Revisitar el costumbrismo: Cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica (Kari Soriano Salkjelsvik y Felipe Martínez Pinzón, eds).

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Descripción

Kari Soriano Salkjelsvik Universitetet i Bergen Felipe Martínez-Pinzón Brown University

Revisitar el costumbrismo: cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica Revisitar el costumbrismo: cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica es una recopilación de artículos cuyo foco de estudio es la escritura de tipos y costumbres del siglo XIX para ponerla en contacto con discursos que no le eran ajenos, sino, antes bien, constituyentes. Los trabajos que aquí incluimos se acercan al llamado costumbrismo1 discutiendo problemáticas estéticas, culturales y políticas desde distintas tradiciones iberoamericanas y con una mirada transnacional —Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, España, México y Perú. Jorge Cornejo Polar ya ha notado cómo el costumbrismo “sigue siendo todavía hoy, en el inicio del siglo XXI, uno de los escasos territorios importantes inadecuadamente explorados” (13)2. Inclusive, cuando se lo aborda directamente —caso raro en la producción crítica— el costumbrismo sigue siendo visto como 1 Al elaborar este trabajo hemos optado por reservar el uso del término costumbrismo junto a la expresión escritura de tipos y costumbres para referirnos, de manera general a toda la serie de escritos que durante el siglo XIX se afanaba por describir las costumbres, tipos y estampas observadas en la sociedad presente. No obstante, somos conscientes de que la noción de costumbrismo ha de ser revisada; así como su relación con otros tipos de escrituras de tipos y costumbres. Para un acercamiento a la larga controversia a que ha dado lugar la definición genérica de la escritura de costumbres, ver, entre otros, Maida Isabel Watson-Espener, El cuadro de costumbres en el Perú decimonónico (1979) y el estudio de Margarita Ucelay da Cal Los españoles pintados por sí mismos (1951). 2 Desde las primeras exploraciones críticas del género en The Early Cuadro de Costumbres in Colombia (1956) de Frank M. Duffey o El cuadro de costumbres en el Perú decimonónico (1979) de Maida Isabel Watson Espener, pasando por el clásico Foundational Fictions (1993) de Doris Sommers, hasta las importantes revisiones crítica de sus planteamientos en Pirate Novels: Fictions of Nation Building in Latin America de Nina Gerassi Navarro (1999) y las últimas producciones acerca de la construcción discursiva de Latinoamérica en Building Nineteenth-Century Latin America: Re-Rooted Cultures, Identities, and Nations (2011), editado por William J. Acree y Juan Carlos González

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un recipiente a través del cual consumir la nación. Lo que queremos subrayar es que hasta el momento ha sido una práctica constante abordar el costumbrismo a través de estudios monográficos que lo encuadran, en relación de necesidad, con la nación3. No es nuestro propósito abogar por una discusión normativa de la escritura de costumbres, siempre dúctil, fluida, que habita varios géneros —tema de un posible futuro volumen— sino que nos interesa, a la par que rescatar la visión moderna que habilitó esta escritura, reinstalar, en sus propios términos, la discusión histórica de esta corriente tal cual concebida por sus cultores en el XIX. El objetivo de este proyecto ha sido volver al costumbrismo español y latinoamericano para restituirle todo su grosor histórico y estético, y para ponerlo en diálogo con discusiones críticas sobre el siglo XIX que se han acercado a este periodo desde los estudios culturales y la crítica literaria en historiografía4, estudios de género5,

Espitia, el siglo XIX latinoamericano ha sido pensado siempre desde las problemáticas de la nación y la construcción del Estado en la región. 3 Tal es el caso de Costumbrismo y litografía en México: un nuevo modo de ver (2005) de María Esther Perez Salas o del más reciente Afro-Cuban Costumbrismo: from Plantation to Slum (2012) de Rafael Ocasio. 4 Entre otros, Beatriz González-Stephan con Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX (1989) , Germán Colmenares con Las convenciones contra la cultura: ensayos sobre historiografía hispanoamericana del siglo XIX (1987) y más recientemente, a través del análisis de la novela histórica, con History Lessons: Refiguring the Nineteenth-Century Historical Novel in Spanish America (2006) de Lee Skinner. 5 De importancia para la crítica literaria decimonónica colombiana, por ejemplo, han sido los trabajos de Montserrat Ordóñez y de Carolina Alzate acerca de Soledad Acosta de Samper, además del trabajo compilatorio ya clásico de María Mercedes Jaramillo, Angela Inés Robledo y Flor María Rodríguez-Arenas titulado ¿Y las mujeres?: ensayos sobre literatura colombiana (1991). Para el caso de México, destaca el trabajo de perspectiva histórica de María de la Luz Parcero, Condiciones de la mujer en México durante el siglo XIX (1992) y el también clásico volumen de Silvia Arrom Las mujeres de la ciudad de México, 1790–1857 (1988). Desde una perspectiva más amplia, es importante, entre otras, la revisión de las metáforas sobre la feminidad en el siglo XIX que ha hecho Nancy La Greca en Rewriting Womanhood: Feminism, Subjectivity, and the Angel of the House in the Latin American Novel, 1887–1903 (2009).

