Revolución y Nación en el Río de la Plata, 1810-1860

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Descripción

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS Debates históricos en el marco del Bicentenario (1810-2010)

PRÓLOGO

DRA. NILDA GARRÉ MINISTRA DE DEFENSA

OSCAR MORENO COORDINADOR

PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA DE LA NACIÓN - REPÚBLICA ARGENTINA

ÍNDICE

PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA República Argentina Azopardo 250 (C1107ADB)

11 17

Prólogo Dra. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSA Introducción. OSCAR MORENO Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate

CAPÍTULO 1 (1810-1860) LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas/ Nilda Garré ... [et.al.]; coordinado por Oscar Moreno; edición literaria a cargo de Roberto Diego Llumá; con prólogo de Nilda Garré. - 1a ed. - Buenos Aires: Ministerio de Defensa, 2010. 400 p.; 29x23 cm. ISBN 978-987-25356-4-3 1. Historia Argentina. I. Garré, Nilda II. Moreno, Oscar, coord. III. Llumá, Roberto Diego, ed. lit. IV. Garré, Nilda, prolog. CDD 982

35

FABIO WASSERMAN Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

45

RAÚL O. FRADKIN Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

57

JORGE GELMAN Y SOL LANTERI El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)

69

SARA E. MATA La guerra de la Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos

79

GUILLERMO A. OYARZÁBAL Una estrategia para el Río de la Plata. La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo

Fecha de catalogación: 19/03/2010

CAPÍTULO 2 (1862-1880) LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

Coordinador: OSCAR MORENO Diseño de tapas e interiores: ANDREA P. SIMONS Revisión: ESTEBAN BERTOLA Fotografía de tapas e interiores: PEDRO ROTH

85

HILDA SABATO ¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX

95

BEATRIZ BRAGONI Milicias, Ejército y construcción del orden liberal en la Argentina del siglo XIX

105

GUSTAVO L. PAZ Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado Nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

117

MIGUEL ÁNGEL DE MARCO De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

(Imagen de tapa: Cabildo Abierto, de Pedro Blanqué, 1900)

© 2010 Ministerio de Defensa La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas ISBN: 978-987-25356-4-3

CAPÍTULO 3 (1880-1930) LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES 125

SILVIA RATTO La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

135

LUCIANO DE PRIVITELLIO El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y nuevos estilos políticos

145

WALDO ANSALDI Partidos, corporaciones e insurrecciones en el sistema político argentino (1880-1930)

155

ISIDORO J. RUIZ MORENO Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército

CAPÍTULO 4 (1930-1943) LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADOR Y LA RUPTURA INSTITUCIONAL Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723. Ninguna parte de esta publicación inluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en forma alguna, ni tampoco por medio alguno, sea este eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial. Impreso en Argentina.

167

NORBERTO GALASSO Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador

177

FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón

189 199

ANA VIRGINIA PERSELLO ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los intereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930 MARIANO BEN PLOTKIN Políticas, ideas y el ascenso de Perón

PRÓLOGO DRA. NILDA GARRÉ MINISTRA DE DEFENSA

CAPÍTULO 5 (1945-1955) EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA 207

TORCUATO DI TELLA Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

215

MARCELO SAÍN Defensa Nacional y Fuerzas Armadas. El modelo peronista (1943-1955)

223

SUSANA BIANCHI Hacia 1955: la crisis del peronismo

233

CAROLINA BARRY El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

CAPÍTULO 6 (1955-1976) LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES. EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS 243

MARÍA MATILDE OLLIER Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

253

ERNESTO LÓPEZ La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército Argentino

263

LUIS EDUARDO TIBILETTI La sociabilización básica de los oficiales del Ejército en el período 1955-1976

271

JOSÉ PABLO FEINMANN Ilegitimidad democrática y violencia

CAPÍTULO 7 (1976-1983) LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO. LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO 279

EDUARDO BASUALDO El nuevo funcionamiento de la economía a partir de la dictadura militar (1976-1982)

293

FABIÁN BOSOER El Proceso, último eslabón de un sistema de poder antidemocrático en la Argentina del siglo XX

301

HORACIO VERBITSKY Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación impuesta

