ROMPIENDO EL SILENCIO YO TE ACUSO PINOCHET

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Descripción




1 Puget, J. Violencia social y psicoanálisis: lo impensable y lo impensado. Psicoanálisis, 8(2/3), 307­366, 1986-
Segal, H. El silencio es el auténtico crimen. Revista de Psicoanálisis, 42, N (6): 1323-1335, 1987.
Vilagarcía de Arousa, 6 de septiembre del 2013

(viernes; 7:57 p.m.)


Querida Martha Helena:

Con el regalo de tu libro Rompiendo el silencio. Yo te acuso Pinochet, me dejaste con el corazón en la mano.

Acababa de leer otra obra de literatura testimonial, Sin destino de Imre Kertész, sin lugar a dudas bastante interesante sobre el holocausto judío; pero no había en ella, la fuerza de esa voz femenina, que se decidía a romper el silencio, para expresar con palabras plenas esa tragedia, que te tocara vivir en tiempos de la decepcionante caída de Allende, hace, precisamente en este mes, cuarenta años.

Y sí, era preciso que rompieras el silencio, para como un Zola mujeril, levantar un propio y tremendo: Yo acuso, lejos del distanciamiento objetivo del realismo, para dar lugar a la violencia social y el terrorismo de Estado, mirada desde la subjetividad de una mujer singular, puesto que tu relato más que un alegato, es la catarsis, que permite, de acuerdo con la poética aristotélica, dimensionar la vivencia de tu angustia, provocada por las violentas manos del totalitarismo de estado, lo que mueve al terror y la piedad, que es lo que se convierte en curativo cuando se viven situaciones tan traumáticas, a las que se impone la ley del silencio, junto a la inducción del sentimiento de culpa, como tan bien lo han demostrado Diana Kordon, Lucila Edelman y colaboradores en su libro Efectos psicológicos de la represión política, que ellos ven desde la mirada del psicoanalista comprometido con su época; pero que tu expones desde tu propio drama interior, que, afortunadamente, en el terreno de tu individualidad, no tuvo la dimensión fatal, que tuvieron muchas personas, cuya historia con minúscula fue tronchada por las manos de la tiranía, como Poder absoluto, restaurador de un Orden, a contrapelo, con la voluntad popular y el establecimiento de un nuevo contrato social, como si Hobbes se impusiera a Rousseau.

Bien podría yo haber jugado a la rayuela, con tu texto y leerlo desordenadamente, pero preferí ingresar en tu obra, de acuerdo al derrotero lineal con que lo presentaste, para seguir cierta cronología histórica, como sucesión de hechos, con la esperanza de que haya tiempo de hacer otras lecturas, a la manera que puede leerse la obra de Julio Cortázar.

Realmente es de agradecer a Rafael Méndez Buelna, que te haya servido como escucha, a la manera de un psicoanalista, para a luz tus palabras, dispuesto a que tu llanto botara a raudales, como agua curativa, para convocar con simpatía nuevos relatos, así tu cuerpo se sacudiera de dolor y de espanto, al enfrentarte con esos dolorosos recuerdos, porque de lo que se trata es de volver a pensar lo impensado y quizás lo impensable, para ir en busca de nuevos sentidos para experiencias tan amargas, que no pueden quedarse congeladas, en el fondo de un ser humano, sin hacer mucho daño.

De ahí, que yo, como lector, que no te conocía aún, me repitiese con profundo respeto, una frase que quizás leí en Thomas Mann: ¡Silencio, vamos a entrar en la intimidad de un alma!, pues, de lo que se trata es de que cuando el terror emerja, pueda dársele la dimensión subjetiva más verdadera. Y es importante que el interlocutor, con su tenacidad, obligue a continuar con la palabra, a pesar de los desmayos y resistencias, para que - ¡por fin! -germine.

Es triste que en un país, en el que el socialismo se construía como consolación y con ilusión, la bota militar, apoyada por los Estados Unidos de América, viniera a pisotear la semilla, que empezaba a florecer, de una forma pacífica, sin violencia, para aplastar ese jardín, como en la hora llegada, mientras el terrorismo estadounidense y la derecha más recalcitrante empezaba a sobrevolar como un cóndor, sobre los Andes, para apretarle los cordones al presidente Allende y ensangrentar a Santiago, en un momento, en el que como tanta gente de otras latitudes, como tú misma, venían a ofrecer su corazón, a la manera de un Fito Páez, tarea no tan fácil, según lo ha demostrado la Historia con mayúscula, que se opone a los cambios.

Realmente, todo aquello no podía sino conducir sino al caos y la confusión y si los sueños se hacían cenizas, se hacía muy dificultoso avanzar, ante la calamidad, que ocasionan catástrofes tan fuertes, como la impuesta por Pinochet, quien siquiera recibió la sanción del juez Garzón, así no haya muerto en la cárcel como Videla, otro de esos cóndores que no entierran todos los días.

Esos chafarotes estaban empeñados en crear el invierno del descontento, como si fuesen réplicas de un Ricardo III, en un contexto social, donde como en el nazismo se sacrificaba a los resistentes y se quemaban sus libros y sus idearios, casi como en el apocalíptico final del Frarenheit 451 de François Truffaut, donde los sobrevivientes, quizás, tendrían que aprenderse de memoria los libros, para que las ideas sobrevivieran a las brasas, en medio de un ámbito enloquecedor, en el que las ansiedades persecutorias, que todos llevamos dentro, pasaran del registro de lo imaginario, al espacio de la realidad material, donde está prohibido pensar de una manera distinta a quien se impone como soberano, en un mundo orwelliano, donde el enemigo es de signo contrario al del Padrecito Stalin.

