Roberto QUIRÓS ROSADO, Reconstruyendo el ceremonial. Diplomacia y audiencias públicas en la corte carolina de Barcelona

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RECONSTRUYENDO EL CEREMONIAL. DIPLOMACIA Y AUDIENCIAS PÚBLICAS... Roberto Quirós Rosado

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RECONSTRUYENDO EL CEREMONIAL. DIPLOMACIA Y AUDIENCIAS PÚBLICAS EN LA CORTE CAROLINA DE BARCELONA1 Roberto Quirós Rosado Universidad Autónoma de Madrid

Resumen En el presente estudio se analiza un factor determinante en el desarrollo de la cultura política de la corte barcelonesa de Carlos III de Habsburgo: las audiencias públicas de los diplomáticos de soberanos o corporaciones provinciales. Tomando como objetos de estudio los casos simultáneos de los embajadores de los Seggi napolitanos y del nuncio pontificio Giorgio Spinola, se expone la importancia del ceremonial áulico como signo de distinción política en un momento clave de la Guerra de Sucesión española. A través de la resolución de los conflictos derivados de la presentación ante las personas regias se observará una marcada intencionalidad del rey y sus servidores y ministros más allegados (Althann, Stella, Erendazu) en la reconstrucción de la etiqueta del Madrid de los Habsburgo, elemento constitutivo de la naciente estructura política de la monarquía de Carlos III.

El análisis del ceremonial en la sociedad cortesana ha constituido un lugar común entre los estudios historiográficos sobre la alta modernidad. Etiqueta y juego político, diplomacia y códigos de conducta, se entrelazan en procesos complejos donde un escalón del palacio del soberano anfitrión podía mutar la jerarquía del legado foráneo y, por ende, la de su príncipe representado.2 Siendo conocidos los conflictos rituales cortesanos en Francia o los Estados Pontificios, sólo en fechas relativamente recientes se está redescubriendo el universo del ceremonial en la monarquía de España.3 El lenguaje del honor, la representación visual, la ética cortesana o la economía de una gracia vinculada a los éxitos o fracasos del acto diplomático están permitiendo a los historiadores configurar un mapa mental sobre el que interpretar la praxis de gobierno y la idiosincrasia de una monarquía en constante interacción con «el otro»: el príncipe o la república extranjeros y las corporaciones provinciales representadas en la corte de los Habsburgo madrileños. Sin embargo, son reducidas las aproximaciones que, bajo este prisma, tienen como objeto de análisis historiográfico la corte austriaca setecentista en suelo hispano. La residencia de Carlos III en Barcelona la situó en el epicentro de la

1.El presente estudio está inserto dentro de mi tesis doctoral en curso, relativa al gobierno de la Italia habsbúrgica durante la Guerra de Sucesión española, bajo la supervisión de Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño (UAM), y se ha realizado al amparo del Programa Propio para la Formación del Personal Investigador de la Universidad Autónoma de Madrid (FPI-UAM). Asimismo, se inserta dentro del proyecto de la Dirección General de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad Gobierno de corte y sociedad política: continuidad y cambio en el gobierno de la monarquía de España en torno a la Guerra de Sucesión (1665-1725) [HAR2012-31189] y del proyecto del Deutscher Akademischer Austausch Dienst Die Kunst der guten Regierung in der spanischen Monarchie [DAAD, Projekt 57050251]. 2. P. VOLPINI, «Ambasciatori, cerimoniali e informazione politica: il sistema diplomatico e le sue fonti». A: M. P. PAOLI (ed.), Nel laboratorio della Storia. Una guida alle fonti dell’età moderna, Carocci Editore, Roma, 2013, pp. 237-264; y, M. A. VISCEGLIA, Guerra, diplomacia y etiqueta en la corte de los Papas (siglos xvi y xvii), Ediciones Polifemo, Madrid, 2010. 3. Una reciente visión de conjunto sobre la práctica diplomática hispana durante la Edad Moderna, con especial énfasis en el ámbito italiano, se encuentra en D. CARRIÓ-INVERNIZZI, «Diplomacia informal y cultura de las apariencias en la Italia española». A: C. BRAVO LOZANO y R. QUIRÓS ROSADO (eds.), En tierra de confluencias. Italia y la Monarquía de España, siglos xvi-xviii, Albatros Ediciones, Valencia, 2013, pp. 99-109.

