Revisión de Afganistán: Una conversación con Najibullah

May 24, 2017 | Autor: M E T | Categoría: Taliban, ONU, Afganistan, Mohammed Najibullah
Share Embed


Descripción

Revisión de Afganistán: Una conversación con Najibullah
por Alan Brody.

Aquellos de nosotros que prestamos servicios a las Naciones Unidas en Afganistán, oímos por primera vez la palabra "Talibán" a mediados del 1994. El grupo, encabezado por la tuerta y tenebrosa figura del "Mulá Omar", apareció misteriosamente en escena en la importante ciudad de Kandahar, en el sudeste de Afganistán.

Yo estaba planeando la creación de una oficina de UNICEF en el Afganistán de aquel momento. Pero los periódicos brotes de guerra entre facciones ocupando la capital de Kabul me impidieron tener residencia en ese país. En su lugar, desde una oficina al otro lado de la frontera, en el noroeste de Pakistán, en la antigua ciudad de Peshawar ( lugar bullicioso lleno de intrigas y refugiados ), había estado trabajando desde marzo de 1993, en la entrega de asistencia humanitaria a los niños y las mujeres de Afganistán.

En ese "estado fallido", la mayoría de las regiones del país eran feudos controlados por diferentes señores de la guerra. Había visitado a la mayor parte de ellos en misiones de una semana para trabajar con nuestros oficiales locales, pero nunca había sido capaz de llegar a Kandahar. La situación de seguridad cada vez mas turbulenta en esa parte del país nos había impedido establecer una suboficina allí, y varias visitas planeadas fueron anuladas en el último momento por el coordinador de seguridad de las Naciones Unidas.

El movimiento Talibán -que significa "estudiantes" o "estudiosos"- representaban una nueva fuerza, y en las etapas iniciales, daban un perfil confuso. El Mulá Omar y sus principales ayudantes parecían rígidos fundamentalistas y particularmente inflexibles en cuestiones relativas a las mujeres, incluso mujeres extranjeras, con quienes evitaban contacto público. Sus soldados de a pie, la "carne de cañón" de las ofensivas que lanzaría eventualmente, eran jóvenes que en su adolescencia y en el comienzo de la edad adulta, habían crecido la mayoría en los campos de refugiados afganos en el lado paquistaní de la frontera. Allí Occidente había suministrado durante quince años la comida para proporcionar las 2,000 calorías diarias para nutrir sus cuerpos. Mientras tanto, en las madrasas locales, cada vez más infiltradas por maestros islámicos, los niños cantaban versos y perfeccionaban sus espíritus para la yihad, con la bendición de las agencias de inteligencia occidentales, que oraban a su manera ferviente por el fin del comunismo. La mayor parte de estos "eruditos" de las madrasas recibieron aproximadamente tres años de tal educación, hasta que al llegar a la adolescencia, tomaban el omnipresente afgano "AK-47", como si de su espada de Dios se tratase.

Un grupo de mulás de barba larga lavando cerebros de adolescentes no parecía una receta probable para conquistar y reunificar Afganistán, pero en la segunda mitad de 1994, los talibanes después de lograr un éxito militar tras otro, consolidaron su control sobre el cuadrante sudeste del país. Esa clase de la campaña organizada requirió un nivel de estrategia, dinero y logística más allá de la capacidad de un mulá local, a pesar de lo valeroso y carismático que podría parecer a sus seguidores. Cuando los talibanes comenzaron a usar tanques y aviones de combate dejados por el régimen comunista, el misterio se profundizó.

Las facciones comunistas habían tomado Afganistán a mediados de la década de 1970, derrocando al rey Zahir Shah y estableciendo una República Popular. Pero a medida que estos afganos educados en el Soviet trataron de centralizar el poder, acelerar la modernización e introducir la educación laica (incluyendo a las niñas) en todo el país, rápidamente se hicieron enemigos del potente feudalismo local, familias fundamentalistas y clanes. Incluso bajo su monarquía, Afganistán nunca se había unido como un Estado-nación centralizado en un país con una historia de 5.000 años de feroz independencia de los clanes y las tribus locales.

A finales de 1970, cuando la oposición en las áreas rurales comienza a expandirse y las propias facciones comunistas empezaron a confabular el uno contra el otro, los acontecimientos pronto se sumergen en una espiral fuera de control. Leonid Brézhnev y la Unión Soviética, cautivos de una ideología internacionalista en la que el camino de la revolución sólo podía ser de "una forma", no podían aceptar que un país que había tenido una revolución comunista, cambiase este histórico proceso en una inevitable marcha atrás. En 1979 la Unión Soviética intervino para apoyar un golpe de estado interno y responder inmediatamente a la llamada del nuevo líder al apoyo militar soviético. Así, en 1979 comenzó la guerra afgana.

Cuando llegué a Peshawar y comencé mi trabajo en Afganistán en marzo de 1993, todo lo anterior era historia. El último presidente comunista, Mohammad Najibulá, estaba atrapado en la residencia de las Naciones Unidas en Kabul como supuesto "invitado" del Representante especial de las Naciones Unidas, mientras que tres facciones muyahidines, ya no unidas por su enemigo común, luchaban por el control en torno a una ciudad dividida. Occidente, que durante catorce años había financiado la resistencia al régimen comunista, se lavaba cada vez más sus manos de cualquier responsabilidad por el desastre dejado atrás. Y sin embargo, los "talibanes" todavía no habían entrado en la ecuación, hasta su repentina aparición en Kandahar a mediados de 1994.

