RETRATOS DE LO INVISIBLE El efecto de verdad en la fotografía científica del siglo XIX

August 28, 2017 | Autor: Ricardo Guixà | Categoría: Cinema Studies, Epistemología, Ciencia, Fotografia, Precinema History
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Descripción

Retratos de lo invisible. El efecto de verdad en la fotografía científica del siglo xix Ricardo Guixà Frutos

En la actual sociedad de la información y el conocimiento la fotografía continúa siendo para millones de usuarios un sistema de representación visual básicamente honesto, es decir, confiable. Y a pesar de la creciente desconfianza suscitada por la popularización del retoque fotográfico asociado a la revolución digital, la cámara, en tanto que instrumento capaz de generar imágenes, mantiene una supremacía epistémica fundamentada en una concepción decimonónica de la objetividad, que perdura subrepticiamente hasta nuestros días como una construcción cultural profundamente arraigada en la mentalidad contemporánea. Este efecto de verdad asociado a lo fotográfico, heredado en parte por todos los medios audiovisuales fruto de su posterior progreso, viene dado por la particular relación establecida entre la cámara y la realidad representada, así como por su génesis instrumental, pero sólo adquiere verdadero sentido enmarcada en la mentalidad técnico-científica de origen positivista en la que germinó y se desarrolló. Desde esta perspectiva, resulta altamente significativo que el nuevo método de representación fuera concebido en el mismo período en que la ciencia adquiere su mayoría de edad. Para algunos historiadores, las causas que provocaron su aparición hay que buscarlas en este ámbito y se debieron en gran medida a la creciente exigencia por parte de la comunidad científica de representaciones no solo realmente veraces, sino particularmente precisas, que estuviera a la altura de las expectativas cognoscitivas de objetividad, rigor y exactitud demandadas por el incipiente aliento positivista de la época. Efectivamente, la ciencia moderna nació en el siglo xvii al adoptar por primera vez la estrategia de tomar como base los hechos observables o empíricos, situando la vista en el centro neurálgico del procedimiento práctico de investigación. Pero a finales del xviii y principios del xix, los estudios sobre el funcionamiento fisiológico de la visión y otros sentidos pusieron en evidencia la inevitable subjetividad o, más bien, las limitaciones materiales inherentes a nuestra capacidad perceptiva, produciendo una paulatina pérdida de confianza en los datos obtenidos por su sola mediación. Como consecuencia, se impuso la necesidad de encontrar un sistema alternativo capaz de sustituir al ser humano en esta tarea.

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La fotografía supuso la culminación de esta búsqueda en el terreno de la representación visual, iniciada con la perspectiva durante el Renacimiento. Pero, a diferencia de los sistemas de representación tradicionales, la cámara materializaba algo muy parecido a la incorpórea y fugaz imagen retiniana de manera mecánica, mediante el poder de la óptica y la química combinados, por la acción directa de la luz sobre el material fotosensible. Esta peculiar conexión con lo real le permitió convertirse en un instrumento revelador capaz de facilitar una comprensión de la naturaleza de mayor alcance y precisión, asumiendo en el proceso toda la carga ideológica inherente al método científico e incluso llegando a constituir una de las metáforas por excelencia del mismo. Bajo este punto de vista, la confluencia entre fotografía y ciencia era inevitable, tal y como se constata en el premonitorio discurso pronunciado por Arago en 1839. Pero, a pesar de este optimismo inicial, durante las siguientes décadas las expectativas se vieron frustradas, ya que la baja sensibilidad de los primeros soportes limitó la posibilidad real de aportar conocimiento de auténtico valor científico. La fotografía quedó así confinada a la función de un testigo mudo, rápido y preciso de la realidad, gracias a su facultad para superar el potencial retentivo de la mente, creando representaciones visuales capaces de detener el tiempo y recortar el espacio. Una moderna memoria artificial que se fue adaptando progresivamente a las condiciones de observación objetiva requeridas por los diferentes campos del saber. Así pues, tras la divulgación del procedimientos técnico, los científicos empezaron a sustituir el lápiz y papel por la cámara y las placas, centrándose en una sistemática catalogación visual del mundo; capturando la compleja naturaleza hasta en sus más pequeños pormenores para poder registrar, clasificar, estudiar y certificar cualquier aspecto de la misma susceptible de aportar alguna luz sobre el cómo y, subsidiariamente, el porqué del funcionamiento de lo real. Por ello, aquellas ramas del saber basadas en la observación empírica, que necesitaban de un ojo atento y una mano diestra para la recopilación de datos, fueron las primeras en sacar partido de la gran capacidad de la fotografía para proporcionar y almacenar información. Con estos documentos se pudieron desmentir errores provocados por la excesiva simplificación de las ilustraciones que les precedían, llegando incluso a sustituir a la escena real como objeto de estudio por parte de los diferentes especialistas. Los investigadores presentaron estas imágenes ante la sociedad como pruebas incontestables de una realidad sin distorsiones, convencidos que el propio instrumento era de por si un método científico y poseía un valor ontológico incuestionable, marcando de manera indeleble el uso de la fotografía y su estatus cognoscitivo. Hacia una función heurística de la fotografía Pero, si bien es cierto que todos estos logros eran de gran utilidad como complemento a la investigación científica, durante las primeras décadas el con~122~

