¿RUMBO A LA MODERNIDAD? SOCIEDAD Y CULTURA COMO EJES DE ANALISIS ANTROPOLOGICO DE LA MODERNIZACION NEOLIBERAL

July 3, 2017 | Autor: Pável Aguilard | Categoría: Social Change, Modernity, Social and Political Philosophy, Antropology Social
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UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO 1 ESCUELA DE ANTROPOLOGIA SOCIAL

¿RUMBO A LA MODERNIDAD? SOCIEDAD Y CULTURA COMO EJES DE ANALISIS ANTROPOLOGICO DE LA MODERNIZACION NEOLIBERAL1

RESUMEN: Se discute el concepto de modernidad desde una perspectiva histórica, subrayando su presencia y relevancia en algunos de los momentos más trascendentes de nuestra etapa republicana; además se analizan otros conceptos emparentados con el problema de la modernidad, tales como tradición, tradicionalismo y modernización; todo ello con el objeto de cuestionar el proceso de modernización neoliberal a través de la construcción de una propuesta antropológica. ABSTRACT: We discuss the concept of modernity from a historical perspective, emphasizing its presence and relevance in the most significant moments of our republican stage, also discusses other concepts related to the problem of modernity, such as tradition, traditionalism and modernization, all with in order to question the process of modernization neoliberal through the construction of an anthropological approach. PALABRAS CLAVE | KEYWORDS: modernidad | modernización | dependencia | antropología | desarrollo | neoliberalismo| modernity | modernization | dependency | antropology | development | neoliberalism

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Ponencia presentada al XIX Congreso Nacional de Estudiantes de Antropología, “CONEANTRUJILLO 2012” Pável F. Aguilar Dueñas

UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO 2 ESCUELA DE ANTROPOLOGIA SOCIAL Todos –patrones y trabajadores, nacionalistas y recién llegados, propietarios, inversores y turistas– estamos confrontándonos diariamente con una interculturalidad de pocos límites, a menudo agresiva, que desborda las instituciones materiales y mentales destinadas a contenerla. NESTOR GARCIA CANCLINI, Diferentes, Desiguales y Desconectados. Mapas de la interculturalidad, 2008, p.14

INTRODUCCION El presente ensayo intitulado, “¿Rumbo a la Modernidad?, Sociedad y Cultura como Ejes de Análisis de la Modernización Neoliberal”, fue escrito bajo la intención, en primer lugar, de servir como núcleo ordenador de las nociones, conceptos y puntos de vista desarrollados en nuestro proyecto de investigación del décimo ciclo de la especialidad de Antropología Social. Por lo tanto, no pretendemos hacer del presente el resultado de un proceso de investigación a vísperas de ser concluido, de forma contraria, rescatamos el carácter sugerente y propositivo de nuestro modesto aporte a la discusión antropológica. Creemos pues, que los temas tratados a continuación son de tal importancia que, ya en otras latitudes y bajo otros enfoques, han cobrado y vienen cobrando

una

importante

actualidad

en

las

Ciencias

Sociales

Latinoamericanas. Si bien la modernidad es el lugar común de innumerables promesas y programas políticos, así como de múltiples slogans alusivos al consumo de tecnologías; también representa –desde una perspectiva distinta– la posibilidad de repensar nuestra trayectoria nacional en tiempos de neoliberalismo, y verificar si efectivamente recreamos un proyecto modernizador. La primera parte de nuestra exposición abordará las cuestiones más importantes del debate teórico referido a la modernidad, luego nos aproximaremos históricamente al discurso de la modernidad en el Perú; posteriormente, se discutirán algunos conceptos imprescindibles para el Pável F. Aguilar Dueñas

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desarrollo del tema, tales como: modernización, tradición y tradicionalismo; y finalmente

trataremos

de

fundamentar

–en

la

medida

de

nuestras

posibilidades– las razones por las cuales creemos que los conceptos de cultura y sociedad pueden servirnos como ejes de análisis del proceso de modernización neoliberal. Por la naturaleza de nuestras intenciones, indudablemente somos conscientes que nuestro trabajo se encuentra incompleto y adolece de algunas imprecisiones conceptuales, sin embargo, como primer momento de reflexión podrá servir a la apertura de la discusión, tan necesaria para nuestra disciplina hoy en día.

I)

UNA BREVE APROXIMACION A LA MODERNIDAD

La modernidad como concepto adquiere a través del tiempo distintas connotaciones, la más usual de todas se la puede asociar inmediatamente con la idea de progreso material y sofisticación. Sin embargo, en un sentido realista y por lo tanto restringido, esta puede definirse como la progresiva consolidación del racionalismo ideológico, político y económico frente a otras formas de pensamiento, la cual tiene lugar a partir del siglo XVI y se consolida exitosamente en las revoluciones burguesas europeas de los siglos XVIII y XIX. La burguesía emergente, buscando los fundamentos de su liberación –tanto material como ideológica–, necesitó nutrirse de renacimiento antropocentrista, del Iluminismo idealista (Kant), así como de otros sustratos ideológicos emancipatorios respecto del providencialismo cristiano y la metafísica aristotélica cristianizada, todo ello, con el objeto de materializar políticamente los cimientos institucionales de su hegemonía socio-económica (Revolución Francesa, Inglesa y Holandesa). De esta manera, las conquistas del Renacimiento, la Ilustración y la Reforma, excomulgadas inicialmente por la Iglesia Católica, pasaron a constituir la fuente de ideas que fermentarían tempranamente a la joven burguesía francesa que necesitaba independizarse a Pável F. Aguilar Dueñas

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todo precio, del viejo y decimonónico orden feudal, proclamándose esta en un inicio: atea, revolucionaria y libertaria. Al respecto, Andrea Revueltas (1990:4) refiere que: Al propugnar el orden existente, propusieron ideas y proyectos que eran el condensado de las luchas sociales e ideológicas de varios siglos y en muchos casos rebasaron el marco de las demandas burguesas, para volverse reivindicaciones simplemente humanas, como en el caso de los derechos del hombre, la democracia o el espíritu crítico[…].

En efecto, la burguesía como clase internacional y acuciosa de hegemonía, requirió de los servicios del racionalismo para la construcción de su proyecto de modernidad, el mismo que desde su génesis pasaría a justificar el nuevo oleaje colonial que subvertiría para siempre la configuración geopolítica del mundo. La búsqueda española de nuevas rutas de comercio, el ”descubrimiento” y conquista de América, la Revolución Francesa, el surgimiento de los modernos estado-nación, la explotación a escala mundial y la primera revolución industrial; son solo algunos hechos de las persistentes relaciones asimétricas entre el centro y la periferia mundial, relación que en concordancia con las nuevas relaciones sociales nacionales e internacionales, se afianzarían a través del tiempo hasta nuestros días. Y, una vez hegemónico el modo de producción capitalista y ya materializados los que según Agnes Heller (1991:55) son dos elementos constitutivos de la modernidad burguesa (las tres lógicas: capitalismo, industrialización y democracia [liberal]; y el proyecto “universalizador” que es inherente al mundo occidental moderno), el capitalismo pre-monopólico, por su propia naturaleza, utilizaría “la razón” de forma pragmática e instrumental justificando la esclavitud, el colonialismo, la explotación infantil, etc. en nombre de la producción; pero al mismo tiempo revolucionando la ciencia y la técnica de manera sorprendente, en donde como dijera Marx: el mundo de los hombres pierde valor en la medida en que se valoriza el mundo de las cosas. Posteriormente, en la primera mitad del XX, la llamada instrumentación del racionalismo (científico-técnico) así como el irracionalismo ideológico, se