Más tarde en 1994, un colega mío nepalés visitó Kandahar para tratar de organizar una campaña nacional de vacunación contra el sarampión y volvió para decir que encontró allí un piloto afgano que había conocido en Kabul durante el periodo del régimen comunista. El hombre era un oficial de la sofisticada Fuerza Aérea que había sido entrenado para volar el MiG-17 en la Unión Soviética. Ahora volaba para los talibanes, junto con otros varios ex-oficiales de clanes pashtunes que habían tomado posiciones con el movimiento talibán.

Mi colega también vio una generalizada presencia paquistaní en Kandahar. La agencia de Inteligencia Inter-Servicios (ISI), "gobierno dentro del Gobierno," de Pakistán, que había sido un socio cercano de la CIA en la lucha para expulsar a los soviéticos de Afganistán, estaba profundamente involucrado en la planificación, la financiación y el apoyo logístico para la movimiento talibán. "El Gran Juego" que los británicos habían desempeñado en el siglo XIX para asegurar influencia en Afganistán y Asia Central estaba floreciendo nuevamente.

Pasarán algunos años antes de que los archivos del Gobierno de los Estados Unidos sean abiertos, pero mi conjetura es que la CIA y el Departamento de Estado de los EEUU fueron, al menos, informados, si no consultados, sobre los planes del ISI pakistaní para crear esta nueva fuerza, llamada los Talibanes.

El punto de decisión para el ISI podría haber sido un incidente en la primera mitad de 1994, cuando Pakistán planeó el movimiento de un convoy que iría desde la capital provincial de Quetta a través de Kandahar y el sur de Afganistán a Herat, luego hacia el norte para cruzar la frontera internacional con Turkmenistán. Esto iba a ser una demostración de alto nivel de la apertura de nuevas rutas que enlazarían a los Estados de Asia Central, recién liberados de la Unión Soviética, con Pakistán. Escuchaba hablar de esto como un "primer paso", con oleoductos y gasoductos en un futuro, a fin de llevar los recursos de Asia Central a los crecientes mercados de Asia del sur.

Así como en UNICEF teníamos que hacer acuerdos para mover nuestras vacunas y galletas de alto valor nutricional, así los paquistaníes tendrían que hacer arreglos con todos los "comandantes" afganos que controlaban el camino a lo largo de la carretera. Debían haber estado seguros de que podían hacer esto, porque dieron a conocer la salida de los camiones en la prensa nacional e internacional. Pero el convoy apenas había cruzado Afganistán desde la frontera con Pakistán en la provincia de Baluchistán, cuando fue detenido y retenido por un caudillo local afgano, conocido como "Comandante Rocketi".

Es evidente que "Rocketi" no era un nombre afgano. El comandante recibió ese apodo debido a la posesión de un numero de misiles Stinger que fueron incautados durante un conflicto anterior que tuvo con las autoridades paquistaníes. En 1986, aquellos sofisticados misiles antiaéreos americanos, disparados desde el hombro habían sido entregados a las fuerzas muyahidín, junto con la formación en su uso, de forma encubierta por la CIA estadounidense y equipos de inteligencia militar que operaban a lo largo de la frontera de Pakistán y en las cercanas montañas de Afganistán. Hacia 1993, el júbilo sobre ese aparente golpe al control soviético desde el aire, había cedido el paso a la preocupación sobre la proliferación de un arma tan pequeña y de fácil contrabando con la capacidad, en manos hostiles, para derribar aviones comerciales. La CIA se había ofrecido a recomprar los misiles Stinger a los caudillos afganos, inicialmente ofreciendo 25.000 dólares y, cuando hubo poca respuesta a eso, subieron el precio a 80.000 dólares. Fue suficiente para tentar al Comandante Rocketi a hacer preparativos para llevar su media docena de misiles a través de la frontera y recoger el pago. Sin embargo, una vez que sus hombres habían cruzado a Pakistán, las fuerzas paquistaníes les tendieron una emboscada, y sus cohetes fueron "robados". No estoy seguro de lo que estaba detrás de esto, pero sospecho que eran algunos militares paquistaníes locales o tipo ISI que vieron una oportunidad de hacer dinero fácil.

El indignado Comandante Rocketi escapó a su escondrijo en Afganistán y procedió a hacer miserable la vida de los paquistaníes organizando incursiones fronterizas. En cierta ocasión, hasta atacó un proyecto de desarrollo chino en la provincia de Baluchistan, llevándose a tres técnicos chinos desafortunados como rehenes por la devolución de sus cohetes más un rescate apropiado. Fue el Comandante Rocketi, creo, el que interceptó el Gran Convoy Paquistaní para Asia Central, provocando una profunda vergüenza en algunos paquistaníes poderosos del ISI. Cuando la liberación del convoy había sido negociada, el giro de lo planeado con la "buena noticia" de la reapertura a las rutas comerciales en Afganistán se había invertido irrevocablemente.

Pakistán ya se estaba cansando de la incapacidad de los muyahidines para llegar a un acuerdo entre sí y seguir adelante con el plan de apertura de nuevas rutas energéticas, y parece que el incidente de Rocketi había sido la gota que desbordó el vaso. El poder principal del ISI en Afganistán hasta ese tiempo había sido Gulbuddin Hekmatyar y su grupo Hezb-i-Islami, pretendido para representar el interés de la gente de etnia Pashtun. Sobre la base de un acuerdo para compartir el poder de finales del 1993, el "ingeniero" Hekmatyar era nominalmente el primer ministro de Afganistán, con el tayiko Burhanuddin Rabbani como presidente. Antes de la tinta secara su acuerdo, Hekmatyar lo rompió rechazando entrar en Kabul. En cambio, sus fuerzas permanecieron en su oficina central en Charasayab al sudeste de la ciudad y periódicamente se bombardearon las zonas del norte, incluidos los edificios del gobierno del que era nominalmente el primer ministro.

