Salmo 1: una introducción a los salmos

July 27, 2017 | Autor: Eulalio Fiestas | Categoría: Book of Psalms
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Descripción

Sagrada Escritura |

Eulalio Fiestas Lê’Ngoc

Una introducción a los salmos El libro de los 150 salmos del Antiguo Testamento está formado por varias colecciones y cantos anteriores, que se fueron componiendo a lo largo de varios siglos. Aunque en la liturgia y en la oración solemos emplearlos como piezas individuales e independientes, literariamente constituyen una antología o recopilación con un orden y numeración determinados. Cuando se organizó el salterio en la forma que nos ha llegado, se antepuso un salmo, el Salmo 1, que sirviera de introducción y clave de lectura del resto del libro. No expresa una súplica o una acción de gracias, sino la reflexión serena de un creyente. Por los temas que trata, los especialistas lo fechan tardíamente y lo catalogan como salmo de tipo sapiencial. Su estudio nos ayudará a meditar con más fruto los salmos y toda la Palabra de Dios.

E

l Salmo primero presenta la antítesis ética bajo la imagen, especialmente didáctica, de los dos caminos que se presentan ante el ser humano y su obrar: dos caminos, como metáfora de la vida y de la conducta, que desembocan en dos finales diversos. La enseñanza acerca de los dos caminos, el del justo y el de los malvados, queda claramente realzada, pues se usa el sustantivo “camino” en el primer y en el último versículo, formando una “inclusión” que abraza o enmarca todo el salmo. Comienza con una felicitación: dichoso, bienaventurado, feliz. No se está deseando o prometiendo la felicidad, sino que el salmista la reconoce, la admira (“es dichoso” o “¡qué dichoso es!”). Los autores señalan que el término ’asherey (“dichoso”) posee un significado más secular, menos sagrado o trascendente que el término “bendito”, aunque el Pueblo elegido no concibe una felicidad meramente terrena, desenraizada de Dios. 100 | Palabra, Abril 2014

CANTO A LA TORÁ Es un canto a la Torá, es decir, a la Ley de Dios. El sentido original de la palabra torá no era principalmente el de ley (y mucho menos el de legalismo farisaico o cualquier otro tipo de legalismo); su significado era más bien el de enseñanza, instrucción, directriz; y, a partir de ahí, ley. Cuando se escribe este salmo, se da por supuesto que se trata ya de una ley codificada y puesta por escrito, que es por antonomasia el Decálogo y está consignada en el conjunto de los cinco libros atribuidos a Moisés, que en hebreo reciben por extensión el nombre de “Toráh” y en la versión griega y sus derivados el de Pentateuco. Otros salmos que tratan del don de la Ley son el 18[19] y el 118[119]. SALMO 1 “Dichoso el hombre | que no anda en el consejo de los impíos, | ni se detiene en el ca-

Lorenzo Monaco, David (1408-1410)

mino de los pecadores, | ni se sienta en la reunión de los cínicos; || sino que su gozo es la ley del Señor, | y medita su ley día y noche. || Será como un árbol | plantado al borde de la acequia: | da fruto en su sazón | y no se marchitan sus hojas; | y cuanto emprende tiene buen fin. || No así los impíos, no así; | serán paja que arrebata el viento. || En el juicio los impíos no se levantarán, | ni los pecadores en la asamblea de los justos. || Porque el Señor protege el camino de los justos, | pero el camino de los impíos acaba mal”. EL JUSTO Tres actitudes evita el hombre justo, el hombre dicho-

so, con relación a los malvados: andar o caminar, detenerse o pararse y sentarse con ellos. Los tres verbos, en su gradación, pretenden abarcar todas las actitudes o relaciones con los impíos. Forman una especie de contraste con lo que el hombre justo debe tener en cuenta a la hora de instruir a sus hijos, tal como se expresa en el Shemá: “Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado” (Dt 6, 6-7; cf. 11, 19). En positivo, el justo se define por su actitud ante la ley del Señor: la instruc-

ción, la torá, la enseñanza del Señor es su gozo; y musita, susurra, medita su Ley, su Torá, día y noche. Este es el núcleo central; lo demás son consecuencias. La imagen del árbol plantado junto a la acequia se encuentra también en Jeremías: “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto” (Jer 17, 7-8). Frente a la solidez y esplendor del árbol, los impíos no son más que paja, tamo, pelusa “que arrebata el viento” (Sal 1, 4).