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fotografía6, periodismo7 y museología.8 Es más, con esta compilación de textos interdisciplinarios sostenemos que la escritura de tipos y costumbres es la narración de las fricciones y heridas que causó la modernización en Latinoamérica: la introducción de las últimas técnicas de cultivo, la disciplina laboral capitalista, las innumerables reformas legislativas, la inestabilidad gubernamental, la migración laboral producto de leyes de vagos (o de enganchamiento), la alfabetización, la inmigración, la implementación del ferrocarril y el vapor, la creación de la deuda a través del salario, etc., modernización que caía sobre una población mayoritariamente pobre, iletrada, diversa étnicamente, escasa y dispersa sobre un territorio atravesado por grandes accidentes geográficos. En otras palabras, la escritura de tipos y costumbres no es un largo lamento por un pasado perdido, sino todo lo contrario: una avanzada estética para hacer asimilable la implementación de la modernización en la región: desde la economía agroexportadora hasta el pensamiento racial. Finalmente, pero no por ello menos importante, con este volumen hemos querido insertar este tipo de escritura en español y portugués en el contexto del debate que suscitó en su tiempo en Europa.

Mediaciones: cosmopolitismo y vínculos civilizatorios entre Europa y América Latina En la Latinoamérica del siglo XIX, la escritura de tipos y costumbres surgió de una paradoja. Por una parte, constituyó un corpus que daba cuenta de cómo las élites criollas se dieron a la tarea de catalogar los cuerpos, el lenguaje y la geografía de cada país para nacionalizar el territorio ganado a los españoles en contienda armada. Por otra parte, a pesar de entroncar con manifestaciones culturales coloniales como los cuadros de castas o las pinturas de biombos, esta escritura fue un fenómeno industrial europeo. Por ello, y debido a esta tensión, la escritura de costumbres constituirá uno de los arsenales representacionales con los que 6 Para el caso latinoamericano son fundamentales los estudios de Nancy Leys Stepan acerca de la fotografía y la raza en el Brasil del ochocientos, así como las investigaciones de Beatriz González Stephan sobre los retratos de familia en su Cultura visual e innovaciones tecnológicas en América Latina (entre 1840 y las vanguardias) (2011). 7 Por ejemplo en Susana Rotker, La invención de la crónica (1992) o en Desencuentros de la modernidad (1989) de Julio Ramos. 8 Beatriz González-Stephan y Jens Anderman, Galerías del Progreso (2006) y la más reciente compilación de Ana Peluffo Pensar el siglo XIX desde el siglo XXI. Nuevas miradas y lecturas (2012), promueven el estudio de la institucionalización, a través de museos, dioramas y exposiciones, de narrativas para leer la temprana cultura republicana latinoamericana.