Visité el cuartel general de Hekmatyar en Charasayab, en abril de 1994. Hekmatyar y sus aliados habían estado bloqueando Kabul desde el inicio de su ofensiva en diciembre. Las 125.000 personas que habían salido a Jalalabad para convertirse en refugiados fueron los afortunados, al menos en recibir alimentos. En Kabul, otras 250.000 personas fueron desplazadas, principalmente de las poblaciones más pobres y vulnerables y sin recursos para hacer un viaje fuera de la ciudad. Entonces se encontraron atrapados en el dominio absoluto que Hekmatyar había colocado alrededor de la capital. A medida que los suministros de alimentos se redujeron, los precios se dispararon y las formas graves de malnutrición como marasmo y kwashiorkor aparecieron cada vez más en los niños pequeños.

En abril, el Embajador Mestiri, un tunecino recién nombrado embajador especial del Secretario General de la ONU, había negociado un alto el fuego temporal para hacer una visita de cuatro días en la capital. UNICEF trató de aprovechar este respiro para mover seis camiones cargados de galletas de alto valor proteico a través de las líneas y hacia Kabul, para su distribución a las familias con niños pequeños. Habíamos negociado un paso seguro para los suministros, y junto con CARE habíamos llevado a cabo encuestas en el vecindario para determinar dónde debían ir.

Entonces llegó la noticia de que en el último minuto, las fuerzas de Hekmatyar habían incumplido sus promesas y se apoderaron de los dos primeros camiones que transportaban las galletas. Yo estaba en Kabul con nuestro equipo de agentes nacionales y rápidamente se redactó una enérgica carta de protesta. Se puso de relieve la crisis creada para los niños inocentes por el largo bloqueo y se amenazó con llevar todo el poder de la opinión pública sobre aquellos que bloqueaban esos envíos.

En lugar de enviarla, sin embargo, decidimos primero a buscar una reunión y finalmente conseguimos el apoyo después de reunirnos con el Secretario del "Consejo Supremo Islámico," el Ingeniero Homayoun Jaril, que también resultó ser el yerno de Hekmatyar y tenía su base en Charasayab.

Me quedé con la carta en el bolsillo, como "último recurso" en caso de que no poder asegurar la liberación de los camiones. Mi adrenalina estaba cien por hora, y quería la salida de los suministros sin más demora ni retrasos. Pero cuando miro esa carta hoy, puedo ver claramente lo arriesgado que habría sido entregarla. Era una señal de que ya había pasado demasiado tiempo en Afganistán ,llegando a comprometerme apasionadamente, a expensas de mi juicio y la seguridad personal.

Al mismo tiempo, sospecho que la carta, o mi creencia en su eficacia potencial, contribuyó con el aura de confianza y contundencia con la cual nos acercamos a nuestra misión de negociación. "Quiénes son estas personas que se atreven a entrar en nuestra guarida ?" debe haber sido el pensamiento de aquellos que visitamos. "Tontos" fue quizás la respuesta adecuada. Pero los comandantes, prácticamente todos ellos, eran ante todo matones, para quienes el olor de temor era un signo de debilidad que invitaba a la explotación. Esas palabras en mi bolsillo, dirigidas al ingeniero de Hekmatyar, servían como mi talismán, y mientras creí en ellas, mantuvimos un aura de aparente invulnerabilidad.

Supongo que tampoco éramos lo bastante importantes como para matarnos, ya que este tipo de cosas, inevitablemente tendrían complicaciones, por pequeñas que sean.

Yo viajaba con un colega -bien afeitado- afgano de la oficina de UNICEF en Kabul. Cuando cruzamos las líneas y nos movimos dentro del territorio de Hezb-i-Islami, creo que se sintió tan fuera de lugar como yo — y quizás más preocupado ya que conocía mejor a la gente con la cual tratábamos.

Mis contactos con "Hezb" hasta ese momento habían sido principalmente a través de su representante quien sirvió como Viceministro de Salud en Afganistán. Él era un pastún que se había formado como médico en los Estados Unidos y se casó con una idealista estadounidense del medio oeste. Habían abandonado las comodidades de la vida estadounidense para volver, junto con sus tres hijos pequeños, a luchar por la independencia de su país de la dominación soviética. Aún así, era un pragmático, y tenía el sentimiento de haber puesto en peligro algunos de sus principios personales a fin de servir a su gente Pashtun, en una organización sobre cuyos valores y acciones tanto él como su esposa tenían reservas crecientes, cuando la "revolución" muyahidín comenzó a autodevorarse.

Al llegar a cuartel general de Hekmatyar en Charasayab, nos mandaron a una sala de espera en un edificio bajo, de bloques de cemento. Allí tuve una visión más inquietante del Hezb-i-Islami de la que había obtenido del buen doctor. Había unas quince personas merodeando por ahí, y no eran los tipos que uno desea encontrarse en una calle oscura. Los AK-47 que sostenían aquellos jóvenes en la sala de espera y las granadas enganchadas a sus cinturas, no me asustaron casi tanto como sus ojos; sólo tres pares de los quince dieron la impresión de tener una chispa de humanidad o curiosidad detrás de ellos.

Traté de ofrecer un tímida sonrisita a uno de ellos, para establecer una conexión, pero la única respuesta que obtuve fue un aumento en la ferocidad de sus miradas. Claramente, éramos el enemigo, no sólo yo, sino también mi colega afgano, cuyas mejillas bien afeitadas le señalaban como un apóstata. Miraba, por primera vez en mi vida, los ojos de fanatismo, y estuvimos unos cuarenta y cinco minutos bajo esa incómoda mirada.