entraba en la enumeración (diríamos que era un salmo supernumerario) o los dos primeros salmos contaban como un único salmo. Esta última explicación cuadra bien con el hecho de que el Salmo 1 comienza con “dichoso el hombre” y el último versículo del Salmo 2 recoge otra bienaventuranza: “Dichosos los que se refugian en él”. Alguna otra semejanza entre los dos primeros salmos, y sus diferencias con el resto de los que se recogen en el

primer libro del salterio, han llevado a que algunos especialistas sostengan que la introducción al conjunto de los salmos está formada por los dos primeros salmos y no sólo por el primero. EL SALMO ÁLEF No es casualidad que su primera letra sea precisamente un álef, es decir, la primera de las consonantes del alefato o alfabeto hebreo, cuyo valor numérico es uno. En cuanto a este

valor, el álef tiene que ver también con Dios, que es el Uno por excelencia. Tampoco parece fortuito que la última palabra del salmo comience precisamente con la tau, o sea, con la última letra del alfabeto hebreo. De esta manera se alude a que en él se compendian, de la A a la Z, la actitud que hay que tener ante la ley y los dos caminos que marcan la diferencia existencial para los que recitan los salmos. Desde una lectura cristiana, recordamos que Je-

EL PRIMER SALMO Cuando se hizo la recopilación de los salmos y su ordenación definitiva en cinco libros, se adaptó o compuso este Salmo 1 para que encabezara el salterio y fuera la clave de todo él. Como escribe un conocido especialista, “el primer salmo fue colocado al principio de la colección del Salterio como introducción y preámbulo al mismo. Este hecho queda confirmado por una variante notable en Hech 13,33. Al citarse el salmo segundo, la mencionada variante [del Códice de Beza] dice en tō prōtō psalmō (‘en el primer salmo’). Se presupone, por tanto, que lo que hoy es el Salmo 1 no entraba en la enumeración, por considerársele como un preámbulo. Esta observación no es de poca importancia para la comprensión del Salmo 1 en el marco del Salterio” (H-J. Kraus). No sabemos a ciencia cierta en qué época se numeraron los salmos. Varios rabinos medievales aluden a que el Salmo 1 abría la serie, aunque señalan que en tiempos pretéritos o bien no

Luigi Ademollo, Traslado del Arca de la Alianza que contiene las tablas de la ley, 1816 (fresco) Palabra, Abril 2014 | 101

Sagrada Escritura sús, que es la Verdad y el Camino y habla de los dos caminos, el ancho y el estrecho, es presentado también en el Apocalipsis como el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Teniendo en cuenta que el Salmo 1 es el salmo álef (uno), que comienza con la letra álef y que es un elogio de la Torá, podemos relacionarlo con un conocido relato rabínico. ÁLEF - BET Se trata de una disputa entre el álef y la segunda letra del alefato, la bet (nuestra be), cuyo valor numérico es dos y connota la división, la composición, es decir el mundo de las creaturas. La bet puede mostrarse orgullosa porque ha sido elegida por Dios para la obra de la creación. En efecto, la primera palabra de la creación (y de toda la Biblia) comienza por una bet: “bereshit” (“en el principio”); más aún, la segunda palabra “bará” (“creó”) se escribe también con bet, como para subrayar que todo lo creado es compuesto. El álef, en su humildad, recibe el honor de ser la letra que emplea y asume Dios cuando da los mandamientos de la Ley en el Sinaí, la Torá, cuando establece la Alianza. En efecto, en Éxodo 20, 1 leemos: “El Señor pronunció estas palabras”. Y, a continuación, el Decálogo comienza con una solemne profesión: “Yo soy el Señor tu Dios”: ese “yo” divino se escribe ’anokhi y comienza con álef. La literatura mística y cabalística subraya continuamente la relación del álef con Dios. El nombre de Dios en la creación (Gén 1), ’elohim, comienza también con álef, así como las tres palabras con que Dios revela su nombre propio a Moisés en el episodio de la zarza ardiente 102 | Palabra, Abril 2014

