revista delatripa: narrativa y algo más. Número 35

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Descripción

Número 35. Abril - Mayo 2017.

Revista

No. 35. Abr-May 2017. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje.

Editado en Ensenada, Baja California. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a [email protected] / Consejo Editorial: Paty Rubio, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Anel Mora.

Contenido

Teoría del gabachero

Gilberto Avilez.

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¿Cómo se siente la noche? Blanca Vázquez.

Cristina Leirana.

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Vamos al circo.

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Las mil historias sobre un joven ahogado. Waldo Contreras López.

Arcoíris de sombras. El gato bajo la lluvia, 2017. Aída López

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Los últimos estertores de la víbora decapitada.

Jorge E. Núñez.

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¿Cuentos infantiles? No lo creo. Jéssica de la Portilla Montaño.

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El regreso de Josefina. Érick Salgado.

La memoria del pájaro. Ángel Augusto Uicab

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¿Arriba o abajo? ¿Alguien puede explicarme?

Capítulo piloto.

Noche de luna.

Dando vueltas con Silvia.

María Nieto. Paty Rubio.

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Silvia Polanco Euán

Herencia de silencio. Uriel Martínez.

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Mover la sangre. Adán Echeverría. Judith Almonte Reyes.

Luis Miguel, el Sol, cumple años hoy. Y tú, apacible oscuridad, también. 52

El vuelo. Brayant Sandoval.

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Crónicas sobre el fin del mundo, en: De recuerdos, noches, fetiches y cultura pop, no se vive.. se sobrevive. Waldo Contreras López. 57 Felipa Poot a 90 años de su asesinato en Kinchil. Jesús Solís Alpuche. 66 Asesinato en la calle Riveroll. Marta Aragón R. 74

La planchada.

Addy Castillo Espínola

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La casilla azul de la villa ‘la paloma’ (junto a las quebradas). 80

El hábitat de los aluxes, espacios domésticos y espacios sagrados. Jorge Eladio Poot Novelo

Somos los mismos... ¡Desnudos! Nota de prensa.

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Demersales en A mayor.

Sofía Garduño Buentello 99 Roberto Cardozo 101

51

Jéssica de la Portilla Montaño.

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Mi punto de risa.

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Alegría por la vida.

Jorge E. Núñez.

María Jesús Méndez

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La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño

Incipit.

Blanca Vázquez

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Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte

Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal

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Teoría del gabachero. Gilberto Avilez

El otro día, platicando con el “siete veces internacional” Dr. Juan Castillo Cocom, se me ocurrieron unos apuntes de trabajo para analizar una figura imprescindible de la historia peninsular; propiamente de la historia del pueblo maya de la Península: los gabacheros. Esa especie de neoconquistadores autóctonos, que en sus objetivos primeros de vida, está el de tratar de hacer revancha, cinco siglos después, al trago amargo de la conquista de América ante una Europa en expansión. Un gabachero (aunque existan, desde luego, mujeres gabacheras), resume a la perfección la situación neocolonial de los pueblos de “Nuestra América”. Si hace cinco siglos, la América indígena fue conquistada no sólo militar sino hasta biológicamente, los gabacheros actuales, cuales nuevos guerreros mayas, buscan con insistencia afiebrada, por las calles y tugurios de Mérida, o por las playas ardientes de Cancún, la llegada semanal de las hijas de Colón, o de las rubicundas hijas del yanqui. Pero, ¿qué es lo que entendemos por gabachero? A grandes rasgos, podemos referir que los gabacheros son los “aborígenes americanos” cuya costumbre es ligar extranjeras: gringas, europeas, españolas calentonas, en busca de su Cuauhtémoc rompe hamacas, o rusas comunistas, eslavas vampíricas, o teutonas de temblorosas caderas. Pero por gabacheros, desde luego, no me refiero a los “dzulitos” del pueblo, o a los hijos de la Casta Divina o Beduina, acostumbrados a correr la legua con gringas de grandes caderámenes. No. El gabachero es un tipo característico de la laja peninsular, y su sex appeal es directamente proporcional a

mientras más “mexicano”, más cobrizo y de piel bronceada se presente ante el ojo de la gabacha enamorada de lo exótico, de la alteridad salvaje, de la otredad repleta de semántica amorosa. El gabachero, ante los ojos de la “peregrina del semblante encantador”, ocupa la primera escala, la escala folk del continuun amoroso: el amor salvaje, no urbano, folk, no de tundra o bosque templado, el amor tropical, el amor aborigen; pueblan las soledades etílicas de la neoyorquina visitando el Caribe mexicano. Y aquí podemos decir, que uno de los grandes gabacheros con que cuenta la historia revolucionaria de Yucatán, fue el socialista gobernador yucateco Felipe Carrillo Puerto, enamorado hasta la desesperación por su Alma Reed, la gringuita a la que le decía que no se olvide de su tierra, no se olvide de su amor. Según los sesudos estudios del Dr. Castillo Cocom, la mujer de Gonzalo Guerrero, la ardiente Zazil Há, fue la primera gabachera que podemos comprobar su existencia a ciencia cierta en la historia de México, aunque sabemos que hubo otras antes, muchas; pero esto no está consignado en los anales de la historia, como sí lo está la Malinche, que como nos lo recuerda el erudito en gabacherías, el precitado Dr. Castillo Cocom: “la Santa Malinalli es la deidad del amor forastero, diosa de la hierba y santa del gabachero. Diosa del Iknal”. En el Mayan Pub, en la Mezcalería, en cualquier tugurio “cultural” y “postmoderno” de Mérida, ahí encuentras a esa especie conquistadora con la gringa amaestrada por tanta cultura mesoamericana: como salido de una hacienda henequenera, el gabachero, vestido de manta cruda, huaraches y pespunteado el cuello con soguillas de su gentilidad, chupa con delatripa 35

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la gringa hasta morir, al mismo tiempo que fuma mota hasta hablar en lenguas incomprensibles. En una descripción un poco inexacta del gabachero, Tryno Maldonado escribió lo siguiente de este personaje que es fácil de conocer y toparse con él en las calles de Mérida, no sólo en las playas del trópico: “Los gabacheros eran casi por norma jóvenes de labia fácil y carisma imantado, con el radar puesto en las turistas extranjeras. Sobre todo, gringas y europeas. El cabello del color del ala de un cuervo, recogido en una coleta como guerrero azteca, tes de bronce, ropa de manta y huarache, conformaban el anzuelo infalible para que el turismo revolucionario del primer mundo creyese haber encontrado en alguno de ellos al último portador de la sangre real de Cuauhtémoc”. ¿Qué busca el gabachero cuando decide su destino de dejar a las mujeres de su tribu, y practicar el intercambio intercontinental y civilizatorio de hembras? Todo se resume a una razón práctica, a una elección racional: “La peor de las suertes que un gabachero podía correr, era que su conquista se ocupara de todos sus gastos durante apenas unas pocas semanas a cambio de sexo intercontinental. Para luego, satisfechos los intereses de ambas partes, deshacerse de él. En el mejor de los casos, no obstante, una vida resuelta y holgada, colmada de los beneficios asépticos del Estado de Bienestar en el primer mundo, era lo que le aguardaba en su brillante futuro al gabachero con más fortuna”. Pero si bien la característica física del gabachero, estriba en el color moreno de su piel, podemos apuntar que, la mayoría de ellos, tienen como oficios la venta de chucherías (soguillas, pulseritas y otros abalorios), en las calles de ciudades coloniales o en las playas; aunque algunos son vendedores de churros y otros productos ilegales, pero no se descarte a gabacheros con estudios de posgrado como el ya citado Dr. Castillo Cocom, o como mi buen amigo, Juan Carrillo, un gabachero que solo podía convivir con moscovitas. Podría extender estos apuntes primeros sobre la teoría del gabachero, pero basta con estos leves párrafos.

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¿Cómo se siente la noche?

Blanca Vázquez. para Chapis

Yo no la entendía, creía que su dolor hacía que me dijera que él no me quería. Yo en ese instante dejaba que mi mente volara, dejaba que se fuera lejos de las palabras. Mi cuerpo abadonaba la casa con sólo cerrar los ojos. Ella, atrás de la máquina Singer pedaleaba para confeccionar ilusiones multicolores de aquellas señoras que la visitaban mes con mes. Sus ojos le pesaban, sus manos sabias se agrietaban por las agujas y los pespuntes perfectos. Yo no podía comprender por qué rezaba tanto, aún hoy no creo en todos esos santos, ella sí. Sus ojos se llenaban de tristeza cuando yo lo recordaba, creía ver dentro de ellos agua mezcla de rencor y pesar. Estaba sola, lo sigue estando. Yo no quería aceptarme igual a ella, abandonada, por el que sólo engedraba y jamás volteaba a ver a los que dejaba detrás. ¿Cómo se siente la noche cuando has dejado ojos pequeños esperándote? Han pasado los años. Mis manos menos sabias han dejado de esperarlo, han tenido ganas de gritarme que él no me quería, no me quiso, nunca se atrevió. Han pasado los años y mi mente regresa a aquella casa en donde ella aún habita, con su cuerpo pequeño y su corazón grande.

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Las mil historias sobre un joven ahogado. Resulta ser que mi ciudad es una belleza, una perla del pacífico mexicano engarzada en abalorios hechos de dinero de pudientes; a donde uno camine se puede observar la ostentación de esos lujos: camionetas cada vez más caras, ropa cada vez más fina, casas cada vez más bellas; restaurantes caros, tiendas caras, mujeres y hombres caros. Dicen que por acá están las mujeres más bellas y los hombres más guapos; dicen que la vegetación es exuberante, el clima bueno para la salud y la tierra más fértil que el vientre de una quinceañera. Los ciudadanos de a pie, como yo, sabemos muy poco de esas cosas o más bien, tenemos poco alcance para estos lujos; a la gente como nosotros para lo único que nos alcanza es para soltar la lengua durante horas y horas en apasionado tema, y se aguajira uno pensando que quizá algún día los planos de la ciudad cambien y se cuadren al menos unos meses a nuestro favor. Los ciudadanos como yo caminamos la ciudad, y por lo mismo la conocemos de verdad mucho mejor que cualquier rico. Y resulta que por acá existe un río, el río más bello del mundo, con su malecón más bello del mundo, que se pone radiante a la luz de los atardeceres más bellos del mundo; y entonces, por acá por supuesto, han de suceder las cosas más extraordinarias del mundo. Y pues resulta que hay una avenida hermosa con sus lámparas de lujo y sus camellones adornados con las flores de colores más encendidos en la ciudad. Y en esta avenida existe un puente que atraviesa el río más bello del mundo; y resulta que yo caminaba sobre este puente en esta tarde infernal, pensando en el pasado inmediato e imaginando lo lindo que hubiera sido que ese pasado caminara a mi lado, tomados de las manos, mirando el deslumbrante crepúsculo citadino.

Waldo Contreras López

Pero entonces el mundo real comenzó a girar y me suelta una lenta historia visual. Hay un lugar llamado “La Isla de Orabá”, que es un simple montículo de tierra en medio del lecho del río; y el “puente que va a tierra blanca” y el mencionado montículo de tierra hay una distancia de al menos unos trecientos cincuenta metros. Caminaba obre este puente cuando llegan un par de patrullas de la policía ministerial; llegan como en las películas norteamericanas: rechinando llantas, torreta encendida y con al menos una docena de policías prietos y feos, obesos y torpes, con muchos ánimos de tirar acción; se despliegan con sus ansias teatrales, hablándose a señas y agazapándose entre las bancas del parque ribereño. Me encantó la escena de cine clase “b” que saltaba ante mis ojos con una velocidad pasmosa; y no pude evitarlo, me emocioné tanto que bajé del puente enseguida; cuando descendía por una larga escalera metálica noté que dos personas de aspecto joven salían corriendo de la nada ¡y aquí empezó la verdadera acción! Casi me lanzo desde la mitad de la escalera cuando veo que los policías emprenden la persecución contra el par de granujas; y vi a los jóvenes correr entre los árboles, y vi que a los agentes del orden les fallaban las piernas en los primeros cincuenta metros de carrera maníaca, se detuvieron y ya me empezaban a decepcionar cuando una lancha partía a toda velocidad rumbo a río abajo y los policías volvían a movilizarse con sus carreras de borregos asoleados. ¡Han de ser unos poderosos mafiosos juveniles, alguien así como el joven Scarface; o quizá sean un par de grandes rateros de autos así como Bryan O´Connor y Toretto! Pensé emocionado, y me fui corriendo tras una turba cada vez más numerosa, quienes a la vez seguíamos entre risas a los policías quienes, para esos momentos, ya estaban histéricos. delatripa 35

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Llegamos todos al fin del parque ribereño que está del lado del malecón nuevo; los policías discutían entre ellos, y hacían preguntas a los curiosos. En la isla de Orabá había al menos una cuarentena de policías; la lancha en la que supuse huyeron los hampones daba vueltas bajo el puente colgante que conecta el parque con la isla. –¿Qué pasó?– pregunté a un par de eloteros. –Un joven jugaba al trapecista sobre las cuerdas metálicas del puente y resbaló, cayó al río; lo vimos manotear intentando nadar pero al fin se hundió, debe haber estado muy drogado pues luchó muy poco… los lancheros y un par de buzos lo están buscando bajo las aguas. Esta versión no me convenció, pues pensé que no se necesita a todo el departamento de policía de la ciudad para vigilar el rescate de un joven de las aguas caudalosas de este río tan viejo. Me acerqué a un par de jovencitas vestidas con ropa de marca y altas zapatillas, con sus rostros exageradamente maquillados y su piel abrumadoramente perfumada. –¿Saben qué sucedió? –Era un raterillo –contestó la menos agraciada de las dos – le quitó un teléfono a una señora que estaba de compras adentro de la plaza, lo reportaron enseguida y se inició la persecución. Dicen que ya estaba por subir al puente Tierra Blanca cuando llegaron los policías; lo corretearon hasta acá y se arrojó al río; policías idiotas, como siempre, ni con uno solo pueden y se les escapó. Esta versión me pareció más verosímil. Escuché que llegaba un joven vendedor de banderitas y trompetillas: “No fue así la cosa. Eran dos muchachos jóvenes; según me dijeron, allá debajo del puente, estos cabrones mataron a un señor a la salida de un restaurante que está nomás pasando la avenida Obregón, un restaurante de ricos; los venían persiguiendo desde allá pero como todos sabemos, esto ya estaba arreglado 8

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con el gobierno, y los policías nomás vinieron a hacerle al pendejo: se les peló Baltazar” Esta versión si me gustó pues tanto policía ameritaba un hecho así de violento, y además era la que más se acercaba a mis especulaciones cinematográficas de hombres de acción, justo como Scarface o Bryan O´Connor y Toretto; encajaba muy bien con la escena que iniciara bajo el puente tierra blanca. Escuché a un par de “hipiosos” mencionar que la lancha buscaba a un par de jóvenes que habían estado en una competencia fanfarrona de cruzar el río; uno de ellos resultó menos mejor que el otro para la natación y fue tragado por las aguas. Esta versión me gustó: nada. Escuché platicar a dos empleados del parque, que los jóvenes habían despojado de una lujosa camioneta a una mujer, que todo había comenzado en el estacionamiento de un supermercado que no está muy lejos del lugar de los hechos; agregaron que los jóvenes fueron perseguidos por policías adjudicados al almacén hasta el Boulevard Tres Ríos, y abandonaron la unidad e intentaron huir a pie, tomando rumbo al parque Las Riberas; ya ahí, tomaron el puente colgante y uno de ellos, en la desesperación de la huida, al mirar atrás, tropezó y cayó al agua. Les pregunté sobre los jóvenes que salieron corriendo debajo el Puente Tierra Blanca; me comentó que son también empleados del parque, operadores de la lancha de rescate y que fueron ellos quienes, junto a un par de policías, tomaron a toda velocidad a bordo de la lancha rumbo a la isla de Orabá. Me quedé unos minutos observando las maniobras de rescate de los lancheros y los buzos del departamento de protección civil, las conductas histéricas de los policías y sus ínfulas de detectives; al margen de todo este teatro citadino noté a una jovencita que lloraba en silencio, mirando entre lágrimas hacia el río, al pedazo de río bajo el puente colgante; su triste figura recortada por el sol que empezaba a retirarse del mundo, apagando su colorido crepúsculo, se asemejaba a la imagen de una gata que sollozaba sobre los tejados de las

ciudades, ante la inmisericordia de su soledad repartida y su vientre lleno de gatitos. Del lado de la isla se empezaron a oír gritos de los policías y los empleados del departamento de protección civil; estaban sacando un cadáver de las aguas; vi los intentos por reanimar el cuerpo, le pusieron una sábana azul sobre el rostro para que sus ojos sin luz no miraran el cielo sobre tanta gente, y oyera sus ficciones ni viera sus preocupaciones banales de comer elotes, vestirse bien, perfumarse demasiado el cuerpo, ganarse el pan a bordo de una bicicleta, una lancha o portando una pavorosa pistola; o a una mujer que lloraba bajo el mismo cielo. Me alejé de ahí consternado, pensando en los dos; aquellas pupilas sin luz y aquellos ojos femeninos que lloraban, y que quizá se habían encontrado media hora antes de la tragedia sobre aquel puente colgante; caminé pensando que la muerte nos separa del mundo y que la vida está hecha de miradas, plena de miradas, de miradas que se encuentran y almas que se desencuentran, y acaban con la vida. Camino a casa, recorrí con mis pasos el largo tramo que hay entre la isla y el puente majestuoso sobre el cual se habían encendido los faroles de su camellón ostentoso; recorrí con la vista las escenas cotidianas en el parque: las familias pobretonas que celebran con sincera algarabía, los jóvenes y su natural hiperquinesia, dada a las bicicletas y patinetas; miré a los atletas forzudos que sudan y resoplan en sus pretensiones de ser gente televisivamente atractivas; a las parejas de enamorados que se esconden tras los árboles aprovechando los primeros minutos de lobreguez junto al río, antes de que el alumbrado público los sorprenda en sus escarceos cachondos; a las ancianas mitoteras, con sus charlas a gritos, espantándose los mosquitos unas a otras; a los guarda parques cargando sus herramientas de jardinería, las bolsas enormes para basura color anaranjado llenas de hojas secas; a los vendedores ambulantes que se disputan clientes

vociferando en coro merolico y cadencioso de acento sureño; a los gays facinerosos que hacen señas pícaras y furtivas a los hombres solitarios sentados en las bancas; las parejas de lesbianas que se toman de las manos, se besan los labios en esa manía de querer mostrar al mundo una libertad inventada-inexistente y que para empezar, a nadie le importa una chingada. Un mundo latiendo, ignorante del cadáver que yace tendido en la orilla lodosa habitada por pequeñas tortugas entre las piedras. Ignorante de un joven que flota en mi mente, la cual fluye veloz como los grandes ríos de Suramérica. Un joven con ojos muertos inocentes de la noche que se aproxima, ese manto oscuro el cual, ya tendido sobre la ciudad, lo envolverá y se lo llevará para siempre del pensar de tanto mundo. Tanta gente ignorante de tanta cosa tan poderosa. Mi poderoso pensar, poderosos esos ojos muertos llenos de algo incomprensible por desconocido. El poder de unos ojos femeninos que lloran, lloran y no dejan de mirar ese punto fallecido y eternizado que flota etéreo y visible sobre las aguas. Una cosa existe, algo ha sucedido; hay un misterio oculto en ese pedacito de universo que transcurre loco bajo el puente colgante, justo en ese punto invisible y no por ello inexistente y sin importancia… ahí, en ese lugar vivo sobre el cuál aquellos ojos de mujer lloraban: –Sucede que hay un cadáver tendido a la orilla del río; un hombre muerto que no es cualquiera, un muerto que está a merced de los mosquitos, las sanguijuelas y las tortugas carnívoras de los ríos ciudadanos. –Y una muchacha le ha llorado– le contesté a la amiga hipster que me abordó a las afueras de la biblioteca pública del estado… los automóviles de la avenida principal apenas nos dejan transcurrir en nuestra plática con sus zumbidos y sus claxon. –Pero ¿cómo sucedió? –La gente por acá está loca; hay miles de historias en torno a ese cadáver juvenil, y tras sus ojos opacados por el vidrio y el vaho vaporoso de la muerte. Hay mucho, mucho más delatripa 35

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a la importancia de miles de historias. Ellos no saben la verdad. –¡Que espanto! Entonces el joven se llevó consigo una parte de esa historia, de ese misterio y la muchacha llorona jamás nos contaría la versión de su verdad. –Nos hablaría quizá sobre la verdad del muerto, quien obviamente ya no puede replicar. Pero yo sé algo y lo tengo que contar; tengo una verdad más espesa. Los ojos opacados de ese cadáver juvenil murieron antes de morir; algo los mató y ya ciegos aventaron el cuerpo que los carga al fluir incesante de las aguas del río. Hay un pensamiento único: dos mentes que instantes antes de esa nubladez en los ojos de ambos estaban en una disputa a muerte, una disputa acerca del amor, una pelea que aun flota sobre el río, sus ecos casi se pueden tocar como los pistones de las trompetas listas para sonar una canción. Ahora me toca a mí rescatar ese misterio y contar mi historia personal sobre el ahogado. –¿Te acompaño? –Vamos, pues… Se trata de contar la verdadera historia del ahogado; desentrañar el misterio pesado y casi palpable, casi visible que flota sobre ese punto; ese espacio entre el colgar del puente y el lecho del río, el lecho instantes breves antes-muerte. Esta historia sería imposible sin el llorar de la muchacha; esa jovencita quien creó el loco universo espacial impalpable entre el puente y las aguas de muerte, con solo mirar mucho tiempo el cadáver del ahogado; la muchacha creó, como si su mirar hubiera salido de los ojos de una diosa que crea el universo loco con su pensar y el poder de imaginería, en sus pupilas y el relámpago de su parpadeo. Yo: Él le amaba, ese joven muerto. Mi amiga Hipster: Ella lo amaba, esa muchachita llorona Yo-:¿Los dos se amaban? Hipster: ¡No! Alguien ahí no amaba… Y: ¿O amaba menos? H: ¡No! Alguien ahí no amaba; si hubiera amor, un amor único, no debió haber muerte. 10

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Y: La muchacha llorona no amaba. H: ¿Cómo saberlo? Y: El joven está muerto, amaba más; pues ella sigue viva. H: Ella le lloraba, ella se quedó. Y: Pongámonos de acuerdo antes: ¿él se suicidó o ella lo mató? H: ¡Intentemos ser ellos! El ahogado es un suicida. Los suicidas ¿de qué se matan? Se matan de amor, de mucho amor mal vacío. El suicida es egoísta, el suicida es quien ama siempre y más; el amor es también egoísmo cuando se engrandece, cuando se sublima. El amor egoísta es grandioso y sublime; un amor así siempre será trágico, tan trágico como un adiós sincero. El adiós sincero se despide del amor sublime; entonces, la sinceridad es asesina en combinación y entonces. Y entonces, los suicidas poéticos del amor, prefieren arrojarse de los puentes en la pálida tarde que alumbra el chocar de su cabeza por delante, contra los ríos del mundo. ¿Qué sinceridad despidiente te ha arrojado ahí, joven de ojos opacados por el nublar de una mujer quien todavía no te ha comprendido hasta este momento en el cual tú ya estás muerto? ¿Por qué has preferido tragarte las aguas del río urbano? ¿Para ahogar ese nudo en tu garganta que no pudo tragarse el desdén, ese adiós sincero y trágico? ¿Por qué has permitido que esa sinceridad mujeril te empujara a la muerte? ¿Tu contra-argumento amoroso fue tan débil? Solo el amor de un hombre puede acabar con la credibilidad amorosa de otro hombre, por muy buen amador sublime y egoísta que este último sea. Muchas veces, la credibilidad de un hombre no tiene que ver necesariamente con su capacidad para el amor pues hay cosas que están por encima de todo esto.

