“San Ignacio de Loyola de Juan Sariñena”. En: San Francisco de Borja Grande de España. Arte y espiritualidad en la cultura hispánica de los siglos XVI y XVII. Catarroja: Afers, 2010, pp. 218-221

June 9, 2017 | Autor: Borja Franco Llopis | Categoría: Renaissance Studies, Jesuits
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Descripción

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San Ignacio de Loyola Juan Sariñena Óleo sobre tabla 66,8 x 52,5 cm 1606 Museo del Real Colegio Seminario de Corpus Christi, Valencia

que vemos claramente ejemplificado en esta pequeña tabla de San Ignacio. La alta calidad de su pintura y el gusto renovado impuesto por San Juan de Ribera, su mecenas, influyó en la gran cantidad de encargos que recibió, trabajando para el Ayuntamiento, diversos conventos y en las obras del Colegio del Corpus Christi; convirtiéndose no sólo en un pintor de transición entre Joan de Joanes y Francisco Ribalta, sino en todo un modelo a seguir por la introducción de un nuevo lenguaje en territorio valenciano. El contrato de obra de este pequeño óleo se encuentra perfectamente documentado. Tal y como señalara Benito (1980, p. 160), se conserva un pago en los archivos del Colegio en el que se expresa el año y precio de ejecución: “Compte de la faena que yo Juan de Saranyena pintor e fet per a lo señor Patriarca Arcebisbe de Valencia en lo any 1606 y en lo any 1607 […] Item per pintar un pare Ignaçi la testa, val 5 lliures.” Sin lugar a dudas, esta referencia se refiere a la obra en cuestión. Las razones que llevaran al Patriarca a solicitar un retrato en el que apareciera San Ignacio son varias. La relación que éste mantuvo con la Compañía fue muy estrecha y prolífica. Conocedor de la amplia obra evangelizadora que realizaban en el Nuevo Mundo, solicitó su ayuda para sanar las “indias interiores” que suponía el territorio valenciano, plagado de moriscos. Por ello, envió a Padres jesuitas por todo el territorio valenciano y ayudó, en la medida de lo posible, en el mantenimiento de los diversos Colegios, como el de Gandía fundado por San Francisco de Borja, mediante limosnas y su propia protección. Este hecho ha sido remarcado por los propios biógrafos del Patriarca, quienes hablaron de cómo éste poseía en su habitación el pequeño óleo que estamos estudiando. Así pues, Escrivà (1612, p. 272 ) expuso: “obligado me siento a aver de dezir aquí la devocion tan grande que tuvo a nuestro Beato Padre Ignacio, fundador de nuestra Religión, teniéndole

Bibliografía abreviada Robres Lluch y Castell Mahíques (1951), p. 60, Beltrán (1953), p. 103, Benito Doménech (1980), p. 324; Benito Doménech (2007), p. 118 Exposiciones Valencia (2007, núm. 16)

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sta pequeña tabla procede de la mano de Juan Sariñena (1545-1619) uno de los pintores activos en Valencia más importantes que desarrollaron su labor en el periodo bisagra entre los siglos XVI y XVII. Descendiente de aragoneses, poco conocemos de su formación. Sabemos que gran parte de su ella se desarrolló en Italia entre 1570 y 1575, principalmente en Roma aunque, debido a las características que presenta su obra podemos pensar que también visitara otras ciudades como Venecia, ya que sus coloraciones y claroscuros tienen bastante que ver con las obras que se realizaran en esta zona en dicho periodo. Durante su estancia en Italia pudo observar diversos modelos que plasmaría en sus pinturas, como las esculturas de Miguel Ángel, que le sirvieron como modelo para su conocido Cristo atado a la columna (1587, Museo del Real Colegio Seminario de Corpus Christi, Valencia), en el que hay una referencia clara al Jesucristo con la Cruz de Santa María sopra Minerva, Roma. También destacó como retratista, debido a su capacidad de expresar el interior del personaje, hecho

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ya en cuenta de santo, aún antes de la Santidad de nuestro Summo Pontífice Paulo Quinto le huviesse Beatificado. Tenia en su aposento su retrato al vivo, en frente del de su Santidad también al vivo. Dava docientos ducados de limosna cada año a nuestra Casa Professa, y predicava el dia de nuestra fiesta, y davanos de comer aquel dia, y assistía a la comida.”. Benito (1980 y 2007) también citó la posible relación de nuestra tabla con el impulso a la canonización que desde Valencia intentaba el Patriarca (recordemos que hasta 1622 no se fraguó definitivamente, habiendo muerto el fundador de la Compañía en 1556), hecho que nos narró Porcar en su Dietario (1589-1628) indicando que: “Dilluns a 2 de octubre 1606 en lo collegi del excelentisim señor patriarca es publica lo acte o cartell de la ynquisisio ques feya per la canonizatio del pare Ignasi fundador dels teatinos y llegil lo pare Julian y Aguey gran concurs de gent.” (PorcarGarcía, 1983 p. 92). A raíz de esto, el Patriarca Ribera solicitaría al Colegio jesuita de San Pablo de Valencia un modelo con la efigie de San Ignacio para que Sariñena, su retratista predilecto, lo reprodujese y pudiera tenerlo en el Palacio Arzobispal. Sariñena consiguió plasmar, con sólo la representación del busto de medio perfil y sus manos, la espiritualidad austera de la Compañía. Nos encontramos ante un Ignacio consumido, extremadamente delgado, ya que el modelo en el que se basaría para realizar la copia estaría inspirado, seguramente, en la máscara mortuoria del santo y en su vera efigie. El pintor marca cada una de las arrugas eliminando cualquier atisbo de idealización, ya que la intención era demostrar la ideología y el modo de vida que

llevó dicho santo. La iluminación es irreal y remarca aquellos aspectos que más nos interesan, esto es, el anagrama en dorado de la Compañía, que despliega pequeños rayos hacia el rostro del Santo, como si le infundiera la fuerza necesaria para seguir luchando a favor de la religión. Las coloraciones así como el dibujo, extremadamente correcto, deben mucho a su etapa italiana. Recordemos que en nuestro territorio el estilo predominante era el joanesco, tendente a la idealización y con tonalidades mucho más claras, que lo acercaban al lenguaje clásico renacentista. Sariñena fue uno de los introductores del claroscurismo y del realismo en Valencia, produciendo una revolución estilística acorde al nuevo gusto del arzobispo, hecho que se ve ejemplificado a la perfección en este pequeño retrato, o en otros tantos, como los que realizara de diversos personajes de la orden de los dominicos, como San Luis Bertrán. Para concluir, señalar que el tamaño y composición de la obra concuerdan perfectamente con el estilo de las pequeñas tablas de devoción privada que tanta importancia tuvieron dentro de la espiritualidad del mundo moderno. En Gandía sabemos que también se hizo una producción seriada de retratos de San Ignacio, a los cuales, incluso, se le otorgaron valores milagrosos, tal y como indica el texto titulado: Milagros realizados por San Ignacio de Loyola en Gandia entre 1600 y 1602, conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde se nos narran curiosos datos del culto y uso de la imagen de Ignacio dentro de la práctica más popular de la fe. Borja Franco

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