Nos llevaron por fin a otro edificio. En el vestíbulo nos dijeron que el Ingeniero Homayoun no estaba disponible. Expliqué nuestra misión a dos de sus ayudantes. Por supuesto, sabían ya para qué habíamos venido. Durante nuestra espera, sospecho que también se habían puesto en contacto con el médico, su hombre en el Ministerio de Salud. Quizás fue él quien los convenció, o tal vez fue el oficial afgano que trabajaba para la CARE, que nos recibió en Charasyab y les explicó acerca de la encuesta que habíamos hecho y los planes para la distribución.

Prometieron resolver el asunto. Iban a enviar órdenes para liberar los camiones y cooperarían para facilitar la distribución de suministros en las zonas bajo su control. Afortunadamente, pude mantener mi carta en mi bolsillo e incluso antes de que regresáramos a través de las líneas del frente hacia nuestra oficina de UNICEF en Kabul, llegó la noticia en la radio onda corta de que los camiones estaban en camino de nuevo. En los próximos días, la comida comenzó a llegar a los niños desnutridos, aunque al cabo de una semana un control policial adicional se levantó para los camiones restantes, requiriendo negociaciones adicionales para su liberación.

Usamos los servicios lingüísticos del darí y pashtún de la BBC para hacer público anuncios sobre los proyectos de distribución de las galletas de alto valor proteico y dar instrucciones para su uso. Al mensaje de que las galletas también deben consumirse por mujeres lactantes, para aumentar su leche, mandé a mis colegas agregar una aclaración críptica de que los varones por encima de la edad de la pubertad deberían evitar las galletas. Mi esperanza era sembrar rumores de que las galletas podrían tener ciertos efectos secundarios no deseados en varones adultos con armas, que se habían hecho competidores no deseados para estas provisiones.

Mi último recuerdo de ese viaje finales de 1994 en Afganistán fue del embajador Mestiri sentado con el alcalde de Kabul y su séquito en una sala de reuniones en el Hotel Intercontinental de Kabul. Fue a informar al alcalde sobre los resultados de sus viajes sobre el país y sus consultas con el pueblo afgano. Yo había observado una de las sesiones del embajador en una reunión de la comunidad en la provincia de Lawgar unos días antes, donde formuló un conjunto de preguntas estándar. En cuanto a "lo que los afganos querían," los campesinos de Logar habían respondido "paz". "quienes querían", consiguió varias respuestas que podrían ciertamente resumirse como "nadie más que los presentes sinvergüenzas." Y a su pregunta de la forma en que pensaban que podrían conseguirlo, habían respondido: "Alá debe matar a todos los líderes."

Por el bien del alcalde de Kabul, el embajador Mestiri estaba interpretando esto de forma diplomática. La habitación estaba fría, ya que casi todas las ventanas en los seis pisos del edificio Intercontinental de Kabul habían sido destruidas por los ataques con cohetes entre facciones de los últimos veinticuatro meses. En medio del informe del embajador, una tormenta primaveral de repente explotó, y un remolino de grandes copos de nieve lleno la sala. Estos gradualmente comenzaron a asentarse en las cejas del embajador y en los hombros de su chaqueta. Él continuó hablando, como si esto no era nada nuevo en un día normal de trabajo.

Pocos meses más tarde, la organización Hezb-i-Islami se derrumbó, prácticamente de la noche a la mañana. Los talibanes estaban en movimiento. Tan pronto como llegó a estar claro que los patrocinadores paquistanís de Hezb habían retirado su apoyo a favor de los talibanes, la organización se desvaneció. Y no me cabe duda de que los jóvenes que habíamos conocido en Charasyab con tanto odio feroz en sus ojos encontraron un nuevo y acogedor hogar en las legiones del Mulá Omar.

Muchos otros, menos fanáticos, hicieron lo mismo. En los últimos días de 1994, los afganos estaban hartos de guerra y señores de la guerra. Ellos querían estabilidad, carreteras abiertas y oportunidades para el comercio. Querían justicia, rendición de cuentas y acabar con el soborno y la extorsión por parte de quienes pretendían conducirlos. Querían seguridad para sus familias y acabar con el secuestro y la violación de sus hijas por los comandantes locales. Ellos querían sólo una oportunidad para seguir con su vida.

Los talibanes les ofrecían todo eso a través de Tribunales Islámicos, un retorno a los valores antiguos y castigos para aquellos que los habían explotado. La mayoría de los afganos no acogieron con beneplácito la xenofobia y las actitudes pre-islámicos hacia las mujeres que los talibanes también trajeron consigo de su herencia tribal, pero muchos estaban dispuestos a aceptar los inconvenientes como el precio a pagar para poner fin a los combates y la imposición de orden y estabilidad.

En la segunda mitad de 1994, los talibanes con el apoyo paquistaní comenzaron una implacable ofensiva que los llevó fuera de Kandahar en dirección norte hacia Kabul. Su rápido éxito no requería de batallas en cada etapa del camino. Afganistán es un país de feudos locales, donde el concepto de "honor familiar" coincide con un pragmatismo que abraza cambiantes alianzas en aras de la ganancia o la supervivencia. En el primer trimestre de 1995, los líderes locales que antes se alinearon con Hezb-i-Islami, fueron cambiando rápidamente sus lealtades a los talibanes.

De esta manera los "eruditos" barrieron hacia el norte, tomando provincia tras provincia ,comenzando a sonar el grito de batalla de los pashtunes para retomar y reunificar la propia Kabul. Los jóvenes pastunes no sólo fueron movilizados para esta batalla de los campos de refugiados, sino también de pueblos paquistaníes de la Provincia Fronteriza del Noroeste.

