Revista de Psicología Social: International Journal of Social Psychology Las emociones y el género en la conducta sexual de riesgo en adolescentes

July 27, 2017 | Autor: Alejandra Custardoy | Categoría: Sexual risk behaviour, Adolescents, Attitudes, Actitudes, Adolescentes
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This article was downloaded by: [Universidad De Salamanca] On: 28 November 2014, At: 04:41 Publisher: Routledge Informa Ltd Registered in England and Wales Registered Number: 1072954 Registered office: Mortimer House, 37-41 Mortimer Street, London W1T 3JH, UK

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Amparo Caballero , Inés Toro , Flor Sánchez & Pilar Carrera

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Universidad Autónoma de Madrid Published online: 23 Jan 2014.

To cite this article: Amparo Caballero, Inés Toro, Flor Sánchez & Pilar Carrera (2009) Las emociones y el género en la conducta sexual de riesgo en adolescentes, Revista de Psicología Social: International Journal of Social Psychology, 24:3, 349-361, DOI: 10.1174/021347409789050551 To link to this article: http://dx.doi.org/10.1174/021347409789050551

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Las emociones y el género en la conducta sexual de riesgo en adolescentes AMPARO CABALLERO, INÉS TORO, FLOR SÁNCHEZ Y PILAR CARRERA Universidad Autónoma de Madrid

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Resumen En este estudio se ha analizado la experiencia sexual de una muestra de adolescentes de entre 14 y 16 años y en qué medida la incorporación de las emociones anticipadas mejora la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo, en comparación con las predicciones hechas desde la Teoría de la Conducta Planificada, prestando especial atención a las diferencias de género. Los resultados indican que, en el caso de los varones, la consideración de las emociones anticipadas no mejora la predicción; por el contrario, en las mujeres la incorporación de la experiencia emocional anticipada ante la posibilidad de mantener relaciones sexuales de riesgo mejora hasta un 17 por ciento la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. En general, los varones muestran una actitud menos negativa que las mujeres hacia la conducta sexual de riesgo, y las mujeres anticipan más emociones negativas, como miedo y culpa, y menos alegría. Palabras clave: Conducta sexual de riesgo, emociones anticipadas, actitudes, adolescentes.

Emotions and gender in sexual risk behaviour in adolescents Abstract The present study explores personal sexual experience in a sample of adolescents aged 14 to 16. Furthermore, it looks at how anticipated emotions –as compared to the Planned Behaviour Theory variables– can improve predictions about intention to have unprotected sex, focusing on gender differences. Results suggest that anticipated emotions in males do not improve such predictions. In contrast, in the case of women, anticipated emotions with relation to sexual risk behaviour improve predictions about intention to have unprotected sex by up to 17%. In general, males show a less negative attitude than women towards high-risk sexual behaviour, and women anticipate more associated negative emotions, such as fear and guilt, and less happiness than men. Keywords: Sexual risk behaviour, anticipated emotions, attitudes, adolescents.

Agradecimientos: Esta investigación ha sido financiada por los Proyectos SEJ 2005-06307/PSIC y PSI2008-04849. Correspondencia con las autoras: Amparo Caballero; Dpto. Psicología Social y Metodología; Facultad de Psicología; Universidad Autónoma de Madrid; 28049 Madrid. Tel.: 91 497 5229. E-mail: [email protected] © 2009 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0213-4748

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Los medios de comunicación periódicamente convierten en noticia algunos temas relacionados con los adolescentes, tales como sus competencias lectoras y matemáticas, el consumo que hacen de sustancias adictivas, sus conductas de riesgo o la creciente tasa de abortos y embarazos no deseados entre las mujeres jóvenes. A partir de aquí, se abre, una vez más, el debate, la controversia y, a veces, la búsqueda de los culpables de tal desastre social. En este trabajo atenderemos a la conducta sexual sin preservativo por ser una conducta con graves consecuencias personales y sociales. En este tema la deficiente educación sexual de los españoles sale a relucir, el fracaso de los programas de prevención y el poco interés de los gobernantes por desarrollar políticas efectivas para corregir la situación, también. Por su parte, los datos se repiten una y otra vez: las mujeres jóvenes que se han quedado embarazadas sin quererlo, han mantenido relaciones sexuales de riesgo, esto es, sin preservativo u otro método anticonceptivo. No es un caso aislado, la quinta encuesta anual, 2007, de Bayer Schering Pharma (Equipo Daphne, 2007) para el seguimiento de los hábitos anticonceptivos de las mujeres españolas entre 15 y 49 años confirma la tendencia hallada en las ediciones anuales previas de la misma encuesta. En su conjunto, un 8,4% de las mujeres de la muestra (2169) corren riesgos de tener embarazos no deseados. Algo más de un 42% de las mujeres entre 15 y 19 años utiliza el preservativo en sus relaciones sexuales, el 11,7% utiliza la píldora, método que puede proteger de los embarazos no deseados pero no de las enfermedades de transmisión sexual, y el 40% no utiliza ningún método anticonceptivo ni de protección contra infecciones de transmisión sexual. Según los datos del año 2006 del Ministerio de Sanidad y Consumo, entre las adolescentes de 15 a 19 años, también se ha incrementado la tasa de abortos, pasando del 9,9 por mil en 2003 al 12,53 por mil en 2006 (11.677 casos). La Comunidad de Madrid, con una tasa del 14,18 por mil, se sitúa entre las comunidades autónomas con cifras generales de aborto superiores a la media nacional (10,68 por mil). Por otra parte, casi el 22% de estas mujeres interrumpieron su embarazo por segunda vez y el 6% lo hicieron por tercera vez. Las causas de este aumento en el número de embarazos no deseados se atribuyen a diferentes factores, pero es evidente que algo falla, porque aunque los jóvenes parecen disponer de más información sobre métodos de protección y de más medios que nunca, esto no se traslada en la medida esperada a las conductas; subestimar los riesgos de determinadas prácticas sexuales y cierta consideración de la píldora poscoital y del aborto como soluciones, son mencionadas como causas complementarias. En nuestro trabajo hemos contado con la participación de adolescentes que tienen entre 14 y 16 años. Esta etapa marca la transición desde la niñez a la juventud, un período de la vida con identidad propia dentro del proceso de desarrollo humano, caracterizado por una serie de cambios muy importantes a nivel biológico, psicológico y social. Entre sus rasgos distintivos, se suelen destacar la búsqueda de la independencia y el deseo de evitar el control de los adultos, junto a una mayor preocupación por la propia identidad, y una fuerte influencia del grupo de iguales, los amigos y compañeros, con quienes los jóvenes contrastan sus opiniones sobre determinadas conductas, como las prácticas sexuales y los métodos de prevención. Es la etapa donde se adquieren estilos de vida (Balaguer, 2002). Los cambios que se producen en su cuerpo y en su imagen personal, tienen que convivir con las imágenes de los modelos que la sociedad propone; las diferencias suelen ser percibidas por los jóvenes como una fuente de estrés. La imagen que a veces tienen de sí mismos puede ser poco realista o distorsionada y podría conducir a conductas que implican riesgos para la salud. Además, en nuestras sociedades occidentales y urbanas, el deseo por explorar un mundo que les distancie de lo conocido en la infancia hace que adopten algunos comportamientos de riesgo, tales como consumo de tabaco, alcohol, drogas, o prácticas sexuales no seguras, que son el objeto de estudio de este trabajo.

