RESEÑA de la novela \"El infinito se acaba pronto\" de Joseph Avski.

July 23, 2017 | Autor: F. Laguna Correa | Categoría: Novela colombiana, Novela Latinoamericana, Georg Cantor, Montería
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Descripción

Avski, Joseph. El infinito se acaba pronto. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2015, p. 137 El infinito se acaba pronto de Joseph Avski es una novela inquietante. Puede leerse de un solo jalón, como una película que te atrapa y no te suelta hasta el final, o capítulo a capítulo, como un libro de sentencias y aforismos que aluden a la memoria, el infinito, la amistad y la locura. La novela trama capítulo a capítulo las vidas del matemático ruso Georg Cantor y el aspirante a matemático colombiano (una especie de detective salvaje) Marcos Lyons Pupo. Llama la atención que todos los capítulos están encabezados por la letra aleph; de hecho, la novela comienza sin epígrafes y lo primero que encontramos es el aleph, ¿un signo?, que el narrador explica en el último tercio de la novela haciendo referencia al trabajo de Cantor: "También son el infinito más pequeño, al que llamó ‫א‬, usando la letra aleph que para sus antepasados judíos representaba la unidad de Dios" (p.95). Por supuesto que viene a la mente el famoso cuento de Jorge Luis Borges; sin embargo, aventuro que para el lector que no tiene en la memoria la referencia al alfabeto hebreo o al cuento borgesiano, la letra aleph podría parecer un signo en forma de tache o cruz aviesa que sugiere que el paso está prohibido. Y quizás la idea de que para el desprevenido la letra aleph es un tache que impide el paso, adquiere legitimidad en la medida que al asomarnos a las vidas de Cantor y Marcos sentiremos la misma soledad delirante que acompañó a los personajes de esta novela. Avski practica con intensidad una forma particular de hacer memoria, donde la objetividad es una forma de indiferencia afectiva, puesto que el narrador, cuyo nombre es "Avski" a secas, nos lleva por los meandros pedregosos de las vidas de Georg Cantor y Marcos Lyons Pupo sin hablar mucho de sí mismo ni llegar a sentir pena por el deterioro emocional y psicológico de Marcos, del que es testigo directo. (Quisiera hacer una breve digresión con respecto al nombre del narrador de la novela, que se asume es el mismo autor de carne y hueso, inmortalizado ad infinitum en su El infinito se acaba pronto. Esto lo traigo a colación por cuestiones de género. En Estados Unidos hay una distinción tajante entre lo que llaman "literary fiction" y "literary non-fiction" o auto-novela. Se arguye que las técnicas escriturales y los métodos para enfocar el objeto diegético son distintos para cada género. En Latinoamérica y Europa, creo, esta distinción no es funcional e incluso puede parecer espuria. Me vienen a la mente varias novelas publicadas desde la segunda mitad del siglo XX donde la experiencia "real" de sus autores es pábulo diegético e incluso diégesis pura. Me refiero, entre muchísimas que ahora olvido o ignoro que existen, Mars de Fritz Zorn

 

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(seudónimo), Vidas minúsculas de Pierre Michon, El libro de mi madre de Albert Cohen, Austerlitz de WG Sebald, Canción de tumba de Julián Herbert, varias de Roberto Bolaño, American Visa de Marcelo Rioseco, etcétera. Todas estas novelas las leí, pese a su contenido histórico de realidad, como ficción, puesto que lo novelado es un guiño hacia la realidad, pero no la realidad en sí. En El infinito se acaba pronto, este guiño se reproduce en mise-en-abyme: Joseph Avski es el pen name o seudónimo del colombiano de Montería "José Palacios", quien en la novela de su vida decidió suplantarse a sí mismo con el "Joseph Avski" autor y personaje de ficción. Y, como sabemos, algo o mucho de Quijotesco hay detrás de esta suplantación nominal). El infinito se acaba pronto es también un diálogo con reflejos intertextuales. Tras la letra aleph con que comienza la novela, el primer capítulo comprende un solo párrafo con varias citas del Génesis que hacen referencia a la quimera de la Torre de Babel. Esta referencia bíblica no la recupera el autor a lo largo de la novela de forma explícita. No creo que esto haya sido un descuido, me parece que es una treta literaria en la que el primer capítulo se inscribe también como el epígrafe inaugural de la novela. Comenzar con la letra ‫ א‬es imprescindible para Avski, me parece, con el fin de inscribir las historias de Cantor y Marcos como parte de un entramado infinito de historias, que como se dirá más adelante: "No importa qué tan inmenso sea un infinito siempre hay otro más ridículo, se suceden sin límite, uno más grande que el anterior, todos inconmensurables, neciamente incomprensibles para la limitación humana" (p.79). Quizás la memoria tiene una relación analógica con el infinito. Memoria, en un sentido histórico, sugiere una o varias historias que no figuran en los archivos historiográficos, de ahí que Enzo Traverso y Susan Sontag, entre otros, hayan ofuscado la idea de la recuperación de la memoria como una forma de hacer crítica historiográfica. Nuestra memoria vital e histórica puede fungir como un archivo de donde extraer evidencias para contrapuntear los discursos históricos que pretenden instaurarse como verdades absolutas. Esta novela de Joseph Avski echa mano de los archivos de la memoria para delinear los temblores vitales de Georg Cantor a través del desplome emocional de Marcos Lyons Pupo. Parafraseando el prólogo que Octavio Paz escribió a la obra de teatro de Luis Cernuda, La familia interrumpida, El infinito se acaba pronto establece una tensión constante entre "la memoria y el olvido". Después del primer capítulo epigráfico que hace referencia a la Torre de Babel, la novela, me parece, arranca en el segundo capítulo, justamente con un recuerdo en el

