (inocentemente); tras lo cual, se establecen lazos de unión. Procedimiento que conserva una relación evidentemente con la fragmentación del espacio social jamás manifestada como tal, la teoría de la correspondencia puntual entre los términos (funciones, necesidades, objetivos, lugares) desemboca en «proyectos» que parecen claros, y correctos debido a que son fruto de proyecciones visuales sobre el papel y sobre el «plano» de un espacio 3

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trucado ya desde el principio. La fragmentación se traduce por análisis erróneo, no crítico, que se cree preciso por ser visual, de los lugares y localizaciones (…) No se trata de «localizar» en el espacio preexistente una necesidad o una función, sino, al contrario, de «espacializar» una actividad social, 4 vinculada a una práctica en su conjunto, «produciendo» un espacio nuevo” (LEFEBVRE, 1976b: 9).

El espacio como dimensión de la multiplicidad La geografía importa porque la organización del espacio tiene efectos sobre la posición social de las personas, dirá Doreen Massey (2012a) geógrafa inglesa que dedicó gran parte de sus escritos a descomponer y recomponer la noción de espacio y sus efectos, que alcanzan no solamente al campo académico sino también a la arena social y política. Esa afirmación, implica asimismo sostener la doble determinación entre la configuración espacial y los procesos sociales. En esta línea argumental, la diferenciación geográfica puede ser el resultado de procesos sociales, pero también forma parte de la explicación que amplía y le da un plus de sentido a su comprensión. Para la autora, el espacio tiene una naturaleza social: no se trata únicamente de distancias y localizaciones, sino de relaciones sociales. “Reconocer las causas sociales de las configuraciones espaciales que se estudian, no solo es importante para los geógrafos; también es importante para que otras ciencias sociales tengan en cuenta el hecho de que los procesos que estudian se construyen, reproducen y cambian de una manera que necesariamente implica distancia, movimiento y diferenciación espacial” (MASSEY, 2012: 101). Al igual que Lefebvre, Massey presta especial atención a la forma en la que se piensa el espacio, a los componentes de la imaginación geográfica que rodean el concepto, a la concatenación de asociaciones con las que se lo suele vincular y a los efectos que estas cadenas de pensamiento generan. Parte de su obra se enfrenta entonces a un conjunto de ideas muy arraigadas, usualmente utilizadas con mayor o menor conciencia de ello, pero de todos modos muy presentes en los discursos y en las prácticas. Una de las primeras cuestiones que Massey se propone desarticular es la capciosa oposición entre tiempo y espacio (2012b). Así, mientras que el tiempo se propone como la dimensión del cambio, de la sucesión, del dinamismo propio de cada una de las historias de vida, el espacio se asocia a todo lo contrario: a una superficie plana, estática, carente de dinamismo, inerte y externa a los sujetos. Sostener este contrapunto y utilizarlo como esquema para abordar el análisis de hechos sociales, trae aparejado por lo menos dos implicancias que la autora propone revisar: convertir la geografía en historia (o el espacio en tiempo), y encubrir la desigualdad existente. Cuando los discursos de las ciencias sociales, la política o los medios de comunicación realizan comparaciones entre países o regiones haciendo mención, por ejemplo, a sus diferentes grados de desarrollo, clasificándolos como desarrollados o en vías de desarrollo, no hacen más que simplificar las diferencias existentes entre unos y otros, alinearlas dentro de una sola narración posible -el relato del progreso- y subsumir el espacio en el tiempo. “En todas estas formulaciones, se lleva a cabo una operación concreta en relación con la conceptualización subyacente del espacio y del tiempo. En todas ellas, toda la geografía desigual del mundo se reorganiza eficazmente (imaginativamente) en una secuencia histórica (…) En otras palabras: se realizan dos operaciones. En primer lugar está la destrucción de la contemporaneidad del espacio. En segundo lugar, e igual de importante -y consecuencia de la primera-, la temporalidad se reduce a lo singular: solo hay una secuencia histórica.” (MASSEY, 2012b: 199) La segunda implicancia a la que refiere Massey, más sutil pero no por eso menos potente, conlleva en ese mismo gesto a suavizar las desigualdades existentes -cada vez más brutales- o a considerarlas como una cuestión de escalas, de grados, de instancias. En fin, a una cuestión de tiempo. De esta forma, el relato del progreso suma un halo de esperanza a la desoladora imagen de la desigualdad, si se sabe acompañar, esperar y se avanza en el sentido correcto. Asimismo, esta imaginación gradual de etapas sucesivas desdibuja la idea de las responsabilidades implicadas en la producción de esas mismas desigualdades, que están ocurriendo en este mismo momento y son consecuencias de acciones, políticas y relaciones que están siendo ejercidas y siendo construidas en el presente. ¿Por qué tanto esfuerzo por intentar comprender y desarticular estas cadenas de asociaciones referidas a la idea de espacio? La respuesta es convocante: al asociar la noción de espacio con una superficie extensa, inerte, carente de dinamismo, externa a los procesos sociales y al desarrollo de las subjetividades; al convertir las diferencias espaciales o entre los lugares en una cuestión temporal, se le niega al espacio su característica más 4