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Ante esta realidad se hace imprescindible una educación sexual eficaz y adecuada, que pueda servir de ayuda y orientación a los adolescentes, que les permita desarrollar estrategias para evitar embarazos no deseados, infecciones de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, situaciones que, cuando ocurren, sitúan a los adolescentes ante serias dificultades personales, familiares, económicas y sociales. Parece conveniente que las estrategias de prevención sean incorporadas al repertorio conductual antes de que los jóvenes se encuentren en un escenario de intimidad sexual. Se requieren conocimientos correctos para una sexualidad sin riesgos y argumentos para contrarrestar las falsas creencias más frecuentes entre sus compañeros, así como desarrollar estrategias básicas de protección que recojan, si las hay, las diferencias de género en la manera de abordar y decidir sobre estos temas. Es necesario conocer mejor los factores psicosociales que influyen en estas conductas y proponer medidas correctoras concretas. En este trabajo nos centraremos en el uso del preservativo dado que este método ayuda a evitar tanto embarazos como enfermedades de transmisión sexual, siendo el más usado y accesible para los jóvenes. Para empezar es conveniente poner en relación la investigación básica sobre comportamientos de riesgo y los programas de prevención que se aplican. En cuanto a la investigación social, la mayoría de los trabajos en el ámbito de la prevención y predicción de la conducta de riesgo y en especial de la conducta sexual de riesgo se han realizado desde el Modelo de Creencias de Salud (Becker, 1974; Rosenstock, 1974), la Teoría de Acción Razonada (Ajzen y Fishbein, 1977; Fishbein, 1980; Fishbein y Ajzen, 1975) y la Teoría de la Conducta Planificada (Ajzen, 1988, 1991; Ajzen y Madden, 1986). Desde la Teoría de la Conducta Planificada, la predicción de la conducta se articula a partir de las actitudes del individuo, su capacidad percibida para controlar la realización o no de la conducta y la norma social subjetiva (sus creencias sobre lo que piensan los otros significativos –personas relevantes, amigos, padres, parejas, etcétera– respecto a si debe o no realizar la conducta). Actitudes, control percibido y norma social subjetiva son las variables que definirían la intención conductual, principal antecedente de la realización de un amplísimo rango de conductas. Una vez aceptado que una de las prácticas más eficaces para evitar embarazos no planificados, sida e infecciones de transmisión sexual es el uso del preservativo, la mayoría de los estudios realizados se han centrado en conocer los factores que predicen tanto la intención de uso como su utilización real. Así, los múltiples análisis realizados desde la Teoría de la Acción Razonada (TAR) y Teoría de la Conducta Planificada (TCP), sobre la relación entre intención de uso y uso real del preservativo, muestran correlaciones de bajas a moderadas (Sheeran y Orbell, 1998; 1999; 2000). Así, en el metanálisis llevado a cabo por Albarracín, Johnson, Fishbein y Muellerleile, (2001) se encontró una relación moderada entre intención de uso y uso real del preservativo (.45); si bien la correlación entre actitud e intención resultó ser algo mayor (.58). Aún siendo fructíferas las aportaciones de las teorías cognitivas, y en particular de la Teoría de la Conducta Planificada, en la investigación sobre conductas de riesgo, su capacidad predictiva (alrededor del 50% de predicción de la conducta) sólo puede ser considerada como moderada (Sheeran, 2002). Probablemente, este déficit en los niveles de predicción o explicación de las conductas de riesgo pueda deberse a la complejidad de las mismas: al tratarse de comportamientos que suponen un peligro para la salud, o incluso la vida, de quienes los realizan, son conductas de alta implicación emocional que difícilmente pueden ser abordadas en su totalidad desde un modelo de persona básicamente racional. De hecho, muchas de las personas que realizan comportamientos de riesgo manifiestan una actitud negativa hacia los mismos y, sin embargo, los realizan. Todo parece indicar que es necesario considerar otras variables no asociadas al área cognitiva, como es la experiencia emocional asociada a estos comportamientos. En el caso de la conducta que nos ocupa, mantener relaciones sexuales sin preservativo, la complejidad es mayor pues presenta consecuencias positivas y negativas. Las con-