309

MARTÍN BALZA La Guerra de Malvinas

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NOTAS BIOGRÁFICAS

La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas es el resultado de la contribución de un conjunto de historiadores, periodistas, políticos y militares que fueron convocados a participar en el Ciclo Anual de Mesas Redondas organizado durante el año 2009 en el marco de las celebraciones por el Bicentenario de la Nación Argentina. El ciclo se organizó bajo una idea rectora: la conmemoración del Bicentenario debe impulsar la comprensión crítica de la historia viva de la Patria. A partir de este objetivo, desde el Ministerio de Defensa, se alentó el análisis acerca del desempeño de las Fuerzas Armadas en los acontecimientos decisivos de la historia argentina, con el fin de que éste permita, a las futuras generaciones, elaborar una valoración objetiva en la que se potencien los aciertos y se desalienten definitivamente los errores. Las siete mesas que se desarrollaron entre los meses de mayo y diciembre del año 2009 en el Salón de Actos del Ministerio y que fueron transmitidas por el sistema de video conferencia a distintas unidades militares, contaron con una audiencia poblada de jóvenes oficiales de las tres Fuerzas, algunos altos oficiales y personas de la vida política e intelectual. Es de destacar, en el conjunto de las participaciones, la inquietud y la rigurosidad demostradas en los análisis de las diferentes situaciones problemáticas de la historia argentina y del rol que en ellas desempeñaron las Fuerzas Armadas. El Ciclo Anual de Mesas Redondas se inscribe dentro del Plan Integral de Modernización del Sistema de Defensa impulsado por el Ministerio de Defensa, que se funda en el principio de conducción civil de los asuntos castrenses, que a su vez se sustenta en el enunciado de diez grandes líneas de acción, una de las cuales es el fortalecimiento de la vinculación del sistema con la sociedad civil. Esta línea de acción promovió el desarrollo de muy variadas actividades, pero todas ellas orientadas a la generación y difusión de un espacio de diálogo que resultara útil para favorecer el acercamiento de la ciudadanía en su conjunto al conocimiento de los hechos del pasado y a la recuperación de la memoria colectiva. El diseño del ciclo se gestó a partir de definir los más importantes nudos problemáticos de la historia argentina, en función de la construcción de la Nación y las funciones propias de las Fuerzas Armadas en cada una de aquellas situaciones. La primera de dichas coyunturas está dada por los procesos de la Independencia y de la organización nacional. La Revolución de Mayo se desencadenó en el Río de la Plata como un acontecimiento que no contó con un programa previamente formulado por sujetos sociales o políticos,1 pero que, con el transcurrir del tiempo, sería constitutivo de la Nación y circunstancia de profundo análisis para cualquier perspectiva y desarrollo político futuro. De esta manera, una vez que la Revolución se produjo y se estableció la Primera Junta, fue necesario legitimarla. Si bien el gobierno se había formado en Buenos Aires, representaba a un territorio mucho mayor, al que ahora había que llegar para convencer a sus autoridades y pobladores.2 A partir de este momento, el rol que desempeñan las Fuerzas Armadas se vuelve significativo, ya que las nuevas autoridades, como afirma Halperin Donghi,3 deciden difundir la noticia de su gobierno en todas las ciudades del virreinato a través de expediciones militares; con lo cual la guerra se presentaba como un horizonte inevitable. Esta problemática, que se discute en el

1 2 3

Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 25. José C. Chiaramonte, Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Emecé, 1997, p. 133. Tulio Halperin Donghi, De la revolución de Independencia a la Confederación Rosista, Buenos Aires, Paidós, 2000.

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA

CAPÍTULO

EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

1

Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860) FABIO WASSERMAN INSTITUTO RAVIGNANI UBA-CONICET

La Revolución de Mayo como mito de orígenes de la Nación Argentina Uno de los pocos motivos de consenso que persisten en una sociedad tan dividida como la argentina es la consideración de la Revolución de Mayo como un hecho fundacional de la nación. Se trata en ese sentido de una suerte de mito de orígenes en el que para muchos estaría cifrado el sentido de toda nuestra historia nacional. De ese modo resulta inevitable que las miradas dirigidas hacia el proceso revolucionario se encuentren condicionadas por las diversas concepciones acerca de la nación argentina que se fueron forjando a lo largo de su breve historia. El tramo más reconocible y significativo de esta historia de las representaciones sobre la nación argentina es el que se inicia entre fines del siglo XIX y principios del XX. Recordemos que en esas pocas décadas cobró forma lo que algunos autores dieron en llamar la “Argentina moderna” que surgió como resultado de la conjugación de diversos procesos como la consolidación del Estado nacional, el desarrollo de una economía capitalista plenamente integrada al mercado mundial y la inmigración masiva a partir de la cual se forjó una nueva sociedad. Fue precisamente durante esos vertiginosos años cuando comenzó a cobrar mayor predicamento la idea esbozada en la obra historiográfica de Bartolomé Mitre según la cual la Revolución de Mayo debía considerarse como el momento de alumbramiento o toma de conciencia de la nacionalidad argentina que, al igual que su territorio y su destino de grandeza, habrían comenzado a delinearse durante el período colonial.1 Así, y a diferencia por ejemplo de Alberdi o de Sarmiento para quienes la nación argentina constituía un proyecto cuya orientación sólo podía provenir del futuro, Mitre sostenía que su rumbo ya había sido configurado en ese pasado, razón por la cual se hacía necesario elaborar un relato histórico que fuera capaz de desentrañarlo. Esta forma de pensar a la nación argentina a través del prisma ideado por el historicismo romántico tuvo y aún tiene una gran importancia. Pero no sólo por su capacidad para dotar de una identidad nacional a las poblaciones heterogéneas, sino también porque dicha perspectiva permitió legitimar al Estado nacional argentino que entonces se encontraba en vías de consolidación. Cabe destacar que esta legitimidad proviene del principio de las nacionalidades que, surgido en Europa durante la década de 1830, se caracteriza por aunar una idea étnica o cultural y una política de nación. Este principio se basa en la suposición de que existen pueblos reconocibles por poseer determinados rasgos distintivos y un territorio que le están predestinados o que les corresponde por razones históricas.

