REPRESIÓN Y ACCIÓN COLECTIVA EN LA GUATEMALA POST CONFLICTO LOS COMITÉS DE VÍCTIMAS DE CHOATALUM

September 1, 2017 | Autor: Santiago Bastos | Categoría: Peace and Conflict Studies, Guatemala, Pueblos indígenas, Represión Política, Movimientos Indigenas
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Proyecto CRISE - Guatemala

REPRESIÓN Y ACCIÓN COLECTIVA EN LA GUATEMALA POST CONFLICTO LOS COMITÉS DE VÍCTIMAS DE CHOATALUM (SAN MARTÍN JILOTEPEQUE, CHIMALTENANGO) Santiago Bastos (FLACSO-Guatemala) 1

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Este trabajo se presenta con una sola firma, pero hubiera sido imposible sin la colaboración profesional de Montserrat López Martín, estudiante de la Licenciatura de Antropología Social y Cultural en la Universidad Autónoma de Madrid, y de Marcelo Zamora y Ana Lucía Robles, que también hicieron trabajo de campo en la aldea en el marco del proyecto “Mayanización y vida cotidiana”. Don Domingo Hernández Ixcoy y el resto del personal de Saqb’e y Uk’ux B’e, fueron coautores de versiones previas de este texto y sus primeros destinatarios. Pero, como siempre pasa en estos casos, la imagen que ha guiado estas reflexiones es la de las y los integrantes de los Comités de Víctimas de Choatalum, en su lucha por el reconocimiento de la legitimidad de sus actuaciones. Una versión previa y más recortada se publicó en el volumen 2 de la colección “Mayanización y vida cotidiana”, FLACSO/CIRMA con el título de “Violencia, memoria e identidad: el caso de Choatalum (San Martín Jilotepeque, Chimaltenango)”

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El episodio que más ha marcado la relación entre el Estado guatemalteco y la población indígena en este cambio de sigo ha sido sin duda la represión de que ésta fue objeto en los años 80. Llegó a tomar forma de un genocidio por la su alcance y el carácter sistemático con que se procedió, llegando a casi 100.000 muertos en un año. Este hecho vino precedido de todo un proceso de organización social entre los mayas, que conectó con el accionar insurgente. La brutal respuesta estatal pareció cortar este proceso; pero también fue el prefacio de la dinámica organizativa que llevó a la consolidación del movimiento maya y la asunción del discurso multicultural por ese mismo Estado, apenas 15 años después. En este nuevo contexto persisten aún los efectos de aquellos duros episodios, que son fundamentales para entender cómo se están dando en Guatemala las dinámicas actuales de acción colectiva Para ello, vamos a indagar en el caso de la aldea kaqchikel de Choatalum, un conjunto de siete “parajes” perteneciente al municipio de San Martín Jilotepeque (Chimaltenango). Se trata de un espacio empobrecido y con un fuerte poder ladino, que en los 80 conoció un alto grado organizativo y una enorme represión posterior. En esta aldea funcionan en la actualidad unos Comités de Víctimas asociados, a través de diferentes organizaciones, a algunos de los procesos que están marcando la acción colectiva actual: las exhumaciones de cementerios clandestinos, el resarcimiento por parte del Estado, el enjuiciamiento de los culpables; así como el despertar de la conciencia maya. Lo que acá se va contar supera a esta aldea, pues Choatalum es una más de las 400 aldeas arrasadas en los momentos álgidos del conflicto armado y militarizadas durante los siguientes 15 años, que en la actualidad se organizan para lograr un reconocimiento como víctimas de aquella barbarie. Su caso es un ejemplo de un proceso que de forma más o menos similar, han vivido y están viviendo otras muchas comunidades indígenas en Guatemala. Por ello, lo que se pretende es analizar la acción colectiva desarrollada en esta comunidad, en relación con las dinámicas nacionales y globales en que están insertas, para mostrar así los avatares de la organización entre los mayas en un espacio como Guatemala, las tensiones que se generan alrededor de esas dinámicas organizativas en las que se vinculan con otros a actores diversos.2

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San Martín Jilotepeque en la historia de Guatemala

La historia de San Matrtín Jilotepeque es en general la historia de muchas de las comunidades del altiplano guatemalteco, marcadas desde hace cinco siglos por la subordinación étnica, y desde hace cinco décadas por los esfuerzos por salir de ella. Quizá lo que le es más propio, como vamos a ver, es el grado en que estos dos procesos se han vivido. Pero eso tampoco es único del municipio, sino de la región en que se asienta: las áreas kaqchikeles, k’iche’s y achi’s del alto Motagua.

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Por acción colectiva, se va a entender, de forma amplia, el uso de instrumentos políticos para fines políticos y económicos. Es decir, acciones que superan lo meramente instrumental –como riegos o cooperativas- y buscan soluciones más globales que impliquen cambios de relaciones de poder. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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1.a

Cruce de caminos y poder ladino

El espacio que hoy ocupa el municipio de San Martín Jilotepeque se extiende desde las alturas de 2,000 msn en el altiplano central, hasta los 700 msn a orillas del río Motagua, que cruza el país de occidente a oriente y sirve de límite entre el departamento Chimaltenango y los de Quiché y Baja Verapaz. Al este, el río Pixcayá sirve de límite con el de departamento de Guatemala, donde se asienta actualmente la capital de la República. Por esta ubicación y diversidad ha sido siempre un espacio de cruce de caminos y de frontera político-cultural. De hecho, durante el siglo XV fue territorio de frontera entre los reinos kaqchikeles de Iximché y Chonomá y de estos con los k’iche’s y achi’s del lado norte del Motagua (Carmack, 2001: 143-156). La impresionante ubicación de la fortaleza conocida como Mixco Viejo (Chwa Nima Ab’äj, es su nombre en kaqchikel) es una de muestra de este carácter de frontera y cruce de caminos.3 Esta localización tomó un carácter nuevo cuando los españoles instalaron su capital en el valle de Panchoy, cuya cercanía propició un temprano acaparamiento de tierras altas para la siembra de trigo, y el repartimiento para trabajarlas de la población concentrada en el nuevo pueblo de indios de Xilotepec (“cerro de elotes”). 4 Desde entonces, la presencia de población no indígena ha sido la otra constante de la vida de los kaqchikeles de este municipio. Desde inicios de la colonia, fueron obligados a pagar tributo a encomenderos, Corona e Iglesia; además de tener que trabajar las tierras y producir manufacturas para de todos ellos. Cuando, pese a las prohibiciones reales (Esquit 2004), en el siglo XVIII los españoles y mestizos empiezan a ser numéricamente importantes, establecen latifundios para ganado y caña de azúcar en las tierras bajas junto al río Motagua. Los trabajadores no indios que llegan a estas haciendas y trapiches, son parte del proceso de poblamiento ladino que llega desde el Motagua medio. Con ello y el traslado de la capital al Valle de la Ermita a finales del XVIII, el flujo de caminos e influencias en San Martín aumenta y se diversifica, al incluir ahora la región ladina del Motagua y la cercana capital. La independencia a inicios del XIX permitió a los ya llamados ladinos controlar las nuevas municipalidades y apropiarse de las tierras hasta entonces comunitarias o propiedad de cofradías, como en otros pueblos cercanos. La relación interétnica local se comenzó a dar a través de las Alcaldías Indígenas, que regulaban los asuntos de esta población combinado dominación y autonomía (Rodas y Esquit, 1997; Esquit, 2004). En San Martín esto supuso la consolidación y legalización, tanto de las propiedades en el área del Motagua, como del control de la Municipalidad por el sector mestizo con presencia previa. Con la implantación del café en la segunda mitad del siglo como motor de al economía guatemalteca, se diversificaron las formas de tenencia del tierra, las de presencia ladina y criolla y la explotación indígena en San Martín, pues familias criollas de la capital compraron tierras a los ladinos locales para usarlas como “fincas de mozos” para 3

A estas alturas hay consenso de que este lugar, ubicado en territorio municipal de San Martín, ha de ser denominado como “Jilotepeque Viejo”, y era una fortaleza de avanzada de los kaqhikeles de Iximché en una estratégica posición respecto a los tres reinos vecinos (Carmack, 2001; Paz Cárcamo, 2004). 4 Mientras no se mencione lo contrario, los datos históricos que siguen provienen de Adams (1979) Consulté esta tesis a través de una copia de un manuscrito traducido al español, por lo que la paginación no correspondía al original; y por eso no pongo en número de páginas en las citas. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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sus cultivos de café en la bocacosta.5 Con ello, los indígenas se convirtieron en la mano de obra para la recolección del café, a través de estas fincas o por los demás mecanismos legales, compulsivos o económicos existentes. Algunos ladinos seguían como aparceros en las fincas de ganado y azúcar, mientras otros entraron al ciclo político económico del café y el liberalismo como intermediarios de los criollos (Smith, 1990; Taracena et al, 2003). Así, su pérdida de autonomía se compensó con un aumento de poder local –a costa de la Alcaldía Indígena- y con su vinculación a redes de poder a nivel nacional. Esta tendencia aumentó con el cambio de siglo, cuando comenzó la emigración de ciertas familias ricas y tradicionales del pueblo a la capital, vinculándose con criollos y ladinos poderosos sin perder sus vínculos locales. En estos momentos se fue definiendo la estructura socioétnica de San Martín para el resto del siglo XX: en 1918 un tercio de la tierra del municipio estaba ocupada por fincas de mozos propiedad de criollos capitalinos, un tercio por latifundios ganaderos y azucareros propiedad de ladinos locales, y finalmente, el otro tercio por minifundios propiedad de indígenas. Para 1976, más de la mitad de la población rural de San Martín – la gran mayoría indígenas- tenía que arrendar tierra, y apenas un 11% podía sustentarse con el producto de su propia tierra (Adams, 1979). Fruto de esta historia, los ladinos de San Martín han mantenido un poder que fueron perdiendo en otros municipios del mismo departamento (Hale, 2000), pero que comparten con espacios vecinos como Rabinal.6 Se trata de los que Adams (1957: 335-336) llama “ladinos viejos”, que se asumen descendientes de los españoles y tienen un manejo absolutamente racista de las relaciones étnicas, incluso con los llamados ladinos nuevos o con los ladinos rurales, muchos de los cuales están en las mismas condiciones que los indígenas. Basan su poder en la vinculación que han creado con los niveles políticos nacionales establecidos en la capital, que les ayudan a mantener su supremacía a nivel local. Esta presencia ha marcado la capacidad desarrollo de los indígenas sanmartinecos, que no han podido aprovechar las oportunidades que se abrieron desde mediados del siglo XX para el cambio socioeconómico en todo el país.

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La organización en un municipio kaqchikel

Bastante de la historia reciente del municipio de San Martín, y de Choatalum en él, tiene que ver con la lucha de los indígenas por arrancar ese monopolio del poder local a unos ladinos que han buscado mantenerlo a toda costa. Como en muchos otros lugares, la revolución de 1944 creó los primeros espacios para que los kaqchikeles sanmartinecos pudieran empezar a aspirar tomar las riendas de su destino. La vinculación ladina con el liberalismo oligárquico llevó a los partidos revolucionarios a buscar indígenas para su representación local, y así en 1950 ya hubo

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Las “fincas de mozos” estaban en el altiplano, eran compradas por los cafetaleros para tener una reserva de mano de obra, que trabajaba obligada en la recolección estacional de café a cambio de poder cultivar las tierras en ellas (González, 2002). La familia Herrera, por ejemplo, en 1976 ocupaba en San Martín a 530 de trabajadores en dos fincas, que estaban obligados a bajar a recoger café a Osuna y azúcar a El Baúl (Adams, 1979).Wajxaqib’ Batz’ (1998: 2) cita también a las familias Castillo, Sinibaldi e Ibargüen como propietarias de tierras en San Martín 6 A mediados de los setenta, “siendo menos del 15% de la población total, los ladinos constituían hasta hace poco la mayoría de la población urbana y están concentrados en torno a las mejores tierras del área rural” (Adams, 1979). REPRESIÓN Y ACCIÓN

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dos indígenas en la municipalidad dirigida por el Partido de Acción Revolucionaria –PAR-, y en 1952 fue un indígena le que llegó al cargo de Alcalde Municipal por este partido. Fue también el PAR, como partido de Gobierno con Jacobo Arbenz, quien impulsó la primera experiencia organizativa de los indígenas en el país, como campesinos, a través de los Comités Agrarios que se organizaron para sacar adelante el proceso de la reforma agraria. Chimaltenango fue uno de los departamentos en que más tierras se confiscaron (Baumeister, 2007), y en San Martín en concreto fueron bastantes, la mayoría baldías, “de mozos” o de las usadas para crianza de ganado, propiedad de familias ladinas y criollas de la capital.7. Los ladinos locales se sentían cada vez más amenazados, y fueron consolidando una oposición a los representantes locales del régimen arbencista. 8 Ellos fueron la base local de la contrarrevolución que en 1954 terminó con esta experiencia democrática y permitió el regreso a los esquemas de poder previos. Como en otros muchos lugares, las tierras se devolvieron a los antiguos dueños. En San Martín, la dureza de la persecución a quienes habían participado en los Comités y otros espacios organizativos quedó asegurada por el hecho de que el Ministro de Gobernación del nuevo gobierno de Castillo Armas era un ladino originario del pueblo. Así, como en todo el país, la primera experiencia liberadora moderna terminó con una represión organizada, en este caso sobre todo contra los indígenas, reforzándose el poder de los ladinos, y la subordinación de los indígenas en lo político y lo laboral. La siguiente fase de esta lucha comenzó en los años 60 cuando la modernización capitalista trajo cierta diversificación en las actividades agroexportadoras (Guerra Borges, 2006), que para los indígenas supuso bajar a la costa no sólo a recoger café, sino también azúcar, algodón, ajonjolí, etc. Como casi todo el altiplano occidental y en Chimaltenango en concreto, San Martín fue escenario de políticas desarrollistas de diverso signo, que intentaron paliar la falta de igualdad con inversión productiva. Se juntaron así la revolución verde con las formas organizativas como las cooperativas-. Pese a estar inspiradas en la Alianza para el Progreso y tener fines claramente desmovilizadores, los efectos deestas inciaitivas no fueron esos. “Las primeras tentativas de la “revolución verde” -que promovían la introducción de fertilizantes y otras técnicas para aumentar los rendimientos- siguieron metas economicistas. Pero aún cuando estos programas encajaban dentro de una lógica política conservadora y paliativa, hubo una tendencia fuerte a rebasarla. La organización para fines de modestos avances económicos rápidamente enfrentaba barreras de corrupción, racismo y desigualdes estructurales, que tendían a politizarla... Podemos ver a la organización estrictamente económica, no sólo como precursor, sino en algunos casos detonante (aunque no intencionado) de la organización indígena con demandas en materia de culturalpolítica que surgió después.” (Hale, 2000: 8)