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acentuarían 2 más aún durante la irrupción de los ultranacionalismos y el desarrollo de las guerras imperialistas mundiales, sobre todo ante el temor, de que se reprodujeran en los países coloniales y neocoloniales, revoluciones sociales como la rusa de 1917. Abriéndose con esta última todo un siglo de revoluciones sociales. A consecuencia de tales circunstancias, se estructura tanto en la Filosofía como en las Ciencias Sociales, una oposición ideológica-conceptual entre lo que debería entenderse por

progreso y principalmente por modernidad,

oposición que surgida del plano político y

llevada al plano teórico, puede

resumirse de la siguiente manera: –para algunos occidentalista–, Max Weber

Desde la perspectiva liberal

[1948](1990: 4-7) supone que la lógica racional, la correspondencia entre medios y fines, así como la secularización política, son un producto exclusivamente

occidental;

resultaría

que:

la

tradición

grecolatina,

el

renacimiento, la ilustración y la ética protestante son productos genuinos de occidente, de esta manera: la modernidad o es occidental o simplemente no es3. Ya en el primer prefacio de la “Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo” (Ibíd.), Weber incluso duda levemente acerca de la posibilidad de que la génesis de la ética protestante, como fermento ideológico del capitalismo, pudiera tener algún fundamento natural. Y aunque él mismo nunca se aproximó al nazismo, su postura es fundante de uno de los marcos teóricos más importantes sobre la modernidad no es precisamente la más “universal” o “intercultural” de las propuestas. Por otro lado, es el mismo Weber quien advierte que la secularización producida por el racionalismo y el surgimiento ineluctable de la burocracia institucional, conducirían a un mundo laico y completamente mecanizado, y,

2

Un excelente análisis del surgimiento y consolidación del irracionalismo moderno en Alemania se puede encontrar en “El Asalto a la Razón” de Georg Lukács, Fondo de Cultura Económica (1975). 3 Esta propuesta eurocéntrica inspiraría ideológicamente el conocido “Plan Marshall” y las teorías desarrollistas -auspiciadas por EEUU- de mediados del siglo XX, con Talcot Parsons y Walt Rostow como promotores de las mismas. Pável F. Aguilar Dueñas

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aunque el mismo no se muestra muy complacido con la idea, sugiere aceptar estoicamente este futuro orden moderno. En la otra orilla, la tradición intelectual de izquierda (en la mayoría de sus vertientes) encuentra que la modernidad –en un primer momento– no es otra cosa que la necesaria trayectoria ideológica que recorre la burguesía de los países más avanzados de Europa, así como la ascensión del proyecto universalizador que supone la hegemonía burguesa

como formación

económica social a nivel mundial, que así mismo implica la colonización del “nuevo mundo” y podría afirmarse, como sostiene Enrique Dussel (2008: 1535), que la modernidad empieza en los países más avanzados del siglo XVI, como España y Holanda, con la llamada “acumulación originaria del capital”, que aceleraría al advenimiento del capitalismo global. Por lo tanto –y prosiguiendo con Dussel– no es casualidad que precisamente los pensadores que revolucionaron la filosofía y empezaron a criticar la metafísica católica, como Descartes y Spinoza, trabajaran precisamente en Países Bajos(Holanda), que dicho sea de paso, durante el siglo XVI era parte de España, siendo este último país, el imperio más avanzado de la época. Esta postura sostiene, sin embargo, que la modernidad como paradigma no queda agotada con el surgimiento y consolidación del capitalismo; es más; el propio modo de producción capitalista en su propia lógica de existencia social, contiene elementos contraproducentes a su propia Ilustración y modernidad (Löwy; 1991)(Revueltas; 2004). Y más aún, el proyecto moderno capitalista excluye del relato histórico, a todas aquellas naciones que por su libre desarrollo económico o por efectos coloniales y neocoloniales, participan subalternamente del capitalismo avanzado. Por lo tanto, siguiendo los pasos de esta tradición de pensamiento, los discursos emancipatorios y superadores del capitalismo (y de la modernidad capitalista), así como de las relaciones de dependencia que este engendra, cobran cada vez más urgencia y vigencia, ya sea como crítica del paradigma del mundo unipolar como “fin de la historia” (Fukuyama), como aproximación a Pável F. Aguilar Dueñas

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las implicancias socioeconómicas del liberalismo contemporáneo o bien como revisión de los caminos trazados por el desarrollismo hacia la modernidad Latinoamericana. Aunque este enfoque inicialmente se encuentra emparentado con las distintas variantes del socialismo, posteriormente dentro del mismo subsistirán posiciones divergentes e inclusive antagónicas, que van desde, la crítica de la razón “instrumental” efectuada por Adorno y Horkheimer en “Dialéctica de la Ilustración”(1944)(1998), el marxismo-leninismo, las teorías cepalinas de la dependencia, la propuesta “superadora” de Habermas4, hasta los paradigmas transmodernos5 de Wallerstein, Dussel, y Mignolo. Si bien a través de la exposición de esta breve reseña, tenemos la intención de señalar las dos posiciones teóricas básicas en torno al problema de la modernidad; como producto de la occidentalización unilineal o como resultado de un progresismo “endógeno” y “multilineal”; también creemos que para elucidar el problema de la modernidad

desde un punto de vista histórico

concreto debemos rescatar de lo expuesto tres cuestiones básicas: 1) La modernidad es el reconocimiento de la racionalidad humana como agente posibilitador, tanto del conocimiento objetivo del mundo, como de las estrategias de su transformación. 2) Tanto la democracia(s), la secularización política y el reconocimiento de los derechos intrínsecos a todos los hombres, son el resultado las conquistas de la modernidad. 3) Cualquier nación o pueblo, como parte de la humanidad, se encuentra posibilitado de trazar los propios caminos de su modernidad; siempre y que por el derecho a su libre determinación tenga la libertad económica y política de hacerlo.

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Será la segunda etapa de la Escuela de Frankfurt la que, retomando a Weber, formularía una crítica integral a todo el proyecto moderno, siendo Habermas el más interesado en superar con su paradigma de “la acción comunicativa” la razón instrumental que habría ahogado el proyecto moderno. 5 Paradigmas transmodernos son aquellos que proponen algún tipo de alternativa o proyección respecto de la tan promocionada posmodernidad; desde una perspectiva Latinoamericana el filósofo Enrique Dussel propone lo transmoderno como una superación de la modernidad occidental a través de un proyecto de modernidad elaborado en las “periferias” de características poscoloniales. Pável F. Aguilar Dueñas

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De lo cual se colige que el proyecto moderno no es privativo de Occidente y tampoco un norte univoco, y por lo tanto la construcción del futuro de los pueblos es algo que les corresponde a ellos, más no a los grandes poderes fácticos del capitalismo mundial.

II)

LA MODERNIDAD Y EL OCASO DEL SIGLO XX El racionalismo devenido, realizado como razón capitalista, pudo volverse irracional. A partir de una racionalidad técnica, lo irracional amenaza con someter al hombre, con dominarlo. ANDREA REVUELTAS, Mundialidad, 1990, p.20

Modernidad

y

Si bien en todo el siglo XX, las discusiones en torno a la modernidad fueron motivo de interminables discusiones políticas y filosóficas, es a mediados de éste, en donde surgen algunas propuestas tanto negadoras como superadoras del proyecto moderno. Al respecto Joseph Picó (1988) en Urbano (1991:13) resume las tres entradas a la discusión: Se enfrentan aquí tres actitudes distintas; por una parte los conservadores (Bell) que no quieren ser contaminados por el modernismo cultural, denuncian el proceso de secularización de los valores y auspician un retorno a posiciones anteriores a la modernidad; por otra, los des-constructores y posmodernos (Lyotard y Derrida), que rehúyen todas las metanarrativas emancipatorias, las sustituyen por una multiplicidad de juegos del lenguaje y se aprestan a desconstruir la lógica modernizadora; y, por último los reconstructores reformistas (Habermas, Berman), que rechazan los discursos de unos y otros […] trabajan en la reconstrucción racional de las condiciones universales del desarrollo de la razón que nos guie hacia un proyecto de modernidad compartido por todos.