1

Roux, Guillermo. San Martín Guerrero, 2008. Carbón y pastel, 115 x 84 cm.

Esta interpretación, si bien fue esbozada en algunos textos anteriores, recién aparece desplegada en la tercera edición de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina publicada en 1876-1877. Al respecto puede consultarse Fabio Wasserman, Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata (1830-1860), Buenos Aires, Teseo, 2008, cap. XII.

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL FABIO WASSERMAN - Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

Cada uno de estos pueblos constituiría así una nacionalidad que, como tal, tiene derecho a erigir un Estado nacional soberano para que la represente políticamente. Desde este punto de vista que rigió y aún suele regir nuestra comprensión del presente y del pasado, la Revolución de Mayo sólo podía ser una expresión de la nacionalidad argentina que procuraba emanciparse del dominio colonial para poder constituirse en una nación soberana. En verdad, esta interpretación terminó de consagrarse alrededor de 1910 en el marco de las discusiones acerca de la nación y la identidad nacional que se suscitaron durante los festejos por el Centenario. Su éxito se puede apreciar en su rápida difusión y en su perduración que la convirtieron en una suerte de sentido común de la sociedad argentina, pero también en su capacidad para admitir los más variados contenidos y orientaciones sin que mayormente se pusiera en cuestión su asociación con el origen de la nación. Aunque por ese mismo motivo ya no podía haber consenso en la caracterización de la Revolución y en la de sus protagonistas, temas en torno a los cuales se entablaron a lo largo del siglo XX numerosas polémicas históricas que eran también políticas e ideológicas pues estaban teñidas por las diferentes ideas acerca de la nación que tenía cada sector o autor. De ahí que estas disputas tendieran a organizarse en torno a polos antagónicos que obligaban a tomar partido por uno u otro: Saavedra o Moreno; Buenos Aires o el interior; movimiento popular o elitista; origen civil o militar; influencia del pensamiento ilustrado francés o de la neoescolástica española. Ahora bien, desde hace algunos años los historiadores comenzaron a plantear que la nación es una construcción reciente y no un sujeto que atraviesa toda la historia, la expresión de una esencia atemporal o una entidad predestinada a constituirse como tal. Este cambio de perspectiva coincidió con la necesidad de revisar la idea transmitida durante generaciones según la cual la Revolución de Mayo había sido la expresión de la nacionalidad argentina oprimida o de algún agente histórico capaz de representarla (ya sea la elite criolla, la burguesía portuaria, el pueblo, un sistema de ideas o valores, etc.). Es que esa nacionalidad no sólo era entonces inexistente sino que, así planteada, también era inconcebible. De ese modo, como veremos a continuación, también se puso en cuestión la relación de causalidad entre nación y revolución, procurándose dar además otro tipo de explicaciones sobre las causas de esta última y de los conflictos que le siguieron.

en más, y ante el desconocimiento mutuo de las Juntas y de las autoridades virreinales que mantuvieron su fidelidad a los gobiernos metropolitanos, la crisis de la monarquía devino en una compleja y extensa guerra civil durante la cual se fueron erigiendo nuevas unidades políticas que no respetaban necesariamente la traza de las divisiones administrativas coloniales.