La propia Kabul, desde agosto de 1992, ha sido una ciudad dividida. Hekmatyar controlaba las líneas que atraviesan el cuadrante suroriental de la ciudad y se alió con el jefe militar de los Hazara Abdul Ali Mazari, cuyo grupo chiíta Hizb-e-Wahdat controlaba la esquina del sudoeste de la ciudad. El centro de la ciudad con sus edificios del Gobierno, aeropuerto, barrios residenciales del norte y la base militar de Bagram, estaban controladas por el Jamiat-i-Islami, las fuerzas de Ahmed Shah Masud, general tayiko de la región de Panjshir al nordeste de Kabul, que bajo el título de "El León del Panjshir" había sido un favorito de la prensa Occidental a lo largo de la década de 1980.

Masud era una colorida figura y un brillante táctico militar, con más entendimiento y capacidad que cualquier otro de los líderes muyahidín para interactuar con occidente. Los afganos tayikos, aunque eran musulmanes sunníes, hablaban la lengua darí. Esta, estaba estrechamente relacionada con la lengua iraní o farsi, y habían estado bajo las influencias urbanas y artísticas de la cultura persa. Por lo general eran más sofisticados, menos fundamentalistas, más pragmáticos que los pashtunes, y menos imbuidos con el fanatismo de los movimientos islamistas. Masud mismo sobrevivió a la revolución, la guerra con los soviéticos, el arresto de los pakistaníes, y la guerra civil entre los muyahidín. Durante casi cinco años después de 1996, condujo a la desesperada la resistencia de una "Alianza del Norte", resistiendo en unas provincias del nordeste para evitar que los talibán se apoderaran de todo Afganistán. Pero no sobrevivió a una tentativa de asesinato el 9 de septiembre de 2001, cuando dos miembros de Al Qaeda se hicieron pasar por periodistas y detonando los explosivos en su cámara, se inmolaron al tiempo que terminaron con su vida.

En el febrero de 1995, cuando los talibán se movían inexorablemente hacia el norte, los informadores paquistaníes advirtieron a nuestra gente de seguridad de la ONU, de la inevitable batalla y la caída de Kabul. Comenzó en la ciudad un constante bombardeo, y la ONU retiró a todos sus funcionarios internacionales para regresar a las oficinas de Afganistán en el exilio, en la capital paquistaní de Islamabad. Sólo dos policías de las Naciones Unidas se quedaron en Kabul, para custodiar el edificio que albergaba al "invitado".

Durante dos años había estado oyendo sobre esta persona, siempre oscuramente referida en las comunicaciones de radio de onda corta de la ONU por este apodo misterioso. Era el expresidente Mohammad Najibulá, que había asumido el poder en 1986 y había conducido Afganistán durante el período de retirada de la Unión Soviética. Para sorpresa de muchos, él se mantuvo en el poder por tres años más después de la retirada soviética de 1989. Pero en marzo de 1992, su apoyo desaparece y los muyahidín rodearon Kabul y empezaron a lanzar misiles de forma constante sobre los tres flancos de la ciudad. Fue entonces cuando el representante especial de la ONU, Benon Sevan, negoció una salida segura para Najibulá de Afganistán, a cambio de su acuerdo para salvar Kabul de la destrucción un combate desesperado.

Cuando la noticia de este acuerdo se filtró, los comandantes del ejército negociaron sus propios acuerdos con los muyahidines, incluido el general uzbeko Rashid Dostum, en el control noreste de las defensas de la ciudad, quien cambió de bando. La defensa de Kabul colapsó más rápidamente de lo que nadie había esperado. La ciudad se dividió entre las victoriosas facciones muyahidines junto con Dostum, que había hecho una alianza temporal con Masud. Najibulá se encontró varado. Su esposa y sus hijas se habían ido ya a la India, pero los muyahidín que ahora controlaban las carreteras de acceso al aeropuerto se negaron a conceder el salvoconducto al expresidente. Najibulá, por lo tanto, se encontró varado como "invitado" de unas Naciones Unidas que no tenían soldados para protegerle, segura sólo mientras los muyahidines decidieran respetar la soberanía diplomática de la residencia oficial del representante de la ONU, donde permaneció a pesar de que el personal de la ONU se marchara.

Él todavía estaba allí casi tres años más tarde, a finales de febrero de 1995, cuando los talibanes arrasaron en dirección norte hacia Kabul. Las fuerzas de Hekmatyar controlaron por varios años las líneas del frente del sureste de Kabul, y nos preguntábamos cómo los talibanes se relacionarían con ellos, cuando de pronto llegaron noticias de que Hekmatyar había huido y los talibanes fueron apoderándose de sus posiciones. También, aparentemente se alcanzó un acuerdo entre los talibanes y el líder hazara Mazari, para que las tropas talibanes tomasen el relevo de los soldados hazara que desde 1992 habían excavado las trincheras en el frente suroeste de Kabul.

Era su plan, en cualquier caso. El general Ahmad Shah Masud, el astuto "León del Panshir," que controlaba la parte norte de la batalla, tenía otras ideas. Él había estado observando a los talibanes consolidar su control y expandirse hacia el norte y hacia el oeste durante seis meses, y durante ese tiempo parecía proyectar una imagen de impotencia para resistir esta nueva fuerza. Lo que en realidad estaba haciendo, al parecer, era esperar el momento adecuado para enfrentarse a ellos en el terreno que él conocía mejor.