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secuencias positivas irían ligadas al placer del intercambio sexual y son inmediatas para el sujeto; las negativas (un embarazo no deseado, sida o una infección de transmisión sexual), de haberlas, ocurrirían a medio o largo plazo y no se darían siempre. Todos estos aspectos han propiciado que en los últimos años, a las explicaciones meramente racionalistas, se hayan ido sumando otros factores de carácter afectivo que complementan los niveles de predicción del comportamiento de riesgo (Parker, Manstead y Stradling, 1995; Sheeran y Orbell, 1999). Se han diseñado nuevas propuestas que integran los factores que más éxito han mostrado en la predicción de conductas preventivas y añaden elementos nuevos para hacer frente a las limitaciones. Por ejemplo, Dolcini, Canin, Gyelman y Skolnil (2004) agrupan todas las variables contempladas en las teorías previamente mencionadas en cinco dominios, que incluyen la emoción y la activación en uno de ellos y los factores estructurales y ambientales en otro, para superar limitaciones a la hora de explicar las conductas sexuales de riesgo en situaciones de alta excitación sexual. Entre estos factores, nuestro interés se centra en la incorporación de las emociones asociadas al comportamiento de riesgo, entendidas éstas como una experiencia que no se agota necesariamente en el componente evaluativo de la actitud (Caballero, Carrera, Muñoz y Sánchez, 2007). Son ya numerosas las investigaciones que, con diferentes procedimientos y para distintas conductas, han incluido las emociones como un factor que ha demostrado ser relevante para mejorar la capacidad de predicción de los modelos racionalistas sobre la intención de realizar comportamientos de riesgo: Parker et al. (1995); Richard, van der Pligt y de Vries (1995, 1996); Richard, de Vries y van der Pligt (1998); Sheeran y Orbell (1999); Sánchez, Caballero, Carrera, Blanco y Pizarro (2001); Caballero, Carrera, Sánchez, Muñoz y Blanco (2003); Whitten, Rein, Land, Reppucci y Turkheimer (2003); Caballero et al. (2007); Carrera, Caballero y Muñoz (2008). Siguiendo esta línea, en este trabajo hemos analizado concretamente la incidencia que tienen variables como la actitud, el control percibido, la norma social subjetiva (variables básicas de la Teoría de Conducta Planificada) y las emociones anticipadas de chicos y chicas en la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Nuestro objetivo principal será estudiar en qué medida la incorporación de las emociones asociadas mejora la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo, en comparación con las predicciones de la Teoría de la Conducta Planificada. En segundo lugar, indagaremos sobre los aspectos diferenciales de género que pudieran contribuir a una vulnerabilidad diferencial de hombres y mujeres en la realización de esta práctica sexual. Método Muestra En esta investigación han participado 218 adolescentes, estudiantes de 4º curso de Educación Secundaria Obligatoria, de dos institutos públicos de una localidad del norte de la Comunidad de Madrid. Según datos municipales, el nivel socioeconómico de dicha localidad es medio-alto. El 49.5% fueron hombres y el 50.5% mujeres, con edades comprendidas entre los 14 y 16 años, con una edad media de 15 años y 7 meses. Instrumento Aplicamos un cuestionario diseñado específicamente para recoger información sobre: • Edad y género de los participantes. • Nivel de experiencia sexual: Tu nivel de experiencia sexual a lo largo de tu vida es: ningún tipo de experiencia / masturbación, besos y caricias / juegos sexuales sin coito (penetración) / experiencia de coito.

