Reseña: Lo sagrado y lo profano en la ciudad del Post-apartheid_ Sudáfrica

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Descripción

01/07/2015 http://www.bifurcaciones.cl/2015/07/de-lo-sagrado-y-lo-profano-en-la-ciudad-del-pos-apartheid/

DE LO SAGRADO Y LO PROFANO EN LA CIUDAD DEL POSAPARTHEID/ JOHANNESBURG, SUDÁFRICA FRANCISCA MÁRQUEZ RESEÑAS

RESUMEN Nombre proyecto: Rutas y rituales a la ciudad: movilidad, emplazamiento y diversidad religiosa en Johannesburg. Investigadores: Wilhelm-Solomon, M., L. Nuñez, P. Kankonde Bukasa y B. Malcomess Institución: University of Witwatersrand, Johannesburg, con el patrocinio de Max Planck Institute for the Study of Religious and Ethnic Diversity

Fig. 1. “God’s Land 2″, Eric Worby, 2014.

Debemos hacer fracasar los intentos por dividir a nuestro pueblo en bandos étnicos, por convertir su rica variedad en un peligro con el que perforar nuestros corazones. –Nelson Mandela

El desmantelamiento del apartheid durante la década de los noventa en Sudáfrica, planteó la necesidad de construir una nación basada en una nueva concepción del ser ciudadano. Este reto implicó la conformación de un discurso nacionalista de la nueva Sudáfrica y de grandes esfuerzos por la reconciliación. El desafío fue, entonces, la construcción de un relato acerca del pasado reciente, inclusivo, integrador y acorde al nuevo proyecto de nación. Para el líder Nelson Mandela, había que construir la paz, pero sobre una memoria en la cual los distintos sectores de la sociedad sudafricana se sintieran identificados. La memoria, sin embargo, así como el olvido, no se transforma ni se borran por simple voluntad política. Los grandes genocidios de nuestra historia así lo demuestran. Construir un relato coherente sobre lo vivido requiere siempre de algo más que voluntad, requiere de imaginación y de tiempo, para que las nuevas generaciones puedan remirar su pasado e imaginar su futuro. Un grupo de antropólogos de la Universidad de Witwatersrand, entre ellos la antropóloga chilena Lorena Nuñez, desarrollan actualmente una acuciosa investigación sobre las rutas y ritos de migrantes en la ciudad (Wilhelm-Solomon, M. et. al, 2015). En ella, se aborda la compleja reconstrucción de Johannesburg, ciudad del pos-apartheid, mostrando cómo lo profano y lo sagrado se entremezclan en el empeño de imaginar y hacerse de un nuevo lugar en esta ciudad. A través de la observación etnográfica, logran describir cómo los miles de migrantes que llegan de todos los lugares del país en busca de mejor vida, construyen sus rutas y sus espacios religiosos en una ciudad cuya historia está marcada por una de las más brutales experiencias de segregación racial. A través de un prolijo mapeo de la intrincada cartografía de las religiones en Johannesburg – tradiciones católicas, evangélicas, pentecostales y proféticos, islamistas, hinduistas, judaicas y de Iglesias Africanas Independientes– se da cuenta de la diversidad de prácticas rituales que se despliegan en estos nuevos espacios urbanos. La proliferación y proximidad espacial de diversas órdenes religiosos constituyen una puesta en escena de los distintos modos de hacer frente a esta era del pos-apartheid. El espacio urbano se produce y se transforma desde estos habitantes, borrando así las viejas huellas de la segregación para introducir otras formas de administrar el espacio, y sobre todo, otros órdenes morales. El “carácter súper diverso de la población”, al decir de estos antropólogos, deshace las viejas categorías de la condición urbana del apartheid, y hacen de ella algo más que una ciudad de los migrantes o una metrópolis urbana secular. El ritual y la religión se transforman en fuerza poderosa para la creación de nuevos paisajes urbanos, otorgando la orientación necesaria a aquellos que tratan de encontrar trabajo, seguridad y bienestar en la ciudad. En los términos de una teoría urbana contemporánea, las rutas y ritos en esta ciudad del pos-apartheid permiten mapear el reclamo al derecho a la ciudad y a más espacios de refugio e integración.

Lo interesante es que en este proceso de refundación de la nación y de la propia ciudad, los rituales y rutas de la ciudad parecieran desordenar cualquier intento apresurado de reunificación. Frente al intento de consensuar los elementos conceptuales, simbólicos y físicos que definirían al patrimonio de la nación, sus habitantes y expresiones rituales demoran, desordenan y tensionan dicha definición. Son prácticas que nos advierten del riesgo de reafirmar una nación sobre la base de una sola mirada y voz, excluyendo así las diferentes memorias y corporalidades que dichos rituales expresan.

Fig. 2. “Shembe Church gathering next to Doornfontein Station”, de Marisa Maza.

