Robertson: La Fantasmagoría. Fragmentos de las Memorias recreativas, científicas y anecdóticas de un físico-aeronauta, [1831], 1840. Archivos de la Filmoteca, 39, pp. 123-144. 2001.

May 23, 2017 | Autor: Jose Diaz Cuyas | Categoría: Phantasmagoria, Precinema History
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Descripción

Michel Poisson, “Ah! La Linterna Mágica la pieza curiosa”, plancha de Cris de Paris dessinés par M. Poisson, 1775.

ROBERTSON

D

Origen compensatorio y legitimación filosófica de las visiones fantásticas2

urante el lento proceso en que consistía el examen de mi mecanismo y la redacción del informe que sobre este debía hacerse, me daba activamente a perfeccionar un invento cuyos primeros medios de ejecución había vislumbrado en Lieja3. Quiero hablar de la Fantasmagoría. Desde mi más tierna infancia, mi viva y apasionada imaginación me había sometido al imperio de lo maravilloso; todo aquello que sobrepasaba los límites ordinarios de la naturaleza que, en diferentes épocas, no son más que los límites de nuestros conocimientos particulares, suscitaba en mi espíritu una curiosidad, un entusiasmo tales, que me llevaba a acometer cualquier empresa con objeto de realizar aquellos efectos que concebía. Se dice que el padre Kircher creía en el diablo; mala suerte, el ejemplo podría ser contagioso, pues el padre Kircher estaba dotado de una instrucción tan grande que mucha gente estaría tentada de pensar que si él creía en el diablo, tenía buenas razones para hacerlo. Pero como el escritor que le reprochó esta credulidad no ha citado los pasajes donde se encuentra esta confesión y como tampoco yo lo he verificado, no me tomo en serio el asunto. ¡Quién no ha creído en el diablo o en los hombres lobo en sus primeros años! Lo confieso abiertamente, he creído en el diablo, en las evocaciones, en los encantamientos, en los pactos infernales e incluso en la escoba de las brujas; llegué a creer que una vieja vecina mía tenía, como aseguraba todo el mundo, comercio en toda regla con Lucifer. Yo que envidiaba su poder y sus relaciones, me encerré en un cuarto para cortarle la cabeza a un gallo y forzar al jefe de los demonios a mostrarse ante mí. Lo esperé durante siete u ocho horas, le grité, le injurié, me mofé de él por no osar manifestarse: “Si existes”, exclamaba golpeando la mesa, “sal de dondequiera que estés y muestra tus cuernos, si no, reniego de ti, declaro que nunca has existido”. No era el miedo, como puede verse, lo que me hacía creer en su poder, sino el deseo de compartir ese poder para obrar también sus mágicos efectos. Los libros de magia me obnubilaban. La Magia naturalis de Porta y las Récréations de Midorge, especialmente, me producían insom-

La Fantasmagoría Fragmentos tomados de las Memorias recreativas, científicas y anecdóticas de un físico-aeronauta (1831 - 1840) debidas a Etienne Gaspard Robert, conocido como Robertson, inventor de la Fantasmagoría1

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1. E TIENNE G ASPARD R OBERTSON : Mémoires récréatifs, scientifiques et anecdotiques du physicien-aéronaute E. G. Robertson: connu par ses expériencies de fantasmagorie et par ses ascensions aérostatiques dans les principales villes de l’Europe; ex-professeur de physique, Ornés de Planches et figures, París, Roret, 1840, Tomo I, pág. 197. Todos los fragmentos de texto seleccionados proceden de esta segunda edición. La primera fue editada, también en París, por W URZ , en 1831. 2. Cap. VII, Tomo I, págs. 143-152. 3. Se trataba de la nueva versión del espejo de Arquímedes. Véase la introducción precedente.

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nio. Al final tomé una decisión muy sabia: como el diablo se negaba a comunicarme la ciencia de hacer prodigios, me puse a hacer diabluras y mi varita mágica, con solo moverse, forzó a todo el cortejo infernal a ver la luz. Mi habitación se convirtió en un verdadero pandemónium. Se dice, desde ya hace bastante tiempo, que solo nuestras abuelas creen en el demonio y en su obras. Desgraciadamente esta aserción no es exacta y la mayor parte de nuestras aldeas siguen siendo tributarias del imperio que todo hombre pérfido pretenda ejercer sobre su credulidad; basta citar el reciente milagro de la cruz de Migné, del que hablaré en otra ocasión. Ha habido muchas burlas con respecto a los antiguos, se han recopilado numerosos hechos capaces de avergonzar su inteligencia y de denostar, por así decirlo, su civilización. Pues bien, sospecho que si se reunieran los cuentos de espectros, los descubrimientos sobrenaturales, las apariciones milagrosas, las publicaciones de ese singular comercio epistolar entre el cielo y la tierra; si se reunieran, digo, todas las historias de esta naturaleza, que han llegado a creerse en nuestros pueblos y caseríos, solo desde la Revolución, ante la que, sin embargo, tantas tinieblas se han disipado, la compilación no sería menos voluminosa que la de los milagros de la antigüedad. En verdad existen por doquier individuos llenos de suficiencia y pedantería, cuya costumbre, en toda circunstancia, es la de hacerlo girar todo en torno a su endeble persona; parece que toda Francia en masa viene, en un momento dado, a reunirse en su cerebro y que el menor rayo que lo ilumina adquiere, pasando por esa pequeña cavidad, un resplandor de tal calibre que el montañés más ignorante de los Alpes debe experimentar sus reflejos. ¿Cómo podrían estos pastores ignorar lo que un joven científico ha aprendido en sus cursos en La Sorbona o en el Collège de France? ¿Qué se pretende hacer ahora con esos libros que ya no necesita y de los que ha extraído las nociones de las que se siente tan orgulloso? ¿Como él ya lo sabe se desentiende de lo que contienen? ¿Ha leído por casualidad algunas conjeturas fundadas, o al menos verosímiles, sobre los procedimientos empleados antaño para producir ilusiones que han embaucado durante tantos siglos? ¡Ha comprendido, gracias a trabajos que desdeña tras haberlos aprovechado, que es posible realizar esas mismas ilusiones y que los progresos de las ciencias parecen desafiar los caprichos de la imaginación más fecunda! ¿Para qué? se pregunta cuando se presenta un hombre con la intención de disipar la más mínima duda que aleja la posibilidad de la existencia de un hecho. ¿No se sabe que las sombras y los fantasmas no son más que visiones imaginarias, que un arte podría reproducir con facilidad, y que se aprendería más al respecto viendo con sus propios ojos lo que los hombres sencillos han mirado con tanto espanto desde hace miles de años? Sí, seguramente, se aprende más y ninguna prueba matemática puede equivaler a la ejecución, sería como preguntar si la narración de un acontecimiento da una idea igual de exacta, viva, animada que el espectáculo: ¡qué diferencia existe entre juzgar

Robertson por la apreciación, por la imaginación o los ojos de otros, por su testimonio o sus observaciones, y juzgar por el testimonio y las impresiones de los órganos propios! Además, ¡cuántos perfeccionamientos por inventar para la puesta en práctica de la teoría más completa en apariencia! ¿Qué sucederá cuando esta teoría, la de la luz, por ejemplo, de su aumento y de su decrecimiento, de su concentración, de su movimiento, no presente, aplicada al objeto del que se ocupa el artista, más que datos confusos, procedimientos imperfectos, medios falsos que no podrán proporcionar una ejecución satisfactoria? Otra ventaja apreciable de los fenómenos supuestamente sobrenaturales, que nadie se preocupa por explicar, pero que ocurren, que se dan por todo el mundo, consiste en que si confirman las especulaciones de la ciencia y satisfacen las previsiones de los hombres instruidos, preceden también, con respecto al vulgo, a los beneficios de la instrucción y los reemplazan eficazmente. ¿Cuántas personas no tienen tiempo de leer y tal vez no lean jamás los libros en los que se enseña a no temer a los espectros, a no hacer caso de las pretendidas resurrecciones o apariciones de los muertos? Que se intente asustar, sin embargo, con cuentos falaces de esta índole, a la mayoría de personas a las que algunas sesiones han familiarizado con la Fantasmagoría y a buen seguro solo se logrará despertar las risas y los sarcasmos de la incredulidad.