Un hombre amador se suicida todito con su amor; no se culpe a nadie, por muy perramente sincero y trágico que sea el adiós de una mujer; nadie le empujó a morir con la cabeza por delante. No hay culpas atrás, por muy poético que sea su pinche amor sublime y egoísta hacia una mujer que le ha dicho: “Adiós” Pero... ¿Y si el joven ahogado ha sido de verdad asesinado? La muchacha llorona. Una muchacha llorona es muy normal ante los ojos de todo el mundo; pero, sus ojos lloran ¿por qué? Ella es una asesina en ese universo entre el puente colgante y el río, en ese espacio denso que ella misma creó con su mirar insistente y sus lágrimas remordientes. H: El joven ahogado no ha sido asesinado Y: El joven ahogado no se ha suicidado, ha sido muerto por el adiós sincero de la muchacha que le llora; ¿por qué le dijo adiós con su sinceridad tan remordiente? H: Este es el misterio amigo mío, aquí vamos de nuevo, pongámonos de acuerdo ¿hay que ser como ellos? Y: ¿Podríamos serlo? Ya lo intentamos antes, veamos: ¿me amas tú? H: No. Y: Tu sinceridad no me hiere, no te amo, no estamos funcionando como ellos H: Esa es la raíz del misterio que nos tiene aquí; por eso ese espacio, ese universo cada vez más denso entre el puente y el río existe ahora ¿Por qué se despidió de él tan sincera y sin piedad? Una historia de un tercero, una historia material. En mi ciudad hay juventud, hay riqueza. Un joven junior dueño del mundo La muchacha llorona es muy bella y sincera.

En mi ciudad la belleza femenina se puede comprar. Y no hay nada en el mundo tan sincero como una gran cuenta bancaria y un joven bello y con futuro; estos jóvenes ricos no se ven muy seguido platicando con mujeres en parques para pobres; esos parques y sus puentes ribereños con sus puentes colgantes y esa larga línea lustrosa y chocolatosa habitada por mosquitos, tortugas apestosas y horribles sanguijuelas. La muchacha tiene una sonrisa relumbrona y una figura de belleza indiscreta (hasta un obispo anciano voltearía a verla con todo y su vestido sacerdotal y sus escapularios y cadenas de rosario colgadas a su cuello). Ella trabaja de “hostess” en un lobby-bar del hotel de alta burguesía ubicado en la avenida principal, en la zona más luminosa y de altos vuelos, plena de gente que mira por encima del hombro a quienes haya que tomarse la molestia de mirar; la jovencita es una belleza que tiene que dedicar más de ocho horas diarias a atender ricachones, es una mujer lamentablemente pobre y además, madre soltera que quiere superarse y por eso estudia la universidad por las mañanas. Una mujer como tantas en el mundo, que tiene que levantarse al amanecer a darle de comer a su hijito, amarrarse la tripa, lavar su cuerpo sinuoso y sin caricia ajena por las noches, reflejarse en el espejo que refleja su cama destendida de soledad y carencia; todo esto le lastima, pero se aguanta. El joven bello y rico: Los jóvenes ricos son capaces de todo, todos con la capacidad para comprar cualquier cosa que se les ofrezca; pueden comprar hasta los sustitutos del amor que sus padres les vienen debiendo desde siempre; pero ellos quieren algo que puedan poseer y disfrutar, algo caro, algo anhelado, algo humillable ante sus ojos, algo humano; y nada hay como una mujer bella y joven que está dispuesta a dejarse engañar por la supuesta buena intención de un joven rico. Una joven bella y pobre está dispuesta a dejarse comprar por atenciones cariñosas de oropel, a hacer a un lado la sinceridad amorosa y delatripa 35

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dependiente de un hombre pobre y lleno de ternura, falto de ternura; ella está dispuesta a humillar la pasividad de su novio ante los días de sus carencias, ante los carros de lujo, la ropa de marca, los perfumes caros, los arreglos florales millonetas, y el glamour y la luz de los restaurantes de lujo de las ciudades; ella tiene el ánimo dispuesto para desdeñar sus discursos pasionales, sus palabras utópicas. Un hombre pobre solo tiene ese tipo de ilusiones; un hombre rico posee realidades palpables al alcance de los billetes. En esta ciudad, en este mundo del dinero, hasta los besos de un borracho vomitado saben rico. Los besos de pobre sabrán a amor, a menta o vainilla, a mariposas en el estómago, pero estos no llenan la barriga ni cumplen objetivos a largo plazo: el mundo no está hecho para los ilusionistas de la bolsa flaca. Un muchacho rico puede ir a los lugares que se le antojen; irá a una playa cara del sur del país, a un pueblo pintoresco y mágico de los llanos o la sierra, a ciudades luminosas y cosmopolitas, románticas o exóticas del extranjero; pero un hombre, rico o pobre, siempre es territorial; un hombre sabe que hay lugares que no domina ni con todo el dinero del mundo. Para un hombre rico la influencia de su poder psíquico-económico queda reducido al lugar donde nació que es el lugar en donde aprendió que él puede; no puede dominar a sus iguales ni hablarles con autoridad ni a ellos ni menos a su familia; así que sale a las calles en su lujosa camioneta o en su carro deportivo europeo y observa: “¿Qué podré obtener hoy?” se pregunta a diario. Entonces, imaginen esta escena: El joven rico está harto del día que se acaba con sus cosas, harto de su búsqueda rutinaria y material del algo; el sol ha caído como el último ángel de la salvación y él comienza a sentirse triste ante la oscuridad del cielo y la lobreguez de su soledad miserable, suspira profundamente y reflexiona sobre su vida de mierda pues sabe que hay hombres más 12

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solos pero menos desgraciados que él con todo y sus billetes; él, tan rico y bello quien no entiende bien a bien los por qués de su tristeza y su vagar; y toda esa soledad cargada encima de sus lujos; le entristece ver las leves sonrisas bajo la mirada cansada y melancolicoide de los hombres de a pie, dueños de una soledad rara y muy ajena a la suya; envidia la inocencia de sus gestos y su caminar raudo, pasional, tenso y certero; el muchacho rico sabe que ellos están tan seguros de su soledad que la cargan por encima con alegre y sincero estoicismo. Esos hombres no son como él. No será como ellos nunca, jamás tendrá ese mirar melancolicoide, esos ojos abandonados por la figura de carne, huesos y amor verdadero de mujer. Les envidia, le encorajinan; en el fondo siente contra ellos un recóndito gusto por su estado de gente jodida. No, definitivamente no se alegra de no ser como ellos; se siente triste y decide irse a su mundo, y en su rodar sobre las avenidas populosas se encuentra con aquel hotel de cinco estrellas hechas de clase alta. Entra al lobby-bar y escoge la mejor mesa, levanta su mano y le hace una seña altanera a un mesero quien acude de inmediato: el junior ya se siente en su mundo, se regocija en su silla y se prepara para mejorar un poco su día muerto tras la caída del sol; pide el whisky más caro para agrandar su pantalla, el espectro luminoso del ámbito de su poder; y su pantalla le funciona de inmediato: los ojos de una joven relumbran ante la luminosidad estrafalaria de su presencia. Ahí está él: todo guapo, todo perfumado, tan sano, tan rico, tan interesante; y acá se le aproxima ella en busca también de mejorar su día, que se puso feo cuando no pudo pagar la colegiatura de la escuela universitaria en donde estudia; se acerca sonriente a la mesa, con sus caderas de sofocón, sus nalgas macizas de mujer de veintitantos años de edad, sus piernas blancas y torneadas, su boquita rosita y su mirar bobalicón; ella lo ha reclamado oficialmente, y ante sus ojos tiene el derecho de

atenderlo “como se merece”. Y los dos se enganchan en sus respectivas necesidades, y se creen las mentiras que se gastan el uno al otro; ahora se manosean con las miradas, se prometen placeres de formas silenciosas y tácitas (se dan sus números telefónicos). Algo se ha concretado, hay nuevos planes en el mundo, una nueva relación ha quedado flotando en el aire apestoso a humo, alcohol, perfumes caros y comida de gourmet; un nuevo engrane ha sido metido en la maquinaria de los sucesos para que el mundo ruede de una nueva manera y, por supuesto, siempre ha de haber un desenlace (pues todo comienza para que un día termine), grande o chico, pero ha de haberlo, caiga quien caiga. Y en el mundo del ahora joven ahogado las cosas han cambiado: la mirada de su amada se nubla ante su escuálida y pobretona presencia, se nublan de lástima; y su boca y sus manos de tersura femenina lo desprecian en una cruel muina; el ahora joven ahogado empezó a morir ese día en donde el mundo y sus sucesos se acomodaron para que sus pasos tristes lo llevaran a poner sus miradas sobre el río, desde la altura de vértigo del puente colgante. Entonces, sucede al fin que ahí están los dos, ella con su cara de palo y él con su cara de convaleciente, en una trágica disputa, en ese triste estira y afloja entre una mujer y un hombre quienes un día se amaban; y ella le ha dicho que todo terminó, y que ya no puede amarle más; y él le reclama, suplica porqués como si fueran necesarios. Ella mira esa manos, esos ojos, esos labios que hoy detesta; aborrece sus palabras humilladas; soporta toda la retahíla porque será el último escollo para ganar su libertad y el derecho a una vida mejor y más emocionante que las vibraciones del amor; él pide el puñal, la bala parlante que ha de matarlo, la recibe sin piedad en forma de “Jamás te amé de verdad”.

Todo terminó, el cielo se ha nublado, ya no queda nada debajo; se dicen adiós con la palabra atravesada en la garganta, se dan la espalda… al bajar el puente, la ahora muchacha llorona no soporta el peso que dejó tras de sí y voltea a verlo: el ya no está, se ha ido para siempre, su figura escuálida y sus ilusiones se han perdido entre la bruma emitida por tanta gente y tanto mundo, y el río que sigue fluyendo a pesar de todo. Y a cada paso que da se va dando cuenta que quizás sí lo amaba al final de cuentas, tal vez un poquito, quizás un mucho; la ahora muchacha llorona se sienta cerca del puente a pensar en él como nunca lo había hecho; aquel muchacho pobre sí se merece sus pensares porque el pobrecito la ama y además ya se ha ido. Y la muchacha llora e intenta borrar tantas cosas a su lado, intenta difuminar la triste imagen diciéndole adiós, intenta sacarlo de sus ojos con el fluir de sus lágrimas, llora y llora, piensa y piensa; y la muchacha llorona no siente el tiempo, el tiempo no existe en los pensamientos, toma su teléfono, se seca las mejillas húmedas de llanto, y sonríe como niña; marca por teléfono, y mientras pulsa el teclado de su Smartphone, piensa en la sorpresa que se ha de llevar cuando ella pida que la perdone, que lo ama, que regrese; se imagina el filoso sonido del timbre en su auricular: uno, dos, tres timbrazos y él, por supuesto que va a contestar; la línea está muerta; y se da cuenta que el mundo se mueve a su alrededor… mira al río, están sacando un cadáver, el cadáver de un joven ahogado. Se derrumba a llorar para siempre, mientras el mundo sigue girando ajeno a todo, ajeno a sus lágrimas, al fluir de las aguas del río, a las peleas de enamorados, al dolor del amor, a los atardeceres y sus crepúsculos ardientes; ajeno a esos ojos opacados por el vaho de la muerte, a la mirada perdida para siempre en los altos cielos eternos que viven sobre estas ciudades crueles, llenas de lujos y gente cara, a quienes les importa un carajo que un hombre haya muerto de amor; un joven asesinado por la materialidad de las personas… delatripa 35

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Mi amiga hipster: ¿Este tipo de cosas sucede en las ciudades? Yo: Sí ¿por qué no ha de ser así? H: no se ven o escuchan cosas parecidas en estos días… es decir, yo jamás he visto algo que se le parezca… Y: En este mundo hay de todo, Brenda; cosas como estas no se ven, y suceden muy seguido porque la gente en estos días vive con miedo a lo único impalpable que vale la pena. H: No vengas a chingar… ¡No vengas a decir que es el amor! Y: Es el miedo a sus propias almas… el peor miedo que existe, el peor que puedas imaginar. Una historia trágica acerca del amor es hoy una leyenda urbana digna de toda burla. La muerte de un joven. El cadáver de un joven ahogado, la muchacha llorona, todo en su conjunto no tiene el peso elemental para que la gente con su alma materialista lo recuerde más de diez minutos. Un suceso; sus ecos, casi se pueden palpar, como los pistones de las trompetas a punto de sonar una canción.

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Canción de amor; una burla a la mala índole materialista citadina. Se me antoja con una orquesta de música de viento, una fanfarria amorosa, una fanfarria burlona con notas tan altas, tan altas, a todo pulmón… a todo pulmón, con la fuerza del desdén de toda esta gente que detesta recibir a los amantes, detesta sus almas, detesta la vida, los ríos, los cielos, los crepúsculos… los jóvenes ahogados suicidas del amor. La noche ha caído y se ha llevado todo, en el viejo parque ribereño no queda, ya nunca, nada más que recuerde cualquier suceso visto sobre aquel joven. El manto negro se ha destendido sobre todas las cosas; mañana, mañana el velo se habrá ido y nada habrá quedado. Adiós, adiós bello joven ahogado.

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Los últimos estertores de la víbora decapitada. Desocupado, menospreciado por la familia y la sociedad, abandonado por mis viejos amigos, me senté un día en el banco de una plaza. Se me acercó amigablemente un perro callejero. Al instante tuve un impulso inconsciente y casi desquito en él tanto maltrato del destino, con una piedra que tenía bastante disponible a mis pies. Sin embargo su presencia me trajo reminiscencias del pasado y ya no pude confundirme en una maldad imperdonable. Como flashes venían momentos albergados en mi memoria: érase un día nublado de aquel mes de julio, inusualmente lluvioso y muy frío. Recordé instantes felices de mi juventud alegre y confiada, y entonces al perrito callejero lo acaricié con toda ternura y piedad. Rumbo al medio del campo, me había alejado aquel día del fogón, mal abrigado, escopeta en mano. Los siete pulgosos agregados a la casa de mi abuela se habían obstinado en seguirme. Yo ya me había desgañitado con mis ordenes de "juira" que ninguno obedecía. Cansado de intentar persuadirlos a piedrazos de que no era yo buena compañía, finalmente debí aceptar que ese no sería un buen día de caza para mí. Estaba aprendiendo a manejar mi 16, e intentaba atrapar algunas perdices en vuelo, cosa prácticamente imposible con esos peludos desacatados moviéndose muy por delante de mí, espantándomelas. Nunca tendría yo la oportunidad de un buen tiro. Canes sin entrenamiento me garantizaban que regresaría a casa con las manos vacías. Pero vi al cuzquito más pequeño, con su pelaje erizado, ladrando nerviosamente a algo oculto tras una mata. Mi curiosidad me hizo aproximármele, y comprobé que una serpiente estaba intentando picarle; haciendo resorte con

Jorge E. Núñez.

su cuerpo enrollado sobre si misma. El lebrezno demostraba buenos reflejos para eludir los ataques, pero los ofidios no son los animales de mi mayor estima, y tarde o temprano podría acertarle un piquete al ágil perrito que me custodiaba sin pedírselo. Decidí gastar un cartucho y le apunté a aquella cabeza desafiante y hostil. No tuvo chance con esa perdigonada inesperada. Continué peinando, con minuciosidad, lo que me quedaba por recorrer de ese agreste páramo marrón, de deslizante pedruzco y pastizal mustio, todavía un par de horas más. El resultado lamentable, solo un poco de cansancio adicional que me desanimó y obligó a volverme arrastrando los pies. Camino al fogón busqué el lugar donde había quedado desparramado el cuerpo del reptil y casi por azar también, volví a encontrarlo, allí inerme sin mover ni un músculo, absolutamente esperable porque ya habían pasado más de dos horas desde que le había volado los sesos. Lo tanteé cuidadosamente con la punta de mi arma de fuego y luego sí, ya confiado lo enganché sobre el caño, para que pendiera de él perfectamente balanceado. Calculé que tendría como metro y medio de largo, y alivié mi conciencia pensando en que yo podría estar allí inerte en su lugar si la tropezaba estando viva. Agradecí a Dios, al olfativo cuzquito, y justifiqué el uso de aquel cartucho. De regreso al campamento les conté de mi aventura a los amigos, que ya tenían casi listos unos embutidos sobre la parrilla. El asador me tentó a tirar el cuerpo a la hoguera para que viera al diablo salir presuroso de él. Incrédulo, le hice caso de todas maneras, y arrojé el cuerpo lánguido con cierta displicencia en lo más vivo del fuego; frente a mis ojos, un espectáculo atroz me rescató de mi modorra y fatiga. La víbora que colgaba de mi 16, meciéndose de lado a lado con mis pesados pasos, comenzó a delatripa 35

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serpentear con toda vitalidad y rapidez en mi dirección, tratando de alcanzarme. El que atendía la chorizada, muy tranquilamente con su tizón la devolvió una y otra vez, sobre las brasas que chisporroteaban, hasta que por fin, ya no se movió más y todos festejaron mi inocencia con una risotada burlona. Con el tiempo conocí una explicación más tranquilizadora: los reflejos residuales del áspid habían aparentado esa resurrección escalofriante. Mi casa hoy, así se mira. Con mis familiares retorciéndose en conflictos que no saben resolver, y todos desobedientes a esa cabeza que ya no existe. Soy ahora tan solo la carga que arrastra por el piso ese cuerpo frenético y convulsivo. Desocupado "for ever" sueño, como lo hiciera el personaje Gregorio Samsa de la Metamorfosis de Kafka, que algún día todo volverá a la normalidad, que volveré a ser el sostén que siempre fuí de mi familia.

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¿Cuentos infantiles cortos? No lo creo…

Jéssica de la Portilla Montaño.

Sigues fantaseando con imposible ausencia. Sólo un masoquista entiende el placer de un último dolor, uno dulce del que no te arrepientas. Una molestia pasajera trastocada en alivio al eliminar tu inefable parlamento de la biografía de los demás. Son los otros quienes sí brillan, quienes son protagonistas. Has pasado temporadas inventando pretextos. Tu personaje desaparece a cuentagotas, se desvanece, se esfuma línea a línea. A veces haces acto de presencia; el resto de las funciones tú misma te has ido borrando del imaginario colectivo, de la farándula, de las marquesinas. Son contados los otrora entusiastas que aún evocan tu seudónimo artístico, tu notoriedad intranquila… y seguramente son aquellos que, si se los permitieras, con gusto te escupirían cuánto, cuánto aborrecieron tu actuación. La indiferencia es lo de menos: los fracasos se cobran y la melancolía se ignora mucho antes de que un aprendiz en potencia decida interpretarte un maldito día cualquiera, aparecer en un escenario árido imitándote en un sala sombría y poblada de sonrisas estúpidas. Fue culpa de una cincuentona engañada y de un bailarín canceroso el haberte dormido sin un epitafio, rodeada de velas apagadas y de colegas que nunca te trataron como merecías y que sólo en tu imaginación se preguntan cómo pudiste, oh, tú que lo tenías todo, físicamente hablando, y lo desperdiciaste; tú que asesinabas con gusto cada intervención que te correspondía y que echaste por la borda la obligación de aprovechar el talento otorgado por una fuerza que Nietzsche mató. Fue culpa de los ángeles de Rius, fue tu inexistente protección divina que no te advirtió de no hacer caso a una canción que aún recauda millones en regalías. Fue apenas una tira de tabletas de uso diario, que hoy se encuentran en casi cualquier botiquín casero y que en aquel lejano entonces tenían cierta sustancia que ahora haría tus delicias. Fue culpa de quién… de quién no… Y ese beso de buenas noches que debió velar a diario tu sueño, que debió leerte cuentos infantiles cortos, cortísimos, de un lobo tierno que fue asesinado por Cenicienta se acabó; que debió cobijarte y protegerte de ese otro besito infantil e inocente que hoy mandaría a la cárcel a un muerto, a una hiena que nació cadáver y que en aquel entonces se arrastraba por los rincones en busca de Barbies para contagiarles en voz baja, tan baja, su interna y dilatable putrefacción. No más cuentos infantiles cortos para ti, ni cuentos infantiles largos, interminables, eternos… Ya casi es hora de bajar el telón. Despídete luego de agradecer los aplausos y los abucheos. delatripa 35

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El regreso de Josefina. Josefina es triste como una pintura a medio terminar; se la pasa hablando sola entre murmullos apagados o escuchando música en sus audífonos y cantando también entre murmullos. Josefina está muerta, pero su recuerdo, o lo que es igual a decir su fantasma, vive en una casa medio habitada por un padre que trabaja de 8 a 1 en una oficina y de 3 a 8 en otra oficina. El padre sabe que Josefina ha muerto y se siente culpable desde hace 4 años, pero ya no puede hacer otra cosa que seguir engrapando bonches de hojas, tomando café en la mañana para poder despertar y whisky en la noche para poder dormir. Siempre que llega a casa piensa en el tiempo que no le dio a su hija y llora, llora más por arrepentimiento que por tristeza. No se puso muy triste cuando mataron a Josefina, porque casi ni la conocía; a pesar de ser su hija, no sabía si tenía novio o amigas, desconocía el nombre de su cantante favorito, suponía que tendría alguno, pues ella escuchaba música diez horas al día; incluso cuando los sábados él intentaba hacerle plática y ella respondía sí no no sé y luego seguía cantando sus murmullos. Tampoco se le ocurrió preguntar qué le gustaba más: si la pizza o las hamburguesas. Josefina prefería la comida china, pero a su padre esa idea no pudo haberle pasado por su cabeza de oficinista, ya que para él la comida china era tan vulgar y malhecha como la educación mexicana. Por eso le compró todos los libros que ella le pedía y la dejaba salir a donde quisiera ir; pensaba el padre que así ella adquiriría criterio y se haría de una buena psicología; también le compraba audífonos mejores cada vez, para que pudiera escuchar mejor su música. Pero casi no la conocía. De pronto un día, Josefina, que contaba que su nombre era como una canción, salió a caminar y cantar muy tarde en la noche de

Érick Salgado.

viernes, cuando su padre llegaba todavía más tarde de lo normal. Josefina salió a caminar cantando en una calle que se vacía de pronto cuando cierran los locales y la gente corre a sus destinos con un pensamiento en la cabeza: Vámonos, porque esta calle se queda bien sola. Iba Josefina con sus audífonos y el audio con el volumen al cien por ciento, permitiéndole ignorar o tomar por desapercibido cualquier comentario vulgar vestido de piropo que hacen los que por ahí transitan. No escuchó los pasos que siguieron a los suyos durante dos cuadras; no escuchó el A dónde vas, corazón, lujurioso que le acariciaron en la oreja; no escuchó el Qué no me oyes, molesto que le escupieron en la espalda; sólo sintió las uñas de los dedos de la mano del sujeto que agarró su brazo. Volteó asustada y alcanzó a ver la palma de una mano tan grande como su cabeza, y de pronto la oscuridad ininterrumpida desde ese golpe hasta sentir poco a poco tierra y piedras materializándose en su espalda, en sus piernas y en sus brazos, junto a esa masa caliente que entraba y salía con torpeza y agua viscosa entre sus piernas; quiso gritar pero no tenía aire. Un brazo en su cuello le impedía el paso al mundo; una mano sujetaba sus manos y un cuerpo oscuro batallaba arriba de su cuerpo. Josefina comenzó a llorar y a gemir auxilio. El sujeto que tenía encima le juró que si volvía a hacer ruido la mataría. Josefina siguió resistiéndose y trató de mover su cuerpo desnudo; no sabía que estaba desnuda hasta que intentó moverse y sintió tierra en todos lados, todos; además de la mugre del desconocido que seguía intentando culminar el acto dificultado por el miedo y quizá, Josefina tenía la esperanza, con un poco de culpa. Josefina se cansó y no tuvo más fuerzas, el sujeto terminó con lo que hacía, y con una piedra estrellada en la frente terminó con la vida de Josefina. O mejor dicho, con la vida de su cuerpo. A pesar de ser muy triste, Josefina estaba bien delatripa 35