Pero, afortunadamente, la escucha de Rafael, tu partero, al rescatar tu palabra, también recuperaría su función poética, con los versos que incluyes en tu desgarradora y lírica narración, que a su vez salpicas de increíbles personajes como la generosa abuela comunista del estadio, infamada como el personaje de La letra escarlata, consciente de que una de las formas de escapar a la locura, inducida por la violencia social, es la creación de lazos entre los sujetos oprimidos por el Poder aterrorizante, que pretende convertir a los disidentes en condenados de la tierra, al precio de la ignominia, como tan bien, lo mostrara mi siempre bien amado Frantz Fanon.

Me parece que nunca nos cansaremos de gritar como Ernesto Sábato: ¡Nunca más!, frente a la desaparición y la tortura, al submarino en la mierda misma, a la picana, con el fin de conducir a los seres humanos a la muerte o la demolición, como pasara con el Pedro, cuyo caso, Marcelo Viñar describiera en la revista de la Asociación Psicoanalítica Argentina, dedicada a nuestro malestar en la cultura, que puedes leer aquí:

http://www.trilce.com.uy/pdf/fracturas_de_memoria.pdf

Y tenemos que gritar también ese nunca más, frente al secuestro, la deprivación sensorial y el encarcelamiento, que se convierten en un ataque a la percepción y a la razón, en la medida que se procuran borrar las categorías kantianas, como defensa contra el caos del mundo, con el fin de alterar el juicio de realidad, al devenir enloquecedores, en medio del pánico individual y colectivo.

Es preciso, por ello, recuperar la memoria, para que, como tú dices, la amnesia no se vuelva en el único pasaporte a la sobrevivencia, mientras en la peor de las adversidades también se pueda volar en el Pegaso de nuestras ilusiones, como lo hacía el soldado viejito de piel morena, delgado y de poca estatura, que se convertía en mensajero del amor, porque otra sensibilidad le poseía distinta a la de los esbirros del sistema, un personaje, para mí, tan bello, como la abuela comunista.

Ante un empuje tan bestial de Tánatos como de la dictadura, es preciso que vuele Eros y apostar por la vida, como lo hacía Eladia Blázquez, al honrar y arriesgarse por la vida pues tú, como ella, pueden cantar:

En este aliento
Que es mi luz y mi alimento,
Apuesto por la vida...

Pues,

Merecer la vida no es callar y consentir
Tantas injusticias repetidas…

Y, para preservar la identidad, como bien lo señalas en el caso de Pablo, se precisa, si es posible, ir más allá de la tortura, para que ésta no diezme a los pueblos, ni nos obliguen a caminar sobre el cuerpo de los otros.

De ahí, que sean necesarias acusaciones como la tuya, para recuperar la libertad, la supervivencia y la vida, como forma de asumir el absurdo de la existencia, en particular, en medio del sufrimiento, la tristeza y la soledad, que ha tenido que sufrir, durante tantísimo tiempo, América Latina.

Me alegra que hayas quedado con la vida suficiente para denunciar esos aparatos represivos del estado, a esos monstruosos carabineros, que funcionaban como la guardia civil caminera, esa misma que matara a Federico García Lorca.

Aquello no fue un sueño, sino una realidad pura y dura y la violencia social penetra a las capas más profundas del inconsciente, como bien lo señalara Janine Puget, en su artículo Violencia social y psicoanálisis. Lo impensado y lo impensable.
De ahí, la importancia del papel de Rafael como interlocutor, ya que te permitió recordar, para poder elaborar tanta situación traumática, orquestada por la mano ominosa de Pinochet, lo que prueba que, a pesar de sus nefastas intenciones, ni haces parte de una generación perdida, ni pudieron robarte el alma, que al ir en busca de ese tiempo, que trataste de silenciar, no pudieron arrancarte el corazón, así nos dejes el nuestro en nuestras manos.

Y si has elegido, como Edipo, el camino de Colono, haz encontrados patrias más amplias, que las signadas por puntos y rayas en los mapas políticos, pues hay viajes al infierno, que permiten la resurrección y dan una carta de ciudadanía universal.

Tampoco creo que seamos una generación embolatada, más bien somos un eslabón de una cadena que tiende a infinito, si nos pertenecemos a nosotros mismos, en un mundo incierto, ancho y ajeno y ahí vamos cada uno con su semilla, que transportamos en busca de una buena tierra, así el Poder lo tengan los otros y no precisamente los que quisiéramos.

Y ya ves, tus palabras, emprendieron, en nuestro caso, un viaje de México a España, por intermedio de una compatriota colombiana, para que yo fuera testigo de que dijiste adiós al silencio y al olvido, a la espera de que atrocidades, como aquellas cometidas en Chile y Argentina, no se repitan y queden páginas en blanco para ser llenadas porque como decía otra gran psicoanalista, Hannah Segal: El auténtico crimen es el silencio , cuando estamos obligados a ser testigos de nuestro tiempo, para denunciar, explicar y prevenir las guerras, cosa que nos compete ahora, cuando ese jinete de la apocalipsis se cierne sobre el planeta, montado supuestamente por un premio Nobel de Paz, Míster Obama.

Un abrazote y mil gracias por tu bello libro.

Jesús





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