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Título de la ponencia. “Crisis de la democracia liberal en la era del gobierno neoliberal” Autor: Matías L. Saidel Correo electrónico: [email protected] Pertenencia institucional: CONICET-UCSF-USAL-UNR Mesa redonda: "La democracia en debate: intervenciones desde la filosofía política contemporánea" Área temática sugerida. Teoría y filosofía política Resumen: La imposición progresiva de una razón gubernamental neoliberal a nivel global supuso la conformación de una serie de dispositivos de control que venían a complementar las lógicas de gobierno y producción de subjetividad dominantes en un marco de auge del postfordismo y del capitalismo financiero global, redefiniendo las funciones de los Estados y sus formas de gobierno. En ese marco, intentaremos abordar algunas de las tensiones que encontramos entre el predominio del neoliberalismo como razón gubernamental dominante y la propia democracia liberal basada en la soberanía popular como fuente de legitimidad del poder político. Trabajo preparado para su presentación en el XI Congreso Nacional y IV Congreso Internacional sobre Democracia, organizado por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Rosario, 8 al 11 de septiembre de 2014 Introducción En las últimas décadas hemos asistido a la imposición progresiva de una razón gubernamental neoliberal a nivel global al mismo tiempo que se iban constituyendo toda una serie de dispositivos de control que venían a complementar y en cierto modo suplantar la lógica de gobierno y producción de subjetividad dominantes en las «sociedades disciplinarias».1 Todo ello coincidió, no casualmente, con el paso, en nodos centrales para el capitalismo contemporáneo, al post-fordismo —con la consabida hegemonía del trabajo inmaterial— y la constitución a nivel político global de una nueva forma de ejercicio del poder en el que las formas de gobierno y dominación económicos tienen un rol preponderante. Además de las implicancias que esta «gran transformación» ha tenido en los dispositivos de control que han ido imponiéndose en el ámbito de la subjetividad y en las formas de funcionamiento del poder en las sociedades neoliberales, estos procesos afectan a la democracia liberal que gran parte de los países occidentales dicen practicar y sostener. La democracia liberal, que es presentada como fórmula política triunfante y non plus ultra de la historia, aparece así cuestionada por distintos procesos internos y externos. Por un lado, la aplicación de políticas económicas neoliberales, en conjunto con la financiarización 1

Adoptamos esta distinción en términos analíticos y no cronológicos, ya que, como queda claro en Foucault, la aparición de nuevas formas de poder no implica la desaparición de las precedentes.

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de la economía global, implicó una redistribución hacia arriba del poder político y de los recursos económicos en desmedro de las clases populares y medias. Por otra parte, la gubernamentalidad neoliberal supone un control tecnocrático de la política que menoscaba la participación popular, reduciendo al ciudadano al rol de mero cliente de la administración que debe limitarse a convalidar decisiones tomadas por una oligarquía de expertos. Además, los dispositivos de control cada vez más sutiles e insidiosos van desdibujando el ámbito inviolable de lo privado y de la autonomía individual, sagrados para la concepción liberal. Por si fuera poco, la difusión de formas policíacas de vigilancia y control de los cuerpos y sus movimientos y la suspensión de garantías constitucionales para defender a la población de sus supuestos enemigos, minan los propios valores y reglas — como libertades y derechos civiles básicos— que esa democracia liberal afirma defender. Es más, han sido los «grandes defensores de la democracia liberal» quienes primero han abogado por contener la participación política y, posteriormente, han puesto al mundo en un estado de guerra y de excepción permanentes, invadiendo países en nombre de esta democracia, sembrando el horror en vastas regiones con la promesa de un mañana «democrático» e incluso sacrificando la propia democracia liberal y al Estado de derecho en nombre de la «democracia». En este sentido, el aclamado Rechstaat se transforma sin solución de continuidad en permanente Ausnahmezustand y la doctrina kantiana de la paz perpetua se ve desmentida por la realidad permanente de la guerra preventiva, disuasoria o incluso punitiva, que reintroduce peligrosamente en la escena global la doctrina teológicopolítica del bellum iustum.2 Por otro lado, los Estados que en los últimos años han avanzado en procesos de democratización —entendiendo esto en términos de participación política e inclusión social vía consumo y acceso a servicios públicos y seguridad social en un contexto de continuidad republicana— como es el caso de buena parte de América del Sur, han seguido un modelo de desarrollo en ciertos aspectos crítico frente a la tradición liberal y al discurso neoliberal, exaltando una forma de concebir la democracia más ligada a las tradiciones políticas vernáculas. No es que el imaginario de este tipo de régimen político demo-liberal ni las instituciones republicanas o del Estado de derecho desaparezcan —incluso la ciencia política hegemónica sigue pensando en estos términos— pero la legitimidad de muchos de los dogmas liberales empieza a ser severamente cuestionada. Frente a la amenaza que la gubernamentalidad neoliberal representa en todo el mundo para la soberanía popular y, por otro lado, su parcial puesta en discusión en nuestra región, cabe preguntarse si no asistimos a una crisis profunda de ese matrimonio entre democracia y liberalismo que se dio en Occidente a lo largo del siglo XX y si el mismo no fue desde el inicio un matrimonio por conveniencia. Esta pregunta no puede, por supuesto, evitar otra de

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El renacimiento de la teología política como matriz interpretativa de la política contemporánea es ya un síntoma de la descomposición del agnosticismo que caracterizó al mainstream demoliberal. Basta leer los discursos de Bush para legitimar la “guerra contra el terrorismo” para darse cuenta de que se trata de una auténtica cruzada contra los infieles en nombre de la “democracia”, en la que no hay neutralidad posible. Dichos discursos de Bush a propósito de la necesidad de combatir al “eje del mal” tienen el añadido de funcionar como las guerras en nombre de la humanidad denunciadas por Schmitt (1984: 50ss) que, colocando al enemigo fuera de la ley y de la humanidad, pretenden autorizar impunemente las matanzas más despiadadas. El uso de la “democracia” como justificación de la invasión a Afganistán e Irak es trabajado en Castro Santos y Tavares Teixeira (2013)

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alcance aún mayor: ¿es todavía compatible la democracia con el liberalismo? ¿Y con el capitalismo? Para intentar un principio de respuesta a estos interrogantes, partiremos de una caracterización de la democracia liberal, escindiendo analíticamente forma de soberanía y de gobierno. Luego comentaremos brevemente algunos de los dispositivos de poder que ponen a esta democracia en cuestión, las formas de subjetividad que los mismos alientan y configuran, y algunos de los discursos que legitimaron las políticas neoliberales alentando decisiones que minan a la democracia liberal desde su interior. En ese sentido, este escrito apunta a mostrar algunas de las tensiones que se dibujan entre la racionalidad gubernamental neoliberal y la democracia liberal. Algunos aspectos de la democracia liberal La crisis actual de la democracia liberal (Rodríguez Guerra, 2013), surgida en un momento en que se trompeteaba su triunfo definitivo (Fukuyama, 1990) es percibida por distintos intelectuales, ya sea que se inscriban en esa tradición o la rechacen. No nos referimos a la crítica republicana o comunitarista ni a los modelos de democracia participativa o radical ni a las corrientes feministas, todas las cuales cuestionan algunas de las premisas ontológicas y antropológicas liberales (abstracto universalismo, atomismo, sexismo, etc.) sino a los procesos reales que la ponen en cuestión. Lógicamente, podrían salvarse las apariencias diciendo que la crisis es constitutiva de la democracia o que el liberalismo siempre fue elitista, con lo cual no habría nada nuevo en considerar estas cuestiones. Por el contrario, lo que aquí queremos marcar es que los fundamentos sobre los cuales se constituyó esa fórmula demoliberal hoy se ven claramente cuestionados no tanto por desafíos externos, que siempre han servido para cohesionar al propio campo político, sino más bien por procesos internos en los que la racionalidad gubernamental neoliberal tiene un rol decisivo. El concepto de democracia liberal implica la conjunción de dos fórmulas políticas específicas. Por un lado, la democracia, que en su definición mínima remite al poder (kratos) del pueblo (demos). Por ende, democracia designa una forma de soberanía popular. En los Estados nacionales modernos esta soberanía gana en extensión y pierde en profundidad. Por un lado, se amplía la ciudadanía y se eliminan las desigualdades de nacimiento, pasando a considerarse que todos los hombres nacen libres e iguales, con lo cual la exclusión de sectores sociales de la participación política al interior del espacio nacional va perdiendo legitimidad. No casualmente, el movimiento democrático moderno de masas, tomando en serio los postulados del igualitarismo burgués, bregó constantemente por la ampliación y efectivización de los derechos políticos, para incluir en la ciudadanía activa, progresivamente, a todos los adultos independientemente de su sexo y su condición educativa. Además, el movimiento socialista buscó transformar esa democracia formal en otra material, poniendo en un segundo plano las instituciones liberales y apostando por una reabsorción del Estado en la sociedad civil (Marx). Por otro lado, la pérdida de profundidad tiene que ver con el hecho de que la democracia moderna es representativa, y esa idea de representación es incluso anterior al auge del movimiento democrático moderno. Precisamente es con las doctrinas del contrato social que se impone la idea moderna de representación política, que permitió la constitución de un orden político incontestable y

