Reseña a F. Rodríguez Mansilla, Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla», Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2012.

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Descripción

Criticón

119  (2013) El libro de poesía entre Barroco y Neoclasicismo (1651-1750) ................................................................................................................................................................................................................................................................................................

Adrián J. Sáez

Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla»

Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2012. 659 p. ................................................................................................................................................................................................................................................................................................

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Referencia electrónica Adrián J. Sáez, « Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla» », Criticón [En línea], 119 | 2013, Publicado el 01 septiembre 2014, consultado el 24 septiembre 2015. URL : http://criticon.revues.org/693 Editor : Presses universitaires du Mirail http://criticon.revues.org http://www.revues.org Documento accesible en línea desde la siguiente dirección : http://criticon.revues.org/693 Document generado automaticamente el 24 septiembre 2015. La pagination ne correspond pas à la pagination de l'édition papier. © PUM - Criticón

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Adrián J. Sáez

Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla» Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2012. 659 p. Paginación del documento papel : p. 260-262 1

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Ha salido a la luz, al fin, la esperada edición de las novelas picarescas de protagonista femenino que dejó al mundo Castillo Solórzano, en edición y estudio de Rodríguez Mansilla. Y es que ha tardado mucho en aparecer, único reproche que se le puede poner a un trabajo que bien puede tacharse de redondo: que haya tenido al curioso lector aguardando tanto para disfrutar y enriquecerse con sus páginas desde que fue defendida como tesis doctoral en el año 2008 en la Universidad de Navarra, años después de haber sacado su monografía La nave de los pícaros: Investigaciones sobre la novela picaresca (Lima, Fondo Editorial de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, 2005) y una guía de lectura del Lazarillo de Tormes (Berriozar, Cénlit, 2010). En unas 150 páginas se condensa un jugoso estudio preliminar, que puede abrir el apetito o cerrar un buen banquete, según se lea antes o después de degustar las dos novelas picarescas que recoge el volumen. Comienza con un apretado resumen de los principales avatares biográficos de Castillo Solórzano, cuyos pasos siguieron siempre a sus mecenas y protectores. Un estatuto de pseudoservidumbre que, en el mundo literario, le deparó una buena situación, desde la que trató de construirse una imagen jocosa y conformista para, así, favorecer su triunfo «en la praxis social de la literatura» (p. 16). En este contexto puede parecer sorprendente que meta su pluma por terrenos picarescos, pero Rodríguez Mansilla aduce que lleva a cabo una reformulación desde su propia ideología y desde su praxis literaria, y lo hace en dos sentidos: en su relación dentro del campo literario del momento y en su tratamiento de las novelas de pícaros desde su dominio de la narrativa cortesana. Primeramente, la trayectoria de Castillo Solórzano se sitúa entre la de Quevedo y la de Cervantes: si enlaza con el primero en el cultivo de los versos jocoserios y su postura vital, se aleja de una posible competencia para centrarse en la novela, campo escasamente transitado por Quevedo y con su maestro Cervantes ya fuera de acción. La experimentación es el rasgo sobresaliente de este camino: desde la inserción de piezas dramáticas hasta el tratamiento evolutivo que depara a la materia picaresca, tratando de dar con la tecla que se ajustase a los gustos del público. Labor que lleva a cabo desde una atalaya atrevida o cómoda, según se mire. Con El Proteo de Madrid (1625) ensaya la creación de un primer pícaro, mientras en Las harpías en Madrid (1631) ya se atisba su santo y seña narrativo: la fusión de los modelos del relato cortesano y la novela picaresca. Rasgo del que se distanciará para afiliarse a la picaresca convencional en La niña de los embustes, Teresa de Manzanares (1632), el Bachiller Trapaza (1637) y La garduña de Sevilla (1642). En su prosa, Castillo Solórzano comparte con Avellaneda una concepción similar del humor centrado en defectos físicos o morales, concepción que se comprende teniendo en cuenta sus receptores privilegiados: los miembros de la nobleza urbana y, más particularmente, las mujeres. En el siguiente capítulo repasa Rodríguez-Mansilla el subgrupo de la picaresca femenina, que ha de ser leído desde la misoginia que preside la narración autobiográfica. Solo así se entienden las fallas estructurales de estos textos, que se ven condenados al «descalabro» por la misma elección de una narradora femenina. Desde La pícara Justina (1605) y La hija de Celestina (1612), se aprecia que en el relato picaresco de protagonista femenino prima la desigualdad formal y se tiende a enfocar la lupa sobre los personajes. Pero Rodríguez-Mansilla sabe prescindir de dichas polémicas en torno a la adscripción al canon picaresco para analizar Criticón, 119 | 2013