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El azar inductor de la invención4 Los conocimientos extraídos del estudio de la física y de los fenómenos de la luz en particular habían convertido desde hacía mucho tiempo mis ideas extravagantes de brujería en investigaciones más razonables de efectos fantásticos, y el deseo de crear fantasmas artificiales había sucedido a la esperanza de encontrarme en mitad de un capítulo lleno de diablos de buena ley. Debo confesar, sin embargo, que el azar me dio las primeras ideas de la Fantasmagoría: tenía especial afición por las experiencias del microscopio solar, hasta tal punto que en París, cuando la señora Chevalier dejó el hotel de la calle Provence, poco faltó para que tuviera con el propietario uno de esos extraños procesos que entretienen a las audiencias de los jueces de paz. Yo había agujereado todas las puertas para dejar pasar el espectro del sol. El propietario, que nos había dejado puertas macizas, no quería, decía, recobrarlas llenas de agujeros. Pero este pequeño enredo logró arreglarse. Fue en uno de estos experimentos hechos en Lieja cuando la mano de mi hermano, que me ayudaba desde fuera, se dibujó, con proporciones enormes, en el muro, y de esta observación fortuita datan mis primeros ensayos sobre las sombras y los espectros.

4. Cap. IX, Tomo I, págs. 195-198.

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Desde el año 1784, había agregado a la linterna de Kircher perfeccionamientos que me permitían hacer, mal que bien, que las sombras renquearan en presencia de mi buen amigo el señor Villette y de otras personas de nuestro entorno íntimo. Los ánimos que recibí me hicieron mejorar mis procedimientos de día en día. De día en día también se agrandaba el círculo de iniciados, y el ruido de estas apariciones, aunque imperfectas, al expandirse cada vez más por el mundo, hizo que pronto tuviera asambleas numerosas; incluso debo decir que no debo menos a estos ensayos de Fantasmagoría que a mis experimentos de física la visita con la que honraron los señores burgomaestres una de mis sesiones. A mi vuelta a París, tan pronto como las ambiciosas ideas que me había inspirado mi espejo de Arquímedes se hubieron desvanecido, empecé a pensar en la forma de añadir nuevos grados de perfección a mis procedimientos catóptricos. Me rodeaba de infinidad de obras, como Magia lucis et ombrae, del padre Kircher, Magia optica, Magia universalis Naturae et Artis, de Gaspard Schott; Naturich Magie von Viegleb, y Joannis Zann pro explicatione oculi artificialis; consultaba la Dioptrique oculaire del Padre Chérubin, de Orleans, el libro de Eckartshausen y de otros más, pero todos eran demasiado difusos e iban más encaminados a perderme que a servirme de guías. Tras largas, penosas y fastidiosas lecturas, me veía reducido, de esta manera, a mis propias fuerzas y obligado a continuas pruebas que solo podían hacerse de noche. El objetivo de mis investigaciones era entonces obtener una gran intensidad de luz, concentrada sobre una superficie donde el diámetro más pequeño sería de cinco pulgadas y el más grande de ocho pies, y de encontrar luego un aparato para representar con luz artificial la imagen óptica de cuerpos opacos. En lo concerniente a este trabajo, el señor Charles casi me desanimó por completo al decirme que el señor duque de Chaulnes y él habían invertido mucho tiempo y dinero sin lograr resultado positivo alguno. Por otra parte, yo solo me había sumergido en estos estudios por un afán de curiosidad e instrucción, mis primeros éxitos en pintura y mi afición por este arte siempre me habían hecho considerarla como mi único medio de fortuna y de reputación; pero el destino, o más bien el abate Chappe, decidió de otra manera. Por aquel entonces, veía a este abate con frecuencia, hombre de instrucción, de espíritu y de buen gusto y, no obstante, consagrado a un tipo de intemperancia que estas cualidades siempre deberían excluir. Insistía sin cesar en que hiciera públicos mis experimentos, a los que debía dar mi nombre. El espíritu inquisitorial del gobierno me hacía temer algún peligro de esta publicidad, mientras que no vi ninguno en la presentación al gobierno revolucionario del descubrimiento del telégrafo, del que el

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abate Chappe poseía el secreto desde hacía dos años. Por el contrario, él sí veía en esto último la posibilidad de algún problema y ninguno en lo que a mí me concernía. Por tanto, por el temor de la responsabilidad que podía pesar sobre su cabeza, ¡se retardó más de dos años la utilización del telégrafo, ese mecanismo tan sencillo, tan ingenioso y tan sublime, considerando su objetivo y sus resultados!

Comienza el espectáculo: el pabellón de l’Échequier5 Había actuado bien no desarrollando, desde las primeras representaciones, mis prestigios fúnebres en toda su amplitud, pues una carta pública creyó que debía señalar varios inconvenientes que mi espectáculo podía producir:

“Habiéndose introducido al público en la más lúgubre de las salas en el momento en que va a comenzar la representación, la extinción súbita de las luces os sumerge durante una hora y media en unas tinieblas tan horribles como profundas, lo que no deja de tener su lógica: resulta imprescindible que uno no vea nada en la región ficticia de los muertos. Al instante, dos vueltas de llave cierran las puertas, nada hay más natural que perder la libertad cuando se está sentado en una tumba y, como más allá del Aqueronte, entre las sombras. Pero con todas las ventajas de la invitación, ¿quién garantiza a los espectadores que, con el favor de las tinieblas, no habrá manos indiscretas que busquen extraviarse...? Una segunda reflexión consiste en que, desde otro punto de vista todavía más importante, este espectáculo no debería permitir la entrada a ninguna mujer embarazada. (...) Esos diablos, los más deformes, que parecen disputarse el talento y el placer de producirle el mayor miedo posible; esos rostros con las muecas más horribles, que se graban en su débil cerebro; esas voces tan fuertes y más espeluznantes que la del toro de Talaris, esos genios colosales y repulsivos, esas cabezas de muerto volando a su alrededor y todos los demás objetos espantosos que llenan de terror su espíritu, ¿no pueden hacer de ella otra infeliz Laodamia, que murió de pavor imaginando ver el fantasma de su querido Protesilao?... Qué peligrosas impresiones no podrá causar también a los niños a los que se lleve a esta moviente y horrible galería...” Firmado: MOLIN.”

De los dos inconvenientes señalados anteriormente, jamás se ha dado el caso del segundo, el efecto de las apariciones era prodigioso y, seguramente, llegaba a impresionar más a las mujeres que a los hombres; pero el terror, muy disminuido por la presencia de una asamblea numerosa y por la certidumbre, aunque a veces olvidada, de no tener ante sí más que sombras, no produjo nunca resultados funestos. Si varias mujeres tenían que recurrir de ordinario a las sales, solo una se encontró una vez ver-

5. Cap. IX, Tomo I, págs. 211-221.

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daderamente mal y experimentó una crisis nerviosa bastante violenta. Pero no fue por culpa de los fantasmas: los sonidos demasiado dulces y demasiado penetrantes de la “armónica” dieron lugar a ello por sí solos. ¡Hay que imaginar, sin embargo, qué viva emoción dio origen a este accidente, en medio de una profunda oscuridad y a la espera como se estaba de los espectros, con una melodía impregnada de tristeza que ya anunciaba su llegada! En cuanto al otro inconveniente, ya sea que la discreción de los hombres o la prudencia de las mujeres fueran extremas, solo podría citar un único ejemplo, que además se dio en una sesión particular. El director Barras había reservado la sala entera para el diputado Malibran. Este llegó con mucha gente: Josefina, entonces esposa del general Bonaparte, la señora Tallien y otras señoras formaban parte de este grupo. Apenas se hubo apagado la luz, cuando una voz femenina bastante animada pronunció con mucha claridad: “¡Acabad, acabad de una vez, señor!” La cosa se convirtió en motivo de broma y nadie pareció ofendido. Entre un gran número de artículos destinados a poner en boga la Fantasmagoría, solo citaré uno, hecho casi todo entero de imaginación, pero mordaz, satírico y con la cualidad de reproducir algunas opiniones de un tiempo cuyos detalles históricos más nimios parecen despertar hoy interés; además, termina con una alusión a un hecho que luego me perjudicó. El representante Poultier era el autor y lo publicó en el Ami des Lois6, del que era director. El artículo llevaba su firma con todas las letras, este es: Fantasmagoría “Un decenviro dijo que solo los muertos no regresaban, vaya al espectáculo de Robertson y verá que los muertos vuelven como los demás: Del cielo, cuando es necesario, la justicia suprema el orden eterno establecido por sí mismo suspende; permite a la muerte interrumpir sus leyes para espanto de la tierra… Robertson invoca a los fantasmas, manda sobre los espectros y hace pasar de nuevo a las almas el río del Aqueronte: Lo he visto, no es un error pasajero que el engañoso vapor crea del sueño. En un apartamento muy iluminado, en el pabellón de l’Échequier, núm. 18, me encontraba con unas sesenta personas, el 4 de germinal. A las siete en punto, un hombre pálido, seco, entró en el apartamento donde estábamos: tras haber apagado las velas, dijo: ‘Señores y ciudadanos, no soy de esos aventureros, de esos charlatanes sinvergüen6. Del 8 de germinal del año VI. Nota