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Latinoamérica se enfrentó al desafío de la modernidad tras la Independencia. En particular, el cuadro de costumbres, ese género pequeño, sirvió para negociar una escritura de lo cotidiano en la región sin perder de vista el vínculo con Europa tras el rompimiento con España. La apertura de este volumen va a cargo de Ana Peñas, una crítica que ha revisitado la producción estética y política del cuadro de costumbres leyéndola fuera de cánones nacionales y en combinación con la producción europea. En su trabajo, Peñas traza una cuidadosa genealogía de los usos, oportunidades y confusiones a los que ha dado lugar el uso de palabras —usualmente empleadas a la ligera en los estudios de esta literatura— como “artículo de costumbres”, “cuadro de costumbres”, “costumbrismo” o “costumbrista”, entre otras. Por ejemplo, es hallazgo suyo —y nosotros aquí damos cuenta de él—que la palabra “costumbrismo” o “costumbrista” no era de uso corriente entre los escritores de principios y mediados del XIX, sino que vino a emplearse por primera vez, y en tono peyorativo, por Miguel de Unamuno a finales del siglo XIX. Esto no constituye simplemente un apunte erudito. El gran acierto de Peñas es rescatar el lenguaje propio de los debates literarios del momento para pensar, desde la especificidad histórica, las poéticas y las políticas como las imaginaban los escritores de costumbres en su quehacer literario y periodístico. Hoy en día —y como legado del hispanismo y el latinoamericanismo del siglo XX— se considera a menudo que el apelativo “costumbrista” demerita la obra de los escritores centrales de nuestra tradición literaria. Por ejemplo, concebir a Domingo Faustino Sarmiento como costumbrista parece juzgar en menos su obra; aunque haya sido, como el que más, un escritor de costumbres, ávido lector de physiologies y entusiasta pensador —con Alberdi, con José María Samper, con Fermín Toro y otros civilizadores de su generación— que aseguraba que para modernizar Latinoamérica había que pasar, necesariamente, por un cambio de sus costumbres (cuando no de sus gentes). Por ello, somos cuidadosos al utilizar la palabra “costumbrismo”, entendiéndola más que como un género, como un modo escritural. Aparte de ser anacrónica al debate de la época, la palabra, entendida como género literario, poco sirve para demarcar las particularidades de una estética que cruza la poesía, el teatro y la novela. Es por eso que tendemos aquí a hablar de la escritura de tipos y costumbres y del género periodístico del cuadros de costumbres para hacer eco de los escritores de la época, que se referían a sí mismos como “escritores de costumbres” o inclusive “pintores de cuadros de costumbres”, pero no como costumbristas.9 En los casos en los que

9 Una búsqueda en el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, en el que se cotejan diccionarios de los últimos quinientos años, apoya este argumento. Aquí, el término

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utilizamos el término costumbrismo, lo hacemos para incluir usos críticos que se hacen hoy en día del término. Enrique Pupo-Walker ha mostrado cómo el cuadro de costumbres revelaba la fragilidad del lazo que conectaba a Latinoamérica con Europa, e incluso afinaba los sentidos con el fin de hacer comprensible la distancia que existía entre los avances materiales del capitalismo metropolitano europeo —los trenes, el alumbrado público, el sistema de salud, etc. — y la vida cotidiana de las ciudades y parroquias latinoamericanas empobrecidas a mediados del siglo XIX (497). Como veremos en los artículos que siguen, narrar esta distancia fue la tarea de la escritura de costumbres, muchas veces regodeándose en esa brecha para construir una estética de lo pintoresco e incluso proponiéndose superarla para “alcanzar” a Europa en su imaginado nivel de modernización. En este sentido, Emmanuel Velayos en el artículo contenido en este volumen, a la vez que reconstruye el debate latinoamericano sobre las costumbres a mediados del XIX, se pregunta por la materia social e histórica que construían “las costumbres” y las entiende como un perfomance que fue ámbito de intervención política para los civilizadores decimonónicos que buscaban —o decían buscar— hacer la República desde abajo hacia arriba —en contraste con las monarquías europeas, por ejemplo. Asimismo, Patricia D’Allemand, al analizar la obra del intelectual colombiano José María Samper, devela la diversidad de su escritura de costumbres como un praxis que cruza géneros, pero que se caracteriza por una marcada agencia de intervención sobre la realidad, la configuración de músicas patrias —el bambuco, en el caso de Samper— y la regionalización de la cultura nacional. Como forma de escritura que negocia lo local y lo global, el cuadro de costumbres latinoamericano tiene claros antecedentes en las lecturas que hicieron las primeras generaciones de republicanos criollos—cosmopolitas y de finas sensibilidades europeas— de los españoles Mariano José de Larra (1809–1837) y Ramón de Mesonero Romanos (1803–1882), del francés Joseph Etienne de Jouy (1764–1846) y de los ingleses Joseph Addison (1672–1719) y Richard Steele (1672–1729), por sólo nombrar a los más visibles en el debate de la época. Por ello, el cuadro de costumbres latinoamericano constituye un giro paradójico: se trata de una herramienta de génesis europea pero de praxis nacionalizadora. Este giro no es accidental, sino fundacional de la cultura del subcontinente y se repetirá “costumbrista” aparece por primera vez en 1915, en el Diccionario de la lengua española de José Alemany y Bolufer, y lo hace refiriéndose a la persona que escribe sobre costumbres y no a un tipo de texto. El mismo tipo de sondeo en diferentes hemerotecas digitalizadas, en Internet Archive y en Google books tampoco da ningún resultado para publicaciones del siglo XIX.