LO SACRO EN LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DEL APARTHEID Johannesburg es hoy una ciudad poblada por expresiones religiosas y rituales, como si la ciudad en su conjunto hubiese sido ocupada, invadida por expresiones y prácticas que dialogan con lo sobrenatural. Un lugar que, si no fuese por este caos que genera la superdiversidad y el movimiento frenético de los cuerpos, podríamos llegar a pensar que corresponde a una ciudad teocéntrica. Pero

no es asi, Johannesburg es ante todo una ciudad moderna, cosmopolita, que bulle en esta multiplicidad de expresiones que transitan entre lo sagrado y lo profano. La destrucción, nos señala Simone Weil, es siempre el marco que permite elevar la ciudad a la categoría de lo sagrado. En parte, por la pérdida que ello supone, y también, por tratarse de algo ya sucedido, pasado. La ciudad destruida –la del apartheid, en este caso– anuncia una realidad de la ausencia, de lo que ya no está. De allí que la ciudad pase a constituirse como un puente que amarra el pasado al presente, y también lo profano a lo sobrenatural. Enfrentados al vacío, a esta ciudad que ya no es, sus habitantes construyen esos puentes que les permitan a través del baile, del rito, del color, la belleza, la música, la recuperación y la celebración, renovar la promesa de la inclusión. La ciudad destruida, aun aquella del apartheid y el dolor, siempre atemoriza y desconcierta, porque habla de ruina. Los habitantes que han sobrevivido a la destrucción de su ciudad no pueden sino sentir el temor de lo nuevo, lo desconocido. Los principios del orden moral y espacial han cambiado, o al menos así se anuncian. Todo cambia, el arraigo en la tradición, la costumbre de las relaciones establecidas en la rígida estructura racial y de clase, el sentido de propiedad, el sentido de lo público, las tierras, la naturaleza, la belleza de lo propio. Todo esto ha cambiado. ¿Y qué queda después de la destrucción de la ciudad del apartheid para los que llegan, para los que empiezan a transitar por calles desconocidas y antes prohibidas, para los que se sienten invadidos, los que empiezan a pensarse en y con la ciudad? Para todos ellos, Johannesburg no es más que una posibilidad a construir sobre los cimientos semidestruidos de lo que fue: una ciudad de fronteras, de límites, de violencia, de demarcaciones espaciales y raciales. No es de extrañar entonces que hoy todo deba ser movimiento, fluidez, porosidad, de modo tal de exorcizar ese pasado de fracturas raciales. La ciudad debe ser leída como una metáfora, una irrealidad donde reinventar e imaginar aquello que se desearía.

Fig. 3. “Rachel Ncube, Nyanga at site of Roodepoort Deep Mine to assist with locating bodies of miners who died in the informal mine”. De Peter Kankonde Bukasa, 2014.

EL LENGUAJE DE LA MEMORIA ¿Pero qué significa exactamente ser una ciudad pos-apartheid? El concepto ya anunciaalgo que es posterior a otro algo, a un tiempo y a un espacio anterior; pero que aún no es, no llega a ser. Interesante es que si se busca en google maps ésta ciudad del post-apartheid, los mapas aun no recogen esa diferencia, tampoco se reconocen zonificaciones diferentes a las de la ciudad del apartheid. En este sentido, la ciudad post-apartheid es una ciudad que recién se levanta sobre la destrucción de la otra. Es entonces que la ciudad como memoria hace su aparición. ¿De qué pasado nos hablan éstas prácticas migratorias y sus rituales? ¿Cuál es ese pasado que se rememora en el presente? Los ritos de sus habitantes parecieran hablarnos de dos memorias: de la memoria ancestral, esa que habla de un pasado remoto, en la que la tribu ordenaba las vidas y la llegada del colonizador aún no se anunciaba; un pasado que se encuentra en el plano de las realidades eternas e inmutables. Pero también nos habla de un pasado más cercano, un tiempo en que las fronteras se instalaron, el colonizador ordenó y desordenó esos principios ancestrales para imponer el orden, su orden. De allí que las danzas y rituales echen mano a ambos, a lo ancestral, aquello que pertenece a otro tiempo y a otro lugar, pero también a lo que la historia se encargó de instalar. Y de allí que los ritos tomen de ambos. La evidencia del movimiento incansable es parte de esa memoria enojada de fronteras y ordenes impuestos. Rescatar la realidad del pasado es dar sentido a la historia y, en último término, a la vida humana. Es necesario, pues, retener el pasado como un bien para que nos sirva de orientación en el presente. No se trata de anclarse en el pasado, sino de extraer un aprendizaje para el presente.