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Baumeister calcula que un 35% de la PEA rural del departamento de Chimaltenango fue beneficiaria – aunque por muy breve espacio de tiempo- de la entrega de tierras (2007: 29, tabal 7) Por otro lado, no se puede hablar de una orientación étnica de la reforma agraria, ni siquiera con seguridad si afectó más a áreas de población indígena o no indígena (Adams y Bastos, 2003) En este caso aplicaría la idea de Jim Handy de que en la Revolución se dio una política ambigua hacia el indígena, pues su existencia producía tensiones complejas y enraizadas en "muchos guatemaltecos (que) temían el despertar de ese 'mundo totalmente extraño'" (1990:184) y de que "este temor a un conflicto étnico y a un levantamiento violento de los indígenas... fue lo que aceleró, más que cualquier otro elemento, la caída de la revolución en 1954 “(1990:196). REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Los campesinos se comenzaron a organizar con la figura de las Ligas Campesinas, que a su vez están vinculadas a dos centrales sindicales de nivel nacional: la CNT –“de tendencia socialcristiana, afiliada a la CLAT” (Jiménez, 1985: 308)- y FASGUA – “autónoma” (ibid)-. En San Martín llegó a haber 13 de ellas (Gutiérrez, 2005: 22), que actuaban comprando tierra o fertilizantes y como instituciones de defensa de los campesinos que se encontraban en situación de incertidumbre laboral o respecto a la tierra; ya fueran aparceros, arrendatarios o jornaleros. Pese a sus escasas posibilidades de acción, eran vistas por funcionarios y ladinos locales con desconfianza y hostigadas en su labor. Las cooperativas fueron otros espacios institucionales importantes, fundamentales para lograr crédito y fertilizantes en las condiciones de precariedad de los campesinos minifundistas, y algunas aún perduran. A mediados de los 70, había tres en San Martín, ligadas a federaciones nacionales, a proyectos norteamericanos como la Fundación del Centavo, y a iniciativas democristianas como el IDESAC, con financiamiento alemán. Éstas y otras instituciones promovieron procesos formativos, ya fueran agrícolas, como promotores o dentro de la misma iglesia Esta “revolución productiva” no llegó a cuestionar las bases económicas de la oligarquía cafetalera, pero fue acompañada de otra de carácter cultural, moral y política, que comenzó con la presencia de Acción Católica en el área desde los años 50, pasó por el cuestionamiento religioso a los sistemas gerontocráticos de poder local y terminó dándole un contenido político y organizativo al proceso de modernización que se vivía. Fue un proceso generalizado en todo el altiplano maya, y que representa el cambio cultural y político asociado a la modernización desde lo indígena. Se empezaron a transformar las estructuras internas y las relaciones étnicas de las comunidades y con ello, sus instituciones. Más allá de lo religioso, la Acción Católica sirvió de vehículo institucional a una forma de entender la inserción sociopolítica que se oponía y en muchos lugares se enfrentó a la representada por Alcaldías indígenas, cofradías y la gerontocracia. La cohesión social comunitaria permitió que se crearan liderazgos locales muy sólidos, que reunían en una persona las diversas facetas: religiosa, agrícola, sanitaria, política (Gutiérrez, 2005: 17) 9 Este proceso se da en San Martín, más en las tierras altas minifundistas que en las tierras bajas, en donde se había reclamado tiras a través de la reforma agraria y fueron más duramente reprimido. “Desde mediados de la década de los sesenta, las organizaciones locales han proliferado y se han diversificado. Cada una ha sido formada para abordar de una u otra forma, problemas sociales, económicos y/o políticos” (Adams, 1979). Además de las instituciones productivas, laborales o religiosas, se extienden los comités pro mejoramiento que buscan ampliar la infraestructura básica de las aldeas y parajes –agua, escuelas, caminos…-; También surgen organizaciones culturales, como la Asociación de Desarrollo Social y Cultural Sanmartineca, “formada por profesionales indígenas quienes tenían vínculos con otras organizaciones de Quetzaltenango, Totonicapán, Cobán, Palín, Tecpán, Sololá y Quiché y buscaban superar la segregación” (Gutiérrez, 2005: 24).

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Ver Falla (1980), Britnall, (1979) Colby y van de Berghe (1969); Le Bot (1995), Murga (2006), etc. Esquit (2008) argumenta que las bases de esta transformación ideológica se encuentran ya en las actividades y discursos de élites locales, como la de Comalapa, desde inicios del siglo XX. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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De la alfabetización y lecturas compartidas se va pasando al rescate cultural y de ahí al reclamo contra las formas racistas con que los ladinos del pueblo tratan a los indígenas. Como en el resto del altiplano, la dinámica va derivando, en una movilización que cada vez es más claramente política. Después de veinte años, en 1972 es elegido de nuevo un alcalde kaqchikel, esta vez por la Democracia Cristiana, pese a los intentos de los ladinos locales por alterar los resultados de la votación. Después de dificultar su labor por dos años, en 1974 consiguieron que un ladino ocupara fraudulentamente su puesto (Adams, 1979).10 En 1978 sería de nuevo elegido alcalde. Todo esto se da al mismo tiempo que a nivel nacional las opciones políticas se van polarizando y el movimiento revolucionario comienza su presencia política y militar en el altiplano tras la derrota de la primera guerrilla en el oriente del país. (Arias, 1985; Carmack, 1991; Le Bot, 1995; ODHAG, 1998; CEH, 1999). Este cambio geográfico conlleva también una nueva apreciación del indígena, que del papel retrógrado que le otorgan las posturas más ortodoxamente marxistas –como el PGT- pasa al de “nuevo sujeto revolucionario” dado por las organizaciones que surgen en estos años. Ellas van hegemonizando y dinamizando con su actuar la radicalización de diversos movimientos sociales surgidos de la modernización –sindicales, campesinos, estudiantiles, pobladores, indígenas-, y que no encuentran posibilidades de expresión con un régimen cada vez más cerrado y represor. La radicalización de la misma Iglesia católica en toda Latinoamérica tiene un papel fundamental en todo ello. En San Martín es fundamental el trabajo pastoral que comenzó a realizar un núcleo de sacerdotes jesuitas aglutinados en CIAS –Centro de Investigación y Acción Social, también conocidos como “los jesuitas de la casa de la zona 5”- que desde la teología de la liberación van articulando evangelio y militancia política (Gutiérrez, 2005: 23), de una forma que enlazará con los actores más progresistas de la Acción Católica y otras instancias católicas. Algunos de estos sacerdotes serán el primer contacto con la guerrilla y acabarán optando por esa vía. El terremoto del 4 de febrero de 1976 supuso una experiencia fatídica para todo el país con sus más de 25,000 muertos, pero se cebó en el altiplano central, en municipios como San Martín, donde murieron cientos de personas. Y también fue un hito en la capacidad organizativa y la politización de los indígenas (Arias, 1983; Adams, 1991, Hale, 2000). Como en otros espacios, fueron las organizaciones locales, sobre todo alrededor de Acción Católica, quienes dirigieron y se reforzaron en el proceso de reconstrucción, aunque según Adams (1979) acá esto no derivó en su radicalización política, sino que AC continuó siendo una fuerza conservadora en el municipio. Wajxaqib’ Batz’ también menciona la orientación “paternalista” de algunas iniciativas, que acabaron “anulando ... la capacidad de las comunidades”, mientras que otras “fortalecieron la conciencia de cambio” (1998: 11-12) Sin embargo, otras fuerzas sí aprovecharon esta situación para favorecer la organización local. De hecho, en los momentos posteriores al terremoto surgen instituciones aún importantes en San Martín, como la Asociación Xilotepeq, entidad de asistencia social no lucrativa o la Asociación para la Promoción de la Salud y el Desarrollo Socioeconómico, organización no gubernamental especializada en el área de salud comunitaria, preventiva y curativa con plantas medicinales. 10

Fue la misma elección en que un fraude reconocido impidiera que llegara a la Presidencia el candidato opositor presentado por la DC: el general Rios Montt. La impunidad del fraude y la falta de respuesta por la DC empujaron a gente vinculada a este partido –indígenas entre ellos- a la opción armada (Carmack, 1991; Althoof, 2000) REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Llega la revolución

Toda esta efervescencia organizativa va derivando en una propuesta política con carácter ya revolucionario. En esa dinámica es fundamental el aglutinamiento de los procesos campesinos en el Comité de Unidad Campesina –CUC-, surgido en la parte sur del Departamento del Quiché, y también el municipio de San Martín. De hecho, según Hale (2000: 15), el CUC fue fundado en una aldea de este municipio.11 El CUC recoge una gran cantidad diversa de iniciativas locales que, dada la pobreza y las relaciones sociales que prevalecen en el área en que se asientan, acaban privilegiando el análisis de clase pero sin perder la dimensión étnica: se definen como una organización de “indígenas y ladinos pobres” (Menchú y CUC,1992; Le Bot, 1995) y apuestan por el trabajo clandestino, desde una perspectiva ya revolucionaria aunque no armada. Los contactos, sobre todo con el EGP, se dan a nivel de ciertos dirigentes más que de una forma institucional. En general en este municipio, la respuesta popular fue importante. La aparición pública del CUC en el municipio fue con motivo de una manifestación pública el 25 de mayo de 1978, rechazando el trabajo forzoso en las fincas de la costa sur, reclamando derechos de los trabajadores y protestando por la desaparición de trabajadores de finca La Merced (Gutierrez, 2005: 31). El proceso organizativo, junto a la ausencia de posibilidades de participación con una presión cada vez más fuerte, y a la cada vez más cercana posibilidad del cambio social por el que llevaban luchando, fueron dando un ambiente insurreccional cuyo carácter centroamericano le daba más factibilidad aún. El carácter de semiproletarios agrícolas como jornaleros estacionales en las fincas, además de la experiencia en la cercana ciudad capital hacía a los sanmartinecos “dependientes del salario y del mercado” y por tanto más favorables a los discursos insurgentes sobre la explotación (Gutiérrez, 2005). En ese aspecto, San Martín se asemeja más a sus vecinos del norte- sur de Quiché y Rabinal- que sus compatriotas kaqchikeles de Chimaltenango: dado el tipo de dominación ladina, la movilización indígena que comienza en estos años, se hace más de la mano del discurso de clase que del étnico cultural. Una organización maya como Wajxaqib’ Batz plantea que:, “estas organizaciones revolucionarias contaban con cierto nivel de apoyo dentro de la población, especialmente el área rural... coincidían en el objetivo de buscar soluciones a sus necesidades ya la situación de injusticia... [pero también] representaron un poder impuesto sobre la comunidad, llegando a cometer abusos e incluso crímenes” (1998: 13)

El carácter de espacio de encuentro de San Martín hace que a inicios de los 80 se encuentren presentes en su territorio cuatro fuerzas guerrilleras, expresiones de las distintas tendencias y formas que ha ido tomando la lucha en esos años. Son formas en que el movimiento indígena y campesino se vincula al movimiento revolucionario, y cada uno de ellos tiene su forma de relación. Por un lado, San Martín formó el extremo suroriental del Frente Augusto César Sandino –FACS- que el Ejército Guerrillero de los Pobres –EGP- organizó en julio de 1981 sobre las bases y el trabajo del CUC. La implantación de este frente supone la generalización de la fase de guerrillas en el corazón mismo del país, a pocos kilómetros de la capital (Schirmer, 1999), y San Martín el camino para acercarse a ella vía San Juan Sacatepéquez. Los habitantes de las aldeas se organizaban políticamente en los CCL – comités clandestinos locales- y militarmente en las FIL –fuerzas irregulares locales- pero 11 Según otras versiones, se fundó en Santa Cruz de Quiché (Carmack, 1991; Le Bot, 1995) REPRESIÓN Y ACCIÓN

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no formaban parte de los propiamente “incorporados”, que en la “región El Salvador” donde estaba San Martín, llegaron a ser 45 personas.

Frentes guerrilleros en el altiplano central

Frente Augusto César Sandino Por otro lado se encuentran las EGP Fuerzas Armadas Revolucionarias -FAR, cuyo trabajo en San Martín estuvo basado en el acompañamiento a los Comités Agrarios reconvertidos en Ligas MIT o Cooperativas Agrarias que hacía Frente Tecún Umán IDESAC. Como respuesta a la represión, FAR en 1982 organizaron en el área de San Martín el Frente Tecún Umán con ORPA militantes urbanos, pero sobre todo con campesinos provenientes de este municipio. “Llegó a tener alrededor de 100 hombres y mujeres, en su mayoría kaqchikeles dispuestos a tomar las armas para defenderse de la creciente represión”. (Gutiérrez, 2005: 30).

La Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas -ORPA- diferenciaba mucho sus tareas de reclutamiento de las del accionar militar, y tenía un amplio trabajo en la parte sur del departamento, pero eso no es óbice para que se hiciera reclutamiento en los municipios del norte como San Martín. Por último, en San Martín también actuó por un breve periodo un frente del Movimiento Indio Tojil -MIT-, organización poco conocida, que no aparece en la “historia oficial” del conflicto, y representa el caso de máxima radicalización estratégica e ideológica de las iniciativas del movimiento indígena decantado por una lucha política contra la dominación ladina y el Estado que lo representa. Su presencia en San Martín duró poco tiempo, entre el fuego militar y el de las organizaciones revolucionarias (Bastos y Camus, 2003). Para cualquiera de estas organizaciones, parece que San Martín era considerado como un espacio fundamental estratégicamente, dado su carácter de espacio de paso entre el altiplano y la capital, e incluso como futura retaguardia para el “asalto final” a este espacio. Por ello, San Martín no fue lugar de combates ni acciones armadas de la guerrilla: no llegó a haber más de 80 combatientes, siendo 20 del Frente Tecún Umán, y 45 de la región El Salvador del FACS (Gutiérrez, 2005).12 Se realizaron algunas acciones de propaganda armada, como la quema de los cascos de las fincas La Merced y Don Tomás, (Gutiérrez, 2005: 31) pero poco.

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Estos 45 miembros del EGP fueron aniquilados en la operación Xibalbá, por la que el Ejército les infiltró y ejecutó. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Conforme al reclamo popular fue ascendiendo, paralelo a este proceso, la represión se fue haciendo parte de la vida cotidiana de San Martín. En 1979 fueron secuestrados y muertos dos líderes comunitarios vinculados a IDESAC, en 1980 aparecería muerto el alcalde, –como muchos otros alcaldes de municipios indígenas en esos años-; la Asociación Sanmartineca estaba prácticamente desarticulada por la persecución de sus miembros (Gutiérrez, 2005: 24). Hubo un salto cualitativo cuando el Ejrcito comenzó en noviembre de 1981 una nueva fase represiva en respuesta al incremento del accionar político y militar revolucionario. Dado el carácter de “puerta del Altiplano”, la tierra arrasada empezó en Chimaltenango (Schirmer, 1999; ODHAG, 1998; CEH, 1999). Dentro de este departamento, por su propia ubicación estratégica, pero también por el grado de movilización, y por el poder ladino que quedaba, San Martín fue uno de los espacios en que la represión comenzó antes, fue más salvaje y duró más.13 Según Hale, además de los cuatro casos en que la CEH documentó el genocidio “hubo un quinto caso que, por razones complejas, quedó fuera: es quinto caso fue San Martín Jilotepeque” (2000: 17)14. Como se ve en el mapa, San Martín fue un espacio que concentró una gran cantidad de masacres en su territorio, en comparación a otros espacios del país. A través del caso de Choatalum, vamos a ver cómo se dio la muerte y la represión.

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Choatalum: historia reciente

Como se dijo, Choatalum es una aldea situada a 7 kilómetros al noreste de la cabecera de San Martín, en la carretera que lleva a Mixco Viejo, en las estribaciones que bajan desde el altiplano hasta la confluencia de los ríos Motagua y Pixcayá. Su población esta dispersa en siete parajes -Santa Teresa, San Miguel, San Antonio, San Francisco, San José, Rosario, y Choatalum Central, conocido también con el nombre de “Colonia Nueve de Septiembre” y que no existía antes de los 80-. Ya desde los años 70, Choatalum fue “un lugar muy organizado”. Como veremos más tarde, no hemos podido conocer por sus propias palabras todo este proceso: las condiciones para su expresión abierta no están aún dadas. Pero por los testimonios y comentarios de gente involucrada, sabemos que sus pobladores, que bajaban habitualmente a trabajar a las fincas de la costa sur, se fueron insertando en las formas organizativas que hemos visto, desde los Comités pro mejoramiento, las estructuras de Acción Católica a las Ligas Campesinas y Cooperativas, llegando al mismo CUC. Por Choatalum pasaron personajes ya míticos de la movilización de los 70, como don 13

Por estas características, lo ocurrido en San Martín es en parte similar a lo que ocurrió en el cercano Rabinal (EAFG, 1997; GAM-CIIDH, 1996, Dill, 2001), que ha sido mucho más estudiado 14 El informe de la CEH menciona este municipio en repetidas ocasiones (CEH....3131, 2051 2414) REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Emeterio Toj Medrano, líder quichelense fundador de CUC o don Wenceslao Armira, oriundo de la misma aldea. Por lo que sabemos, hubo una presencia de habitantes de Choatalum en las FAR, incluso bastantes de los alzados y un teniente al mando del FTU era de esta aldea: el capitán Ixbalanqué, “reconocido líder, catequista y extensionista agrícola” (Gutierrez, 2005: 29). También se dio una participación bastante comprometida por parte algunos de los pobladores en las filas del EGP. Según parece, ésta se dio a través del contacto con gente de Comalapa y empezó involucrando a una familia y después a gente joven, a quienes “les platicaban sobre la historia de Guatemala y sobre las razones de la lucha” según cuentan. Además, Santiago Santa Cruz menciona la incorporación en 1981 de un grupo de habitantes de Choatalum al frente que ORPA tenía en el volcán Atitlán (Santa Cruz, 2004: 43).