junto de sus frutos se mantenía dentro de los límites de lo estrictamente documental, muy lejos de las expectativas despertadas en su presentación. Sin embargo, a partir de los años setenta del siglo xix, las mejoras ópticas y químicas facilitaron inesperadas aplicaciones que propiciaron el cambio hacia una nueva concepción de los registros de plata. Para que la fotografía pudiera alcanzar una función heurística tuvo que cruzar las barreras de la visibilidad, provocando un aumento exponencial de su capacidad para producir conocimiento. Un claro ejemplo de esto lo encontramos en el estudio de infinitamente pequeño. En el último tercio del siglo xix, con la definitiva descalificación de la teoría de la generación espontánea a cargo de Louis Pasteur, las tesis de los microorganismos como causantes de enfermedades cobraron renovado impulso, pasando de ser una intuición a una certidumbre. Sin embargo, la posibilidad de que un ser vivo invisible fuera el responsable de la transmisión de dolencias, muchas de ellas mortales, era contemplado por numerosos biólogos y médicos escépticos como una fantasía situada al mismo nivel que las hadas y otros seres mitológicos. La fotografía permitió certificar la existencia y variedad de tan minúsculos organismos. Las fotomicrografías tomadas por el fundador de la bacteriología, Robert Koch, permitieron corroborar las tesis que defendían la constancia morfológica y fisiológica de cada tipo de microorganismo, llegando a descubrir las pestañas de las bacterias gracias a una serie de placas tomadas por él mismo.

Robert Koch. Bacteria del Antrax.1876 En el otro extremo de la escala, la astronomía, como todas las ciencias eminentemente visuales, tuvo una temprana vinculación con la fotografía. Sin embargo los resultados iniciales fueron poco satisfactorios, debido principalmente a que se trataba de un motivo especialmente complicado por su baja o excesiva luminosidad y por el movimiento constante de la tierra. Durante la década de los cincuenta, una serie de importantes eclipses reavivaron el interés por la fotografía del sol y todos los fenómenos a ella asociados. La evidente dificultad de su observación había limitado en gran medida la reco-

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pilación de datos precisos, ya que las diferentes manifestaciones percibidas durante el evento podían ser confundidas fácilmente con ilusiones ópticas. En estas circunstancias, el registro preciso de cada dato visto devino fundamental para su investigación. Un acontecimiento especialmente significativo para el progreso de la fotografía astronómica fue el eclipse solar total de 1860. Para este evento, Warren de la Rue ideó el fotoheliógrafo, diseñado para retratar sistemáticamente las manchas solares con la finalidad de poder descifra la naturaleza física del astro rey. Las placas obtenidas permitieron demostrar que las prominencias luminosas descritas por varios astrónomos eran de origen estrictamente solar y no efectos atmosféricos o simples ilusiones ópticas, En 1878, Jules Janssen tomó de una serie de instantáneas de la superficie del sol en las que pudo observar una estructura granulosa semejante a un puzzle a la que denominó “red fotosférica”. Este hallazgo sirvió para certificar la validez del medio fotográfico en tanto que instrumento de investigación, y fue presentado ante la comunidad científica como una aportación al conocimiento de la naturaleza física de la atmósfera solar debido exclusivamente a la acción de la fotografía. En las últimas décadas del siglo xix, el perfeccionamiento de los mecanismos de relojería para el seguimiento permitió prolongar los tiempos de exposición. Paralelamente, las constantes mejoras ópticas de los telescopios y el incremento de la velocidad en los materiales fotosensibles dieron paso a nuevos y sorprendentes descubrimientos. En enero de 1883, Andrew Common consiguió fotografiar la nebulosa de Orión. Lo más notable de esta histórica imagen es que en ella aparecen visibles los primeros cuerpos estelares de decimoquinta magnitud, es decir, astros cuyo brillo aparente estaba por debajo del umbral de visibilidad de un observador que mirase a través del más potente de los telescopios de la época. La fotografía astronómica se proyectaba así más allá de del sistema solar, hacia el universo profundo y los límites del espacio conocido. A finales de la década de los ochenta se fabricaron los primeros soportes con el espectro extendido hacia la banda ultravioleta e infrarroja específicamente diseñados para su aplicación a la fotografía astronómica. Con ellos se descubrieron estrellas invisibles hasta el momento. Jules Janssen. Red fotosférica.1878