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que en la práctica implicó, con el tiempo, la difusión de un modelo electoral de designación de representantes del cuerpo político, que se reservan autonomía respecto de sus electores. El liberalismo político surge como una doctrina que, sobre el trasfondo del pluralismo religioso, del individualismo moderno y del nacimiento del Estado moderno de derecho (Rawls, 2006), tendrá a la libertad individual como valor central, tanto de pensamiento como de culto, expresión, asociación, etc., junto con la igualdad ante la ley. El liberalismo adopta la doctrina del Estado de derecho como un modo de limitar la razón de Estado frente a los derechos “naturales” del ciudadano. La autonomía del individuo y sus capacidades políticas se fundan en la propiedad privada como un derecho inalienable, basado en el fruto de nuestro trabajo como extensión del propio cuerpo (Locke). Institucionalmente, el liberalismo abogará por la división de poderes, para evitar la concentración del mismo, colocando al parlamento como espacio central de legislación y discusión política. Concomitantemente, el liberalismo económico se fue configurando bajo la idea de gobernar lo menos posible. Es característica del liberalismo la idea de que la sociedad, y en ese marco la economía, pueden autorregularse y, por ende, se hace necesario limitar la intervención estatal, reservándole las funciones mínimas de administración de justicia, obras públicas, recaudación de impuestos, y todo lo que la sociedad no puede hacer sin su concurso. En ese marco, si bien por momentos liberalismo y democracia coincidieron en algunos Estados “atlánticos”, el siglo XIX fue escenario de una lucha entre los políticos liberales, que buscaban mantener a raya la participación política de las masas, y el movimiento democrático de masas. Pero ese movimiento, en el marco del Estado de derecho liberal, conquistó las garantías constitucionales y toda la panoplia de derechos civiles, luego políticos y sociales que permitieron posteriormente, en el siglo XX y tras la segunda guerra mundial, que la democracia liberal se impusiera en occidente como la única forma legítima de ordenar la vida política, en oposición a lo que se llamó el totalitarismo al punto que, incluso en las últimas décadas, la ciencia política hegemónica celebra con kantianas reminiscencias que ninguna democracia le hace la guerra a otra.3 Sin embargo, la oposición democracia-comunismo implicó el fin de cualquier vocación emancipatoria de la democracia (Ross, 2010: 101), al menos en esos mismos países que se decían sus defensores. Democracia y libertad pasan a ser palabras de orden frente a los intentos por subvertir la organización capitalista de la sociedad. En este desarrollo, el derecho constitucional se muestra cada vez menos eficiente para garantizar aquello que promete.4 Para intentar una explicación a ello tendremos que distinguir esa dimensión jurídico-institucional de las formas concretas de ejercicio del poder que asociaremos al concepto foucaulteano de gubernamentalidad. (vid. Infra). A 3

Tal vez sería mejor decir: ninguna democracia le declara la guerra a otra. Como sabemos, en nuestro continente la intervención norteamericana, directa o indirecta, se encargó de cortar de raíz a sangre y fuego cualquier proceso democrático de transformación social que afectara los intereses de corporaciones transnacionales durante todo el siglo XX y, de manera más soft, en lo que va del XXI. No es casual que la literatura de ciencias políticas y relaciones internacionales que intentan demostrar, incluso empíricamente, el carácter pacífico de las democracias provenga de los grandes centros académicos del “primer mundo” o de sus adláteres en el “tercero”. 4 Lo paradójico es que se da una ampliación de derechos en las constituciones formales, pero muchos de ellos son desconocidos en la práctica. Ejemplo paradigmático es la inclusión de derechos sociales, económicos, políticos y culturales en la Constitución de 1994, que fueron escasamente implementados.

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nuestro modo de ver, mientras que la racionalidad gubernamental liberal en un primer momento pudo ser funcional a la imposición de la democracia liberal, su reemplazo por el neoliberalismo ha terminado por ponerla seriamente en cuestión, mediante nuevas formas de control que han producido una pérdida de derechos económicos, sociales e incluso civiles que parecían intocables para la tradición del Estado de derecho liberal. Al mismo tiempo, dichas prácticas y dispositivos han vuelto irrelevante a la actividad política democrática, al impedirle tener injerencia a los ciudadanos en las grandes decisiones sobre sus vidas. En este sentido, si bien en lo que hace a la legitimación de los gobiernos y al ordenamiento constitucional la democracia liberal sigue siendo una fórmula política cada vez más reconocida, los mecanismos de gobierno parecen adoptar otras lógicas que transforman a lo anterior en cáscaras vacías. Democracia y liberalismo, entre soberanía y el gobierno “en realidad, nunca se me ocurriría llamar democrática a nuestra sociedad. Si por democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un pueblo que no está dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que estamos muy lejos de una democracia. Me parece evidente que estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de clase, de un poder de clase que se impone a través de la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales; y a ese nivel, hablar de democracia carece de sentido por completo”. (Chomsky & Foucault, 2006)

El concepto de democracia no sólo está atravesado por una polisemia inherente y por las transformaciones históricas que lo resignifican, sino también, como todo concepto auténticamente político, por disputas polémicas y hegemónicas. En lo que sigue, intentaremos tener presente esta dimensión, pero, en función de ir ordenando el desarrollo teórico-conceptual, queremos partir de una distinción analítica entre la democracia como forma de Estado que se legitima en la soberanía popular y como forma de gobierno de/sobre ese mismo pueblo, rol que a nuestro juicio cumplirá el liberalismo.5 Como sabemos, Foucault puso entre paréntesis el problema de la legitimidad y el privilegio teórico y político de la soberanía, desplazando sus análisis a los mecanismos concretos mediante los cuales funciona el poder. En ese marco, puso en evidencia que el poder en la modernidad no funciona centralmente mediante la espada soberana ni en las deducciones propias de sus normas jurídicas sino mediante mecanismos de producción y configuración de subjetividades de manera inmanente a través de dispositivos disciplinarios que intentan institucionalizar y moldear cuerpos dóciles junto con una biopolítica que regula el medio en el que la vida de la población se desenvuelve atendiendo a procesos de conjunto. Todo esto formaba parte de lo que llamó sociedad de normalización. (2001: 229) Posteriormente, Foucault realiza una genealogía de largo aliento de la gubernamentalidad que logró inspirar diversos análisis que buscan mostrar esos mecanismos concretos de poder/gobierno/verdad/subjetivación que tanto interesaron al francés.6 Dentro de ese 5

Palti (2009) señala que esta distinción estaba presente en el s. XIX latinoamericano y que a la postre pareciera que la soberanía popular sólo tenía lugar como poder constituyente, resultando incompatible con el gobierno. 6 Por ejemplo, los estudios sobre gubernamentalidad que surgen en el mundo anglosajón siguiendo a Foucault, ya en los años ’80, van a estudiar en concreto esos mecanismos de producción de subjetividad y las prácticas de subjetivación que comportan.

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paradigma genealógico, Foucault trata al liberalismo no tanto como una teoría económica ni una teoría política sino como la tecnología de gobierno más persistente en la modernidad occidental. (v. infra) En ese marco, el problema de la democracia y su relación con el liberalismo podría adquirir una nueva forma de abordaje. No se trata sólo de que la alianza entre ambas racionalidades sea contingente y, por momentos, forzada, sino que evidencia por contraste lo efímero del momento democrático moderno, constantemente contrarrestado por las neutralizaciones y despolitizaciones liberales (Schmitt, 1984). Sin embargo, Foucault también ofrece herramientas para distinguir a la democracia entendida en los términos jurídico-políticos de la soberanía popular o como forma de gobierno. En este sentido, en relación a la democracia ateniense, Foucault distingue los problemas de la politeia, relativos a la constitución —y que por ende involucra cuestiones de derechos políticos como la isonomía o la isegoría—, de los de la dynasteia, que tienen que ver con el ejercicio efectivo del poder, es decir, con una experiencia política que implica formas de relación consigo mismo y con los otros.7 En ese marco, la parresía democrática tiene un rol de bisagra entre ambas dimensiones, haciendo aparecer el problema de la gubernamentalidad. (Foucault, 2009: 170ss)8 Esta distinción entre el poder soberano y la gubernamentalidad, ha sido tratada de distintas formas por Agamben (2007; 2010), pero es interesante que aparezca, de manera similar a lo señalado en Foucault, en una conferencia dedicada al problema de la democracia. Agamben señala la ambivalencia de este término, ya que puede indicar o bien un modo de constituir el cuerpo político (mediante disposiciones constitucionales) o bien un modo de gobernar (práctica administrativa), una forma de legitimación o una modalidad de ejercicio. Esta ambigüedad entre paradigma jurídico-político-constitucional y económico-administrativogestional estaría presente ya en el término politeia, que, en Aristóteles, podría ser traducido como constitución y como gobierno. Traduciendo a Aristóteles en términos modernos, Agamben señala que su pasaje de La Política (1279a 25 y ss) afirma que el poder constituyente (politeia) y el poder constituido (politeuma) se ligan en el poder soberano (kyrion). Agamben recuerda la lectura que hace Foucault (2006) de El contrato social de Rousseau, donde el ginebrino busca reconciliar una terminología jurídico-institucional (contrato, voluntad general, soberanía) con un arte de gobernar. Para Agamben, esta distinción entre soberanía y gobierno resulta decisiva. Rousseau subraya repetidamente la diferencia entre el poder soberano que legisla, sede de la voluntad general, y el poder gubernativo, que ejecuta. Sin embargo, para mostrar la indivisibilidad de la soberanía, termina señalando, como Aristóteles, que la soberanía (kyrion) es al mismo tiempo uno de los términos de la distinción y el que mantiene juntos la constitución y el gobierno. Por el contrario, según Agamben, hoy se evidencia el error de haber pensado el gobierno como simple poder 7

De paso, Foucault aprovecha para criticar el deslizamiento de los análisis contemporáneos hacia lo político como un modo de obviar los problemas de la política. Esta preeminencia de la interrogación por lo político, que aparece primero en Ricoeur y luego en autores como Lefort, Nancy y Lacoue-Labarthe ha sido recuperada por O. Marchart (2009) en su libro sobre el heideggerianismo de izquierda. 8 De todos modos, no podemos hablar de una gubernamentalidad democrática como hablamos de una gubernamentalidad liberal. Pareciera más bien que, en la modernidad, la legitimidad democrática —la idea de que el poder viene del pueblo— ha servido a la gubernamentalidad liberal para imponerse.