Su inteligencia militar llegó a conocer la hora exacta en que los soldados hazara se retiraron de sus trincheras de primera línea, y eligió ese preciso momento, cuando las tropas talibanes estaban tomando esas posiciones, para lanzar una importante ofensiva. Los talibanes, que no estaban familiarizados con las trincheras ni el territorio del sur Kabul, fueron arrasados. La ruptura de esas líneas permitió a las fuerzas de Masud atacar posiciones en el sureste de Kabul por dos flancos, rompiendo las fuerzas talibanes recién establecidas allí, persiguiéndolos hasta las colinas de Charasayab y casi veinte millas al sur.

El mito cuidadosamente alimentado de invencibilidad talibán había explotado, y los planes de Pakistán para instalar un régimen títere en Kabul parecía perdido. Por el contrario, Kabul se reunificó por primera vez desde la caída del régimen comunista en 1992, y bajo el control del grupo muyahidín sobre el cual Pakistán tenía la menor influencia.

Durante los intensos combates de Febrero y Marzo, el personal internacional de las Naciones Unidas se mantuvieron en Islamabad, Pakistán. A mediados de marzo, sin embargo, este contingente de la ONU en Afganistán -en su cómodo exilio- se encontró en una situación nueva, con Kabul de repente íntegra, pacífica, y aparentemente segura, bajo el control de la facción muyahidín, cuyo líder político, Burhanuddin Rabbani, fue reconoció oficialmente por la ONU presidente de Afganistán. Sin embargo, la dirección de las Naciones Unidas abordó esta nueva y aparente oportunidad con mucha cautela. Expresaron su preocupación por una reacción pashtún si ellos parecieran apoyar demasiado al grupo que ahora controlaba Kabul, dominado por los tayikos de habla darí. Aunque sospecho que la verdadera presión venía de los anfitriones durante su exilio por el Gobierno de Pakistán.

Por lo tanto, decidieron no enviar una delegación de alto nivel, temiendo que pudiera ser malinterpretado como un apresurado "reconocimiento" de la facción de Masud en control de la capital. Aún así, con Kabul ahora en paz, no existía justificación alguna para que la agencia de la ONU estuviera en Islamabad recogiendo generosos subsidios en medio de una crisis humanitaria después de la guerra de Kabul. Así que tras deliberaciones conjuntas, las alas políticas y humanitarias de ONU acordaron consintieron en hacer pasar un grupo de "tecnócratas" para tasar la nueva situación y formular propuestas para un programa de respuesta a situaciones de emergencia. A cada uno de los organismos humanitarios se les pidió que identificaran un representante para ir, y me hice voluntario de UNICEF. De esta manera me encontré, como el miembro más antiguo de ese grupo de tecnócratas, por primera vez en el papel de las Naciones Unidas en calidad de Jefe de Misión en Kabul.

En ese papel nuevo y temporal, me di cuenta de que, por fin, tenía una buena razón para visitar al "invitado," Mohammad Najibulá, a fin de ver cómo había resistido la batalla de Kabul.

Durante los dos años que estuve trabajando en Afganistán, me había quedado fascinado por la historia de Najibulá. Él era un hombre de gran intelecto, educado como médico y pediatra para "no hacer daño". Al mismo tiempo fue un activista político que recibió entrenamiento en la Unión Soviética. En 1981, volvió a Afganistán para encabezar la Agencia de Información del Gobierno (conocido como JAD), una organización de la policía secreta célebre por las torturas y ejecuciones. Cinco años más tarde, emergió como presidente de su país durante un cruel conflicto. Sin lugar a dudas, había sangre en sus manos.

Sin embargo, muchas personas lo describieron como ilustrado. Mis colegas que habían trabajado con el gobierno de Najibulá desde 1986 hasta 1992, hablaban muy bien de su liderazgo y apoyo para el desarrollo social del país, especialmente de la salud pública y la educación. Era una anomalía, a lo largo de la década de 1980, que Occidente apoyase grupos de muyahidines que fueron incendiando escuelas, prohibiendo a las niñas estudiar, tratando de excluir a las mujeres de las oportunidades básicas o incluso de la atención de la salud, predicando ideologías de odio xenófobo. La CIA junto con otros, hicieron todo esto en el interés en derribar a un gobierno que, en áreas de desarrollo social al menos, admitió valores occidentales seculares y progresivos. La lucha contra el comunismo hizo muchos compañeros de cama extraños durante más de cuatro décadas, tal vez en ninguna parte más que en Afganistán.

Durante mucho tiempo, había tenido curiosidad por Najibulá y qué cambios podría haber ocurrido en él mientras se sentaba en esa casa de la ONU en Kabul, sin nada que hacer excepto leer y reflexionar. ¿Acaso esa reflexión le dio dudas sobre la vida que había vivido y las cosas que había hecho?

La naturaleza de mi propia asignación no me había dado ninguna posibilidad de satisfacer esa curiosidad. Como jefe adjunto del programa de UNICEF, que se ocupa de la asistencia humanitaria, no tuve ningún negocio legítimo con Najibulá, que era "invitado" de la otra ala política de la ONU. No había ninguna razón válida para poder reunirme con él, y de haber intentado hacerlo, mi comportamiento podría haber sido malinterpretado por algunos observadores.

Pero tan pronto el avión de las Naciones Unidas nos dejó caer en Kabul la tarde de la Nochevieja afgana, decidí que, fundamentalmente por cortesía –un rasgo muy afgano- tenía todas las razones para visitar a nuestro invitado. Por lo tanto, tan pronto nos acomodamos en las instalaciones del Club de la ONU, donde por seguridad todos debíamos permanecer, me dirigí a un joven etíope colega y amigo, quien representaba a la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios. "¿No crees," dije, "que sería apropiado que el Jefe de la Misión hiciera una visita de cortesía a nuestro Huésped para desearle un Feliz Año Nuevo?"