2.a

Represión y militarización

Choatalum vivió de cerca la creciente represión de finales de la década de los 70. Primero fue aparentemente esporádica, anárquica: desaparecía gente cuando iba al mercado, bajaba a la costa o la capital. Posteriormente, se realizó de forma más selectiva: mataban a la gente activa en los comités locales. En el año 80 murió un líder local vinculado al CUC (Gutiérrez, 2005: 24): fue el primer muerto de la aldea. La gente de Choatalum también recuerda que un tal don Valentín fue de los primeros en caer “por estar en comité se creían que era comité clandestino” dicen, en referencia al Comité Clandestino Local –CCL-, la cédula central del EGP en cada comunidad.15 Otra mujer dice: “...a todas las cosas buenas les echaron tierra, a los jóvenes que son más inteligentes y se organizaban, pensaron que eran del CUC y por eso los mataron, pero ellos eran del Comité de la Iglesia nada más”

Comenzó así el calvario de los pobladores de la aldea, que duraría los siguientes quince años, con la persecución y muerte de muchos de ellos, y la estigmatización del resto, con la reorganización del espacio físico y social en Choatalum a través de la militarización de sus vidas cotidianas.16 Desgraciadamente, lo que vamos a contar no es nada excepcional, se trata de una experiencia que fue vivida por muchas personas, familias y comunidades en toda Guatemala en esos años. Pero lo que impresiona en este caso es cómo en un espacio tan pequeño se dieron todas la formas de violencia, represión -empezando por la selectiva que ya hemos visto- divisiones y fracturas sociales. Desde luego, se dieron todas las actividades que sirvieron a la CEH (1999) para considerar que los casos estudiados -Rabinal área ixil, q’anjobal y Zacualpa- constituían un delito de genocidio. Por su ubicación en el camino que baja de San Martín al Motagua, que permite el acceso a Quiché o a la ciudad capital, Choatalum era terreno estratégicamente importante, incluso dentro del municipio, para el Ejército. Por ello fue blanco de la primera ofensiva del Ejército a finales de 1981, cuando se pone en marcha la Fuerza de Tarea Iximché, como parte de lo que Schirmer llama una “operación limpieza” que destruiría también las aldeas 15

Algunos de los maestros que actualmente trabajan en Choatalum recuerdan cómo se decía que las aldeas eran llamadas “áreas rojas” eran lugares muy peligrosos, y estaban prohibidas para las personas de San Martín. 16 Lo que sigue es sobre todo un apretado resumen del proceso, reconstruido a partir de las palabras de los miembros de los comités de víctimas de Choatalum. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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de Estancia de la Virgen, Chipila, aniquilando a cerca de 250 campesinos hombres, mujeres y niños (1999: 93). Los vecinos recuerdan que un día llegó el Ejercito, les reunión en la iglesia, y les acusó de ser cómplices de la guerrilla: “subversivos fue el nombre que nos pusieron”. A la siguiente semana llegaron con una lista de 22 personas, que se llevaron y que ya nunca regresaron. 17 Así empezó el terror indiscriminado: el Ejército fue llegando de forma continua a todos los parajes de la aldea, llevándose a gente, quemando sus casas, matando sus animales. Esto provocó una huida generalizada a “las montañas” de familias que mantuvieron el contacto con sus casas y pertenencias mientras pudieron, pero que tuvieron que cortarlo ante el miedo a la captura. Algunos parajes prácticamente se despoblaron y las viviendas fueron quemadas –algunas con gente dentro-, mientras sus habitantes eran continuamente perseguidos. Se mantenían más o menos comunicados y, algunos de ellos acompañados por unas fuerzas guerrilleras que veían al enemigo cada vez más encima y no puede cumplir con al labor de defenderlos. Vivieron en las montañas que rodean la aldea, en continuo estado de tensión y huida que provocó la muerte de muchos de ellos. Además del hambre, la heridas y las enfermedades, que se cebaron den los niños/as y ancianos/as; el Ejército les hostigaba y mataba continuamente. Se produjeron al menos dos masacres recordadas por los vecinos y mencionadas por Gutiérrez (2005: 55): la masacre de San José las Rosas y la masacre de Catalán, en la finca de este nombre. Además esta autora cita otras en el río Pixcayá y en Agua Caliente. Estamos ante una situación relativamente común en todo el país en estos momentos, en este departamento, como parte del inicio de las campañas de tierra arrasada. Es el momento en que hay en le país un millón de desplazados (IGE, 1989). Falla (1991) lo cuenta respecto a Patzún y la CEH (1999) describe casos similares. En San Martín supuso la muerte de unas 1,500 personas (Gutiérrez, 2005: 49). En Choatalum, esta fase de desplazamiento interno duró unos nueve meses, y terminó cuando los desplazados acabaron acogiéndose a la amnistía decretada por el régimen golpista de Ríos Montt. La “rendición” se hizo de forma organizada y masiva, con banderas blancas, para evitar nuevas masacres, e incluso se pensó en llamar a la Cruz Roja. En conjunto, unas 5000 personas se entregaron ese mes (Gutiérrez, 2005: 33, 57). En Choatalum ya había retornado un grupo de 45 familias a las que se les conoce por “los refugiados de San Martín”, apoyados por el Ejército que estableció un destacamento en plena iglesia católica. Se obligó a la población a concentrarse en lo que hasta ese momento había ejercido como centro ritual y simbólico de la aldea, surgiendo así “Choatalum central” o “la Colonia 9 de septiembre” –en recuerdo de la fecha de su retorno- y lo mismo hicieron en los parajes cuando se les permitió regresar a ellos. Este “centro” se construyó sobre tierras confiscadas de hechos a sus propietarios; con el trabajo de muchas personas –la mayoría desplazados retornados- que estuvieron encerrados, como en un campo de prisioneros, durante varios meses; y se levantó con los materiales robados de las viviendas de esas mismas personas. De esta forma, Choatalum

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Gutierrez habla de 31 personas capturadas en una reunión convocada por el ejército en diciembre de 1980, de los que “no se volvió a saber” (2005: 48). Un maestro que entonces trabajaba en el registro civil de San Martín, recuerda cómo en aquella época de las aldeas llegaban notificaciones de 20-25 muertos, y cómo cada mañana aparecían uno o dos muertos en el pueblo. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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se convirtió en “la primera aldea modelo” (Gutierrez, 2005: 59), poniéndose en marcha una prueba piloto de lo que después se extendería por otras partes (CEH, 1999). 18 Una vez reasentados los sobrevivientes en la aldea, el Ejército dejó la iglesia y estableció “el destacamento” en un terreno en alto que dominaba todo este nuevo emplazamiento. Empezó una etapa de control y terror arbitrario, ejercido de forma impune por el comisionado Cusanero, y el teniente Morataya, y complementada pronto por la actividad en las Patrullas de Autodefensa Civil –PAC-: como en otros muchos lugares, todos los varones de la aldea fueron obligados a hacer turnos con garrotes –no les dieron armas de fuego-, a participar en actos de represión contra sus propios vecinos, tomando el doble carácter de víctimas y victimarios. Además, por la presencia del destacamento, Choatalum se convirtió en centro de reunión y entrenamiento de patrulleros de otras aldeas. Desde éste, se organizó toda una estructura de represión civil, encabezada por el Comisionado –que era el enlace con los oficiales-, seguida por sus representantes, los “sargentos de paraje”, y que llegaba a todos los varones adultos de la aldea. En este entorno, la vida de la comunidad fue recuperando su ”normalidad”, los hombres van volviendo a las milpas, las mujeres a los fogones y los niños y las niñas a la escuela. Pero para muchos, esta “normalidad” no fue tal: con alguno o varios de sus miembros muertos, con la incertidumbre sobre el destino de los desaparecidos, tuvieron que rehacer sus vidas, empezando de cero y sin apenas ayuda. Estaban sometidos a un control absoluto y arbitrario: cualquier movimiento fuera de la aldea – a San Martín, al costa, la capital- debía ser informado al sargento y autorizado pro el comisionado; quienes vivían fuera debían justificar su ausencia y regresar periódicamente a reportarse. La violencia y la represión siguieron siendo parte de sus vidas cotidianas durante los siguientes casi 15 años: quienes no realizaban la patrulla por cualquier causa, quienes eran sospechosos de “haber sido guerrilleros” o simplemente quien sufría “calumnias”, eran llevados al destacamento donde sufrían torturas y a menudo no regresaban. La tropa llegaba por las casas porque el comisionado había dicho que “en San Francisco hay viudas para gozar”. Aunque se realiza de forma indiscriminada, las personas que de alguna manera habían estado organizadas, son quienes más sufren esta situación “...muchas de las personas que mataron se habían organizado antes de la violencia: muchos eran del Comité de la Escuela, del Comité de la Iglesia Católica, del Comité del Agua Potable. Por envidia fueron denunciados como ex-guerrilleros y los pusieron en la lista negra, por eso fueron asesinados”.

Como consecuencia de todo ello, la comunidad ha quedado marcada por el miedo, la desconfianza y una ruptura interna que aún hoy perdura. Por un lado están quienes apoyaron y se apoyaron en la acción del Ejército, liderados pro el comisionado militar y simbolizados en esas “45 familias”. Por otro, quienes habían estado relacionados con la guerrilla, que sufrieron con más fuerza la represión y han sido vistos como “los culpables” de todo lo ocurrido. Y por último, está un grupo intermedio que sufrió como todos los demás sin haber estado alineado en ninguno de los lados, pero también ha llorado a sus muertos y tuvo que patrullar.

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En la aldea Las Marías, municipio de Uspantán (Quiché), donde la población también fue obligada a dejar su patrón de poblamiento disperso por el Ejército en circunstancias muy similares, el nuevo asentamiento también fue conocido como ”la colonia” (Us y Menegazzo, 2003). REPRESIÓN Y ACCIÓN

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2.b Los Comités de Víctimas Mientras esto ocurría, en el país el proceso político iba avanzando hacia la “transición democrática” tras 1984, con el aparecimiento de varias organizaciones que reclamaban el fin de la militarización y el respeto a los derechos humanos (Jonas, 1994; Bastos y Camus, 2003; Brett; 2006). Pero, por lo que cuenta la gente, en Choatalum no hubo presencia de estas organizaciones. Sabemos que San Martín fue uno de los espacios más golpeados, y en Choatalum en concreto se mantuvo un control local tan fuerte que seguramente hizo muy difícil volver a tomar el contacto organizativo. En los 90 el modelo de “democracia restringida” o militarizada, comenzó a mostrar su incapacidad para responder a los reclamos de participación de una población que se iba organizado, y a las necesidades políticas del mundo de la globalización. Se pusieron en marcha las negociaciones entre Gobierno y URNG que llevaron a formalizar el proceso de paz (Jonas, 1999). En Choatalum, el proceso de desmilitarización de la vida cotidiana fue lento y quizá más difícil que en otros espacios, y en las palabras de sus habitantes está íntimamente ligado a la figura de don Manuel, que se había ido a Petén y regresó “porque acá tenía que pedir su resarcimiento”. Hubo que esperar hasta la firma de la paz, en 1996, para que las PAC se desmovilizaran, y el Ejército desmantelara el destacamento y abandonara la aldea. Y no fue fácil, parece que a través de denuncias puestas ante MINUGUA por robos, abusos e intentos de violación de parte de los soldados, consiguieron que el los militares salieran del lugar. Paralelamente, alguna de la gente que había sufrido la represión durante todos estos años empezó a organizarse aún con mucho miedo. Las viudas de San José las Rosas fueron las primeras en empezar a reunirse, y a partir de ahí, con la labor de don Manuel, fueron organizándose en los demás parajes, y entrando en contacto precario con organizaciones de más aldeas y municipios. Como en otros lugares las exhumaciones fueron un espacio simbólico importante: servían para reivindicar a los muertos, resolver un reclamo mínimo de humanidad, y ponía a quienes entraban en ello en la senda del derecho a un resarcimiento por ser víctimas del conflicto armado. De hecho, la primera actividad realmente importante que se hizo en Choatalum fue una exhumación en el año 2000 donde estuvo el destacamento, en la que aparecieron restos de varios desaparecidos. Después han continuado con cierta periodicidad hasta el presente. Las mismas exhumaciones sirvieron para que la gente se acercara más a los comités, pues mostraban que era posible empezar a desenterrar literalmente el pasado; y también para que estos se vincularan a organizaciones nacionales; y ello mismo propició que se realizaran más exhumaciones aún. Los restos hallados se han ido guardando –no inhumando- en una pequeña capilla que construyeron en el cementerio de Choatalum. En “el Monumento”, como le llaman, hay una placa donde con los nombres de los restos encontrados, bajo la siguiente advocación: “Estos hombres y mujeres fueron masacrados por el Ejército en 1982. Homenaje sagrado a los caídos por buscar justicia. Gloria eterna a los que aquí descansan”.

Como resultado de este proceso, en 2003 se formalizaron en Choatalum siete “comités de víctimas”, uno por cada paraje, con diferencias en los niveles de movilización y el número de miembros por características propias, y que reúnen a más de 200 personas. Los directivos de cada comité forman el Comité Central de la aldea, que a su REPRESIÓN Y ACCIÓN

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vez forma parte del Consejo de San Martín Jilotepeque, que se reúne todos los domingos por la mañana en el patio de la municipalidad. A partir de 2003 forman parte de la Asociación de Víctimas del Conflicto Armado -ADVICONA –, que reúne a más de 7000 personas en el departamento de Chimaltenango. A través de esta organización, la labor de los comités de Choatalum se vinculan con todo el desarrollo del tema del resarcimiento a nivel nacional. Además, les ha servido para ponerse en contacto con otros procesos y organizaciones, como los relacionados con salud mental y los procesos legales, o con el llamado movimiento maya y sus concepciones del genocidio. Vamos a ver cómo se da esa relación con los comités de Choatalum, para poder apreciar las formas que está tomando la organización indígena en el actual contexto de postconflicto, con sus logros, pero también con sus problemas, tensiones y contradicciones, buscando qué tiene que ver la herencia de la violencia en todo ello. Pero antes veamos el nivel organizativo de Choatalum dentro de San Martín.