Si bien, la secularización de la vida política y social, ya había sido objeto de innumerables críticas por parte de los conservadores de los siglos XVIII y XIX, es en siglo XX en donde se constituiría una suerte de “militancia antimoderna”, encarnada en todo un conjunto de grupos ligados umbilicalmente a modos precapitalistas de producción o a algunos sectores de las grandes religiones monoteístas. Sin embargo la denuncia de “los vicios de la vida moderna” o el tradicionalismo como bandera, no serían suficientes para poner en tela de juicio Pável F. Aguilar Dueñas

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la posibilidad de construir una sociedad racionalizada y constituida sobre el bien común. Serian pues, las guerras mundiales, el fascismo, el descredito de los socialismos reales, la crisis atómica y la “guerra fría”, las que se encargarían de conservadurizar ideológicamente a muchos intelectuales otrora progresistas, quienes ante este orden de cosas prefirieron cuestionar la razón humana como faro hacia cualquier intento de modernidad, negar toda clase de progreso y regresar a la incertidumbre epistemológica; derivando en lo que hoy conocemos en términos generales como posmodernidad. La posmodernidad como crítica del proyecto moderno se presenta ante todo desde una multiplicidad de discursos filosóficos, sociológicos, históricos y narrativos, los cuales en resumidas cuentas, afirman que, la historia es sólo un “gran relato”, la verdad es esencialmente subjetiva, todas las utopías están muertas; en fin; no hay mucho que decir sobre la realidad y en consecuencia muy poco que hacer. Consecuentemente,

el

capitalismo

contemporáneo,

conservador

e

ideológicamente decadente, rápidamente pasó a auspiciar a estos nuevos filósofos

cuya

predica

no

hacía

más

que

confirmar

la

supuesta

inconmensurabilidad del sistema capitalista.6 Es en estas instancias –nihilismo, neocolonialismo y “fin de las utopías”–, en donde J. Habermas sería “oficialmente” el único autor que propondrá una superación “moderna” de la propia modernidad. Su llamada “teoría de la acción comunicativa”, se precia de superar el materialismo histórico, de buscar la bases más profundas para un “verdadero y democrático” proyecto moderno, entre otros supuestos. Más allá de sus pretensiones; la relevancia social y política de esta teoría es prácticamente nula 7 ; entre otros motivos por la escolástica filosófico-social y la inocuidad política que la caracterizan.

6

Una crítica demoledora de la posmodernidad como “filosofía” la podemos encontrar en “Imposturas Intelectuales” de A. Sokal y J. Bricmont, Páidos (1996). 7 Salvo para los círculos académicos elitistas puestos al servicio del neoliberalismo y las “reformas democráticas”, tal y como señalaremos más adelante. Pável F. Aguilar Dueñas

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Son los propios refutadores y reformistas del proyecto moderno los que olvidan que la modernidad no es un paradigma es si mismo, un ente ideal o una construcción etérea. La modernidad es precisamente el transito ideológicocultural, político y económico de la joven burguesía –tal como señalamos al inicio–; sin embargo sus consecuciones históricas como clase progresista, v. gr.: la secularización de la vida política, la democracia (no necesariamente liberal), así como el racionalismo como única posibilidad de ciencia y humanismo reales, entre otros; no son simplemente un baluarte de la burguesía, ni mucho menos de Occidente (Roffinelli; 2004: 88-93). Son precisamente elementos intrínsecos a todo proyecto social progresista (una propuesta alternativa de modernidad), que en el contexto neocolonial resulta de suma urgencia debido a que como es de conocimiento común, en los últimos 30 años en la mayoría de los países todavía llamados del “tercer mundo” se vienen gestando bajo la estela del neoliberalismo, inacabables “modernizaciones” prometedoras del primer mundo, que, en términos realistas consolidan cada vez la dependencia económica, social y cultural respecto de los imperios contemporáneos. Y aunque distintas organizaciones de trascendencia mundial como la ONU, desde hace algunos años afirmen que el desarrollismo económico ha sido superado por los nuevos paradigmas como “el desarrollo sostenible” o los mentados “objetivos del milenio”, autores como Guiddens (2006:581) todavía nos recuerdan que las ideas de Rostow siguen teniendo una gran influencia entre los promotores del tan ansiado “desarrollo”, y es más, son ellos mismos los que desde el Banco Mundial(BM) o el Fondo Monetario Internacional vienen auspiciando el extractivismo y la reprimarización de los países “en vías de desarrollo”(Durand: 2010).

Pável F. Aguilar Dueñas

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III)

BREVE RESEÑA DE LA MODERNIDAD Y LA MODERNIZACION EN EL PERU

El Perú como toda Latinoamérica, históricamente es un producto colonial; además de ser políticamente (como estado - nación) un proyecto pendiente. El llamado libre desarrollo económico de los pueblos nativos, quedo interrumpido durante la conquista y sus subsiguientes tres siglos de colonización, periodo caracterizado en innumerables oportunidades como “genocida” y “etnocida”. Sin embargo, un hecho recientemente señalado, tanto por historiadores como por antropólogos es que, el mayor exterminó perpetrado durante la colonia –y posteriormente la república– no significo sólo la desaparición de pueblos, “huacas” e idolatrías; sino todo un conjunto de saberes (tecnológicos, sociales, ecológicos, biológicos, etc.), adquiridos por los nativos de esta parte del mundo a través de miles de años de experiencia histórica. Por lo tanto, las denominadas “culturas y tecnologías andinas” quedaron truncas en su desarrollo, implantándose arbitrariamente relaciones de producción, tecnologías y creencias, completamente ajenas a nuestro contexto andino de reproducción de la vida material, tal como en su momento fue señalado por Mariátegui. Aunque algunos investigadores, principalmente durante la primera mitad del siglo XX, tipificaron la formación social peruana pre-colonial

como

“socialista”

y

“comunista”;

las

investigaciones

contemporáneas han resuelto que la sociedad incaica principalmente fue clasista de tipo inicial.8 Por lo tanto, la implementación colonial del semiesclavismo y la semifeudalidad –no sin innumerables resistencias–, terminaría por consolidar el inicio de la dependencia americana y nacional frente al capitalismo hegemónico, dependencia que inicialmente garantizó la acumulación originaria del capital y que posteriormente ha convertido en nuestros países en eternos productores

8

Este debate actualmente ha quedado inconcluso, subsisten los conceptos de “modo de producción asiático”, “modo de producción andino”, entre otros. Para una mayor aproximación, véase “El Modo de Producción en el Imperio de los Incas” de Waldemar Espinoza (1996). Pável F. Aguilar Dueñas

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de materias primas, salvo algunas excepciones que todavía no logran consolidar su independencia.9 En lo que respecta a la era republicana, por razones de exposición, distinguiremos tres grandes periodos: En un primer momento encontramos a la joven república constituida en la emancipación de 1821, la cual fue prácticamente consecuencia de los movimientos independistas latinoamericanos, y que se estructuraría en servicio de los grandes terratenientes y de la débil, pero emergente, burguesía comercial. Por lo tanto, este proceso no trajo consigo grandes reformas liberales, así como tampoco, el inicio de un proyecto de estado-nación. Al contrario, la estructura de la tierra permaneció inmutable, las diferencias socioculturales y multinacionales se acentuaron, el país paso prácticamente de la tutela española a la inglesa, a través de las crecientes exportaciones de materias primas (guano, salitre). Ya a inicios del siglo XX, con el aumento demográfico, el surgimiento del comercio y la joven industria minera y textil, el “liberalismo peruano” cobraría un nuevo impulso, así mismo los movimientos sociales empezarían a organizarse en base a partidos y frentes de características reformistas y revolucionarias. Tal y como señalaba Mariátegui, el problema de la tierra seguía siendo el problema más urgente de las grandes mayorías nacionales, por lo que un requisito indispensable para terminar con el atraso semifeudal y con las grandes brechas sociales producto del centralismo criollo, debió ser una reforma agraria nacional. Es en este primer momento en el que el discurso de la modernidad política surge en el escenario nacional; bien desde las tribunas del caudillismo pierolista, el reformismo leguiista, el populismo sanchezcerrista, etc.; o bien desde las tribunas de los partidos comprometidos con la crítica del capitalismo, y así mismo, con los ideales modernos propios del socialismo (el primer APRA y el Partido Socialista). 9