 

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que se menciona al novelista colombiano más universal: "Al entrar al corredor recordé un cuento de García Márquez en el que una mujer ingresa a un manicomio..." (p.9). Este me parece un recurso de viveza en el que Avski hace un guiño a la tradiciones literarias colombiana y latinoamericana. Si recordamos la famosa frase inaugural de Cien años de soledad, "Estaba el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento cuando recordó...", podemos notar que en una frase Avski inserta las historias que nos va a contar dentro del infinito literario narrativo y al mismo tiempo fortalece la voz autorial en primera persona, cuyo sustento es la experiencia y el conocimiento directo de lo que nos contará. Y así ocurre. Avski halla de manera accidental, o casual, a Marcos en un manicomio de Montería, ciudad natal de ambos, cuando buscaba algo relacionado con el poeta Raúl Gómez Jattin, quien, imagino, con toda la ignorancia que poseo en torno a Gómez Jattin, una vez estuvo recluido en ese manicomio. De esta forma, la investigación extraliteraria o la curiosidad personal se convierte, en el caso de Avski, en la chispa que enciende la mecha de su propia memoria. Es así como llegamos a conocer a Marcos Lyons Pupo, a quien Avski el personaje maltrata a lo largo de la novela como si fuera un perdedor de la vida, un sin nada, un pendejo total, un loquito mitómano, megalómano, niño prodigio de pueblo, incoherente, fallido remedo de matemático, que una vez estudió matemáticas en la Universidad de Antioquia sin llegar a licenciarse. Del encuentro fortuito entre Avski y Marcos renace al final del primer capítulo, a través de otro recuerdo, la memoria del matemático Georg Cantor: "Recordé que Borges argumenta que todos los hombres somos en realidad uno, que nuestro destino es singular; y pensé que por lo menos en ese universo el loquito de la mugrosa bata blanca sentado frente a mí, era también Georg Cantor, el gran matemático del infinito". Esta alusión a Borges me parece crucial para comprender la indiferencia y el maltrato que Avski el personaje prodiga a Marcos el loquito. Después de este capítulo, habrá una alternancia casi perfecta (salvo al final de la novela cuando dos capítulos consecutivos hablan sobre Marcos) de capítulos que destejen las obsesiones intelectuales y espirituales de Georg Cantor y Marcos Lyons Pupo. Este entramado de alternancias nos presenta, por una parte, a un Georg Cantor que escucha una Voz, quizás celestial o quizás diabólica, que lo empuja a buscar el infinito en los números hasta su muerte en 1918. Por otra parte, nos presenta los incontables fracasos de toda índole del indeseable Marcos, a quien el narrador le desea al final de la novela "suicidio". En esta alternancia, el narrador esboza a Cantor como un portento intelectual de perseverancia, mientras

 

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que a Marcos como un fracasado que falsifica su título universitario (de la Universidad de Gottingen) para dar clases en una escuela primaria, de donde es despedido cuando se enteran que no habla ni gota de alemán. Sin embargo, recordemos una vez más a Borges a través del narrador: "Todos los hombres son un solo hombre". La locura genial de Cantor es también la locura opaca y lastimera de Marcos. Cantor fracasó en su proyecto inmenso y vital de probar la Hipótesis del Continuo; Marcos, por su cuenta, fracasó en su proyecto vital de licenciarse en matemáticas con una tesis sobre Cantor. Pero no olvidemos que "No importa qué tan inmenso sea un infinito siempre hay otro más ridículo". Acaso, a lo largo de la novela, me parece que Avski, al denostarla y ridiculizarla, enmarca la vida de Marcos en una inmensidad más humana y compleja: la inmensidad del fracaso del idealista latinoamericano, porque el fracaso de Marcos, como lo narra Avski, es contundente y feroz. El infinito se acaba pronto es una novela que en su brevedad contiene el maleficio de la trascendencia. Es una novela que debe leerse. Donde habla una generación colombiana, y me atrevo a decir que también latinoamericana, cuyo fracaso político y económico fue tan fuerte y profundo como sus ideales rotos sin un sentido preciso del futuro y la duración de la juventud. El lector hallará en esta novela una voz sabia, que como Marcos Lyons Pupo y Georg Cantor, aspira a su lugar en la inmensidad delirante del infinito.

Francisco Laguna Correa University of Pittsburgh

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