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potente. Para Massey el espacio es, sin dudas, la dimensión de la coexistencia, de la simultaneidad, de la multiplicidad y en este sentido, es inexorablemente social. En contraposición a aquellas “imaginaciones evasivas” como las llamará la autora (2012b), compuestas por aquellas cadenas de sentido que se conforman como estrategias -verbales y no verbales- de simplificación y de reproducción de las relaciones de poder consolidadas, se despliega una nueva red conceptual ligada a la noción de espacio que abre nuevas posibilidades. Si el espacio es multiplicidad y coexistencia, se convierte en la dimensión que habilita la presencia de los otros y por ello nos conduce a la arena de la política. Así, pensar en la simultaneidad implica la aceptación de múltiples y diversas trayectorias, todas ellas posibles, ocurriendo al mismo 5 tiempo y desarticulando la gran narración del camino unidireccional del desarrollo y el progreso . Esta noción de 6 espacio propuesta por Massey es sin dudas relacional . Aquí, el espacio está siempre en construcción, está siempre «siendo» producido por y a través de las múltiples y dinámicas relaciones que se establecen, a todos los niveles, desde lo local a lo global (2004), habilitando múltiples recorridos y otras/ nuevas/ diferentes formas de desarrollo, de ser y estar en el mundo. Un último aspecto que es necesario mencionar acerca de la noción de espacio en Massey se desprende de la misma premisa: si el espacio es social, compuesto de flujos y relaciones, no es posible hacer a un lado la cuestión del poder. Todas las relaciones están, de un modo u otro, embebidas de poder y su distribución -como se sabelejos está de ser equitativa. A partir y a través de ese entramado de relaciones se está produciendo el espacio y a su vez, como contracara, el poder mismo tiene su propia geografía, su propia espacialidad (Massey, 2009). Esta afirmación conduce a repensar los lugares como una configuración abierta y determinada por el nodo de relaciones de poder que los atraviesan, producto entonces de acuerdos, negociaciones, luchas e intereses enfrentados. De esta forma, Massey obliga a enfrentarse al desafío de pensar el espacio de una forma nueva, al mismo tiempo que impone la reflexión acerca de lo político y la responsabilidad de encontrar la forma de poder vivir juntos.