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La fotografía del movimiento Pasando a otro ámbito de investigación, la fotografía del movimiento cambió el panorama de lo que era posible ver por medio de la observación instrumental y alteró para siempre la concepción existente sobre la locomoción. De esta manera, la fotografía llegó a ser considerada más veraz que la misma realidad percibida mediante la vista. En este particular terreno destacó el trabajo del fisiólogo Étienne Jules Marey, cuya principal aportación fue la cronofotografía. Impresionado por la secuencia del galope de un caballo tomada por Eadweard Muybridge, Marey decidió crear su propio sistema diseñando una innovadora cámara concebida para capturar sobre una sola placa y a intervalos regulares las diferentes fases de un sujeto móvil en su desplazamiento. Prosiguiendo este proceso de profundización en torno al movimiento de los cuerpos, a partir de los años noventa, continuó su búsqueda con el registro del movimiento del agua y el aire, ideando ingenioso dispositivos capaces de visibilizar la cinemática del fluido estudiado.

Étienne-Jules Marey, Pelicano volando, 1886 Ante el trabajo de Marey, el publico decimonónico tuvo que reconciliar lo que veía de modo natural con lo que podía llegar a ver gracias al poder revelador de la cronofotografía y la fotografía de alta velocidad. Pero la cámara todavía iba a deparar más sorpresas, yendo un paso más allá en la visualización de lo invisible Dentro del estudio sobre la percepción cinética destacó el trabajo de Ernst Mach, quién, entre 1873 y 1893, desarrolló técnicas ópticas y fotográficas para la medición y captación de las ondas acústicas creadas por proyectiles, ideando un innovador procedimiento basado en el método Schlieren, consistente en captar la sombra proyectada por las alteraciones de la luz provocadas por el estampido sonoro. En colaboración con su hijo Ludwig, Mach obtuvo en 1886 las primeras placas de las ondas de choque, empleando una artillería Krupp. Ya en otro ámbito, meteorólogos, astrónomos y estudiosos del cielo en general fijaron su atención en los rayos y relámpagos, con la finalidad de obtener ~125~

Ernst Mach. Ondas de choque de una bala. 1888

una información que hasta el momento se había mostrado esquiva, dada la fugacidad de sus limitadas apariciones. En 1886, Charles Moussette consiguió fotografiar dos relámpagos, deduciendo a partir de estas imágenes que las centellas que componían el rayo tenían la forma de espirales irregulares. Para confirmar su teoría, amplió un detalle del negativo en el que se pudo apreciar claramente el recorrido del relámpago trazado sobre el cielo nocturno. Así mismo, con el creciente interés por el fenómeno eléctrico y la aparición de máquinas capaces de generar chispas de alto voltaje, los científicos descubrieron la posibilidad de reproducir en el laboratorio potentes descargas de electricidad dispuestas a ser fotografiadas con mayor facilidad y de manera más controlada. En este campo, destacó la labor de Étienne Trouvelot que consiguió retratar los espectaculares dibujos creados por la corriente eléctrica descubiertos por el científico alemán Lichtenberg. Radiaciones invisibles Todos estos éxitos sirvieron para despertar la imaginación de los sabios decimonónicos, que veían cómo la cámara iba conquistando progresivamente nuevos terrenos con su sorprendente capacidad para traspasar las barreras de la visibilidad. Sin embargo aún les esperaba una nueva e insospechada frontera que superar: la fotografía de radiaciones invisibles al ojo. Con los descubrimientos realizados a lo largo del siglo xix sobre la naturaleza electromagnética de la luz, el campo de actuación fotográfico parecía amplificarse en un continuum de ondas de distintas frecuencias. Los materiales fotosensibles empleados en fotografía y su peculiar comportamiento ante los efluvios lumínicos hicieron pensar en la posibilidad de que hubiera otras radiaciones capaces de alterar estas sustancias y, en consecuencia, susceptibles de ser captadas para formar una imagen en la superficie de una placa sensible. ~126~