zas que prometen más de lo que tienen: yo he asegurado, en el Journal de Paris, que re-

del autor, en adelante N. A. La fecha

sucitaría a los muertos, los resucitaré. Aquellos de la compañía que deseen la aparición

equivale al 28 de marzo de 1798.

de personas que les han sido queridas y cuya vida ha terminado a causa de la enferme-

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dad o por otras razones no tienen más que hablar, obedeceré sus órdenes’. Se hizo el silencio durante un instante, a continuación, un hombre desarreglado, con los pelos de punta, la mirada triste y extraviada, la fisonomía arlesiana, dijo: ‘Dado que no he podido, en un periódico oficial, reestablecer el culto de Marat, me gustaría al menos ver su sombra.’ Robertson vierte, en un anafe encendido, dos vasos de sangre, una botella de vitriolo, doce gotas de agua fuerte y dos ejemplares del periódico Hommes-Libres. Al punto comienza a elevarse, poco a poco, un pequeño fantasma lívido, horrible, armado con un puñal y cubierto con un bonete rojo. El hombre de los cabellos erizados lo reconoce como Marat, quiere abrazarle, el fantasma hace una mueca espantosa y desaparece. Un joven maravilloso solicita la aparición de una mujer a la que ha querido con ternura, le muestra su retrato en miniatura al fantasmagorizador, que arroja a las brasas plumas de gorrión, unos granos de fósforo y una docena de mariposas; pronto aparece una mujer, con el seno al descubierto y los cabellos al aire, fijando su mirada en su joven amigo con una sonrisa tierna y dolorosa. Un hombre grave, sentado a mi lado, exclama, llevándose la mano a la frente: ‘¡Dios mío!, creo que es mi mujer’, y se retira temiendo que ya no se trate de un fantasma. Un helvecio, a quien tomo por el coronel Laharpe, pide ver la sombra de Guillermo Tell. Robertson coloca en el brasero dos flechas antiguas, que recubre con un ancho sombrero… Al instante, la sombra del fundador de la libertad de Suiza se muestra con orgullo republicano y parece tender la mano al coronel, a quien Helvecia debe su nueva regeneración. Un joven suizo, con gafas, la tez pálida, los cabellos dorados y las manos llenas de folletos metafísicos, quiere aproximarse, el fantasma le lanza una mirada irritada y parece decirle: ‘Qué haces aquí cuando mis descendientes están en armas para recobrar sus derechos…’ Delille manifiesta modestamente su deseo de ver la sombra de Virgilio, sin evocación, por el simple deseo del traductor de las Geórgicas, la sombra del latino aparece, avanza con una corona de laurel que deposita sobre la cabeza de su feliz imitador. El autor de algunas tragedias celebradas pide con confianza la aparición de la sombra de Voltaire, esperando recibir un honor semejante, el pintor de Bruto y de Mahoma, tras algunas ceremonias, se ofrece a los espectadores, percibe al trágico moderno y parece decirle: ‘¿Acaso confundís la vanidad con el genio y la memoria con el talento?’ ‘Señores y ciudadanos’, dijo Robertson, ‘hasta ahora solo les he hecho ver una sombra a la vez, mi arte no se limita a estas bagatelas, esto no es más que el preludio de las habilidades de este su servidor. Puedo hacer ver a los hombres honrados la multitud de las

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sombras a las que, durante su vida, han ayudado; de igual modo, puedo hacer a los malvados enfrentarse a la visión de las sombras de sus víctimas.’ Robertson fue invitado a realizar esta prueba por aclamación casi general, solo dos individuos se opusieron, pero su oposición no hizo sino irritar los deseos de la asamblea. Inmediatamente el fantasmagorero arroja a las brasas el acta del proceso del 31 de mayo, el de la masacre de las cárceles de Aix, de Marsella y de Tarascon, un legajo de denuncias y decretos, una lista de sospechosos, la compilación de los juicios del tribunal revolucionario, un fajo de periódicos demagógicos y aristocráticos, un ejemplar del Réveil du Peuple; luego pronuncia, con énfasis, las palabras mágicas: ‘conspiradores, humanidad, terrorista, justicia, jacobino, salud pública, exaltado, alarmista, acaparador, girondino, moderado, orleanista...’ Al instante se ven elevarse grupos de sombras cubiertas por velos ensangrentados que rodean y acosan a los dos individuos que se habían negado a seguir el deseo general. Espantados por el terrible espectáculo salen precipitadamente de la sala, lanzando alaridos de terror... Uno era Barrère y el otro Chambon... La sesión iba a terminar cuando un monárquico amnistiado, empleado en los transportes de la república, pidió a Robertson si podía hacer volver a Luis XVI. A esta petición indiscreta, Robertson respondió con mucha prudencia: ‘Tenía una fórmula para ello, antes del 18 de fructidor, pero la perdí entonces. Es probable que no la encuentre jamás y en lo sucesivo será imposible hacer que vuelvan los reyes a Francia.’

Ilustración de Mémoires… (1831). Fig. 1

POULTIER.”

Esta última frase, que me prestaba Poultier, era ingeniosa y hubiera representado por mi parte un rasgo de inteligencia y de habilidad para librarme del aprieto en el que me había metido aquella petición, entonces muy indiscreta, de la sombra de Luis XVI. Imagino que este escritor comprendió cuánto podía perjudicarme y quiso por benevolencia prevenir las nefastas consecuencias. Se solicitó, en efecto, esta aparición. Tengo motivos para sospechar que fue una jugada de un agente provocador y la venganza de un policía al que había negado algún favor. La Fantasmagoría salió malparada, por poco desaparecen del todo las sombras y los espectros vuelven para siempre a la noche del sepulcro. Se les impidió mostrarse de manera provisional: se precintaron mis cajas y mis papeles. Registraron por todos los sitios donde podía haber rastro de aparecidos, y entonces hice esta reflexión, confirmada muchas veces antes y después: correr tras las sombras y atrapar fantasmas, para transformarlos en realidades a menudo muy funestas, era uno de los grandes medios de existencia y una de las necesidades más horribles de la policía secreta. A pesar de las más minuciosas inspecciones sin resultado alguno y de la vana multiplicación de

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mis gestiones, no obtuve el permiso para reabrir mi espectáculo. Sentía que, al menos durante unas semanas, mis esfuerzos no conseguirían nada y salí hacia Burdeos.