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hasta hoy bajo distintos nombres, hacia fuera y hacia adentro, bajo operaciones como la transculturación o el canibalismo, entre otros procesos de transformación cultural y modulación artística. Como lo supo Roberto Schwarz en Idéias fora do lugar, la novedad de la cultura latinoamericana yace en las tretas, artificios e invenciones de las que se valen los creadores del continente para inventar nuevos modelos a partir de la ruptura de los patrones europeos y la incorporación de historias nativas para dar cuenta de la realidad circundante. Daniel Serravallé de Sa, en el artículo que recogemos en esta compilación, entra a ver, a través del lente de la escritura de costumbres, las tensiones que dieron lugar a la definición de lo nacional desde lo extranjero. Al hacerlo, revela cómo desde Brasil se dieron imaginaciones cosmopolitas durante el siglo XIX que inventaron “lo nacional” en oposición a “lo inglés” en un juego de espejos que, si bien señalaba hacia la particularidad del país, también lo ponía en relación con Europa al definirlo en llano contraste con el “tipo inglés”10. A lo largo y ancho del continente, y como fruto de la multiplicación de imprentas a la que dio lugar la Guerra de Independencia, sólo intensificada tras la posguerra, las primeras generaciones republicanas importarían libros sobre tipos y costumbres europeos y los editarían en tierras americanas a la par que escribirían los suyos propios. Por sólo dar algunos ejemplos, Alba Lía Barrios nos recuerda que la primera edición de los artículos completos de Larra publicados en Caracas data de 1840 (26). Maida I. Watson-Spener, por su parte, ha estudiado la influencia de los costumbristas españoles en el Perú y ha trazado específicamente la presencia de Larra en periódicos como La Bolsa en 1841, prestándole especial atención a la temprana respuesta que suscitó en grandes escritores de cuadros como Pardo y 10 En uno de los textos más agudos en retratar la escritura de costumbres en la Venezuela de la posguerra de Independencia, Alba Lía Barrios ha anotado cómo la paradoja del cuadro de costumbres se cifró en la delicada negociación del republicanismo y el legado hispano en un territorio que sufrió, como el que más, los estragos del conflicto bélico con España. La popularidad de Larra entre los venezolanos, sostiene ella, se debió a que constituía el límite asimilable de “un español antitradicionalista”, permitiéndole, inclusive a los conservadores, imitarlo y celebrarlo como productor de un “españolismo antiespañol” (53). Pero como señalamos, esta relación de influencias no fue unilateral, e incluso en España —esa matriz de la escritura de costumbres de acuerdo con el hispanismo decimonónico— críticos como Evaristo Correa Calderón han mostrado que la invención de lo español, catapultado por la escritura de costumbres, fue fruto del “influjo de un agente externo al país” (297); a saber, las reacciones españolas a los retratos exotizantes que administraban, importando y exportando mayoritariamente desde Francia, imágenes de la “españolidad” en tiempos de la ocupación francesa, una práctica que duraría más allá de la agresión napoleónica.