Los casos más emblemáticos de la región son Chile, Brasil y Venezuela, el primero caracterizado como “el pequeño imperialista regional”, el segundo ya hace algunos años ha iniciado un proceso de industrialización interesante sin menguar sus problemas sociales; y el tercero con una independencia más “discursiva” que real. Pável F. Aguilar Dueñas

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El movimiento político cobraría cada vez más intensidad en la medida que la problemática social se hacía cada vez más profunda, y es precisamente durante la consolidación de las luchas sindicales y las movilizaciones campesinas de mediados del siglo XX, que ingresamos al segundo momento. Es en 1956, que la multitudinaria movilización social por la toma (recuperación) de tierras en el Valle de la Convención (Cuzco) encabezada por Hugo Blanco, pondría en el debate político nacional la necesidad de una reforma agraria. Debate que, al ser soterrado por la clase política demoliberal de la época, fue llevado a la crítica de las armas inicialmente por el MIR10 y el ELN. Fracasado este movimiento, no sería hasta 1968 en que el Gobierno Revolucionario de la Junta de las Fuerzas Armadas, sacudiría las más profundas estructuras económicas con la llamada “Ley de la Reforma Agraria” N° 17716, la cual bajo el lema: “la tierra es de quien la trabaja”, restituiría los derechos de propiedad a las grandes masas campesinas, las cuales –principalmente en la sierra sur del país– vivían en las más lamentables condiciones de miseria y atraso. Si bien el gobierno de Juan Velasco Alvarado procedió según las recomendaciones de la la conferencia de Punta del Este11, no se puede negar que en materia de reformas y proyecto político, este régimen impulso vasto proceso de industrialización. Proceso que lograría la creación de múltiples empresas nacionales que rápidamente impulsarían un ascendente ritmo de sustitución de importaciones así como de múltiples exportaciones exitosas. Además de garantizar la soberanía nacional en materia económica y militar. De esta manera, y no sin errores y hechos contraproducentes, se intentaron cimentar las bases de un proyecto de modernidad nacional. Proyecto que reconoció la condición campesina de las poblaciones nativas (hasta entonces denominadas como “indígenas”), que impulso un importante proceso de industrialización en las ramas estratégicas de la producción, que posibilitó que 10

Movimiento de Izquierda Revolucionaria (inicialmente APRA-Rebelde), escisión del APRA que, entre otros puntos, reclamaba la urgencia de una reforma agraria. 11 El 5 de agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay), se reunió el Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), en presencia de todos los delegados de la OEA se aprobó la creación de la Alianza para el Progreso (ALPRO), como estrategia de apoyo de los EEUU a Latinoamérica. Su objetivo general fue ser: “Mejorar la vida de todos los habitantes del continente.”

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el país tenga una importante capacidad bélica de disuasión, que nacionalizo las industrias extractivas e intento cooperativizar las industrias productivas, entre otros planteamientos importantes (Matos y Mejía: 1980). Sin embargo, en materia política, las polémicas en torno a este periodo requieren de un análisis más exhaustivo, sobre todo en la llamada “coorporativización nacional” y la disolución de las representaciones políticas partidarias en el Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS). Esta aproximación histórica a un capitalismo de estado, culminaría alrededor de 1978 con la irrupción de Francisco Morales Bermúdez, cuyo periodo significó una ruptura respecto del régimen anterior, por iniciar un proceso de “desmantelamiento” de los aciertos del velasquismo; garantizando de esta manera, el descredito político, social y cultural del proceso revolucionario. En el ocaso de esta segunda etapa, se pueden señalar algunos hechos de relevancia como el retorno a la democracia liberal, el inicio de la guerra interna, así como la reaparición electoral del discurso populista del APRA; hechos que bajo la caracterización del gobierno reformista de Belaunde y el apocalíptico periodo aprista; cerrarían toda una etapa histórica nacional. Se vivían tiempos de incertidumbre ante la posibilidad de otro golpe militar y sobre todo por la cada vez más fuerte presencia de la subversión. Definitivamente 1990 abre una nueva (tercera) etapa nacional, las progresivas reformas estructurales exitosas en países como Chile, México y Bolivia, hacían del Perú un candidato de fuerza para la implementación del nuevo paradigma económico: el neoliberalismo. Aunque los comicios electorales denotaban la confrontación entre un Vargas Llosa “ultraliberal” y un Fujimori “emprendedor”, además de acompañado por algunos sectores de la izquierda; los hechos demostrarían que en realidad se enfrentaban un liberal moderado frente a la receta neoliberal y un pragmático dispuesto a acomodarse a las reglas de juego del momento. Como señala Francisco Durand (2010), una vez en el poder, Fujimori fue invitado por el economista Hernando de Soto a dar una “gira” por los Estados Unidos, resultando de esta, un “desembarque” de los economistas de centroPável F. Aguilar Dueñas

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izquierda que inicialmente asesoraban al futuro dictador. Había empezado la era neoliberal. Las llamadas reformas estructurales que sobrevinieron con el famoso “cambio de rumbo” significaron desde el primer momento la materialización de la dogmática receta neoliberal: el estado es un mal empresario y por lo tanto mientras menos intervenga en la economía es mejor. Por lo tanto –en palabras del gobierno– para lograr un estado eficiente, moderno y que termine con el calamitoso escenario económico heredado, habría que seguir una ruta de apertura económica a la inversión extranjera mediante la privatización de la industria patria; no sin el amparo de una nueva “Carta Magna” que dotara de “seguridad jurídica” a este proceso. Para ello el escenario de 1992 resultaba propicio, tanto por el éxito que le significó al gobierno el declinar de las acciones insurgentes, así como la fuerte oposición del congreso a las medidas impuestas por el “cambio de rumbo”. De esta manera, el “autogolpe” de Fujimori cristalizaba los anhelos de los novísimos neoliberales peruanos, ya que permitió la aprobación de la controvertida Constitución de 1993 y clausuro el quehacer de toda la oposición política por alrededor de 5 años.12 Este decenio transcurrió entre la dictadura fujimontesinista, el asistencialismo neopopulista, el clientelismo a gran escala, la institucionalización de la corrupción, la desmovilización social, la crisis institucional generalizada, deviniendo finalmente en la consolidación de un nuevo modelo económico caracterizado por su colusión con el Estado de turno para la explotación asalariada, la pauperización de los niveles de vida y el desfalco sistemático del erario nacional; claro está; al servicio de una fortalecida burguesía antidemocrática. Esta situación –persistente hasta hoy– es caracterizada por el mismo Durand como “captura del estado”: Este Perú “capturado” permitió a los neoliberales y a las corporaciones reordenar la sociedad tanto arriba como debajo de la pirámide social. Lo han 12

Para una aproximación a la década 1990-2000, véase “La década de la Antipolítica” de Carlos Iván Degregori, IEP 2002. Pável F. Aguilar Dueñas

UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO 16 ESCUELA DE ANTROPOLOGIA SOCIAL hecho para aprobar leyes que han permitido la concentración del poder en el vértice –al facilitarse compras y fusiones de empresas y concesión de tierras– , y la dispersión en la base, tanto en el campo como en la ciudad –al reducirse el trabajo formal estable, acelerarse la venta de tierras comunitarias y de cooperativas y promoverse el consumismo individualista […] este Perú neoliberal podrá haber desarrollado una nueva base económica, dinamizando un nuevo tipo de acumulación capitalista y revolucionando el consumo, pero, al mismo tiempo ha generado tensiones, conflictos y resistencias; reproducido viejos problemas sociales, generando otras vulnerabilidades económicas y formas de dependencia[mostrando similares limitaciones a las del periodo oligárquico donde reino el primer liberalismo][…](Durand; 2010: 24)