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política mundial.4 Pese a los constantes rumores y preparativos de cambio de residencia a Zaragoza, Valencia o Madrid, y a las limitadas condiciones de espacio para alojar la corte regia, Barcelona sirvió de aposento regio durante los años 1705-1713.5 Asimismo, fue sede de un ministerio universal donde los oficiales del otro Rey Católico continuarían o innovarían las prácticas de gobierno no sólo sobre parte de la Corona de Aragón, sino sobre amplias posesiones italianas y, nominalmente, flamencas.6 Por dicha razón, en las líneas siguientes se ahondará en un desconocido proceso diplomático que permite observar la riqueza de matices políticos surgidos en torno a conflictos de etiqueta en los ritos de entrada y audiencia pública en la corte carolina. ‘Secondo il stile sudetto di Castiglia’. La difícil negociación de una audiencia pública en la corte barcelonesa de Carlos III. La venida del nuncio a Barcelona habría de sancionar el estrechamiento de relaciones entre Clemente XI y la Casa de Austria. Tras el reconocimiento de Carlos III como «rey católico de las Españas» en 1709, el restablecimiento de legaciones mutuas se convirtió en la piedra de toque entre el embajador cesáreo Ercole Turinetti, marqués de Prié, y la corte pontificia. El envío del abate lombardo Giuseppe Lucini a la ciudad condal en 1710 no colmó la expectativa de los ministros carolinos, si bien dicha expedición favoreció la creación de canales políticos por donde comenzar a resolver los numerosos desencuentros desencadenados los años precedentes, especialmente en asuntos napolitanos.7 La designación de monseñor Giorgio Spinola, arzobispo de Cesarea, como nuncio apostólico ante Carlos III llevó al abate Lucini a plantear el modo de prevenir los problemas del ceremonial, especialmente la llegada al puerto barcelonés y la entrada pública. Antes del desembarco, el agente pontificio ya había insinuado a monseñor Spinola cómo debía procederse a tal función «privatamente senza ricercare alcuna ceremonia», pues la ardua negociación con los ministros regios supondría un retardo inapelable al nuncio.8 El discreto arribo de Spinola y su alojamiento en el convento dominico de Santa Catalina no estuvieron exentos de críticas por otros dos conspicuos diplomáticos en la corte, el propio duque Moles y el conde de Assumar, embajador del rey de Portugal. Las razones de la oposición, en ningún caso explicitadas en la correspondencia pontificia, pudieron tener carácter abiertamente político, siendo Moles el punto de apoyo de los seggi de Nápoles en sus pretensiones jurisdiccionales anti-romanas, o un mero carácter ceremonial que, para los citados legados, provocase una reducción de su visibilidad cortesana. Las dificultades para realizar las fastuosas entradas públicas en la corte del rey Carlos convirtió la gestión del reconocimiento de los diferentes legados europeos en un latente conflicto político. Según el conde Orazio Guicciardi, enviado del duque de Módena, y unos avisos anónimos remitidos por el nuncio Spinola, ninguno de los diplomáticos asentados en la corte había efectuado ninguna representación abierta ante Carlos III: Assumar lo realizó «in mare al vascello del Re» mientras navegaba de Lisboa hacia Cataluña, «per esser stato ricevuto familiarmente e senza alcuna formalità» evitando la regulación de la etiqueta en tierra. Moles lo había rehusado «prudentemente» al representar al hermano del rey, el emperador José I. Mientras, el enviado saboyano, marqués de Trivié, «non ne fece di sorte alcuna», pues se carecía de «formule regolate» sobre las que fundamentar su recibimiento.9 Otros representantes diplomáticos de menor rango también se vieron inmersos en los problemas de la etiqueta. En 1709, el enviado parmesano marqués Gherardo Giandemaria logró una audiencia pública de las majestades católicas tras una ardua negociación, aunque no se traduciría en un acceso privilegiado a los ministros carolinos. Paralelamente, el modenés Guicciardi, aconsejado por Moles, evitó un recibimiento abierto en favor de uno privado «senza formalità, già che non v’è esempio d’alcun ministro che l’habbia ricevuta in forma publica, non v’essendo hora formule,