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• Edad de inicio en el caso de las relaciones de coito: Si has mantenido alguna vez relaciones sexuales con penetración con otra persona, ¿a qué edad fue la primera vez? • Métodos anticonceptivos utilizados: ¿Sueles utilizar algún método anticonceptivo? No / Sí ¿cuál? • Actitud hacia la conducta sexual de riesgo: ¿Cómo valoras tú la conducta de “mantener relaciones sexuales sin preservativo”? (escala bipolar de 7 puntos, de 1 = muy negativa a 7 = muy positiva). • Norma social subjetiva, medida como el producto de los valores obtenidos en dos items: ¿Cómo valoran tus amigos la conducta de “mantener relaciones sexuales sin preservativo”? (escala bipolar de 7 puntos, de 1 = muy negativa a 7 = muy positiva) y ¿Estás de acuerdo con tus amigos en esta valoración? (escala bipolar de 1= nada de acuerdo a 7=muy de acuerdo). • Control percibido: ¿En qué medida tú te sientes capaz de controlar si quieres o no mantener relaciones sexuales sin preservativo? (escala bipolar de 1 = nada a 7 = mucho). • Intención de realizar la conducta de riesgo durante el próximo mes (escala bipolar de 1 = ninguna intención a 7 = mucha intención). • Variables emocionales asociadas a mantener relaciones sexuales sin preservativo: se valoró la experiencia anticipada en relación con tres emociones, alegría, miedo y culpa, en tres momentos temporales distintos, antes, durante y después de mantener relaciones sexuales sin preservativo (e.g., ¿Qué sentimientos o emociones sentirías antes de mantener relaciones sexuales sin preservativo?). Igualmente se utilizó una escala bipolar de 7 puntos de 1 = nada; 7 = mucha. Procedimiento El cuestionario se aplicó a todos los estudiantes de 4º de la ESO de los institutos participantes en su aula habitual, durante el horario de tutorías, con la colaboración de los profesores responsables y respondiendo a un acuerdo establecido previamente con el departamento de orientación del instituto. Se garantizó el anonimato y la confidencialidad de la información aportada. Los participantes debían informar en relación con su experiencia personal en aquellas preguntas que indagaban sobre la práctica de relaciones sexuales sin preservativo. Si carecían de ella, se les indicaba que respondieran imaginando qué creían que sentirían si lo hicieran. De este modo, los jóvenes con y sin esta experiencia valoraron los ítems relacionados con la conducta de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Se resolvieron las dudas que surgieron mientras rellenaban el cuestionario, tarea a la que dedicaron aproximadamente veinte minutos. Resultados El 23% de los jóvenes no había tenido experiencia sexual; el 54% tenía experiencia de masturbación o juegos sexuales sin coito y el 23% restante había practicado coito con una o con varias personas. En la experiencia sexual informada aparecen algunas diferencias significativas entre chicos y chicas. Un 36.5% de las mujeres frente a un 7.9% de los varones informan no haber tenido ningún tipo de experiencia sexual (χ2(1) = 24.11; p ≤ .001). Por otra parte, un 7.9% de los chicos informan haber tenido experiencias de masturbación, mientras que las chicas no informan de esta práctica (χ2(1) = 8.57; p ≤ .003). Entre los adolescentes que tienen experiencia sexual de coito, la edad media en el inicio de esta práctica es de 15 años y un mes; las mujeres se inician a los 14 años y 11 meses, mientras que los hombres lo hacen a los 15 años y 4 meses. Aunque la diferencia no es significativa, observamos que las chicas informan haber iniciado su experiencia sexual algo más tempranamente que los chicos; esta tendencia difiere de la información de que disponemos de la población adolescente española (e.g. encuesta Schering, en Equipo Daphne, 2007).

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Un análisis más detenido de la información aportada por los jóvenes que tenían experiencia de coito mostró que un 93,2% sí habían utilizado métodos anticonceptivos. Según estos datos un 6,8% de la muestra total habría realizado por lo menos alguna vez prácticas sexuales de riesgo. El 97,4% de los jóvenes con experiencia de coito informaron haber utilizado el preservativo cuando mantenían relaciones sexuales y un 2,6% informan haber utilizado conjuntamente el preservativo y la píldora del día después. Las comparaciones de género mostraron que el 95,2% de los hombres y el 90,9% de las mujeres informaron haber utilizado métodos de protección. No obstante, las comparaciones de género hasta ahora expuestas no mostraron diferencias significativas. Para abordar el objetivo principal de este trabajo, estudiamos en qué medida la incorporación de las emociones mejora la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo, en comparación con las predicciones de la Teoría de la Conducta Planificada. Para ello, a partir de la información aportada por los participantes, describimos el comportamiento, tanto de las variables clásicas de dicha teoría como de las emociones anticipadas. Posteriormente realizamos los oportunos análisis de regresión que nos permitieron estimar el peso de cada una de ellas en la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Los resultados muestran que los adolescentes informan de una actitud bastante negativa hacia el sexo sin preservativo (M = 1.81, DT = 1.5, en una escala bipolar de 1 a 7 donde 1 es muy negativa y 7 muy positiva) y creen que sus amigos también tienen una valoración negativa de esta conducta (M = 2.45, DT = 1.8), siendo ésta siempre menos negativa que la propia. Además el nivel de acuerdo con los amigos está por encima del punto medio de la escala (M = 4.81, DT = 2.5). Respecto a la intención de realizar la conducta de riesgo, encontramos en general, una intención media baja de mantener relaciones sexuales sin preservativo (M = 2.5, DT = 2.1). Cabe señalar que el 20% informaron de una intención alta (entre 5 y 7) de mantener relaciones sexuales sin preservativo, dato cualitativamente importante en una población como la adolescente en la que el método anticonceptivo más conocido y prácticamente el único usado es el preservativo. Por otra parte, la percepción de control es alta (M = 5.8, DT = 1.7). Es posible que los adolescentes sobreestimen sus capacidades y competencias en el control de la conducta sexual de riesgo, lo que nos lleva a pensar en la existencia de un sesgo de optimismo ilusorio en relación con su capacidad de control. En cuanto a las diferencias de género, los hombres muestran una actitud significativamente menos negativa que las mujeres frente a la conducta sexual de riesgo (t(188) = 3.1, p ≤ .002). Si atendemos a la norma social subjetiva, los chicos, respecto a las chicas, también indican que sus amigos tienen una actitud más positiva respecto a esta conducta (t(188) = 1.99, p ≤ .048). En resumen, los datos sugieren que los chicos tienen valoraciones más positivas que las chicas hacia las prácticas sexuales de riesgo (véase Tabla I). En cuanto al análisis de las emociones asociadas al comportamiento sexual de riesgo, indagamos en qué medida los adolescentes anticipaban que sentirían alegría, miedo y culpa en tres momentos: antes, durante y después de mantener relaciones sexuales sin preservativo. De acuerdo con sus respuestas, la alegría en general, y sobre todo mientras se realiza la conducta de riesgo, es la emoción que obtiene la puntuación en intensidad más alta. El miedo también es una emoción que los participantes informan sentir con cierta intensidad (por encima del punto medio de la escala). Por último, la culpa es la de menor intensidad, por debajo de alegría y miedo (véase Figura 1). Con el fin de explorar la variación en la experiencia emocional a través de los diferentes momentos temporales, realizamos un MANOVA intrasujeto de dos factores: tipo de emoción (tres niveles: alegría, miedo y culpa) y tiempo (tres niveles: antes, durante y después). Los resultados mostraron que existe un efecto principal del tipo de emoción (F(2, 169) = 20.248, p ≤ .001, η2 = .106) y de la interacción entre emoción y momento temporal (F(4, 167) = 12.001, p ≤ .001, η2 = .066); sin embargo, el factor momento temporal