Sucesivamente, en menor medida (Toledo) o en mayor medida (García), este orden de cosas permanecería invariable, sin embargo en materia económica se produciría un regresionismo significativo al volver el latifundismo sobre una base capitalista muy fuerte(neolatifundismo), al haber una reprimarización de la producción (minería, hidrocarburos), y sobre todo al establecerse a través de los medios de comunicación y la opinión pública un sentido común “neoliberal” (Durand:2010)(Borón:2004), en donde cualquier propuesta alternativa al modelo será considerada poco menos que una amenaza al “orden establecido” o al “estado de derecho”. No faltarán quienes afirmen

que vivimos una

auténtica “Revolución

13

Capitalista” , o que estemos en auténticas vísperas al primer mundo 14 , sin embargo lo que cabe preguntarse resulta ser. ¿De qué manera participamos y en qué medida somos beneficiarios de este proceso? En el discurso oficial de los representantes del modelo volvemos a encontrar ciertos elementos que nos remiten al planteamiento desarrollista ofrecido por los Estados Unidos (a través de sus más emblemáticas instituciones de “cooperación) en la primera década del siglo XX, discurso conocido como “Teoría de los Estadios Económicos “o también como “Teoría de la Modernización”, tal como señalamos

anteriormente, planteada por el

economista W. W. Rostow y asumida como uno de los ejes medulares del “Plan Marshall”. Aunque el contexto es singularmente distinto, hoy en día el neoliberalismo propone que también es posible alcanzar el desarrollo y la 13

Véase, “La Revolución Capitalista en el Perú” de Jaime de Althaus, Fondo de Cultura Económica (2010) y para una réplica “La Mano Invisible en el Estado” de Francisco Durand (2010). 14 Discurso del ex-presidente Alan García Pérez en homenaje a los ex-presidentes de la Confederación Nacional de Instituciones Privadas (CONFIEP), 4 mayo del 2010. Pável F. Aguilar Dueñas

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modernidad, siempre y cuando los países estén dispuestos a seguir una serie de pautas económicas y políticas que garanticen “el buen manejo”. De esta manera, el discurso de la modernidad en tiempos neoliberales se hace tan persistente que son incontables los discursos, los slogans y los programas en los que los políticos de turno han incluido sus promesas de modernidad y modernización. Es más, también son innumerables los slogans comerciales, los productos y servicios que prometen a través de la “simple” compra-venta las más grandes cimas del mundo moderno. Ahora bien, si la modernización es el camino irremisible hacia la modernidad, tal y como supone el modelo. ¿De qué clase de modernización estamos hablando? ¿Tendrá que ver esta modernización, con la industrialización nacional, con una verdadera reforma educativa, con el respeto de las jornadas laborales y los derechos de los trabajadores, con la defensa de los recursos naturales (como el agua), o con algún planteamiento social no asistencialista? Para hablar de lo que podrá ser autentica modernidad capitalista y “sostenible”, por no ir muy lejos. Al parecer la respuesta es negativa. Un examen quizá prematuro de nuestra parte podría orientarnos a pensar que, a diferencia del primer y segundo periodo señalados; nuestro neoliberalismo contemporáneo, ideológicamente y por todos los medios, está dispuesto a vendernos una promesa de progreso y modernidad inalcanzables. En conclusión, la modernización neoliberal como camino “obligatorio” a recorrer (y que efectivamente estamos recorriendo) puede definirse como: […] un proceso de desarrollo económico social y cultural que, se espera, llevará a un nivel de organización y producción, así como de sistemas de creencias, similares a los que alcanzaron ya las sociedades industriales […] Un supuesto central de las ideas sobre modernización es que las naciones subdesarrolladas van detrás de las desarrolladas y que en algún momento las alcanzarán, pero que ese desarrollo entraña la industrialización y el reemplazo de la organización social, la visión del mundo, la cultura y personalidad y demás, “tradiciones”, por su contraparte modernas. (Barfield; 2007:360)

Pável F. Aguilar Dueñas

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Ante lo cual, queda claro que, a efectos de participar en el mercado mundial, ser un país en constante crecimiento (no reflejado socialmente), haber firmado significativos Tratados de Libre Comercio (TLCs), haber sido la sede de algunas de las más importantes cumbres económicas del mundo, preservar el sistema democrático, ser social y legalmente seguro para la inversión extranjera, ser un gran consumidor de tecnologías de comunicación e información, etc.; estamos atravesando un proceso de modernización, aunque no es del todo plausible que nos conlleve al “mundo moderno”. ¿Entonces hacia donde nos lleva? ¿Realmente vamos “detrás” de las naciones desarrolladas tal y como reza el discurso? Y que hay detrás de los dramáticos procesos sociales promovidos por los múltiples cambios socioeconómicos de los últimos veinte años, detrás de las fracturas

culturales,

dislocaciones

sociales

y

complejos

procesos

de

reestructuración de las tradiciones, organizaciones, imaginarios y demás elementos en constante ebullición. Y es que en la honorabilísima opinión de algunos entendidos, “si queremos garantizar a nuestro pueblo una calidad de vida semejante a la de los pueblos occidentales. Debemos pues asumir la modernidad occidental […]” (Sobrevilla; 1993: 22), es decir debemos literalmente “civilizarnos”, y asumir una condición social completamente ajena, tanto histórica como culturalmente. Para los promotores del “desarrollo” las cosas no más podrían estar más claras.

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IV)

RESPECTO A LA TRADICION Y EL TRADICIONALISMO

El concepto de tradición ha sido objeto de innumerables discusiones antropológicas, y de dichas discusiones, parece haberse llegado a buen consenso de que tradición no necesariamente significa tradicionalismo. La tradición frecuentemente está asociada a lo que, en términos de las clásicas ciencias sociales, se concebía como identidad nacional, regional o –en términos generales– cultural. Se la refería como el conjunto de rasgos culturales de corte ancestral, los cuales garantizaban la conservación del “orden natural” en la vida social de una etnia, pueblo o nación. Aunque la antropología misma trabajó por mucho tiempo sobre la falsa dicotomía, tradición-modernidad, hoy podemos aseverar que entre ambos conceptos median relaciones dialécticas más que absolutamente excluyentes. De hecho, muchas naciones lograron consolidar su modernidad capitalista sin renunciar a muchas de sus tradiciones, inclusive es la propia condición moderna o modernizante la productora de innumerables tradiciones. En el caso de estos países, su propia experiencia capitalista y moderna posibilitó que la tradición misma se reinventase en función de la racionalidad imperante, ya sea como elemento de unificación del estado-nación (Alemania y Japón), como sustento del militarismo fundamentalista (Israel, EE. UU) o como Industria Cultural (a través del turismo como en nuestro caso).15 Por lo tanto, al referirnos a la modernidad o a la modernización, no necesariamente debemos oponerla a la tradición; ya que esta suele connotar un conjunto de rasgos históricos que caracterizan a un determinado grupo humano,

más

que

rasgos

culturales

específicos

que

pueden

verse

profundamente modificados por el tiempo. (Barfield; 2007: 519). Sin embargo; ¿Qué sucede cuando por efectos del colonialismo y el neocolonialismo, los pueblos y sus tradiciones quedan sujetos a un capitalismo dependiente y a una modernidad impropia?16

15

Ver “El Recurso de la Cultura” de George Yúdice, Gedisa (2006). La llamada “Teoría de la Dependencia”, expuesta principalmente por los intelectuales del CISE, la CEPAL y del CLACSO a mediados de 1970; fue un interesante intento de poder 16