4. J.-R. CARRERAS I BULBENA, Carles d’Àustria i Elisabeth de Brunswick-Wolfenbüttel a Barcelona i Girona, s. n., Barcelona, 1902. Para la cultura política en la corte barcelonesa de Carlos III, vid. A. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO, B. J. GARCÍA GARCÍA y V. LEÓN SANZ (eds.), La pérdida de Europa. La guerra de Sucesión por la Monarquía de España, Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2007; V. LEÓN SANZ, Entre Austrias y Borbones. El archiduque Carlos y la Monarquía de España (1700-1714), Sigilo, Madrid, 1993; ibídem, Carlos VI. El emperador que no pudo ser rey de España, Aguilar, Madrid, 2003; y J. ALBAREDA SALVADÓ, La guerra de Sucesión de España (1700-1714), Crítica, Barcelona, 2010. 5. Junto con las campañas carolinas de 1706 y 1710 a Madrid, y la residencia valenciana durante 1706, durante el año 1709 se aventuró la posibilidad que la corte pasase a Zaragoza o Valencia «e risiedere a Madrid il principe Eugenio in qualità di vicario generale, tanto che fosse quel Regno ridotto a quelle leggi che converranno ad un nuovo monarca che entra senza obligazione a vassallo». Más tarde, en septiembre de 1710, corrieron voces sobre «che la corte a non molto sarà di viaggi, almeno per Saragozza o per Valenza, e si vedono già molte apparenze e disposizioni, massime perché la Regina non può più tollerare di restar qui. Niuno si persuade che la corte abbia a restar a Barcellona». Archivio di Stato di Modena (en adelante, ASMo), Ambasciatori. Spagna, busta 70. Guicciardi a Rinaldo III (Barcelona, 19-X-1710 y 12-IX-1710). 6. J. KALMÁR, «Sobre la cort barcelonina de l’Arxiduc Carles d’Àustria», Pedralbes, 18/2 (1998), pp. 299-302; E. BADOSA COLL, «Els capitals d’Itàlia a la cort de l’Arxiduc Carles d’Àustria a Barcelona», Pedralbes, 23/2 (2003), pp. 233-252. 7. D. MARTÍN MARCOS, El Papado y la Guerra de Sucesión española, Marcial Pons Historia, Madrid, 2011, pp. 161-174. 8. Archivio Segreto Vaticano (en adelante, ASV), Segr. Stato. Spagna, 204-A, ff. 577r-v. Lucini a Paolucci (Barcelona, 15-VIII-1711). 9. ASMo, Ambasciatori. Spagna, busta 70. Guicciardi a Rinaldo III (Barcelona, 18-IX-1709). ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 49r-v. Avisos (Barcelona, 15-VIII-1711).