El lugar de la Fantasmagoría: el convento de los Capuchinos7 A mi vuelta de Burdeos, me informaron de que el propietario del pabellón de l’Échequier, de acuerdo con el mencionado Aubée, al que había empleado anteriormente en mis exhibiciones, había intentado aprovecharse de mi ausencia de París para robar mis secretos y explotar mi invención en beneficio propio. Solo esta razón me hubiera determinado a buscar otro local, si no hubiese deseado, además, un lugar más espacioso y más decente. Lo encontré, según mi deseo, en el convento de los Capuchinos, cerca de la plaza Vendôme, llamada, en tiempos de Luis XVI, Place des Conquêtes o de Louis-le-Grand. (...)Se comprenderá fácilmente que, si las ideas filosóficas debían elevar el espíritu por encima del temor involuntario que pueden inspirar los fantasmas, el efecto del espectáculo exigía que las apariciones infundieran, al menos mientras tenían lugar, una especie de terror religioso. En este sentido, no podía haber elegido un lugar más adecuado que el de una vasta capilla abandonada en medio de un convento. No solo la antigua función del edificio creaba en las almas una disposición favorable al recogimiento, sino que el recuerdo de las tumbas expelidas de este asilo, como lo habían sido de todos los templos, de todos los conventos, y que se habían visto amontonadas por centenares ante los pórticos, acrecentaba esta primera impresión, en armonía con la antigua creencia en los fantasmas: parecían salir, de algún modo, de sepulcros reales y querer revolotear alrededor de los restos mortales que habían animado y que se libraban así a la profanación. El hecho de que se deje a la filosofía la tarea de romper el yugo de todas las supersticiones y de destruir todo su poder visible explicando los artificios secretos y las apariencias falaces que las fortalecen constituye, sin duda, un noble objetivo que experimenta cada día nuevos progresos; pero nunca será potestad del hombre prohibir a su imaginación estas ideas lóbregas y misteriosas sobre un futuro cubierto por un velo impenetrable, y que no le permite insultar, sin arrepentimiento, el culto a los muertos, entre los que tiene asignado un lugar inevitable. (...)Tras varios rodeos con la intención de cambiar la impresión que se guarda del ruido profano de una gran ciudad, tras haber recorrido los claustros cuadrados del antiguo convento, decorados con pinturas fantásticas, y cruzado mi gabinete de física, se llegaba ante una puerta de forma antigua, cubierta de jeroglíficos y que parecía anunciar la entrada de los misterios de Isis. Uno se encontraba, entonces, en un lugar oscuro, tapizado de negro, débilmente iluminado con un farol sepulcral, donde algunas lúgubres imágenes anunciaban por sí mismas lo que iba a ocurrir. Una calma profunda, un silencio absoluto, un aislamiento súbito al salir de una calle ruidosa, eran como los

7. Cap. XI, Tomo I., págs. 272-287.

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preludios de un mundo ideal. El recogimiento había comenzado, todas las fisonomías se mostraban graves, casi sombrías, solo se hablaba en voz baja. Entonces me adelantaba y prevenía, más o menos en estos términos, las impresiones supersticiosas: “Lo que va a pasar en un momento ante sus ojos, señores, no es un espectáculo frívolo. Está hecho para el hombre que piensa, para el filósofo al que le gusta perderse un instante con Sterne entre las tumbas. Se trata, además, de un espectáculo útil para el hombre al ilustrar sobre el curioso efecto de la imaginación, cuando esta une vigor y desorden. Quiero hablar del terror que inspiran las sombras, los caracteres, los sortilegios, los trabajos ocultos de la magia; terror que casi todos los hombres han experimentado en la tierna edad de los prejuicios y que algunos todavía conservan en la época madura de la razón. (…)8 Para sentir la importancia que podía tener para los antiguos el arte de las apariciones, tendrían ustedes que situarse en el tiempo, en las circunstancias, en los lugares donde tenían lugar. Imaginen a una mujer sensible que ha perdido el objeto de su ternura, véanla conducida por la mano de un anciano, de un sacerdote venerable. Tras mil vueltas, llega al interior de unas pirámides o de unas catacumbas: allí, rodeada de imágenes de la muerte, sola con la noche y su imaginación, ella espera la aparición del objeto amado. ¡Cuál debe ser la ilusión para una imaginación así dispuesta! Observarán que en los misterios de la iniciación se hacía solo una aparición. Si buscara nada más que inspirarles terror, lo haría todo de otra manera: no serían admitidos sino de uno en uno, porque las personas que les rodean paralizan su imaginación con su presencia y sus reflexiones, y el único objeto que se les presentaría no aparecería más que en medio de rayos y de centellas. El fin de la Fantasmagoría es el de familiarizarlos con objetos extraordinarios; les he ofrecido espectros, ahora voy a hacer aparecer fantasmas conocidos.”

8. Robertson continúa desmarcándose de los impostores. Presenta la Fantasmagoría como heredera de un saber ancestral guardado en secreto. Un silencio fúnebre reina al otro lado de las tumbas, nos dice, para cumplir ese silencio que dice tantas cosas a la imaginación, los magos, las sibilas y los sacerdotes de Menfis empleaban los recursos de un arte desconocido. Él va a intentar desarrollar algunos de esos medios de los que se valían los antiguos ante los ojos del público. N. A.

Esta última frase muestra que a veces conservaba la segunda parte de este discurso para el momento de descanso que dividía las apariciones en dos series. Tan pronto como dejaba de hablar, la antigua lámpara, suspendida sobre las cabezas de los espectadores, se apagaba y los sumergía en una oscuridad profunda, en unas tinieblas de espanto. Al ruido de la lluvia, del trueno, de la campana fúnebre que evocaba a las sombras de sus tumbas, sucedían los sonidos desgarradores de la armónica, el cielo se abría, pero surcado de rayos por doquier. En lontananza, parecía surgir un punto luminoso: una figura, primero pequeña, se dibujaba, luego se acercaba con pasos lentos, a cada paso parecía hacerse más grande, pronto, ya con un tamaño enorme, el fantasma se adelantaba justo enfrente de los espectadores y, en el momento en el que iban a lanzar un grito, desaparecía con una rapidez inimaginable. Otras veces, los espectros salían todos formados de un subterráneo y se presentaban de manera inesperada. Las sombras de grandes hombres se apretujaban alrededor

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de una barca y volvían a pasar la laguna Estigia. Luego, evitando por segunda vez la luz celeste, se alejaban poco a poco hasta perderse en la inmensidad del espacio. Escenas tristes, severas, bufas, graciosas, fantásticas se entremezclaban y, con frecuencia, el acontecimiento del día conformaba la aparición más importante: “Robespierre”, decía el Courrier des Spectacles9, “sale de su tumba, quiere ponerse en pie... cae un rayo y convierte en polvo al mostruo y su tumba. Fantasmas más queridos aparecen para suavizar la escena: Voltaire, Lavoisier, J. J. Rousseau se van sucediendo. Diógenes, con su farol en la mano, busca un hombre y, para encontrarlo, atraviesa, por así decirlo, las filas y causa en las señoras, de manera descortés, un miedo que a todas divierte. Son tales los efectos ópticos que todos creen tocar con la mano los objetos que se van aproximando.” “No se puede ofrecer”, decía otro escritor, “nada más mágico y más ingenioso que la experiencia con que termina la Fantasmagoría, cuya idea es la siguiente: en medio del caos, del interior de tormentas y relámpagos, se ve cómo asciende una estrella brillante en cuyo centro pueden leerse estos caracteres: 18 de brumario. Pronto se disipan las nubes y puede percibirse al pacificador, viene a ofrecer una rama de olivo a Minerva, que la recibe, pero hace con ella una corona y la coloca en la cabeza del héroe francés. Resulta vacuo decir que esta ingeniosa alegoría es acogida siempre con entusiasmo.”

A menudo, para provocar un último impacto, terminaba las sesiones con esta alocución:

9. Del cuatro de ventoso del año VIII (19 de febrero de 1800). N. A.

“He presentado todos los fenómenos de la Fantasmagoría, les he desvelado los misterios de los sacerdotes de Menfis y de los iluminados, he tratado de mostrarles los secretos mejor guardados de la física, esos efectos que parecían sobrenaturales en los siglos de la credulidad, pero me queda por ofrecerles uno que no es más que demasiado real. Ustedes, que quizás hayan sonreído con mis experiencias, bellas damas que han experimentado algunos momentos de terror, este es el único espectáculo verdaderamente terrible, al que verdaderamente hay que temer: hombres fuertes, débiles, poderosos y súbditos, crédulos o ateos, bellas o feas, esta es la suerte que tienen reservada, esto es lo que serán un día: recuerden la Fantasmagoría.”