3

La organización en Choatalum hoy

Aún hoy después de tantos años, la estructura social de San Martín Jilotepeque sigue basada en una injusticia manifestada en la diferencia étnica. La mayoría de los población es rural y las actividades económicas de los indígenas se han diversificado con el cultivo a pequeña escala del café (lo que dejó a los propietarios a meced del mercado como ocurrió en 2001) y el trabajo asalariado en espacios urbanos cercanos – Chimaltenango, Antigua, la capital-.19 Sin embargo, pareciera que estos empleos no son suficientes, y la migración a las fincas de la costa y bocacosta continúa (Wajxaqib’ Batz’, 1998: 3), y se va dirigiendo cada vez más a los Estados Unidos, en parte por el efecto demostración de los municipios del otro lado del Motagua, como Joyabaj.20 De hecho, Hale muestra cómo San Martín no ha participado del enorme desarrollo socioeconómico vivido por la población kaqchikel de Chimaltenango en el último medio siglo. La proporción de población indígena se ha estancado en vez de crecer como en la mayoría de los municipios del departamento (Hale, 2000: 3 Cuadro 2) y de igual manera, no se da la presencia de profesionistas –médicos, abogados, maestros- o dueños de comercio que empieza a ser importante en otros municipios de Chimaltenango (Hale, 2000: 23).21 Los ladinos siguen ocupando una amplia gama de ocupaciones urbanas y las fértiles tierras bajas del valle del Motagua son suyas, mientras las tierras altas concentran núcleos de población indígena. Ya no son mayoría en el área urbana, pero siguen manejando una importante cuota de poder local. En este caso no se da la “norma de que un candidato indígena gane la elección a alcalde en los municipios mayormente indígenas” (Hale, 2000: 23): durante el periodo 2004-2007 el alcalde fue Nery Ruano, ladino e hijo del alcalde durante la violencia. Aunque él es “querido” por la población indígena –en concreto por los miembros de los comités-, su padre fue conocido por acaparar el ganado de las 19

Es el municipio con menos población urbana del departamento: un 14% en 1994 (Hale, 2000: 5) En el municipio existen al menos siete agencias de Kig Expresss –agencia de envío de remesas-: tres en la cabecera y cuatro repartidas en diferentes aldeas. (página web de King Express) 21 En San Martín Hale habla de 2 médicos indígenas, que representan el 29% de la oferta, frente al 50% que son en Patzicía, el 70% en Comalapa y el 75% en Patzún. De abogados menciona sólo uno, un 8% frente al 50% en Patzicía y Comalapa, y el 75% en Patzún (2000: 23, cuadros 12 y 13). Respecto al magisterio, sólo el 40% de los maestros y el 10% de los directores son indígenas, lo que además da idea de la dimensión jerárquica de la situación. En 1998 sólo había un Comité “trabajando por el rescate del idioma” en la cabecera, y no se reportaba ninguna en el área rural (Wajxaqib’ Batz’, 1998: 76). 20

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familias que huyeron con la represión. Tras 2008, el Alcalde ha vuelto a ser indígena, presentado por la UNE –Unión Nacional de la Esperanza-. En esta situación nos ha de extrañar que la vivencia de la etnicidad de los kaqchikeles de San Martín esté más ligada a la idea de dominación y subordinación que al orgullo “maya” y la diferencia cultural. Los datos del censo de 2002 muestran que sólo un 24% de los kaqchikeles mayores de 3 años aprendieron a hablar en ese idioma, mientras que el castellano es la lengua materna de más de tres cuartas partes. Pero en todo San Martín siguen presentes instituciones sociales como las llamadas auxiliaturas municipales, que Adams (1979) reportaba a finales de los 70. 22 Cada alcalde auxiliar o comunitario como también se le conoce- de aldea o de paraje tiene dos personas que le ayudan, los llamados mayordomos o alguaciles, que se turnan cada mes o cada semana para ayudar, ir al pueblo a traer la correspondencia, etc. En total suponen unos 450 en todo el municipio (Wajxaqib’ Batz’, 1998: 51). Estas autoridades locales son nombradas en cada aldea, en una reunión que se hace los primeros días de noviembre en formas variadas (ibid: 4041).23 La entrega de la vara se realiza en San Martín Jilotepeque el 1º de enero de todos los años. Desde que se instituyeron recientemente, los auxiliares forman parte del COCODE (Comité Comunitario de Desarrollo), donde el servicio es de dos años y sus principales funciones son vigilar el acceso de las personas al agua y el buen estado del camino. Así, son ahora Los COCODES son quienes cumplen el papel de organización a nivel de parajes, de la mano de los alcaldes auxiliares y los mayordomos o concejales que les ayudan.

3.a

Choatalum como núcleo social

Hoy en día, Choatalum es un espacio social compuesto por los siete núcleos ya mencionados, ahora más concentrados que antes, formados por viviendas situadas entre las milpas y los cafetos, que se comunican entre sí por caminos de terracería y con la cabecera por una carretera balastrada por donde pasa periódicamente un bus. El llamado Choatalum Central o Colonia 9 de Septiembre ejerce como centro simbólico y de actividades de este espacio: las calles se pavimentaron recientemente; en él se encuentran la iglesia católica restaurada tras el terremoto, con su amplio atrio en que están las viviendas para a los cofrades que se turnan para cuidarla. También hay un oratorio de la Renovación Carismática, pero apenas se ven templos evangélicos. Donde estuvo el destacamento, hay ahora un campo de fútbol con el Centro de Salud al fondo, y casi debajo se sitúa la escuela primaria “central”, que cuenta con trece maestros y el director y atiende a unos seiscientos niños en el nivel primario que llegan de Choatalum Central, San Francisco y San José, también algunos de San Antonio. También ahí funciona la Telesecundaria, que atiende a 76 alumnos ahora. Los parajes son más diversos, pero repiten el esquema de un centro en que se encuentra la escuela –los que la tienen-, algún edificio religioso, y después las viviendas que se dispersan entre los caminos y los barrancos.

22

Respecto a instancias de desarrollo, Wajxqib’ Batz’ sólo menciona dos: Coordinadora de Desarrollo de San Martín Jlotepeque –CODESMAJ- y la Asociación de Promotores de Salud y Desarrollo Socioeconómico –APROSADE-, vinculada a ASECSA. 23 Los únicos que pueden votar son los hombres que ya están casados, y en los casos de que éste no pueda, lo hacen las mujeres. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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La población vive en general en una situación de pobreza que combina las formas heredadas con las provenientes de la misma represión y la inserción precaria en los ciclos de la globalización. Viven sobre todo del cultivo del maíz y café, y cada vez más de la riqueza que se genera fuera de la aldea, ya sea como jornaleros en fincas cercanas, como albañiles en la cabecera, Chimaltenango o la capital, como trabajadores y trabajadoras en las maquilas de la capital y la carretera panamericana. Y cada vez con más fuerza, viven del dinero que les envían los familiares que han ido a Estados Unidos. Las múltiples viudas de la aldea se encuentran en una situación especial de precariedad, y tuvieron que ponerse a trabajar en muchos casos teniendo que desplazarse a la capital o la costa para sacar adelante a sus familias. Esto ha hecho que algunas “trabajaron como hombres” y “no respetaron las diferencias entre hombres y mujeres”, por lo que “su cuerpo ya no aguantó” y se enfermaron. La presión ladina no se observa directamente en Choatralum, es un espacio étnicamente bastante homogéneo, en que la única presencia ladina es la de los maestros y un comerciante de material agrícola, que regresan a San Martín cuando terminan su labores todos los días. Entre los y las kaqchikeles, el uso del idioma maya es más bien escaso, el proceso de pérdida empezó hace dos generaciones, y tiene con más presencia entre las personas mayores que entre los niños y jóvenes. Algunas mujeres dejaron de usar el corte y el huipil después de la violencia, pero lo normal es el uso del huipil de San Martín, con sus tonos rosas y morados, hecho a mano. Pese a todo lo que se ha planteado, Choatalum sigue siendo visto como un lugar “muy organizado”. Así lo ven algunos maestros -“tienen comité de resarcimiento, comité de padres de familia, equipos de football, bancos comunales y cofradías”- y así lo apreció Saqbe’ en 2003 cuando buscamos un lugar donde poder llevar a cabo esta investigación. Además del alcalde auxiliar de la aldea, existen son siete más, uno por paraje. Ellos son quienes trasladan las necesidades y proyectos a la municipalidad a través de un Comité ejecutivo conformado por todos los alcaldes de los parajes. Las difíciles condiciones económicas están minado este sistema, pues los posibles candidatos son renuentes a prestar un servicio que finalmente les es muy oneroso, y de hecho en algunos parajes de Choatalum la figura del alcalde auxiliar funciona con problemas, por la ausencia de familias y en concreto de varones adultos, que son los que cumplen estas tareas y también quienes más trabajan fuera. Además, en ellos se refleja la historia reciente de la localidad: en 2004 los auxiliares de tres de los parajes pertenecían los comités de víctimas, mientras que el auxiliar “general” de Choatalum pertenecía a las “45 familias” que se vincularon al ejército. En 2008, Felipe Cusanero, el antiguo comsionado militar, ejercía de alcalde auxiliar del Choatalum Central.

3.b

La importancia de la religión

Otro eje básico de la institucionalidad local parece estar en las cofradías. Pese a toda la historia reciente de desarraigo y división interna, o a lo mejor precisamente debido a ella, llama la atención la fuerza de estas instituciones en la comunidad. Su fuerte arraigo posiblemente ser deba a que, frente a lo ocurrido en otros lugares, en San Martín la consolidación de la Acción Católica en los 60 y 70 no se hizo enfrentándose a la cofradía y creando un enfrentamiento entre la “costumbre” sincrética y los catequistas ortodoxos católicos. Por el contrario, el movimiento de la Acción Católica se insertó en las cofradías “purificándolas” de elementos extraños. Con ello se logró una continuidad sin las tensiones de otros lugares, pero seguramente ésta es una de las razones por las que no existe en la REPRESIÓN Y ACCIÓN

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actualidad presencia ni apenas memoria de las prácticas populares sincréticas más cercanas a lo “maya”. La importancia de la religión se puede apreciar tanto en la ubicuidad de altares domésticos en muchas viviendas, como en el hecho de que en la actualidad funcionan en Choatalum dos cofradías -Maria Auxiliadora y de la Virgen de Concepción-, en que confluyen personas del centro y de los parajes. Mantienen una serie de cuartos al lado derecho de la iglesia en los que mayordomos y capitanas residen semanalmente, cuidando la iglesia y manteniendo limpia la zona. Además, el oficio de las capitanas es rezarle a la imagen de la virgen, y llevarle flores, velar porque esté acompañada y bien arreglada. Normalmente son las mujeres con los niños las que se quedan todo el tiempo en la iglesia mientras los hombres salen a trabajar. La fuerza de esta organización religiosa se aprecia en el hecho de que sigue vinculada a la civil: muchos de los hombres que han sido elegidos cofrades son nombrados posteriormente alcaldes auxiliares porque les da prestigio y honorabilidad. La importancia institucional de la iglesia católica en Choatalum, queda simbolizada en el estado, pulcro y arreglado, del edificio de la iglesia. Reconstruida en 1977 tras el terremoto, en 2002 se le añadieron dos alas nuevas y en 2004 estaba recién pintada. La fuerza de Acción Católica y las cofradías se complementa con la presencia del Movimiento de Renovación Carismática, muy orgullosos de la casa de oración que abrieron en 2004 cerca de la iglesia, donde realizan alabanzas y oraciones que les diferencian de las actividades de AC, más ligadas a la “tradicionalidad” católica: rezo del rosario, novenas, procesiones, etc. Sin embargo, lo que ambas variantes de la iglesia católica comparten –y también con los pocos evangélicos locales- es una actitud muy conservadora en consonancia con la doctrina de los curas del Opus Dei asentados en San Martín Jilotepeque y toda la diócesis de Chimaltenango y Sololá (Bastos, 2007a). Este conservadurismo ha tomado forma en la condena de cualquier vinculación con las expresiones espirituales mayas: “esas cosas son del diablo”. Son normales las historias de vecinos, algunos de ellos miembros del Comité de víctimas, que han sido amonestados por los curas o los catequistas locales por asistir a alguna ceremonia maya. La mayoría de los miembros de los comités de víctimas son católicos activos, y algunos forman parte del Movimiento de Renovación Carismática; y sus reuniones comienzan siempre con una oración. La misma iglesia está presente en los momentos más importantes de los procesos de exhumación, para contrarrestar las posibles versiones –políticas y religiosas- de ”los mayas”. Así en la excavación realizada en la Coyotera, en abril de 2004, llegó un grupo 30 o 40 personas de Hermanos de La Salle –ninguno mayaque monopolizaron todo el aspecto ritual del momento a base de sus rezos y cánticos católicos: “...estas personas murieron creyendo en Jesús, y tenemos la confianza de que están gozando la dicha plena…daremos cristiana sepultura a estas personas. El Señor vela por las personas humildes”.

3.c

Los espacios educativos

Otro espacio de organización se da alrededor de la educación. En la escuela “central”, todos los maestros son de San Martín Jilotepeque, y desde allá viajan cada día. En los registros del MINEDUC, seis de ellos son identificados como ladinos -incluyendo al director- y ocho como maya-kaqchikeles. Todos ellos tienen en general bastante tiempo de REPRESIÓN Y ACCIÓN

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trabajar en Choatalum, y esto les permite apreciar cambios importantes en el funcionamiento de la escuela. Lo primero a destacar es la importancia que los padres le dan a la educación, que según ellos ha crecido notablemente. Incluso el número de niñas casi ha llegado a igualar el de niños, lo cual antes no se daba. Pese a ello, la deserción aún es importante, y los maestros la achacan a los bajos niveles de ingresos de las familias, que no pueden hacer los gastos por mínimos que sean, y necesitan de la mano de obra infantil para sobrevivir. Por estar en un área de población kaqchikel, supuestamente se imparte educación bilingüe; sin embargo, como se dijo, en Choatalum muchas personas ya no hablan el kaqchikel y muchos de los niños que sí lo usan en su casa, no lo hacen en la escuela. Así, ninguno de los profesores que fueron contratados bajo esta categoría enseña en kaqchikel, pues aducen que los niños simplemente hablan español y que los padres no están interesados en que sus hijos lo aprendan, pues si los envían a la escuela es con la idea de que aprendan español. Pero quizá la muestra más clara de este interés en la educación de los jóvenes es la Telesecundaria. Hasta el año 1999, los adolescentes que querían seguir estudiando al terminar la primaria, tenían que salir a San Martín Jilotepeque y pagar el instituto o el colegio, lo que significaba un gasto muy elevado para los padres de familia. El Comité de Desarrollo Local, con ayuda de un profesor sanmaritneco consiguieron que el MINEDUC les concediera el patrocinio de una Telesecundaria. Idealmente trabaja con un monitor para cada uno de los tres grados del ciclo básico que se encarga de pasar los videos de las clases que vienen preparados desde México, resolver las dudas de los alumnos y calificar su trabajo; pero el presupuesto del MINEDUC solo les alcanza para pagar al director y un maestro. La demanda es sostenida: comenzaron con 24 alumnos y en 2004 tenían 76. El trabajo educativo ha contado en Choatalum con la ayuda de un número pequeño de ONG’s que asisten a los niños y maestros en distintas formas. El Programa Semillas de Esperanza de Visión Mundial apoya a los niños para evitar la deserción escolar. PRONICE –Ayuda para Niñas y Ancianos Cristianos-, es una institución católica que canaliza fondos privados desde Estados Unidos, a base de una imagen de un maya miserable y necesitado. Apadrina niños, dotándoles con los útiles de la escuela, con una cuota de ayuda y con algunos regalos como láminas galvanizadas, chamarras y ropa. Probablemente la selección de Choatalum como localidad para trabajar fue debido a su composición étnica más que a otros, pero a la gente de la aldea no se le transmite la idea de que los están ayudando por ser “mayas”. Les enseñan a “transmitir amor, a no dividirse y aceptar al otro sin importar como esté vestido. También les enseñan a los niños sus derechos”. Eso sí, como sustento para la autoestima han retomado el tema de la discriminación y del respeto a la cultura maya, e incluso hicieron una ceremonia maya en Mixco Viejo, que para muchos niños y maestros fue la única en la cual han participado en sus vidas. Además, los maestros forman un grupo importante en la dinámicas locales. Están muy ufanos de haber “rescatado” el certamen de elección de “La Flor de la Feria de Choatalum” para la feria de mayo. Han renovado la dinámica con ideas que vienen de las elecciones de reina que han visto en San Martín Jilotepeque y Chimaltenango. Su orgullo más reciente es que la representante del año 2003 que participó en la feria de Jilotepeque se ganó el título de Rumial Taj Aj Och Wuj (Hija del Valle del Jilotepeque). Es una

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exalumna de la Telesecundaria que tuvo que aprender un poco de kaqchikel para poder ganar el concurso.24

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La inserción política de los Comités de Víctimas

En este espacio se desarrolla labor de una serie de personas y familias, organizadas en los comités de víctimas para reivindicar su situación y reclamar justicia. No son los únicos del país, ni mucho menos. Alrededor del proceso de exhumaciones y, después, del resarcimiento, fueron consolidándose por diversas partes del país este tipo de asociaciones, que finalmente se juntaron en el Movimiento Nacional de Víctimas. Este agrupa de forma departamental a los Comités Locales de Víctimas, en una estructura similar a la que se describe acá para Choatalum. Las diversas actividades desarrolladas a partir de los comités han servido para poner en contacto a las víctimas de esta aldea con actores diversos relacionados con la memoria, la violencia y el resarcimiento. Aunque ellos apenas lo mencionan, la misma formación de los comités de víctimas en los 90 estuvo favorecida y en parte debida a la vinculación con organizaciones de familiares de víctimas que se habían formado en la década anterior, que dieron asesoría organizativa y legal.A través de estos vínculos vamos a ver cómo estas personas han participado en procesos nacionales, y cómo esos procesos han influido en su dinámica local.