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viva, y en sus ratos de reflexión pensaba que su tristeza se debía a la inmensidad de ganas de vivir que tenía, pero se le hacía difícil vivir, no sabía por qué. Josefina amaneció donde murió. El sujeto amaneció tranquilo lavándose los fluidos que Josefina había dejado en su cuerpo. Cuatro años después del deceso, Josefina ha tomado valor al ver la tristeza de su padre, al ver que, al menos por él, una pequeña parte de la vida habría sido menos triste, si tan sólo los dos hubieran tenido tiempo de siquiera hablarse. Josefina una mañana en que su padre no estaba, se puso a cantar en la casa vacía; casa de la que por cierto hasta esa fecha se contaban leyendas: la señora del aseo dice que escuchaba murmullos, que escuchaba a alguien cantando. No sabe que era Josefina la que entonaba la canción que narraba lo sucedido en su última noche. La señora no sabe ni entiende, pues Josefina nunca contaba nada, sólo cantaba entre murmullos apagados, pero eso sí, nunca se quedaba callada. Cuatro años después, Josefina ha tomado valor al ver que alguien puede escuchar su voz por muy apagada o muerta que esté. Espera la noche, sigue el camino que anduvo por última vez, espera que la calle se vacíe y encuentra a su violentador. El sujeto descansa sin culpa en un poste con un cigarro en la boca y saluda sin permiso a cada mujer que pasa; mujer, nótese, mayor que él. Pero Josefina mira que desde lejos se acerca una jovencita de su edad en vida. Josefina teme un momento, pero una idea se coagula en su mente y decide el futuro de la jovencita. La deja caminar hasta el violador, el violador hace lo mismo. La jovencita avanza cada vez más deprisa; el violador hace lo mismo. Ahora en la calle sólo hay dos cuerpos pero tres personas, sumando a Josefina. El violador se acerca hasta la jovencita, Josefina hace lo mismo. El violador pregunta A dónde vas tan apurada. Josefina pregunta lo mismo. El violador escucha y voltea pero no hay nadie. La jovencita por su parte ha comenzado a trotar. El violador pregunta Por qué corres, 22

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chiquita. Josefina pregunta lo mismo. El violador voltea y no hay nadie, pero él siente que conoce ese murmullo de algún lado, de algún tiempo, sin embargo lo deja pasar. Gira el rostro en dirección a su víctima y trota hasta darle alcance. Se le pone enfrente y la saluda triunfal. No te vayas, le dice. La jovencita se detiene e intenta caminar en dirección contraria. Josefina hace lo mismo: le dice No te vayas, quiero que veas. La jovencita siente dos terrores en su corazón: el del violador y el de la voz de una mujer que no aparece por ningún lado. Ella no sabe que la dueña de esa voz murió en manos de aquel sujeto ni sabe ni sabrá que se llama Josefina; piensa que esa mujer puede ser una cómplice y teme más y más. El violador se aproxima a la jovencita y exclama Tranquila, tranquila. Josefina hace lo mismo: exclama Tranquila, tranquila. Pero ni el violador ni Josefina logran calmar a la jovencita. El violador sujeta el brazo de la jovencita y ella grita. Josefina hace lo mismo: sujeta con su brazo frío como la muerte al violador y él gira el rostro buscando algo y no ve nada y grita y suelta a la jovencita. El violador grita una vocal o dos vocales juntas y Josefina hace lo mismo, pero tienen más poder los gritos de los muertos y Josefina grita más fuerte. La jovencita está helada, aunque de repente parece alcanzar a sospechar que ese grito, aunque escalofriante, es un grito amigo. Se queda viendo el rostro horrorizado del violador de donde sale un grito, luego mira su brazo levantado en el aire y parece que el mismo aire lo estuviera apretando. La jovencita no comprende qué sucede pero siente algo parecido a la esperanza: Josefina siente lo mismo y se aparece de repente, encarna un cuerpo transparente pero visible para el violador y la jovencita. Aparece a dos centímetros de distancia del rostro del violador y grita A dónde vas. Al ver el rostro de Josefina, el violador rememora el acto que le quitó la vida y la dignidad a Josefina, y lleno de pavor siente cómo su corazón late cada vez menos, pero se resiste al infarto. Josefina pregunta Por qué tan apurado, corazón, e introduce en el pecho del violador el

mismo brazo que el violador había apretado. Coloca sus dedos fríos en el corazón del violador y aprieta. Poco a poco Josefina cobra venganza. Poco a poco el violador abandona el mundo donde, por desgracia, viven muchas jovencitas como la que acaba de huir y donde han muerto muchas jovencitas del mismo modo y donde todavía viven muchas Josefinas sin nombre y nadie las vengará como Josefina se vengó y nadie nunca sabrá que se llaman Josefina.

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¿Arriba o abajo? ¿Alguien puede explicarme? María Nieto.

Después de inspeccionar por unas horas, un viejo explorador con gruesa chamarra, gorro de orejeras, guantes, botas, enormes gafas y espesos bigotes escarchados, tomó su grabadora en mano para describir su primera impresión. —Me encuentro en uno de los lugares más fríos del planeta: el círculo polar antártico. Ubicación geográfica: 66º 33´ latitud sur. Superficie continental: 14000 km2. Al parecer sin población nativa. Una pequeña vocecilla lo interrumpió. —¡Heeeey, yo vivo aquí! Con 299 000 pingüinos más. El explorador saltó sorprendido y al voltear la cabeza vio a una extraña criatura en blanco y negro de figura regordeta. La observó a través de sus enormes gafas por donde asomaban sus ojos agrandados y sus gruesas y despeinadas cejas. —¿Cómo dices que te llamas? —Pingüino— dijo sin titubear. Luego de una de detenida y minuciosa observación, el explorador procedió a buscar ese nombre en un viejo libro de hojas un poco maltratadas y amarillentas. —“Pingüino: ave marina que no es un pájaro, pero que definitivamente es un ave. Tiene alas que son aletas, pero no puede volar. Sus patas son como un timón y es un experto buzo y nadador que permanece la mayor parte del tiempo en las aguas casi congeladas del Polo Sur, entre los -20ºC y los -40ºC”. El explorador sacó una cinta métrica, de las muchas bolsas que adornaban su gruesa chamarra, y trepó al pingüino en sus piernas para medirlo de la cabeza a punta de la cola. —¿Qué haces? ¡Ya deja mi colita!— dijo el pingüino en tono imperativo. —¡Perdón!

—¿Sabes? Eres muy extraño. —¿Ah sí? —¿De dónde vienes?— insistió el pingüino. —De allá —dijo el explorador extendiendo su brazo y señalando con un dedo—, del otro lado del mar. El pingüino arqueó sus cejas y poniendo su mano sobre la frente alargó lo más que pudo su redondeada figura. —No veo nada. —¡Ah! Es que desde aquí no se ve porque la Tierra es redonda. —¿A poco?— contestó incrédulo el pingüino palmeando con sus patitas el suelo plano. —¡Claro! Si en este momento te fueras caminando en línea recta sin desviarte, llegarías a este mismo punto después de un tiempo. Bueno, mirando el tamaño de tus pies-aletas llegarías después de muuuucho tiempo —corrigió el explorador—… Porque el mundo es como una pelota, y tus pies están parados justamente en la parte de abajo. El pingüino se quedó congelado mirándolo fijamente. Después suspiró y contestó: —Si estoy parado justo abajo… ¿Cómo es que no me caigo… para arriba? El pingüino titubeante señalaba con su piquito hacia arriba y con su aletita hacia abajo. —Bueeeno, lo que pasa es que la Tierra es como un gran imán redondo, que atrae con fuerza todo lo que está en ella. Si no fuera así, saldríamos flotando como burbujas hacia el espacio. —¡Ah! Y… si yo estoy justo abajo, ¿quién vive allá arriba? Y el pingüino señaló titubeante con su piquito hacia abajo y con su aleta hacia arriba. —Allá arriba —dijo el explorador, delatripa 35

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señalando hacia el suelo— viven los esquimales. —Mmm… ¿Y qué son los esquimales? —Los esquimales son un pueblo que vive en el Ártico o Polo Norte, donde también hace mucho frío y donde se pueden ver fantásticas auroras boreales. Viven en casas pequeñas y redondas que están hechas de hielo. Son personas como yo, pero más bajitas y con los ojos rasgados— lo dijo jalándose el rabillo de los ojos y acercándose a la cara estupefacta del pingüino, que curioso volvió a preguntar: —¿Y qué más hay en el mundo? El explorador sacó una serie de fotografías de una maleta y se las mostró. —Bueno, pues así como la Antártida es un gran bloque de hielo, en el mundo existen extensos desiertos con dunas de arena; caudalosos ríos, grandes mares; profundas selvas con antiquísimos árboles; playas de arena y playas rocosas; largas e interminables cordilleras, altas montañas y volcanes con su copete de nieve. Y entre todos esos hermosos paisajes de la Tierra existen innumerables especies de animales y seres vivos, y también hay pueblos pequeños, pueblos grandes y enormes ciudades donde vivimos los hombres. —Y ¿qué tan grande es el mundo? —En un principio el mundo era muy, muy grande —dijo reflexivo el explorador mientras miraba al horizonte—, pero hoy el mundo es más pequeño. —De nuevo se quedó muy pensativo—. Tal vez como la palma de tu mano, bueno… como la palmita de tu aletita. No, no, como la palma de mi mano. El explorador tuvo una sensación muy extraña. En su país lo llamaban ‘loco excéntrico’, al que nadie escuchaba, y aquí, en este momento, estaba ante un pequeño y extraño espécimen dando la mejor exposición de su vida. —¿Y qué más?— Interrumpió su atenta e interesada audiencia. —Decía yo —prosiguió el explorador—: los marineros eran aventureros que realizaban 26

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largas travesías en barcos, que duraban meses y años. En cambio hoy puedes recorrer el mundo en unas horas si viajas en avión, y en cuestión de minutos si hablamos del ciberespacio. El explorador volteó a ver al pingüino, y su regordeta figura ¡se había multiplicado! Se quitó los anteojos y frotó sus ojos para mirar mejor. Pero ante él había cientos de pingüinos que lo miraban y escuchaban silenciosos y muy atentos. —¿De dónde salieron tantos pingüinos? —Ya te lo dije— contestó el pingüino. Un estruendoso bullicio se desató en ese momento, todos los pingüinos golpeteaban sus aletas para aplaudir la primer gran exposición sobre el mundo que jamás había sido pronunciada ni escuchada en ese frío y aparentemente solitario continente. El pequeño amiguito alado comenzó a caminar con sus pequeños pies/aletas sin decir nada. —¿A dónde vas?— preguntó el explorador. —Voy a echar un vistazo. —En ese caso, es mejor que subas a mi barco, porque así te cansarás muy rápido y no llegarás muy lejos. —¿En verdad lo harías, me llevarías contigo? —¡Claro! Te llevaré a tierra firme y desde ahí podrás viajar en burro, caballo, bicicleta, patines, patineta, auto o tren. Pero si quieres ir más lejos, entonces sí que podrías volar. El explorador levantó su campamento de prisa y los dos amigos se dirigieron hacia el barco. Iban tan entretenidos en su plática que no se dieron cuenta de que el numeroso grupo de pingüinos, deslizándose sobre sus pancitas blancas ya se habían adelantado.

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Noche de luna.

Paty Rubio

Una hermosa luna, regordeta y brillante iluminaba la noche. Por la ventana de la recámara entraba un plateado rayo de luz, que iluminaba la carita de la niña dormida en la cuna. Seleny tenía tres meses. Era una pequeña de piel muy blanca, tan blanca como la luna. La carita redonda con ojos azul ultramar, y el cabello rubio platinado hacían de Seleny una bebé peculiar. El día de su nacimiento, dijeron los astrofísicos que hacía muchos, muchos años, el satélite no había estado tan cerca de la tierra como esa noche. Su madre había tenido dificultad para quedar preñada. Pasó tres años intentado embarazarse; un año antes de quedar encinta, había estado pidiendo a la luna el deseo de tener un hijo. Cuando supo que por fin seria madre, agradeció al satélite luminoso por su dicha. Se dedicó a soñar con su próxima maternidad. La niña crecía muy rápido. Era alegre por el día, pero al llegar la noche, cuando la luna no era visible, lloraba sin parar. Su madre no sabía que hacer en esas noches. La acunaba, le cantaba, se la pegaba al pecho; todo sin remedio, nada contentaba a Seleny, sólo el brillo de la señora Luna lograba contentarla. Una noche, cuando Seleny tenía siete meses, Romina, su madre, escuchó que la niña balbuceaba, como si platicara con alguien. Se levantó para ir al cuarto de su hija. Vio que estiraba los bracitos desde su cuna, como sostenida de un rayo de luz lunar, que la iluminaba al entrar por la ventana, balbuceando sin parar. El rostro de Seleny brillaba tanto como la misma luna. —¿Qué haces mi niña? ¿Platicas con la luna?— le dijo acostándola de nuevo mientras sonreía. Un mal día, la chiquita enfermó con fiebres altísimas, sus padres mandaron llamar al médico de la familia. Como no pudo aliviar su fiebre la llevó de un médico a otro, en un desfile angustioso, sin encontrar diagnostico y cura. Por más esfuerzos que hacían, no lograron saber a qué se debía la fiebre tan alta, acompañada de espasmos. Síntomas que se recrudecían cuando el sol se perdía en el cenit, dando entrada a la noche. Estaban muy preocupados y no sabían qué hacer. Pasaron varios días en los que se turnaban mañana y noche para vigilar a la pequeña. No se habían dado cuenta que por coincidencia Seleny había enfermado el mismo día en que empezaron a caer lluvias torrenciales, y las nubes estaban tan delatripa 35

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cargadas de agua, que eran de un gris oscuro y muy compactas. ¡No permitían que la luna se mostrara! Al quinto día de que la pequeña había enfermado, la lluvia amainó y las espesas nubes comenzaron a abrirse dando paso, primero con timidez y luego con descaro a una regordeta y brillante luna llena. La fiebre de la niña cedió como por arte de magia. Romina, que esa noche estaba al cuidado de la pequeña, se había quedado dormida, agotada después de tantas noches de un mal descanso, lo que no le permitió darse cuenta que los rayos de la luna entraban profusamente por la ventana. Cuando abrió los ojos, lo que vio la dejó perpleja, solo atinó llamar en voz alta al padre de Seleny, quien acudió sin tardanza. Al entrar, horrorizado encontró a su esposa con los brazos estirados, tratando inútilmente de detener a su pequeña hija, que alegre iba montada en un maravilloso y brillante rayo de luna en el que subía al cielo donde desapareció.

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Herencia de silencio. Presté mis servicios profesionales en una librería de Dogville, La Azotea, cerrada por insolvencia económica hace un trimestre. Dogville es un pueblo sureño a donde llegué por descuido de los hados o mi inconsciente. Como es lógico durante esa década hice amigos. Los más generosos se aventuraron a leer mis recomendaciones, y así encontré fanáticos de la obra de Rubem Fonseca y Patricia Highsmith, por ejemplo; lectores de Claudio Magris y Mario Bellatin, verbigracia. Poco a poco me fui ganando la confianza de los noveles lectores de aquellas plumas que yo había conocido años atrás, en mis años universitarios. Incluso uno de mis amigos y confidente, me preguntó qué hacer con su biblioteca, llegado el momento pues de un tiempo a esta parte empezó a anidar en su interior la idea de que moriría pronto y súbitamente. Para esto, cada tres meses veía al cardiólogo, llevaba un régimen estricto en materia de alimentos y bebidas, evitaba la emociones fuertes —si es que son evitables los suicidios consumados, los secuestro express de conocidos y familiares y cosas por el estilo—, era amante de la siesta antes de ingerir alimentos; era asiduo de las pelis de Netflix, de las corridas de toros y de los puros cubanos. El sexo, me confiaba, era ya parte de su pasado tormentoso, atormentado. 2. De entrada descartó mi consejo de donar su hato de libros a la biblioteca municipal, de formar una asociación civil que acogiera a lectores jóvenes de su acervo, incluso se negó a organizar sorteos en lotes temático sobre la Segunda Guerra Mundial, el pasado prehispánico, escritores del Siglo de Oro, la Colonia y el Nuevo Mundo. Toda esas ideas sueltas ya las había contemplado y las descartaba por temor a que su preciado "tesoro" terminara en bazares,

Uriel Martínez.

librerías de ocasión o, sencillamente, en el muladar de Dogville. Luego lo persuadí de elaborar testamento en que me nombrara, si no el destinatario por lo menos el albacea de su vasta colección, en caso, claro, de que muriese antes que yo. Después de rumiar durante semanas esta ultima idea, me dijo a la hora del café que la aceptaba en caso de que yo hiciese el mismo testamento notariado, es decir, donarle mis libros si yo fallecía antes. Acepté de inmediato pues no tenía yo a quién delegarle la losa pesada de mis libros, revistas, folletos y pasquines. Para festejar el acuerdo me dijo que, en lo sucesivo, él cubriría el monto de consumo semanal de pastel y café que invariablemente nos ocupaba; incluido el costo del testamento que le preparaba, ya, el notario del pueblo, Desquicio. 3. —No, no tengo inconveniente en que intervenga ese notario, respondí a su duda. Desquicio es el decano de los notarios del pueblo, los más de los cuales se ocupan de asuntos del crimen organizado, los partidos políticos de pacotilla, de los divorcios y matrimonios instantáneos, y otras zarandajas propias de un pueblo rabón y perdido en las estribaciones de la Sierra Madre, Dogville. Apenas la semana pasada firmamos el documento redactado al alimón y en presencia de familiares de mi amigo y conocidos míos. Se evitó la presencia de la prensa, de embajadores de la madre Iglesia, de líderes empresariales y del bajo mundo de cafés, bares y sectas del universo masón y gay. Gracias a este acuerdo convenido, razonado y fundamentado, comienzo a andar ligero por la vida. Deseo que mi amigo haya experimentado esta misma sensación de sosiego, El mundo, dicen, está hecho de detalles, de atenciones mínimas, de pequeños acuerdos y obsequios. delatripa 35

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4. Esta mañana, al abrir mi correo electrónico, me he encontrado con una amarga novedad, proveniente de varias plumas y e mails distintos: mi amigo murió esta madrugada en el baño de su casa: la chica que hace el aseo lo encontró sentado en el inodoro, en chanclas y con la dentadura en el regazo, sobre un periódico del día anterior; en la página que detallaba la corrida de toros de temporada. Cerré rápidamente el correo y apagué la laptop. Estoy por emprender un viaje a la capital del país a entrevistarme con uno de los principales distribuidores de libros de ocasión de México, quien me prometió nombrarme titular y representante de la zona centro norte del negocio. El futuro no está en los libros electrónicos, mi amigo, está en los libros usados, de medio uso, me confió la primera vez que hablamos por celular. Por pura casualidad me enteré, gracias a un círculo de intelectuales de feisbuk, que este comerciante que me contactó por amigos comunes se dedica también a la edición de libros apócrifos y autores fantasmas. 5. Gracias a su iniciativa han aparecido obras póstumas de autores chilenos, argentinos y peruanos como los diarios del exilio de César Vallejo, de Roberto Arlt y Roberto Bolaño, todas falsas y de próxima aparición. Me juró tenerme contemplado para la redacción de la correspondencia secreta de Ricardo Piglia y las hermanas Ocampo, sudamericanos presentes en el inconsciente colectivo de una buena franja del Cono Sur. Me he traído mi laptop a la central camionera. En el trayecto de ocho horas a la gran ciudad redactaré el primer borrador del “Diario de un Perturbado”, que quizá lo presente bajo el nombre de cualquier Roberto o un Martín Adán, no sé, lo dejaré un poco al azar.

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Mover la sangre.

Adán Echeverría.

La sangre fluye de un cadáver en presencia del asesino Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger

Desde temprana edad Martha pudo percatarse del suceso; su sola presencia hacía correr más rápido la sangre de cualquier persona que estuviera cercano a ella. Cuando quiso volver hacia atrás, en sus reflexiones, se recuerda en la cuna —contrario a lo que a todos nos pueda suceder—, y miraba el éxtasis que la sola mirada de su padre sobre su cuerpecito bebé le inundaba; su padre hervía, y más tardaba en arropar a su hija que en volver a tomar el cuerpo de su esposa. Cómplices en el amor, hija y padre, haciendo embellecer a la mujer. La madre de Martha siempre se notaba sonriente al darle pecho, porque la ilusión del contacto con su hija, hacía huir la soledad, y sentirse plena para el canto: duerme bebé, duerme cariño, que tu mami linda se quiere bañar, duerme bebé, duerme cosita, que tu mami linda, se quiere peinar… Y Martha de una forma tan sutil, podía verse reflejada en esos borbotones de blanca leche que salía de los pezones de su madre. ¿Me ha dejado algo la nena?, decía papá tan solo entrar a la recámara. Esta niña es glotona, y mientras más mama, más leche me sale de las tetas. Pues si la beba se ha llenado, es justo que me invite un poco de su madre. Al papá de Martha la maternidad de su esposa lo tenía loco. Esa suculenta carne que había quedado en su mujer, y los borbotones de leche que escurrían cuando la chupaba, de la boca al cuello, y hasta el pecho mientras sorbía con gula los negros pezones de su hembra. Martha lo recuerda bien. Se dormía bajo el arrullo de los gemidos de su madre, bajo esa atmósfera de aromas que le inundaba por completo la recámara, el cuarto, la cocina, toda la casa. Decenas de gatos se la pasaban maullando alrededor de la casa, por el techo y los jardines, cada que sus padres se hacían el amor, 46

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olisqueando la leche derramada. Martha podía escucharlos. ¿Te encanta bañarte de leche, cariño? Lo mismo que a ti te encanta que te llene con la mía. Eres un loco. Y la niña sonreía, daba pataditas a los barrotes de su cuna, golpeaba con las manos las figuras de su móvil que colgaba sobre sí. Martha aún tenía esos recuerdos. Años después podría darse cuenta de que lo que había vivido era diferente. En la secundaria pudo leer aquellos textos con la maestra de orientación: La memoria empieza a los tres años de edad. Pero Martha sabía que en su caso, el sueño de los recuerdos había sido diferente. Se miraba como feto. Podía mirar entre esa acuosa oscuridad, cada uno de los gestos de amor entre sus padres. Como le cantaban canciones, como la habían esperado con tantas ganas. Incluso la voz del médico. Señora, tiene usted que calmarse. Su taquicardia no le hace bien al niño. Pero mire, doctor, que hermosa la ha puesto el embarazo, dijo su coqueto padre. Cállate, Ernesto, deja que el doctor dé su opinión. Me siento bien, doctor. Quizá un poco ansiosa. Pero desde las primeras semanas que supe del embarazo, no puedo dejar esta felicidad, y las sensaciones de alegría que me conectan con mi esposo y mi pequeña. Pero cómo puede usted estar segura de que es una niña, si no ha querido hacerse un ultrasonido. Estoy muy segura doctor. No me pregunte cómo. Lo sé. Es como si ella me lo hubiera dicho. Se llama Martha. Se llamará, quieres decir, cariño. No. Ella se llama Martha. Me lo ha dicho Se miraba dentro de la cuna. Y envuelta en el aroma que salía del incendio que eran sus

padres, sus memorias iban reconociéndolo todo. Cuando aprendió a caminar lo hizo de golpe. Se levantó un día para escaparse de la cuna, y llegar gateando hasta la cocina. Su madre se veía tan alta, pegada a la estufa, cocinando. Al entrar Martha a la cocina, Mónica sintió que la leche le escurría por los pezones como una llave de agua que de repente se abriera. Se levantó la blusa para que no se le empapara, y en ese movimiento, la miró: ¡Martha, cariño!, que susto me has pegado, pequeña. Ven con mamá. La leche salía a borbotones, y que mejor solución que pegarse a la hija en las tetas. Se quitó la blusa de algodón y, rápida, la pequeña se metió el negro pezón a la boca. Cuando Ernesto llegó del trabajo, corrió persiguiendo la voz de su mujer que lo llamaba desde la habitación de la pequeña. Miró a su esposa de rodillas junto a la puerta, y que su hija estaba parada dentro de su cuna. ¿Qué haces, amor? Espérate, Ernesto, espérate y verás. Lo ha hecho toda la mañana. Venga, Martha, no me vas a dejar mal ahora, frente a tu padre, ¿verdad? Y la nena, como si entendiera cada palabra que su madre dijera, se cogió del barandal de la cuna, y se impulsó. El desesperado padre intentó cogerla por temor a que se cayera de esa altura, pero su mujer lo detuvo, mientras la beba de casi un año se pusiera de cabeza, girara el cuerpecito, para con lentitud bajar poco a poco las piernas, hasta que sus pies tocaron el piso, y en una risa aguda corriera hacia sus padres. Ernesto entonces la tomó en sus manos, y la levantó por encima de su cabeza, devolviéndole la sonrisa. Pero quién es esta pequeña que es capaz de bajarse y corretear sin haber cumplido un año. Quién es esta beba, dígame usted. Martha se carcajeaba con esa su alegría de bebé, mientras su madre respondía por ella. Es una niña que ha sido hecha con mucho amor. Ni que lo digas, impuso el padre, abrazando a su mujer, y cargando a su pequeña. Martha, ahora, a los doce años, conserva esas memorias, incluso las más mínimas formas de la voz, cada entonación, cada rincón de aquella casa. Su devorar las palabras que iban

llegando a sus oídos, sus paseos por el parque, sus visitas a los médicos, el aroma en la cocina de su madre. Las conversaciones, las siestas acostada en el pecho de papá. Era natural que aquella noche cuando mataron a sus padres, no pudiera sacársela de la cabeza. Había sido un día normal, lleno de risas, canciones de mamá, bromas de su padre desde la mañana. Ha intentado en todos estos años ir llenando los huecos. Los once años viviendo en casa de Silvia, la amiga más cercana de su madre, la compañía de aquellos amigos que la acogieron como a una hermana más, le dieron forma a su personalidad, pero desde que era un feto se sabía diferente. Durante poco más de una década había decidido no decir nada de lo que sabía, de lo que había escuchado, de lo que había olido, mirado, sentido. Recordaba, y tuvo la gracia y el poder para detener la acumulación de recuerdos. Hoy Martha tenía fama por ser siempre distraída, por estar en las nubes, por tener bajo aprendizaje, poca concentración en clases. Olvidaba las cosas más simples. Pero cuando ocurrió aquel ataque, luego del asesinato de sus padres, se había propuesto no grabarse más memorias, no quería que nada pudiera ocultar aquellos recuerdos que la consumían pero al mismo tiempo le daban aliento para la venganza. Y así, entre aquel beso tan prolongado de sus padres, luego de que le dieron aquella caricia arropadora de las buenas noches, los escuchó como siempre tener uno de esos maratones sexuales, que desprendían florituras aromáticas que se le metían por la nariz como un somnífero. Y entre los bufidos de su padre, los gemidos de mamá, el ladrido de los perros del vecindario y los gatos enloquecidos por sexo que corrían alrededor de la casa, se había quedado dormida, relajada tanto como su madre. Y una vez que Martha se dormía, su poder sobre la sangre de papá iba perdiendo fuerza, y era la única forma en que él iba perdiendo la erección. Martha reía al recordar los coquetos ojos de su padre, y esa loca sonrisa en el rostro de mamá, ante cada erección que su esposo le presumía. Todo era un acuerdo mutuo. ¿Otra vez? No delatripa 35