En este momento, se encendía de nuevo la luz y se veía en medio de la sala el esqueleto de una joven de pie sobre un pedestal. (...)Si unimos a los detalles en los que acabo de entrar aquellos de los experimentos físicos más variados, y sobre todo de las experiencias galvánicas más sorpren-

Ilustración de Mémoires… (1831). Fig. 2

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dentes, se tendrá una idea completa de una de mis sesiones. Al darle a un animal, muerto desde hacía varias horas, desde hacía un día, unos movimientos muy rápidos, unos espasmos, una irritabilidad singular, una especie de vida, por así decirlo, tuve cuidado de advertir a mis espectadores de que no cediesen ante la decepcionante esperanza, que se apodera de la imaginación tan activamente, de la posibilidad de las resurrecciones: “Todo lo que toca el dedo de la muerte”, les decía, “está condenado irrevocablemente a la nada, o al menos a la descomposición de su forma primitiva; pero la ciencia, haciendo cada día nuevos progresos, bien por la ayuda del genio del hombre, bien por los hallazgos del azar, también proporciona al impostor nuevos medios para engañar a los espíritus crédulos, si esta ciencia no se convierte en patrimonio común y en un campo que todos pueden explorar.”

Ilustración de Mémoires… (1831). Fig. 3

He dicho que el espectáculo de la Fantasmagoría tuvo un gran impacto. El público acudió en masa y su presencia durante seis años consecutivos recompensó mis investigaciones e inició mi fortuna, pero la impresión era mucho más viva en ciertos individuos por separado que con la masa. Los objetos que pasan ante nuestros ojos nos interesan de una manera más especial cuando están relacionados con sensaciones que ya hemos experimentado. De ahí, probablemente, la dificultad de conciliar el arte de diversos juicios sobre los mismos hechos. Para emocionar y sorprender en cualquier arte, pero de manera particular en aquellas que solo se dirigen a la imaginación, es necesario conocer hasta las emociones más secretas. De este modo, aquellos lograron por este medio una gran reputación, los Mesmer, los Cagliostro, los Lavater, jamás emprendieron las operaciones de sus ciencias sino sobre individuos cuyo carácter habían penetrado y en los cuales inspiraban la más ciega confianza.

Pequeño repertorio fantasmagórico10

10. Cap. XI, Tomo I, págs. 294-304. 11. La referencia al famoso cuadro de Füssli es obvia, era muy conocido en toda Europa gracias a las numerosas tiradas de grabados. Véase introducción.

El Sueño o la Pesadilla.11 Una joven dormida soñaba con cuadros fantásticos. El demonio de los celos presiona su pecho con un yunque de hierro y mantiene un puñal suspendido sobre su corazón. Una mano, armada de unas tijeras, corta el hilo fatal. El puñal cae, lo clava, pero el Amor llega para sacarlo y cura las heridas con pétalos de rosas. Muerte de lord Littleton. Lord Littleton cenaba con unos amigos, de pronto les pregunta si han visto el fantasma que acaba de aparecérsele diciéndole estas palabras: Morirás a medianoche. Sus amigos no se toman en serio esta visión, pero su imaginación queda impresionada. Se esfuerzan por distraerle, adelantan el reloj de la pared

Robertson sin que se dé cuenta para mostrarle que la hora predicha no ha sido fatal. Littleton se retira, agitado aún por su presentimiento, vuelve a casa, ve que todavía no es medianoche, da la medianoche y expira. Representación: Littleton está sentado a la mesa entre dos personas. –Un fantasma, el reloj da las siete. –Se oye una voz: Morirás a medianoche. –Littleton cae en su silla y el fantasma desaparece. –Tormentos e inquietudes de Littleton… Se ve una cama. –Revolotean unos fuegos fatuos. –El fantasma de la víspera, o la Muerte, levanta el picaporte de la puerta, entra, avanza hacia el techo y abre las cortinas. –Se oyen estas palabras: Littleton, despierta. –Littleton se incorpora, suena el reloj. –La misma voz: Llegó la hora. –Con la última campanada, ruido de trueno, lluvia de fuego, Littleton cae y todo desaparece. La Peregrinación de san Nicolás. En Francia este santo concedía amantes a las muchachas abandonadas. Una simple pastora también manifiesta sus deseos, pero solo queda un viejo, al que ella parece desdeñar. Preparativos del “sabbat”. Un reloj da la medianoche. Una bruja, con la nariz inmersa en un libro, levanta el brazo tres veces. La luna desciende, se coloca ante ella y se vuelve del color de la sangre. La bruja la golpea con su varita y la parte en dos. Vuelve a levantar la mano izquierda, a la tercera vez, gatos, murciélagos, cabezas de muertos revolotean junto con fuegos fatuos. En medio de un círculo mágico, se leen estas palabras: “COMIENZO DEL SABBAT”. Llega una mujer a horcajadas de una escoba que asciende por los aires, un demonio, un petimetre en una escoba y muchas figuras que siguen. Dos monjes aparecen con la cruz, luego un ermitaño, para hacer un exorcismo, y todo se disipa. Diógenes en su tonel. Alejandro y Diógenes. –Diógenes sale de su tonel con un farol y busca a un hombre. Macbeth. El rey se presenta en casa de Macbeth. Es recibido con las muestras de respeto de un súbdito sumiso. La mujer de Macbeth, llevada por la ambición, incita a Macbeth a matar al rey. Él está indeciso. Su esposa va a buscar a tres brujas, que aparecen y le prometen el trono. Macbeth no duda más y mata al rey. Aparición de la sombra vengadora y castigo de Macbeth. Young enterrando a su hija. Repique de una campana. Vista de un cementerio iluminado por la luna. Young con el cuerpo inanimado de su hija. Entra en un subterráneo donde descubre una sucesión de lujosas tumbas. Young toca en la primera, aparece un esqueleto, desaparece. Pero vuelve, dando golpes con un pico: segunda aparición y nuevo espanto. Toca en la tercera tumba; se levanta una sombra y le pregunta: ¿Qué quieres de mí? –”Una tumba para mi hija”, responde Young. La sombra lo reconoce y le cede su puesto. Young deposita a su hija. Nada más quedar cerrada de nuevo la tumba se ve el alma ascender al cielo, Young se prosterna y queda en éxtasis… Nacimiento del amor campestre. Una joven aldeana planta un rosal, la Naturaleza lo calienta con su llama y trae a su lado a un pastor que lo riega. El rosal crece, sirve de

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refugio a las tórtolas. El Amor sale de una rosa y como reconocimiento une a los dos amantes. Historia del Amor. Nace entre las Gracias. –La Esperanza lo acuna. –La Voluptuosidad lo adormece. –La Belleza lo despierta. –La Locura lo dirige. –La Inconstancia lo extravía. –La Fidelidad lo reconduce. Tentación de san Antonio. Se ve una iglesia. Sale san Antonio, abandonando las piadosas ceremonias por una vida aún más austera. La iglesia desaparece y san Antonio está en el desierto. El demonio, por maldad, lo ha conducido a este lugar, donde le muestra una cueva, un jergón y los atributos de la mortificación. Antonio está arrodillado en medio de la cueva. Aparecen los Amores y san Antonio se ve en peligro, le quitan su corona de espinas y su cruz, un demonio tira de la oreja a su cerdo. Un Amor tiene, en una mano, la disciplina con estas palabras: “Estas son sus armas”, y, en la otra, un carcaj lleno de flechas con esta inscripción: “Estas son las nuestras”. –Se suceden tentaciones de toda índole. Una especie de pitonisa hace salir de un recipiente distintos objetos: una bandera, la gloria; dos espadas, poder, riquezas, placeres, etc. Para infundir respeto al santo ermitaño por la fuerza del ejemplo, se ve una especie de papa (sin duda un Borgia) con una mitra y un báculo. Un diablo le quita la mitra y una mujer, semidesnuda, lo desviste. San Antonio se limita a decir: Retírate, Satán, pero tocan a rebato, los Amores prenden fuego a la ermita y una joven belleza se lleva al anacoreta, con la frente ceñida de guirnaldas. Petrarca y Laura en la fuente de Vaucluse. Procesión y sacrificio de los Druidas que recolectaban el muérdago de roble. El alma de Samuel apareciéndose a Saul. David en armas ante Goliat. Proserpina y Plutón en el trono. Orfeo perdiendo a Eurídice de nuevo. Una hermosa mujer con vestido blanco y en relieve. Poco a poco se ilumina por detrás y termina por metamorfosearse en esqueleto. Las tres Gracias convertidas en esqueletos. El baile de las hadas. (Fig. 1, pág. 130) Una Venus intentando seducir a un ermitaño. Ofrenda al Amor. Unas llamas se elevan sobre un altar. Un Amor trae a un joven y sobre el altar aparece Venus. El joven y el Amor desaparecen gradualmente. A continuación, se muestra al joven de rodillas, Venus le concede una amante, caen uno en brazos del otro y desaparecen. El mismo Amor vuelve con un anciano, se marchita un rosal a los pies del altar. Venus y el Amor se convierten en esqueletos y el anciano desciende con ellos a la tierra. El convento de san Bruno. En el convento en el que era superior san Bruno, querían canonizar a un monje al que durante mucho tiempo se le había considerado santo. Un día en el que estaban reunidos alrededor de su tumba para invocarlo, esta