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TABLA I Variables de la TCP, comparación de género en toda la muestra (Varones n = 106; mujeres n = 108) Media (d.t.)

Mujeres

t

Actitud Escala de 7 puntos (1 = muy mal; 7 = muy bien)

2.17 (1.76)

1.49 (1.17)

3.103**

Valoración de los amigos Escala de 7 puntos (1 = muy mal; 7 = muy bien)

2.74 (2.04)

2.21 (1.65)

1.991*

Acuerdo con valoración de los amigos Escala de 7 puntos (1 = nada de acuerdo; 7 = muy de acuerdo)

4.97 (2.37)

4.69 (2.60)

.777

Control Escala de 7 puntos (1 = nada; 7 = mucho)

5.68 (1.92)

6.09 (1.53)

-1.583

Intención Escala de 7 puntos (1 = ninguna; 7 = mucha)

2.73 (2.24)

2.24 (2.07)

1.379

** p ≤ .05 * p ≤ .01

FIGURA 1 Experiencia emocional antes, durante y después de la conducta sexual de riesgo (muestra total, n = 218) alegria miedo culpa

7,00

6,00

intensidad emocional media (d.t.)

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Varones

5,00

4.75 (2.20) 4.38 (2.17)

4,00

4.39 (2.24) 4.11 (2.35)

4.43 (2.34)

4.14 (2.39)

3.57 (2.51)

3,00

2.96 (2.17)

3.09 (2.35)

2,00

1,00 antes

durante

tiempo

despues

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no resultó significativo tomado de forma independiente. En síntesis, los participantes informan tener niveles significativamente distintos de alegría, miedo y culpa asociados a la experiencia sexual de riesgo según el momento temporal considerado. Por otra parte, nos interesó conocer si el nivel de experiencia sexual de estos jóvenes influía en las variables clásicas de la TPB (actitud, norma social subjetiva y control percibido e intención) y en las emociones que asociaban a la conducta sexual de riesgo. Para ello dividimos a la muestra total en dos submuestras en función de su experiencia sexual. Por una parte, agrupamos todas las categorías que no incluían coito (ningún tipo de experiencia, masturbación, besos y caricias, y juegos sexuales sin coito), por otra la categoría de experiencia sexual con coito. Realizamos un análisis de varianza intersujetos entre las dos submuestras: jóvenes sin experiencia de coito y jóvenes que habían tenido esta experiencia. No encontramos diferencias significativas entre ambos grupos en ninguna de las variables exploradas. Asimismo, analizamos si el género (varones y mujeres) de los participantes podría afectar a las emociones que asocian a la práctica de sexo sin preservativo. De acuerdo con este propósito, llevamos a cabo un análisis de varianza intersujeto entre la submuestra de varones y la de mujeres. En general, encontramos que las mujeres informan sentir más emociones negativas (miedo y culpa) en todos los momentos (antes, durante y después), mientras que informan sentir menos alegría (emoción positiva) que los varones también en cualquier momento de los explorados. La tabla II muestra los resultados obtenidos. Como podemos observar, tan sólo no es significativa la diferencia entre varones y mujeres entre la emoción de alegría sentida después de realizar la conducta. Todas las demás comparaciones resultan significativas o muy próximas a la significación en la dirección expuesta. TABLA II Comparación de género en la experiencia emocional (Varones n = 106; mujeres n = 108) Medias (d.t.) Emociones ALEGRÍA MIEDO CULPA

Antes Durante Después Antes Durante Después Antes Durante Después

Varones

Mujeres

F

Sig.

4.84 (2.17) 5.07 (2.21) 4.43 (2.49) 3.73 (2.25) 3.63 (2.47) 4.08 (2.41) 2.62 (2.07) 2.74 (2.29) 3.16 (2.56)

4.00 (2.09) 4.46 (2.16) 3.91 (2.25) 4.99 (2.08) 4.54 (2.18) 4.78 (2.21) 3.24 (2.21) 3.40 (2.36) 3.97 (2.40)