"Lo más apropiado", admitió, con una sonrisa de pícara complicidad.

A fin de prepararnos, nos fuimos a una tienda en el centro de la ciudad y compré una caja de bombones. El tendero me preguntó, "¿Le gustaría envuelto para regalo?"

Aquí estaba una ciudad, pensé, que había sido sitiada durante seis semanas, pero el tendero tenía bombones de Año Nuevo para la venta, con cinta roja y papel de regalo. Qué testimonio del ingenio y los instintos emprendedores del pueblo afgano-y qué cosas notables tales personas pueden lograr si tan sólo pudieran disfrutar del beneficio de la paz.

Nos fuimos a la casa de las Naciones Unidas donde el ex presidente Najibulá había llegado, solo, a través del asedio, siendo él mismo uno de los objetivos de los cohetes talibanes. Había cráteres en el jardín, y anduvimos con cuidado a través de un vestíbulo en el cual las ventanas estaban rotas, con un agujero en el tejado, fruto de un impacto directo. La semana anterior, se informó, nada menos de que nueve cohetes habían aterrizado en el jardín y el patio, además del que destruyó este vestíbulo de la residencia de la ONU en la cual se hospedaba.

Decir que este hombre estaba contento y encantado por nuestra llegada sería un grave eufemismo. Imagínese a alguien con la experiencia de Najibulá, inteligencia y amplitud de mente, encerrado durante tres años con su hermano en una casa con sólo dos policías de la ONU como compañía, y alguna visita ocasional de burócratas-políticos de las Naciones Unidas. Imagínese viviendo semanas de incertidumbre, con los talibanes lanzando su asedio y las explosiones de cohetes por todas partes. Y entonces, de repente, todo está tranquilo, es víspera de Año Nuevo, y aparecen dos amables extranjeros desarmados, un estadounidense y un etíope, con una caja de bombones.

Entramos en una habitación que era una especie de terraza cerrada. Mis recuerdos de Najibulá, el hombre, sus ojos, su voz, y la notable claridad y la fuerza de sus ideas permanecen frescos, como ayer, pero otros detalles de la escena son borrosas. Había muebles hechos de bastidores de bambú, si mal no recuerdo, cojines tapizados con tela de chintz, en un sofá flanqueado por dos sillas, todo alrededor de una mesa cubierta de cristal. Se sacaron bandejas con una tetera de porcelana y cuatro tazas de té, para nosotros, Najibulá y su hermano que permaneció con él.

Puedo imaginar a los colegas de la ONU agonizando sobre qué tipo de muebles exactamente pedir -desde el catálogo diplomático de "Peter Justesen"- y enviar fuera de Dinamarca, para amueblar ese "cuarto de invitados". Parecía la clase de situación para la cual era difícil encontrar precedentes, saber lo que sería apropiado para un "invitado" en absoluto estimado por los donantes que habían conspirado largos años para expulsarlo. Pero él era un expresidente y había aceptado de buena fe la promesa de las Naciones Unidas de darle refugio seguro.

Pero eso sólo es imaginación. Lo que puedo recordar claramente fue la notable conversación que tuvimos esa noche. Por supuesto, primero tuvimos que presentarnos. Él estaba familiarizado con el trabajo de UNICEF, y creo que se dio cuenta de que yo era alguien diferente de los burócratas y políticos que generalmente venían a visitarlo.

Rápidamente congeniamos, con la clase especial de vínculo entre intelectuales siempre hambrientos de conversación, que se encuentran en circunstancias difíciles. Antes de que me diera cuenta, cada vez que hablaba, comenzaba con las palabras, "Querido Alan." Tras muchas tazas de té, sentados juntos en el sofá, compartiendo bombones de la caja recién abierta sobre la mesa delante de nosotros, habló con honestidad y libremente acerca de lo que había estado pasando, y manifestó sus quejas sobre la ONU y la forma en que lo habían traicionado.

Por fín tuve el coraje para hacer las preguntas que estaban en mi mente. No era un tema fácil de abordar, la cuestión de su papel como jefe de la JAD y la sangre que debía haber tenido en sus manos. Abordé la cuestión de forma indirecta, pero no parecía comprender lo que yo quería decir.

Al final, le hablé directamente, volviéndome hacia él y preguntándole si, con todo este tiempo de reflexión, su conciencia no le preocupaba, y si sentía remordimiento por algunas de las cosas que, en otro momento de su vida -por ejemplo , como jefe de la policía secreta- sintió que tenía que hacer.

Yo podía ver como la mirada en sus ojos cambia a medida que formulaba la pregunta y se ponía a mi nivel. Fué como un largo momento de transformación, donde el mundo de los chocolates y té de Año Nuevo se desvaneció, y el mundo de la política afgana y global, que toda su vida había conocido, vino de golpe. Al igual que la flexión de un músculo relajado, el poder y carisma en el corazón de ese hombre emergieron con fuerza, y con un fuerte grito de "¡NO!" pegó un puñetazo en la mesa ante nosotros, haciendo saltar las tazas de té.

Entonces comenzó uno de los más notables discursos que he escuchado en mi vida, en el que Najibulá se explayó sobre la realidad de Afganistán y de la lucha de la que él mismo formaba parte. "No entiendes a la gente con la que estamos tratando", dijo. "No entiendes la destrucción que esa gente quiere traer a este país".

El hombre era extraordinariamente elocuente, aunque hablara en inglés, una lengua que debió aprender él mismo durante su larga estancia en esa casa.