Robertson se abre, salen unas llamas y aparece el monje. Confiesa que, lejos de merecer la santificación, siempre tuvo una conducta execrable y estaba condenado eternamente. Desaparece en medio de demonios. Alcestis. Admeto, esposo de Alcestis, está enfermo. Alcestis consulta el oráculo y se entera de que su marido morirá si nadie se sacrifica en su lugar: Alcestis decide morir por su esposo. Llega Hércules, se entera del generoso sacrificio realizado, coge su clava y vuela a los infiernos, combate al can Cerbero, al que encadena, recoge a Alcestis y la devuelve al marido. La cabeza de Medusa, tan aterradora como siempre. La monja ensangrentada. Una monja, víctima de su sensibilidad, vuelve para revolotear en un claustro donde su amigo se entregaba a los ejercicios de la piedad. Caronte lleva en su barca el alma del almirante Nelson a los Campos Elíseos. Apoteosis de Eloísa. Primero se ve un sepulcro de plata pura muy iluminado, un ángel desciende del cielo, deposita una rosa en el sepulcro... Al instante desaparece el sepulcro y se ve a una joven cuyas ligeras vestimentas son de una blancura extrema, tiene los brazos cruzados sobre el pecho y una cruz en la mano. Se mueve poco a poco, se pone de pie, retrocede de hinojos en señal de agradecimiento al cielo, termina por elevarse y desaparecer. Un enterrador, con un farol, busca un tesoro en un templo abandonado. Abre una tumba y encuentra en ella un esqueleto en cuya cabeza todavía luce una joya. En el momento en que se dispone a cogerla, el muerto se mueve y abre la boca. El sepulturero cae muerto de miedo. Había una rata alojada en el cráneo. El baile de las brujas. Las palomas de Mahoma, las huríes, el vino. Aparece Mahoma, envuelto en rayos, con su lema: “EL PLACER ES MI LEY”. Los rayos se eclipsan. A su izquierda hay una mesa cubierta con botellas de vino y encima: “ESTO ES EL MAL”. A la derecha, una hermosa joven: “ESTO ES EL BIEN, ELIGE SI PUEDES”. Aparece un turco, muy indeciso, y mientras duda, desaparecen estos objetos. Revolotean las palomas y van a acariciar con el pico la oreja de Mahoma. *** Temas proporcionados por el Sr. Sallabéry: “No he podido”, escribía el señor de Sallabéry, del que ya he señalado su instrucción, tan variada como sólida, “resistir la tentación de proponer también algunos temas para la Fantasmagoría; el señor Robertson elegirá los que estime convenientes”. “La Pitonisa de Endor. La aparición de las tres brujas a Macbeth; también la del alma de Banquo. Hay dos grabados ingleses magníficos sobre estos dos temas12.

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Ilustración de Mémoires… (1831) Fig. 4

12. Sallabéry debe aludir los grabados de la Boydell Shakespeare Gallery que tuvo numerosas tiradas hasta finales del siglo XVIII y en la que participaron diversos pintores ingleses.

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La alegoría de la Envidia desgarrada por serpientes. (Dando movilidad a los reptiles, se lograría una escena espantosa y moral.) La agonía de Ugolino y de su familia, según Dante. Santo Domingo Loricato obligando al diablo a sostenerle un cabo de vela hasta que haya acabado sus padrenuestros, con lo que el demonio se quema los dedos. El demonio de las tempestades, tal como se muestra a Vasco de Gama, según Camões. La apertura de la caja de Pandora, y todas las gentilezas personificadas que de ella salen. El baile de los Muertos, según Holbein. El ciudadano Robertson puede consultar los grabados en la Biblioteca Nacional. Este es todo el cargamento, creo, y donde no hay palabra para la risa, etc. Valete et plaudite; ego Calepinus recensui.” *** Todos estos temas estaban escogidos con gusto y convenían mucho a la Fantasmagoría; se realizaron algunos y tuvieron buena acogida.

Explicación de ciertos efectos13

Ilustración de Mémoires… (1831)

13. Cap. XIII, Tomo I, págs. 342 y ss.

Aparición de la monja sangrante. Se escucha, lejano, el repique de una campana. Al fondo de un claustro débilmente iluminado por los últimos rayos de la luna, aparece una monja ensangrentada con un farol en una mano y un puñal en la otra. Va acercándose lentamente y parece buscar el objeto de sus deseos, se acerca tanto a los espectadores que con frecuencia sucede que se apartan para darle paso. (Fig. 2, pág. 133) Explicación. Esta experiencia presenta una dificultad muy grande, que consiste en proyectar una nueva imagen móvil sobre el primer cuadro que representa un claustro. Resulta fácil prever que el aparato que serviría para el desplazamiento de la monja sería visible para los espectadores, cuando se encontraran en la proyección de los rayos del fantascopio necesario para el claustro. Para resolver este problema, hay que colocar el fantascopio A para el claustro del lado de los espectadores y el otro B para la monja de este lado del espejo (la tela transparente). El sepulturero de Shakespeare. La escena representa un cementerio, la mitad de este cuadro debe proyectarla en la tela el aparato A, que está del lado de los espectadores, y la otra mitad el fantascopio B, que está detrás de la tela. Si alguien, convenientemente vestido, camina cerca de este espejo, y en la parte iluminada por el fantascopio B, su sombra será visible para los espectadores situados en A. Aparición sobre vapores. No hay experiencia alguna entre todas aquellas que proporcionan las teorías físicas con mayor poder de sorprender a la imaginación que las de la Fantasmagoría, sobre todo si, sin ninguna apariencia de preparativo, el fantasmagorero arroja en unas brasas algunos granos de incienso o de olíbano y al instan-

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te aparece sobre el vapor ligero y ondulante, siguiendo el deseo del espectador, la sombra de un amigo, de un padre, de una amante... (Fig 3, pág. 134) Fantasmas ambulantes: Diógenes con su farol. (Fig. 4, pág. 137) Para poner en práctica este tema, hay que hacer que el fabricante de máscaras confeccione una cabeza caracterizada de tela fina, recubierta luego con cera, lo que la vuelve transparente. Fijada artísticamente sobre una plancha, se la reviste a conveniencia, y se la ilumina interiormente con una lámpara sorda, provista de un pequeño aparato que puede bajarse o subirse rápidamente y, en consecuencia, ocultarse o iluminarse de repente, la visión del objeto a los espectadores. El farol es una simple botella cilíndrica de cristal blanco, llena de esencia de aceite de clavo, en la que se han disuelto varios granos de fósforo; cuando se abre esta botella, el aire que en ella se introduce ilumina todo el interior. Este resplandor desaparece cuando se cierra la botella. Por lo que concierne a la escritura, se efectúa con un lápiz de fósforo de trazo luminoso.