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Aliaga (El cuadro de costumbres 53). Por otro lado, en México, durante la década de los 1830, el costumbrismo también ocupa un lugar importante, especialmente en la prensa y las revistas de corte literario. María Esther Pérez Salas hace un rastreo de la prensa de la época y observa cómo “desde marzo de 1843 se pusieron a la venta en al ciudad de México los ocho volúmenes de Les francais peints par eux-memes, así como la versión francesa de Heads of the people; asimismo se tuvo noticia de las primeras entregas de Los españoles pintados por sí mismos” (“Genealogías” 180). Además, ya en 1838 la revista mexicana Ensayo literario publicaba “El romanticismo y los románticos” de Mesonero Romanos. A partir de ese momento se fueron publicando regularmente muchos de sus relatos en distintos periódicos y revistas. Jefferson Rea Spell también ha estudiado el viaje del costumbrismo europeo a México y subraya la importancia de los primeros escritos de Addison, traducidos en 1840, y que dieron inicio a una década de intensa reproducción y traducción de artículos de costumbres provenientes no solo de España, sino de toda Europa (290). Muchas de las fechas de las primeras publicaciones de textos de Larra alrededor del mundo aparecen en la bibliografía recopilada por Alejandro Pérez Vidal, en la que se puede observar que en Uruguay, también la primera edición de sus colección de artículos es temprana, de 1837, y que solo unos años más tarde, en 1843, aparece en Chile una colección con el título Fígaro, famoso seudónimo con el que firmaba Larra y del cual haría uso más de un escritor de costumbres latinoamericano. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo, firmaba como Figarillo y en algunas de sus composiciones José María Samper directamente firmaría como Fígaro. En Argentina, como han demostrado las minuciosas investigaciones de Paul Verdevoye, se publicó Larra por primera vez, cuando aún vivía el escritor madrileño, en la Gaceta Mercantil del 2 de noviembre de 1833 (17). De manera más interesante, y esta es una intuición que persiguen los artículos aquí publicados, el circuito de la escritura de costumbres en Latinoamérica muchas veces obvió las revistas españolas. Gioconda Marún ha mostrado la influencia directa de Addison y Steele en la prensa argentina, así como Verdevoye, tímidamente, sostiene lo que parece ser evidente cuando dice que “quedará por saber si los argentinos [y los latinoamericanos KSS y FMP], utilizaban los periódicos franceses e ingleses o norteamericanos a través de los españoles, o si los aprovechaban directamente” (28). Esta apreciación, decimos, es a lo menos cautelosa, ya que existen evidencias del consumo de escritura de costumbres francesa —llamada, como veremos, physiologies—en varias revistas de la época. En Colombia, por sólo mencionar un ejemplo, a la par que eran reeditados en periódicos como El Día en 1842 textos de escritores de costumbres españoles como Modesto Lafuente, se reseñaba la Physiologie du fumeur de Teodose Burette, publicada originalmente

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en París en 1840. Estos tránsitos trasatlánticos no solamente trazan circuitos intrincados de consumo de esta literatura, sino que además muestran que las afinidades electivas de los escritores de costumbres latinoamericanos eran producto igualmente y sin distinción de lengua de fuentes españolas, francesas e inglesas, entre otras.

Narrar las costumbres, imponer la disciplina: pedagogías y reformas liberales Uno de los efectos producto de la organización de escenas llevada a cabo por la escritura de tipos y costumbres es pedagógico. En la organización de estas escenas el lector aprende a identificar cierto orden social, un sinnúmero de códigos de raza y género, así como a naturalizar sujeciones laborales11. Por otro lado, cabe destacar que muchos de los tipos y costumbres —personajes, motivos y escenas— recogidos por los cuadros se multiplican y reproducen en sus variaciones locales y de autoría por todo el mundo de habla hispana; tanto crónica como diacrónicamente, pues como Dorde Cuvardic García nos recuerda, “[l]a mayor parte de los artículos se fundamentan en tipos ya aparecidos en la literatura satírica del siglo XVIII” (“La construcción” 48). Este fenómeno de la repetición de contenido concuerda con y se refuerza por las prácticas pedagógicas prevalentes durante el siglo XIX, cuyo discurso era ante todo prescriptivo y se apoyaba en la repetición y la memorización como técnica didáctica12. Buena parte de la tarea de esta escritura era aprender a reconocerse y ser reconocido una y otra vez como ciudadano de una localidad, de una nación, de una comunidad cultural; pero sobre todo aprender a identificar y a escrutar a los otros miembros de dicha comunidad. En su contribución para este volumen, Andrea Castro se acerca al costumbrismo a través de los sonidos de la ciudad de Buenos Aires —el jaleo, el ruido, los chismes. De este modo, lo que en última instancia se revela es cómo las obras de César Duayen enseñaban a organizar las prácticas sociales de su propia clase social frente al cambiante tejido urbano de principios del siglo XX.

11 Aunque siempre que hay que recordar, como apunta Cuvardic, que en Hispanoamérica también hay una obsesión por “los tipos sociales económicamente improductivos” (“La construcción” 41), personajes que son siempre objeto de crítica satírica; es decir, no como un modelo a repetir. 12 A pesar de que tanto la memorización como el castigo físico ya eran ampliamente criticados tras la colonia en Hispanoamérica, el éxito de las escuelas lancasterianas por todo el continente hicieron que repetir y recordar siguieran siendo los métodos de aprendizaje más extendidos durante todo el siglo XIX (Newland 342–45).

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