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estamos para desperdiciar erecciones, cariñito. Decía papá mordiéndole un pezón, y haciendo salir un chisguete de leche. Creo que jamás dejaré de lactar si no dejas de cogerme y chuparme las tetas, amor mío. Qué desgracia, mujer, que lata de hombre tienes, ¿verdad? Ni que lo digas, y mamá le había pegado con la mano en la entrepierna mientras arrancaba a correr hacia la recámara, riendo y gritando, seguida por su hombre que en el camino se iba quitando la ropa. No podrás esconderte. Martha recuerda muy bien la hora. No habían dado ni las doce de la noche. Supo reconocer los números apenas su madre se los fue nombrando con el reloj de la cocina. Y en los cubos de plástico que su padre había traído esa primera navidad, se aprendió la forma y nombre de cada uno. No habían dado las doce de la noche, cuando Martha escuchó pasos en el pasillo, por fuera de su habitación. No sabía hablar, pero sabía que gritando pondría en alerta a sus padres; pero algo la detuvo, tuvo miedo de las sombras. Eran más de una persona. Mientras Martha dormía el sueño con aquella placidez de niña amada, junto a ellos, en esa cuna que con tanto cuidado le habían preparado; sintió en las narices un aroma nuevo, algo como de cobre mezclado con medicamentos. Ni aún ahora puede identificar bien el aroma, pero pudo reconocerlo en el hospital, su madre había quedado impregnada de aquel aroma que le causaba náuseas. Paró las orejas, como un cachorro, y se puso boca abajo, para intentar levantarse ayudado de los barrotes de su cuna, cuando la puerta de su cuarto se abrió. Una figura negra había entrado, la miró y Martha pudo retener el color y la forma de los ojos. Era un hombre de piel blanca, jamás lo podría olvidar. Se llevó un dedo a la boca y le escuchó decir: Shhh, bebecita, vuelve a dormir. No supo cuánto tiempo después, pero el siguiente sonido fue un golpe seco, y el grito de su madre que fue apagado de manera inmediata. Escuchó sus pataleos. La negra figura salió del cuarto y cerró la puerta. Escuchó una voz decir: Cállate estúpida, que nadie va a poder ayudarte. Y 48

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entonces la voz de su madre gritando Ernesto, Ernesto, el nombre de su padre desde aquella voz irreconocible de mamá, aún no la deja dormir. Martha pudo bajar de la cuna, como lo había hecho ya tantas veces, y caminó hacia la puerta de su cuarto, que no supo cómo abrir. Los olores de su madre empezaron a llegar hasta ella, pero esta vez había algo diferente, un aroma más picante comenzó a molestarle, y entonces supo que los hombres igual que su padre, tendrían una enorme erección por culpa de ella. Porque sabía que les impulsaría la sangre. Lo sabía ahora, a los doce años, cuando había podido hacer lo mismo con tantos otros chicos, haciéndoles pasar vergüenza en el colegio, más cuando se acercaban a fastidiarla, o cuando se metían con sus hermanos, o con alguna amiga. Ella lograba moverles la sangre, y dirigirla hacia su pene, endureciéndoselos, y los chicos no sabían cómo controlarse. A los doce años sabía muy bien cuál era el mecanismo en los hombres, y que era exactamente lo que ella podía controlar. Y por qué, por ejemplo no podía hacerlo con cualquier líquido, tenía que ver con la densidad, y la sangre poseía las características de viscosidad que le permitían a sus ondas cerebrales poder manipularlas. Al año de edad eso no podía saberlo, pero la angustia —hoy está segura que esa fue la sensación— la hicieron mover la sangre de esos hombres que tomaron a su madre, la golpearon; y mientras uno de ellos la agarraba de los brazos, la poseyeron por turnos. Después de eyacular, el mayor de aquellos hombres, sintió que la erección no cedía, y entonces al ver que ya había pasado su turno en el cuerpo de la mujer, tomó el cuerpo moribundo de su padre, y también lo penetró. Hoy Martha puede saber lo que significaron aquellas palabras. ¿Pero qué diablos haces, estás enfermo, eres un maldito enfermo hijo de puta? No puedo detenerme, y tú tienes a la perra para tí. Durante poco más de diez años Martha había reprimido los sentimientos, las memorias. Nadie abrió la puerta, durante todo lo ocurrido. Y

no fue sino hasta la mañana siguiente, cuando Silvia, la amiga de sus padres, la vecina, había entrado, junto con la policía a la casa. El padre de Martha no había llegado a trabajar, y de la oficina no paraban las llamadas, los mensajes, los correos electrónicos. Además, su madre no había salido por las botellas de leche ni por el periódico que se quedaron en la puerta, y el automóvil estaba igual ahí aparcado. Silvia, la amiga de Mónica, y vecina, sabía que siempre al salir o volver de correr veía a Ernesto o a la madre de Martha, y al no verlos en esta ocasión, se acercó a la casa, tocó el timbre sin respuesta. Volvió a su casa, llamó por teléfono. Cogió el móvil, y regresó a pasearse por la casa, timbrando y mirando hacia adentro hasta que por una ventana, le pareció ver algo cerca de la escalera. Llamó a la policía. Ellos igual miraron lo que parecía un cuerpo en la segunda planta, y escucharon el llanto de Martha. Silvia sintió que la cara y la piel le ardían, y un nerviosismo se apoderó de su cuerpo. Martha, encerrada en la habitación se había quedado dormida luego de que todo había pasado, y no fue sino hasta que oyó una voz femenina diciendo el nombre de su madre que comenzó a llorar muy fuerte. Era la voz de Silvia. Cuando Silvia abrió la puerta de su cuarto, y corrió hacia ella para levantarla e intentar calmar su llanto, Martha supo que todo estaba mal. Ya no escuchaba el corazón de sus padres, ya no sentía esa energía que antes inundaba la casa. Hoy, a los doce años, y mientras caminaba con Silvia por el supermercado, le pareció volver a sentir ese aroma, que la llevo diez años atrás y volvió a verse en los brazos de Silvia, llorando, gritando, e intentando encontrar a sus padres. Pero Silvia, pegó su cabeza a su pecho, para protegerla de la imagen, aunque la memoria de Martha era demasiado libre como para no escapar; y algo que ella ha sabido llamar su memoria pudo volar por la casa y reconocer el cuerpo sin vida de su madre, y ese olor espantoso que había cubierto su dulzura, y meterse hacia el cuarto para mirar el cuerpo

ensangrentado de su padre, con un corte en el pecho y el rostro, producto del machetazo que le habían asestado cuando estaba dormido junto a su esposa. En el pasillo de ese súper mercado todo vino a su memoria de nuevo, todo se había vuelto a abrir, como si se abriera la tumba de sus padres, sus sonrisas luminosas, rasgadas por ese tufo, porque ese olor ahora estaba ahí, en el súper mercado, y entonces Martha soltó la mano de Silvia, caminó por los pasillos siguiendo ese aroma, que tanto tiempo había guardado en la memoria, y pudo darse cuenta por qué había decidido no almacenar más recuerdos; era precisamente para que no pudieran opacar lo que hoy estaba recordando, aquella memoria olfativa que la estaba conduciendo. Y Martha decidió dejar de controlarse, e hizo que el poder de su mente comenzará a agitar la sangre de todos los que estaban 20 metros a su alrededor, y las chicas, los chicos, las mujeres, los hombres, todos comenzaron a sentir esa urgencia sexual, que Martha sabía provocar, porque buscaba que agitando la sangre de todos, podía hacer expulsar el aroma interno que tanto la estaba molestando. Y fue cuando lo vio. Ahí estaba, detrás de los refrigeradores de las carnes frías; el hombre, metido en un delantal blanco, blandía un enorme cuchillo, que iba raspando sobre una vara de metal, para sacarle filo. Martha caminaba hacia él, mientras las parejas a su alrededor, comenzaban a besarse entre sí. Y las personas que no tenía pareja, corrían en busca de quien quisiera hacerle frente a su sexualidad. Los cuerpos iban ardiendo, mientras Martha caminaba hacia el mostrador, con sus zapatitos y sus calcetas altas, aun en su uniforme de niña de secundaria. Miró al hombre, y supo que era él. Aquellos mismos ojos, aquel dedo diciéndole que se callara, que no hiciera ruido, y el olor tan penetrante, nauseabundo, como de cobre y medicamentos, como de orines, como de ácido úrico, como de huevo podrido, como de metales, le iban rasgando la nariz, sacando de sus adentros aquel rencor que creyó dormido pero que ahora despertaba con toda delatripa 35

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su fuerza y determinación. Martha puso toda su concentración, una concentración que llevaba practicando durante diez años, la puso en la sangre de aquel hombre, que entonces la miró, y Martha le hizo recordar aquella bebita, de pie en la cuna, y aquel suceso todo, que pensaba que nadie más que su compañero, muerto ya, habría podido recordar. Y el hombre supo que aquella niña en uniforme de secundaria que ahora venía por el pasillo hacia él, era la misma de la cuna. Pudo reconocer esos hambrientos ojos de la desesperanza, y comenzó a sentir que se le elevaba la temperatura, que el calor iba subiendo por todo su cuerpo, quemándole por dentro, y buscó gritar, quiso correr, pero estaba hipnotizado por los ojos de aquella pequeña que caminaba justo hacia él, y la sangre comenzó a salir por sus orejas, por sus fosas nasales, y por sus ojos que comenzaron a hincharse. Sangre y humo empezaron a aparecer por los poros de su piel y el calor era insoportable mientras más cerca se encontraba la chica. Alrededor de Martha mujeres y hombres se quitaban la ropa, y comenzaban a lamerse, a penetrarse, presas todos de una excitación que no podían apagar, por lo que Silvia, que igual se había encendido, busco despertarse de aquella sensación que le mojaba la vulva y comenzó a buscar a su pequeña Martha, mientras tomaba a uno de sus hijos del brazo, porque el otro, el mayorcito, ya se estaba besoteando con una chica de la escuela que también estaba en el súper mercado.

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Alegría por la vida.

Judith Almonte Reyes.

Basta con recordar esas risas; esa alegría con la cual celebran todo aquello que les rodea; esa ternura tan genuina, la capacidad para ser felices ante las adversidades. La alegría de sus corazones inunda cualquier espacio. Error tan grande ha sido haber dejado de ser niños y convertirnos en estos adultos tan enfermos, tan tristes y tan faltos de ilusiones. La espontaneidad de sus travesuras, la mirada tan inocente que perdura en lo más profundo de sus almas, la forma más divertida de bailar esas canciones que nos llevan a recordar que la vida es una fiesta…divirtámonos. Cuándo fue, pequeños inocentes, que nosotros los malditos mayores los dañamos; les quitamos la ilusión por tener una vida mejor, les impregnamos miedo a su existir, atemorizamos sus sueños de libertad, permitiendo que esa llama de esperanza se apagará ante la innegable realidad. Memoria que habita en ustedes, mis queridos niños, donde la tristeza comienza a ser eterna en sus días; dejamos en pausa esa imaginación obligando a cada uno de ustedes a crecer de la manera más abrupta existente ante el dolor de la realidad que los llevamos a vivir. Dónde quiera que estén pequeños, solo estrellas rotas les hemos heredado; el esplendor del arco iris ha dejado de ser motivante para cada uno de ustedes; parece que la inmensa luz del camino esta tan lejana… sin embargo, lo sé, son mejores que nosotros los adultos; sus corazones solamente albergan Amor. Gracias pequeños míos, lecciones de vida ante las cenizas del odio.

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Luis Miguel, El Sol, cumple años hoy. Y tú, apacible oscuridad, también. Jéssica de la Portilla Montaño

Luis Miguel, el famoso cantante mexicano que ni mexicano es. Hoy cumple años, otra vez, trescientos sesenta y cinco días más para él. Luis Miguel, El Sol, quien tanto ha dado de qué hablar últimamente. Me tiene sin cuidado su vida excepto porque naciste el mismo día que él. Siempre fui mala con las fechas ajenas, así como tú me marcabas el día del maestro para felicitarme. Por eso le agradezco a Luis Miguel y a la prensa por recordarme que debo agradecerte, no solo el día de hoy sino siempre. Siempre. Estuviste y sigues estando ahí. Vivimos la misma muerte en épocas distintas, por motivos iguales aunque en circunstancias paralelas. Pero tú has estado más para mí que yo para ti. Gracias a un cuadernillo negro con rojo me salvaste de mi primera enfermedad mortal. Me gustaba esa enfermedad, no la veía como era, y para ciertas personas hasta resultaba estética. Dolía mucho menos que la actual. Servía para aferrarme con uñas quebradizas a un motivo para caminar lejos de la culpa. Servía para hacerme la ilusión de que entre el caos había algo de seguridad. Entonces llegaste tú. Y desde un espejo de rímel desdibujado me aclaraste toda nuestra historia. Era mejor enfrentarla, pegar con plasma sanguíneo los fragmentos de las versiones ocultas. Fuimos nuestras propias granadas de mano, cada una desde su campo de batalla, dispuestas a inmolarnos enfrente de quien estuviera. Gracias a Dios no lo logramos por completo. Llevas años trabajando en tu punto de vista. Yo me entretuve bailando, sonriendo, posando para una o dos cámaras. Ahora me entretengo con descripciones incompletas, dejando a medias todo lo que hago. Pero es hora también de ponerme a trabajar… No queremos acabar solos, pobres, y con una orden de aprehensión como Luis Miguel, ¿cierto? Brindo hoy por ti, en tu cumpleaños, con una taza de té. Y estoy dispuesta a volver a lo único que hago bien, aunque duela, por si le sirve a alguien más. Porque no estamos solas, porque no somos las únicas, porque tenemos a quién cuidar. Hoy vestiré la ropa más ridícula que encuentre y bailaré un rato con una Rainbow Brite subida a una silla.

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El vuelo.

Brayant Sandoval.

En la cumbre del edificio Berzunza Riveiré, el pequeño abre las alas de su disfraz y susurra “uno, dos, tres”…

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Crónicas sobre el fin del mundo, en: De recuerdos, noche, fetiches y cultura pop no se vive… se sobrevive. “Un hombre hambriento se come a una mujer como sea”.1 11:35 de la noche. Otra de tantas noches; noche de martes. Otro día que muere despacio, como no queriendo la cosa, como nunca queriendo despedirse de la tierra. Sin mas que hacer, solo levantar recuerdos: “después de la superación del dolor solo queda enfrentar lo peor: la soledad y el hastío de esta vida sin 2 motivo de emoción”. La mejor forma de transcurrir en una vida así es etiquetando, separando y acomodando recuerdos, como si fueran una colección de revistas. Recordar sin impurezas o limpiando sucesos pasados hasta sacarles el fulgor que no tuvieron; por mal ejemplo, de esta forma: “Llevo esta corona de espinas en mi trono de mitómano; estoy lleno de recuerdos rotos que no podré reparar… bajo las manchas del tiempo los sentimientos desaparecen, pero tú eres uno vivo, en tanto yo sigo en este lugar que me has 3 dejado”. …noche, media noche al límite de dos días: uno muerto y otro que empieza a enfriarse justo como cadáver apenas nace. No es tan malo, es noche de cultura “pop”. Un radio y una televisión no son malas compañías mientras bebes alcohol o te drogas. Y aquí estoy. Todo lo que escribí arriba es el recuerdo gráfico y sonoro de la cultura americana de la generación X, que llegó a su decadencia hace pocos años, los suficientes para seguirla lamentando. La frase con la cual encabecé todas estas letras acabo de escucharla en la televisión: una película de segunda categoría: un mal policía le recomienda una abogada a otro hombre, un vagabundo paralítico y alcohólico quien se queja acerca de policías negros que le

Waldo Contreras López.

rompieron unas pesadas linternas en la cabeza rapada de neo-nazi decadente. El vagabundo pregunta si la abogada es hermosa y joven, a lo que el policía, también racista, contesta con el mismo tono irónico con el cual le hizo la recomendación: “¿Aun puedes servirte de las mujeres?” El vago contesta triste: “No, no muy seguido. Es decir, no como todo hombre puede servirse de una mujer. Pero mírame, un hombre como yo, hambriento y poco menos que nadie, se come a una mujer como sea”. Un hombre hambriento, incapacitado quizás, psicótico quizás, pene chico quizás. Maníaco sexual seguro. Un hombre insatisfecho para siempre: no habrá mujer sobre este mundo que le llene. Comprendo una parte de esto último: yo, un hombre que tuvo que aprender que la soledad debe de comprenderse desde la perspectiva de la tristeza. Solo vivo de recuerdos. Escribo recuerdos, escribo de un mundo que ya no me llena, un mundo desolado hasta su horizonte más lejano. La cultura pop, esa frase peliculezca me ha traído un recuerdo duro como el pavimento citadino, y jocoso como un viejo lascivo. Yo sé que hay formas de satisfacción cuestionables e incuestionables; en el sexo hay varias y tantas hasta donde la imaginación nos dé. El fetiche. Una persona puede convertirse en fetiche cuando tiene una falta que no encontró en ningún lado. La psique en primera persona, en segunda persona; da igual. La finalidad del fetiche es el mismo: llenar espacios mentales vacíos. Mika. Conozco muchas mujeres en estos arrabales cantinezcos, conozco tantas que ni mis dedos ni

1. Rampart. 2. trainspotting. 3. Trent Reznor.

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mi mente alcanzan para contarlas ni para recordar sus nombres artísticos o de bautismo patriarcal. Su realidad es sencilla y sin mucha averiguata: la gran mayoría de ellas se volvieron fetiches sexuales por necesidad, otras por su incapacidad para enfrentar el mundo sin alcohol o drogas fuertes, y otras tantas se metieron de putas nomás porque no sirven para otra cosa. Muy pocas lo hicieron por gusto. Con solo una de estas últimas tuve una relación más allá de la intimidad sexual, más cercana a la amistad, más de igual a igual. Ella decía de mí: “Me encanta este hombre porque somos igual de locos, estamos cortados por la misma tijera del diablo, con solo él me comprendo del todo, somos machos y hembras a la vez”. Mika es muy expansiva de su carácter: igual es una carcajada sonora y larga, igual un arrebato de rabia, un mar de lágrimas y un venero de palabras en voz baja. Es una gran amiga, una gran madre y una amante que merece todos mis respetos. Es también un gran libro de historias. Mika se metió de bailarina de mesa nomás porque le encanta el cotorreo. Lo sé, pues jamás se queja de este mundo como me quejo yo. Ella me ha enseñado a disfrutar de muchas cosas de la vida, que en el vagar y destruir la poca cosa buena que me queda, había olvidado la costumbre de apreciar: me enseñó a re valorar el trago de cerveza acompañado de una buena plática; a comprender el arrastrar de otros, a no juzgar a la ligera el mundo de estas mujeres como si fueran cosa de la basura; sino más bien, me abrió los ojos para disfrutar cada minuto de su presencia como si fuera lo único de valer la pena. Mika jamás se ha lamentado de algún hombre pues no se reconoce como algo de utilizar sino más bien al contrario: se ve necesaria en nuestro mundo, al grado de no soportar de algún hombre algo parecido a un gesto de desaire. Considera pendejo a quien no le regala al menos un beso. Es un haz luminoso por donde pasa; despilfarradora de cariño con todo el mundo, hasta con nuestras compañeras a quienes no les guarda ningún tipo de envidia.