La Revolución en el marco de la crisis de la monarquía 36 Este cambio de enfoque preside buena parte de los estudios recientes sobre el proceso revolucionario. En efecto, la trama que le dio origen tiende a explicarse en el marco de una progresiva crisis económica y política que estaba jaqueando a la monarquía española, la cual se fue potenciando por su poca afortunada participación en los conflictos entre Francia e Inglaterra a comienzos del siglo XIX. Esta creciente debilidad se hizo evidente en el Río de la Plata cuando las autoridades coloniales se mostraron impotentes para defender sus dominios durante las invasiones inglesas de 1806-1807. Sin embargo, es bueno advertirlo, eran muy pocos los que entonces pusieron en duda la legitimidad del dominio español o, al menos, la pertenencia de América a la Corona. Esta crisis, que se había ido agudizando en forma acelerada a partir de 1805 con la derrota de la Armada Española en Trafalgar, se hizo irreversible a partir de 1808 como consecuencia de la acefalía provocada por las Abdicaciones de Bayona que, promovidas por Napoleón Bonaparte, derivaron en el desplazamiento del trono de los Borbones y en la coronación de su hermano José. Este cambio de dinastía, si bien fue aceptado por algunas autoridades, concitó un fuerte rechazo a ambos lados del Atlántico. En España se produjeron levantamientos populares como reacción a la presencia de las tropas francesas, mientras que el estado de acefalía tuvo como consecuencia que en los reinos y provincias de la península se erigieran Juntas de gobierno basadas en la doctrina de la retroversión de la soberanía a los pueblos. Aunque con dificultad, estas Juntas lograron ponerse de acuerdo y crearon una Junta Central que se puso al frente del gobierno. En América también se crearon algunas Juntas con diversa suerte (México y Montevideo en 1808; Chuquisaca y La Paz en 1809), pero en general se mantuvieron las estructuras de gobierno colonial, se juró lealtad a Fernando VII que permanecía cautivo y se reconoció a la Junta Central como órgano legítimo de gobierno que, además, había hecho una convocatoria a las Cortes en la que los pueblos americanos tendrían una representación minoritaria. Este estado de cosas se modificó en 1810 cuando comenzaron a llegar a América las noticias sobre el arrollador avance de Napoleón en España, la disolución de la Junta Central y la creación en su reemplazo de un Consejo de Regencia. En varias ciudades americanas se desconoció el Consejo y se proclamó que, ante la ausencia de toda autoridad legítima, la soberanía debía ser reasumida por los pueblos, promoviéndose en consecuencia la creación de Juntas para que gobernaran en nombre de Fernando VII, tal como sucedió en Buenos Aires durante la Semana de Mayo que culminó con la elección de la que pasó a la historia con el nombre de Primera Junta. De ahí

La soberanía de los pueblos y la creación de una nueva nación Los protagonistas de este proceso en el territorio rioplatense no fueron la nación o la nacionalidad argentina, sino los pueblos que se consideraban soberanos o depositarios de la soberanía ante la ausencia del monarca legítimo. Cabe señalar en ese sentido que en la tradición hispánica se reconocía como “pueblos” a las comunidades políticas que tenían un gobierno propio y una relación de sujeción con el monarca como podían ser las ciudades, provincias o reinos. En el virreinato rioplatense estos pueblos eran las ciudades pero entendidas no tanto como un asentamiento humano o un ejido urbano, sino más bien como un cuerpo político con autoridad propia que en este caso eran los Cabildos. Ahora bien, que los pueblos se consideraran como sujetos soberanos no implicaba en modo alguno que no existiera un concepto político de nación o que éste careciera de importancia. De hecho, los criollos nacidos en el virreinato rioplatense, al igual que el resto de los americanos, se consideraban miembros de una nación: la nación española que estaba integrada por la totalidad de los reinos, provincias y pueblos que le debían obediencia a la Corona. Sin embargo, el enfrentamiento entre los gobiernos americanos y los representantes de las autoridades españolas en América, derivó rápidamente en una lucha contra la metrópoli durante la cual comenzó a invocarse el derecho a constituir nuevas naciones. Este deslizamiento fue posible porque el concepto político de nación tenía entonces otro sentido que el actual, pues hacía referencia a las poblaciones regidas por un mismo gobierno o unas mismas leyes sin que esto implicara necesariamente ninguna forma de homogeneidad étnica o de identidad cultural, religiosa, lingüística o histórica. Dicho de otro modo: la nación como cuerpo político no dependía ni se fundamentaba en la existencia de una población con rasgos en común ni en la posesión de un territorio delimitado de antemano tal como lo sostiene el principio de las nacionalidades. Además, y en el marco de los procesos revolucionarios que estaban sacudiendo al mundo desde fines del siglo XVIII, se había ido difundiendo la idea de que la nación era una asociación que debía constituirse por la voluntad de sus miembros que eran los verdaderos soberanos y no los monarcas. Y era en virtud de esta concepción que los pueblos rioplatenses podían dejar de pertenecer a la nación española de la que se consideraban colonias, para pasar a constituir una nueva nación o, tal como ocurriría en el caso del virreinato rioplatense, cuatro naciones: Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Esto permite entender por qué numerosos historiadores prefieren referirse al Río de la Plata y no a la Argentina durante la primera mitad del siglo XIX, procurando así evitar el anacronismo que implica considerar a esa nación como una entidad preexistente a la Revolución o que heredó sin solución de continuidad el virreinato. De hecho si hay un rasgo que caracteriza al período posrevolucionario es la indeterminación con respecto a qué pueblos debían organizarse políticamente como nación, cuestión que no se resolvió hasta la segunda mitad de ese siglo. Pero no sólo no era claro qué pueblos se iban a asociar entre sí para constituirse como naciones, sino que también estaba en discusión de qué modo lo harían. En ese sentido es posible distinguir dos tendencias aunque las propuestas concretas solían combinar elementos de una y otra: la de quienes promovían la creación de una nación indivisible de carácter abstracto y compuesta por individuos, y la de quienes consideraban que debía conformarse a partir de un acuerdo entre los pueblos soberanos. Ambas concepciones animaron respectivamente las propuestas unitaria y confederal, aunque debe tenerse presente que no eran formulaciones puras pues, por ejemplo, los unitarios también consideraban que la retroversión de la soberanía había sido a los pueblos, pero que éstos habían decidido constituirse como una nación en 1810 o en 1816. La nación no era entonces un sujeto ya constituido, sino que más bien podría considerarse como un horizonte al que se aspiraba a llegar a través de la sanción de una Constitución que debía dar cierre al proceso revolucionario a partir de institucionalizar la libertad y la independencia proclamadas entre 1810 y 1816. Pero en torno a ese punto de llegada había agudas diferencias ideológicas y de intereses que dieron lugar a una extensa disputa en la que se puso en juego no sólo su delimitación espacial (qué pueblos y territorios debían integrar dicha Constitución), sino también social (qué sectores la componían, cuáles estaban excluidos, cómo se concebían las relaciones sociales) y política (qué derechos y obligaciones tenían sus miembros, cómo se los concebía y se los representaba).