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los dos textos desde las nuevas condiciones socio-históricas y subrayar las razones del atractivo que poseen las pícaras, que no pueden motejarse de simples degeneraciones o remedos de sus hermanos masculinos. De lo general a lo particular, sigue el turno singular de Teresa y La garduña. En la construcción de la pseudoautobiografía de la primera, Castillo Solórzano ha tratado de superar varios de los problemas advertidos en La pícara Justina mediante el uso de paratextos y la apropiación de discursos ajenos. Otro rasgo fundamental es la comicidad: el humor surge especialmente de la burla de figuras, víctimas ideales por sus defectos físicos o morales y su escasa posición en los estamentos sociales, con diversidad de reacciones. Teresa se salva, casi hasta el final, de ser blanco de risas, prueba —dice el editor— de «su rol destructivo», similar a una «viuda negra» que trae la muerte a los hombres que se acercan a ella. Prosigue el trabajo con el análisis del espacio urbano madrileño, un marco que, como «madre» (pp. 76-77), enseña a la pícara la importancia de las apariencias y del vestido, «sensibilidad de tipo suntuario» (p. 86) que no perderá de vista durante el resto de sus peripecias. Por último, se recorren los hilos intertextuales entre La niña de los embustes de Salas Barbadillo, hipotexto clave del que parte Castillo Solórzano para pergeñar su novela, ya desligada de la vocación celestinesca de su predecesora, y con un título que, además, remite a un antecedente picaresco: el Lazarillo de Manzanares (1632). El abordaje de La garduña de Sevilla se centra en dos puntos principales: la estructura de centón, con tres novelas intercaladas, y la mixtura entre novela cortesana y relato picaresco. Parece que Castillo toma de la picaresca solo el esquema de la burla y el personaje principal para crear la historia central, que servirá como marco narrativo para las tres novelas cortesanas. Y aunque Rodríguez Mansilla mantiene que «el lector nunca pierde interés en las vicisitudes de la pícara» pese a estas rupturas (p. 102), en realidad el hilo narrativo se rompe hasta el extremo de que el lector —o al menos este— desearía saltar por encima de unas interpolaciones a través de las que se da forma a los avatares y la identidad de la nueva nobleza urbana que constituye el «público objetivo» de Castillo Solórzano (p. 136) y que «acaba contaminando la historia principal» con sus aires cortesanos (p. 137). Efectivamente, la influencia de la novela cortesana es grande y se aprecia en múltiples niveles: la regularidad de cada libro, el manejo de los espacios y la vocación de dama felizmente casada que, tomada de su madre, hereda Rufina. Un happy end que «representa una ruptura en la pequeña tradición de la picaresca femenina», porque «la protagonista deja de ser pícara» (p. 121) De este modo, Rodríguez Mansilla reflexiona agudamente sobre la relación entre las narraciones cortesanas y picarescas (en dos tandas: pp. 119-122, 137-147): según defiende, Castillo lleva a cabo un proceso de «cortesanización» de la novela picaresca o, en otras palabras, una «fusión integral» entre ambas especies narrativas (p. 137). Esta lograda combinación entre lo picaresco y lo cortesano puede juzgarse, pues, la culminación de las diversas tentativas previas. Tras los criterios de edición y algunas notas sobre la fortuna foránea de La garduña, la bibliografía es el gozne entre el estudio y los textos. Únicamente recomendaría, sobre el proceso de self-fashioning que comenta al paso en los primeros compases de la introducción, el estudio del hiperbólico caso de Lope (Antonio Sánchez Jiménez, Lope pintado por sí mismo: mito e imagen del autor en la poesía de Lope de Vega Carpio, London, Tamesis, 2006). Los dos textos se presentan cuidadosamente fijados y puntuados. Solo detecto una posible falla (Teresa, XIV, p. 338: «lucía sin comparación mucho, sin el hábito de estudiante», que hace mejor sentido sin la coma) y una errata colada de rondón (Garduña, I, p. 447: «no pudo decir aun decir “Jesús”», donde sobra el primer verbo). Asimismo, la anotación es muy completa. Con todo, quizás puedan añadirse algunas aclaraciones o precisiones ocasionales, que expongo a vuelapluma. En el segundo capítulo refiere Teresa sus orígenes: su madre era una gallega que casa con un francés, que muere tras una gran borrachera (III, pp. 204-205). Pues bien, resulta oportuno recordar la fama tradicional de grandes bebedores de estos vecinos norteños, vicio del que se hace eco Gracián en El Criticón (I, 7) y en otros textos que documenta Herrero García (Ideas de los españoles del siglo XVII, 2.ª ed., Madrid, Gredos, 1966, pp. 405-406). En este mismo campo de las imágenes nacionales, es posible que en el texto funcione la consideración de las mujeres musulmanas como lascivas. Al menos es una conexión establecida en el relato:

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al poco de comprarla, el narrador dice que Emerenciana «era moza liviana» (XVIII, p. 397) y en otro lugar la denomina «descendiente de Agar» (XIX, p. 415), procedencia que explica Rodríguez Mansilla sin referirse a su conocida lascivia (ver Herrero García, Ideas…, pp. 543-545). Precisamente, Teresa ha decidido que esta esclava suya se haga pasar por su hermana para favorecer una de sus burlas (XVIII, p. 391: «para que no todos penasen por la viuda, me pareció poner en astillero de hermana mía doncella a Emerenciana, la otra esclava, que tenía muy buena cara y no poco despejo»); pero, dentro de la traza, dice que se trata de su «sobrina» (XVIII, p. 394). Es preciso, pues, destacar este descuido y comentar esta tradicional simulación de parentesco, capa que una y otra vez se visten pícaros y otros similares personajes literarios, ya sea para encubrir relaciones prostibularias o simular una ascendencia superior con ejemplos como La hija de Celestina (con Montúfar y Elena diciéndose hermanos) o El diablo cojuelo (Tranco III, p. 95: «entraron a otra plazuela al modo de la de los Herradores, donde se alquilaban tías, hermanos, primos y maridos, lacayos y escuderos, para damas de achaque que quieren pasar en la Corte con buen nombre y encarecer su mercancía»). En otro lugar de la novela, Teresa se casa con Sarabia, un hombre mucho mayor que ella: recreación del tema del matrimonio desigual entre el viejo y la niña que viene seguida por la burla tradicional conocida como cencerrada, bien estudiada por J. M.ª Usunáriz («El lenguaje de la cencerrada: burla, violencia y control de la comunidad», en Aportaciones a la historia social del lenguaje. España siglos XVI-XVIII, eds. R. García Bourrellier y J. M.ª Usunáriz, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2005, pp. 235-260). Un par más de La garduña de Sevilla: creo que «encartar» (IV, p. 586: «temeroso de que en el potro no le encartase») merece explicarse como ‘condenar’ (Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, eds. I. Arellano y R. Zafra, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2006, s. v.) y anotar que las «tres potencias» (IV, p. 625) que don Jaime rinde a Rufina y que el lector de hoy tal vez no sepa que son memoria, entendimiento y voluntad, base del ser racional. Algunos detalles mínimos que en ningún caso empañan una labor encomiable y excelente. Porque, en fin, ya se sabe: cada maestrillo, tiene su librillo. Se cierra el libro con una tabla de conceptos y voces anotados. Teresa y Rufina no lo sabían, pero finalmente sus ansias de medro se han visto más que satisfechas. Nada mejor podía depararles el destino que esta edición, escoltada por un solidísimo estudio, de Rodríguez Mansilla. Es, desde luego, la cumbre de toda su buena fortuna, que diría su abuelo Lázaro. Referencia(s): Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla». Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/ Vervuert, 2012. 659 p. (ISBN: 978-84-8489-678-4 [Iberoamericana]; 978-3-86527-727-5 [Vervuert]; Biblioteca Áurea Hispánica, 79.) Para citar este artículo Referencia electrónica Adrián J. Sáez, « Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla» », Criticón [En línea], 119 | 2013, Publicado el 01 septiembre 2014, consultado el 24 septiembre 2015. URL : http:// criticon.revues.org/693

Referencia en papel Adrián J. Sáez, «  Fernando RODRIGUEZ MANSILLA. Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano: «Teresa de Manzanares» y «La garduña de Sevilla»  », Criticón, 119 | 2013, 260-262.

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Autor Adrián J. Sáez CEA-Université de Neuchâtel

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