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Mika no es un fetiche, al menos no para mí. El fetiche es aquello que se necesita, algo invisible que convertimos en objeto: quien tiene una falta que desconoce o no puede alcanzar transforma una cosa, persona o animal parecido en su fetiche. Mika y yo compartimos las noches ruidosas, baile, alcohol, drogas y palabras, con estos aderezos químicos además de la libido. Hubo una ocasión, después de una larga tertulia, fuimos a parar a un centro de baile madrugal. Y entre los gritos de las putas, puteros y la música potente, me contó la mejor historia de la noche. El pistolero fetichista. Jamás he tenido miedo de algún hombre; los conozco tanto que sé hasta dónde son capaces de llegar y parar: con solo comprenderlos un poco se desarman; se desarticulan hasta en sus voces roncas, se van desnudando de sus machadas hasta quedar solitos, nomás con su pene sosteniéndolos sobre sus piernas temblorosas y descoloridas. Hombres de todo tipo que me pagan demasiado bien la comprensión de sus ansias sin recipiente. Escucha –se prepara la jocosidad trágica con su típica sonrisa pícara–: tengo un cliente muy joven, de apenas veinticinco; un joven pistolero de altos vuelos y mucha responsabilidad, al grado de jamás abandonar su enorme “águila del desierto”, ni para cagar; un hombre muy serio y pocas palabras, maneras tristes y cansadas; con un aire de soledad sin horizonte ni puerto de regreso. Se puede decir de él, que es alguien noble al menos en los minutos antes de mal dormirse en su cuartucho de gente malviviente. A la hora de la acción conmigo se desnuda vergonzoso, de espaldas, mientras lo espero recostada con mis piernas abiertas sobándome el coño; se voltea despacio, con su libido en ebullición, su mano izquierda tapando su pene y con la diestra empuña su pavorosa pistola. Se monta sobre mí y me apunta la .45 mm en la sien, quita la zurda de su verga, y me penetra: el pene más pequeño que he tenido. Luego comienza a “darme gusto”, según él, con una

rudeza ridícula, con una prisa temblorosa mientras me grita furioso y mirándome a los ojos: “Dime que es enorme, dime que te lastima, dime que te asusta, que te gusta, que jamás has tenido algo así sobre ti, dentro de ti”; y me presiona el cañón de la pistola en la cabeza hasta lastimarme. Por solo cinco minutos este muchacho se siente hombre frente a una mujer, cinco minutos y se viene a gritos y luego parece que va a llorar. Quita lentamente el cañón de la pistola de mi sien, lo pasea por mi rostro, mis pechos, lo arrastra por mi vientre hasta llegar a la vagina; luego saca su diminuto pene, y se incorpora desganado y triste, vuelve a sus maneras normales. Se viste de espaldas soportando su vergüenza de comienzo y fin, se encaja la pistola en la parte frontal del pantalón; me paga sonriente y agradecido, me besa la frente y me dice: “Buena niña, la mejor”. Se sienta a mi lado pensativo, sin ser capaz de verme ni los muslos. Luego se levanta y se va. Me causa tanta ternura su pequeñez humana, su necesidad de reconocimiento, su machismo degradado. Me gustaría tanto darle un abrazo mientras le diga que en este mundo no es necesario tanto miedo y tanta tristeza o soledad. Que el mundo está lleno de medias naranjas, de rotos, de ojales para su botón; pero sé que jamás lo entenderá: su pequeñez es enorme y no puedo hacer más por él. Para él es demasiado y eso es suficiente y por eso me busca y paga muy bien” Este joven sicario no ve en mi una diva, como un fetiche, es parecido a mí. Su fetiche es la enorme “águila del desierto” .45 mm; su falta materializada en un objeto de causar temor y muerte. Mi diva es la musa depositaria de su fetiche. Un triángulo meta-amoroso: la vida, la muerte y el miedo a ambas, trianguladas en un acto tan cotidiano como es el comer. “Conozco mejores que él”, termina contándome entre risas, esta tremenda mujer. Para ella no hay peores, y por eso la procuro y la extraño cada vez que se tarda en aparecer en

mis ámbitos de bares, cantinas y centros madrugales de baile. Ella no es un fetiche para mí, odiaría llegar a convertirla en eso. Pero ya en piensos serios y profundos, si me gustaría tener un tipo de fetiche, algo materializado que me haga volar. No un coche o gran mansión, no yates o enormes pistolas, no una mujer objeto... algo que me haga volar como a este fantoche que Mika me ha descrito. Un fetiche grandioso que me haga volar, que me llegue hasta el cielo como logré hacerlo alguna vez; que me lleve alto aunque luego me desplome como Ícaro, y reviente en el suelo para luego levantarme y poner mis alas e intentarlo de nuevo hasta morir de plenitud. Necesito un fetiche, un fetiche para sobrevivir; ya que la vida de mi vida se fue a quién sabe qué suelos y qué tipo de mundos. Escribir recuerdos, beber y drogarse, ver televisión y escuchar música, sirve de poco. Esa noche Mika me dio una cachetada suave con su mano perfumada y llena de abalorios: me invita a bailar con su ánimo telúrico. El buen equipo de sonido de este bello centro madrugal toca “Hand´s up (manos arriba)”, la canción preferida de mi diva. En el centro de la pista nos movimos como locos hasta que la gente nos rodeó, aplaudió y envidió nuestra forma de alegrarnos la noche, mientras dos negros adolescentes cantan a coro desde la pantalla gigante: “Manos arriba, nena, manos arriba: dame tu corazón dame, dame tu corazón, dame, o tu vida, o tu vida”. Y la bruma del alcohol y la adrenalina del baile acelerada por la cocaína se hicieron tan intensos que hubo un hueco enorme en mi mente que me llevó hasta el filo de mi cama, sonriendo como tonto. Mi cama mal vacía, esperándome fría y burlesca. Solo el tedio del sudor femenino, su perfume, el sabor del último beso… y luego la canción repitiéndose en mi cabeza hasta dormirme con punzadas de dolor: “Hand´s up, baby hand´s up, gimme your heart gimme gimme your heart gimme, or your life …or your liiiifeeeeee!!”.4

4. The Ottawans.

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Desperté con el resabio de un sonsonete: Mi corazón perdido, mi vida. ¿En qué momento morí? Desperté sin nada otra vez. En mi cama no hay nada que me haga levantarme a seguir, ningún rastro de algo que deba perdurar. Mañana será igual. Necesito un fetiche. Recuperar mi corazón y volverlo un fetiche fantástico como no habrá otro para poder levantar esta vida arrastrada y volar. Volar. No importa cuántas veces haya de caer mi corazón.

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Felipa Poot a 90 años de su asesinato en Kinchil. Jesús Solís Alpuche.

Este 28 de marzo cumplió 90 años que trascendió la noticia de la muerte una joven nativa, líder campesina en Kinchil, por motivos de una reyerta política (electoral), al interior del partido oficial, (PNR); cuya circunstancia durante muchos años es un profundo tabú político nacional. Martín Luis Guzmán, en su libro que alude a Kinchil en 1946, –Maestros Rurales– escribe que Felipa Poot fue asesinada por mujeres de la población al regresar del cementerio de rendir culto a sus muertos. En mis comentarios en el Diario del Sureste publicados en 1986, con motivo del 50 aniver-sario del asesinato de Poot, opiné que Martín Luís Guzmán oculta a los verdaderos asesinos porque son miembros del Partido Socialista del Sureste, ala, en Yucatán, del Partido Nacional Revolucionario (PNR). Martín Luís Guzmán es vocero de la presidencia de Lázaro Cárdenas. Además que Mario Tenorio, personal asesino de la dirigente en Kinchil, es delegado en la campaña electoral de Gualberto Carrillo Puerto, hermano del apóstol Felipe Carrillo. Esto, políticamente es difícil de explicar, y es posible que por eso Guzmán recurra al subterfugio de moda en novelas y películas de la época, como plantea Ben Fallaw en su ensayo “La vida y la muerte de Felipa Poot, y el cardenismo en México” en que refuta mi teoría del conflicto por la tierra, como causa del asesinato. Contexto: En l934, Lázaro Cárdenas asumió el gobierno federal y promovió importantes reformas, entre otras el reparto agrario en donde había grandes rezagos, como ocurría en La Laguna y en Yucatán. Cárdenas nombró al profesor Antonio Betancourt Pérez, Jefe de Educación en el Estado, con el fin de llevar a efecto su proyecto de educación socialista. 66

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En Kinchil, lo mismo que en otros municipios, en el marco del proyecto federal se fundó la Escuela Rural, que hoy lleva el nombre de “Rafael Cházaro Pérez”, militar yucateco, que murió en accidente aéreo el 26 de enero de 1936, dos meses antes del asesinato de Felipa Poot, y que impulsó el propósito de alfabetizar y concientizar a los campesinos mayas en sus derechos sociales. En esta importante tarea, Betancourt mandó a Kinchil al joven profesor, Bartolomé Cervera Alcocer, quien inmediatamente inició la alfabetización inscribiendo a docenas de campesinos y campesinas entre las que se encontraba Felipa Poot Tzuc, que sin duda fue la que más aprovechó las ideas de liberación del programa educativo influenciada por el maestro. Marco teórico en la Educación Rural Federal: Entre los elementos teóricos que Cervera Alcocer manejaba estaba que: “el hombre y la mujer maya son hijos de la tierra. La tierra es la vida y la libertad de todos. Los grandes señores que se han apoderado de la tierra no comprenden la vida y la relación del indígena con la tierra, porque lo esclavizan en el trabajo; y con el pueblo maya sometido y explotado, someten y explotan también a la tierra. La tierra es para darle de comer a todos los pueblos, pero los que se han apoderado de ella, son como los que llegan por la noche y roban la comida de todos. Para ellos un pedazo de tierra es igual a cualquier cosa que pueden seguir despedazando. La tierra no es su madre, ni su hermana, ni su amiga. Ellos la destruyen, no la respetan y la explotan. Destruyen el lugar que es nuestros padres, y matan la tierra que le hará falta a sus mismos hijos…” Cervera Alcocer enseñaba a sus alumnos y alumnas que la fuerza del pueblo maya está en amar y defender la tierra; que la ambición de

dinero empobrece la tierra y a los seres humanos indígenas o no indígenas …Y si permitimos que nos sigan explotando junto con la tierra, en el futuro sólo seremos como la arena cansada de los desiertos”. (Martín Luis Guzmán en “Los maestros rurales”). Gracias al intenso trabajo educativo, en el marco del programa nacional de Educación impulsado por el gobierno de Cárdenas, los campesinos kinchileños empezaron a tomar conciencia de sus derechos como mexicanos. Flores y Frutos de la Educación Felipa Poot y docenas de campesinos mayas, se inscribieron para el estudio y la promoción de los derechos constitucionales de la jornada de ocho horas de trabajo, para combatir la jornada “de sol a sol” establecidas de hecho por los hacendados henequeneros en la región. Las reacciones violentas en contra del profesor Cervera y de ella misma, no se hicieron esperar de parte de la policía municipal, servidumbre de los hacendados, aliados a las facciones de gobierno callista en el PNR, y del Partido Socialista del Sureste, que en Yucatán obstaculizaban las reformas cardenistas. Con la asesoría del magisterio rural, Felipa Poot organizó el primer sindicato y la primera cooperativa de carboneros y productores de hortalizas, en compañía de activistas como Lázaro Solís, Víctor Solís Andrés Kú, Nazario Pisté y Agustín Puc, así como varias mujeres; divulgaron que conforme a la ley, todos los seres humanos son iguales, merecen respeto y tienen derecho al trabajo, que es de donde se desprende la dignidad del ser humano. Denunciaron que la esclavitud fue abolida en 1810 por el cura Miguel Hidalgo y que ya no permitirían más azotes, que con frecuencia por orden de los hacendados se les propinaban a los trabajadores henerqueneros, para obligarlos a una producción mayor en el corte de la penca del henequén

No obstante que en aquellos tiempos la mujer no había obtenido sus derechos políticos en nuestro país, Felipa Poot indujo el reclamo de los campesinos mayas productores de henequén a la jornada de ocho horas y el pago mejor en el corte de penca. Cosa que los hacendados nunca cumplieron hasta que Cárdenas decretó el Reparto Agrario en Yucatán, después de su asesinato, ocurrido junto con otros campesinos en Kinchil, el día 28 de marzo de 1936. A 90 años de la masacre de campesinos provocada por la facción callista del PNR, aliada a los hacendados henequeneros, en que murió Felipa Poot, Baltasar Canal, Bonifacio Madera y otros kinchileños; estos sucesos, como los del 19 de enero de 1936 en Temozón, en que fueron asesinados Ignacio Mena y Adalberto Sosa y de la ciudad de Mérida el 1º de junio de 1936, y el asesinato de Rogelio Chalé el 5 de septiembre del mismo años, aun no son relacionados con los acontecimientos que conmocionaron al país para impedir las reformas cardenistas, y ponen fin al maximato callista, ya que 10 días después de la masacre en Kinchil, el presidente Cárdenas expulsó del país al ex presidente y General Plutarco Elías Calles, a Luis N. Morones, de la CROM, Luís L. León y a Melchor Ortega, dirigentes del PNR. En su libro Maestros Rurales, que alude a Kinchil, Martín Luís Guzmán escribe que Felipa Poot fue asesinada por mujeres de la población al regresar del cementerio de rendir culto a sus muertos. En mis comentarios en el Diario del Sureste publicados en 1986, con motivo del 50 aniversario del asesinato de Poot, opino que Guzmán oculta a los verdaderos asesinos porque son miembros del Partido Socialista del Sureste, ala en Yucatán del Partido Nacional Revolucionario (PNR) que hasta esas fechas era el partido del propio presidente Cárdenas, de quien es vocero Martín Luís Guzmán. Además que Mario Tenorio, el asesino de Felipa Poot, era delegado de Gualberto Carrillo Puerto, hermano del apóstol Felipe Carrillo y candidato a senador en la campaña electoral. delatripa 35

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Esto, políticamente es difícil explicarlo para un historiador oficial, y es posible que por eso Guzmán recurra al subterfugio de moda en novelas y películas de la época, como plantea Fallaw en su ensayo histórico, poniendo como ejemplo la película “María Candelaria” de Mauricio Magdaleno y el Indio Fernández. En el contexto sociopolítico de la crisis y abandono en el campo y el tráfico de tierras ejidales actual, es interesante el estudio de esta mujer campesina que nació el 14 de marzo de 1903, y fue asesinada el 28 de marzo de 1936 en Kinchil, por Mario Tenorio, representante del candidato a senador, hermano menor de Felipe, Gualberto Carrillo Puerto, que resultó instrumento del callismo, y aliado de la oligarquía local en contra del proyecto de Reparto Agrario que alentaba la corriente cardenista en Yucatán en la candidatura de Gonzalo López Manzanero, a quien los campesinos kinchileños apoyaban, y organizados, bajo la dirección social del profesor Cervera Alcocer habían logrado liberarse del caciquismo político en la población. Conclusiones Felipa Poot y el cardenismo en Kinchil deben seguir siendo objeto de estudios profundos que los reivindique, pues a raíz de los años 40s, el proyecto ejidal como se concebía entre el campesinado cardenista, dio marcha atrás para convertirse en una forma de control entre las masas campesinas e indígenas, hasta que en 1992 el proyecto priísta neoliberal optó por la privatización de las tierras ejidales sin haber cumplido con el compromiso de justicia social, causa y consigna original de la revolución mexicana. Sin embargo en Kinchil prevalece la resistencia. Varios grupos nos opusimos, responsable y conscientemente, al Programa de Certificación (Procede), porque lo consideramos el golpe final al derecho de propiedad inalienable de la tierra que poseen, en parte gracias a la lucha de Felipa Poot, que 68

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valientemente se enfrentó al grupo callista del PNR, y a los intereses de los terratenientes que, como hasta hoy, a base de mentiras tratan de manipular la voluntad de los campesinos para que se opongan a los ideales comunitarios. En estos momentos de globalización del individualismo y capitalismo salvaje, es importante conocer y hacer luz sobre la vida de nuestros pueblos originarios y sus dirigentes históricos; pues ante el impacto de la transculturización en el proceso de globalización neoliberal de los mercados, es necesario exaltar y dar a conocer, lo que es nuestro en la historia. Porque la clase dominante insiste en privatizar las tierras de Kinchil. Más de 21 mil hectáreas cercanas a Celestún, por medio del FANAR (Fondo de Apoyo para Núcleos Agrarios sin Regularizar) para el despojo de su patrimonio. Referencias históricas. La síntesis de 20 publicaciones que hice en el Diario del Sureste en los meses de marzo y abril de 1986, con motivo del 50 aniversario del asesinato de Felipa Poot, tomé información oral de personas de Kinchil como don Eleuterio Méndez, Andrés Ku, Olegaria Pisté, Nazario Pisté, Elio Rodríguez, Aurora Solís, Emilio Ventura, y el propio Antonio Betancourt Pérez. Por esa fechas me reportaron la muerte de del Prof. Bartolomé Cervera Alcocer, en Medellín, Estado de Veracruz, por lo que no puede entrevistarlo personalmente. Este trabajo desató un debate de regular importancia, sobre la vida y muerte de Felipa Poot, que incluso trascendió a nivel internacional con investigadores de la talla de Ben Fallao y Cathleen Martin, que recientemente presentó un libro al respecto. Hace 10 años Ben Fallao me envío en inglés su ensayo, que publiqué, traducido, en uno de mis libros.

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Asesinato en la calle Riveroll El reguero de sangre empezaba junto al poste, a media cuadra, y se extendía hasta la avenida Riveroll, esquina con calle 13, en la diminuta casa color rosa sin número visible, que se alzaba a medio solar, para entonces, lleno de hierbas verdes, margaritones y malvas, porque era mediados de febrero de un año muy llovedor. El sargento Torroles, oficial de la Policía Municipal, caminaba con la vista pegada al suelo siguiendo el goterón de sangre que entraba por la puerta del desvencijado cerco de madera de la silenciosa casa rosada. Las cortinas floreadas de tela gruesa no dejaban ver hacia el interior de la diminuta construcción. “Esta casita debe servir de dormitorio, sala y cocina al mismo tiempo. A lo mejor hasta de letrina; o de menos tienen una buena bacinilla debajo de la cama”, se dijo el oficial siguiendo aquel rastro carmesí que entraba bajo la puerta oscura, sellada por un enorme candado que pendía del pasador. Como buen policía, observó la mitad de una gota de sangre semicoagulada afuera de la puerta. “¡La cosa está dentro de la casa; espero que el comandante no me acuse de allanamiento de morada. Aquí han matado a alguien. Si lo descubro tal vez me gane un ascenso y me nombren subcomandante de la Policía Municipal de Ensenada”; y sacó su navaja del bolsillo trasero de su pantalón de lana azul marino, para desmontar la aldaba. La puerta chirrió, y se asomó a la pequeña casa de una sola habitación que estaba en penumbra. Al fondo, junto a la puerta, pegada a la pared, una cama destendida, al lado contrario una estufa de petróleo sobre una mesa; varios estantes adornados con cortinillas floreadas servían de alacena, trastero y lava trastes. En la mitad de la habitación una mesa cubierta con un mantel de hule en el que resaltaban enormes ramos de flores rojas, rodeada de cuatro sillas. Al otro extremo, un catre y una cómoda con un altero de velices de metal. Las paredes adornadas 74

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Marta Aragón R.

con grandes almanaques de coloridas imágenes de Jesús Helguerez, que indicaban el mes de febrero de 1956. El oficial Torroles, con la nariz pegada casi al suelo, a falta de lentes y lupa, siguió el rastro por el interior de la casa; estaba embarrado sobre el piso de linóleo con un diseño de alfombra persa. Con lentitud, paso por paso, siguió la evidencia púrpura hasta el lecho desordenado a cuyos pies la sangre llenaba de salpicaduras y manchones las mantas, pero del cuerpo del delito no había señales. Torroles se quitó la gorra de policía para rascarse la cabeza y echar a andar a las neuronas a toda máquina. Afuera un merolico anunciaba las maravillas del Fosfovitacal: Señora, si su niño tiene lombrices, Fosfovitacal; si a su marido se le cae el pelo, Fosfovitacal; si está esperando o criando: Fosfovitacal; si sus chamacos no aprenden en la escuela, Fosfovitaca l ; con intermedios de la canción “El panadero con el pan”. ¡Fosfovitacal!, repitió Torroles burlándose, Si usted no encuentra al muertito, Fosfovitacal; Si quiero ser el segundo de mi jefe, Fosfovitacal. ¿Dónde jodidos estará el difunto?; se preguntaba desesperado porque el rastro acababa justo sobre la cama batida y sanguinolenta. Todo lo demás estaba en orden y limpio, pero el cadáver por ninguna parte. Revisó la casita con meticulosidad, debajo de camas, cómodas, mesas, estantes, sillas, y tras el enorme radio que estaba en una esquina de la habitación; el oficial lo encendió y con muchos esfuerzos logró sintonizar la estación XEPF que justo dejó escuchar una canción del trío Los Panchos. Torroles empezó a cantar, “Reloj no marques las horas”, pero fue interrumpido por la voz del locutor que anunciaba los productos de la Granja Ezroj; un armenio tenaz y trabajador que había sentado sus reales en Ensenada: “Para huevos gordos y colorados, los de Ezroj, a seis pesos la docena”. “¿Qué tal si las gallinas

estuvieran prietas y flacas?”, dijo el oficial en voz alta, “¡no los darían tan caros, ufff!” Luego de rascarse la cabeza, salió a la avenida Riveroll. Pasó el poste hasta llegar a la Hielera, y de allí se metió entre las casitas del interior de la manzana. Algunas eran de madera, otras de forma cuadrada, hechas de adobe; en todas había plantas de geranio rojos o color salmón, tenían jardincillos enfrente y cercos de latilla. Puntilloso exploró las casas, terrenos, lotes baldíos, huertos de higueras y granados, y una cuadra de caballos que allí estaba, preguntó a los vecinos; y nadie supo ni sabía de algún desaparecido; no habían escuchado tiros, ni alegatas, ni gritos o chirridos de frenos ni arrancones. Nadie sabía nada. Lo único que obtuvo de su indagatoria fue que en la casita de marras vivía doña Enedina, con fama de bruja y curandera. Era temida por hacer y deshacer males, tenía dos gatos tan negros como noche nublada, y más de uno la había visto, convertida en lechuza, chillar por las noches sobre las ramas de los eucaliptos de la calle 13. “Así las cosas”, se dijo incrédulo: “Creo que la tal bruja ha de haber matado a alguien.” Volvió sobre sus pasos hasta a la casita rosada. Su sexto sentido le hizo percatarse que el criminal estaba dentro. Sigiloso abrió la puerta, y vio que la mujer arreglaba la cama. —¡Así te quería encontrar, con las manos en el cuerpo del delito! Levanta las manos; —dijo al tiempo de sacar el arma; y agregó—: Ahora me vas a decir ¿dónde escondiste el cadáver? — ¿El cadáver?— contestó la mujer con expresión de susto. — Sí, ¿qué hiciste con él? Estás en problemas, asesina; nada te salvará de la cadena perpetua; confiesa ya. — ¡La gallina de doña Petrita se la comieron los gatos; sólo alcancé a recoger el plumerio antes de irme al trabajo! Desde afuera volvió la voz del merolico anunciando el Fosfovitacal, acompañado de Cuco Sánchez cantando La Cama de Piedra; el sargento Torroles salió de la casita rosa de Riveroll y calle 13, sin número, dando un portazo.

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La planchada. El primer año de la residencia de pediatra, transcurría rápido. Ya eres el más experto en pediatría de todo el Hospital Regional No 12, al menos durante las guardias nocturnas que te corresponden cada 3 días. Al menos así te sientes, al menos así te comportas: como el más experto. Tus homólogos de ginecología, cirugía y medicina interna, no saben nada de pediatría; en cambio tú sabes de medicina interna, de cirugía, de ortopedia, de hematología, de infectología, de reanimación neonatal y pediátrica , (y que te echen un adulto, ¡seguro lo reanimas mejor que ellos!), hasta las indicaciones de cesárea y parto vaginal; sabes mejor que el residente de ginecología, y el de anestesia te hace los mandados… tu soberbia en este punto, no tiene límites. Eres amo, dueño y señor de las guardias nocturnas de pediatría. Mientras el sol penetra por el patio central del edificio antiguo, que salvaguarda el hospital, iluminando la fuente y creando arco iris impresionantes entre la hermosa vegetación siempre verde del jardín, hasta te sientes poeta. Lo miras de reojo cuando vas y vuelves del laboratorio, del banco de sangre, de la terapia, de urgencias, del quirófano. A veces te detienes entre las columnas del corredor, a mitad sombra, mitad luz, y envías un mensaje por celular, o haces una llamada o pagas un refresco en la máquina y te lo tomas rápida y furtivamente. Miras hacia la fuente y el Feng Shui, que dice eso de que las corrientes de agua, sirven para aliviar el estrés, confirma sus teorías. Sonríes, te acabas el refresco , te guardas la imagen del arco iris de la fuente y te diriges a recibir la guardia. Pronto serás tú solo, el residente de guardia nocturna.

Addy Castillo Espínola.