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL FABIO WASSERMAN - Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

Como veremos a continuación, buena parte de los conflictos que desgarraron a los pueblos del Plata durante la primera mitad del siglo XIX y que nosotros reconocemos en nuestra historia nacional como guerras civiles o conflictos entre unitarios y federales, estuvieron vinculados de un modo u otro con esta disputa.

¿Cuándo se ha formado la nación señores? ¿Cuándo se constituyó? ¿Cuándo se aceptó la constitución? ¿Cuándo se puso en práctica? Sin estos antecedentes la nación no existe, porque es suponer existente un ser antes de los atributos constitutivos; es suponer existente una asociación antes de estar aseguradas las condiciones en que se ha de fundar.2

De la Revolución a la Confederación: los poderes políticos entre 1810 y 1830

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Durante la década revolucionaria algunos sectores procuraron centralizar el poder, entre otras razones, para poder desarrollar con éxito la Guerra de Independencia. Dicho propósito entró en contradicción con las pretensiones soberanas de los pueblos que a veces podían expresar tendencias confederales como el artiguismo. Sin embargo, en otras ocasiones sólo se trataba de la búsqueda de una mayor autonomía que, incluso, podía darse a través de una relación más estrecha con el gobierno central. Éste es el caso, por ejemplo, de las ciudades subalternas que procuraban librarse de su sujeción a las ciudades capitales como Jujuy en relación con Salta, o Mendoza en relación con Córdoba. El fracaso de la Constitución centralista de 1819 y la derrota y disolución en 1820 del poder central encarnado en el Directorio, marcaron el fin de esta etapa en la que se hizo evidente la dificultad para erigir un orden político que desconociera la soberanía de los pueblos. Sin embargo, la situación se había modificado pues las ciudades ya no conformaban esos sujetos soberanos sino que a partir de ese momento, éstos fueron constituidos por las provincias. Cabe advertir que estas provincias eran entidades por entero novedosas que surgieron de un doble proceso: por un lado, la desintegración de las antiguas provincias-intendencias y, por el otro, la incorporación de las campañas a la representación política que hasta entonces se había circunscrito a las ciudades. Si la desintegración de las intendencias se debió a que se trataban de estructuras administrativas que no lograban expresar verdaderas unidades políticas, sociales y económicas, la incorporación del mundo rural a la representación política fue consecuencia de la importancia que este espacio había ido adquiriendo en el marco de los procesos de movilización social desatados por las guerras de independencia y las civiles. Ahora bien, este proceso de “provincialización” no puede comprenderse solamente a la luz del accionar de los caudillos que erigieron su poder apelando a la coerción, el carisma o el clientelismo, sino que se produjo en un marco de institucionalización del poder político que en muchos casos había antecedido el ascenso de estas figuras a los primeros planos de la vida pública. Este proceso de institucionalización se fue afianzando en la década de 1820 cuando las provincias establecieron sistemas republicanos representativos y procuraron constituirse en Estados al asumir atribuciones soberanas que eran reconocidas en los pactos que celebraban entre sí. Ahora bien, esto no implicó en modo alguno que desapareciera del horizonte la posibilidad de constituir una nación, aunque su alcance no era un objetivo predeterminado sino un motivo de constantes debates y disputas. Estos conflictos tenían como protagonistas a las provincias, razón por la cual los proyectos de organización nacional no podían soslayar el reconocimiento de su carácter soberano, tal como quedó expresado en la Ley Fundamental dictada por un Congreso Nacional a principios de 1825. Para entender mejor esta cuestión, y las concepciones acerca de la nación que expresaban los hombres de esa época, resulta útil repasar algunos de los numerosos debates suscitados durante los tres años que duró el Congreso. Entre ellos me detendré brevemente en el que se entabló en mayo de 1825 con motivo de la creación de un Ejército Nacional ante la inminente guerra con el Imperio de Brasil por la Banda Oriental que había sido incorporada a la misma como Provincia Cisplatina. El debate comenzó en la sesión número treinta y uno del 3 de mayo, cuando la comisión que había examinado el proyecto presentó una propuesta que acordaba con la formación de un ejército de poco más de seis mil soldados. Entre otras modificaciones incorporadas por la comisión como por ejemplo la de fijar un límite de cuatro años para los enganchados, se sugería que los oficiales superiores fueran elegidos por el Ejecutivo Nacional para asegurar la unidad y la dependencia de la autoridad central, pero que los que tuvieran un rango igual o menor al de Teniente Coronel debían serlo por las provincias pues en caso contrario éstas difícilmente aceptarían aportar contingentes. Más allá de la tensión entre los poderes locales y el poder central en construcción que procuraba ser subsanada mediante este tipo de transacciones, durante el tratamiento de la ley también se puso en discusión la propia existencia de la nación. Al presentar el proyecto, el clérigo porteño Julián Segundo de Agüero planteó retóricamente que no podía existir una nación sin un Ejército Nacional. Esto fue rebatido por otro clérigo, el salteño Juan Ignacio Gorriti, quien se permitió invertir su planteo al señalar que lo que no puede existir es un Ejército Nacional sin una nación. Es que si bien Gorriti compartía con Agüero la aspiración de crear un Estado unitario, entendía que hasta que no se diera ese paso no podría hablarse con propiedad de la existencia de una nación:

Para que existiera una nación, argüía Gorriti, los representantes de las provincias debían sancionar una constitución, vale decir, formar un pacto acordando en forma voluntaria y explícita las reglas que regirían sus relaciones. Es por ello que a pesar de la inminencia de la guerra estimaba que la creación de un Ejército Nacional era inconducente pues primero debía constituirse la nación. En ese sentido le parecía un error formar un ejército pues si las provincias no se constituían no se sabría a qué nación pertenecería y, por lo tanto, de dónde saldrían sus fondos, a quién habría de obedecer, etc. Esta intervención generó una polémica que se prolongó en la sesión siguiente y en la cual intervinieron varios diputados señalando que la nación existía aunque no estuviera del todo constituida. Como prueba citaban el Acta de la Independencia, se referían al propio Congreso, a la voluntad de los pueblos y de los ciudadanos, o a los acuerdos firmados con otras naciones. Algunos alegaban que se había constituido en 1810 y otros en 1816. En lo que aquí interesa, y más allá de estas diferencias, todos acordaban en el origen pactado de la nación como cuerpo político, mientras que en ningún caso se concebía que pudiera tratarse de una entidad preexistente a la propia Revolución. El Congreso siguió avanzando en esa misma línea y al año siguiente decidió crear el Poder Ejecutivo Nacional que encomendó a Bernardino Rivadavia, a la vez que dictó una Constitución unitaria cuya aprobación puso a consideración de las provincias. Fue entonces cuando se advirtieron los límites de esta presunción sobre la existencia de una voluntad nacional ya constituida, pues éstas y otras resoluciones similares provocaron un fuerte rechazo por parte de numerosas dirigencias provinciales. Pero no sólo en el interior: los sectores dominantes de Buenos Aires impugnaron la nacionalización de su aduana y su puerto y la división de la provincia para erigir a la ciudad como capital de la nación. De ese modo, y en el marco de una aguda crisis potenciada por la torpe negociación llevada a cabo con el Brasil, se produjo la disolución de las autoridades nacionales. Esto tuvo como consecuencia el recrudecimiento de las luchas políticas y militares entre las facciones conocidas desde entonces como unitarios y federales de las que salieron triunfantes estos últimos a comienzos de la década de 1830. La Confederación Argentina: 1830-1852 Este desenlace afianzó aun más a las soberanías provinciales como ámbito de institucionalización del poder, sin que esto implicara en modo alguno su aislamiento. Por un lado, porque las elites locales siguieron manteniendo fuertes vínculos entre sí. Por el otro, porque la mayor parte de las provincias tenían serias dificultades políticas y económicas para poder sostener una autonomía plena. Esta tensión entre el mantenimiento del status soberano y la necesidad de crear una instancia mayor que las contuviera se expresó en la organización de una Confederación. Este nuevo orden tuvo como base el Pacto Federal firmado por los gobiernos litorales en 1831, al que durante los años siguientes se fueron adhiriendo las otras provincias, ya sea por convicción, interés o imposición, pues la Confederación fue progresivamente hegemonizada por Buenos Aires y por la facción federal rosista. Si bien durante esos años no desapareció del horizonte la posibilidad de erigir una soberanía nacional, existía consenso en el reconocimiento de las soberanías provinciales y en el hecho de que un acuerdo entre ellas constituía el punto de partida ineludible a la hora de elaborar cualquier proyecto de organización, incluso en el caso de aquellos que quisieran apelar al entonces novedoso principio de las nacionalidades como los jóvenes románticos de la Generación del 37. De ese modo, y si se deja de lado el Estado unitario que para ese entonces era considerado de forma casi unánime como inviable, este reconocimiento podía implicar diversas alternativas: a) mantener el status soberano en forma indefinida y, en caso de que fuera necesario, celebrar pactos o acuerdos específicos, ya fueran bilaterales o multilaterales (solución adoptada durante gran parte de la década de 1820); b) unirse mediante un pacto en una Confederación que reuniera a algunas o todas, delegando atribuciones soberanas como las Relaciones Exteriores en un Ejecutivo Provincial (solución adoptada en las décadas de 1830 y 1840);