Ya en 1842 John William Draper obtuvo la primera representación fotográfica del espectro visible descompuesto mediante un prisma. En esta placa se pudo comprobar que la sensibilidad cromática de las sales de plata no se correspondía exactamente con la del ojo humano, ya que se podían apreciar las rayas ultravioleta e infrarroja, confirmando así que la absorción química de las emulsiones no estaba restringida a las radiaciones violetas, como se creía hasta entonces. Los astrónomos Huggins y Miller Así pues, Pasada la mitad del siglo xix la energía radiante fue dividida en diversos elementos: Por un lado los rayos luminosos, limitados a la luz que podría ver el ojo humano; por otro los rayos caloríficos y, por último, los rayos químicos, que se caracterizaban por causar modificaciones moleculares en una superficie. Todos estos rayos no visibles componías las sustancias sutiles llamadas imponderables, que poco a poco fueron desvelando sus secretos. Pero la providencia mostraría a los asombrados ojos del mundo que la realidad podía superar la imaginación más exaltada. Como es bien sabido, el físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen descubrió los rayos X en 1895 durante el transcurso de sus investigaciones sobre las causas que provocaban una extraña luminiscencia verdosa al activar un tubo de Crookes. Tras comprobar que los misteriosos rayos parecían poseer la sorprendente capacidad de atravesar los cuerpos opacos y provocar una fosforescencia en una placa de platino-cianuro de bario, decidió seguir investigado. Como todo científico aficionado a la fotografía, Röntgen guardaba cajas de placas en el laboratorio, y en el curso de estos ensayos descubrió con sorpresa que estaban veladas. Por deducción lógica atribuyó este efecto a la radiación desconocida, así que se dispuso a verificar sus teorías. Para calcular su alcance, decidió colocar la emulsión fotográfica al otro lado de la puerta del cuarto contiguo. De esta manera obtuvo una curiosa imagen de la moldura, el gozne, e incluso los trazos de la brocha de la pintura al plomo. El 22 de diciembre, pidió a su esposa que le ayudara a sujetar la placa fotográfica de cristal. Después de una exposición de 15 minutos obtuvo la primera radiografía del cuerpo humano de la historia. La fascinación por el invento traspasó el umbral de lo estrictamente científico para convertirse en un fenómeno social. Al interés lógico de los sabios se unieron maravillados la prensa, la industria, los comerciantes, los fotógrafos y los artistas. La aparición de los rayos x supuso un paso más en el progreso hacia el conocimiento, en un siglo en el que los adelantos técnicos eran una constante. En este proceso de trasgresión de lo que nos es dado ver, el medio fotográfico deparó más hallazgos. La capacidad del material sensible para captar radiaciones invisibles resultó fundamental para otra trascendental conquista: la fotografía de la radioactividad. En 1896, Antoine Henri Becquerel diseñó un experimento para corroborar si los rayos X se producían por efecto de la fluorescencia del tubo de rayos catódicos. Envolvió unas placas fotográficas en un papel negro mate y las expuso a la acción de la radiación solar junto a una pequeña porción de diferentes ~127~

minerales fosforescentes. Después de infructuosos ensayos, decidió intentarlo con un mineral que su padre, Alexandre-Edmond Becquerel (estudioso de la fosforescencia e inventor de la fosforoscopia) había sintetizado hacía ya algunos años: el uranio. Volvió a exponer el material fotográfico interponiendo una cruz recortada en una hoja de cobre entre el mineral y el material fotosensible protegido de la luz. Cuando reveló las placas comprobó que se había producido una silueta en forma de cruz. Continuando con sus investigaciones, profundizó en la naturaleza de las emisiones descubiertas, proyectando diferentes experimentos con placas Wilhelm Conrad Röntgen. fotosensibles en los que cotejaba las Radiografía de la mano de Berta. 189.5 cualidades de la nueva radiación con las características propias de la luz visible, creando así un auténtico método fotográfico. De esta manera, la fotografía afianzó su posición como instrumento de utilidad científica, reforzando la certeza de su capacidad para superar todos los obstáculos entre la mente y la imagen de la verdadera realidad del mundo que nos rodea, pero al mismo tiempo, poniendo a prueba la fe de una sociedad que deambulaba entre la creencia religiosa, la superstición mágica y las novedades de un nuevo Imagen Becquerel. Evidencia de la modelo de saber positivo que, poco a radioactividad. poco, comenzaba a delimitar el terreno entre lo real y lo fantástico, a la par que superaba constantemente los límites de lo imaginable. Bajo este panorama se forjó el cine a finales del siglo xix, directamente asociado a los últimos avances en el terreno de la fotografía científica, heredando inevitablemente en su propia ontología una parte de la particular idiosincrasia de lo fotográfico que se ha perpetuado hasta el presente en su estatuto epistemológico.

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Abstracts Portraits of the Invisible. The Effect of Truth on Scientific Photography in the 19th Century This paper is a study of the importance of scientific photography in the 19th century in the epistemological shaping of photochemical systems of representation, and their decisive influence on the definition of the effect of truth associated with the medium itself and its offshoots. Retrats d’allò invisible. L’efecte de veritat en la fotografia científica del segle xix Aquesta ponència és un estudi sobre la importància de la fotografia científica al segle xix en la configuració epistemològica dels sistemes de representació fotoquímics, i la seva decisiva influència en la definició de l’efecte de veritat associat al propi medi i els seus derivats.

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