II. La primera vez que escuchaste de ella, estabas en el cunero patológico, rodeada de cunas, incubadoras y charritos con jamón, queso y chile jalapeño, en el break de almuerzo de las enfermeras, el turno matutino era súper eficiente, pero el vespertino era el más coloquial. Empezaron comentando del día que Eunice, estaba sola en el servicio, alimentando un prematuro; le daba la espalda a la puerta de entrada y de reojo vio como se abría para dar paso a alguien, la sombra entra y la puerta se cierra. Saluda Eunice: Que bueno viniste, estaba muy sola; sin respuesta. Un rato después la puerta de atrás se abre y se cierra, como si saliera alguien. Solo alcanza a ver el vuelo de una falda antes de que cierre la puerta. Eunice piensa: Ésta ya se fue sin despedirse, a puros flojos mandan aquí. Sin darle importancia, termina con su bebé, sigue afanándose con las indicaciones y un buen rato después llega su compañera: Bien que me la hiciste —dice Eunice— te mandan a ayudar y te vas luego, luego, sin despedirte siquiera. — ¿Yooooo????!!— responde entre asombrada, indignada y divertida Martha—; es la primera vez que entro aquí hoy. Silencio sepulcral entre ambas III. La jefa Olda es una enfermera de las antiguas. Su traje blanco está almidonado y lo ciñe perfectamente a su pequeñísima cintura. Es flaquita, de pelo negro ondulado, siempre recogido en un chongo bien apretado, sobre la nuca larga, enmarcado por pendientes chiquitos y su dignidad prendida en la cofia blanca con las dos franjas que indican su puesto en la jefatura de enfermería. Su uniforme de verdad está almidonado, por eso el corte en A de la falda delatripa 35

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larga le sienta maravillosamente, se ve como esas monjas-enfermeras que salen en las películas, solo le faltaría su velo largo y su rosario de madera con crucifijo. Lo único de color en su atuendo, son esas dos franjas verdes y sus dientes amarillos. La Jefa Olda fuma como chacuaco. Su relato comienza cuando entró a trabajar siendo una adolescente, sus 16 años le daban la belleza de la turgente juventud y su empeño por aprender le daban la notoriedad frente a sus compañeras y los médicos la enamoraban a montón. Su servicio era cirugía, el pabellón de hombres (donde se hospitalizaba a los pacientes de género masculino), donde los post operados de apendicitis, colecistitis, colostomías, resecciones de tumor, neurocirugía, traumatizados, esperaban impacientemente (como esperan todos los pacientes) a que sus heridas cicatrizaran, o que la evolución natural los dejara partir a un “lugar mejor”. Los ayes, los suspiros, los gases, los olores, los líquidos raros y olorosos, las gasas húmedas, los bacinetes, los ires y venires de médicos y enfermeras de todos los turnos, eran la rutina en la mañana, en la tarde. La actividad disminuía en el turno nocturno, pero los ayes, los olores y los gases de todo tipo continuaban sin cesar. También Olda, continuaba trabajando, doblaba turno en esa ocasión. Se había quedado sola en la sala. El pabellón es una sala enorme de techos altos, con filas de camas a ambos lados del gran cuarto, con un pasillo entre ambas. La central de enfermería a la mitad de la sala, solo un escritorio para escribir, sentarse un minuto, llenar papelería, compartir con el médico de turno, preparar medicamentos, optimizando espacios. El cuarto séptico donde se guardan los bacinetes, se lavan y se desechan los residuos, se encuentra al final de esa sala, es un cuarto sucio (por eso se llama séptico), pero necesario. Un paciente necesita cambios de gasas, por lo que se dirige casi a la entrada del 78

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pabellón, donde se encuentra su cama, su carrito de curaciones chilla mientras lo empuja hacia allá; lleva su cubrebocas en el rostro y guante en la bolsa del delantal (a Olda le tocaron esos uniforme blancos con delantal y múltiples bolsas al frente). Inicia su proceso de limpieza, lavar, secar, colocar apósitos nuevos, cambias las sábanas cuando del fondo del pasillo alguien grita: —¡Enfermera!, necesito un cómodo (o bacinete)!— La voz la apremia y Olda desde adelante contesta enfática: —En un minuto estoy con Ud. Termina con su paciente, ya limpio y seco; empuja de regreso su carrito chillón, se dirige al séptico, encuentra un cómodo limpio, lo toma con guantes y se dirige hacia el solicitante, al llegar a su cama, lo encuentra totalmente dormido, por lo que duda: ¿no que mucha urgencia para evacuar?, quizás lo dijo en voz alta, porque el paciente se despierta y le dice: ¿Me quita el cómodo que me puso su compañera, por favor? Ya acabé. Pálida, Olda le pregunta: ¿Qué compañera? Solo estoy yo en el servicio. —Vino una señorita de cofia y delantal blanco así como el suyo; me trajo el cómodo, me lo colocó y se fue. Era muy blanca y estaba muy fría cuando me tocó para colocarme el cómodo. Olda retiró el cómodo; ahora con dos en la mano, uno sucio y uno limpio, los mira, mira al paciente y ninguno de los dos quiere mirar hacia atrás. De reojo, observa la silueta de falda larga y cofia, salir por la puerta del frente, sin ruido, sin sombras, sin pies. IV. Seguro que son figuraciones suyas, causadas por algún reflejo de la luz, los juegos de sombras, estaban ebrias, jajajaja —me río minimizando el susto que me causan sus relatos.— Deje que la vea, doctora, ya no dirá eso ni se burlará de nosotras!— contestaban mientras engullían los charritos.

Empieza la guardia, tomo mi bata, mi tabla para apuntar, mi gaceta y me voy a la ronda nocturna. V. El mismo patio central que en el día esta iluminado por el sol y el arco iris, que presume su vegetación siempre verde y que resguarda decenas de pajaritos felices; a las 10 de la noche luce como una masa oscura, que respira y murmura, que se desplaza entre las columnas de los pasillos, que deja al viento hacer ruidos raros, violentos a veces, tenues en otros, pero siempre desde la oscuridad. Sombras pequeñitas se mueven entre las sobras mas amplias, como remarcadas en la oscuridad. Si eres observador notarás sus ojitos brillantes cuando hay luna o escucharas sus maullidos si permaneces en el pasillo el tiempo suficiente. Pero nadie se queda en el pasillo. Nunca El cuadrado que forma el pasillo, forma ángulos perfectos delante y atrás de ti, no puedes ver más allá de ellos desde tu posición. Las 11, las 12 de la noche; las horas oscuras pasan, y tú sigues entre esas columnas, de ida y vuelta, parto tras parto, ingreso tras ingreso, carrera por los laboratorios, otra por el paquete de sangre, una para ir brevemente al baño. Las sombritas maulladoras se esconden de ti, solo ves el movimiento que dejan tras de sí al esconderse entre las columnas. Después de ellas, detrás de ti, solo silencio. Delante de ti, entre dos focos a distancias equiparadas, ves un revuelo blanco que aparece y desaparece entre las sombras y se pierde en el ángulo del pasillo. Los focos cuelgan del techo, no están adosados dentro de él, se mueven cuando hay viento, dejando que las sombras a veces avancen rápido, a veces lento; así que te dices que eso debe ser. Solo hay un problema: No hay viento. Eso derrumba tu teoría.

Caminas mas lento, pero con paso firme, cada paso más firme, mirando hacia atrás, a los lados. Ni de tu sombra te confías. Tratas de hacer ruido, lo que sea que haya delante de ti, se debe asustar si se te cae tu libro, tu lápiz, tu carpeta, tu corazón… lo que sea. Llegas al ángulo del cuadrado, y quieres pero no quieres voltear a ver hacia atrás; dejaste un pasillo oscuro y te encuentras al inicio (o al final) del otros. De nuevo ves los foquitos oscilando desde el techo creando ese juego de sombras que ya a estas alturas, odias con toda tu alma. Un gato negro salta enfrente de ti, maúlla mirándote fijamente y sale corriendo hacia el jardín, ahí se reúne con su pandilla y tú casi quieres salir corriendo para el lado contrario. Hasta ganas de hacer pipí te dan. Una puerta del cunero se abre y se cierra, ves el ruedo de una falda entrar al cunero, al fin respiras o suspiras (ni habías notado que no lo estabas haciendo) y te dices: ¡Qué tonta soy, es la enfermera de cunero!; suspiras otra vez y ya con una sonrisa repitiendo lo tonta que eres, te diriges con paso ágil y ligero hacia el cunero. Abres la puerta con energía y entras saludando a todo el mundo. Silencio total. No hay ninguna enfermera ahí. VI. Al día siguiente contando tu aventura, sigues pálida y te invitan a un refresco para que se te pase el susto; obvio que aún se te notaba asustada, a pesar de que intentas hablar con toda calma y serenidad. Las enfermeras muertas de la risa, se burlan mientras les cuentas y al final, entre carcajadas y miradas sarcásticas te dicen: —Entonces, doctora, ¿cómo le trató La Planchada?

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La casilla azul de la villa “la paloma” (junto a las quebradas). Pepe mojarreaba aletargado junto al arroyo Saladillo, una siesta apacible de agosto. Disfrazaba tal apachurramiento, tomando sol, con una cañita de pescar en la mano. De reojo veía a su vecino más próximo en la orilla, que revoleaba espines con plomadas, cañas con reeles, y sumergía frecuentemente su mediomundo que arrastraba lentamente, bastante más concentrado en hacer una buena faena, que él que solo pasaba el momento. El callado y circunstancial lindero, tan empeñado por una jornada productiva y exitosa, se mostraba muy inquieto, y multiplicando innecesariamente las maniobras de revisar las lineas extendidas sobre la alborotada superficie espumosa del agua. Pepe le vio admirado, abriendo a cada rato su bien organizada, y muy atractiva caja de pescar, buscando unas lombrices gordas para encarnar en algunos de sus anzuelos. Sorprendido más aún, observó toda esa cantidad de cajitas ordenadas prolijamente que llevaba allí dentro. No pudo evitar preguntarle por aquellas, y el amistoso lacónico sin inmutarse le confió su secreto. Le permitiría generosamente equiparse también. A la mañana siguiente, Pepe no pudo ir, ni siquiera por la siesta, recién apareció al atardecer. Caminó por sobre la barranquilla un rato largo, hasta llegar a las primeras casitas del irregular asentamiento. Ya alcanzado por la noche y sólo ataviado con su gentil plática se atrevió a transitar por esos pasillos y vericuetos de aquella villa junto a la cascada. El lugar y las sombras no le inspiraban ninguna confianza. Siguiendo las precisas instrucciones que memorizó del pescador, su amigable interlocutor en la costa, dio con una casita que respondía a su descripción. Pronto advirtió que todo lo que pisaba crujía, cual lata 80

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Jorge E. Núñez.

oxidada que se desmenuzaba bajo sus suelas, y supo con certeza que estaba en el lugar indicado. Eran tapas de cajas, pero de un tamaño mayor al que le había mostrado su amigo. Había allí pilas de ellas, de diversos tamaños, por todos lados, y hubiera podido servirse las que quisiera y salir de la villa sin que nadie lo notara. Pero le pareció que debía pedir permiso, y golpeó la puerta de lata y los perros despertaron. Comenzaron a torearle amenazantes, a pesar de vérseles perfectamente atados. Las paredes parecían pintadas de azul oscuro, pero en sus partes descascaradas se identificaba la misma marca de las cajitas pequeñas. Golpeó las manos tímidamente al principio pero nadie se asomó. La fuerza que le fue imprimiendo a esa puerta con sus puñetazos impacientes, fueron cada vez mayores, y a pesar de tales, por último, enloquecidos, aunque hubiera dedicado allí el máximo sus energías y despertado a todos los vecinos, se convenció, nadie le abriría. Veía dentro los reflejos de un fuego encendido, tal vez sería un brasero, quizás una pequeña hoguera. Pepe juntó el valor necesario e ingresó sin esperar ya más, preguntando a viva voz por el dueño de casa. El latido de su corazón también repiqueteaba fragoroso en su pecho. El reverso interno de aquella puerta que había sobrepasado, no tenía esa azul pigmentación que le cubría por fuera. Aunque estaba muy oscuro pudo leer su impresión original. Era la marca desconocida de un cosmético. Calculó como dos metros, a tientas, para aquellas cajas de latas que habrían servido para las paredes. ¿Quién usaría semejante cantidad de crema "anti-age"? ¿O pudiera ser que...

acaso... trabajara el ocupante de esa casilla, en alguna fábrica local, del ungüento presumiblemente falaz, pensado para obsesivos por sus arrugas? —¡Qué abusadores de pánfilos crédulos! —pensaba Pepe— Estoy seguro que les prometerán resultados milagrosos a esos incautos, pero no mejorarán ni absolutamente los inexorables efectos de la edad. Indignado sin sentido, absorbía apenas ese temblor con el que lidiaba desde que empezó a comprender. No era frío, no... Una niña se incorporó desde un rincón sombrío, y Pepe, que estaba demasiado meditabundo y distraído, se sobresaltó. Retrocedió varios pasos espantado, y derribó con torpeza toda una gran montaña de latas apiladas. El estruendo que hizo enardeció aún más a los perros y él comprendió que seguramente atraería también a todos los vecinos de la villa. Presuponía a toda una horda enajenada abalanzándose sobre él, sin darle tiempo a explicar sus motivos allí, e imaginó que lo lincharían de inmediato. (Por pretender abusar de una menor, se decía). La pequeña, sin embargo, encendió la luz sin exhibir ningún temor, y Pepe... que por fin vio todo a su alrededor, pudo confirmar que las paredes eran provenientes, todas de los laterales de esas cajas de lata, de al menos tres metros de largo. Entonces sí, la voz de la niña no se hizo esperar más. Lejos de pegar el grito de terror que Pepe temía, sus palabras fueron calmas, atinadas y pacientes. Su verborragia sorprendentemente madura. De aquellas palabras, Pepe obtuvo toda certeza y la explicación necesaria. La criatura tendría la inusitada edad de noventa y ocho...

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El hábitat de los aluxes, espacios domésticos y espacios sagrados. En pleno aguacero un verano de 2006 se dio el primer encuentro con estos diminutos seres, llevaba un rifle de don Eusebio; el sabucán preferido de doña Anita; un listón rojo regalado, no prestado, de doña Mariana; un cordel azul de Julián, y allí, en medio de la milpa, aguardábamos. Sentía que todo lo que me rodeaba poseía ojos: desde las enormes hojas de las plantas de maíz, hasta la más diminuta gota de agua. Mi guía sentía temor porque no se cumplieran sus pronósticos, yo sólo una enorme curiosidad; pero a mí ya me había sucedido algo indescriptible: una semana atrás, a lo lejos, los había visto trepar ágilmente por las paredes de los vetustos cerros que hace mucho tiempo fueron sus majestuosas casas. Allí arriba, en una especie de montículo redondo estaban cuatro de ellos, así que decidí nombrarlos, al primero lo llamé Pájaro Azul por la especie de gorro que llevaba en su cabeza; al segundo me pareció bien nombrarlo Viento del Norte, por la enorme caracola que sostenía en sus espaldas; al tercero y sin duda el más simpático de todos, lo llamé Jade por el verdor de su piel, y al último y más pequeño de ellos, Conejo, por su increíble agilidad y velocidad. Iban acompañados de un diminuto y juguetón perro negro, allí entre la impenetrable y espinosa maleza se reunían todas las tardes, aunque mi guía opinara que su lugar favorito era la milpa porque los auto denominaba guardianes. Dicen que solo se presentaban ahí al caer la tarde, pero yo también había observado que sus lugares de reunión cambiaban con las estaciones, en otoño preferían reunirse más abajo, en una amplia explanada rodeada de columnas, y en invierno desaparecían casi por completo, dejándose ver solo en contadas ocasiones cerca de un cenote al descubierto, rodeado de gigantescos nenúfares. 82

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José Eladio Poot Novelo.

Quien se bañaba en las aguas de ese cenote no volvía; ahora lo sé. Solo un hombre, se cuenta, había sobrevivido; pero se le encontró tan envejecido que las pocas horas que vivió no fueron suficientes para que describiera qué hay debajo de esas cristalinas aguas. No quería contarle a nadie de su presencia, pensaba que había atravesado los límites de la tolerancia, sin embargo, creo que hoy es momento que los conozcan, porque estoy seguro que aun habitan esos lugares. Ellos se reunían también en otro lugar sagrado: una ruinosa iglesia, presidida por una solitaria virgen María, con un enorme corazón de yeso, y una flecha que le atravesaba el pecho. En ocasiones había visto a uno de ellos, acaso Jade, conversando con ella, alegraba la terrible soledad que la agobiaba cada tarde. En esos meses me volví casi trasparente: no comía, ni dormía, qué pensarían de mí si lo contara: un desquiciado más; los miembros que vivían en la comunidad donde estuve casi un año, creían que los aluxes eran cosas del pasado, inventos para asustar a los niños; sólo lo más viejos, y cuando hablo de ellos me refiero a personas que rozaban los ochenta años, admitían su existencia. ¿Dónde habitan?, le pregunte un día a don Eusebio. Quería saber de donde provienen. Por toda respuesta me señaló una rechoncha nube que sin duda iba repleta de agua. Muchos días estuve con calentura, pero los resistí con una necia valentía, ese era el precio por verlos tal vez tan sólo unos instantes. Después de una larga y agónica espera, mientras sentía que me iba convirtiendo en adulto, su presencia se multiplicaba de manera sorprendente, estaban bajo la mesa de la cocina, o Conejo brincaba de pozo en pozo en las casas vecinas, pero también mis cosas fueron desapareciendo poco a poco: primero fueron los calzoncillos blancos; luego el jabón;

más tarde la gorra con el emblema de la ciudad de Chicago; a esta lista se agregó un juego de lápices y plumas. Por último, también la comida desaparecía. Luego de una paciente observación que había durado más de medio día, vi a Viento del Norte desaparecer por el sendero que conducía a la salida del pueblo con la última camisa que me quedaba limpia. ¿A dónde la llevarían?, ¿para qué acumular tantas cosas inútiles y tan dispares? Ese mismo día, al anochecer, entre sueños me pareció verlos cabizbajos llevando bajo el brazo sus escasas pertenencias, abandonando sus amadas ciudades. ¿Qué sueñas?, me preguntó un gigantesco hombre que llevaba un diminuto sombrero, bobadas seguramente, qué más soñaría un jovencito de tu edad. Al abrir los ojos solamente me observaba un pequeño pato que se había colado del patio a la cocina. Yo prefería las noches lluviosas, porque al amanecer sus pisadas rodeaban toda la cocina, ¿Qué buscan, ¿qué esperan encontrar aquí, en medio de tanta pobreza? Que fueran afectos al aguardiente, era un mito, preferían las cosas dulces: enormes trozos de calabaza en almíbar desaparecieron un día sin dejar rastro, y el aguardiente, lo más costoso que había en esa casa, permaneció intacto sobre la mesa. En las casas se cuentan sus historias El viento nos trae su olor dulzón zurrando Llevo sus nombres en mi memoria Y gloriosos días que no volverán…

Entonaba la misma canción de regreso a casa, me asomaba por la ventana de la vagoneta mientras avanzaba a toda velocidad, a ver si por casualidad veía a alguno de ellos por las veredas que acechan de cuando en cuando en la carretera. Burlones, juguetones, también se enamoraban: bajo la redonda Luna, muchas veces descubrí a Jade a los pies de la resplandeciente virgen de yeso. Ese

sentimiento no es ajeno a ningún habitante de la tierra, aun si eres trasparente y liviano como el aire de aquellas frías noches. Aunque nunca supe a dónde fue a parar la mayoría de mis pertenencias, sí observé un día, y por casualidad, que a los pies del altar de la virgen había una enorme cantidad de las más variadas osamentas: grandes, chicas, y en medio de ellas, mi camisa y mi gorra. ¡Qué manera de cortejar a una dama! Pensaba. Lo único que puedo decirles de sus vestimentas es que estas no llevaban ni cierres o botones, ¡Quien los utilizaría bajo este abrasador sol!, pero eso sí todos poseían un gorro que podía ser de piel de zorro o de plumas de las más variadas aves, donde en las tardes calurosas asentaban sus redondas cabezas. ¿De qué se alimenta el aire? al parecer tiene predilección por las cosas dulces, como pueden ser las calabazas, los camotes y toda suerte de tubérculos sancochados y endulzados por las abuelas. Muchos dicen que se alimentan también de flores pero por lo que he visto estas solo le sirven como adorno y solo las utilizan los más viejos. Siempre parecen tener hambre, pero un hambre que no cesa nunca, por los caminos si prestas atención escucharas el lastimero gemido de sus pobres tripas, tal vez por eso no dormían nunca, tal vez hacían travesuras para distraerse del hambre que les rasgaba los estómagos he inflaba sus barrigas. Viven en una especie de huecos bajo el suelo, como si allí habitaran conejos, no les gusta para nada el agua, pero sí la tierra mojada; organizan grandes banquetes de tierra, con imaginarios platillos, que se convierten en polvo al caer la tarde. Jade parecía ser el líder y el más estoico: nunca discutía con nadie, nunca reía, permanecía observando a los otros en silencio, su sonrisa era un misterio: nunca sabías si planeaba una travesura o si sólo tenía algo entre los dientes. Jade es también el más alto de los delatripa 35

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tres, y parece que su edad suma muchos winales, aunque a ciencia cierta nunca pude establecer cuántos años tiene. De los aluxes, no sabría decirles si hablan, si los estornudos, las estridentes risas, las miradas glaciales, los escupitajos a grandes distancias, o los pescozones signifiquen algo. Desde hace diez años intento recordar el más mínimo detalle de ellos, desde hace diez años presiento que alguien me observa, y desde hace diez años también mi cepillo de dientes sigue desapareciendo. Cuando las lágrimas inundan en tropel mi rostro a causa de un recuerdo, salgo, ya sea por medio de una ventana o una puerta, porque la Luna es la misma en todas partes y allí encima de ella están los aluxes sonriendo. El verano pasado el hijo menor de doña Anita desapareció por las aguas diáfanas del cenote donde, según la creencia popular, residen los aluxes. Doña Anita sigue tejiendo un suéter gris con esmero. —Deberán de tener frío. —Pero ellos no usan eso. —Pero seguiré tejiendo, tal vez mi hijo necesite uno… Yo me imagino que por las noches la mujer deshacía todo lo que había avanzado y comenzaba otra vez al amanecer. Cuando salía de su casa siempre me decía: —Si de casualidad te toparas con Juan, me los saludarías, ¿verdad? —Claro— le respondía con seguridad. Esa frase me daba tristeza por ella, cada vez que veía temblar sus párpados conteniendo una lágrima, mi corazón se sobresaltaba; el último día en la comunidad tuve, de nueva cuenta, ese extraño sueño: el hombre del sombrero se había encogido, y podía ver su rostro. —Eres Juan, ¿verdad? Su piel era de un color azul, tan azul como el cielo al amanecer, y lo vi encorvarse hacia mi oído —Dile a mi madre que estoy bien. Entonces, me abrazó: —Dile también que el suéter que está tejiendo me gusta mucho. Epílogo. Este relato es para dar nombre y rostro a todos aquellos que, a lo largo de la jornada, nos han extendido la mano. Mujeres y hombres de las comunidades mayas sin ningún tipo de oportunidades en donde se nos graba un repertorio de palabras que nunca olvidaré: pobreza, devastación, desesperanza. Algunos dicen la situación no es tan grave, otros dicen “escribe algo bello”, como si los piojos o las costillas marcadas de un perro fueran algo desagradable de que hablar; algunos escriben libros de concienzuda teoría, pero a mí me parece algo inútil. La pobreza no se acaba cuando se entierra o se deja de hablar de ella. Cada día me obligó a recordarlo, porque ellos tienen hambre y yo no...

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Somos los mismos… ¡Desnudos!, una radiografía de lo humano Carolina Luna, Roberto Azcorra Cámara y Adolfo Calderón Sabido, fueron los escritores encargados de presentar esta obra en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2017 (Filey), que irrumpe con fluida narrativa en el universo del cuento. Atenta a los detalles que nos hacen personas, y honesta en sus narraciones, Verónica Rodríguez entra con el pie derecho al mundo de la literatura, al universo del cuento, tras la presentación de su primer libro en la Filey 2017, Somos los mismos… ¡Desnudos! Sin dejar de lado sus raíces como periodista, la escritora de origen yucateco, atrapa con la mirada personalidades que ni los protagonistas se percatan. Con ojo clínico y buena prosa, a lo largo de 85 páginas. En el Salón Uxmal 2, del Centro de Convenciones Yucatán Siglo 21, Verónica Rodríguez agradeció a quienes con su forma de existir dictaron las líneas plasmadas en dicha obra. Del sello editorial “Libro Abierto”, de la colección Katunes, a cargo de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (Sedeculta), la obra está prologada por Roberto Azcorra Cámara, quien resalta el estilo de la autora: “Las influencias literarias nos marcan casi todas las veces de manera circunstancial. El ambiente cortazariano flota cómodamente en algunos relatos de este libro”. “Verónica Rodríguez tiene las herramientas para dotar a su trabajo de una atmósfera descriptiva, tal como Flannery O´Connor aconsejaba: el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas”. De igual manera, los destacados fotoperiodistas y artistas de la lente: Socorro Chablé, Ileana Sánchez Rosado, Manuel Acereto, Francisco Martín y Luis Pérez Guarneros, aportan su visión personal con siete gráficas incluidas en el libro.