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ejecutivo, ya que asistimos a un predominio incontestado del gobierno y la economía, donde la soberanía popular ha perdido todo sentido. Ello explicaría por qué nos perdemos en abstracciones como la ley, la voluntad general, la soberanía popular, sin ser capaces de abordar el problema del gobierno y su articulación con el locus de la soberanía. (Agamben, 2010) Vemos aquí dibujarse una tensión fundamental para nuestro argumento, entre, por un lado, la soberanía popular como fuente de legitimidad política, en un contexto representativo donde el pueblo no delibera ni gobierna y, por el otro, una racionalidad gubernamental, liberal en este caso (no democrática, como en la conceptualización de Agamben), que se va imponiendo sin ninguna consideración por esas ficciones jurídicas, y que parece destinada a poner coto a la soberanía popular, ya que su legitimidad es epistémico-gestional. En síntesis, Agamben conceptualiza una ambivalencia constitutiva y una inconmensurabilidad entre la democracia como forma de Estado y forma de gobierno, donde la soberanía aparece como el término que articula a ambas (reino y gobierno) escondiendo el vacío en el que se fundan (la gloria). (Agamben, 2007) Aquí, más que intentar situar esta conjunción disyuntiva al interior de la democracia, nos interesa plantear que en la modernidad occidental, si bien la soberanía radica en última instancia en la figura del pueblo9, la racionalidad gubernamental que predomina en los últimos dos siglos ha sido la liberal, primero, y neo-liberal, después. En efecto, hoy la mayoría de los Estados fundan la legitimidad de sus ordenamientos constitucionales y políticos en la soberanía popular, dando lugar a democracias representativas. Sin embargo, cuando se observan las prácticas de gobierno, aparecen formas oligárquicas y plutocráticas en cuanto al liderazgo político y una eliminación creciente de las conquistas sociales obtenidas. En nuestra visión, esto expresa que no hay en la modernidad una racionalidad de gobierno democrático, sino una tensión entre el pueblo como soberano que funda el orden constitucional10 y debe elegir a sus representantes democráticamente y una racionalidad gubernamental cuya legitimidad no radica en hacer participar y satisfacer las aspiraciones de las mayorías sino en formas de saber-poder específicas puestas al servicio de lo que se entiende como un estado de vida óptimo de la población. En ese marco, la economía política se irá configurando como un saber clave para legitimar las acciones de gobierno. A la novedad histórica de la democracia política basada en la legitimidad de la soberanía popular, se le van superponiendo las formas de gubernamentalidad que acompañan a las formas de Estado y las atraviesan. En la modernidad, el liberalismo y luego el neoliberalismo aparecen como las racionalidades de gobierno triunfantes, capaces de establecer la administración de los recursos y de producir 9

De todos modos, este pueblo unitario (populus) es una ficción jurídica que hay que distinguir de la plebe (plebs), temida por los liberales. Como señala Palti, hasta el s. XIX siempre se pensó que una parte de la sociedad gobernaba a otra. No era concebible que todos seamos a la vez soberanos y súbditos. Para Agamben, todo Pueblo genera un pueblo que se encuentra en una relación de inclusión exclusiva. Por su parte, Laclau señala que el populismo consiste en la hegemonía de una parte (la plebs) que dice ser el todo (populus) y Ranciere entiende que esta es la parte que no tiene parte en el orden político vigente. 10 Quizás el momento democrático funcione sólo como poder constituyente y se termina cuando aparece el poder constituido. De ahí la insistencia de autores como Virno, Hardt y Negri en la necesidad de una nueva forma de democracia de una multitud que no opere una reductio ad unum, transformándose en pueblo, siempre-ya preparado para la soberanía

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subjetividades mediante dispositivos de poder disciplinarios, biopolíticos y noopolíticos. Por eso nos parece necesario hacer algunas consideraciones sobre el neoliberalismo como racionalidad gubernamental y sobre la emergencia de lo que se han llamado sociedades de control, procesos que caracterizan en buena medida nuestros modos de ser y actuar contemporáneos. Es en ese marco en el que veremos que algunos de los procesos de ciudadanización mencionados encuentran ciertos reveses y el liberalismo entra en cortocircuitos cada vez más evidentes con la democracia. El neoliberalismo como racionalidad gubernamental El neoliberalismo puede ser entendido de distintas maneras. Frecuentemente se lo entiende como una corriente político-ideológica que aboga por una economía de libre mercado, donde el Estado se mantiene por fuera del juego económico, estableciendo simplemente las reglas jurídicas que lo hacen viable, buscando desregular todos los ámbitos que pueden configurar mercados. La acepción que nos interesa es más amplia, no sólo a nivel de la propia teoría neoliberal sino al entender al neoliberalismo en tanto racionalidad gubernamental, lo que implica producción de subjetividades, de sentidos, de mundo.11 Gobernar implica estructurar el campo de acción de otros, influir en la conducta de otros a través del gobierno que cada uno ejerce sobre sí mismo. Por lo tanto, la razón gubernamental en cuestión implica no sólo medidas macroeconómicas sino formas de producción de subjetividad, de conducir y conducirse, en las que la configuración de nuestros modos de desear y vivir cobra un rol central. En ese sentido, a Foucault le interesaba el liberalismo no sólo como teoría económica sino como la forma histórica más importante de racionalidad política moderna. El liberalismo sería una práctica político-antropológica que comienza desde el momento que el mercado se convierte en mecanismo de veridicción y ya no de justicia. (Castro, 2011: 45) Para el liberalismo clásico, que entiende al mercado como un lugar natural de intercambio, los precios indicarían qué prácticas son correctas y cuáles no. Del interés bien entendido de cada agente, y sin la injerencia distorsionadora de los gobernantes que no pueden conocer la totalidad del proceso, surgiría espontáneamente el bienestar general. En efecto, dado que no hay soberano económico que pueda conocer todos los procesos, se impone la providencial mano invisible del mercado.12 El laissez-faire aparece como la única política económica no distorsionadora. Pero, como sabemos, no existe ese espacio natural del mercado si no hay una autoridad política que lo configure. Es precisamente en ese marco que las formas de biopoder que Foucault identifica en La voluntad de saber se articulan con el proyecto gubernamental liberal y con el naciente capitalismo industrial, que “no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos”. (Foucault, 1998: 170) Me refiero a la anátomo-política, que busca disciplinar 11

En Seguridad, Territorio, Población la gubernamentalidad aparece como el conjunto de instituciones, procedimientos, análisis, cálculos, etc. que tienen como objetivo principal la población, como forma privilegiada de saber la economía política y como instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad. (Foucault, 2006, pág. 136) 12 Podríamos decir que Foucault pone el acento en su carácter invisible, mientras que a Agamben le interesa justamente que se trate de una mano. Este tema es comentado por Castro (2011).

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los cuerpos, y la biopolítica, que regula las condiciones de vida generales de la población. En ese maco, los dispositivos disciplinarios, que vemos funcionar en la red institucional de secuestro infraestatales (Foucault, 1996: 129ss) formada por escuelas, prisiones, cuarteles, hospitales, etc. “pretenden crear las condiciones subjetivas, las formas de autodominio, de autorregulación y autocontrol, necesarias para gobernar una nación ahora concebida como una entidad formada por ciudadanos libres y civilizados”. (Rose, 1997) Al mismo tiempo, las estrategias de la biopolítica –encuestas, estadísticas, censos, programas para maximizar o reducir las tasas de reproducción, para minimizar la enfermedad y promover la salud– pretenden hacer inteligibles aquellos ámbitos cuyas leyes el gobierno liberal tiene que conocer y respetar: el gobierno legítimo… estará basado en el conocimiento operativo de aquellos cuyo bienestar está llamado a promover. (Rose, 1997)