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O en un contexto contemporáneo. ¿Qué sucede con las tradiciones populares en tiempos de globalización neoliberal?17 Estas preguntas, inicialmente implícitas en la política y en las letras peruanas (desde Mariátegui hasta Arguedas), siguen siendo motivo de discusión, por lo que creemos que, en lo que respecta a las ciencias sociales, hay una incuestionable urgencia de aproximarse a las dinámicas socioculturales relativas a la tradición y los procesos contemporáneos de modernización. Urgencia que –como veremos más adelante– puede ofrecernos dos entradas (sociedad y cultura) a un debate que ya ocupa un destacado lugar en Latinoamérica. Al otro extremo de la discusión, encontramos al tradicionalismo, el cual se hace evidente como resistencia a toda clase de modernización. Este concepto principalmente se halla integrado a formaciones económicas de carácter precapitalista –tanto material como ideológicamente–, por lo tanto, su asociatividad con el medio rural, “campesino” o periférico (en oposición a lo “urbano”) es consecuencia directa de que estas estructuras sociales mantengan una profunda actitud de rechazo hacia los efectos del capitalismo y de su modernización concomitante. Como ya es de conocimiento común, la incursión de la modernidad les puede acarrear una multiplicidad de efectos adversos 18, ante lo cual, desde los pueblos se puede generar todo un repliegue de carácter tradicionalista, pudiendo devenir este proceso en un “ostracismo cultural”. Sin embargo, nuestra experiencia histórica nos viene demostrando que lejos de consolidarse masivamente las actitudes tradicionalistas

19

, los pueblos

amenazados por el modelo económico vienen desarrollando estrategias de fundamentar la razón por la cual Latinoamérica no había podido desarrollar un proyecto capitalista exitoso a pesar de contar con las condiciones materiales para ello. Destacan entre sus exponentes: Theotónio dos Santos, Henrique Cardoso, Aníbal Quijano, Vania Bambirra, Raúl Prebisch, Enzo Falleto, Celso Furtado, Ruy Mauro Marini, los Hnos. Calcagno, entre otros. 17 Una interesante aproximación a esta pregunta la encontramos en, “La Globalización: ¿Productora de Culturas Hibridas?”, Revista Informativa del II Congreso de la International Asociattion for the Study of Popular Music. Agosto, pp. 1-18. 18 Como por ejemplo la resistencia gamonal a la reforma agraria de 1969, y más recientemente los efectos de llamado “Baguazo” en junio del 2009; denotando este último suceso, el grado de contundencia de algunos pueblos amazónicos, a la hora de defender sus recursos naturales así como sus tradiciones ancestrales. 19 Salvo en algunas esferas principalmente religiosas, donde el discurso anti-moderno y reaccionario, se funde en predicas apocalípticas, regresionistas o elitistas. Pável F. Aguilar Dueñas

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resistencia social y cultural, que además de estar fuertemente comprometidas con la conservación de sus tradiciones, desarrolla elementos ideológicos progresistas, acordes quizás con alguna propuesta democrática futura.

V)

¿MODERNIZACION SIN MODERNIDAD? O ¿MODERNIDAD SIN MODERNIZACION?

Como es de conocimiento común, el país en los últimos años viene caracterizándose por su constante crecimiento económico, su equilibrado ritmo de exportaciones, sus “megaproyectos” de inversión pública, el crecimiento acelerado del consumo de las tecnologías de información, los innumerables proyectos

gubernamentales

de

corte

asistencialista,

así

como

sus

innumerables acuerdos bilaterales de cooperación económica y técnica; sin embargo; y a pesar del dadivoso quehacer de las Ongs y demás fundaciones de similares características, la todavía inconclusa descentralización política, y el llamado “boom de los emprendedores”; no se han podido menguar satisfactoriamente los escandalosos márgenes reales de pobreza y extrema pobreza. Es más, a la clásica problemática social se le puede adicionar los problemas socioambientales (principalmente los referidos al agua), la crisis de representatividad política, la captura del Estado (Durand: 2010), los múltiples problemas laborales heredados del fujimorismo, la corrupción institucional “totalitaria”, el neolatifundismo, la crisis de la educación pública, entre tantos otros. Una de las posibles conclusiones que podrían extraerse de lo expuesto, sería que atravesamos un proceso de modernización sin modernidad, en el sentido que el “proyecto nacional” contemporáneo se encuentra recreando procesos de modernización infraestructurales, de consumo, de acceso a servicios básicos, y algunos programas sociales de carácter populista; es decir modernizaciones de “forma” más que de “fondo”. Pável F. Aguilar Dueñas

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Pero tal y como afirma Orlando Plaza (1998:122-123): […] si se hace una revisión de lo sucedido en América y el Caribe, a pesar del patrón y modelo de desarrollo excluyente, que perpetuó las formas tradicionales de organizar la sociedad y el poder(modernización sin modernidad), se encuentra que las sociedades rurales y las economías campesinas han tendido a la apertura de sus relaciones sociales, a la búsqueda de nuevos caminos económicos de vida, a la autoafirmación, a desarrollarla capacidad de interactuar en distintos contextos ,de innovar y adaptar la tecnología y de funcionar en economía abierta, sin mayor aporte institucional, es decir son portadoras de modernidad sin modernización en el medio rural y también en el urbano.

Por lo que creemos que, tanto los intereses populares como sus distintas expresiones materiales, pueden impulsar un proceso de movilización social capaz de responder de forma contestataria al modelo económico y proponer en la arena política las bases de un verdadero proyecto nacional, acorde con su hasta ahora modernidad sin modernización. Y aunque en la actualidad, la modernización sin modernidad es sobreestimada por diversos sectores al servicio de las elites, la llamada “revolución tecnológica”, “el boom gastronómico” o los “megacentros comerciales”, están lejos de resolver las grandes necesidades populares. Como bien dice Henrique Urbano, “[…] al adoptar una técnica, al cambiar un instrumento tradicional por una máquina, no se asume necesariamente el espíritu que permitió que ellos existan.” (1992: XI) Por lo tanto, modernización equivale –además de democracia, racionalismo y proyecto político progresista– a ciencia y tecnología, al servicio del bien común.

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VI)

CULTURA Y SOCIEDAD: DOS ENTRADAS PARA EL ANALISIS ANTROPOLOGICO DE LA MODERNIZACION NEOLIBERAL

El primer efecto cultural del neoliberalismo se produce a través de la llamada “globalización”, la cual por intermedio de la consolidación del modelo económico, se abre paso como realidad ineluctable tanto económica como culturalmente, en donde “se puede sustentar la tesis de que el primer efecto cultural de la globalización es la reorganización general de la cultura en el marco urbano, a expensas de las culturas rurales y provincianas que tienden a colapsarse juntamente con sus respectivas economías” (Giménez;2005: 591). Por lo tanto, a los ya complejos procesos de sincretismo e hibridación cultural producidos en el país (motivados principalmente por las grandes migraciones de las décadas de 1970 y 1980), se les van a sumar los profundos efectos culturales de la globalización neoliberal iniciados a principios de la década de 1990. En consideración de ello, los llamados estudios culturales pueden y deben interesarse por: […] las maneras diversas en que cada etnia, clase o nación se apropian de los repertorios heterogéneos de bienes y mensajes disponibles en los circuitos transnacionales generando nuevas formas de segmentación. Estudiar procesos culturales es, por esto, más que afirmar una identidad autosuficiente, conocer formas de situarse en medio de la heterogeneidad y entender cómo se producen las hibridaciones. (García Canclini; 1997: 52)

Lo significativo de este planteamiento es la orientación del autor –quien influido por Urlich Beck– se mantiene reacio a seguir buscando a través de la antropología “identidades” o “culturas ancestrales” en un sentido purista de los términos, más bien se inclina por investigar los espacios “intersticiales” en donde precisamente la heterogeneidad se hace explícita generando las múltiples hibridaciones indicativas del proceso de modernización cultural. Proceso que en un contexto multicultural y plurinacional como el nuestro, se materializa a través de innumerables manifestaciones socioculturales, cada cual con sus particularidades específicas y todas ellas expectantes a los avances o repliegues del paradigma.