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ne officiali a ciò destinati». Los oficios del enviado de Módena evocan la necesidad de obviar su representatividad públicamente, pues una declaración pública que generase otras réplicas ulteriores podría ser un oficio en detrimento del príncipe a quien representaba, al establecerse en Barcelona un inicial ejemplo ceremonial, fácilmente éste se vería superado en el reglamento según la voluntad del rey y su gestión de los equilibrios diplomáticos.10 La prosecución de los dictámenes de Giuseppe Lucini por el nuncio solventó un primer obstáculo de etiqueta, dando paso al siguiente paso para su reconocimiento formal por Carlos III. De nuevo, para dicha gestión, monseñor Spinola se valió de los oficios del abate Lucini para requerir el «solito metodo pratticato in Madrid per l’ambasciata da mandarsi alla corte», es decir, el tradicional estilo seguido en la corte madrileña para el recibimiento de los altos legados foráneos.11 El acto inicial correspondía a notificar al conde Michael Johann von Althann, camarero mayor y gentilhombre de la Cámara, su llegada y el cumplimiento, según los usos y costumbres de los nuncios en Madrid. La afirmación que había dado Lucini a Spinola según la cual «qui fussero totalmente all’oscuro del cerimoniale che si prattica in quella corte» obligaba al arzobispo de Cesarea a guiarse exclusivamente del parecer del abate lombardo, por medio del cual se enviaría un gentilhombre del nuncio para ejecutar tal información en palacio. Tras dicha acción correspondía a Althann devolver personalmente la visita, pero éste, desconocedor de los modos consuetudinarios de Madrid, sólo pudo indicar a Lucini que el soberano gustaría que se practicasen tales funciones. Así, se había de recurrir al marqués de Erendazu como único intermediario capacitado para clarificar la rigurosa etiqueta a seguir Spinola.12 Erendazu, secretario de Estado para los asuntos italianos, era reputado en Barcelona como «il ministro più instrutto ed informato della corte di Madrid» al haber comenzado su cursus honorum en las covachuelas de la corte y en el servicio personal a Carlos II como ayuda de Cámara.13 A él recurriría insistentemente el nuncio para negociar la entrada pública y su primera audiencia oficial con los soberanos, que se habrían de regir según los realizados por monseñor Galeazzo Marescotti en Madrid en 1670. Conforme dicho patrón ceremonial, del cual poseía una relación de su ingreso, Spinola intentaría obviar la negativa a que un mayordomo del rey Carlos devolviese la primera visita del legado pontificio. Los motivos de los ministros carolinos radicaban en que el duque del Infantado, por entonces mayordomo de la reina gobernadora Mariana de Austria, había ejecutado dicho acto sin expresa comisión del rey niño. A ello se contrapuso un vehemente Spinola tachando de «assai frivola e di ni un peso» tal argumentación al considerar cómo Infantado ejercitaba su función como «la prima figura della corte, come lo fa in oggi il maggiordomo del re (sic)», en alusión a la influyente privanza del conde Althann ante Carlos III.14 Los tratos con Erendazu y otros ministros de su entorno parecían ser favorables al arzobispo de Cesarea, en contraste con las relaciones con el príncipe Anton Florian von Liechtenstein. El príncipe, mayordomo mayor del rey, estaba siendo obviado deliberadamente por Spinola en favor del propio Althann, estrecho pariente de mayordomo mayor pero ajeno a su influencia política. Dicho acercamiento a Althann, ante su cercanía al soberano, favorecería el objetivo del nuncio y de la Santa Sede.15 Los paralelos negociados de Lucini y Spinola habían de facilitar la restauración del modelo ceremonial vigente en Madrid, pautas celebrativas que, con el influjo de la aristocracia y ministerio castellano hacia el soberano, movieron a Carlos III a reproducir en su exactitud. La madrileñización de los rituales áulicos en la corte de Barcelona se mostró en el presente caso con la «diputazione del conduttor delli ambasciadori» y la selección de otros oficiales básicos para

10. ASMo, Ambasciatori. Spagna, busta 70. Guicciardi a Rinaldo III (Barcelona, 29-VIII-1709). En la correspondencia de Guicciardi existen diversas referencias a la observación de su comportamiento con su homólogo parmesano Giandemaria, y la propia posición de éste en la corte, que podrían suponer un beneficio o el descrédito de la persona del duque de Módena, su patrón, ante la gracia regia. Sobre la estancia barcelonesa del marqués Giandemaria, futuro obispo de Borgo San Donnino y Piacenza, vid. N. BALLBÉ, «Gherardo Giandemaria alla corte di Carlo d’Asburgo a Barcellona (1709-1711)», Aurea Parma, 97/3 (septiembre-diciembre 2013), pp. 385-404. Agradezco a la autora su generosidad por facilitarme dicho ensayo. 11. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, f. 578r. Lucini a Paolucci (Barcelona, 15-VIII-1711). 12. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 26r-v. Spinola a Paolucci (Barcelona, 1-VIII-1711). 13. Ibídem. 14. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 39r-40v. Spinola a Paolucci (Barcelona, 9-VIII-1711). En relación al conflictivo ceremonial diplomático entre la Santa Sede y los ministros españoles durante el Seiscientos, vid. M. BARRIO GOZALO, «La embajada de España ante la corte de Roma en el siglo xvii. Ceremonial y práctica del buen gobierno», Studia Historica. Historia Moderna, 31 (2009), pp. 237-273. 15. Ya en 1709, el conde Rocco Stella, privado del rey, aconsejó al recién llegado enviado modenés, conde Guicciardi, entregar las credenciales del duque Rinaldo III al conde Althann, su amigo y también favorito regio. Por contra, el príncipe de Liechtenstein, en calidad de mayordomo mayor, indicó a Guicciardi que una copia de aquéllas, antes de remitirlas al soberano, tenían que pasar por él mismo. Por tanto, las «picche» entre Althann y Liechtenstein arraigaban desde tiempo atrás a la venida del nuncio Spinola. ASMo, Ambasciatori. Spagna, busta 70. Guicciardi a Rinaldo III (Barcelona, 18-VII-1709). Para profundizar en el estudio de las elites imperiales al servicio de Carlos III, vid. A. PEČAR, Die Ökonomie der Ehre. Der höfische Adel am Kaiserhof Karls VI (1711-1740), Wissenschafliche Buchgeselleschaft, Darmstadt, 2003, y É. HASSLER, La cour de Vienne, 1680-1740. Service de l’empereur et stratégies spatiales des élites nobiliaires dans la monarchie des Habsbourg, Presses Universitaires de Strasbourg, Estrasburgo, 2013.