4.a

Las exhumaciones y lo maya

Las exhumaciones de cementerios clandestinos comenzaron a realizarse, con mucho miedo y riesgo, antes de la firma de al paz por organizaciones como el Grupo de Apoyo Mutuo –GAM- o la Coordinadora de Viudas de Guatemala –CONAVIGUA-, como una forma de demostrar que sí que había existido esa represión que el Ejército y el mismo Estado negaban. GAM representó inicialmente a los familiares de los desaparecidos de clase media urbana, y aunque la mayoría de su membresía es indígena, desde esos inicios, ese grupo mantuvo la dirigencia. Igual pasó con Familiares de Desaparecidos de Guatemala –FAMDEGUA-, cuando se escindió del GAM. CONAVIGUA, en cambio fue una organización formada enteramente por viudas indígenas, que desde el inicio mantuvieron una fuerte oposición al ejército. Después de la firma de la paz y tras el informe de la CEH, cuando la Secretaría de la Paz –SEPAZ- fue el órgano encargado de poner en marcha acciones concretas mientras se oficializaba el Plan Nacional de Resarcimiento, una de sus líneas fue apoyar las solicitudes de exhumación que surgieran, como una forma de ir avanzando en el reconocimiento de las violaciones de los derechos humanos (SEPAZ, sf). Por ello, cuando en Choatalum o en otros lugares se comienza a organizar Comités de Víctimas, las exhumaciones de cementerios clandestinos cuya ubicación ellos conocían, para poder enterrar a sus familiares, fueron un espacio simbólico importante: servía para reivindicar a los muertos, resolver un reclamo mínimo de humanidad, y ponía a quienes entraban en ello en la senda del derecho a un resarcimiento por ser víctimas del conflicto armado. Como se dijo, primero fue donde estuvo el destacamento militar, y después en San José las Flores, donde encontraron 12 cuerpos, pero que no eran de

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La forma de entender este evento muestra cómo se insertan los nuevos discursos sin romper de los marcos ideológicos clásicos como el paternalista: “la actividad de la Flor de la Feria es una contribución al rescate de lo maya-kaqchikel por parte de los maestros. Allí se muestran distintos trajes y se baila el son, ahora se pide que se de un discurso en kakchiquel”. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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vecinos, sino de gente que habían traído a matar desde el municipio vecino de San José Poaquil: lo supieron por una identificación que encontraron entre los restos y mandaron avisar. Pero a cambio, los retos de unos vecinos de Choatalum aparecieron en una fosa exhumada en la Las Venturas, en la aldea vecina de La Estancia. Posteriormente, en 2003 se desarrollaron dos exhumaciones en El Triunfo, done se pudieron identificar 14 cuerpos. Finalmente, lograron permiso para realizar en abril de 2004 tres excavaciones a la vez, en sendos parajes donde se sabía exactamente dónde estaban los cuerpos: los familiares eran quienes los habían enterrado. En abril de 2008 se han exhumado los cadáveres de 8 jóvenes de una aldea cercana, mandados fusilar por el comisionado en encostado de una iglesia evangélica. Los procesos de las excavaciones han sido llevados en relación con varios tipos de actores. Además de GAM, FAMDEGUA o CONAVIGUA, que prestaron apoyo y respaldo político, los comités se pusieron en contacto con el Centro de Acción Legal en Derechos Humanos –CALDH- a través de un joven “bien trabajador”, que se estuvo encargando de todo el complejo mecanismo que, en ausencia de una legislación específica, es necesario para poder llevar a cabo la exhumación, identificación y posterior inhumación, que involucra desde el Ministerio Público a los Juzgados de Paz y las Policía Nacional. Pero en 2003 hubo problemas y el contacto se perdió.25 Por otro lado, está la Fundación de Antropología Forense de Guatemala -FAFG-, está formada por jóvenes estudiantes capitalinos, que se encargan legalmente del proceso de la excavación y reconocimiento de los restos. En todos los lugares, alrededor de las exhumaciones se ha generado todo un trabajo que responde al nombre de”atención psicosocial”, o “salud mental”, como un trabajo muy específico de atención a las víctimas de la represión. Es llevado a cabo por organizaciones de origen: desde el GAM hasta católicas, como Utz K’aslelmal o ECAP (DIGAP, 2003: 20). En Choatalum empezó a trabajar Saqbe’, que trabajaba con las víctimas a través un programa “culturalmente pertinente”, concebido a partir de la cosmovisión maya (Bastos, Hernández Ixcoy y Méndez, en prensa). “La metodología es participativa, experiencial, basada en los elementos propios de la cosmovisión maya, en no traer a las comunidades elementos de afuera. Después de analizar qué hacen los psicólogos, se vio que ellos trabajan desde una perspectiva que está fuera del contexto de las comunidades, y se planteó esta metodología que se acerca más al pensamiento, al dolor, al sentimiento de las comunidades, que se va construyendo y reconstruyendo a través de los conocimientos mayas” (Saqb’e, sf/a: 2)

Esto no ha de extrañarnos, pues el Centro Maya Saqb’e y después la Asociación Maya Uk’ux’ Be’, son - como sus nombres proclaman- organizaciones que se autoidentifican como “mayas” y trabajan para la recuperación de la identidad y el orgullo mayas a través de varios programas (ver Bastos, Hernández Ixcoy y Méndez, en prensa). El Programa de Cosmovisión era el que se dedicaba a la atención psicosocial de las víctimas organizadas. Su base ideológica partía de que las comunidades fueron muy golpeadas por la violencia, y no podrían volver a organizarse y ser étnicamente autogestionarias hasta que no lograran pasar ese trauma. Por tanto, se trataba de elevar 25

Hay varias versiones complementarias de esta ruptura. Según unos, perdió los expedientes de una de las exhumaciones en curso: “nos dejó abandonados”. Otros hablan de un asunto de “moral”: llegaba a Choatalum con una mujer que no era la suya “y eso rompía el equilibrio que estábamos logrando en la comunidad”. Finalmente, también se habla de una serie de problemas con el cobro poco claro de servicios para estos trámites. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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la autoestima étnica parar lograr el equilibrio perdido, retomar el camino emprendido en los años 70 del siglo pasado y seguir luchando por la emancipación del Pueblo Maya. Dado este ambicioso objetivo, el trabajo de salud mental se enmarcaba dentro de un conjunto de actividades, que incluían apoyo a los comités, capacitación de líderes, gestión de recursos, etc, y servían para legitimar sus actividades ante organismos estatales e internacionales como el PNUD o la GTZ. Saqbe’ / Uk’ux’ empezó a trabajar en Choatalum a raíz de la primera exhumación hecha en el destacamento en año 2000, a la que llegaron avisados por el comité de víctimas de una aldea cercana. A partir de ese momento, entraron en contacto con el proceso que se estaban empezando a dar, ganándose la confianza de una gente que necesitaba compañía pero mantenía mucho recelo. Desde entonces han venido realizando actividades de diversos tipos. Por un lado está el mero acompañamiento en todo el largo proceso burocrático que va de la solicitud de exhumación a la inhumación, en que se que encuentran y a veces enfrentan a funcionarios muchas veces conservadores y racistas. Este apoyo es el que se hace desde la cosmovisión maya, incluyendo a veces ceremonias mayas, con la idea de elevar la autoestima, y se ha extendido más allá de este proceso, ante la necesidad de continuidad. Así, el programa de acompañamiento permanente, contempla todo un trabajo de visitas personales “familiares” para casos concretos de personas que necesitan atención espacial. 26 Estas actividades se acompañan de una serie de talleres en que se trata de aportar unos elementos básicos de la cultura maya en que la gente se pueda reconocer: “No se trata de enseñar nada a las gentes, está ahí, el objetivo no es convertirles, el objetivo es la sanación, la curación, y es así que se empieza a pensar en elementos de la identidad” (Saqb’e, sf/a: 2). Así, se trabajan el sentido de la muerte, y el duelo producido por una pérdida que a veces no se sabe por qué se dio a través de imágenes y metáforas que provienen de la cosmovisión maya. Se habla de elementos cercanos a los que se dan contenidos míticos para establecer la relación con “los abuelos, los ancestros”: ”la tortilla tiene la forma de la luna”, “somos astrónomos del tiempo, somos hijos de la luz.”, “nuestro maíz tiene cuatro colores: el rojo de nuestra sangre, el negro del cabello, el amarillo de la piel, el blanco de nuestros huesos, nuestros dientes... nuestra forma nuestro color, lo mantenemos de nuestros ancestros, eso nos han enseñado nuestros abuelos”.27 En otros talleres se hace un repaso de la historia “desde nuestros abuelos” y sus valores, pasando por la invasión y la colonia para llegar al conflicto armado. Se pretende de nuevo una valorización de su identidad. Finalmente, existe un espacio dedicado a explicar la medicina maya, el uso de las hierbas, la espiritualidad, el uso de candelas e inciensos, que es lo que muchos confunden con ”las ceremonias”. Desde el año 2000, primero Saqbe’ y después Uk’u’x Be vienen desarrollando el llamado Diplomado en Gestión Política Maya, destinado a la formación de cuadros. La promoción de 2003 estuvo formada precisamente por activistas y dirigentes de los comités de víctimas de comunidades en los que se trabajaba, y llegaron varios de Choatalum.

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Además, se realizan labores “terapéuticas” más personalizadas, como el apoyo y acompañamiento que han hecho con una mujer que no lograba dormir ni comer ni apenas moverse, que ha ido mejorando. 27 Expresiones expuestas en un taller de apoyo psicosocial realizado por Saqbe’ en Choatalum el 14 de abril de 2004. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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4.b

El resarcimiento y las victimas

Pero quizá el proceso más importante en el que han entrado los comités, precisamente por su calidad de víctimas es el del resarcimiento. La asociación departamenta de víctimas pasó a formar parte del Movimiento Nacional de Víctimas, surgido alrededor del Programa Nacional de Resarcimiento –PNR-, y que ha sido fundamental para relacionarse con otras víctimas. Con éste, la posibilidad de obtener algún tipo de indemnización se convirtió en un acicate más para la unirse a los comités. 28 Aún en la época del conflicto se empezaron a dar reclamos al Estado alrededor del reconocimiento y resarcimiento de las víctimas del conflicto armado, en su gran mayoría mayas.29 Con el trabajo de la Comisión de Esclarecimiento Histórico quedó probada la culpabilidad de agentes del Estado guatemalteco –especialmente militares- en la muerte y violación de derechos humanos de miles de guatemaltecos, y el mismo informe reclamaba la necesidad de resarcimiento para estas víctimas, recomendando la instalación de un Plan Nacional de Resarcimiento que institucionalizase estas actividades (CEH, 1999). Desde entonces, este tema se convirtió en un campo de disputa entre unos actores que ven en esta iniciativa la posibilidad de rearticular las comunidades y retomar el trabajo con las bases, y un Estado que quiere mantener el control sobre el proceso. Ante la pasividad de los sucesivos gobiernos, desde 2001 diversas organizaciones se unieron para diseñar el Plan Nacional de Resarcimiento y presionar al Gobierno para ponerlo en marcha. Después de muchos avatares, fue aprobado en 2003 y a inicios de 2004 se puso en marcha la Comisión Nacional de Resarcimiento –CNR-, compuesta por representantes del Gobierno y de la sociedad civil y presidida por Rosalina Tuyuc, fundadora de CONAVIGUA y lideresa histórica. Fue propuesta y apoyada por una serie de organizaciones mayas que se insertaron como tales mayas en el proceso, unidas en la Coordinadora de Organizaciones para el Resarcimiento del Pueblo Maya –CORPUMA-, y que presionaron por la inclusión del genocidio –que ya había sido reconocido por la CEH (1999)- como delito a ser resarcido por el Programa. Aunque no se logró –por las implicaciones jurídicas que tendría- sí lograron que se tuviera en cuenta la pertenencia étnica de la mayoría de las víctimas en aspectos como la reparación psicosocial (PNR, 2003) y, con más trabajo, en 2005 consiguieron que se instituyera una “reparación cultural”. Se puso a funcionar con presupuestos planeado de Q. 300 millones durante 13 años, y se plantearon diversas formas de resarcimiento que debían ser complementarias y simultáneas en su ejecución: el económico a base de proyectos productivos y aportes individuales; el simbólico para recordar y dignificar a las víctimas; el psicosocial para reparar los daños; el cultural mencionado, para revertir los efectos del conflicto en ese sentido. Saqbe’ se integró al trabajo en la Comisión Nacional de Resarcimiento a través de CORPUMA con la misma idea que entró a la salud mental: que las comunidades quedaron muy golpeadas por la violencia, y que había que lograr regresar al nivel de articulación previa. Para ello, el proceso de resarcimiento se podía convertir en la dinámica de 28

La importancia de San Martín Jilotepeque en el Programa Nacional de Resarcimiento –PNR- es clara: en 2004 esta cabecera fue elegida para albergar una de las oficinas regionales del Programa, y por otro, la primera entrega, simbólica, de viviendas a unas viudas se hizo ese mismo año en la aldea Estancia de la Virgen de este municipio, al mismo tiempo que en otra aldea de la vecina Zacualpa. 29 De nuevo hay que mencionar la labor pionera del GAM y CONAVIGUA en el país y JaK’amabal Ib’ en México reclamando al Estado el resarcimiento por el genocidio. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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rearticulación no sólo organizativa a través de los comités, sino a través del aumento de la autoestima étnica como “mayas” y la dignificación de víctimas y familiares como luchadores sociales que fueron masacrados por ello. Desde entonces, el proceso ha avanzado en la tarea de recuperar y reclamar un lugar para las víctimas en la historia de este país. Se ha ido logrando cierta presencia del tema del resarcimiento, la memoria y las responsabilidades estatales en los debates nacionales, más allá del círculo de víctimas, profesionales y solidarios. El carácter público de la figura de Rosalina Tuyuc ha ayudado a mantener visibilidad mediática. Las víctimas del conflicto van poco a poco saliendo de su silencio y convirtiéndose en agentes de su presente. En el plano práctico, se avanzó en la creación de la infraestructura necesaria para llevar a cabo el proceso de resarcimiento. En San Martín se instaló una oficina regional del Programa, que ha ido llevando a cabo el censo de víctimas, con los que han colaborado los comités de Choatalum. Para 2006, la PDH reportaba que el PNR declaraba un registro de entre 8,000 y 10.000 expedientes de víctimas, aunque los casos atendidos con resarcimiento económico eran apenas 623 (2006: 48-50)

5

Los logros y problemas

Así, desde que se organizaron en los comités de víctimas, algunos de los pobladores y pobladoras de esta pequeña aldea han entrado en procesos de alcance nacional, en los que se han puesto en contacto con otros actores con objetivos e ideologías diversas. Con ello, la dinámica de la acción colectiva en este ámbito va cambiando: se van logrando cumplir ciertos objetivos, pero también van surgiendo tensiones y conflictos con repercusiones diversas. Este puede ayudar a hacer un retrato de la forma de hacer acción colectiva en la Guatemala globalizada del post conflicto.