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Sin embargo y para no poder de vista el trasfondo del problema, debemos tener en cuenta que para comprender la complejidad de dichos efectos aculturativos, en primer lugar hay que descubrir, qué clase de relaciones económicas y sociales sustentan las dinámicas culturales, por lo que se deben establecer primeramente las pautas que norman el contacto socio económico entre dos [o más] sociedades (colonización, dependencia, imperialismo, guerra, intercambio comercial desigual, etc.) Pero por otra parte, hay que tener presente que cada grupo étnico o nacional –de acuerdo a sus posibilidades históricas– pondrá en marcha mecanismos propios y peculiares de adaptación, aceptación y asimilación o de autodefensa, rechazo y lucha ante el “contacto” con otra sociedad. (Bartra; 1987:13) Al respecto y considerando nuestra dependencia nacional frente a los poderes facticos de la economía internacional (FMI, BM, etc.), nos toca reconocer que a nivel nacional, la redefinición de identidades culturales, así como la complejización de los procesos de hibridación cultural, se producen en relación a esta mencionada dependencia. Relación que, a través de la promoción de la sociedad de consumo, como “base social” –que, como reza el discurso– hace posible el advenimiento del mundo occidental y moderno, se intensifica y tiene profundos efectos en las identidades, tradiciones e imaginarios populares. De lo expuesto y ante la pertinencia metodológica, el concepto de hibridación cultural resulta muy apropiado, pues denota la combinación de distintas culturas en la producción de nuevos objetos, prácticas e imaginarios (Canclini; 2000); sin embargo, como indica Giménez (2005:508), estos procesos aculturativos de lejos de consolidarse o “cristalizarse”, parecen tener consecuencias más modestas que las previstas por sus promotores directos e indirectos: Contrariamente a la globalización económica y financiera, la de la cultura es una globalización débil que solo implica la interconexión creciente entre todas las culturas en virtud de las nuevas tecnologías de comunicación e información. Esta interconexión […] permite prever tres posibilidades: o bien el “ecumenismo cultural” que propugna la existencia pacifica de todas las culturas (tesis del multiculturalismo); o bien la hibridación parcial entre las mismas; o bien el “fundamentalismo cultural” que implica el repliegue sobre la propia cultura y la actitud defensiva o militante frente a las demás.

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Y aunque encontramos en el discurso nacional, elementos correspondientes a estas tres posturas respecto de la globalización; en los hechos parecerían manifestarse persistentemente las hibridaciones parciales, tanto como proceso como producto. Los efectos del mercado internacional, los grandes flujos migratorios, los procesos de descampesinización, la flexibilización laboral y la descomunal cantidad de información irradiada desde las sedes del gigantesco negocio de las industrias culturales 20 lejos de estar “homogeneizando” el universo simbólico de los pueblos “receptores”, viene generando complejísimos procesos de interacción entre lo global y lo local. Una muestra de ello es que lo sucede con los grandes medios de comunicación “en tiempo real” como la internet, Guiddens (2006: 169) nos comenta que: A medida que internet se extiende por todo el mundo, surgen indicios de que resulta compatible de diversas maneras con los valores culturales tradicionales, y que incluso puede ser un medio para reforzarlos. El sociólogo británico Roland Robertson (1992) acuño el termino glocalización (una combinación de globalización y localización) para expresar este equilibrio de las consecuencias de la globalización. Significa que las comunidades locales suelen adoptar una actitud muy activa, y no pasiva, a la hora de modificar y dar forma a los procesos globales para que se ajusten a sus propias culturas o que las empresas globales tienen que adaptar sus productos y servicios tomando en cuenta las condiciones locales.

Con lo que las dinámicas entre los valores tradicionales, modernos y modernizantes tanto de las “nuevas ruralidades” como de las “nuevas urbanidades” persisten y cobran intensidad en la medida que las los distintos sectores de nuestra sociedad se relacionan entre si y hacia afuera. Y aunque esta tendencia amenaza con la extinguir muchas practicas ancestrales, propias de los eternos marginados de la historia nacional 21 ; también hace posible nuevos escenarios de organización y resistencia cultural, los cuales en los últimos años vienen cobrando relevancia a través de las luchas sociales. Es decir, en el Perú de “todas las sangres“, con sus miles de particularidades regionales, territoriales, geográficas y étnicas, actualmente se estarían recreando

múltiples

procesos

aculturativos

guiados

o

encausados

20

Estados Unidos actualmente produce el 80 % del material audiovisual que consume el mundo. (Borón: 2018) 21 “Las migajas del sistema modernizante no bastan para alimentar las aspiraciones pero si para crear amargura y rupturas culturales dramáticas respecto de los modos anteriores de ver y comprender el mundo.” (Arnold; 1992: 193) Pável F. Aguilar Dueñas

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principalmente por la sociedad de consumo22, en donde “la modernización por aculturación o transculturación no implica, por si misma, una imitación de identidad sino solo su redefinición funcional y adaptativa” (Giménez; 1995:97). Entonces, esta identidad redefinida para el consumo, creemos va a tener características sumamente particulares según las condiciones concretas en las que se produzca lo que denominamos aculturación modernizante, ya sea en la metrópoli consumista, en los cinturones periféricos tendientes hacia aumentar su nivel de consumo o en las nuevas ruralidades principales depositarias de las tradiciones populares. En lo que respecta a la modernización social, sólo señalaremos dos elementos básicos que metodológicamente pueden ayudarnos a su comprensión: la sociedad civil y las instituciones. Otra vez nos recuerda Guiddens (2004: 141) que para determinar hasta qué punto y de qué manera un sistema está en proceso de cambio tenemos que mostrar en qué medida se han producido modificaciones en las instituciones fundamentales durante un periodo dado, y como a través de los cambios estructurales, dichas instituciones se hegemonizan, prevalecen o se extinguen para dar paso a otras más acordes a las nuevas circunstancias socioeconómicas y culturales. Si bien desde una perspectiva clásica, el mismo Guiddens (2000) en Giménez (1995:90), propone una interpretación “discontinuista” del desarrollo social moderno en términos de un análisis institucional, caracterizando ante todo la modernización social por sus instituciones únicas y singulares, totalmente distintas de las que daban fisionomía propia al orden tradicional. En donde las instituciones básicas de la modernidad serían las siguientes; el industrialismo, el capitalismo, las instituciones de control y vigilancia estatal y el poder militar. Contrariamente a esta postura, que como dijimos, se aproxima más a las concepciones clásicas sobre el surgimiento y consolidación de la modernidad burguesa en occidente; los proceso de modernización en latitudes como la nuestra se expresan de formas completamente disímiles. En donde incluso las 22

A contraparte, en los últimos 30 años se han gestado a nivel nacional toda una serie de movimientos contestatarios y promotores de prácticas socioculturales opuestas a la sociedad de consumo, dicho movimiento se hace llamar “contracultural”. Pável F. Aguilar Dueñas

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tradiciones más conservadoras tienden a modernizarse y “reavivarse”, a través de las tecnologías de información, reclamar participación política en el moderno sistema electoral y conseguir adherentes en las más inusuales regiones y lugares del mundo. Por lo que es absolutamente necesario señalar que: […] contra todos los pronósticos de los teóricos de la secularización, lo que presenciamos es el “retorno” espectacular de la religión bajo la forma de una gran nebulosa de “nuevos movimientos religiosos”. Se suponía que las identidades basadas en solidaridad mecánica (Durkheim) eran rasgo del tradicionalismo, y que la modernización las remplazaría con formas más contractuales y abstractas de agrupamiento. Ahora bien lo que presenciamos es la proliferación inaudita de “comunidades emocionales” de diverso tipo que parecen responder a un mecanismo de compensación frente al universo abstracto de las grandes organizaciones complejas. Por último se ha creído siempre que las “sociedades de cambio”, sin embargo lo que presenciamos es la obsesión generalizada de “recuperar linajes” y memorias colectivas desde el corazón mismo de la modernidad, mediante la recreación e invención de tradiciones desaparecidas u olvidadas. (Ibíd.; 1995: 45-46)

