SALVÁ, Vicente, La Bruja o cuadro de la Corte de Roma, estudio preliminar de Germán Ramírez Aledón, Societat Bibliogràfica Valenciana Jerònima Galés, Valencia 2005

July 18, 2017 | Autor: V. León Navarro | Categoría: Liberalismo, Anticlericalismo, Vicente Salvá, Corte de Roma
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Descripción

SALVÁ, Vicente, La Bruja o cuadro de la Corte de Roma, estudio preliminar de Germán Ramírez Aledón, Societat Bibliogràfica Valenciana Jerònima Galés, Valencia 2005.

Esta bella, irónica y ácida obra, reeditada por la Societat Bibliogràfica Jerònima Galés, se publicó en 1830 por primera vez en París, en la Librería Hispano-Americana, sita en la calle de Richelieu, quedando la autoría en una cierta sombra que Germán Ramírez analiza en su estudio preliminar. Vicente Salvá fue pieza fundamental en esta empresa. Conocido librero y empedernido bibliófilo (1786-1849) vivió los amargos sinsabores del exilio en Londres y en París, donde, tras el fracaso de la experiencia liberal española del Trienio, celebró, como otros españoles, la revolución de julio de 1830 en la vecina Francia. No obstante su efímera duración y resultados, mantuvo vivo el rescoldo de las ansias de libertad. Julio de 1830 marcaba un espacio entre los ecos ya lejanos de 1789 y la esperanza de 1848 en esa Francia y en esa Europa sedientas de libertad, de igualdad y de justicia que intentaban romper de una vez las estructuras del Antiguo Régimen, agonizante pero vivo. Al fin y al cabo estaba en juego el poder. Especial significado alcanzaba el papel de la Iglesia Católica, reina y señora de cuerpos y de almas, si bien cada vez más contestada y blanco de muchos ataques, entre ellos el anticlerical. Anticlericalismo ferviente, militante y complejo que viene arrastrándose des- de finales del XVIII y alcanza su punto culminante en el primer tercio del XIX, con acusado fervor en los periodos liberales a través de la prensa, coplas, chistes, canciones o cuentos y que capitaneará la burguesía ascendente. Era una actitud comprensible tras la férrea censura inquisitorial y la opresión clerical. Ejemplos tenemos en Luis Gutiérrez o Clararrosa. Anticlericalismo, por otra parte, en el que como cajón de sastre cabe todo y abarca diversas tonalidades, aunque coinciden en la crítica a Roma, identificada con la Iglesia Católica, corrupta y, como poseedora de la verdad absoluta, prepotente, dominadora y temible enemiga. Es en este ámbito en el que hay que situar el mensaje de La Bruja contra “los abusos de la corte de Roma”. Un mensaje entre la historia y la fantasía, entre la sátira ácida y el amor a la religión primitiva, la de los primeros siglos que Roma ha pervertido. Salvá pone en la pluma de un teólogo la autoría del manuscrito que le entrega para su custodia y posterior publicación si cupiera y cambiara el

RECENSIONES

203 ambiente

jesuítico y ultraconservador, siempre peligroso para aventuras que pudieran romper los esquemas del orden establecido. La obra narra el papel de una bruja en el viaje del autor a la corte papal, absolutista y poco ejemplarizante. No se olvide el ambiente anticurial del XVIII y del XIX. El autor denuncia el lujo, la ostentación, el boato principesco de los papas y de su corte, los vicios y el fanatismo patente en la crueldad ejercida contra los disidentes políticos o religiosos. Precisamente la antítesis del espíritu cristiano. La regeneración de la Iglesia pasa por mirarse en el espejo de los primeros siglos apostólicos y atenerse a su ámbito sin inmiscuirse en otros. Por ello la obra quiere ser una defensa de la libertad política y de la libertad en la línea del humanismo cristiano y en la idea de que primero se es hombre y luego cristiano. No son poco los clérigos, por eso sorprende más, que defienden la supremacía del poder político frente a la opresión del poder católico, piden limitarlo y someterlo a las leyes civiles, expresión del pacto social y de la soberanía. La ley es común, la religión es asunto personal, como ya se defendió en las Cortes de Cádiz. Es la reflexión clarividente del papel de las dos potestades y del hombre sujeto a sus vaivenes y caprichos. Refleja ese hito clave de la conciencia moral del ser humano y de su misión. El hombre ilustrado, clérigo o laico ¡qué más da! que es capaz de combinar sus creencias con la realidad del mundo que le rodea y asume. La Iglesia no podía entenderlo, tampoco la jerarquía española, y así se ha continuado a lo largo del tiempo tristemente, prefiriendo el uso y abuso del miedo, de la ignorancia y de la superstición. La religión se convierte en poderosa arma para someter ánimos pusilánimes frente a los fuertes guiados por la razón o, cuanto menos, capaces de deslindar los campos. El poder curial encontró varios frentes en su contra. En primer lugar el regalismo; en segundo, el jansenismo y las iglesias nacionales que trataron de reivindicar el poder de los obispos y de los párrocos como base de la Iglesia según se recogía en el concilio de Jerusalén. El Sínodo de Pistoya fue un serio intento de reforma eclesiástica apoyada por el poder civil y de plantar cara a Roma, con- vertida con el paso del tiempo en una máquina de poder. De ahí que la lucha in- terna de la Iglesia fuera feroz, dos Iglesia, dos Cristos, dos religiones. Aunque la victoria quedara del lado de los más fuertes con el apoyo de los

gobiernos con- servadores, es preciso resaltar el papel de ese clero que, por defender la libertad cristiana, sufrieron persecución y las iras del poder tanto religioso como político. Germán Ramírez nos ha rescatado una preciosa obrita del primer tercio del XIX que resume bien el ambiente liberal de clérigos y laicos amantes de la libertad política y religiosa. La crítica a la curia, que no es nueva, desde luego, quiere evidenciar la corrupción del poder eclesial absoluto frente al espíritu evangélico y la necesidad de revisar el papel de la Iglesia que, entonces y ahora, cierra los ojos a las evidencias y se alimenta de clichés caducos sin miedo al ridículo.

Vicente León Navarro

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