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la puesta en marcha de la función pública del nuncio Spinola «secondo il stile sudetto di Castiglia».16 Contando los ministros pontificios con la aquiescencia del potente lobby castellano, nutrido con la afluencia de ilustres personalidades provenientes de Madrid en 1706 y 1710, se solicitó una primera audiencia privada por parte del rey con la cual consolidar la voluntad carolina en pro de los intereses romanos.17 Sin embargo, antes de efectuarse la entrevista, el rey solicitó un parecer al consejo de Estado para regular la etiqueta que había de seguirse con monseñor Spinola. El 10 de agosto de 1711 se consultó la necesidad de elegir un conductor de embajadores que, con posterioridad a su nombramiento, se informara de las normas del ceremonial madrileño en materia del recibimiento público del nuncio. La elección recayó inmediatamente en Manuel Manrique, caballero de Santiago, «ch’ha sempre abitato in Madrid, dove era uno dei riggitori quando l’anno passato entrò S. M. in quella capitale, e che poi seguitò la Maestà Sua quando si ritirò in questa corte».18 La figura del conductor de embajadores, inspirado en el conducteur des ambassadeurs de Luis XIII, se había instituido en Madrid en 1624. El cargo palatino, de indudable importancia política y prestigio para sus poseedores (de donde serían llamados a mayores encargos al servicio regio, como Manuel Francisco de Lira o Fernando de Valenzuela), evolucionó durante los reinados de Felipe IV y Carlos II hasta convertirse en pieza clave en la vida diplomática española19. La fidelidad borbónica de sus titulares, Carlos Francisco del Castillo y su sucesor, desde 1708, el conde de Villafranca del Gaytán, supuso la inexistencia del conductor de embajadores en la planta de la Casa del Rey barcelonesa. A causa de tal falta, se recurrió a otras vías tradicionales o informales para evitar los problemas ceremoniales que pudiera suscitarse con los legados recién llegados. Como se ha observado en el caso del residente Guicciardi, los embajadores napolitanos o el propio nuncio Spinola, la negociación había recaído en manos del secretario de Estado, marqués de Erendazu, en los consejos del embajador cesáreo Moles y en la intervención práctica de determinados mayordomos y gentileshombres regios. La reinstauración del oficio en la persona de Manuel Manrique abriría, así, nuevos canales de mediación entre el príncipe y los representantes extranjeros o agentes provinciales. A partir del conductor se podría facilitar la fluidez del trato diplomático y la solución de los consabidos problemas de etiqueta. Su nombramiento no fue baladí, pues su antigua posición de regidor en la villa y corte de Madrid le convertía en un hombre versado en el trato con las elites de la monarquía o, al menos, buen conocedor del ceremonial habsbúrgico. El mismo día de su elección, Manuel Manrique se presentó al nuncio Spinola para iniciar negociaciones de su puesta en público ante la corte barcelonesa. Si bien, como recordaría el propio arzobispo de Cesarea, una ligera indisposición impidió tratar en profundidad el ceremonial con el conductor, sí convinieron no realizar la cabalgata con que, como los precedentes nuncios, comenzaba su ministerio apostólico. La rígida etiqueta que regulaba dicha función en Madrid, así como los problemas económicos de los gentileshombres y de la alta nobleza residente en la urbe catalana, mostraron la imposibilidad de su realización, pues «sarebbe stato difficile il pratticarsi in questa città, dove le cose sono in una somma angustia per ogn’uno», aparte de ser incompatible, según el propio Manrique, al carácter extraordinario del nuncio. La quiebra del modelo ritual que había imperado en las entradas públicas de los nuncios pontificios dañaba el «decoro della mia rappresentanza», a decir de monseñor Spinola, y sólo podía ser restaurado con la regulación de su audiencia pública a partir de las directrices del propio rey Carlos.20

16. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, ff. 578r-v. Lucini a Paolucci (Barcelona, 15-VIII-1711). 17. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, f. 581r. Lucini a Paolucci (Barcelona, 17-VIII-1711). 18. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 46r-v. Spinola a Paolucci (Barcelona, 15-VIII-1711). Manuel Manrique era hijo del secretario real y escribano mayor del ayuntamiento madrileño Juan Manrique. Caballero de Santiago desde 1681, sucedió a su hermano mayor Diego Felipe en un regimiento de Madrid, ejerciendo tal cargo durante la segunda conquista aliada de la villa y corte. Manrique residió en Barcelona tras el retorno carolino de otoño de 1710, siéndole confiscados sus bienes por las autoridades borbónicas. Por su oficio de conductor gozaría 40 pesos escudos de plata mensuales, que se transformaron en 400 florines de pensión al recalar en el exilio lombardo. Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Órdenes Militares. Caballeros de Santiago, expediente 4826. Pruebas para la concesión del título de caballero de Santiago de Manuel Manrique y Fernández de Castro (1681). Haus-, Hof- und Staatsarchiv (en adelante, HHStAW), Staatenabteilungen. Spanien. Varia, karton 47, konvolut C. Pliego del consejo de Hacienda a favor de Manuel Manrique (s. l., s. f.). Archivo General de Simancas (en adelante, AGS), Secretaría y Superintendencia de Hacienda, legajo 972, expediente 3. Listado de bienes confiscados en Castilla, realizado por Miguel Rosa (Madrid, 15-VII1721). L. DE SALAZAR Y CASTRO, Historia genealógica de la Casa de Lara, tomo III, En la Imprenta Real, por Mateo de Llanos y Guzmán, Madrid, 1697, pp. 554-557. F. DE CASTELLVÍ, Narraciones históricas (ed. de Josep. M. Mundé i Gifre y José M. Alsina Roca), vol. III, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Pèrcopo, Madrid, 1999, pp. 145, 688.A. ALCOBERRO, L’exili austriacista (1713-1747), vol. II, Fundació Noguera, Barcelona, 2002, pp. 29, 42. 19. La atención historiográfica sobre la figura del conductor de embajadores ha sido escasa, salvo en contadas excepciones. Para una aproximación a tal oficio, vid. M. GÓMEZ DEL CAMPILLO, «El espía mayor y el conductor de embajadores», Boletín de la Real Academia de la Historia, CXIX (1946), pp. 317-339, y M. Á. OCHOA BRUN, Historia de la diplomacia española, vol. VIII, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Madrid, 2006, pp. 350-352. 20. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 46v-47r. Spinola a Paolucci (Barcelona, 15-VIII-1711). Sobre los usos ceremoniales en la corte madrileña barroca, vid. la monografía de Mª. J. DEL RÍO BARREDO, Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica, Marcial Pons Historia, Madrid, 2000.