6.722** 3.441 2.029 14.669*** 6.659** 4.015* 3.615* 3.407 4.503*

.010 .065 .156 .000 .011 .047 .059 .067 .035

*** p ≤ .001 ** p ≤ .01 * p ≤ .05 Nota: Escalas likert de 7 puntos, donde 1 = nada; 7 = mucho

A partir de estos datos realizamos un análisis más preciso de las diferencias entre varones y mujeres en la experiencia emocional asociada a la práctica sexual de riesgo. Aplicamos para cada submuestra (varones y mujeres) un MANOVA intrasujeto de dos factores: tipo de emoción (tres niveles: alegría, miedo y culpa) y tiempo (tres niveles: antes, durante y después). Los resultados mostraron que para la submuestra de varones, existe un efecto principal del tipo de emoción (F(2, 78) = 21.238, p ≤ .000, η2 = .353) y de la interacción entre emoción y momento temporal (F(4, 76) = 3.630, p ≤ .009, η2 = .160). Del mismo modo, en la submuestra de mujeres, encontramos también un efecto principal del tipo de emoción (F(2, 86) = 30.832, p ≤ .000, η2 = .418) y de la interacción entre

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tipo de emoción y momento temporal (F(4, 84) = 6.759, p ≤ .000, η2 = .243). El factor momento temporal no resultó significativo tomado de forma independiente en ninguna de las submuestras. De acuerdo con estos resultados, los varones informan tener niveles significativamente distintos de alegría, miedo y culpa asociados a la experiencia sexual de riesgo, siendo la alegría siempre superior a las emociones negativas (miedo y culpa). Además, la distancia entre estas tres emociones resulta significativamente diferente a lo largo de los tres momentos temporales observados. Por otra parte, las mujeres informan también tener niveles significativamente diferentes de alegría miedo y culpa asociados a la experiencia sexual de riesgo. Sin embargo en este caso la intensidad de la alegría es inferior a la de miedo. Por otra parte, como en el caso de los varones, la distancia entre las tres emociones resulta significativamente diferente en los tres momentos temporales estudiados. Dado que los datos describen un patrón emocional asociado a la conducta sexual de riesgo explorada diferenciado entre ambos géneros, analizamos si estas diferencias entre varones y mujeres se producirían de igual modo en el caso de los jóvenes con y sin experiencia de coito. Para ello realizamos para cada submuestra (con y sin experiencia sexual de coito) un análisis de varianza mixto, en el que incluimos los dos factores intrasujetos analizados anteriormente (emociones y momento temporal) y como factor intersujetos el género (varones y mujeres). En la submuestra sin experiencia encontramos un efecto principal significativo del tipo de emoción (F(2, 120) = 26.450, p ≤ .000, η2 = .306), de la interacción entre emoción y momento temporal (F(4, 118) = 9.229, p ≤ .000, η2 = .238); y de la interacción entre emoción y género (F(2, 120) = 6.982, p ≤ .001, η2 = .104). Por su parte, en la submuestra con experiencia, sólo encontramos un efecto significativo del tipo de emoción (F(2, 37) = 12.818, p ≤ .000, η2 = .409). Estos resultados señalan que cuando los participantes tienen experiencia sexual de coito, las diferencias entre varones y mujeres en relación con las emociones asociadas al sexo de riesgo son irrelevantes, mientras que cuando no tienen experiencia sexual de coito, las mujeres y los varones informan tener un patrón emocional distinto asociado a las relaciones sexuales sin preservativo. Por tanto, en relación con las emociones asociadas a la conducta sexual de riesgo, las diferencias entre varones y mujeres sólo son significativas cuando los adolescentes no tienen experiencia de coito, resultando que las mujeres tienen asociadas emociones menos positivas a dicha práctica. Estas diferencias podrían resultar muy relevantes en relación con la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Con el fin de poner a prueba esta afirmación contrastamos en qué medida la incorporación de variables de tipo emocional modifica los niveles de predicción de dicha intención. Para ello, hemos realizado un conjunto de análisis de regresión jerárquica que ponen a prueba diferentes modelos. Definimos dos bloques de variables para los análisis de regresión. En el bloque 1, incluimos las variables clásicas de la Teoría de la Conducta Planificada (actitud, control percibido y norma social subjetiva, medida ésta última como el producto de la opinión de los amigos sobre la conducta de riesgo por el acuerdo del participante con dicha opinión). En el segundo bloque incluimos las variables emocionales (alegría, miedo y culpa) que los participantes informaron sentir antes, durante y después de realizar la conducta. Para los análisis utilizamos las puntuaciones tipificadas de cada variable. En primer lugar trabajamos sobre la muestra total (experiencia y no experiencia). Nos interesó conocer el peso de los distintos bloques de variables en la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo en un futuro próximo. La puntuación media en intención de realizar la conducta de riesgo estudiada es mediabaja (M = 2.5, DT = 2.1, medida en una escala de 7 puntos, donde 1 = ninguna y 7 = mucha intención).