Fig. 4. “Nightwatch Zion”. Fotograma. Dean Hutton. 2007

L O S E SP A C I O S S AC R A L I ZA D O S D E L A C I U D A D La ciudad es, en este sentido, el espacio en el que se produce esta continuidad. En las iglesias, en las plazas, en los sitios baldíos transformados en los espacios rituales, allí se hace realidad la memoria como patrimonio colectivo. La ciudad es el espacio en el que el arraigo en la cultura permite a los individuos sentirse en casa y crecer. Por eso, la ritualización, ya sea como baile, canto, fruto de esta revelación como algo sagrado, neutraliza la violencia, pero sobre todo, exorciza y demarca los espacios del habitar. Para el hombre religioso, nos señala Milcea Eliade, el espacio nunca puede ser homogéneo, presenta roturas, lo que se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio sagrado y todo el resto, la extensión informe que le rodea. La experiencia religiosa de la no-homogeneidad del espacio constituye una experiencia primordial, equiparable a una fundación del mundo. Es esta ruptura operada en el espacio de la ciudad que permite a estos recién llegado la constitución del mundo, pues es dicha ruptura lo que permite definir el eje central, el cardus y decumanus de toda orientación futura. Para vivir en el mundo, en esta ciudad de pos-apartheid, hay que fundarlo y refundarlo. La revelación de un espacio sagrado permite orientarse en la homogeneidad caótica y romper las fronteras internas que aún resisten a los nuevos tiempos. En el movimiento de la inestabilidad y la pluralidad, la porosidad entre lo sagrado y lo profano, las expresiones rituales y religiosas rearman esos espacios de la ciudad del apartheid. Porque las demarcaciones sagradas regulan el adentro y el afuera en contextos de radical diversidad, y de una nación / ciudad que hay que reconstruir. En síntesis, la investigación de estos antropólogos nos entrega hoy muchas lecturas posibles y pistas de comprensión al fin del apartheid: la destrucción de la ciudad anterior y la búsqueda de una nueva ciudad; la memoria como recurso en la reconstrucción de esta ciudad nueva; el movimiento y la fuerza de la sacralidad para borrar los espacios del apartheid y para demarcar esos nuevos espacios de la ciudad nueva. Pero ¿cuál es o sería esa ciudad y esa nación que se quiere construir? ¿Cuáles son esos sentidos que permitirán hacer de Johannesburg una ciudad nueva, de Sudáfrica una nueva nación? La superdiversidad tal vez sea la respuesta, una ciudad que en su pluralidad y movimiento se vuelva inasible, imposible de dominar y ordenar, principios de la vida urbana tan celebrados por la sociología temprana. Pero también podríamos pensar que la ciudad nueva pueda ser la ciudad de la heterotopía, como un espacio heterogéneo de lugares y relaciones en los cuales la zonificación del apartheid ya no tendría lugar, porque el movimiento y la sacralidad de los lugares lo impedirían. Lo cierto es que los ritos y rutas que hoy se tejen en Johannesburg son también una provocación a reflexionar en torno a las dificultades del proceso de construcción de una memoria nacional inclusiva e integradora en un contexto de fuerte desigualdad social. En Sudáfrica, así como en muchas otras naciones fracturadas por las experiencias del colonialismo y los totalitarismos, podríamos pensar que el discurso de la reconciliación funcionó como un silenciador para la diversidad de experiencias que aún hoy siguen buscando su lugar en la historia. El silenciamiento a la diversidad y la conflictividad que ello implica, no ha permitido en la Sudáfrica pos-apartheid construir una visión del pasado abierta, flexible e inclusiva. Tal como señala Homi Bhabha, el pueblo no es simplemente un conjunto de eventos históricos o un fragmento del cuerpo político sino un conjunto de complejas estrategias retóricas de referencia social, en el cual el reclamo por ser

representado provoca necesariamente crisis y quiebres dentro del proceso de significación y adscripción al discurso de la Nación. En el caso sudafricano, los silencios originados a partir de la concepción de la historia como una fuente disruptiva de la pax social, producto del discurso de la reconciliación, encuentra ciertamente hoy sus límites. Las danzas, cantos y rituales que se observan y escuchan en las calles de la capital sudafricana son la más clara expresión que estas voces, históricamente silenciadas, hoy reclaman un espacio en la nación.

Fig. 5. “Prophet Mzilani”. De Matthew Wilhelm-Solomon, 2014 Referencias Bibliográficas Bhabba, H. (1994) El lugar de la cultura, Buenos Aires: Manantial. Weil, S. (2003) El conocimiento sobrenatural. Colección Estructuras y Procesos. Religión. Madrid: Editorial Trotta. Weil, S. (2001) Cuadernos. Colección Estructuras y Procesos. Religión. Madrid: Editorial Trotta. Eliade, Mi. (1981) Lo sagrado y lo profano, Madrid: Guadarrama /Punto Omega. Wilhelm-Solomon, M., L. Nuñez, P. Kankonde Bukasa y B. Malcomess (2015) Routes and Rites to the City: Migration, Emplacement and Religious Diversity in Johannesburg. University of Witwatersrand, Johannesburg, Sudáfrica y el patrocinio de Max Planck Institute for the Study of Religious and Ethnic Diversity. * Francisca Márquez es antropóloga, Departamento de Antropología, Universidad Alberto Hurtado.

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