2

Emilio Ravignani (ed.), Asambleas Constituyentes Argentinas, tomo I, Buenos Aires, Peuser, 1937, p. 1.313. En ésta y en todas las citas se modernizó la ortografía.

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA. EL ROL DE LAS FUERZAS ARMADAS

CAPÍTULO 1 / 1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL FABIO WASSERMAN - Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

c) realizar esa unión con Estados que no pertenecían a la Confederación como el Uruguay, el Paraguay o Bolivia (alternativas esbozadas en numerosas ocasiones); d) constituir un Estado federal que reconociera a la vez la soberanía de las provincias y la soberanía nacional con preeminencia de esta última (solución que se terminaría imponiendo jurídicamente tras la sanción de la Constitución de 1853 y políticamente tras la derrota de Buenos Aires en 1880 que permitió la definitiva consolidación del Estado nacional). Lo notable es que estas opciones no fueron patrimonio de ningún sector, pues era habitual que más allá de su pertenencia facciosa, ideológica o regional, los políticos y publicistas esgrimieran diversas posiciones según cuáles fueran las circunstancias en las que estuvieran actuando. Es por ello que en muchas ocasiones las calificaciones de unitario o federal, si bien no son arbitrarias, dificultan la comprensión de los conflictos y de los intereses en juego. Consideremos a modo de ejemplo los cambios de posición entre Buenos Aires y algunas provincias como Corrientes, cuyos voceros se alternaban en argüir la primacía de la Nación sobre cualquier poder provincial a fin de poder defender mejor sus intereses. Esa necesidad permitió, por ejemplo, que a principios de la década de 1830 el líder correntino Pedro Ferré fuera el primero en enunciar en la región un programa de organización nacional que en cierto modo estaba emparentado con el principio de las nacionalidades aunque no le diera ese nombre, cuando se trataba también de uno de los mayores adalides de la defensa de las soberanías provinciales.3 En su reverso, la dirigencia porteña podía argüir, como lo hizo entonces a través del publicista Pedro de Angelis, que

El Estado federal y el Estado de Buenos Aires: 1852-1862

La soberanía de las provincias es absoluta, y no tiene más límites que los que quieren prescribirle sus mismos habitantes. Así es que el primer paso para reunirse en cuerpo nacional debe ser tan libre y espontáneo como lo sería para Francia el adherirse a la alianza de Inglaterra.4

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Y, sin embargo, pocos años después ese mismo gobierno y sus publicistas podían negarle no sólo a las provincias sino también al Paraguay toda pretensión soberana al alegar que formaban parte de la Confederación Argentina. Esta inconstancia, si bien resulta fácil de comprender cuando se atiende a las circunstancias políticas, no puede considerarse como una mera actitud cínica. En tal sentido resultan reveladoras algunas posiciones esgrimidas por el político y publicista unitario Florencio Varela en su exilio montevideano desde las páginas de El Comercio del Plata, donde llegó a defender o a tolerar alternativas muy disímiles en relación a lo que hacía a la organización que debían tener las provincias rioplatenses. Así, y ante la posibilidad planteada en 1846 de que se formara un nuevo Estado que agrupara a Corrientes y Entre Ríos –y, potencialmente al Uruguay y el Paraguay–, sostuvo que aunque esa resolución no lo satisfacía ya que consideraba más conveniente luchar por el libre comercio y la libre navegación en el seno de la comunidad argentina, no podía hacerle objeciones de principio ya que las provincias eran soberanas y podían hacer ese tipo de pactos si les convenía.5 Pocos meses más tarde retomó este razonamiento pactista, aunque modificó su contenido al sostener que las provincias “forman una asociación que ha pactado constituirse en nación independiente pero que todavía no se ha constituido”.6 Casi un año más tarde profundizaba aun más esta idea de nación al señalar que “en nada pensamos menos que en dividir las provincias, en desmembrar la nacionalidad argentina, representación en América de tantas glorias militares, civiles y administrativas”.7 Estas oscilaciones deben entenderse no sólo como expresión de una modalidad que hacía del pacto entre entidades soberanas el fundamento de la constitución de los poderes políticos, sino también a la luz del enfrentamiento con el régimen rosista, objetivo que para sus opositores opacaba toda otra consideración. De ese modo las posturas en relación a la posible organización de las provincias podían ir modificándose al compás de las alianzas que se sucedían en el afán por derrotar a Rosas. Pero no es eso lo que aquí interesa sino su consideración como propuestas válidas, capaces de ser enunciadas, argumentadas y defendidas públicamente, ya que formaban parte del horizonte de posibilidades en lo que se refería al ordenamiento político, territorial e institucional de la región.