La charla que dió fue sobre la lucha de Afganistán con el movimiento islamista, una lucha en la que los comunistas tomaron la iniciativa durante la década de 1970 y 1980. Pero no sólo hablaba sobre Afganistán; colocaba la situación de Afganistán en el contexto de una lucha global, un choque de valores y modos de pensar, muy peligrosos.

Me es indispensable resaltar aquí que Najibulá no estaba hablando sobre el Islam. El Islam es la religión de prácticamente todos los afganos y lo ha sido durante siglos. El Islam no es lo mismo que el islamismo. El islamismo es una ideología de control del estado bajo el manto de la religión. . Es un producto del siglo XX, de las condiciones del imperialismo, el neocolonialismo, del emergente nacionalismo árabe, el sionismo y la unión de la religión a la ideología. Estas ideas fueron enseñadas primero en la Universidad de El Cairo en los años 1960, luego adaptadas a los usos del movimiento Wahabi de Arabia Saudita y mucho más tarde incorporadas a Al Qaeda. La revolución iraní después de 1979 se convirtió en una variante chiíta sobre estos acontecimientos.

La Universidad de Kabul, el lugar donde un Afganistán innovador buscaba entrenar a su próxima generación de liderazgo, se convirtió en un centro de conflicto en la década de 1960 y 70, entre los islamistas y otra facción de la Facultad: estudiantes de esa universidad que se volcaron en el Comunismo como su ideología de modernización. Los Estados Unidos inadvertidamente intervino en medio de este conflicto en los 1980, cuando ingenuamente vieron el islamismo como un instrumento que podría ser utilizado contra la Unión Soviética en la lucha internacional para contener el comunismo.

Najibulá vio el Islamismo como un cáncer destructivo extendiéndose a través de los países. Incluso entonces, comprendió bien los peligros de lo que algunos llaman hoy el Islamofascismo.

"Querido Alan," el decía, "No sea ingenuo acerca de lo que te enfrentas. Ellos traerán una destrucción que no puedes imaginar ".

Este mensaje, en nuestra reunión de Año Nuevo en 1995, fue el de no arrepentirse por lo que había hecho para oponerse a los islamistas. Era absolutamente claro sobre eso; lo haría de nuevo.

En la tranquilidad de la noche, estableció para nosotros cuáles serían las líneas de conflicto, en un mundo donde el comunismo había terminado. "Después de la caída del Muro de Berlín", dijo, "Yo escribí a Bush. Le expliqué todo esto, le dije que los rojos se acaban y que el enemigo de los Estados Unidos ya no son los rojos, son los verdes. Me ofrecí a colaborar con él".

El "verde" al que Najibullah se refería era la bandera verde de los islamistas, y el Bush al que escribió fue el primer Presidente Bush, George H.W. Nunca recibió una respuesta.

Al día siguiente, cuando viajé alrededor de la recién reunifcada Kabul, vi cómo la ciudad había sido reducida a escombros por facciones muyahidín luchando el uno contra el otro, todos en nombre del Islam. Como estábamos cruzando lo que había sido el frente de Kabul, pasamos por el imponente edificio llamado Palacio Darul Aman, en una colina a caballo entre esas líneas. Ese maravilloso y elegante edificio sigue en pie, pero ni una ventana estaba intacta, cohetes habían perforado de agujeros las paredes y los escombros estaban esparcidos a través de acres de jardines olvidados. Pero desde cada ventana rota y en la cima de la torre del arruinado Palacio, volando con el viento, vimos aquellas banderas verdes a las que Najibulá se había referido, emblemas de quienes afirman que los valores y creencias pueden imponerse a los demás por la fuerza y están dispuestos a morir para probarlo.

Najibulá fue asesinado por los talibanes en 1996, después de que los paquistaníes les ayudaron a reagruparse y conquistasen Kabul. Se divulgó que él y su hermano fueron torturados antes de ser ejecutados, fue castrado y su cuerpo arrastrado detrás de un jeep. Yo estaba en China cuando vi las fotografías en los periódicos con el cuerpo de Najibulá colgado de una farola en una plaza pública llena de jubilosos talibanes.

Cualesquiera que pudieran haber sido sus pecados, me afligió que terminase de esa manera. Y me pregunto, si estuviera vivo hoy, lo que con la mente incisiva que escribió tan proféticamente a George H.W. Bush en 1988, escribiría a George W. Bush a modo de consejo hoy.

Tal consejo voluntario, no es más probable que fuera escuchado ahora de lo que fue hace veinte años, seguimos confundidos acerca de quienes son nuestros adversarios y aquellos que no lo son. A medida que los Islamistas y los Cruzados compiten por el privilegio de amenazar la paz de la tierra, los mansos heredarán las consecuencias de su arrogancia en Afganistán, en Iraq y entre los olvidados de la propia América. Y a la luz de los atentados del 11 de septiembre, más de medio millón de muertes en Iraq, y muchos más en otros lugares aún por venir, puedo imaginar a Mohammad Najibulá saliendo de entre la penumbra de Kabul para decir: "Querido Alan, te lo dije."

Texto original de Alan Brody, publicado el 2 de enero de 2008

Alan Brody trabajó durante veintidós años con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, más recientemente como representante de UNICEF en Swazilandia (1999-2006), y antes con asignaciones en China, Afganistán, Turquía y Nigeria. Él esta graduado por la Universidad de Yale y por la Universidad de Iowa, y sirvió durante más de siete años como voluntario del Cuerpo de Paz en Ghana en la década de 1970. En la actualidad es un escritor independiente, conferenciante y consultor con sede en Iowa City, Iowa.

Fuente: http://www.vqronline.org/web-exclusive/revisiting-afghanistan-conversation-najibullah


Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.