Implicancias prácticas y reflexiones La propuesta teórica de los autores aquí analizados no deja dudas respecto a la importancia que tiene la forma en que se piensan los conceptos, así como las cadenas de asociaciones que los moldean. Específicamente, las nociones aquí abordadas se vuelven centrales para el desarrollo profesional y académico, tanto en el ámbito de las disciplinas sociales, las referidas al diseño y la arquitectura, todas ellas abocadas a trabajar y pensar sobre y en el espacio. La incorporación de nuevas categorías o la reconversión de ciertas nociones ya clásicas, ha de promover nuevas prácticas. Dada la especificidad alcanzada por los diferentes campos disciplinares, podrá pensarse que si se realizan modificaciones en el corpus teórico, en la técnica, en el saber hacer o en los procedimientos, el impacto quedará circunscripto al campo profesional o académico. Sin embargo, construir, investigar, analizar y planificar en y sobre el espacio conlleva una responsabilidad social y política que, en muchos casos, es dejada a un lado. Se puede dar por descontado entonces, que las representaciones del espacio tienen un alcance práctico. Por un lado, en la medida en que moldean e intervienen concretamente sobre las texturas espaciales de nuestras ciudades (LEFEBVRE, 2013). Y, por otro lado, en tanto son capaces de habilitar o inhabilitar la acción social y política, así como también de modificar o alterar el inestable diagrama de las relaciones de poder. Considerar el espacio como algo dado y desvinculado de la práctica social y del accionar de los sujetos logra, justamente, consolidar la idea de que no es posible ni necesaria la intervención sobre ese mismo espacio, ya sea para modificar sus formas o adaptar las funciones que se proponen a partir de su forma ya dada. En definitiva, esa concepción del espacio oscurece y pospone la idea de la lucha por la apropiación y la producción misma del espacio, enmascarando la posibilidad de defender el derecho a la ciudad y clausurando oportunidades políticas. Contrariamente, como destaca Massey:

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En varios de sus artículos, la autora aclara que su posición no se opone a la noción de desarrollo en sí misma, sino a que se imponga la idea de que sólo existe una única modalidad para alcanzarlo. 6

En un artículo publicado en el 2004, “Geographies of responsability” Massey aborda la concepción relacional del espacio ligada a la forma relacional en la que se concibe -en la literatura reciente- la noción de identidad. En ambos casos, se trata de pensar los conceptos no como algo dado, sino en permanente construcción, constituyéndose por y a partir de las interacciones, las trayectorias, las relaciones establecidas. En el mismo sentido, aborda críticamente otro de los conceptos centrales de la geografía: la noción de lugar.

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“si consideramos el espacio seriamente, como una dimensión que está siendo creada a través de nuestras relaciones -que están embebidas de poder-, como una dimensión que nos enfrenta a la multiplicidad del mundo y nos rehusamos a nivelar todo en una única historia del desarrollo, entonces estamos realmente 7 pensando el mundo de una manera diferente” (2013: 5).

Bibliografía: HARVEY, D. (1977) [1973]. Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI. LEFBVRE, H. (2013) [1976]. La producción del espacio. Capitán Swing. Madrid. LEFBVRE, H. (1976a) [1970]. La revolución urbana. Alianza Editorial. Madrid. LEFBVRE, H. (1976b) [1972]. Espacio y política. Ediciones Península. Barcelona. MARTÍNEZ LOREA (2013). Prólogo en LEFBVRE, H. La producción del espacio. Capitán Swing. Madrid. MASSEY, D. (2013). Doreen Massey on Space. Social Science Bites. Enero, 2013. Disponible en: www.socialsciencebites.com MASSEY, D. (2012a). “Introducción: la geografía importa” en ALBET, A. y BENACH, N.: Doreen Massey. Un sentido global del lugar. Icaria Editorial. Barcelona. MASSEY, D. (2012b). “Espacio, tiempo y responsabilidad política en una era de desigualdad global” en ALBET, A. y BENACH, N.: Doreen Massey. Un sentido global del lugar. Icaria Editorial. Barcelona. MASSEY, D. (2008) [2005]. For space. SAGE Publications. Londres. MASSEY, D. (2009). “Concepts of space and power in theory and in political practice” en Revista: Documents d'Anàlisi Geogràfica. Univ. Autónoma de Barcelona; Universitat de Girona. No. 55 (15-26). MASSEY, D. (2004). Geographies of responsibility. Geografiska Annaler: Series B, Human Geography, 86(1), pp. 5–18.

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El texto original está en inglés, se incluyó una traducción propia para esta presentación.

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