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La obtención de una audiencia privada quedó en manos del abate Lucini y del conde Althann, fuera de la operatividad del conductor Manrique. Las razones podrían atribuirse tanto a la continuación de un trato personal precedente, como a la carga política de la concesión del parlamento. El favorito regio representó ante el ministro pontificio el handicap a que se encontraba constreñida la corte habsbúrgica: la negación de un acto similar al embajador carolino en Roma, príncipe de Avellino.21 Aunque los actos clementinos justificarían una actitud similar frente al nuncio Spinola, la voluntad de Carlos III era la de una veneración filial hacia el pontífice, tendente a desbloquear los desacuerdos ceremoniales en la corte romana. Así, tras la exposición retórica de Althann, se concertó dicho encuentro «senz’altr’impegni di cerimonie» y alejado de la pompa que se presuponía en la tradicional entrada pública, ya cancelada.22 La tarde del 18 de agosto, tras una función religiosa donde participaron tanto el arzobispo de Cesarea como el propio Carlos III, tuvo lugar el primer contacto directo entre ambos. De nuevo, la garantía ofrecida por el rey al pontífice en sus actos de buena correspondencia y respeto, o el recurso a la pietas heredada, llenaron el discurso regio en una audiencia juzgada por el nuncio como «per un puro complimento».23 Con el favor regio hacia la introducción de monseñor Spinola en palacio, sólo quedaba sortear los empeños contraídos por Moles y el príncipe de Liechtenstein en contra. Para vencer dicha resistencia, Giuseppe Lucini se valió de su cercanía al privado regio, conde Rocco Stella, para insertarle en una conferencia con Giorgio Spinola, quien, a su vez, tampoco dejaría de mostrar a los secretarios de Estado barceloneses, Erendazu y Rialp, la enconada oposición de la red cortesana del embajador cesáreo para postergar el ceremonial de acceso a las católicas majestades.24 Durante los últimos días de agosto de 1711, Spinola prosiguió sus contactos sin dejar de lado la materialidad de su presumible entrada en el palacio real. Breves pontificios para presentar a los consejeros de Estado, la obtención de una residencia permanente y la preparación de los oficios que habría de pasar con el ministerio barcelonés en defensa de los derechos de la Santa Sede, especialmente en Nápoles, entretuvieron al nuncio hasta los momentos previos de su puesta en público. Para entonces pudo contemplar impasible cómo uno de los objetivos de su legación fracasaba: los embajadores de ciudad, baronaggio y reino de Nápoles habían sido recibidos públicamente por los reyes a finales de ese mismo mes. La recepción de los legados partenopeos –el príncipe de Cardito, el duque de la Rocca y el abogado Rocco Gervasi– tuvo lugar tras largas discusiones entre éstos y los ministros regios, las cuales, conocidas por sus seggi, parecían echar por tierra el interés puesto en la comitiva entre sus miembros.25 El repentino acuerdo alcanzado para ser escuchados por el soberano alteró el curso de la propia negociación del nuncio Spinola, quien veía amparadas por gran parte del ministerio barcelonés las quejas napolitanas fundamentadas en el servicio al rey y la defensa del Reame frente a la Roma clementina. Para realizar su entrada en palacio, los tres embajadores fueron conducidos sobre una «magnifica carrozza tirata da quattro cavalli», flanqueada por la familia del duque Moles, y acompañados por el duque viudo de Híjar, Ferdinando Pignatelli, consejero de Estado, en carroza propia de a cuatro caballos y con seis lacayos «con nuova e bella livrea». El amparo dado por las redes partenopeas a sus embajadores se hizo ver con más fuerza a la llegada al real palacio, donde «tutti i nazionali [napolitanos] s’avviarono» para atender a sus legados al pie de la escalera. El cortejo de entrada, compuesto por los castellanos condes de Palma, de La Corzana y de La Puebla de Portugal, abrió el camino hacia salas y antecámaras donde caballeros españoles e italianos visualizaban e interaccionaban con los diplomáticos. Finalmente, la presentación ante los reyes de sendas orationes por el príncipe de Cardito, cabeza de la delegación, daba sentido al objetivo de su misión: lograr su protección a los nacionales napolitanos en los beneficios eclesiásticos, hacerles partícipes de la negativa al Santo Oficio romano y suplicar el fomento del comercio, todos tres elementos que se constituían en la punta de lanza contra la Santa Sede y la propia labor diplomática del nuncio Spinola.26 Ante el impacto de los oficios napolitanos en la corte carolina, los ministros pontificios no cejaron en acelerar una réplica que consolidase la posición del nuncio ante el soberano, su conciencia y sus ministros. La solicitud de una audiencia pública tuvo lugar una vez quedaba acondicionada la casa que el archidiácono de la catedral de Barcelona había abandonado en favor del nuncio. Preparada su residencia y las libreas de su familia, Spinola avisó al ministerio regio de su disposición a la audiencia pública. La decisión de Carlos III para no diferir el acto, como durante semanas

21. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, f. 581r. Lucini a Paolucci (Barcelona, 17-VIII-1711). La entrevista entre Lucini y Althann también la expresa el nuncio Spinola. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 52r-53r. Spinola a Paolucci (Barcelona, 17-VIII-1711). 22. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, f. 581r. Lucini a Paolucci (Barcelona, 17-VIII-1711). 23. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 60r-61v. Spinola a Paolucci (Barcelona, 29-VIII-1711). 24. ASV, Segr. Stato. Spagna, 204-A, ff. 587v-588r. Lucini a Paolucci (Barcelona, 30-VIII-1711). 25. Archivio di Stato di Firenze (en adelante, ASF), Mediceo del Principato, filza 4130. Avisos (Nápoles, 22-IX-1711). 26. Las citas referidas provienen de una Lettera degli eccellentissimi signori ambasciadori (...) scritta all’Eccellentissime Deputazioni de’ Capitoli, Sant’Officio, e Donativo (...), Nápoles: appresso Felice Mosca, stampatore di questa Eccellentissima Città, 1711. El ejemplar utilizado se conserva en ASF, Mediceo del Principato, filza 4130.