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Tras realizar un análisis de regresión por bloques (método introducir) usando como variables predictoras los dos bloques de variables definidos anteriormente y como variable criterio la intención de realizar la conducta de riesgo sobre la muestra total, encontramos dos modelos significativos: El primero de ellos, que incorpora las variables actitud, control percibido y norma social subjetiva, explica un 14% (R2c = .145, F(3, 214) = 13.250; p ≤ .000) de la intención de realizar la conducta de riesgo estudiada. En este caso la variable de mayor peso del modelo y la única significativa es la actitud (beta = .391, p ≤ .000). El segundo modelo que añade a las variables TCP las variables emocionales, alcanza un porcentaje de explicación sobre la intención de realizar la conducta de riesgo del 16% (R2c = .164, F(12, 205) = 4.55, p ≤ .000) siendo las variables de mayor peso y las únicas significativas del modelo, la actitud (beta =.386, p ≤.000) y la alegría después de realizar la conducta (beta =.206, p ≤.047). Por tanto, la incorporación de las variables emocionales aumenta ligeramente la capacidad predictiva del modelo, aunque este aumento no llega a ser significativo (cambio en R2 = .054; cambio en F(9, 205) = 1.556, p = .13). En resumen, para la muestra total, en la medida en que los adolescentes tienen una actitud más positiva hacia la realización de la conducta de riesgo estudiada (mantener relaciones sexuales sin preservativo), y anticipan que sentirían más alegría después de realizarla, expresan también mayor intención de mantener relaciones sexuales sin protección. En segundo lugar, y dado que habíamos encontrado diferencias de género en los análisis descriptivos, procedimos a repetir el mismo tipo de análisis de regresión pero dividiendo la muestra en varones y mujeres. En los varones, los resultados de los análisis nos muestran que el modelo que incluye las variables de la TCP nos explica un 25% de la varianza (R2c = .253, F(3, 102) = 12.859, p ≤ .000). En este caso la variable de mayor peso y única significativa del modelo es la actitud (beta = .545, p ≤ .000). El segundo modelo, que añade a las variables de la TCP las variables emocionales, obtiene un porcentaje de explicación sobre la intención de realizar la conducta de riesgo del 24% (R2c = .241, F(12, 93) = 3.783, p ≤ .000). Nuevamente, la única variable significativa del modelo es la actitud (beta = .546, p ≤ .000). Por tanto, la incorporación de las variables emocionales a la TCP no supone un cambio significativo en los niveles de predicción del modelo en el caso de los varones (cambio en R2 = .054; cambio en F(9, 93) = .824, p = .596). En resumen, para la muestra de varones, en la medida en que los adolescentes tienen una actitud más positiva hacia la realización de la conducta de riesgo estudiada (mantener relaciones sexuales sin preservativo), tienen mayor intención de mantener relaciones sexuales sin protección. La media de intención de los varones es también media-baja (M = 2.7, DT = 2.2; medida en una escala de 7 puntos, donde 1 = ninguna y 7 = mucha intención). Estos son datos concordantes con las predicciones y supuestos teóricos de la TCP. En la submuestra de mujeres, encontramos una tendencia distinta en los resultados en comparación con la muestra total y la de los varones. El modelo que incorpora sólo las variables de la TCP nos aporta una explicación de un 3% (R2c = .031, F(3, 104) = 2.132, p = .101) de la intención de realizar la conducta de riesgo estudiada, y no resulta significativo. El segundo modelo, que añade a las variables TCP las variables emocionales, obtiene un porcentaje de explicación sobre la intención de realizar la conducta de riesgo del 17% (R2c = .167, F(12, 95) = 2.789, p ≤ .003). En este caso las variables de mayor peso y únicas significativas del modelo son la alegría después (beta = .441, p ≤ .006) y la alegría durante (beta = -.396, p ≤ .030). Por tanto, la incorporación de las variables emocionales a la TCP aumenta la capacidad predictiva del modelo, siendo este aumento significativo (cambio en R2 = .203, cambio en F(9, 95) = 2.896, p ≤ .005). Podríamos concluir que en el caso de las chicas adolescentes, y a diferencia de los varones, las variables de tipo emocional cobran un enorme interés puesto que consiguen explicar el 17% de la intención de realizar dichas conductas de riesgo en un futu-

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ro cercano. La intención expresada por las mujeres es de nuevo media-baja (M = 2.2, DT = 2.07), ligeramente inferior a la de los varones.

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Conclusiones En este trabajo hemos explorado la experiencia sexual de un grupo de adolescentes de 14 a 16 años con el objetivo de profundizar en el análisis de aquellas variables que pudiesen acercarnos a una mejor predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Los resultados obtenidos confirman que el preservativo es el método mayoritariamente usado por los adolescentes con experiencia de coito, con valores similares a otros estudios (en torno al 90%). La edad media de inicio en las relaciones sexuales, entre los que las mantienen, son los 15 años. Un 23% de los adolescentes tienen experiencia de coito, de ellos el 6.8% ha realizado prácticas sexuales de riesgo (mantener relaciones sexuales sin preservativo). Como se ha visto, este estudio lo hemos llevado a cabo con adolescentes que en su mayoría no han tenido experiencia sexual de coito y cuya experiencia en comportamiento sexual de riesgo es mínima. Este hecho no nos permite realizar comparaciones entre adolescentes con y sin experiencia de riesgo. Sólo podemos llevar a cabo comparaciones entre quienes han tenido experiencia de coito y los que no han tenido esta experiencia. Hemos analizado el peso de las variables clásicas de la TCP (actitud, control percibido y norma subjetiva) y de las emociones anticipadas (alegría, miedo y culpa) en la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo en adolescentes de entre 14 y 16 años, prestando especial atención a las posibles diferencias de género. En general, la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo es baja en esta muestra y la actitud de los jóvenes hacia la conducta estudiada es bastante negativa. También lo es su estimación respecto a la valoración que hacen sus amigos de la conducta sexual de riesgo, aunque la consideran menos negativa que la propia actitud. Por otra parte, creen que tienen un alto control sobre la posibilidad de realizar la conducta sexual de riesgo. La elevada percepción de control podría ser explicada como un sesgo cognitivo de “optimismo ilusorio”, optimismo exagerado y persistente en relación con acontecimientos positivos. Con el propósito de conocer en qué medida la incorporación de las emociones mejora la predicción de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo realizamos una serie de análisis de regresión. En el primer modelo, que incluye las variables de la TCP, encontramos unos niveles de explicación del 14% en la totalidad de la muestra y en los hombres de un 25%, siendo en ambos casos la actitud la variable más explicativa (en la medida que expresan una actitud más favorable hacia la conducta de riesgo mayor es la intención de realizarla). Las variables control percibido y norma subjetiva no muestran una influencia significativa en el modelo. En este sentido, encontramos proximidad con los resultados del estudio de Sánchez et al. (2001), sin embargo, en las mujeres este primer modelo no es significativo (3%), lo que podría indicar que las variables cognitivas no son las más relevantes para explicar su intención de involucrarse en comportamientos sexuales de riesgo. En el segundo modelo, que incorpora variables emocionales a las variables de la TCP, los niveles de explicación en el conjunto de la muestra son del 16% y en los hombres de un 24%, siendo la actitud la única variable significativa. Por tanto, para la submuestra de varones, las emociones no mejoran la predicción. En el caso de las mujeres, la incorporación de las emociones sí resulta significativa, explicando este segundo modelo un 17%. En esta submuestra, las variables de mayor peso y significativas son la alegría que anticipa que sentiría después y la alegría que anticipa que sentiría durante, en el sentido de que cuanto mayor es la alegría que anticipan sentir, mayor es la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo.