Así, los cuentos: ¿Sueño?; Esperaré sin ti al hombre que yo quiero; Cuando te toman… te toman; Canta el grillo tras la nuca; Matrimonio y mortaja; El precio de ser flaca; No se apagaba nunca su voz; Privilegio de la invención; Una de glotones cursis; Crónica de una adicción anunciada; Gloomy Sunday, y Ley Marcial, dan forma a la obra. Lo mismo relata las peripecias de una acumuladora, que las de un alcohólico, los horrores de encontrar una casa nueva o el asesinato como opción erótica para la memoria. Bien lo dice el título: “Somos los mismos… ¡Desnudos!”, y eso es lo que hace Rodríguez: deja a sus personajes en cueros, coincidieron los escritores Carolina Luna, Roberto Azcorra y Adolfo Calderón, durante el evento que se realizó el domingo 19 de marzo, como parte de las actividades que cerraron la fiesta yucateca de la letras. Verónica Rodríguez. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por el Instituto de Ciencias Sociales de Mérida A.C. (ICSMAC), ha ejercido su carrera profesional como periodista en medios impresos y radiofónicos. Ahora, emprende el ejercicio de la escritura en el terreno de la ficción. Egresada de la quinta generación de la Escuela de Escritores “Leopoldo Peniche Vallado” perteneciente al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), y la Secretaría de la Cultura y las Artes del Estado de Yucatán (Sedeculta). Durante el 2015 fue integrante de “Hipogeo”, Taller de Cuento. Sus relatos se publican en la revista Empresa Global y durante dos décadas, hasta mediados del 2016, integró el equipo del noticiero de Radio Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Actualmente imparte el Taller de Crónica Literaria en los municipios de Progreso y Motul, del proyecto “Instructores Artísticos para casas de Cultura”, de la Sedeculta.

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Arcoíris de sombras. El Gato Bajo la Lluvia, 2017. Arcoíris de sombras es un verdadero trabajo cooperativo. Quienes conocemos a los miembros del equipo que lo realizó, sabemos que están unidos por lazos de familia y amistad. Qué fortuna poder trabajar con las personas que uno ama, sacando lo mejor del talento de cada quien: los dibujos son de Alicia Alfaro; las hermosas canciones, muy bien interpretadas, son de Ligia Carolina Pérez Alfaro. La realización de estas canciones está a la altura de los grandes compositores mexicanos: Los Hermanos Rincón, Kitzia y Gabriela, Margarita Robleda, me parece que se inscriben en esa tradición. Melba, la maestra Melba Alfaro dirige todo este proyecto. Con los cuatro años de trabajo constante que tiene el proyecto editorial El Gato Bajo la Lluvia, que año con año genera material nuevo. Que transforma los textos literarios en obra derivada: Melba realiza los guiones, los autores son también los actores. La maestra Melba tiene formación como actriz, como dramaturga, como docente. Entonces, los autores, bajo su dirección, se han convertido también en magníficos locutores, titiriteros. Y ella en productora de audiovisuales. Los cuentos aquí narrados, se disfrutan. Realmente me da mucha alegría que me inviten a comentar este gran trabajo; se los agradezco mucho, porque está cargado de una energía muy positiva: sumando esfuerzos se pueden lograr cosas realmente maravillosas. La combinación de técnicas ancestrales renovadas: el teatro de sombras, que nos viene del oriente (La India o China) pero con colores; el uso de la tecnología contemporánea (dramatización, ambientación sonora y musical; filmación) resulta en una novedosa producción atractiva para los niños. Al admirar las imágenes, escuchando los sonidos de la historia, me acordé cuando de niña leía cómics (les decíamos cuentos o chistes) y fotonovelas, que en algunos de ellos decía “es cine fijo”; la 86

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Cristina Leirana

entrañable caracterización de los personajes a través de la voz; la cuidadosa realización técnica, los dibujos qué recuerdan también las pictografías de los códices egipcios. En “La flor de Mur” los nombres de los personajes suenan a nombres de dioses: Manu, Ástribor, Dimia, Janu, Arru. Presenciamos una historia que se parece a las de la tradición oral, el héroe es un niño, pero que triunfa gracias también a la solidaridad. Yo tuve la fortuna de compartir con Melba trabajo en Radio Solidaridad, en 1992 y 1993, y ella ya tenía mucha experiencia teatral y nos enseñaba como respirar. Recuerdo también a Santos Gabriel Pisté Canché, otro gran maestro del teatro; entre ellos dos, nos enseñaron a Brenda Alcocer y a mí, muchas técnicas para la narración oral y escénica. Además, hay que reconocer que mucho tiempo lo hicieron y sin remuneración alguna, porque andábamos gestionando el pago a los colaboradores y se acabó antes el proyecto. Técnicamente este audiovisual está muy bien hecho: la música, los efectos, el cuidado y el respeto por los derechos de las obras ajenas, música y efectos usados en estos cuentos, son de dominio público; y las canciones que forman parte de la historia son creaciones originales. Hay que destacar también el talento musical de Ligia Carolina; los dibujos originales de Alicia Alfaro. Los cuentos “La Flor de Mur”, “El extraterrestre que baila jarana”, “Aventura milenaria” y “Los prodigiosos cabellos de la Luna” producto de un taller creativo, que trabaja constantemente, y que de esta creativa forma llega hasta el público, son de aventuras; fomentan la ética de una manera lúdica: el individuo tiene que luchar y como resultado de su bondad, con el apoyo de los demás, unidos por el bien común, la solidaridad, como lo dice la propia flor “que todos sean felices me hace fuerte y gentil”.

Este formato lleva muchísimo esfuerzo detrás, Melba Alfaro, Silvia Rojas, Jorge Arquieta e Iván Canul, escritores inquietos que no se quedan en su zona de confort, y que dan nuevos caminos a la literatura para que sea vista, escuchada y vivida por niños y por grandes; yo disfruté mucho las cuatro historias: con sus temáticas variadas; igual su ubicación espacio temporal: “la Flor de Mur” es atemporal, el extraterrestre que baila jarana, es contemporánea, igual que “Los prodigiosos cabellos de la Luna” (en esta época todavía se nos pueden aparecer las hadas) “Aventura milenaria”, como lo dice su nombre, a traviesa el tiempo, muestra los valores de los sabios mayas, que si nos ponemos muy atentos, los podemos comprender. El amor en las familias está presente en todas las historias: fondo es forma, solo el amor (a los niños, a la literatura, entre quienes colaboraron para generar este material) pudo dar lugar a un producto tan bien elaborado, que yo ya quiero compartir con los niños cercanos a quienes inculco la afición literaria.

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Vamos al circo Vamos al circo: Minificción Hispanoamericana, en su primera llamada logró concentrar un gran número de escritores de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos, Perú, Venezuela y México, quienes acudieron como protagonistas de una singular antología con personajes del arte circense. Los escritores Agustín Monsreal y Fernando Sánchez Clelo, este último director de la colección Ficción Express, hicieron malabares para seleccionar de entre más de 900 minificciones recibidas, a las 127 que cumplían con los criterios de la calidad literaria requerida. Magos, payasos, trapecistas, domadores, escapistas, contorsionistas, hombres bala, mujeres barbudas, animales, extras, presentadores, espectadores y escritores, desfilan entre las páginas del libro llevándonos de la diversión a la reflexión, ante la nueva visión de los circos sin animales. Exhibiendo las pasiones y las razones que tienen los personajes para ejecutar actos insólitos, bajo maquillajes y trajes que ocultan su condición, cuyo fin es despertar el asombro de quienes pagan por verlos. Es así como los ficcionistas honran a Su Majestad: La Palabra y hacen con ella magia textual con licencia para matar de risa, creando payasos deprimidos, siniestros, que atraen la mala suerte, calvos, enamorados, promiscuos; magos reales y fallidos, domadores sin dominio de su oficio. Fieras vengativas, animales que sufren y espectadores con deseos ocultos. Todos los circos tienen cabida en el crisol de la imaginación: circos políticos, urbanos, burocráticos; circos fantasmas y romanos. El circo como la vida misma

Aída López

donde usted y yo cohabitamos bajo la misma carpa, algunas veces como protagonistas, otras como espectadores. Vamos al circo: Minificción Hispanoamericana, fue editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), con un tiraje de 1000 ejemplares. Cabe destacar que la antología se presentó en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY 2017). Asimismo en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, y en el Segundo Encuentro de Minificcionistas en la ciudad de Puebla, en el marco de la Feria Nacional del Libro (FENALI 2017), de la BUAP. delatripa 35

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Apuntes sobre Oropel de Daniel Mejía Flores. El primer poemario de Daniel Mejía Flores se llamó 37 maneras de guardar silencio, en el que el autor explora todo lo que se dice precisamente ahí, en el silencio. Todos sabemos que en silencio y en soledad es cuando lo que se ha callado alza la voz: un griterío de ideas, opiniones, secretos; y dentro de todo ese caos fluyen las metáforas, es decir, surge la poesía. También en el silencio y en la soledad el quehacer poético haya su mejor momento. “Porque en silencio somos más interesantes.”, “Qué sublime suena la soledad detrás de mi espalda. / Qué cálida se siente sobre la melancolía. / Necesito estar solo…”, apunta Daniel en su primera obra. No guardar silencio, aventurarse a publicar 37…, fue la mejor decisión de Daniel. Mejor aún ha sido publicar Oropel, su reciente libro. En Oropel encontramos poesía escrita desde el sentimiento. El autor ha vertido en los poemas sus experiencias más íntimas y nos hace partícipes de ellas, lo cual debemos agradecer. Efraín Bartolomé indica que un poema se ha logrado cuando es “capaz de generar, en quien lea el poema, una alteración emocional similar a la emoción que lo generó”, dicho de otra forma “la emoción es siempre previa al poema en el poeta, y es siempre posterior al poema en el lector” (en Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé, Juan Domingo Argüelles, 2014); decirlo es fácil señala, lograrlo, no. En Oropel hay poemas en los que el autor logra transmitirnos su emoción, es difícil no

conmoverse con alguno de ellos; como en el poema en prosa ‘Ausencia’: Mirarte fue suficiente para entender que el amor es de ciegos… //…Te escribo porque ya no tengo a dónde ir, y me siento incapaz de volver a esos lugares donde sé que pasas por miedo a encontrarte de frente y no saber qué decir. // No he vuelto a casa desde que nos despedimos, y las calles no son buenas para dormir, siempre están llenas de hambre y olvido. //…aquí solo se habla de ti como quien olvida la letra de una canción pero no deja de tararear la melodía. [Que] ahora cierro todo en mi habitación cada que se suelta un aguacero, pero por dentro sigue lloviendo, como si algo quedara abierto, esperándote.

Otro ejemplo es el poema ‘190 días sin ti’: “Ahora pronuncio tu nombre, / mientras te escribo esta carta / y la palabra nace derrotada. //…No nada más cerraste la puerta. / También quemaste la casa, / dejándome dentro, / mientras me cantabas / con amor desde el jardín”. Poemas en verso y en prosa; cortos, de largo aliento y fragmentos casi aforísticos, convergen en el libro. Los poemas cortos y los fragmentos son para meditarlos, para leer con calma, para saborearlos en la boca las veces que sean necesarias: ‘fragmento V’: “Lo mejor que sabe hacer el amor es arder. Cuando nos aferramos, irremediablemente ardemos con él.”, ‘Fragmento XXIII’: “Te escribo sin nombrarte, para evitar cualquier tipo de delatripa 35

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incendio.” Los poemas de largo aliento, en cambio, son como una lluvia; desde que se aborda el primer verso, caen uno sobre otro y es difícil que cesen hasta no pronunciar el verso final. En su ensayo “Libros que leo sentado y libros que leo de pie” (de sus Divagaciones literarias), Vasconcelos escribe que hacía uso de una clasificación para distinguir sus lecturas: “los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie. Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio los hay que, apenas comenzados, nos hacen levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos como para subir. En estos no leemos, declamamos, alzamos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración”. Algo similar sucede al leer los poemas largos de Oropel, bueno, quizá no nos arranquen del asiento desde el que leemos, pero sí nos invitan a recitar a voz viva –y por qué no, ademanes incluidos–, y a sufrirlos, con esa emoción que el autor ha impreso en el poema. En la poesía que Daniel nos entrega en este libro se aprecian las lecturas de Benedetti, Sabines, Neruda. Guiños a la obra de Otto René del Castillo, poeta guatemalteco: “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.”; y a la poesía de Elvira Sastre su contemporánea española. Un libro que parte de la experiencia del autor y, –como he mencionado antes– escrito desde el sentimiento. Un producto que surge a partir de la introspección. Una obra que se nota es catártica, escrita para sanar las heridas que deja la ruptura de una relación amorosa y encontrarse de nuevo con uno mismo, leemos

que se logra en el poema ‘Roads’: “Hay un camino largo / por donde ahora vuelvo / a mí, /…veo las heridas / cayendo / de mi cuerpo, / como los vestigios / de alguna persecución, /…camino / de regreso a mí”. También se lee en ‘Año nuevo’: No mirar atrás, … porque después de arder, de haber ardido, desatado el mundo, ser ceniza que se pierde en el aire, que nadie intuye cuando pasa, es saber perdonarme. ... Y hacer las paces conmigo.

Ahora bien, solo mencionar un par de poemas, que pienso, el autor debe revisar; para mí han sido pequeños tropiezos en la lectura. En ambos hay un exceso en la repetición de ciertas palabras. El primero es ‘Momentos inoportunos’, “nombre/ nombres” se repite 18 veces, “lenguaje” nueve. El segundo es ‘De toda tempestad, vos’, el poema más largo del poemario, en donde la palabra “vos” se repite, contando el título, un total de 51 veces y, “sos” doce. Invito y recomiendo seguir el quehacer poético de Daniel Mejía, poeta joven de Cancún que radica en Mérida. Poesía que se forja en la sinceridad. No es fácil por lo menos para mí escribir poemas de largo aliento, mucho menos entregar una obra de casi un centenar de páginas, ni hablar de haber escrito dos poemarios a corta edad. Se nota la disciplina y la escritura día a día, eso es motivo de elogio. Primero 37 formas…, ahora Oropel, el poeta debe seguir trabajando como hasta ahora e ir puliendo su poesía. Seguro su próximo trabajo nos sorprenderá aún más.

El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma; si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme [email protected]

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Soy tu fan ‘Hello my Twenties?’. Quiero hablarles de dos series que sin duda entran en el catálogo de “Chick flick”, ya que definitivamente son contenidos sobre mujeres para mujeres. Me di el gusto de ver estas series acerca de mujeres jóvenes, entre los veinte y tantito, hasta los treinta y pedacito, con personajes que están estudiando la universidad o recién graduadas, cuyas historias tratan acerca de las decisiones que hacemos en esa etapa y cómo nos transforman; contadas con estilos diferentes pero en una misma línea. Tal vez el antecedente sea la serie producida por HBO en la década de los noventa : ‘Sex and the city’, sin embargo logran alejarse de su predecesora, porque tratan de reflejar de un modo más cercano esa incertidumbre de salir del nido sin tener todo resuelto y fácil. Es 2010, año en que el entonces Once Tv México, era dirigido por Fernando Sariñana, producen junto con Canana (casa productora de Diego Luna y Gael García) “Soy tu Fan”. Cuando empecé a ver la serie no sabía que era la versión mexicana de su homónima argentina con una sola temporada, creada en 2006 por Constanza Novick y Dolores Fonzi que repiten en esta producción como guionistas. La historia se desarrolla en la hoy Ciudad de México, el personaje principal es Karla García, “Charly” (Ana Claudia Talancón), una recién egresada de sociología que no sólo enfrenta problemas de amor sino que lucha con terminar su tesis. La primera

temporada trata del duelo amoroso por el que Charly está pasando y la llegada de Nicolás (Martín Altomaro) quien se enamora de ella a primera vista y hará todo lo posible por conquistarla. Sus mejores amigas, Rocío (Maya Zapata) y Fernanda (Johanna Murillo) le hacen compañía en esta historia reforzando la idea de mostrarnos a mujeres independientes construyendo su vida adulta. La primera temporada a mi juicio está muy bien lograda, los personajes son consecuentes, las historias que se desarrollan alrededor vuelven apetecible la trama. La dirección, ambientación y guión, logran el ritmo de serie a la que estamos acostumbrados aquellos que crecimos viendo tv estadounidense que repetía Canal 5. En octubre de 2011 salió al aire la segunda temporada, en esta pareciera que los guionistas enarbolaron la bandera del cambio, incluso proyecta mayor presupuesto y desde el inicio vemos a Charly realizando una mudanza, no se toman la molestia de explicarnos por qué, y desde ahí rompen con la realidad dentro de la ficción, posiblemente fue la analogía para decirnos que habrían muchos movimientos. A delatripa 35

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los personajes secundarios les dan nuevos quehaceres y más conflictos que a mi parecer no logran cuajar, perdiendo la esencia y cohesión de la primer temporada. La historias alrededor se vuelven forzadas, no ayudan a seguir construyendo a los personajes y entorpecen el ritmo; tal vez sea demasiado duro decir que pareciera que al no tener base para hacer la adaptación se les fue complicado crear un producto original. La parte técnica en ambas temporadas es muy buena, la música que acompaña las escenas tiene una compilación fresca, ¿por qué hablar de ella si parece que al final no convence?, porque es un ejemplo de que es necesario tener una fuerte construcción de personajes, no basta una buena producción, actores conocidos, si la historia se diluye capítulo tras capítulo. Me quedo con la primera temporada, donde Charly no es del todo simpática y la comprendemos porque sabemos que está sufriendo, lo que hace que el personaje sea auténtico, donde los roles secundarios encajan porque no están desdibujados y con esa producción con imagen de bajo presupuesto porque la hace real y cercana. Punto en contra: demasiados insultos y güey en los diálogos. Ahora bien, estamos en Seúl y 5 mujeres en edad universitaria comparten departamento, ése es el pie de entrada de ‘Hello my twenties’, nombrada así para Latinoamérica, pero conocida como ‘Age of Youth’ en Corea del Sur, es el primer drama coreano que veo así que hablaré con ojos deslumbrados por novedad. Se estrenó en 2016, con 12 capítulos para su primer temporada, tuvo una buena respuesta por lo que en febrero de este año se aprobó la segunda. La producción no parece costosa, con escenarios sencillos y pocas locaciones exteriores; pero donde considero que no escatimaron es en seleccionar al reparto principal ya que cuando me di a la tarea de investigar, descubrí que todas son actrices o cantantes K-Pop con experiencia e incluso ganadoras de premios. En esta serie las 96

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actuaciones y el guión logran hacer una buena mancuerna. Como espectadora el choque cultural me impactó; con decir que al principio me costó mucho trabajo identificar a los personajes por rostro y perdón, pero aún no las reconozco por nombre, pero sí por sus historias que explotan el melodrama. Esta serie plagada de tonos pastel con mezcla de costumbres en cada escena, como las inclinaciones de cabeza por respeto al saludar, o dejar los zapatos en un determinado lugar antes de entrar a una casa, así como la cotidianidad de las escenas de idas y venidas en autobús, me hacen sentir más familiarizada con ellas que con los personajes de ‘Soy tu fan’. Sí la serie es un poco cursi, y a veces me desesperaba que aquello que podía resolverse en dos líneas se alargara, sin embargo toca temas serios como la eutanasia y la violencia de género; está catalogada como drama pero logra mezclar la comedia haciendo que los temas fluyan de forma ligera. Debo darle un punto de bonificación por incluir en su soundtrack a un cantante latinoamericano, Héctor Guerra, ya que me da alegría escuchar algo en español, después de sólo escuchar diálogos en coreano. No era mi intención hacer un enfrentamiento entre series, porque comprendo que hasta cierto punto tienen temáticas distintas; pero sí quería hablar de ellas porque ambas me hicieron recordar mis días universitarios, y el fin de ellos; el inicio de la carrera profesional, y no saber bien cómo se irá construyendo el camino; cada uno de los tropiezos, las amistades que se forjan, el comprender a aquellos que viven lejos de casa porque les está resultando el doble de complicado y nuevamente al finalizar, la incertidumbre, el ¿y ahora qué?; porque durante un tiempo eres nini y tus padres quieren verte producir. De una forma u otra ambas series reflejan las batallas que enfrentamos al crecer.

Dando vueltas con Silvia Repensar la infancia del siglo XXI. El día de hoy les hablaré un poco más casual que como lo he hecho en las ediciones pasadas. Tengo un viejo recuerdo de cuando era pequeña y veía la televisión junto con mi hermano, no recuerdo el número de canal que era, pero se trataba de “TV-UNAM”; por las tardes presentaba una programación para niños; en realidad no recuerdo qué programas en particular veía en ese canal, pero lo que sí recuerdo es que salía un comercial muy peculiar que llevaba consigo una canción pegajosa para el oído, la letra iba así: “córrele, córrele, si ese grandote no quiere entender, córrele, córrele, y ponte a salvo será por tu bien... después lo aclaras ¡pa' qué tienes pies!..." No me daba cuenta de la cosmovisión que ésta presentaba; un mensaje tan claro y directo iba en las ondas musicales que se presentaban. Revelaba por supuesto, el pensamiento que se vivía en nuestra época. Ya desde los años 60's se había dado la Declaración de los Derechos del Niño, pero no es hasta el 2 de septiembre de 1990 que entra en vigencia el tratado a nivel internacional (UNICEF), en el que México estaba siendo parte aún (cabe recalcar que la creación de éste fue en el año 1953, pero no se había propagado hacia México sino hasta 1990). Es decir, justo el año en que nací se empezó a dar

vigencia y vigor a la defensa de los niños en México. Este comercial estaba educándome (o 1 dándome una Paideía , sobre qué debía hacer moralmente; me enseñaba a "qué hacer cuando mis padres me quieran pegar". Lo curioso era qué yo no tenía un conocimiento previo de la educación antigua salvo por las historias de mis padres acerca de cómo les castigaban mis abuelos. Mi madre no tenía en definitiva la cultura de golpearnos o gritarnos de manera desordenada. Ella tenía un carácter manso el cual nos daba alegría a mi hermano y a mí, porque con ella sentías la confianza de equivocarte, y estar "libre de culpa". Así que la canción sólo me daba curiosidad, y me gustaba por tener buen ritmo. Veintiséis años después de aquella declaración, y veinte de aquella experiencia, la manera de ver a la infancia no ha cambiado mucho. Se siguen proclamando y defendiendo más derechos de los niños, se siguen creando programas para que el niño logre una vida feliz y satisfactoria, en comparación con los adultos; quienes, se dice, en realidad si están llenos de

1 Se refiere al término usado en la antigua grecia para referirse a la crianza y enseñanza moral de los niños.

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preocupaciones. Sin embargo; hoy en día el niño parece ser un pequeño emperador, el que dirige a la familia, el que dicta las reglas del hogar. Los padres en su intento por complacerlos y darles todo, se encuentran obedeciendo sus órdenes. De nuevo, un aspecto marginal se exalta hasta convertirse en el eje rector y el otro se vuelve marginado. Las preguntas serían: ¿cuándo volveremos a intercambiar paradigmas?, ¿no nos cansaremos de regresar a lo mismo y estar jugando eternamente? Primero los padres como autoridad hacia sus hijos; luego los niños siendo la autoridad de los padres. Es una realidad que los padres quebrantaron la regla moral de protección, amor y cuidado a sus propios hijos, es una triste y penosa realidad que existan desórdenes tan desastrosos como la pedofilia, infanticidio, o violencia de cualquier índole. Sin embargo, realizando un simple intercambio, sólo ha generado niños mimados, perezosos, inmaduros, dependientes y autoritarios. Ésto sólo nos deja ver la problemática humana más profunda, dominio y exaltación del ego. Sólo nos deja ver a un ser humano poniendo en primera instancia sus propios deseos e intereses; actualmente los niños usan los discursos de poder, para salir beneficiados. El niño no puede ser tocado por nadie, ni por los padres ni por los profesores, y la capacidad de aplicar disciplina se vuelve cada vez más restringida y compleja. Con esto, no sugiero que se regrese a la época de "golpes con la cuerda y gritos sin sentido", no; pero sí a reflexionar que nuestra problemática es más global. El niño necesita padres que le amen, le guarden, le provean y le capaciten a ser un individuo capaz de ser pleno hacia él mismo y hacia su entorno social. El problema no son si tiene o no derechos, el problema es si su padre le abandona o no, si su padre le pega o no, si su padre es un ejemplo ético o no. Ciertamente los derechos fueron creados y se utilizan para regular la conducta humana; de nuevo las preguntas son: ¿acaso acabará el problema?, ¿seguiremos dando vueltas 2 de intercambio jerárquico (o deconstructivo) a nivel ideológico?