Artículo de Sébastien Mercier, del Instituto, sobre la Fantasmagoría14 El filósofo no rechaza este espectáculo que, por el juego y el combate de la sombra y de la luz, nos coloca entre cuerpos y espíritus, y, por así decirlo, en los límites de otro mundo. No lo rechaza, sobre todo en un tiempo en el que el moralista siente más que nunca la necesidad de hablarle al pueblo de otra vida. Todo se convierte en órgano de la verdad cuando las verdades más útiles son olvidadas o menospreciadas. ¡Oscuridad! ¡Silencio! ¡Sonidos regulares de fragosos címbalos! ¿Cuál es entonces vuestra fuerza? El espíritu la siente, la reconoce y la obedece. Se extiende en el infinito, no hay entonces para él ni tiempo ni espacio. Siento en mí la armonía del mundo visible e invisible: sí, estas tinieblas augustas son la llave de otro mundo. Cuando estoy perdido en este espacio sin claridad, mi pensamiento vuela al centro único y allí se une a él. Hay un encanto religioso que nos embarga en la lectura de Young. Ahí mi alma se ve agraciada con ideas solemnes, ¡el aparato de las tumbas ya no es temible! Esta es la muerte: me refresca el pensamiento. No, no estaré siempre encadenado a este mundo miserable. Los incrédulos tienen miedo de otra vida, bien porque temen al Ser justo y vengador, bien porque pueden verse privados del fuego sagrado de la esperanza. Culpable, no esperes la nada, no hay una nada. Prefiero ver el infierno que la destrucción total. Los demonios me espantan menos que el mudo horror del desnudo abismo. Hay otro mundo en Robertson. Existe, así como es soñado cada noche. ¡El sueño! ¿Quién ha ahondado en el sueño? Tú duermes: la vara divina te golpea o la misericordia te consuela. Vivimos en el sueño, es allí donde nuestra alma disfruta de toda su autoridad sobre la naturaleza.

Ilustración de Mémoires… (1831) Fig. 5

14. Cap. XI, Tomo I, págs. 304-306.

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Me río de las tumbas, no son más que guardarropas. ¡El Padre Eterno! Unió los cielos a la tierra, unió la tierra a los cielos. El río del pensamiento, ¿dónde tiene las márgenes? ¡Oh, mundo! ¡Oh, mundo! ¿Qué eres? ¿Te toco o solo eres una sombra? ¿Cuándo aprenderán nuestros sentidos a juzgar sus propias ilusiones? Aquí, caigo en el sueño indefinido, mientras estos fantasmas cambiantes, móviles, aéreos, pasan ante mis ojos, y es así como todo pasa, pasará y ha pasado.

Los fantasmas legalizan su situación: inicio de la vida doméstica15

Ilustración de Mémoires… (1831) Fig. 6

15. Cap. XII, Tomo I, págs. 316317. 16. La demanda es del 7 de pluvioso del año VII (26 de enero de 1799.) N. A.

Tras el transporte de mi instalación al patio de los Capuchinos y durante el viaje que realicé para ocupar la cátedra de física de mi departamento, los dos hermanos Aubée, a los que había empleado para mis exhibiciones, se instalaron en el pabellón de l’Échequier, que yo acababa de dejar, y, tras haber abusado de mi confianza, se anunciaron descaradamente como mis discípulos. Renuncié a toda prisa, en los periódicos más conocidos, a la gloria que me atribuían y di a conocer los informes que de mí habían obtenido en los mismos términos que empleo aquí. No obstante, tomé la precaución, con esta declaración, de obtener una patente de invención16, algo en lo que no había pensado nunca hasta entonces. Abandonados a sus propios recursos, estos dos individuos presentaban un triste espectáculo, pero un perito del estado, llamado Clisorius, se asoció después durante mucho tiempo a uno de ellos para resucitar el primer establecimiento con el nombre de “fantasmaparastasia”. Este Clisorius invirtió en la empresa y comenzaron a hacer algún montaje. Semejantes artistas no constituían una competencia temible en absoluto, sino, al contrario, lo bastante vergonzosa como para temer que experiencias en las que había puesto mi nombre, y cuyo encanto radicaba en su perfección, se vieran rebajadas ante la opinión pública. El interés de un arte que tanto me gustaba y al que había dedicado tantos desvelos, junto con el loable deseo de hacer castigar un abuso de confianza, no me permitió dudar. En virtud de los derechos que me confería, ante toda discusión judicial, mi patente de invención, solicité la aplicación de un precinto al espectáculo de Aubée y Clisorius: este se llevó a cabo y se mantuvo hasta la decisión definitiva del proceso. Cuesta creer, hoy en día que se han abandonado prácticamente las experiencias de Fantasmagoría, hasta qué punto este juicio despertó la curiosidad pública: no solo la gente de mundo acudía en masa a la audiencia, aficionados y expertos también lo seguían con asiduidad. Los abogados, sabedores de todo el partido que podían sacar de una causa sobre un asunto que había interesado tanto, no dejaron de recurrir a medios propios para atraer a una afluencia de público todavía mayor. El telón de la Fantasmagoría fue alzado, las sombras comparecieron en el día señalado; Eaco, Minos

Robertson

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y Radamante ocuparon su asiento en el salón de justicia. Ya se sabía cómo andan los vivos, se deseaba conocer entonces cómo caminan los muertos: se supo. Es habitual ver a los niños emplear veinte años para convertirse en hombres y ardían de ganas por saber la forma mediante la cual los niños pequeños, de tamaño en principio imperceptible, adquirían en menos de uno o dos segundos la estatura de granaderos de élite: quedaron satisfechos. No hubo más grietas en el infierno, en una palabra, ya no hubo cámara oscura. Si se quiere una prueba del ruido que levantó este proceso, léase el pasaje de una larga carta escrita al Courrier des Spectacles, a propósito de la mujer invisible, por un tal señor Auvray, que expone en dos líneas la profunda erudición de siete nombres propios y da a conocer al público la existencia de libros antiguos de Paracelso, Flud, Digby, Campanella y del Padre Kircher. “Alemania”, dice este señor Auvray (terror de espíritus y de mujeres invisibles, a los que intenta sorprender en flagrante delito), “Alemania vuelve a ver sus Gassner, Irlanda sus Greterich, España sus Saludadores, Inglaterra sus Windig; Francia su León el Judío, y se le promete su Mesmer...” “El amor por lo maravilloso, tan de moda hoy en día, les augura una rápida fortuna. Nuestros propios tribunales se ocupan de estas visiones y el proceso de las sombras de Robertson y Clisorius se ve honrado con un auditorio tan numeroso como nunca se ha visto en las causas que interesan más al estado de los ciudadanos.” Compadezcamos a los ciudadanos que no tienen, como el señor Auvray, su Paracelso, su Digby, su Flud, su Campanella y su Kircher lo suficientemente presentes en su memoria para comprender que las sombras no necesitan poner tanto cuerpo en movimiento, y sirvámonos de su mal humor para constatar un hecho, el de la presencia de un auditorio brillante en el proceso de la Fantasmagoría. El proceso mejor ganado, una vez que los medios guardados en secreto hasta entonces fueron divulgados, estaba perdido para mí. El juez ordenó prudentemente la verificación y la comparecencia de las dos máquinas, con objeto de comprobar los procedimientos de los acusados de falsificación. El asunto se dilató tanto que los sumarios prescribieron. Ya no tenía interés, es cierto, en que se decidiera la cuestión, pues mi patente expiraba a poco tiempo del juicio. Pero esta misma causa me resultó favorable en un aspecto, el ruido que levantó y las reseñas que se publicaron en todos los periódicos condujeron en masa a los espectadores a mis representaciones. En cuanto a mis adversarios, al tener cerradas sus puertas, sus sombras se eclipsaron, y, dado que no volvieron a aparecer, pudo colocarse en la puerta de la “fantasmaparastasia”, como decía un periodista espiritual17, esta inscripción que se leía sobre la del cementerio de San Sulpicio: 17. El amable rey de los golosos, Gri-

HAS ULTRA METAS REQUIESCUNT BEATAM SOEM EXPECTANTES18

mand de la Reynière. N.A. 18. Más allá de estos límites los espectros descansan, pendientes de la bienaventurada esperanza.N.A.