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Un análisis del programa de Ferré en José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (18001846), Buenos Aires, Ariel Historia, 1997, pp. 231-246. El Lucero, Nº 843, Buenos Aires, 17 de agosto de 1832. Comercio del Plata, Nº 207, Montevideo, 20 de junio de 1846. Comercio del Plata, Nº 361, Montevideo, 23 de diciembre de 1846. El destacado pertenece al original. Comercio del Plata, Nº 592, Montevideo, 8 de octubre de 1847.

La derrota del régimen rosista a comienzos de 1852 sentó nuevas condiciones para la organización de los pueblos del Plata. En ese marco la cuestión nacional se ubicó en el centro del debate público pues si bien siguieron teniendo una gran importancia los sentimientos e intereses locales, se hizo cada vez más patente la necesidad de constituir un orden político e institucional capaz de contener a todas las provincias. Las discusiones se centraron por tanto en la forma en la que debía constituirse la nación y en su relación con los poderes locales. Pero contra lo esperado y deseado por muchos que preferían culpar a Rosas por no haber permitido un avance en la organización nacional, ese desenlace no fue inmediato. En efecto, el triunfo en febrero de 1852 de las fuerzas dirigidas por el entrerriano Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros dio lugar pocas semanas más tarde a un acuerdo entre las dirigencias provinciales que se agruparon bajo su liderazgo y dieron forma a un Estado federal que se institucionalizó en 1853 con la sanción de una Constitución y la creación de autoridades nacionales. Esta resolución fue resistida por la dirigencia de Buenos Aires que no quería resignar el control de la Aduana y el Puerto. Más aun, la provincia no sólo logró mantener su soberanía y su autonomía, sino que también se dictó una Constitución en 1854. Las relaciones entre ambos Estados fueron tensas, con momentos de acercamiento y otros de enfrentamiento como la batalla de Cepeda, en 1859, en la que triunfaron las armas nacionales. Este resultado motivó que al año siguiente se reformara la Constitución en una Convención de la que también participó Buenos Aires. Tras su aprobación, Bartolomé Mitre, que entonces ejercía la gobernación de la provincia, hizo explícito el vínculo que a su juicio unía ese momento con el pasado revolucionario: Hoy recién, después de medio siglo de afanes y de luchas, de lágrimas y de sangre, vamos a cumplir el testamento de nuestros padres, ejecutando su última voluntad en el hecho de constituir la nacionalidad argentina, bajo el imperio de los principios.8 Los conflictos sin embargo no se acallaron, y en septiembre de 1861 Buenos Aires logró imponerse en la batalla de Pavón frente a un adversario debilitado por diferencias internas y dificultades económicas, por lo que meses más tarde el propio Mitre pudo asumir la presidencia de la nación unificada. Claro que la historia no acabó ahí, pues aún debieron pasar varios años para que pudiera constituirse un sistema de instituciones nacionales cuyo poder fuera incontestable en todo el territorio. En efecto, los enfrentamientos en torno a la organización nacional y al lugar de los poderes provinciales se prolongaron al menos hasta 1880 cuando se produjo la consolidación del Estado nacional que, no casualmente, suele simbolizarse con la derrota sufrida por las fuerzas de Buenos Aires a manos del Ejército Nacional que se había fortalecido durante esas dos décadas. Una vez consolidado el Estado nacional pudo imponerse una concepción de la Nación Argentina como único sujeto soberano. Sujeto al que los historiadores (pero no sólo ellos) comenzaron a dotar de un pasado cada vez más lejano y, por tanto, preexistente al proceso revolucionario que sería considerado de ahí en adelante como ese momento fundacional en el que la nacionalidad cobró conciencia de sí para sacudir el yugo colonial. La Revolución de Mayo se constituyó así en el mito de orígenes de la Nación Argentina y, por lo tanto, en motivo de recurrente disputa acerca de su sentido, alcances y proyección tal como sigue sucediendo hoy día en vísperas de la conmemoración de su Bicentenario.

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Ricardo Levene (ed.), Lecturas históricas argentinas, tomo 2, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1978, p. 322.

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BIBLIOGRAFÍA

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