Nuevamente vemos cómo surge una nueva forma de legitimidad de la acción de gobierno que ya no tiene que ver con la fuente de la que emana sino con un ejercicio basado en formas específicas de saber y que mira al interés de los gobernados. Es necesario conocer las leyes de funcionamiento de la sociedad para poder gobernarla, al igual que sucede con sus sujetos. Estos procesos son en parte profundizados y en parte desplazados por la racionalidad neoliberal. En primer lugar, los neoliberales consideran ingenua la concepción naturalista del mercado que propone el liberalismo clásico. El mercado no debe ser concebido en términos de intercambio y de equivalencias sino de competencia y desigualdad. Ello es posible si se dan ciertas condiciones que se producen artificialmente. Para los neoliberales “hay que gobernar para el mercado” y no “a causa del mercado”. (Foucault, 2007: 154) Para los ordoliberales, el mercado no es un espacio natural capaz de autorregularse y el Estado no es un mero veilliuer de nuit. El Estado debe construir, regular y vigilar el mercado mediante reglas jurídicas que establezcan la norma de la competencia. Ya en el Coloquio Walter Lippmann (1938), donde von Rüstow formula el término, se proponía transformar al hombre para adaptarlo a la regla de la competencia a través de la educación y el eugenismo13, con un Estado fuerte dirigido por una élite competente. Para los alemanes de posguerra, el problema será cómo reconstruir un Estado a partir del mercado. Los «austronorteamericanos» como Mises y Hayek introducen la idea de una soberanía del consumidor que se opone a la dictadura del Estado. Sólo el consumidor sabe lo que es bueno para sí mismo, buscando el mejor negocio en un proceso de aprendizaje constante. En ese marco Mises propone la praxeología como ciencia que estudia la acción humana en general, es decir, toda conducta finalizada que implica una elección estratégica de medios, vías e instrumentos. En ese marco, la economía sería una ciencia de la sistematicidad de las respuestas a las variables del medio. Posteriormente, Gary Becker incluirá las conductas no racionales en esa definición con su teoría del capital humano. Esta teoría sirve como grilla de análisis de las decisiones que tome en todos los ámbitos de su existencia. Todas las conductas y decisiones pueden ser analizadas en términos económicos. En ese marco, el capital humano es el conjunto de los elementos físicos, culturales y psicológicos invertidos para valorizar la propia vida. Este capital humano tiene un componente innato —nuestro equipamiento genético— o adquirido, sobre todo a través de 13

Un eugenismo que encuentra más proyecciones en la teoría del capital humano y la preocupación actual por una forma de eugenesia liberal que con el tipo de eugenesia nazi.

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la educación. Lo que nos importa resaltar de esta teoría es su carácter no sólo descriptivo sino también performativo, incluso normativo. Los neoliberales no sólo teorizan el capital humano sino que contribuyen a que nos pensemos y actuemos de acuerdo con sus premisas. El imperativo es comportarse en todos los ámbitos de la existencia como un empresario de sí mismo, que busca maximizar sus beneficios a través de una óptima utilización de los recursos disponibles. En base a estos supuestos, la política neoliberal penalizará a quien no tome las decisiones responsables tendientes a valorizar su propio capital humano. Por lo demás, al hacernos a todos mágicamente posesores de un capital, el propio conflicto capital-trabajo parece superado, ya que el trabajo, la potencia de producir, aparece como un capital del trabajador, un recurso que debe usar de manera eficiente y responsable para lograr una satisfacción que sólo depende de sí mismo. En efecto, a partir de esta teoría y de los supuestos neoliberales de autores como Hayek sobre la ineficiencia y el autoritarismo del Estado benefactor, que van en detrimento de la libertad y la iniciativa privada, la política social ya no va a buscar librar a los sujetos de los riesgos de la existencia sino hacer que cada uno asuma sus riesgos como un empresario de sí mismo responsable de su éxito o su fracaso. Para lograr dicho objetivo, los neoliberales proponen una política social individual. En vez de pedir a la sociedad que proteja a los individuos de los riesgos que puedan amenazarlos se buscará que cada individuo pueda capitalizarse en modo de hacer frente por sí mismo a estos posibles riesgos.14 Como señala Marzocca, la noción de riesgo permite pensar a la vez como temible e inevitable, incluso apreciable, la inseguridad que connota la vida del individuo y de la sociedad. (2011: 106) En este sentido, lo que está en juego en el neoliberalismo es una forma de existencia, el modo en el que nos vemos llevados a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos, donde la norma es la competición generalizada, que implica una aceptación de las desigualdades y una obligación de conducirse como empresa. En este sentido, en tanto razón del capitalismo contemporáneo, el neoliberalismo sería “el conjunto de los discursos, de las prácticas, de los dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de los hombres según el principio universal de la competencia”. (Dardot y Laval, 2013: 15) En efecto, Dardot y Laval señalan que el neoliberalismo no es una «ideología» que se desmiente en su práctica sino una nueva razón del mundo.15 Por el contrario, la producción de subjetividad es fundamental para el neoliberalismo porque su éxito depende de generar condiciones en las cuales los gobernados coincidan en sus deseos, esperanzas, necesidades y modos de vida, con los que han sido prefijados y codificados por el mercado. (Patarroyo) Para los autores, entender al neoliberalismo como forma de gobierno permite refutar la idea de una retirada del Estado. En realidad, el Estado redefine sus funciones al quedar atravesado por esta gubernamentalidad. Son los Estados los que “han introducido y universalizado en la economía, en la sociedad y hasta en su propio seno, la lógica de la competencia y el modelo de la empresa”. (Dardot & Laval, 2013: 17) En segundo lugar, permite destacar el carácter transversal del sistema de normas neoliberal, que excede el 14

De hecho la propia idea de sociedad aparece cuestionada, algo que refleja por ejemplo Rose (2007). Por supuesto, esta dimensión ideológica existe, en un nivel textual y en el de las prácticas. Por ejemplo en los escritos de Becker, Mises, Hayek y Friedman, según los cuales, los altos salarios, la seguridad social, los seguros de desempleo, en fin, el keynesianismo y el Estado benefactor, desincentivaban la ética del trabajo y de la productividad y reducían las ganancias de las empresas, a la vez que generaban cada vez más gastos sociales para el Estado, déficit fiscal, inviabilidad, inflación, crisis. 15

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dominio estricto del mercado y lleva su lógica de la competencia a todos los ámbitos de la existencia, produciendo una “subjetividad contable”, por ejemplo, con la generalización de los métodos de evaluación, surgidos de la empresa, en la enseñanza pública, pero también, como veremos, mediante los efectos de sujeto del endeudamiento crónico (Dardot & Laval, 2013: 21) Como señala Rose, los regímenes neoliberales se caracterizan por gobernar a actores concebidos como “sujetos de responsabilidad, autonomía y elección, y tratan de actuar sobre ellos sirviéndose de su libertad”. (Rose, 1997) En este sentido, el gobierno en las sociedades liberales avanzadas implica una modulación de “las capacidades, competencias y voluntades de los sujetos”, ya no sólo en espacios institucionales sino también en espacios abiertos, “que están ya fuera del control formal de los “poderes públicos””. A los medios clásicos de nacionalización de las masas, que pasan por un lenguaje común, la escuela, etc., se añaden los medios de comunicación de masas, las encuestas de opinión, “la regulación de los estilos de vida a través de la publicidad, del marketing y del mundo de las mercancías, sin olvidarse de los expertos de la subjetividad”. (Rose, 1997) En efecto, estos modos de gobierno de las subjetividades formalmente autónomas se corresponde con lo que llamamos, siguiendo a Deleuze, sociedades de control (Deleuze, 1991). El francés señala que, a diferencia de los dispositivos disciplinarios que moldean los cuerpos, los dispositivos de control modulan las subjetividades, adaptándose a sus movimientos, como un molde autodeformante. (Hardt & Negri, 2000). El tránsito hacia una nueva forma de sociedad se ejemplifica en el paso de la escuela a la formación permanente o de la fábrica a la empresa, donde se impone la competencia generalizada, la responsabilización de los sujetos y la incitación a buscar proactivamente una autorrealización en esas propias prácticas controladas. Los dispositivos de control modulan y configuran un modo de desear y, a la vez, se adaptan a los requerimientos de los deseos de los sujetos. En ese sentido, Rose sostiene que estos dispositivos, que no se originan en el Estado, “han proporcionado una plétora de mecanismos indirectos que han hecho posible introducir los objetivos de las autoridades políticas, sociales y económicas en el interior de las elecciones y compromisos de los individuos, situándolos en redes reales o virtuales de identificación a través de las cuales pueden ser gobernados”. (Rose, 1997) Esto es así en la medida en que cada uno debe autogobernarse. Tenemos que tomar las riendas de nuestras vidas ya que somos los únicos responsables de nuestro destino. Tenemos que maximizar un estilo de vida y ser felices, tenemos que gozar obligatoriamente. Y para ello estamos obligados a “adoptar una prudente y calculadora relación personal con el destino, considerado ahora en términos de peligros calculables y riesgos previsibles”. En ese marco, el trabajo social abandona su rol tutelar para dar lugar a “prácticas que ligan a cada individuo con el consejo de los expertos al tiempo que adoptan la apariencia de ser el resultado de una elección individual libre” (Rose, 1997). Esto implica que también los “excluidos”, los pobres, los desempleados, son agentes libres responsables de su fallida suerte, personas cuyas “aspiraciones de autorresponsabilidad y autorrealización han sido deformadas”, “gentes cuya autoestima ha sido destruida”, por lo cual no deben ser “asistidos mediante la Administración y los solícitos expertos que les proporcionaban ayuda y subsidios, sino a través de su propio compromiso con un conjunto de programas destinados a su reconstrucción ética en cuanto activos ciudadanos”. (Rose, 1997) En este sentido, Rose señala que la redefinición ética de una personalización en 11