Una muestra de esta situación la encontramos justamente en la incontables religiones cristianas que mediante la internet o la televisión por cable denuncian paradójicamente “los vicios de la vida moderna”, también en los innumerables grupo de interés basados en pasatiempos, modas, música, deporte, etc., que no hacen sino contradecir la lógica de disgregación personal e identitaria que presupone un contexto moderno. Para referirnos a nuestras circunstancias, como dijimos en el Cap. III, hoy la situación es diametralmente distinta a la de los procesos desarrollistas y liberales del siglo XX, debido a que, en lo referido a las instituciones económicas

y políticas (principalmente) y a institucionalidad en general,

asistimos a un proceso de reconfiguración total. El neoliberalismo a través del Plan de Ajuste Estructural(PAE), la persecución de los sindicatos, la privatización de las empresas estatales y de propiedad social, el abandono del agro nacional, así como mediante el impulso de los megaproyectos de minería e hidrocarburos; ha cristalizado su propio paradigma de modernidad institucional. El cual, como es evidente, hegemoniza las esferas de participación política, social y cultural. . Dicho paradigma de la institucionalidad neoliberal, promueve ante todo la formalidad de la democracia y el respeto de la Constitución(1993) que posibilita este orden de cosas; es decir la inamovilidad de las reglas de juego en Pável F. Aguilar Dueñas

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detrimento de las representaciones ciudadanas y populares: sindicatos, asociaciones de DD. HH., frentes de defensa, etc. Por lo que los procesos de reconfiguración de las instituciones de la sociedad civil y de los propios sectores populares, han producido y vienen produciendo la parcial

disminución

y

desmovilización

de

los

movimientos

sociales

reivindicativos principalmente los de defensa de los recursos naturales y culturales; como bien puede apreciarse en el caso de la criminalización de toda clase protesta iniciado en el gobierno de A. Fujimori. Si bien esta clase de modernización institucional es funcional al capitalismo hegemónico, para los sectores populares representa la “regresión” tanto de sus aspiraciones

(emancipadoras

y

modernas)

como

de

sus niveles

de

organización. Efectos que incluso tienen que ver directamente con el acceso los servicios básicos, al correr el peligro de ser privatizados. Sin embargo, y pese a todo lo expuesto, lejos de vislumbrar un escenario lúgubre, vemos que la sociedad civil –a través de nuevas formas de organización e institucionalidad–, actualmente viene gestando un interesante proceso de reagrupamiento y movilización en defensa de algunos derechos e intereses que inclusive transgreden las clásicas demandas sociales, es decir aquellas que el sistema perdona. Si la dinámica de los movimientos sociales toman este cause, indudablemente estamos frente a un importante y nuevo objeto de investigación social.

Pável F. Aguilar Dueñas

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VII)

A MODO DE CONCLUSION

¿MODERNOS?, ¿POSMODERNOS? O ¿PREMODERNOS? El mundo moderno es contradictorio. Puede producir al mismo tiempo lo mejor y lo peor, sostiene Amín, quien considera que la verdadera crítica, tanto teórica como práctica, si pretende ser radical, tiene que estar dirigida al sistema capitalista mundial y a su cultura. Eso no implica no renunciar a la idea del ser humano como hacedor de su propia historia. De ahí que para él sea estéril el rechazo a la modernidad, considerada el origen de todos los males por parte de los culturalismos y por el posmodernismo. GABRIELA ROFFINELLI, Samir mundialización del capital, 2004, p.13

Amín

y

la

El discurso oficial de hoy afirma que el Perú es la gran promesa y va rumbo al primer mundo de la mano de la modernidad, y aunque la experiencia latinoamericana ha sido cruel con los países considerados "la gran promesa”, nos esforzamos por seguir un camino que en principio no nos pertenece históricamente y que por consiguiente tampoco nos beneficia como nación. Y aunque algunos optimismos desubicados quieran situarnos en los umbrales de la posmodernidad, nuestras todavía premodernas estructuras se resisten a tan gratuitos juicios. Entonces –una vez establecidos los límites de la dependencia económica nacional– para de definir nuestra situación respecto de la modernidad, primero debemos de reconocer la multiplicidad de realidades socioculturales que componen este país, en un segundo momento reconocernos como parte de un proceso, que como tal, contiene elementos contradictorios; para después y –sin resquemores– afirmar que el Perú de hoy sigue siendo tradicionalista, tradicional y premoderno (con algunos elementos de modernidad) a pesar de sus múltiples modernizaciones; entre tanto; “la modernidad del primer mundo” tan promocionada por el discurso neoliberal es y será vislumbrada muy de lejos… Lo que si debe resultar claro es que dichas modernizaciones –sociales y culturales– vienen subvirtiendo muchas realidades que por efectos del propio Pável F. Aguilar Dueñas

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sistema, apenas pueden dar cuenta de sus propios cambios. Entre tanto, y ante el debate respecto de la sostenibilidad de los llamados “Modelos de Desarrollo”, por parte de los detentores del poder económico y político, y los pueblos que empiezan a cuestionar los caminos de dicho desarrollo; cabe una pregunta de fondo. ¿Quiénes son los verdaderos depositarios de un programa moderno y nacional? El recordado Carlos Franco (1991: 189) puede darnos algunas pistas al respecto: Dos proyectos se enfrentan en la conciencia colectiva y la preferencia política. Uno se reclama demócrata liberal y privatista y el otro democrático, nacional y popular. Cualquier revisión de sus contendidos no indica la notable diferencia de sus propuestas en los decisivos conceptos de la organización de la economía y la dirección del desarrollo, la estructura y funciones del Estado, la construcción de la democracia, el sentido de la cultura nacional y las relaciones del Perú con la economía y el poder internacionales.

Por nuestra parte, confiamos en que la investigación antropológica pueda seguir colocando en el debate algunos temas abordados en esta breve aproximación, y así poder ofrecer puntos de vista alternativos frente a los discursos oficiales del neoliberalismo y sus portavoces.

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Pável F. Aguilar Dueñas

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VIII)

RECOMENDACIONES:

1) Al abordarse el tema de la modernidad no deben perderse de vista los fundamentos

materiales

que

posibilitaron

su

emergencia

como

paradigma, así mismo los que sostienen históricamente las cíclicas modernizaciones en los llamados países en vías de desarrollo.

2) Al examinarse las particularidades de los procesos de modernización sociocultural en una región, ciudad o pueblo determinado se deben considerar como puntos de partida los siguientes: el nivel de desarrollo del capitalismo (enclave industrial, de extracción o ligado a la agricultura), el grado de vinculación al mercado regional, nacional e internacional y la presencia institucional tanto pública como privada.

3) Una reconstrucción histórica de los procesos de urbanización (sea el caso) puede servirnos metodológicamente para comprender los procesos de modernización social.

4) Para descubrir en la complejidad del entramado entre las tradiciones y modernidades, la metodológica separación de nuestras fuentes según la edad, puede ayudarnos a comprender los procesos de modernización tanto como su percepción social, desde un enfoque longitudinal.

5) Una aproximación a las percepciones e imaginarios de nuestros entrevistados, sobre todo en lo referente a los conceptos de “cambio”, “desarrollo” y “ modernidad” pueden resultar sumamente útiles en la identificación de las aculturaciones modernizantes. 6) Por último, no debe perderse se vista el “trasfondo” tanto económico como político de los procesos de modernización, los cuales a la luz del análisis respectivo de cada investigador y sus puntos de vista, deben ser discutidos con el objeto de ver si realmente son parte de un proyecto nacional de desarrollo. Pável F. Aguilar Dueñas

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