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Desde ese momento, la Fantasmagoría se convirtió en un elemento muy común y era practicada por fantasmagoreros de todas las clases, París parecía los Campos Elíseos por la cantidad de sombras que lo poblaban. Bastaba con una imaginación un poco metafórica para transformar el Sena en el río Leteo, pues los fantasmagoreros se daban cita principalmente a sus orillas, y no hubo muelle, como sostiene en algún sitio Ducray-Duménil, que no os ofreciera un pequeño fantasma al fondo de un pasillo totalmente negro, en la cima de una escalera tortuosa. Las máquinas de fantasmas fueron desde entonces objeto de comercio en París y Londres. Los hermanos Dumotiez y los ópticos ingleses expidieron varios miles en toda Europa. El más simple aficionado a la física, en cualquier comarca, tuvo su Fantasmagoría. He encontrado estas cajas en carro, fabricadas en París, en lo más profundo de Rusia, en Odessa, y desde las fronteras de Siberia hasta el extremo de España, incluso en Ceuta. Estos aparatos, que exigen un poco de teoría física y de instrucción, fueron, en su mayor parte, muebles inútiles en las manos de sus compradores, e incluso sin valor a sus ojos, desde que se dieron cuenta de la imposibilidad de llevar a cabo los efectos que yo representaba. En efecto, por simple que sea un procedimiento general, la experiencia, la constante investigación, los medios que sugieren la posesión completa de una ciencia y los costosos ensayos a los que se someten las nuevas ideas otorgan, siempre a favor del que está provisto de estas ventajas, una superioridad de ejecución y una variedad de resultados a las que no sabrían acercarse los simples imitadores.

Procedimientos de la Fantasmagoría: el fantascopio y otros artilugios19

19. Cap. XII, Tomo I, págs. 325330 y Cap. XIII, Tomo I, págs. 332334. 20. Un pie equivale a 32’4 cm; una pulgada, a 2’54 cm; una línea, a unos 2 mm.

Hace falta disponer de una sala de entre sesenta y ochenta pies20 de largo, por veinticuatro de ancho a lo sumo. Tiene que estar pintada o empapelada de negro. El lado de la sala destinado a los aparatos exige un espacio de veinticinco pies de largo. Esta parte quedará separada del público por una cortina blanca de percal fino bien extendida, que hay que disimular de manera provisional a la vista de los espectadores con un telón de estofa negra. Hay que cubrir la cortina de percal, de veinte pies cuadrados al menos, sobre la que deben reflejarse todas las imágenes, con un barniz compuesto de almidón blanco y de goma arábiga selecta, para hacerla ligeramente diáfana. Conviene que la tarima de la parte reservada a las pruebas esté elevada de cuatro a cinco pies sobre el suelo, de modo que las apariciones sean visibles en todos los rincones de la sala. El aparato principal es el fantascopio (Fig. 5, pág.139) caja de madera de dos pies en todos los sentidos, como se ve en A, con el interior pintado de blanco y el exterior, de negro. Tiene dos o tres puertas de comunicación I, cubiertas con paños negros, para que no se perciba afuera la luz cuando se abran.

Robertson En la parte delantera, hay en I una abertura circular de cuatro pulgadas a la que se le acopla un tubo de madera D, cuyo interior tiene cinco pulgadas de diámetro por nueve pulgadas de longitud. Este tubo no llega a tocar la caja A, de la que está separado por unas líneas. Es por este intervalo por donde se introducen los cuerpos transparentes que deben pintarse en la cortina blanca a la que se ha bautizado como “espejo”21. A este tubo D se le ha fijado en I una semiesfera de cristal de cuatro pulgadas de foco y cuatro pulgadas de diámetro. El objetivo de este tubo tiene unas tres pulgadas de foco y quince líneas de diámetro. Está fijado sobre un diafragma que puede moverse por medio de una cremallera, girando el botón F. En el interior del fantascopio, en el centro y a unas cuatro pulgadas de la semiesfera, coloque un quinqué potente G, con un buen reflector parabólico de plata22. La chimenea del fantascopio está acodillada o derecha como T, pero tiene intervalos interiores para impedir que la luz sea visible desde fuera. El aparato R se aplica al extremo del tubo D y le sirve de cierre, resulta indispensable para regular la luz de los objetos. SS son dos hojas de cobre que se juntan en R a través de un eje, por medio de un botón, estas hojas se separan la una de la otra o se acercan como si fueran unas tijeras y dejan pasar más o menos luz según lo exija la imagen. Durante el funcionamiento de la mesa M, a la que también se denomina carro, el físico, con la atención más minuciosa, debe hacer concordar los progresos del objetivo y los movimientos de las hojas. Así es la disposición del aparato para los objetos transparentes. Pero cuando se quiere ofrecer al espectador las formas reflejadas de los objetos opacos, como los de un retrato, una estatua o una persona viva, hay que reemplazar el tubo D por otro tubo de unas seis pulgadas de diámetro que contenga dos cristales acromáticos muy puros, lo que constituye, todo junto, unas nueve pulgadas de foco, con cinco pulgadas de diámetro; entonces los cuerpos opacos, que siempre deben ser de un color tirando a blanco, se colocan invertidos en el soporte L que está hecho de hierro y cuyo eje está a conveniente distancia del cristal acromático. Para estos experimentos, el fondo interior de la caja A tiene que estar provisto de un trozo de terciopelo negro, su perfección depende totalmente de la intensidad de la luz que ilumina los objetos, el empleo de gas hidrógeno debe proporcionar efectos muy convincentes. Todo el aparato del fantascopio A se coloca sobre una mesa M de tres pies de altura. En los cuatro montantes N hay pequeños rodillos de cobre, cuyo objetivo es dotar a todo el aparato de un movimiento suave y homogéneo hacia delante y hacia

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Ilustración de Mémoires… (1831) A propósito de este grabado, recuérdese el astrónomo mago, con un mapa mundi y un telescopio, en La lune à un mètre (G. Méliès, 1898)

21. Sobre la pantalla como “espejo” véase la introducción. 22. La importancia en la evolución de la linterna mágica de la fuente lumínica es fundamental, véase la introducción.

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23. Robertson fue discípulo de Charles, un conocido físico de la época, véase introducción.

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atrás sobre dos rieles de madera PP, paralelos, de quince a dieciocho pies de largo y fijados al entarimado en el centro de la cortina de percal a la que hemos denominado “espejo”. El acercamiento y el alejamiento de este aparato, con respecto al espejo, combinados con el movimiento del objetivo, producen el empequeñecimiento o agrandamiento de la imagen. De esto resulta que, cuando el fantascopio está a nueve o diez pulgadas de la cortina de percal, las imágenes transparentes tienen el tamaño más pequeño posible y no sobrepasan el del original; por el contrario, cuando el aparato está alejado a quince o dieciocho pies, la representación de las imágenes puede alcanzar entonces de nueve a diez pies de altura. Debe comprenderse que, si se abre convenientemente la abertura R, provista de un mecanismo particular, entonces la imagen podrá tener luz solo en razón de su dimensión mayor o menor, de tal modo que aparecerá a los espectadores situados en el otro lado del “espejo” en un alejamiento inmenso o en un acercamiento muy inmediato. (...) Megascopio. La etimología de esta palabra significa “ver los objetos agrandados”. La Fantasmagoría me debe el conocimiento de este instrumento y, sobre todo, de su aplicación con luz artificial. El físico Charles, primero en utilizarlo, se mostró extremadamente celoso23. Explicación. El fantascopio se compone de un primer cristal del lado del objeto, de dos pies de foco y de un segundo cristal del lado del plano, de siete pies de foco. La distancia de uno a otro en el tubo es de cuatro pulgadas. Colocaba este tubo a quince pies de distancia del espejo, iluminaba mis objetos opacos con un único cuerpo de lámpara, compuesto por cinco mecheros de corriente de aire, provistos con reflectores de plata. Los objetos tienen ocho pulgadas. Megascopio Animado o Fantasmagoría Viviente Si quiere obtenerse la imagen de un objeto mayor, de una persona, por ejemplo, aplíquese a este mismo tabique, que está a dieciocho pies del espejo, el siguiente aparato: (Fig. 6, pág. 140) A. Caja adecuada de unas 10 pulgadas, pintada de negro por dentro. B. Diafragma, abertura de seis pulgadas. C. Cristal objetivo de ocho pies de foco y dos pulgadas de diámetro. D. Espejo paralelo de 6 pulgadas. E. El objeto. G. La imagen proyectada del objeto. Hay que situarla a 8 ó 9 pies de altura, en el tabique donde se aplica el fantascopio de los cuerpos opacos. Ilumínese con profusión a la persona en E, su imagen reaparecerá en G sobre la tela ❍

Traducción: José Díaz Cuyás y Guillermo Navarro Montesdeoca Sumario

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