términos activos es “posiblemente, la característica más fundamental y generalizable de estas nuevas racionalidades de gobierno” lo que evidencia que no se trata simplemente de una “ideología política” sino “algo mucho más relevante que subyace en los programas de gobierno de todo el espectro político” (Rose, 1997) En resumen, considerado como racionalidad gubernamental, el neoliberalismo es precisamente “el despliegue de la lógica del mercado y de la empresa como lógica normativa generalizada, desde el Estado hasta lo más íntimo de la subjetividad”. (Dardot & Laval, 2013: 25) A partir de lo señalado, podemos reconocer distintas dimensiones de análisis de las políticas neoliberales en su implementación concreta, en particular en nuestro contexto. En primer lugar, la dimensión de las políticas públicas y nuevas formas de regulación política y económica, implicando una redefinición de las funciones del Estado —que en América Latina se vieron implementadas sobre todo a partir del consenso de Washington— donde su objetivo ha sido instaurar una lógica de la competencia en todos los ámbitos de la existencia, adoptando una racionalidad tecnocrático-empresarial centrada en la idea de la buena gobernanza.16 Esta gobernanza, aparentemente aséptica y neutral, implicaba, por un lado, un Estado que se rige en su propio funcionamiento por criterios empresariales de competencia y rendimientos que pueden ser evaluados, premiados o castigados y donde el equilibrio fiscal aparece como criterio supremo. En ese marco, supuso medidas como las privatizaciones/concesiones, endeudamiento público con los organismos financieros internacionales y del sector privado, ley de convertibilidad, pago indiscriminado de los intereses de la deuda pública, financiarización de las cajas de pensión, desregulación de los mercados, reformas aduaneras, flexibilización laboral, desindustrialización de la economía para aprovechar nuestras «ventajas comparativas y competitivas», aumento de las tasas de explotación y de productividad —en parte debido a la automatización de las industrias— que generaron un desempleo sin precedentes, reformas educativas que apuntaron a producir los sujetos necesarios para ese tipo de sociedad, naturalización de la pobreza y la desigualdad, políticas sociales focales, etc. En segundo lugar, esta racionalidad gubernamental opera en términos del modo en el cual funciona y se organiza el capitalismo global actual. Los mercados financieros internacionales, las políticas de deslocalización de las empresas, las relaciones entre Estados, las organizaciones internacionales financieras y de comercio, las legislaciones nacionales, todas se rigen por una lógica de la competencia, la competitividad y la gestión en pro de esos a priori históricos neoliberales. En ese marco, la fase neoliberal despliega las dinámicas de la globalización o emergencia del imperio (Hardt & Negri, 2000), donde la soberanía nacional clásica se ve minada por redes de poder que, en principio, no tendrían un centro unitario —aunque la ultima ratio de la soberanía, la guerra y la excepción (como así también la hegemonía) remiten a actores claramente identificables—.17 16

Como señala Marzocca, la noción polisémica de governance juega un rol estratégico al producir, con su aparente pluralización de instancias consultivas y operativas, un “proceso de despolitización de los procesos decisionales y de neutralización técnico-administrativa de los problemas más importantes y graves de nuestra época”. (Marzocca, 2011, pág. 18) 17 Da que pensar que la máxima potencia mundial haya entrado hace años en un proceso de terciarización de la guerra y las funciones represivas internas. Esto muestra de qué manera el neoliberalismo y su ideología de la competencia asumida por los Estados, redefine el modo de ejercicio de la soberanía, que ya no es la del

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En tercer lugar, relacionado con los puntos anteriores, tenemos que considerar el modelo productivo que adopta una nación en base a la ideología de la competitividad. En nuestro país, el proceso de desindustralización fue consecuencia no sólo de la financiarización, la convertibilidad, y la necesidad de equilibrios fiscales, sino también fue parte explícita desde los ’70 de un proyecto de ataque a las clases populares y al poder obrero y sindical. (Villarreal, 1985) En ese marco, se vuelve a la ideología liberal de las ventajas comparativas y las competitivas se atan ideológicamente al costo laboral.18 Ahora bien, si en el terreno de la distribución hubo un cambio de lógica en la última década, en el de la producción, más allá de la recuperación del mercado interno y el sector industrial, se avanzó fuertemente en formas de exctractivismo neocolonial. Esto implica que, en tanto aceleración de la lógica capitalista, el neoliberalismo supone una reactualización constante de la acumulación originaria (Mezzadra, 2008)19 y una ultra-explotación y expropiación de lo común, que además de los bienes que la tradición consideró herencia de la humanidad, remite a los “resultados de la producción social que son necesarios para la interacción social y la producción ulterior, tales como conocimientos, lenguaje, códigos, información, afectos, etc”. (Hardt & Negri, 2009) En cuarto lugar, uno de los aspectos más decisivos de la razón gubernamental neoliberal, es la ya mencionada producción de subjetividad. En efecto, el neoliberalismo es ante todo una una tecnología de gobierno que intenta crear las condiciones de una auto-gestión y autovigilancia que permitan a los sujetos desenvolverse en un mercado, generando los marcos para que pueda desplegarse la ética del empresario de sí mismo. Ahora bien, ¿cómo se impone esta racionalidad? ¿Cómo se produce este sujeto económico? Hay varios planos de análisis posibles. Por un lado, juegan un rol primordial las nuevas formas de control que surgen en las últimas décadas: toda una nueva economía de la atención, de la educación, de la deuda, etc. van a ir de la mano en la construcción de esta nueva forma de subjetividad empresarial. En ese sentido, la emergencia del neoliberalismo y la forma de subjetividad que le es inherente son indisociables de los dispositivos de control noopolíticos, como el marketing, y del endeudamiento, que funcionan como medios de sujeción sociales y maquinales. Por otro lado, serán fundamentales las políticas públicas basadas en teorizaciones e informes técnicos que van a oponer democracia a gobernabilidad, apostando por esta última. Los dispositivos de control en la era neoliberal. Noopolítica y endeudamiento. “Por sí sola… esta concepción del hombre como capital no habría podido producir las mutaciones subjetivas de masas que hoy día se pueden constatar. Para ello ha sido necesario

Estado Nación y su ciudadanía. Lejos de los modelos de patriotismo propugnados por los nuevos comunitarismos y republicanismos, esos patriotas estadounidenses han aceptado que empresas contratistas del Estado hagan la guerra por ellos, incluso a expensas de sus impuestos y sus deudas. 18 Si bien a partir de la teoría del capital humano los neoliberales deberían reconocer que una mano de obra altamente calificada implica un aumento de productividad que incrementa los márgenes de ganancia de las empresas, este aumento de la productividad fue de la mano de un congelamiento e incluso reducción de los salarios reales, insistiendo en la idea decimonónica de que el bajo salario es la fuente principal de competitividad. 19 Agradezco a Andrea Fagioli por debatir conmigo esta cuestión.

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que tomara cuerpo a través de dispositivos múltiples… que han moldeado de forma duradera la conducta de los sujetos”. (Dardot y Laval, p. 217)

Como anticipamos en el apartado anterior, no hubiese sido posible el gobierno neoliberal de las poblaciones, la producción de una subjetividad empresarial, sin la apelación a los dispositivos de control de la era digital e informática a la vez que no hubiese sido posible controlar a las poblaciones en la forma actual sin la atomización social producida por el fin de la concertación social de tipo keynesiano-fordista. A su vez, no hubiesen sido posibles las medidas neoliberales más brutales y el disciplinamiento de las sociedades sin el uso de la terapia del shock (Klein) en sus distintas facetas, cuyo denominador común parece ser el de producir catástrofes o aprovecharlas para que las fuerzas del orden securitario, financiero y policial intervengan para establecer una nueva normalidad.20 Como ya hemos anticipado, los dispositivos de control que se imponen frente a la crisis de los espacios de encierro, no buscan tanto moldear cuanto modular las subjetividades, por ejemplo, con la educación o los salarios, que ya no siguen un patrón uniforme. A su vez, el sujeto a producir ya no es un individuo sino un «dividuo»21 y la norma social no es la del cuerpo disciplinado sino el sujeto proactivo e hiper-excitado, motivado para lograr su autorrealización en el trabajo e ingresar en formas de competencia generalizada. El paso de la fábrica a la empresa como espacio donde se desenvuelve el trabajo implica además la instauración de la lógica de la empresa en cada relación intersubjetiva y en la forma en que cada uno conduce su plan de vida. Acorde a una sociedad donde nunca se termina nada, la formación continua y la evaluación permanente y por resultados funcionan como dispositivos de control altamente eficaces. En lugar de obligar al sujeto a ingresar en las instituciones, ahora son los propios individuos los que piden más formación, más estímulos, incluso más explotación de sus propios cuerpos y mentes. Pero este pedido no puede desvincularse de la lógica de la competencia laboral, económica, sexual, etc. que, en el fondo, no tiene nada de voluntaria. La estrategia central del capitalismo cognitivo, inmaterial, financiero y de servicios consiste en producir/capturar los deseos para producir valorización económica tanto en la producción como en el consumo, que a su vez se vuelve productivo. Al mismo tiempo, el trabajo inmaterial y cognitivo de los que trabajan para los sectores de punta del capitalismo coexiste con la explotación estilo decimonónico de quienes se dedican a industrias más tradicionales. La producción industrial se relocaliza en función de “ventajas” salariales, regulatorias y medioambientales, dejando la contaminación y la miseria para las poblaciones del tercer mundo y el flujo de capital para los accionistas del primero.