5.a

Organización, miedo y justicia

Un primer elemento sobre el que hay que llamar la atención es la capacidad de revitalización de la memoria y de sanación que está demostrando el proceso generado alrededor de la organización y las exhumaciones. En estos años los comités han aumentado su membresía y articulado su trabajo. Con ello se van empezando a romper los muros psicológicos que dejó la violencia, y la salud mental comunitaria va sanándose por lo menos entre los que han mantenido la conciencia de la “la organización” y se han vinculado a los procesos descritos. De hecho, la gente es ahora algo más capaz de hablar, de expresar abiertamente sus vivencias y reclamar justicia por ello: “Pedíamos salario justo”; “¿Cómo que somos guerrilleros?, no tenemos armas, sólo con niños estamos”, “El ejército no es para matar gente, es para cuidar”; “Lo que queremos es justicia, porque nos mataron como animales. No es pago, no pueden pagarme por mi esposo, es un delito que cometieron.” Sin embargo, todo esto aún es precario, y apenas existen espacios de expresión incluso entre los mismos comités.30 Cuando entre mayo y junio de 2004 estuvimos recogiendo las historias de violencia entre los comités de paraje, muchas veces nos

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Al salir de una reunión en que varios miembros del comité habían contado sus vivencias de al violencia, una mujer nos decía: “yo no puedo hablar aún así en público, no puedo contarlo.. Lo he intentado tres veces, no he podido” REPRESIÓN Y ACCIÓN

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comentaban cómo era la primera ocasión en que estas personas, hombres y mujeres, hablaban de ello. “...nosotros nos vemos, pero nunca hablamos de eso, yo hasta ayer me enteré de que a otras les pasó lo mismo, de que habían violado a la pobre señora, uno va a las reuniones pero nunca pregunta mucho, nadie sabía lo que le pasó a los otros …”

Además, un indicador importante es que a lo largo de las conversaciones con los y las vecinos de Choatalum, no hubieron menciones en torno a las formas de organización de la aldea en los años 70, la presencia de diversas organizaciones guerrilleras en ella, ni la participación o colaboración de sus habitantes en sus actividades. En principio, nadie quiere hablar de eso, a pesar de que entre ellos, muchos conocen las historias comunes. En general da la impresión de que en el momento en que reconozcan que tuvieron algún tipo de contacto con la insurgencia, están dando la razón a quienes les reprimieron, y temen que no obtendrán “resarcimiento” pues no fueron “víctimas” en el sentido de pasivas. De hecho, la gente que no se quiere vincular a nada les plantean repetidamente: “si nos golpearon de tal manera por organizarnos en los 80 ¿por qué se organizan ustedes otra vez?” Sigue existiendo la división entre los que participaron activamente en la guerra y los que supuestamente sólo experimentaron sus consecuencias. Así, para poder comprender correctamente lo que significa este nivel de organización alcanzado por las víctimas en Choatalum, hay que tener en cuenta las barreras que existen para la acción colectiva en este espacio. Y entre todas ellas, hay que destacar una: el miedo que aún empapa la vida cotidiana de la gente en este espacio, después de casi 25 años de los momentos de violencia más álgida y de más de diez años de la salida del Ejército de la aldea. El destacamento se desmanteló, las PAC se disolvieron y la figura del comisionado militar dejó de existir, pero el miedo aún forma parte de la vida de todos. Los maestros comentan sobre las dificultades que tienen para organizar a los padres de los alumnos ante cualquier actividad: la mayoría no quiere que se les anote en ninguna lista, y mucho menos mostrar su cédula o firmar algún documento: “hacerlos firmar fue la forma de incriminarlos en el pasado, no aceptan tampoco presentar su cédula”. Casi todos los niños tienen algún familiar desaparecido e incluso quienes que no vivieron directamente la represión, dibujaron helicópteros, soldados armados, casa quemadas, etc, en una actividad de PRONICE. Pese a la firma de la paz y los resultado de los informes de la CEH y REMHI, la impunidad persiste: el excomisionado Cusanero y los “refugiados de San Martín” no parecían tener problemas, su presencia ha seguido marcando la vida de la aldea e incluso Cusanero recibía visitas periódicas de mandos militares, que según el director siguen llevando un control sobre líderes locales, incluso en estos tiempos. Por lo menos hasta 2005 en todo San Martín el ejército y sus antiguos aliados han seguido presionando con su presencia y actividades diversas –de las más abiertas a las más discretas pero contundentes.31 31

“En un reporte presentado en la Sesión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) denuncia que elementos del ejército recorrieron en febrero aldeas de San Martín Jilotepeque, Chimaltenango.... en una de las aldeas --Santa Anita-- los soldados pasaron casa por casa convocando a una reunión, tal y como se hacía durante las masacres colectivas, y una vez congregados los aldeanos les dieron una plática comparando su situación actual con la de los tiempos de la guerra. Viudas de otras aldeas en las que hubo exhumaciones recibieron amenazas de exPatrulleros de Autodefensa Civil en el sentido de que si retoman el pasado, las violencia les afectará otra vez. Además. El primero de agosto del 2000 dos hombres armados asaltaron a Celso Balán, miembro REPRESIÓN Y ACCIÓN

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5.b

Autoestima maya

La actividad desarrollada por organizaciones como Saqbe’ y U’k’ux Be’, en un contexto en que los códigos multiculturales están cada vez más extendidos, ha tenido efectos sobre la forma en que los miembros de los comités se perciben a sí mismos y perciben la diferencia étnica.32 La mayoría de ellos y ellas se identificaban hasta hace poco solamente como “indígenas”, con lo que esto conlleva en el espacio de San Martín Jilotepeque. Sin embargo el trabajo de estos actores autoidentificados como “mayas”, ha ido haciendo que estén empezando a conocer y hacer suya la idea de “lo maya” y el orgullo que conlleva, con lo que la idea de la etnicidad se va tornando más positiva: “Nosotros sí somos mayas, pero hemos perdido las costumbres y tradiciones, eso no es malo pero ya no hablamos en kaqchikel porque se ha perdido. Somos mayas pero no lo practicamos”. “Eso sí es la cultura maya:, nuestros trajes, nuestra forma de hablar en el kaqchikel, nuestros cultivos maya antiguos, nuestra forma de comer maya... Los mayas comían mucha yerba, los mayas hacían revolcado, los mayas hacían muchas cosas, no hacían las cosas extrañas que ahora y montón de cosas, ahora ya son otras culturas. Los mayas comían pepita, los mayas comían muchas cosas eso es lo que queremos recuperar, para mejorar a nuestros hijos porque nosotros mucho químico, por eso es que ahora nuestras hijos: hay me duele mi cintura, me duele esto, me duele el otro, pero porqué, nosotros mismos hemos dado la oportunidad que nosotros no lo hemos sembrado”

En consonancia con el desarrollo de los contenidos de la identidad que se ha venido dando entre estas organizaciones este “ser maya” incorpora la cosmovisión, la dimensión “espiritual”-religiosa como parte cada vez más importante del quehacer político (Bastos y Camus, 2003; Morales, 2004). Dada la base cultural de la aldea, la disputa de sentido parece haberse centrado bastante en el debate entre esta espiritualidad maya frente a religión católica. Ahora la gente de los comités puede evaluar hasta qué punto lo que se les ha dicho desde la iglesia o desde los prejuicios populares corresponde a su realidad. La censura por parte de los líderes religiosos, si bien tiene peso en la actitud de las personas hacia la espiritualidad maya, no tiene suficiente poder como para alejar a los sujetos de todo aquello que tenga que ver con lo maya. Se llegan así a situaciones “de compromiso” variado, que muestran la vetas por donde puede estar abriéndose paso esta propuesta y estas prácticas. Un buen ejemplo sería el caso de un miembro del Consejo Central de Comités de Víctimas de Choatalum que asistió a las pláticas que impartía Saq’be sobre la cultura maya y también a las ceremonias mayas que se realizaron durante algunas exhumaciones. Es catequista desde hace unos veinte años y fue amenazado por sus compañeros con prohibirle predicar si seguía participando en esos actos. La solución fue que se acordó realizar una oración “católica” al inicio y al final de las reuniones del Consejo para evitar que se creyera que iban en contra de “la religión católica” y los líderes del Comité se acercaron a hablar a los catequistas para dejar claro que él participaba de

de CALDH en el poblado de San Martín Jilotepeque, Chimaltenango y uno de los activistas que dan seguimiento a las exhumaciones de cementerios clandestinos en la zona. Balán fue sometido a un interrogatorio, golpeado, amenazado de muerte y sedado antes de abandonarlo en el cementerio del lugar”. Velia Jaramillo/apro, Rebelión, 17 de marzo 2001 32 Este tema de la asunción de la ideología mayanista entre los Comités de Choatalum se desarrolla en extenso en Bastos, 2007b. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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las ceremonias mayas porque había que respetar los distintos credos y porque las ceremonias se hacían para un mismo díos y para pedir el bien. En general, quienes han tenido un contacto directo con las expresiones de la espiritualidad maya tienen una actitud más receptiva. “Pues es muy…es muy bueno, esa religión maya ha ayudado bastante aquí, mucho ha ayudado. Pero a muchos no les gusta, hay trabajos que hacen que no les parece, pero porque no han escuchado qué trabajo es lo que tiene. Varios dicen que son brujos, son sajorines, y no son eso, sino que son religiosos, son religiosos, .... Sí da resultado el trabajo, y eso nos está encaminando ahorita, esos nos están abriendo más el camino ahorita, y por eso ahorita ya tenemos el (personería)…jurídico…ahora ya lo tenemos, y eso es por ayuda por la ceremonia maya”.

Este discurso nos lleva a un asunto muy importante en este caso: la identidad maya se ve y se vive asociada a la pertenencia y el trabajo de los comités de víctimas en los talleres, ceremonias y demás. Se percibe entonces como una “identidad de proyecto” (Castells, 1999), en proceso de construcción y aprendizaje, asociada a la participación en algo tan importante como fue y sigue siendo “la organización”. Las personas de los comités a quienes más ha llegado este mensaje reivindicativo han sido los líderes y activistas más destacados, porque han podido asistir a más charlas, talleres y al diplomado. Para los otros miembros, esta identificación es más nueva y apenas están empezando a familiarizarse con ella. “...son talleres que nos han dado, varios talleres que nos han dado los sacerdotes mayas, pero los compañeros de aquí parece que sólo un taller han recibido, y mis compañeros miembros del comité sólo un taller han recibido. Nosotros invitamos a los señores que vienen con nosotros”

Con esto, estas personas están participando de un cambio ideológico que se está produciendo en todo el país desde hace más de una década, alrededor de la identificación como “mayas” y el discurso de derechos indígenas asociado a ello (Bastos y Cumes, 2007). Quizá la muestra más evidente de la amplitud de esta transformación ideológica en que están inmersos es que cuando las asociaciones de víctimas del departamento de Chimaltenango obtuvieron en 2004 su legalización, ya no lo hicieron como ADVICONA, sino como Asociación K’anil Maya Kaqchikel. Este nombre no está asociado a ser víctimas de la violencia, sino al orgullo de un pueblo que comparte una cultura y una historia, y que actualmente no sólo está pidiendo “resarcimiento” ,sino reconocimiento como víctimas y como ciudadanos de la nación guatemalteca, todo ello sin dejar de lado su identificación como kaqchikeles. De la misma forma, el Movimiento Nacional de Víctimas ha terminado también añadiendo a su nombre el término de Q’anil –semilla- destacando el carácter maya de la mayoría de sus componentes.

5.c

Rupturas de sentido

Sin embargo, este ámbito organizativo conocido como “el movimiento maya” no está exento de problemas, y más conforme obtiene más legitimidad y por ende posibilidades de manejar espacios de poder. Después más de 12 de años de trabajo continuado, en 2004 se produjo en Saqb’e una ruptura interna. Estas escisiones son algo normal en al historia del movimiento, y de otros movimiento sociales, y normalmente van unidas a asuntos ideológicos, personalismos y cuestiones de poder. Pero, como decía uno de los protagonistas de estos sucesos: “la tristeza es que ahora fue por puro pisto”. La REPRESIÓN Y ACCIÓN

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interpretación de quienes se fueron de Saqb’e parte de que uno de los miembros de la Junta Directiva de la organización, que levaba algún tiempo trabajando para el Banco Mundial en Honduras, solicitó “la personería jurídica” de la institución para un proyecto con este banco en Guatemala. Cuando el equipo de trabajo se lo negó, estallaron una serie de tensiones que venían acumulándose desde hacía tiempo. El resultado fue la no renovación de contrato de uno de los dirigentes y la posterior salida voluntaria de los responsables y trabajadores de casi todos los equipos. Entre todos decidieron continuar el trabajo como Asociación Uk’ux B’e. “El Corazón del Camino”33 Otra de las causas de fondo de esta crisis tuvo que ver con las diferencias en la actitud a tomar ante el sistema político y ante las bases, en un contexto de redefinición y tensiones dentro del movimiento maya (Bastos, Hernández y Méndez, en prensa). Unos apostaban por un modelo de organización engranada en el sistema nacional guatemalteco, cuyos miembros estuvieran insertos en organizaciones diversas no étnicas, como partidos políticos, y mantuvieran relaciones con organismos internacionales que aseguraran su presencia política, como el Banco Mundial. Los otros, por el contrario, buscaban construir una organización que basara su quehacer en la construcción de “lo propio” y desde ahí fortalecer la capacidad de acción de las bases, representadas por la comunidades y sus líderes. No se logró articular ambas dimensiones de una forma que fuera aceptable para las dos partes, y se acabó llegando a la ruptura. Este episodio, desgraciadamente tan normal, desbarató bastante del trabajo de la organización, que ya no se pudo reponer y trabajar en Choatalum con la misma intensidad con que lo venía haciendo. Los problemas legales y logísticos derivados de la escisión y las dificultades de encontrar fondos para reanudad el trabajo impidieron llevar a cabo los planes de vinculación más estrecha con los comités que la nueva organización se planteó como parte de la los planes de rearticulación comunitaria a través del resarcimiento. Por otro lado, este episodio puso a los comités de Choatalum y el resto de contrapartes ante un elemento de incertidumbre y dudas sobre la calidad política y moral de quienes han intervenido en ella.

5.d

Resarcimiento, pasado y poder

El miércoles 6 de septiembre de 2006, un número de familias de Choatalum, junto a otras de San Martín y otros municipios cercanos, recibieron el Gimnasio Municipal de Chimaltenango un cheque en concepto de resarcimiento por las violaciones sufridas a manos de agentes del Estado en los años 80. Con ello parecería que se lograba por fin un derecho que había sido reclamado desde hacía tiempo. Sin embargo, muchas ilusiones tuvieron que caer para llegar este punto. Como se dijo, el PNR surgió como iniciativa de las sociedad civil a partir de las recomendaciones de la CEH, aglutinada en la Instancia Multiinstitucional por la Paz y la Concordia. Fue un intento de crear un nuevo tipo de relación con el Estado sin que se diera un vaciamiento de su mandato, pero su caso muestra lo difícil de lograr ese equilibrio. A pesar de que la Presidencia del Programa era por nombramiento presidencial, se creó una Comisión Nacional de Resarcimiento –CNR- con presencia estatal y de

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En los momentos de esta ruptura, yo me encontraba colaborando con Saqbe’ precisamente en este trabajo sobre Choatalum. Dada mi vinculación personal e ideológica, desde entonces he quedado vinculado a U’k’ux Be’, lo que desgraciadamente supuso alejamiento de Saqbe’. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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diversos sectores de la sociedad civil involucrados. Por su carácter y su compromiso, no se trataba de una Comisión Presidencial más, sin apenas presupuesto y que apenas consiguiera resultados. Se trataba de todo un Programa que está planteado para trabajar con miles de personas y que debía movilizar Q. 300 millones al año (unos US $ 40 millones) durante 13 años. La situación de pobreza extrema en que se halla una gran proporción del elevado número de víctimas era un compromiso importante, y ponía contra las cuerdas a la Comisión. Desde sus inicios, los integrantes de esta Comisión se resistieron a que su trabajo terminara cooptado por el Gobierno, como había ocurrido con otras comisiones. El hecho de que quienes la integraban estuvieran representando a bases que les pedían cuentas, hacía más difícil esta cooptación que en los casos de intervención individual. Sin embargo, desde el inicio del proceso hubo problemas entre estas organizaciones, que cristalizaron en las formación de la Coordinadora de Organizaciones para el Resarcimiento del Pueblo Maya –CORPUMA dentro de la Iniciativa Multiinstitucional y pronto opuesta a ella. Este carácter plural –dualizado en la práctica- de la Comisión, tanto en su dimensión étnica como organizativa e ideológica, incluso entre los representantes de los sectores civiles, supuso un reto en un país cuya práctica política ha estado más basada en la imposición que en los diálogos y consensos. Se intentó no dejarse llevar por las ideologías y los intereses particulares de cada una de las organizaciones y delegados presentes, pero las tensiones internas bloquearon la capacidad de acción del Programa durante más de un año, y el Gobierno acabó interviniéndolo en 2005. Se disolvió la CNR y sólo se confirmó a Rosalina Tuyuc como Presidenta del Programa, que quedó bajo el control directo de la Secretaría de la Paz – SEPAZ-. Con ello, el gobierno logró por fin imponer su visión de un resarcimiento monetario individualizado que tendiera más a la desmovilización que a la rearticulación de las comunidades, alejándose de los propósitos iniciales del Programa: “La política de resarcimiento ejecutada por el PNR, se distancia de lo establecido en las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. (PDH ,2006: 60) El enfoque aplicado para la reparación a las víctimas ha puesto énfasis en el resarcimiento económico, en tanto otros aspectos importantes como la dignificación de las víctimas, la atención psicosocial y el acceso a la verdad y la justicia han quedado relegados…El PNR no ha sido capaz de coadyuvar al proceso de reconstrucción del tejido social, dignificación y recuperación de la confianza ciudadana en las instituciones del Estado”. (PDH, 2006: 60, 61-62)