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CATALUNYA I LA CORONA D’ARAGÓ

habían conseguido su mayordomo mayor y el duque Moles, supuso la fijación de aquélla para el 12 de septiembre, a las nueve de la noche, una vez solventadas «molte gravi occupazioni» en materia bélica.27 Según un anónimo informador, el arzobispo de Cesarea fue conducido a palacio por un mayordomo semanero, el conde frey Felicià Sayol, lugarteniente del Gran Priorato maltés de Cataluña, y por el conductor de embajadores Manuel Manrique.28 Frente a la recepción realizada días antes con los embajadores de Nápoles, donde Manrique y el mayordomo quedaban excluidos de participar ante la menor jerarquía de los legados, la regulación del ritual de acceso del nuncio no diferiría con el modelo madrileño. Junto al acompañamiento en la carroza regia, «un corteggio copioso» de los coches remitidos por los ministros de príncipes, nobleza catalana y aristócratas castellanos, aragoneses e italianos secundaba el séquito del nuncio pontificio. Llegado Spinola ante el rey, cumplió con sus oficios diplomáticos, como de nuevo haría en el cuarto de la reina Isabel Cristina. Pocos son los datos relativos a los pasos dados durante su recepción, frente a la profusión de noticias ofrecidas por los embajadores napolitanos. Las únicas referencias, de mano del propio nuncio al secretario Paolucci, evocan un recibimiento cordial por parte de los soberanos, representando ambos su fidelidad y correspondencia con la Santa Sede, afectos que preludiarían un cordial entendimiento que presuponía Spinola en vista a la resolución de los conflictos latentes con la monarquía y con la nación napolitana. Sin embargo, a su regreso al aposento –hacia el cual volvería a ser escoltado por Manrique y el mayordomo Sayol–, Giorgio Spinola encontró un billete del marqués de Rialp informándole como en una semana, el 20 de septiembre, Carlos III abandonaría Barcelona para dirigirse al Sacro Imperio para ver reconocida su herencia habsbúrgica y solicitar la corona imperial.29 Con la marcha del rey y parte de su ministerio, sus interlocutores cambiarían y la gestión de los encargos pontificios mutaría de semblante a la hora de «porre mano al negozio».30 La compleja negociación entablada entre los ministros clementinos y carolinos para establecer lazos continuados de colaboración entre ambas cortes constituye el mejor ejemplo de la importancia del ceremonial diplomático en la Barcelona de la Guerra de Sucesión. Pese a las problemáticas faccionales surgidas dentro del ministerio habsbúrgico, el restablecimiento de los rituales palatinos con el nuevo legado pontificio, frente al resto de diplomáticos foráneos o provinciales, denota una consciente intención de Carlos III y sus oficiales provenientes de Madrid por potenciar una imagen de continuidad dinástica y política con los Habsburgo españoles. Así, en el crepúsculo del verano de 1711 y en vísperas de la marcha regia hacia el Sacro Imperio para recibir el cetro cesáreo, la sucesión de acontecimientos relacionados con la introducción de los legados de Roma y Nápoles consolidó una dinámica de gran relevancia política en el devenir de la corona carolina. La restauración del conductor de embajadores y de los usos acostumbrados en la vida diplomática madrileña, junto con la reapertura de los consejos, reforzaba la figura del rey Carlos como un príncipe heredero que, con las armas y la praxis política, adquiría finalmente el cuerpo intangible de la monarquía de España.

27. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 87r-v. Spinola a Paolucci (Barcelona, 12-IX-1711). 28. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 94r-v. Avisos (Barcelona, 12-IX-1711). 29. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, f. 92r. Rialp a Spinola (Palacio, 12-IX-1711). 30. ASV, Segr. Stato. Spagna, 206, ff. 87v-88r. Spinola a Paolucci (Barcelona, 12-IX-1711).

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