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El caso chileno hacía pensar que este shock debía ser un golpe militar sangriento. Posteriormente se evidenció que también se podían imponer formas de shock en un contexto democrático, una vez que lo público perdiera su legitimidad de cara buena parte de la ciudadanía y que incluso una inundación, un huracán, una hiperinflación o una guerra sirven para reordenar el mapa de las relaciones sociales introduciendo el nuevo orden. 21 Este concepto está asociado en Lazzarato y Deleuze a formas de servidumbre maquínica donde el sujeto funciona como una especie de relé de las máquinas, pasando al mismo tiempo a construir datos de una muestra, por ejemplo cuando usamos la tarjeta de crédito o vamos a un ATM. En el Tercer Encuentro del Seminario Abierto de Debates Actuales (2014), Pablo Rodríguez hizo un rastreo genealógico de lo dividual a partir de Gilbert Simondon que nos permite ampliar los alcances de esta noción. Véase: https://www.youtube.com/watch?v=DY6GijgVgU8&list=UU95julKcbbWz5wMG2NdcmNA

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Como señalan Hardt y Negri, con este paso del moldeado disciplinario a la modulación del control, los comportamientos de integración y de exclusión social propios al poder son cada vez más interiorizados en los propios sujetos. El poder se ejerce ahora por máquinas que organizan directamente los cerebros (por sistemas de comunicación, de redes de información, etc.) y los cuerpos (por sistemas de ventajas sociales, de actividades encuadradas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma, partiendo del sentido de la vida y del deseo de creatividad. En este marco, el advenimiento de la sociedad de control implicaría la subsunción real de la vida en su totalidad bajo el mando capitalista, puesto que el tiempo de la vida en su totalidad está destinado a producir valor. En este tipo de sociedad, donde el producto está por encima de la producción, importa menos disciplinar el cuerpo que conquistar el alma, el deseo o la atención de los sujetos. Deleuze diagnostica que el marketing y el endeudamiento aparecen en ese marco como dispositivos de control basilares de esta nueva sociedad. Lazzarato nos ayuda a desarrollar esa idea. Por un lado, sus estudios muestran al endeudamiento como un dispositivo central de producción de subjetividad, el más universal y desterritorializado de todos, ya que “aun los países que son demasiado pobres como para tener un Estado benefactor deben reembolsar sus deudas”. (Lazzarato, 2013) A su vez, el endeudamiento es fundamental para producir al empresario de sí mismo, del que hablamos más arriba, porque hace que cada uno esté obligado a trabajar durante su vida para reembolsar deudas y por lo tanto, no dispone libremente de su futuro. En ese sentido, la propia figura del empresario queda subsumida en la del «hombre endeudado». (Lazzarato, 2013) De hecho, Lazzarato sostiene que todos los roles que asumimos en las sociedades neoliberales están atravesados por la figura del hombre endeudado, sea que tengamos deudas privadas o que tengamos que contribuir al pago de la pública. En la relación acreedor-deudor, “la actividad económica y la actividad ético-política de la producción del sujeto van a la par. Es la deuda la que disciplina, domestica, fabrica, modula y modela la subjetividad”. (Lazzarato, 2013: 44) La moral de la deuda, de nietzscheana memoria, permite al capitalismo tender un puente entre presente y futuro (Lazzarato, 2013: 53), disponer de antemano del futuro.22 En este marco, lo que le interesa particularmente a Lazzarato del trabajo de Deleuze y Guattari, es que permite articular la servidumbre social y maquínica: La moneda-deuda implica la subjetividad de dos maneras heterogéneas y complementarias: la «sujeción social» alcanza un dominio molar sobre el sujeto por la movilización de su conciencia, su memoria y sus representaciones, en tanto que el «sojuzgamiento maquinal» permite un dominio molecular, infrapersonal y preindividual de la subjetividad, que no pasa por la conciencia reflexiva y sus representaciones ni por el «yo». (Lazzarato, 2013: 169)

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Como señala Sloterdijk, precisamente es el futuro lo que, a partir de la crisis de la deuda, los occidentales han abandonado como horizonte desde el nacimiento de la modernidad y del crédito moderno. “Hemos acumulado tantas deudas que la promesa del reembolso en la cual se funda la seriedad de nuestra construcción del mundo ya no puede sostenerse… Nadie en esta Tierra sabe cómo pagar la deuda colectiva. El porvenir de nuestra civilización choca contra un muro de deudas.”. “Diálogo Slavoj Zizek - Peter Sloterdijk: La quiebra de la civilización occidental”, Revista Ñ, http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/politicaeconomia/La_quiebra_de_la_civilizacion_occidental_0_539346069.html

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En esta afirmación vemos esbozada una íntima conexión entre dos formas de control que cobran un rol protagónico en la actualidad y que funcionan en el nivel molar y molecular, social y maquínico: la deuda y la noopolítica. Lazzarato desarrolló el concepto de noopolítica como una forma de dar cuenta tanto de las transformaciones del propio concepto de vida como de las relaciones de poder propias de las sociedades de control. La noopolítica se refiere al bíos ya no en términos de procesos orgánicos o biológicos de la especie sino en términos de una vida “a-orgánica” que remite al tiempo y su virtualidad. En ese marco, la noopolítica designa una forma de poder que ya no se basa en el disciplinamiento de los cuerpos (anatompolítica) ni en la regulación de las condiciones de existencia de una población (biopolítica), sino que se ejerce a distancia, modulando las subjetividades a través de formas de control de los cerebros, la memoria y la atención. Por eso la traducción sociológica de la vida a-orgánica remite a los públicos (Tarde) como una forma de relación más móvil, rápida y difusa que las masas o las clases. En la prensa, en la TV, un solo espacio de emisión podía influir sobre una gran cantidad de gente dispersa en el espacio e incluso en el tiempo. Internet radicaliza esta experiencia y abre una nueva escala de desterritorialización de los lugares de emisión de signos y de producción y disputa de sentido.23 En efecto, la publicidad es fundamental para poder determinar las condiciones de la economía. “Actualmente, antes de producir bienes, hay que producir la necesidad de estos bienes; y esta producción de necesidades se hace a través de la publicidad, de la televisión, del marketing”. En ese marco Lazzarato sostiene la importancia de las semióticas asignificantes, que “se dirigen directamente a los afectos” como formas de producción de servidumbre maquínica. Es decir que el marketing vuelve a esos canales de comunicación plataformas de captura de la atención de los usuarios para la inoculación de un deseo de consumo y de una vocación de éxito como empresario valiéndose del aspecto asignificante de esos signos, que apelaron primero a lo inconsciente, a lo libidinal, y que cada vez más apuntan a lo preindividual, presubjetivo, etc. En resumen, el marketing funciona como un gran dispositivo de explotación de los afectos. Por si fuera poco, las técnicas del marketing fueron rápidamente adoptadas por la política. A fines del XIX los autores de la psicología de las masas se oponían a la democracia, entre otras cosas, porque advertían que el triunfo de los movimientos democráticos implicaría el fin de la posibilidad de la razón en la política (razón representada por las elites burguesas o aristocráticas). Autores como Le Bon advertían que la identificación con los líderes no pasaba por lo racional sino por las emociones e imágenes que lograban suscitar en las masas, sugestionándolas. En ese marco, los “elitistas” elaboran la idea de que toda sociedad ha sido y será gobernada por una élite y que ésta siempre va a jugar el mismo rol respecto 23

Sin embargo, como veremos, la emergencia de esta vida a-orgánica no implica una desbiologización de la vida, como tenderíamos a creer, porque la neurobiología contemporánea tiende a reducir precisamente muchos de nuestros comportamientos relacionados con la memoria y con la comprensión intersubjetiva a procesos neuronales. Por eso, la emergencia de los públicos y la noopolítica supondrá no sólo la importante función del marketing a todo nivel sino también la emergencia de disciplinas como el neuromarketing o incluso nociones como neuropolítica. Este carácter biologizante del saber biológico-molecular-informacional queda de manifiesto en trabajos como el de E. Sacchi (2013) y N. Rose. Sin embargo, ya no es la misma biología. Señala Sacchi: “la puesta a trabajar del cerebro dentro de la máquina noo-política, implica no una mirada clínica sobre el cerebro (órgano/función) sino cada vez más la mirada molecular e informacional de las bio y neuro-ciencias” (Sacchi, 2013, pág. 247)

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de las masas. La política sería entonces el juego mediante el cual una élite puede conquistar y usar a las masas para realizar sus propios intereses grupales. Es retomando ese núcleo que va a surgir la idea de que la política puede ser entendida como un mercado más en el que se seleccionan las elites que nos gobiernan y que incluso la acción política y las tendencias a la expansión burocrática deben ser leídas en términos de intereses egoístas, ofertas y demandas, costos y beneficios. Hoy todas estas ideas son articuladas, operacionalizadas, mediante el marketing político. Esta disciplina busca conocer las emociones que determinada imagen o consigna produce en la gente para luego venderle un candidato para las elecciones, cual coca-cola helada en verano.24 Como vemos, el marketing no es un método inocuo para informarnos de aquello que nos puede ser útil sino un instrumento de control que sirve para inducir lo que deseamos, una determinada forma de ser, de pensar y de sentir y sobre todo de consumir. El consumo (de bienes, servicios, experiencias, drogas, fármacos, candidatos, etc.) se vuelve un gozne central de la realidad de este sujeto super-excitado, transformado —gracias a la desproporción entre la obligación de consumir y la precariedad cada vez mayor de la existencia y la ausencia de recursos financieros—, en hombre endeudado. En ese marco, otra fuente de endeudamiento se genera en la contradicción entre el aumento del tiempo de trabajo cognitivo/reflexivo del postfordismo y la expansión ilimitada de la infosfera (Berardi), el conflicto entre ciberespacio y cibertiempo. En la attention economy el bien escaso es la atención humana. “El ancho de banda de las telecomunicaciones no es un problema; sin embargo, el ancho de banda humano lo es”.25 Por un lado, tenemos cada vez más información disponible. Por otro, cada vez menos tiempo cerebral disponible para dedicarle —incluso para nuestras propias relaciones sociales— por el aumento constante del tiempo de trabajo. Esto da lugar a una sobrecarga de información, a una disputa cada vez más acendrada por capturar nuestra atención mediante inversiones estrafalarias en publicidad.26 A medida que disminuye el costo por unidad de los bienes producidos, aumenta el costo de captura de atención. La atención funciona como nueva materia prima con rendimientos decrecientes, un bien escaso y fuertemente deteriorable. (Marazzi, 2002: 65)