El proceso que llevó a esta situación fue muy tenso y complejo, pero en un análisis somero del esta crisis destacan tres componentes con incidencias diferenciadas, pero simultáneas, que muestran lo arriesgado y difícil de la apuesta del resarcimiento. Por un lado, la mayoría de líderes, lideresas y activistas que formaron la Instancia Multiinstitucional por la Paz y la Concordia, y después estuvieron presentes en todo la dinámica alrededor de la Programa, habían participado de alguna forma y en diferentes grados en las actividades de la insurgencia en los 80, y desde entonces estaban activos en esa faceta de la política nacional. Esto les había hecho compartir muchas experiencias, no siempre del mismo lado, y se crearon una serie de tensiones en que se juntaban desde cuestiones personales a organizativas, desde lealtades a competencias añejas. No es sólo la tirantez entre quienes fueron dejando las filas de la URNG y quienes continuaron en ellas, sino algo mucho más intrincado que tiene que ver con las tensiones de una REPRESIÓN Y ACCIÓN

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situación de clandestinidad y represión, que exigía lealtades totales. Esto creó bandos y brechas dentro del colectivo. Por otro lado, la mayoría de las organizaciones que estaban presentes eran las mismas que llevaban desde los 80 trabajando con las víctimas, denunciando violaciones a sus derechos, organizando exhumaciones, acompañando procesos judiciales, consiguiendo proyectos productivos. Desde que empezaron a moverse proyectos y financiamientos alrededor del resarcimiento, ellas mismas se convirtieron en gestoras de fondos estatales –además, fondos escasos-. Esto hizo el programa se convirtiera además en cuestión de sobrevivencia financiera de algunas de las organizaciones, y de posibilidades de extender o consolidar la influencia de otras. Esta intermediación de las organizaciones entre el Programa y las víctimas fue un tema muy debatido al interior de la Comisión, y de hecho el Movimiento Nacional de Víctimas nació precisamente para convertirse en la instancia intermediaria, para sustituirlas así. Pero ninguna prevención ni buena intención impidió que los intereses prevalecieran en muchas de las decisiones y discusiones.34 Finalmente, todo este conjunto de tensiones tomo apariencia de conflicto étnico cuando se formó la CORPUMA reclamando trato específico desde una argumentación por la que la calidad de víctimas de los mayas en el conflicto era una continuación más de la situación de racismo estructural de la sociedad guatemalteca, que les había puesto en una situación de carne de cañón de una guerra que no era la suya (CORPUMA, 2003). Así, a partir del reclamo básico del racismo se niega la actoría de muchas personas para buscar estar más cerca del maya autorizado (ver Schirmer, 1999; Hale, 2004). No se trataba en absoluto de una división entre mayas y no mayas, pues estos últimos siguieron siendo mayoría en ambos espacios, sino de una forma de apreciar la pertenencia étnica que estaba en consonancia con la vicitmización y la visión de “culturización de la diferencia” que está tornándose hegemónica entre varias instancias mayas, sobre todo las relacionadas con el Estado (Bastos, Hernández y Méndez, en prensa). Con todo esto se perdió una importante oportunidad para lograr no sólo hacer justicia a las víctimas de la represión estatal y dignificar un pasado reciente estigmatizado; sino para mostrar cómo la sociedad civil, y los mayas dentro de ella, podían sacar adelante un programa de gran responsabilidad política. Quizá ha faltado claridad política para ver que eran más importantes lo que les unía que lo que les separaba, y sobre todo, para no mostrar esas diferencias a un gobierno que estaba deseando tener una razón para desautorizarles.35

34 El informe de la PDH manifiesta que “diversas personas entrevistadas resaltaron la ausencia de un pacto entre organizaciones sociales en función del impulso del Programa y no en dependencia de que se diera prioridad al resarcimiento de los grupos que les son afines a cada una” (PDH, 2006: 22). 35

LOS RETOS DEL PNR.“Si bien el Programa Nacional de Resarcimiento, responde una demanda acumulada de miles de víctimas del conflicto armado que en su mayoría es del pueblo maya, para que sea realidad el programa enfrenta varios obstáculos por el hecho de ser un programa de acuerdo gubernativo, implica que cada presidente que llegue al poder se tendrá que renegociar para darle continuidad al programa que esto puede desorganizar planes y alcanzar objetivos. Que es un programa donde participa gobierno y sociedad civil si bien es cierto ofrece ciertas ventajas ya que están representados las demandas de las víctimas, pero se vuelve un problema en las tomas de decisiones, por los representantes de la sociedad civil se manifiestan diferencias políticas y la disputa de poderes. En otros países donde se han implementado programa nacional de resarcimiento las ha desarrollado una Comisión que nombra el gobierno. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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5.e Víctimas y dinero escaso Los conflictos que se dieron entre 2003 y 2005 en torno al PNR, llegaban hasta los Comités de Choatalum, pero no parecía que estorbaran su trabajo básico. En un momento dado, se criticaba las acciones de algunos dirigentes; los miembros de los Comités iban a marchar en Chimaltenango en apoyo de una de las facciones; en las reuniones dominicales en San Martín había enfrentamientos verbales entre líderes con vínculos de un lado u otro. Pero realmente, no parecía que fueran cuestiones importantes. Sí se puede remarcar cómo en estas tensiones, la pertenencia étnica volvía a aparecer como argumento. Refiriéndose a una figura del bando opuesto al suyo, decía uno de ellos: “no es que esté en contra de ella, sino de su política. Ella se viste como indígena, habla kaqchikel, lo maneja muy bien, pero a nosotros los demás indígenas sólo nos usan como escalera”. Sin embargo, lo que sí hizo esta división fue darle cabida y forma a otro conflicto que estalló en ese tiempo en Choatalum, afectando a todo San Martín e incluso el departamento de Chimaltenango. Desde que los comités formalizaron su trabajo y se incorporaron a una estructura mayor, empezaron los conflictos entre diferentes grupos alrededor del uso de los fondos Por fin estallaron a finales de 2004, casi a la vez que la ruptura entre Saqbe’ y Uk’ux Be’, provocando un escisión dentro de los comités de Víctimas de Choatalum. Una parte de los miembros, liderados por el grupo de San José las Rosas, rompió sus vínculos con la Asociación K’anil Maya Kaqchikel¸ que es quien tenía –y mantiene- la representación en el Movimiento Nacional de Víctimas y se vinculaba a “la Instancia” dentro de la CNR. Los escindidos, por su parte, buscaron apoyo en CONAVIGUA, y por tanto, quedaron más cercanos a CORPUMA y mantuvieron la vinculación con Uk’u’x Be’: una de sus lideresas forma parte de la Junta Directiva de esta Asociación. Pero esta escisión fue otro factor para disminuir la presencia de U’ku’x Be’ en Choatalum.36 Las gentes de los comités entraron en una situación de estupor generalizado a finales del 2004: tanto trabajo realizado, tanta organización, y justo ahora que el Programa se iba a poner en marcha, todo se derrumba. Pero es precisamente esta inminencia de los El problema grave a enfrentar es la cantidad de víctimas del conflicto armado, que haciende a miles de personas que están por todas partes del país. Se hace necesario tener claro los criterios por donde se inicia el programa, porque en tal lugar y no en otro, que reacciones van a tener las otras regiones cuando se inicia el resarcimiento que sufrieron igual la represión porque es un hecho no se va poder iniciar al mismo tiempo en todas las regiones ya se cuenta con un presupuesto limitada en relación a la demanda, se tendrá que cuidar a que el programa no vaya creando una opinión de víctimas de primera y de segunda hasta de tercer nivel, y que las necesidades de las víctimas no se vaya cayendo en una victimización, para justificar el acceso al programa, que entraría en una contradicción con la dignificación de las víctimas. El problema del recurso económico, si bien están destinados anualmente 300, millones de Quetzales, que son $37,500.00. para cumplir los objetivos planteados no sería suficiente esta cantidad. Si el programa por desgracia llegara a fracasar por las razones mencionados porque ya se tuvo una experiencia el año pasado donde los problemas políticos ideológicos freno el desarrollo de la Comisión Nacional de Resarcimiento lo que significó un año de perdida de trabajo y los que más salieron dañados fueron las víctimas con frustración y se sintieron que su situación de víctimas se estaba mezclando en la competencia entre organizaciones, dirigentes, y el Estado utilizando el resarcimiento para hacer proselitismo”. Ukux Be, 2005. 36 En esta ruptura, al contrartio que en la anteriormente narrada, quedé del lado de los Comités “oficiales”, no de los escindiddos –con quienes prácticamente he perdido contacto. No fue una cuestión fácil, pues mi cercanía con U’kùx Bè provocó recelos, que estallaron cuando una malinterpretación de un escrito mío me puso cotnra las cuerdas. Me costó más de un año que recuperaran –cierta- confianza en mí. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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recursos lo que parecía ser la causa de un fenómeno mucho más generalizado, del que este caso sólo sería una muestra si no fuera por todos los anhelos e ilusiones que llevaba detrás. Gente de diversas aldeas mencionó cómo estaba apareciendo gente “de fuera” que dice ser “del resarcimiento” y que están pidiendo dinero para hacer los trámites “para que estén en las listas”. Otras veces son gente que se dice vinculada a organizaciones “que sí van a recibir pisto”, o incluso los mismos Alcaldes y Gobernadores ya están sacándole provecho. Como dijo una joven en una reunión, “el resarcimiento se ha convertido en un negocio. Todos estamos organizados para recibir dinero, no por la justicia. Por eso nos da miedo que no estemos en las listas”. Desde que el programa se puso en marcha, en Choatalum se apuntaron unas 400 familias a través de los Comités para recibir su “resarcimiento”: el cheque de Q. 24,000 (poco más de US $ 3,000), llamado “los venticuatro” . Además, otras familias que no estaban apuntadas en los Comités, los llamados “independientes”, también lo han ido solicitando. En total, para inicios de 2008, se habían recibido unos 140 cheques en la aldea, con lo que quedan pendientes unas dos terceras partes. No ha sido fácil este logro, que ellos valoran mucho. Desde el inicio, los comités de Choatalum participaron activamente en todas la acciones para lograr poner en marchas los pagos. Desde las marchas y plantones en la capital hasta las reuniones mensuales en la sede del PNR en Chimaltenango, pasando por el envío semanal de colectivos para que fueran “apuntados”. Al no existir figuras jurídicas claras, los requisitos para obtener la calificación de “víctima” han sido muy difíciles, y dependientes de otros agentes, como las Municipalidades. Además, el mismo Programa tiene sus restricciones explícitas –no haber participado en las PAC- e implícitas – no haber estado vinculado a ninguna organización,que restinge aun más la posibilidad de ser considerado resarcible y cobrar el cheque. El resarcimiento económico, a través de este pago único, fue considerado como una de las formas de resarcimiento, pero no la única, y las Asociaciones y Comités de Víctimas han reclamado tanto los proyectos de desarrollo como los materiales para vivienda o los “monumentos” a los muertos. Sin embargo, todo parece indicar que, desde el PNR, “el cheque” se ha pensado con una función desmovilizadora, y parece que algo se está consiguiendo: familias que se desvinculan de los comités al obtenerlo; acusaciones a los Comités sobre le manejo de fondos. Y, sobre todo, los efectos del dinero en estas sociedades empobrecidas: desde riñas familiares hasta robos

5.f

El relativo éxito de las acciones legales

Por último, una vía que hasta hace poco parecía cerrada se ha empezado a abrir recientemente. FAMDEGUA apoyó la demanda hecha en los 80 un vecino de Choatalum, don Hilarión, puso una denuncia contra el comisionado Cusanero por la desaparición de su hijo. Evidentemente, la cuestión no prosperó. En 2003, con otros cinco personas, también familiares de desaparecidos, interponen una denuncia, apoyados por FAMDEGUA, que se declara querellante adhesivo. Esta situación empezó a cambiar por donde se menos se imaginaba, y se está abriendo una puerta que pede tener resultados determinantes. El caso tuvo un giro inesperado cuando en 2005 la juez de Chimaltenango aceptó la querella contra el comisionado Cusanero pese a los alegatos de sus abogados, y le impuso arresto domiciliario, teniendo que ir una vez a la semana a firmar en el Juzgado de 1ª Instancia de San Martín Jilotepeque. Hubo que esperar un año para que comenzara el juicio en REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Chimaltenango, pero la Defensa de Cusanero alegó que no se pueden juzgar retroactivamente casos de desaparición forzada (el delito se tipifica en 1996, y las acciones son de 1982-1984), por lo que consiguió que se suspendiera el debate público previsto para agosto de ese año. El caso llegó a la Corte de Constitucionalidad, donde la parte acusadora y el Ministerio Público mantuvieron que la desaparición forzada es un delito que no prescribe mientras el perpetrador no informe del paradero de las víctimas –lo que no ocurrió en 1996, cuando se tipificó el delito. Esta situación puso el “caso Cusanero” en la mira de la jurisprudencia nacional y los activistas de derechos humanos. En Guatemala apenas se han podido desarrollar juicios contra responsables de violaciones a los derechos humanos en los años álgidos del conflicto, dadas las sucesivas autoamnistías y la “Ley de reconciliación nacional” que acompañó la firma de la paz.37 En la actualidad están empezando a abrirse casos por masacres y desapariciones (en Río Negro, en Chiquimula) Por ello, de la decisión de la Corte dependía la posibilidad de abrir o no juicios por desaparición forzada en Guatemala: si la Corte lo aceptaba, se abriría una vía nueva para lograr la justicia en la multitud de casos como el juzgado que se repitieron en todo el país; pero si dice que no, se cerraría definitivamente. En junio de 2006 la Corte resolvió que no había lugar el recurso por una cuestión de forma, por lo que el caso se reabrió, pero no se resolvió la cuestión de fondo sobre la irretroactividad o no del delito. Así, en marzo de 2007 se llevó a cabo por fin la fase del debate oral. Cuatro años después de iniciar el proceso, don Hilarión y las otras cinco mujeres, además de otras tres personas llamadas como testigos, pudieron exponer su versión de los hechos, ante un Felipe Cusanero que no abrió la boca en las siete sesiones que duró el debate y, sobre todo, ante las continuas tácticas dilatorias de la defensa. Los comités se movilizaron para mostrar su apoyo a los acusadores y, en coordinación con CALDH, unas 30 personas estuvieron llegando cada día al la sede del Organismo Judicial en Chimaltenango, Sin embargo, cuando ya se encarrilaba el asunto, la defensa volvió a alegar la inconstitucionalidad del proceso por los mismos argumentos, y el proceso ha quedado suspendido en abril hasta nuevo aviso. Su fe en la justicia está en juego. Aún estamos esperando el fallo. Mientras, Cusanero consiguió ser elegido Alcalde Comunitario (antes, “Auxiliar”) de Choatalum y con ese puesto está intentando que la gente de la Aldea apoye su pretensión de inocencia. Por ahora no lo ha logrado

6

Conclusiones

Como hemos visto en este texto, en el municipio de San Martín Jilotepeque, y en Choatalum en concreto, se han creado históricamente unas condiciones de vida por las que la vivencia de la etnicidad ha estado vinculada a la constatación cotidiana de la subordinación y la pobreza como referentes directos del “ser indígena”. La fuerte presencia ladina en las relaciones locales de poder –con todo lo que eso conlleva-, impidió un desarrollo socioeconómico similar al ocurrido en muchos de los municipios del departamento en la segunda mitad del siglo XX. De hecho, sigue siendo un espacio más empobrecido que sus vecinos. En este contexto de subordinación, el organizarse ha sido

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Hasta ahora sólo ha habido un caso, en Rabinal, en que un jefe de patrullas ha sido condenado por una masacre, Aparte de ése, los juicios que se han podio llevar cabo han sido por casos posteriores: la muerte de Myrna Mack en 1990; la masacre de Xamán en 1995; la muerte de Monseñor Gerardi en 1998. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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la forma de buscar salir de la pobreza, y ha servido para vincularse a los procesos nacionales. Como se decía al inicio de este texto, lo ocurrido organizativamente en este espacio desde los años 50 del siglo pasado hasta la actualidad no es único, es un ejemplo de algo en que han estado y están insertas miles de familias, un tipo de proceso que se dio en varios lugares con desarrollos más o menos similares, y que ayuda a explicar parte de la historia reciente del país, y de los indígenas en él.