(cf. Éx 3, 14): “Soy Quien Soy” (’eheyeh ’asher ’eheyeh). CANON El Salmo 1 tiene también una gran importancia por la situación del salterio en el canon hebreo. Como es sabido los libros de la Biblia cristiana (Antiguo y Nuevo Testamento) se agrupan en secciones dispuestas linealmente, con una perspectiva histórica que mira al futuro. En primer lugar, los libros históricos y, al final, los libros proféticos que se abren a un horizonte de porvenir (mesiánico o escatológico); en medio los libros de instrucción o enseñanza. Así, en el Antiguo Testamento, primero encontramos el Pentateuco y los demás libros llamados históricos; luego, los didácticos, poéticos y sapienciales; y finalmente los proféticos, que anuncian a Jesucristo. El Nuevo Testamento, a su vez, se abre con los evangelios y la historia recogida en los Hechos de los apóstoles; a continuación, las cartas, que ocupan la parte de instrucción; y por último el Apocalipsis, que sería el libro profético. El orden canónico de la Biblia hebrea, o “TaNaK” (acrónimo formado por las iniciales de Torá, Nebiim y Ketubim: Ley, Profetas y Escritos, respectivamente), no tiene una disposición histórica y lineal, sino concéntrica. Hay un núcleo original, sin parangón, que es la Torá. Como en un círculo concéntrico, los profetas anteriores y posteriores actualizan la Torá. Otro círculo concéntrico, pero más exterior, incluye los últimos escritos o ketubim. MEDITAR LA LEY En el Nuevo Testamento leemos una referencia a es-

Moisés con las tablas de la ley, Rembrandt (1659)

tas tres partes de la TaNaK, que identifica la tercera parte, los Escritos, con el más característico: “La Ley de Moisés y los profetas y los salmos” (Lc 24, 44). En las ediciones impresas de la Biblia hebrea, la práctica universal es comenzar la parte de los Escritos con el libro de los Salmos. En los manuscritos anteriores que nos han llegado, hay una cierta variedad en cuanto al orden que llevan los libros considerados como Escritos (Ketubim). Sin embargo, los salmos de David suelen ocupar el primer lugar, precedidos, si acaso, por alguno de los libros que se refieren a David (Rut y Crónicas). La forma canónica de la Biblia hebrea expresa la supremacía de la Torá sobre las demás divisiones (profetas y escritos). Así, el primer libro de los Profetas anteriores, Josué, comienza con una advertencia divina acerca de la

Ley: “Que el libro de esta ley no se te caiga de los labios; medítalo día y noche, para poner por obra todo lo que se prescribe en él; así tendrás suerte y éxito en todas tus empresas” (Jos 1, 8). También el último de los libros de los profetas termina con una mención de la Torá: “Recordad la ley de mi siervo Moisés, los mandatos y preceptos que le di en el Horeb para todo Israel” (Mal 3, 22). El conjunto de los profetas se abre y se cierra con el reconocimiento de la Torá. El Salmo 1, con su elogio a la Torá, es el comienzo adecuado para la tercera parte de la Biblia hebrea. Más aún si tenemos en cuenta que usa la misma expresión que encontramos en Josué 1, 8: susurra, “medita su ley día y noche” (Sal 1, 2), y expresa un parecido resultado: “Y cuanto emprende tiene buen fin” (Sal 1, 3). Por otro lado, nos señala cuál debe ser nuestra actitud ante la Palabra de Dios. n

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