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De todas maneras, el marco en el cual se inserta esta attention economy como su condición de posibilidad es el auge del capitalismo financiero, donde la liberalización política de las finanzas se basa en la necesidad de financiamiento de la deuda pública que se satisface recurriendo a los mercados internacionales. Desde los ‘80 los mercados financieros se autonomizaron de la producción y el comercio, instalando una inestabilidad crónica en la 24

Por supuesto, esta no es la forma en que esta disciplina busca presentarse a sí misma. Por si fuera poco, estudios neurológicos sostienen que para el elector medio es más importante un rostro que demuestre competencia y confiabilidad que cualquier consigna y que no hacen falta más que algunos milisegundos para poder determinar esto. No es casual que hoy los afiches no muestren consignas sino rostros sonrientes y confiados. 25 Cfr. Th. Davenport y John Beck, The Attention Economy: Understanding the New Currency of Business, 2001. Cit en (Marazzi, 2002, pág. 63) 26 De hecho, sabemos bien que los componentes materiales y mano de obra de la mayoría de los productos que compramos es ínfimo en relación a otros componentes como la marca y la publicidad. 27 También una patología como el infostress —una especie de síndrome pánico-depresivo resultado del exceso de informaciones— es producto del desequilibrio entre oferta y demanda de atención, reflejado en el aumento exponencial —9 veces entre 1990 y 2001— de las ventas de Ritalin, que “cura” el déficit de atención (Marazzi, 2002, pág. 64)

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economía mundial ya que los países se encuentran cada vez más imposibilitados de tomar medidas contra los dueños del capital.28 Al mismo tiempo, los objetivos de las empresas quedan cada vez más supeditados a la presión de los accionistas. En ese marco, el mercado financiero se constituye como un agente disciplinador para todos los actores de la empresa, lo que da lugar a una gran concentración de beneficios y patrimonios, ya que la deflación salarial pone a la fuerza de trabajo en competencia a escala mundial y condujo a muchos asalariados al endeudamiento y a concebirse como portadores de un capital que se debe valorizar, lo cual ha minado las lógicas de solidaridad. (Dardot & Laval, 2013: 202) En resumen, la deuda cumple al menos un doble rol. Por un lado, garantiza la renta de los grandes capitalistas financieros transnacionales, al punto que en cierto modo todos trabajamos para pagarles la deuda con nuestros impuestos a quienes crean dinero para especular con él —por ejemplo, los grandes bancos—, dinero que tiene como destino final los paraísos fiscales. Pero tan importante como la generación de valor financiero a través de la deuda es la producción de subjetividad. En la actualidad, las deudas se han vuelto impagables y la mayoría de la población tiene hipotecado su futuro. En ese marco, Lazzarato sostiene que hoy la lucha de clases se configura en torno a la deuda. El neoliberalismo prometía que todos seríamos accionistas, propietarios, emprendedores, pero lo único que logró fue precipitarnos en “la condición existencial de este hombre endeudado, responsable y culpable de su propia suerte”. (Lazzarato, 2013, págs. 10-11) En ese marco, la deuda funciona de consuno con otros dispositivos de subjetivación y de captura —como el marketing— como un modo de solicitar y transformar el deseo humano en función de la producción y el consumo; entronizar una moral en la que los sujetos deben encontrar goce y autoestima en el trabajo (Dardot & Laval, 2013), puesto que de todos modos están obligados a pagar una deuda que en muchos casos no contrajeron personalmente; conformar un sujeto que debe asumir su precariedad existencial como un recurso del cual debe hacer uso de manera adecuada o verse condenado a la privación y la miseria. El neoliberalismo y el fin de la democracia liberal “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde el liberalismo esté ausente” (F. von Hayek)

A lo largo de este escrito, hemos intentado mostrar la contradicción entre la democracia como fuente de legitimidad y una forma de gobierno que ha acentuado las desigualdades, el individualismo y el sufrimiento en la sociedad.29 Pero la perversión de cualquier posibilidad democrática no es sólo un efecto indeseado de los dispositivos de control y de la racionalidad gubernamental neoliberal, sino que el ataque a la democracia formó parte de los núcleos doctrinarios de los teóricos y think tanks neoliberales desde sus comienzos. Es decir que si bien la racionalidad gubernamental no se agota en una ideología, sí tiene una clara inspiración de fondo que obedece a un sistema de pensamiento. 28

La reciente negativa de la Corte Suprema de EEUU a tomar el caso de Argentina, obligándola a pagar a los fondos buitre, es un ejemplo del escándalo de cómo los Estados cedieron soberanía a los grupos financieros como un modo de ejercicio de autodisciplina fiscal. El poder judicial de Estados Unidos –Estado soberano- ha hecho un auténtico ataque a la soberanía nacional de cualquier Estado con esta decisión, con un antecedente que pone en peligro a futuro al propio Estado que emite la decisión. 29 ¿Quién hubiese imaginado hace 60 años que la depresión sería la patología de nuestro tiempo?

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En este sentido, el desprecio neoliberal por la democracia es formulado tempranamente por autores como Mises, Hayek y Friedman. El primero postula, recordándonos a Pareto, que, dado que las masas no piensan, la dirección espiritual de la humanidad corresponde al pequeño número de los que piensan por sí mismos. De allí la importancia de los intelectuales, periodistas y formadores de la opinión pública para difundir sus visiones en el público. De allí también la importancia del combate ideológico tanto en los medios masivos de comunicación como en la educación. Mises y luego Friedman suponían correctamente que la cultura y el espíritu de empresa pueden aprenderse desde la escuela, al igual que las “ventajas del capitalismo”. (Dardot & Laval, 2013: 151) La educación y la prensa serán fundamentales en la difusión de dicho modelo. Las organizaciones internacionales desempeñarán 20 o 30 años más tarde un papel fundamental en estimularlo. Sintomático de este carácter antidemocrático es un documento que influyó en la aplicación masiva de políticas neoliberales en el mundo. Me refiero al primer informe de la Comisión Trilateral (1975) que advertía sobre el exceso de democracia —excesiva implicación de los gobernados en la vida política y social, ascenso de reivindicaciones igualitarias, participación política de las clases bajas— que llevaba a la ingobernabilidad de los sistemas políticos. En efecto, del mismo modo que el Coloquio Walter Lippman (1938) y la Sociedad de Mont Pelerin (creada en 1947) pueden ser señalados como momentos clave de la refundación teórica del liberalismo y de los comienzos políticos del neoliberalismo, podríamos decir que la Comisión Trilateral, creada por iniciativa de David Rockefeller en 1973, representa un momento decisivo en la implementación de la governance neoliberal a escala global.30 Como sabemos hoy de sobra, muchas de las grandes líneas directrices del gobierno mundial se toman a puertas cerradas por grandes empresarios, políticos e intelectuales autodesignados para tales roles, a espaldas de los ciudadanos. Si bien el foro de Davos se ha vuelto la cara más publicitada de esta lógica, la Comisión Trilateral ha tenido una influencia decisiva en las transformaciones que se dieron en la transición hacia la globalización neoliberal y aún hoy cumple un rol fundamental en el gobierno de los principales estados “democráticos” de occidente.31 Esta comisión representa sólo un 30

Esta comisión surge como un organismo privado de concertación de políticas entre Estados Unidos, Europa y Japón y cuenta con 170 miembros en Europa, 100 en Asia y 120 en Norteamérica. En ella participan dirigentes de empresas multinacionales, banqueros, políticos, académicos y expertos en política internacional con el objetivo declarado de dialogar sobre los problemas acuciantes de nuestro planeta, lo cual se traduce en medidas para proteger los intereses de las multinacionales e influir en las decisiones de los dirigentes políticos. Para dicha elite la democracia representa un obstáculo para la buena gobernabilidad internacional. En los documentos anuales y temáticos de sus expertos, la CT aborda problemas mundiales que trascienden las soberanías nacionales y, supuestamente, requieren la intervención global de los países ricos: reforma de las instituciones internacionales, globalización de los mercados, medio ambiente, finanzas internacionales, liberalización de la economía, regionalización de los intercambios, endeudamiento de los países pobres, etcétera. Según esta Comisión, las democracias liberales serían el “centro vital” de la economía, de las finanzas y de la tecnología y los demás países deberán unirse a ese centro y aceptar el mando que el mismo se autoadjudicó. La CT expresa el credo neoliberal según el cual la globalización y la liberalización de las economías, la mundialización financiera y el desarrollo de los intercambios internacionales estarían al servicio del progreso y del mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de las personas, poniendo en cuestión las soberanías nacionales y las medidas proteccionistas. Véase Boiral (2003) 31 Para dar un ejemplo, en EEUU esta comisión tiene 93 miembros de los cuales 12 son funcionarios de la administración Obama.