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Observamos, por tanto, que la intención de mantener relaciones sexuales de riesgo responde a patrones diferentes en chicos y chicas. En los chicos dicha intención depende fundamentalmente de su actitud: cuanto más consideran el sexo sin preservativo como algo positivo, mayor es su intención de practicarlo. Atendiendo a estos resultados, podríamos decir que su decisión depende sobre todo de factores racionales. Sin embargo, las chicas responden a otro perfil: las variables cognitivas como la actitud no se muestran relevantes, por el contrario, son las emociones asociadas a dicha práctica de riesgo las que parecen orientar su decisión. Por otra parte, los resultados alcanzados en este estudio permiten apreciar que, tanto utilizando un modelo exclusivamente cognitivo como uno que incorpore las variables emocionales, se consiguen unos niveles de explicación de la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo inferiores a los referidos en otras investigaciones. En el citado metanálisis de Albarracín et al. (2001), con estudios sobre uso del preservativo basados en la Teoría de Acción Razonada y la Teoría del Comportamiento Planificado, se señala una predicción moderada de la actitud sobre la intención (r = .58). Probablemente, la diferencia entre los porcentajes de la explicación de la intención sobre el comportamiento de riesgo entre este estudio y nuestro trabajo pueden deberse a que no es lo mismo explicar la conducta de protección que ellos analizan (uso del preservativo) que la conducta de riesgo (no usar el preservativo) de la que nosotros nos ocupamos. Por otra parte, los niveles de explicación más bajos de nuestra muestra son concordantes con la idea de que es más difícil la predicción del comportamiento en el caso de los adolescentes dado que sus intenciones y actitudes son más inestables (Sheeran y Orbell, 1998), sobre todo en un tipo de conducta (relaciones sexuales) de la que muchos de ellos aún no tienen experiencia y podría resultarles más difícil centrarse en la situación. Sin desconocer las limitaciones de este trabajo (en especial las derivadas de la baja frecuencia de comportamiento sexual de riesgo en nuestra muestra), consideramos que permite aproximarnos al conocimiento de los factores emocionales que influyen en la intención de mantener relaciones sexuales sin preservativo. Al pensar en el diseño de estrategias de prevención de prácticas sexuales de riesgo en adolescentes debe considerarse que se encontrará en general, como en nuestro caso, una baja incidencia de experiencias sexuales en estos grupos, que va aumentando con la edad. Si se pretende hacer una labor preventiva del comportamiento sexual de riesgo y sus consecuencias, se hace necesario trabajar con adolescentes que aún no tienen experiencia sexual, que a los 15 años en general son la mayoría. Siguen siendo necesarias las campañas de formación e información sobre métodos anticonceptivos, así como una mayor implicación de las instituciones responsables para la mejora de la asistencia y la educación en materia de sexualidad y anticoncepción. Pero además, las diferencias de género encontradas resultan tremendamente sugerentes, y consideramos que deberían ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar los mensajes que se ofrecen como estrategias de persuasión para normalizar el uso del preservativo entre los adolescentes. Si se desea que los programas de intervención en este terreno sean más eficaces, deberían ser cercanos a las características de los adolescentes. Por supuesto, se debe seguir ofreciendo información rigurosa, pero habría que plantearse la incorporación de otros aspectos más allá de la información y estrategias diferentes cuando los destinatarios son varones y cuando son mujeres. Particularmente en el caso de las chicas, los mensajes basados exclusivamente en argumentos racionales sobre las bondades del uso del preservativo, no parecen ser los más adecuados. Como hemos visto, las mujeres que anticipan que al realizar conductas sexuales de riesgo, sentirán emociones positivas, informan de mayor intención de realizarlas. Será por tanto necesario utilizar mensajes que incorporen los factores emocionales de estas prácticas. No obstante, se ha comprobado con otros tipos de comportamientos de riesgo como el consumo de alcohol en exceso en jóvenes, que los mensajes que inducen emo-

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ciones exclusivamente negativas no son precisamente los más eficaces, sino aquellos que incorporan emociones tanto positivas como negativas ligadas a las consecuencias de las conductas de riesgo (Carrera et al., 2008). Explorar con mayor profundidad los efectos de este tipo de estrategias en la prevención de las relaciones sexuales de riesgo podría facilitar el diseño de programas de intervención más ajustados y eficaces.

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