2 En otras ocasiones se ha mencionado este concepto para referirse a la propuesta postestructural a nivel literario, filosófico e ideológico, la cual consiste en realizar una inversión entre lo central (élite que oprime) y lo margidado (la víctima). Es uno de los principales principios ideológicos que se utilizan en los grupos y movimientos que se han levantado durante el postmodernismo.

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Demersales en A mayor. El cordón umbilical. ¿Qué habría pasado si los portugueses, ingleses o franceses hubieran conquistado México en lugar de los españoles? ¿Qué habría pasado con nuestra literatura, nuestra cultura, nuestros paisajes, nuestra gente, nuestra sangre indígena y nuestro lenguaje? Tal vez los ingleses nos habrían exterminado como a los nativos de Estados Unidos, tal vez nos habríamos mezclado con la raza negra que trajeron los portugueses a Brasil, tal vez seríamos una sociedad como la de Quebec, peleada hasta el tuétano con sus colonizadores y provistos de una hermeticidad cultural aguerrida. Lo cierto es que nos colonizaron los españoles y de ahí se desplegó una gama de razas y de pensares distintos. Se abrió ante nosotros la posibilidad de mezclar los idiomas y por lo tanto de existir el mundo y de que el mundo nos existiera a nosotros. Al mezclarse el Náhuatl con el Español se dio una yuxtaposición de estructuras mentales y ambas lenguas se otorgaron préstamos la una a la otra. El paso de Cortés fue nuestro destino, la entrada de una nueva raza, de una religión, de una nueva era. Una figura metálica atravesaba el espacio entre el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Se escuchaba el galope de los caballos y los hombres se desvanecían a ratos por el gran tramo que habían recorrido desde Veracruz. No sabían que al subir aquella

montaña se encontrarían con una de las civilizaciones más magistrales que jamás hubieran visto. El gran hombre a su izquierda aún echaba fumarolas de llanto que se evaporaban en el pesar del amor que se le iba en la lava; y a su derecho la mujer blanca, blanquísima como las mujeres que llevan largo rato dormidas en un sinsabor del despertar que no volverá a ellas. Ahí los dos gigantes, testigos de lo que estaba a punto de suceder, de las sangres que se mezclarían para desafiar la voluntad del tiempo o, mejor dicho, para prever que se hiciera su voluntad, que siguiera la marcha eterna de los pueblos que se sujetan de las manos, que forcejean y se rinden irremediablemente ante las horas de andar juntos. Y entre la niebla y la humedad fría del paso divisaron “la región más transparente”: el aire prístino e inmaculado del valle, sus chinampas, canales y, cerca del centro, los grandes templos de piedra. El nuevo mundo habría de nacer del agua y la tierra, de las flores, del hombre de delatripa 35

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maíz y el hombre de hierro. Sin embargo, se impuso, como siempre, el hombre sobre el hombre, el hombre sobre la mujer, el anciano, el niño. No hubo paz, fueron días de guerra y de plumas y flores que sangraban. No hubo más cantos. Se disfrazó a la Coatlicue con un manto azul lleno de estrellas, que recordaba a sus hijas y se la redujo a la vida. Ya no era también la muerte, sino solo la vida. Fue entonces cuando comenzamos a temerle a la guerra, al miedo de tenerle miedo a la no vida. Se erradicó la dualidad del universo y se le confinó a un mártir, a una santa, a un espíritu y un padre. Huitzilopochtli reinaba el suelo del valle pero fue vencido, y no pudo más proteger a su madre. Los dioses fueron desterrados del suelo mexicano. Se enterró a los ídolos, sus templos se vistieron de otra cosa, pero su presencia residía en el corazón de los pueblos: “Mejor mátennos, preferimos ser muertos en este día, antes que sufrir la furia de nuestros dioses traicionados. Mejor mátennos, antes de vernos en la desgracia de negar todo lo que ha sido nuestro, lo que forjamos, la siembra que nacimos y cortamos con nuestras propias manos morenas y curtidas por el sol. No hemos de morir en otro suelo más que en éste, que nos vio nacer, en este día y en esta hora en la que quieren que neguemos de nuestros nombres; en el que quieren que me llame Pedro, María, Juan, Santiago o Concepción”. Y ellos: “No tienen alma, son como bestias que hemos de domesticar, pero trabajan bien, son útiles, no hemos de matarlos aunque quieran”. La primera intérprete “La Malinche” fue un arma blanca. Es justo decir que no tuvo elección, es más, tal vez habríamos tenido un peor destino de no ser por ella. Mujer violada, madre de una nueva forma de comunicación, precursora del mexicano, de la sangre de nuestro idioma. Malinalli era su nombre en

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náhuatl: hierba para hacer cordones. Fueron estos cordones los que tejieron la cultura que hoy es parte de nuestra piel y nuestros cabellos. Fue el cordón que unió a los idiomas en un solo cordón umbilical que alimentó la nueva vida y el nuevo mundo que habría de gestarse en Tenochtitlan: el lugar entre las pencas del nopal. Hoy somos mexicanos, un pueblo pobre pero rico en recursos, triste pero alegre en la fiesta. Me pregunto qué pensarían los grandes líderes aztecas, con qué ojos nos verían, con qué cara les veríamos a ellos. Sin embargo, debemos reconocer que se han forjado inmensos escritores en nuestra tierra, se siguen escribiendo flores y cantos y se sigue volteando a ver la luna en busca de la Coatlicue; se sigue volteando a ver los volcanes en busca de los gigantes que resguardan el valle, se sigue perseverando a la muerte como amiga de la vida, se sigue viendo al águila en el nopal como un cantar de gestas propio y bienaventurado. No hemos renunciado a nuestro pueblo, por lo menos, puedo decir que yo no niego mi piel morena, mi gesto indígena, mis trenzas. No niego que soy mexicana y que a través del lenguaje que se me ha legado, he de cantarle y contarle al mundo que somos un pueblo que aún tiene dignidad.

Mi punto de risa Discriminación invisible. ¿Hacia dónde se dirige, joven? ¿De dónde viene? Lo único que me gustó de esas preguntas es que a mis cuarenta y uno aún me digan “joven”, de todo lo demás, el contexto hace que no sea la mejor experiencia. Todo esto sucedió en un retén policial en la carretera Mérida – Cancún. ¿Será acaso que tengo qué pagar el precio de la “seguridad”? ¿Será acaso que uno no puede manejar por las carreteras de México con el cabello largo, barba crecida, ropa oscura, sin ser tomado como sospechoso de algo? Esta situación la he vivido desde hace muchos años, en los aeropuertos, centrales camioneras, retenes policiales y militares, en casi cualquier lugar que requiera seguridad pública, como si fuera una amenaza para nuestro país. El colmo sucedió hace unos días, cuando platicaba con mi hija menor y me decía que le gustaba mi cabello largo porque es suave, pero que en la calle iban a pensar que soy niña. Después de una larga plática viendo imágenes de hombres con cabello largo y mujeres con cabello corto, llegamos a la conclusión de que cada persona es libre de elegir una moda sin menoscabo de su esencia como ser humano. Lo lamentable de esta última situación, es que estos temas se los enseñan en la escuela, como si tener cabello corto o largo definiera un género, o nos hiciera mejores o peores personas.

Hay una discriminación invisible. Todos, de alguna manera, somos minoría y en incontables ocasiones seremos víctimas de este tipo de discriminación. Desde que nos llamen (y traten) como jóvenes o viejos, hombres o mujeres, fuertes o débiles, entre otras cosas. Por eso, se deben romper los estándares de imposición social y comenzar a entendernos como seres humanos totalmente diferentes entre cada uno de nosotros. Acabar con esta forma invisible de discriminación podrá llevar más tiempo, porque aceptamos muchas prácticas discriminatorias en favor del “bien común”, las adoptamos y nos amoldamos a éstas. Llevará tiempo, pero es un paso obligado como parte de la evolución del ser delatripa 35

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humano si queremos pasar a un siguiente nivel de convivencia social, ya que cualquier movimiento anti discriminación lucha únicamente por un sector visible. Entonces, los movimientos sociales anti discriminación solo obedecen a un principio publicitario: los segmentos de público. Hacemos movimientos solo por lo que vemos y nos interesa, no pensamos en la sociedad como un conjunto, por lo que intentamos resolver un problema sin que pensemos si solucionamos el origen o, peor aún, sin pensar en que podemos estar iniciando un problema mayor; como cuando llevaron el agua a una comunidad para que las mujeres ya no tuvieran qué ir al río a buscarla o a lavar, sin ponerse a pensar que ese momento era el que aprovechaban ellas para platicar, organizarse y tomar acuerdos sin la intervención del hombre. El llamado es a que comencemos a abrir los ojos a esas discriminaciones cotidianas, invisibles, que cometemos contra nuestros cercanos y la gente con la que interactuamos. No creo que se trate en ningún caso de salir a las calles a hacer marchas, aunque sí se trata de manifestarnos y sobre todo, de cambiar, de tener una nueva conciencia sobre el respeto a las demás formas de vida. Mi cabello crece un poco más cada día, mi barba también y seguramente seguiré siendo víctima de esta discriminación por mucho tiempo, pero no me importa, lo que ahora me importa es el brillo de mi cabello. ¿Alguna recomendación?

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La Niña TodoMePasa dice: Series de televisión completas que he visto recientemente y me dejaron traumada. Cada vez somos menos porque si no Carlos Slim seguiría siendo el hombre más rico del mundo. Pero, como la mayoría de los hogares mexicanos, el mío cuenta con el servicio de Telmex. Por ende, tenemos Infinitum. Y nada más por no desperdiciar el primer año gratis, tenemos Claro Video. El servicio de Claro Video no es taaan malo. Aunque se caiga cada que hay partido de futbol de Las Chivas, jaja. Y aunque el módem a veces no funcione hasta que llamas al teléfono 01 800 123 2222… El caso es que, en mis “ratos libres”, por ejemplo mientras duermo a Aranza, he visto algunas series. Series muy buenas, por cierto. Y todas gratis, esto es, sin pagar más que la mensualidad por el servicio. Algunas de las series que he visto completas: * Parks and Recreation. Soy de esas personas que disfrutan el humor que a otros les cae mal. Si fuera gratuita, vería de nuevo 30 Rock (amo a Tina Fey). * Breaking Bad. Ya la hicieron de paga, pero en definitiva es la mejor serie que he visto jamás. Totalmente adictiva. Amo al papá de Malcolm. * Malcolm in the Middle. Había comenzado a ver de nuevo Breaking Bad, pero decidí que tenía ganas de ver toda la saga de Malcolm. En el idioma original,

por supuesto, con subtítulos en español porque si no no entiendo ni la mitad. * The Tudors. Tenía ganas de ver algo más serio. Y lo peorrr es que mi mamá, que ya la había visto, NO ME DIJO QUE SALE SAM NEILL. Sam Neill, alias Dr. Alan Grant de Jurassic Park, es mi amor platónico de todos los tiempos. * My name is Earl. Comencé a verla porque desde que salía en Fox o no recuerdo qué canal de paga me llamó la atención. Pero como que no me causa tanta gracia como otras, así que me brinqué al azar a… * Nurse Jackie. El afiche de una enfermera con un moretón en la nariz no era muy atractivo, pero la sinopsis sí. Voy en la séptima y última temporada y debo decir que está GENIAL. Una de las series que más me ha hecho reír. Sólo eso diré por ahora.

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Incipit. Otra forma de odiar lo amado. El matrimonio es la principal causa del divorcio. Groucho Marx.

Y un día nos dijeron que casarnos y tener hijos era el final feliz de una mujer y un hombre (y que sólo existía un tipo de familia); sin embargo, no explicaron que no todos aquellos que se casan o que viven juntos para formar una familia viven eternamente felices. Hay como en toda relación humana conflictos y circunstancias que obligan a la separación o en muchos casos a compartir el mismo techo, prevaleciendo un alto índice de violencia. Quizá no cumplir con el cuento del final feliz no sea lo grave, lo que de verdad preocupa es que en esa unión se hayan procreado hijos que se convierten en carne de cañón de los adultos “pensantes”, y los ocupan para vaciar todo el enojo y desazón producto del amor idealizado. Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta un charco era un océano la muerte lisa y llana no existía. Los estudios socio-psicológicos nos han presentado un síndrome que pocas veces se visualiza o que ni siquiera se conoce: SAP (Síndrome de Alienación Parental) el cual provoca un constante conflicto en los hijos que viven o conviven el fuego cruzado de los progenitores. Los patrones culturales heredados de una cultura conservadora, moralina e hipócrita siempre buscan encontrar un culpable y generar en él todo lo negativo que se produjo en la relación. Algunos estudiosos mencionan

que es mayor el índice de SAP provocado por las madres para procurar un rechazo contante de los hijos hacia el padre. En este punto considero que es aún prematuro señalar una sola lógica, pero entiendo que al verse desprotegida por la indiferencia, infidelidad o nulidad amorosa, se busca tener armas de ataque, considero que suele pasar a la inversa; lo entiendo pero no justifico ningún elemento de violencia. luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta un estanque era un océano la muerte solamente una palabra Siempre he pensado que si por alguna razón se decidió vivir con alguien, no pueden (o no deberían) borrarse las cosas positivas que uno pudo conocer en el otro. Pero no es así, el efecto de una relación fallida provoca que se busque por todos los medios destruir y negar el vínculo paternal o maternal que debiera persistir a pesar de la separación. Es del mismo modo infortunado que el SAP pueden también manejarlo los miembros de la familia (abuelos,

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tíos, primos o hasta amistades del progenitor alienador). ¿Se imaginan lo que piensan en etapa de niñez esos seres humanos que son alienados a un extremo familiar? Crecerán con la idea negativa de las relaciones humanas, buscarán un culpable en aquello que no logra tener buen fin, entenderán que el odio y el desprecio es lo más importante para destruir a la contraparte. ¿Es eso lo que en verdad queremos? Viviendo en una sociedad violentada por diversos mecanismos la institución de la familia también abona a tener individuos frustrados de haber nacido. ya cuando nos casamos los ancianos estaban en los cincuenta un lago era un océano la muerte era la muerte de los otros. Estos podrían ser indicadores de SAP en las relaciones humanas: a) Incidir en el rechazo hacia el padre o madre mencionando cosas negativas o haciéndolo ver como el culpable del sufrimiento familiar b) Alabar el rechazo a través de agradecimientos, cariños o palabras amorosas, haciendo creer que alivia a aquel que le está alienando. c) Constante desvalorización a través de palabras altisonantes, burlas constantes o ejemplos que provocan imágenes peyorativas. d) Configurar una burbuja excluyente donde tanto amigos o familiares deben tomar partido por el cónyuge alienador. e) Impedir por medios no legales y hasta legales que no exista convivencia. Provocando memorias mutiladas o ahogos de recuerdos que causan resentimiento.

1. Poema “Cuando éramos niños” de Mario Benedetti.

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ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad el océano es por fin el océano pero la muerte empieza a ser 1 la nuestra. Se pueden consultar bibliografías sobre el SAP o bien recurrir a orientación jurídica y psicológica porque sin duda, si formamos seres humanos llenos de negatividad y furia emocional tendremos adultos que no establezcan buenas relaciones con los otros y lo que es peor puede generarse un desafortunado desenlace. Podemos leer: Aguilar, J. M., (2004). Síndrome de Alineación Parental. Hijos Manipulados por un Cónyuge para odiar al Otro. Barcelona: Editorial Almuzara. Watzlawick, P. (1982). Teoría de la Comunicación Humana. Barcelona: Herder. Castells, P, (1993). Separación y divorcio. Efectos psicológicos en los hijos. Como Prevenirlos y curarlos. Barcelona: Editorial Cedecs.

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Desvaríos de la freaky neurosis. Mi vida al ritmo de la música. “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo” Ludwing Van Beethoven.

Desde que tengo memoria, he vivido rodeada de música. No es que mis padres pertenezcan al ambiente musical o algo por el estilo; simplemente tuve el privilegio de contar con un padre que amaba la música tanto como los libros. Él coleccionaba toda clase de discos (y casettes) de diversos géneros musicales, y cuando llegaba de viaje, pues trabajaba fuera de la ciudad, siempre estaba escuchando música. Crecí escuchando a tantos artistas que resulta imposible enumerarlos a todos. Asimismo, mi padre acostumbraba comprar discos con canciones infantiles, especialmente para que escuchemos mis hermanos y yo. Esto repercutió en la forma que tengo de percibir a la música: escucharla es algo que me apasiona profundamente. La música es capaz de provocarme un sinnúmero de emociones, desde la alegría más desorbitada hasta la tristeza más profunda. Hay letras que me hacen reflexionar, sonreír e incluso llorar. Existen tantas canciones con las cuales me identifico, melodías que me transportan a lugares remotos; como si existiera un mundo alterno de notas y compases entremezclándose sólo para hacerme sonreír. El universo gris se diluye entre colores. Tesituras de las voces de Chris Martin, Thom Yorke, Beto Cuevas, Natalia

Lafourcade, Chetes, Freddy Mercury, Kurt Cobain, Jim Morrison, León Larregui, Rubén Albarrán, Miguel Bosé, Ana Torroja, Björk, todos ellos cantan para mí y me acompañan a cada instante. Incluso cuando la canción ha dejado de sonar y se funde en una melodía con mis pensamientos. Y aunque soy bastante ecléctica en cuanto a géneros musicales, confieso que me siento inclinada por el rock alternativo y el rock pop. Considerando una grave ofensa para mis tímpanos el rock pesado o metalero, al igual que el reggaetón. El primero, por ser demasiado escandaloso y el segundo por considerarlo demasiado vulgar y obsceno; como si la música se prostituyera. Aunque debo confesar, y créanme es vergonzoso hacerlo, que cuando resuena una melodía pegajosa de reggeatón, no puedo evitar las ganas de bailar.

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La música habla con un lenguaje universal, es capaz de romper el silencio más aterrador y convertirlo en un momento sublime. Pienso en mis artistas favoritos como en aquellos amigos incondicionales que estarán ahí cantándome una canción en los momentos de mayor soledad, tristeza y frustración, por los cuales suelo atravesar. Oírlos me hace querer bailar o incluso llorar, hasta que todo el enojo y la frustración se desvanezcan. Invariablemente, resulta la mejor terapia. Sin embargo, y aunque venero a demasiados artistas, si definiera mi vida en una sola canción, sería ‘A veces’ de La Ley, uno de mis grupos favoritos. Si pudiera pedir un deseo, sería transformarme en una hermosa melodía, para instalarme en el corazón de todas las personas a quienes amé, para que nunca me olvidaran, para permanecer como aquella tonada que no puedes dejar de cantar. Porque la música más bella es como el amor, trasciende todas las fronteras y es capaz de reparar cualquier situación: “Cuando das lo mejor de tí pero no tienes éxito, cuando consigues lo que quieres pero no lo que necesitas, cuando te sientes tan cansado que no puedes dormir, atascado en la marcha atrás. Y las lágrimas bajan como un torrente por tu cara; cuando pierdes algo que no puedes remplazar, cuando amas a alguien pero se termina ¿podría haber algo peor? Las luces te guiarán a casa y encenderán tus huesos y yo… trataré de arreglarte”, cita Coldplay en “Fix you”, y yo percibo así a la música; como la magia que surge, eleva y transporta. Como algo etéreo y sublime que me envuelve, me hace soñar y es capaz de rescatarme de la tristeza más profunda. He llegado a pensar que el día de mi muerte, tendré un funeral lleno de música. Sé que haré una lista muy larga de canciones, para que todos los asistentes puedan escuchar y recordarme a través de aquellas voces que siempre lograron rescatarme de los momentos más desdichados. Porque en cada melodía habrá un poco de mí y creo que no hay mejor forma de recordar a un ser querido que teniendo una pequeña parte de ellos, a partir de la música que amaron.

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Nos vemos en el slam. ¿Y los lugares para rockear? Hace ocho años o más, los foros alternativos predominaban en varios puntos del centro histórico de la ciudad de Mérida. Ya sea viernes o sábado, por lo general, estos espacios eran puntos de reunión de quienes tenían el interés de festejar las noches de su fin de semana con rock, ska, metal, reggae y demás ritmos, que acompañaban exposiciones de artistas visuales. No faltaban las chevas, en ocasiones caguamas que iban de mano en mano, al igual que cigarritos de la famosa hierba. Lugares como La Quilla, Pompidou, La Periferia, La Casa de Todos, bar el Templo, La 68, locales de históricos sindicatos y casas improvisadas, convertían al primero y segundo cuadro de la zona bohemia y artística, que contrarrestaba al ambiente popero de bares y antros establecidos en Prolongación Montejo. A casi una década de este auge, los mencionados sitios cerraron por completo sus ciclos de existencia que hoy, en lo personal, provocan una nostalgia ante la nueva imagen fiestera que parece estar en punto efervescente y decidido a crecer más. Tal parece que el proyecto de rejuvenecimiento impulsado por las autoridades municipales en las casas coloniales también trae consigo la apertura de bares en el clásico formato de cadenero, valet parking, meseros, rolas pop y

reggaetón a todo volumen, que ante su actual fama atraen a cientos de jóvenes que al calor de la fiesta confirman su presencia con la selfie grupal. Con esto, a la imagen nocturna del nuevo ambiente del centro histórico se le agregan las personas haciendo cola es espera que el tipo vestido de negro descuelgue la cadena para dar paso. Una noche, cerca de la una madrugada pasé por dos lugares de éstos y me sorprendió que a esa hora había gente formada o arremolinada para tratar de ingresar. Hace ocho años esto no era muy común en el centro. A esa hora ya ni el cover te cobraban en los mencionados foros, entrabas y salías las veces que quisieras. A esa hora la banda iba por el tercer o cuarto slam o seguía el primero. A esa hora no había gente formada esperando que un tipo contratado para descolgar una cadena o sacar un borracho decidiera si entras o no. Sin duda el ambiente de Prolongación Montejo no solo se fue más al norte, sino también más abajo. Claro que este cambio es cuestión de iniciativa e interés actual por abrir bares como los mencionados. Hoy tienen un delatripa 35

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público constante que les garantiza el lleno cada noche de fin de semana y una buena ganancia de dinero, a diferencia de lo que puede generar un foro en donde, la mayoría de las veces, el cover es una aportación económica a favor de las bandas que toquen, y los dueños del lugar obtienen el dinero a través de la venta de cerveza u otras cosas. Sin embargo, creo que Mérida, ante su título de Capital Americana de la Cultura, así como su historial rockero y artístico alternativo, no puede tener un centro cundido de estos lugares en los que la propuesta local rara vez tiene presencia. Si hoy son pocos los foros alternativos, no estará de más apoyar a los existentes para que aumenten en número y se perciba una gran diversidad de lugares para festejar de viernes a Domingo. Ahí tenemos, por ejemplo, a Colibrí y Tapanco. Sus responsables con gran esfuerzo organizan eventos artísticos y demuestran que en la capital yucateca el arte no se limita a museos y teatros de renombre, donde muchas veces existen ciertas limitantes para exponer el arte, principalmente si no es lo “acostumbrado”. Si los foros desaparecen, también desaparecen las opciones donde podemos observar una creatividad diferente y con más transcendencia a futuro que las rolas de reggaetón o pop a todo volumen.

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