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ejemplo de los grandes centros de producción de ideas y toma de decisiones, que destacan por su carácter antidemocrático, tanto por su forma —una pequeña elite que impone sus intereses al resto— como por su contenido. Y con él, no nos referimos sólo a las medidas económicas sino también a las propuestas políticas y a la visión política global que las sostiene. Ya en el informe inicial de 1975 Crozier, Huntington y Watanuki sostenían que la democracia política sólo podía funcionar con cierto grado de “apatía y de no-participación por parte de ciertos individuos y ciertos grupos” y que “hay un límite deseable para la extensión indefinida de la democracia política”. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975, págs. 114-15) Por un lado, identificaban desafíos contextuales a la democracia que no provenían directamente del funcionamiento del gobierno democrático mismo sino del ambiente en el cual este opera. En ese sentido, uno de los grupos que socavaría la democracia en las sociedades liberales avanzadas serían los “value-oriented intellectuals” que se abocan a poner en cuestión el liderazgo y la autoridad, deslegitimando las instituciones establecidas, representando un desafío potencialmente tan serio como en el pasado las aristocracias, los movimientos fascistas y partidos comunistas. A ellos se oponen los tecnocráticos y “policyoriented intellectuals”, que tienen un rol central en la comisión. De todos modos, los desafíos más serios a la viabilidad del gobierno democrático son los intrínsecos, ya que, lejos de funcionar en un equilibrio automático, el gobierno democrático puede dar lugar a fuerzas que, libradas a su suerte, pueden socavar la democracia. Los procesos democráticos parecen haber generado un quiebre de los medios tradicionales de control social, una deslegitimación de la autoridad política, y una sobrecarga de demandas sobre el gobierno que excede su capacidad de responder, volviendo ingobernable la situación. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975, págs. 8-9) Debido a la ampliación de la participación política y las mayores demandas sobre el gobierno, el bienestar material que da lugar a nuevos estilos de vida y valores políticos, etc. emerge una democracia anómica, donde la política democrática es más una arena de afirmación de intereses conflictivos que de construcción de propósitos comunes. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975: 161) En resumen, para los autores del informe, el funcionamiento exitoso del gobierno democrático dio lugar a las tendencias que impiden su funcionamiento: 1) la persecución de las virtudes democráticas de la igualdad y el individualismo ha llevado a la deslegitimación de la autoridad en general y a la pérdida de confianza en el liderazgo; 2) la expansión democrática de la participación política ha creado una “sobrecarga” sobre el gobierno y a la expansión desbalanceada de las actividades gubernamentales, exacerbando las tendencias inflacionarias en la economía; 3) la competencia política, esencial para la democracia, se ha intensificado, llevando a una desagregación de intereses y a la declinación y fragmentación de los partidos políticos; 4) la búsqueda de respuestas del gobierno democrático para el electorado y las presiones sociales fomentan el parroquialismo nacionalista en la forma en que las democracias conducen sus relaciones exteriores. (Ibíd.) En definitiva, todo el informe tiende a señalar que la democracia es una serpiente que se muerde la cola, la democracia es una amenaza para las democracias. Se afirma que el espíritu democrático es igualitario, individualista, populista e impaciente con las distinciones de clase y rango y que amenaza los lazos sociales como la familia, empresa y 20

comunidad, que deben ser recuperados. No sólo cierta medida de desigualdad de autoridad y distinción funcional sería necesaria, sino que el debilitamiento de la autoridad en la sociedad contribuiría al debilitamiento de la autoridad del gobierno. Es decir que para que las democracias sean gobernables es necesaria una sociedad disciplinada, autoritaria. En ese clima de ideas, y tras la crisis de los ’70, los programas de Tatcher y Reagan, del FMI y del Banco Mundial se presentaron naturalmente como un conjunto de respuestas a una situación considerada imposible de administrar y donde las respuestas se daban por descontadas. Las políticas monetaristas transfirieron la sangría producida por las crisis petrolíferas al poder de compra de los asalariados en beneficio de las empresas y los Estados se comportaron como constructores y auxiliares y a la postre víctimas del capitalismo financiero globalizado. (Dardot & Laval, 2013) Todo ello fue legitimado por el saber de este tipo de tecnócratas y policy oriented intellectuals que hoy siguen pululando en los grandes centros decisorios. Desde entonces, cada vez que aparecen “problemas de gobernabilidad”, problemas que en este caso son producto de décadas de gobierno neoliberal, lo primero que se sacrifica es la voluntad popular democrática. Retomando la distinción que recorre este escrito, para el neoliberalismo, el gobierno se legitima no en la elección popular sino en la buena governance, un gobierno experto que no sólo no contempla la participación de los gobernados; últimamente, tampoco contempla sus intereses y su bienestar. La governance supone, así, el vaciamiento total de la soberanía popular y de cualquier idea de gobierno democrático. Este desprecio y miedo a las masas y la “pasión por el orden son la base de la ideología liberal, por lo que el término democracia no es nada más que la cara falsa del despotismo mercantil y de su competencia salvaje”. (Bensaïd, 2010: 25-26) En este sentido, la instalación del neoliberalismo no sólo implicó un proceso de redistribución hacia arriba de poder e ingresos que derivó en desigualdades sociales crecientes sino que, además, instituyó un modo de hacer política donde una pequeña elite de tecnócratas decide por todos y en beneficio de la pequeña minoría que controla los recursos clave. Cuando la democracia no se alinea con lo que exigen los grandes poderes económicos, peor para la democracia. Esto lo vimos, por ejemplo, con el salvataje por parte de los Estados a los mismos bancos que produjeron la última gran crisis y con los referéndums sobre la Constitución Europea32 y su no uso en nuestro país, a pesar de estar habilitado en la Constitución Nacional. ¿Acaso decisiones tan estratégicas como qué hacer con la deuda pública, con los recursos petrolíferos y mineros, hacia dónde debería ir el modelo productivo, el uso de agrotóxicos, etc. no deberían ser objeto de consulta popular? En ese sentido, sostenemos que el neoliberalismo, como visión del mundo y como racionalidad gubernamental, y la democracia tanto en su faz de soberanía popular como en su promesa de autogobierno, se revelan altamente incompatibles: cuarenta años de políticas neoliberales han neutralizado las ya débiles instituciones representativas, y la crisis ha consolidado todos los regímenes políticos que los griegos oponían a la democracia. Las elecciones y decisiones que incumben a pueblos enteros son tomadas por una oligarquía, una plutocracia y una aristocracia… (Lazzarato, 2013: 183) 32

Los casos de los referéndums en Francia, Holanda e Irlanda rechazando la constitución europea y la reacción de las elites políticas frente a ese rechazo es una prueba de la crisis de la democracia en tanto poder del pueblo expresado en el voto.

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Para Lazzarato, el neoliberalismo limita la democracia a una expresión ridícula y lejos de fomentar la competencia produce un monopolio y centralización inauditos del poder y el dinero y el nacimiento de una economía del chantaje en todos los ámbitos, desde la deuda soberana, a las relocalizaciones, a las jubilaciones, y al desarrollo de una economía criminal. “El chantaje es el modo de gobierno «democrático» al que conduce el neoliberalismo”. (Lazzarato, 2013: 184-85) Ese chantaje que hoy, en nuestro país, vuelve a poner la soberanía nacional en cuestión y a redoblar el rol de la deuda como una forma de sujeción ya intolerable. Bibliografía Agamben, G. (1998). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-textos. Agamben, G. (2007). Il regno e la gloria: Per una genealogia teologica dell'economia e del governo. Homo Sacer II, 2. Vicenza: Neri Pozza. Agamben, G. (2010). Nota preliminar sobre el concepto de democracia. En G. Agamben, A. Badiou, & e. al., Democracia, ¿en qué estado? (págs. 11-14). Buenos Aires: Prometeo. Bensaïd, D. (2010). El escándalo permanente. En G. Agamben, A. Badiou, & e. al., Democracia, ¿en qué estado? (págs. 15-51). Buenos Aires: Prometeo. Boiral O. (2003) “treinta años de la comisión trilateral”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, Nº 18, nov. 2003. Castro Santos, M. H., & Tavares Teixeira, U. (2013). The essential role of democracy in the Bush Doctrine: the invasions of Iraq and Afghanistan. Revista Brasileira de Política Internacional(56 (2)), 131-156. Castro, E. (2011). Lecturas foucaulteanas. Una historia conceptual de la biopolítica. La Plata: Unipe. Chomsky, N., & Foucault, M. (2006). La Naturaleza Humana: Justicia versus poder. Un debate. Buenos Aires: Katz. Crozier, M., Huntington, S., & Watanuki, J. (1975). The Crisis of Democracy. Nueva York: New York University Press. Dardot, P., & Laval, C. (2013). La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa. Deleuze, G. (1991). Posdata sobre las sociedades de control. En C. Ferrer, El lenguaje literario (Vol. 2). Montevideo: Nordan. Esposito, R. (2004). Bios. Biopolitica e filosofia. Torino: Einaudi. Esposito, R. (2005). Immunitas. Protección y negación de la vida. Buenos Aires: Amorrortu. Esposito, R. (2006). Categorías de lo impolítico. (C. Molinari, Trad.) Buenos Aires: Katz. Foucault, M. (1996). La verdad y las formas jurídicas. (E. Lynch, Trad.) Barcelona: Gedisa.

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