1 La dinámica de cambio socioeconómico y cultural que comenzó simbólicamente con la Revolución de 1944 conllevó la modernización del mundo indígena. Pero en vez de su desaparición como grupo diferenciado, como propugnaba la ideología de la “ladinización” (Adams, 1956) -variante local de la asimilacionista- lo que ocurrió fue un proceso de búsqueda de inserción nacional desde su pertenencia étnica. Y esto significaba romper con la subordinación implícita en la misma condición étnica, que se vive irremediablemente unida a la condición de pobreza. Se trató de un proceso que Le Bot (1995) considera que tuvo una faceta moral muy importante, y en el que las bases religiosas fueron fundamentales para entender los derroteros del proceso. El ejemplo de Chupol, localidad k’iche’ cercana a Chimaltenango, y que formó parte del mismo desarrollo, nos pueda ayudar a entender esta conexión y su posterior desarrollo: “La importancia del entendimiento como criterio de pertenencia, tanto al mundo de ri winaq como al mundo de los hijos de Dios, explica el surgimiento del mundo de los ‘conscientes’ La conciencia nació cuando los chupolenses entendieron que los querían excluir del mundo de los hijos de Dios por pertenecer al mundo de ri winaq. [En el nivel local, las personas se identifican con la categoría ri winaq, ‘la gente’... Los términos natural o indígena pueden ser, en ciertos contextos, sinónimo de este otro término más particular]. Cuando Acción Católica y, posteriormente, ‘la organización’ (es decir, el CUC-EGP) los impulsaron a reclamar al Estado que los tratara como hijos de Dios, esto es, como seres capaces de entender y, por lo tanto, de recibir educación y no golpes, la palabra ‘indio’ adquirió un significado aún más nefasto. Ser ‘consciente’ implica poder reclamar simultáneamente ‘su identidad indígena’ y su identidad como ‘gente, como cristianos, como guatemaltecos’. En contraste con los demás matices de la identidad chupolense, el de ser consciente es fruto de un proceso histórico: ser consciente es incluirse dentro de la nación guatemalteca y, al mismo tiempo, reconocer que para incluirse fue necesario luchar.” (Mac Allister, 2000: 66)

Así pues, lo que tenemos es el surgimiento y formación de “gente consciente”, una categoría política que reclama ciudadanía, y fue la base del accionar político posterior. Porque este cambio político-cultural fue topando con un Estado que cada vez cerraba más las posibilidades de transformación e incluso de participación. Con ello, quienes propugnaban una salida radical y violenta a la situación, fueron convirtiéndose en actores hegemónicos en la lucha política. Lo que ocurrió a finales de los 70 fue la vinculación exitosa de estos dos procesos, en un contexto centroamericano que no podemos menos que considerar “preinsurreccional”, y en que el ansiado “cambio”, el salir de la pobreza, se veía posible.38

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Manolo Vela (2006) habla de una “rebelión campesina” que se dio en ciertas áreas donde la presencia del EGP permitió pensar en términos insurrecciónales. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Pero las fuerzas no estaban en absoluto equilibradas: en estas áreas el apoyo político fue mucho más fuerte que la capacidad militar. Y eso fue determinante cuando el Ejército decidió reaccionar ante el peligroso rumbo de los acontecimientos. Toda la capacidad represiva acumulada en décadas de gobiernos militares se unió a las concepciones racistas de la sociedad, y la violencia llegó a una nueva dimensión, no esperada y para el que ninguno de los actores estaba preparado. De esta manera, el genocidio practicado contra estos sectores movilizados de la población indígena quizá no tuviera la intención de exterminarles como población pero desde luego sí anularles como actores políticos.39 Y parecería que el objetivo se logró: durante una serie de años, comunidades como Choatalum estuvieron bajo el dominio militar y no pudieron continuar con su proceso de búsqueda de salir de la pobreza: la violencia y la militarización no sólo fueron muy fuertes sino que fueron ejercidas por un poder bárbaro, despótico, mantenido por quince años, dejando profundas huellas sociales y culturales. En algunos lugares esto duró más que en otros: como hemos visto, Choatalum fue de los que más costó regresar a la senda reivindicativa, pero en cuanto hubo posibilidades, los y las “conscientes” volvieron a buscar un forma organizativa por la que seguir luchando por sus derechos.

2 En la actualidad, dado el contexto de respeto por la diferencia étnica y de paz que supuestamente vive el país desde hace una década al menos, se deberían dar las condiciones para que la gente como la de Choatalum, estuvieran avanzando en el logro de sus demandas. Sin embargo la cuestión no es tan fácil. Existe una serie de elementos nuevos y heredados que condicionan la dinámica organizativa. Lo primero que habría que ver es cómo la calidad de “conscientes” ha creado una identidad que va más allá de la mera ideología política, y representa la continuidad con organización de los 60, los 70 y después los 80. Fueron los que se reorganizaron en los 90 y ahora son los sujetos del discurso y las propuestas de cambio identitario a través de su vinculación como tales comités de víctimas con otras organizaciones como Uk’u’x Be’. Esto ocurre en un contexto en que la sociabilidad comunitaria se encuentra profundamente fracturada a raiz de los hechos de los 80 y la impunidad con la que se pasean quienes ejercieron el poder militar despótico y son responsables directos de muchas muertes, dificulta el desarrollo una idea de justicia y una libertad de actuación. La organización es en Choatalum una propuesta limitada, al menos por ahora, a un circulo de activistas y líderes locales. Los históricamente más comprometidos son ahora los concienciados: “sabemos que la mayoría de las víctimas no está organizada: somos apenas 15-20,000 de las 200.000 víctimas” El resto de la gente, incluso el resto de las víctimas dentro del mismo Choatalum, observan pasivos y miedosos. Pero lo más peligroso no es quizá ser pocos, sino formar parte evidente de una facción dentro de la comunidad. El que sean los organizados, -los mismos desde hace décadas-, puede tener, en vez de un de efecto demostración, un efecto de rechazo, de rebote entre quienes se sienten opuestos a ellos: desde luego el comisionado militar y las “45 familias”, pero también a lo mejor evangélicos y carismáticos que unan las razones políticas a las religiosas. Con ello, se reforzaría el poder de quienes llevan el mensaje en contra de las reivindicaciones como víctimas y como mayas. 39

Respecto al debate sobre el carácter del genocidio, ver CEH, 1999; CORPUMA, 2003; Bastos, 2004; Brett, 2004. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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Pese los esfuerzos de estas personas y sus vinculaciones nacionales e internacionales, no existe a nivel de Guatemala, ni desde luego a nivel local, una propuesta ideológica que haya otorgado legitimidad y una narrativa suficientemente heroica a estas personas por su actuación en los 80. Pese a que sabemos que esos contactos sí se dieron, en los testimonios dados por las víctimas de las masacres realizadas en Choatalum, no ha aparecido en ningún momento que ninguno de ellos tuviera algún tipo de relación con las organizaciones campesinas, culturales, religiosas y demás que formaron parte de la movilización social que se dio en los años 70, y que en algunos ocasos terminaron aliándose con las organizaciones guerrilleras. ¿Por qué no se reconoce esta participación?¿por qué no se puede merecer un resarcimiento por haber sido víctima del Ejército habiendo participado en los diferentes proyectos de cambio social que hubo, en las filas insurgentes, alrededor o fuera de ellas? La gente que se moviliza para solicitar el resarcimiento lo hace organizadamente, a través de comités. Los vecinos les dicen que para qué “alborotan”, que “por alborotar” fue que el Ejército les masacró en los años 80, y ahora va a pasar los mismo. Así, a este nivel, se ha consolidado la idea de que fue esa movilización, que acabó en la presencia guerrillera, la que causó la represión. Una nueva movilización va a traer más represión por parte de quienes siguen ahí. No existe una conciencia de historicidad, del momento concreto que se vive, sólo se aprecia que la represión estatal es la respuesta a las movilizaciones, como política general. A estas alturas, en ciertos niveles políticos y académicos –y supuestamente a nivel oficial- se ha asentado la idea de que el Ejército fue responsable de las masacres y demás violaciones a los derechos humanos que se dieron durante el conflicto armado, y sobre todo entre finales de los 70 e inicios de los 80. Pero detrás de ello, permanece incólume la idea de que esto ocurrió porque hubo una serie de gente que se rebeló y se enfrentó al Ejército, siendo ellos los culpables finales de lo que ocurrió. Según esta idea, lo que estuvo mal por parte del Ejército fue actuar contra víctimas pasivas, gente que no estaba movilizada. Pero no lo estuvo el haber masacrado impunemente, haber quemado sus casas, robado sus animales, violado a las mujeres, matado a los niños, haberles sometido a una militarización ilegal por más de diez años, a los familiares de gente que se sospechaba que se había alzado contra una sociedad injusta. Por tanto, para ser víctima – y tener derecho al resarcimiento- no se puede haber participado en ninguno de los procesos y actores de un proyecto que cuestionaba, por las armas o por la presión socialel sistema social imperante. Hay varios niveles en que se aprecia la presión hacia esta actitud, que acaba llevando a que si bien todos en Choatalum saben quiénes y por qué se movilizaron, esa parte de la información no se maneje ni se exponga cuando se habla de víctimas. A nivel local, las personas que ahora reclaman el resarcimiento aprecian cotidianamente que los responsables directos de la violencia ejercida de forma sistemática durante 15 años, el comisionado militar y los jefes de la patrulla, siguen viviendo tan tranquilos en sus comunidades, sin que nadie les cuestione por lo hecho, ni parezca que se pueda interponer ninguna demanda judicial al respecto. T todos están pendientes en cómo avance el caso Cusanero, pero las señales no son definitivas. Así, pese a todo el proceso de paz, todos los informes de la CEH y el REMHI, y todas las posibles políticas de resarcimiento, no se visualiza que a estas personas se les pueda culpabilizar de nada. Incluso a los patrulleros les es más fácil obtener su pago por lo que hicieron que a las víctimas (ver Sáenz de Tejada, 2004). La versión oficial del conflicto, con el Ejército y las REPRESIÓN Y ACCIÓN

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PAC como responsables de la represión, no ha llegado a la vida cotidiana de muchos guatemaltecos.

3 La construcción socioeconómica de la diferencia y la historia reciente hicieron que la identidad de clase y la necesidad de justicia fueran los ejes de la movilización. Pero desde hace tiempo, y dentro del mismo desarrollo político idelológico, -el que hizo al líder de Choatalum hacerse llamar capitán Ixbalamqué-, entre los indígenas de Guatemala fue consolidándose la propuesta de una identidad étnica autootorgada, positiva y común, que conllevaba una serie de derechos específicos (Cojtí, 1997; Esquit, 2003; Bastos y Camus, 2003). Se trata de la forma que en Guatemala ha tomado el fenómeno mucho más amplio de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y la consolidación de la ideología multicultural como forma de entender y gestionar la diferencia étnica (Bastos y Cumes, 2007). En Choatalum, esa idea de “lo maya” fue entrando, como vimos a través de la vinculación con ciertos actores, sobre todo aquellos como Saqbe’ y después Uk’u’x Be’ que hacían de esta identificación la base de su actuar. A lo largo de ese proceso se ha ido asumiendo la categoría de “mayas” como parte del proceso ideológico asociado al resarcimiento y a la categoría de víctimas, y la categoría étnica se convierte en la clave para entender la historia de violencia sufrida. El resultado es que el “ser víctima” pueda considerarse casi como una componente más del ser maya en Choatalum, reforzando la idea de subordinación. Este planteamiento tiene dos desarrollos que de alguna manera se dan juntos, pero que son contrapuestos entre sí. En un primer planteamiento, se establece un vínculo de los talleres y ceremonias actuales con las actuaciones de los años 70 y 80, y el discurso de lo maya se entronca con el de la “organización” que venía desde los 70. Esta idea no se basa tanto en la experiencia vivida de la represión, como en la de organización y lucha que empezó en forma social, en algunos casos llevó a la armada, y luego continuó en los comités de víctimas que ahora van asumiéndose como mayas. Esta es la idea desde la que trabaja Uk’u’x Be’, insistiendo en que hay que “recuperar la unidad” que había en las comunidades “antes del conflicto”, como una forma de conjurar y revertir los efectos de la división y la represión, en parte idealizando un periodo en que tal unidad supuestamente venía dada por la militancia organizativa. Como consecuencia, se ensalza ese pasado “organizado” y se valora la ideología que llevó a ello, combinando las ideas clasistas de entonces con las étnicas de ahora.40 Además de Uk’u’x Be’, existen otras fuentes donde los miembros de los comités de víctimas pueden apreciar la idea de unos mayas que fueron reprimidos por luchar por la

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De hecho en su quehacer Uk’u’x combina elementos de tradiciones variadas: si una sesión del Diplomado se inaugura con la explicación del nawal del día; otro día se hace recordando el 13 de noviembre como fecha del surgimiento de la guerrilla en Guatemala. Así entre los alumnos y alumnas del Diplomado no era extraño oír argumentaciones sobre los 500 años de lucha por la tierra, la organización en los 70 que se actualiza ahora por la identidad: “La guerra fue porque los campesinos empezamos a ver la realidad de cómo estaba el pueblo... Pero las clases sobre los antepasados nos han enseñado que no es sólo de hace 40 o 50 años, desde hace 500 años no hemos tenido derechos... No fue sólo porque nos estábamos organizando, fueron los enemigos del pueblo maya los que nos hicieron daño..” REPRESIÓN Y ACCIÓN

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justicia.41 Se está produciendo un tránsito al incorporar elementos mayanizantes al discurso de origen revolucionario y católico, dándole un nuevo contenido, un matiz más a la identidad de los “conscientes”, ahora en consonancia con el nuevo contexto de apoyo a los pueblos indígenas, pero sin negar su historia previa. De esta forma, la identidad como mayas que van recreando va unida a la de luchadores sociales, y lo étnico y lo social se refuerzan. En este sentido, la identidad maya puede convertirse en un acicate –ahora legítimo en muchos ámbitos- para conseguir el fin de la impunidad, el resarcimiento, y tal vez, la justicia social. Por el otro lado, la vinculación entre ser maya y haber sido víctima de la violencia lleva entender el hecho concreto del genocidio de los 80 como parte de un proceso más grande de racismo aplicado a indígenas por ser tales, y a esa violencia como aplicada contra los mayas por ser tales mayas: “Tal vez porque somos indígenas nos querían matar, sólo Dios sabe por qué nos pasó” (citado en Camey, 2000: 42). Esta versión corresponde a una percepción “etnizada” de la realidad vivida en que la condición étnica condensa las demás dimensiones, muy acorde con la combinación entre racismo, exclusión, pobreza y violencia que se dio y se da en San Martín Jilotepeque. Este planteamiento está apoyado por una línea de argumentación desarrollada por las organizaciones mayas reunidas desde 2003 en CORPUMA, y desde este espacio han difundido su planteamientos. Haber sido víctima del genocidio de los 80 se asume como una parte más de la victimización general de lo que significa ser maya en este país, con lo que se refuerzan las razones para asumir esta identidad de una forma combativa, en contra de todo el sistema político y jurídico. Pero, a cambio, se pierden las vinculaciones directas con lo que fue la lucha de los 70 y 80, pues esta versión asume que los mayas como tales no participaron de forma activa, sino solo como nuevas víctimas de una guerra que no les incumbía. 42 Estamos entonces frente a dos formas de entender la relación de la memoria con la identidad, que pueden marcar también dos formas de entenderse como mayas en el contexto guatemalteco actual. Por un lado, la que refuerza las memorias personales concretas, y convierte los episodios de lucha del pasado reciente en un componente básico del “ser maya” en el contexto globalizado del siglo XXI con sus luchas específicas. Por otro, la que recrea una memoria colectiva mítica, basada más en la historia de largo plazo que en la actual, y que tiene más en cuenta las experiencias de exclusión, discriminación y victimización, que las de organización y lucha.

4 Esta discusión podría ser simplemente muestra de la diversidad de posturas entre las organizaciones mayas si no se diera en el contexto de la política de resarcimiento a las 41

Por ejemplo, la Asociación Kanil Semilla Kaqchikel en que se insertan los comités de Choatalum, no está ligada a a CORPUMA, sino a la corriente que le disputa la hegemonía en el PNR, pero eso no es óbice para la “mayanización” de la Asociación, y el uso de la identidad kaqchikel como algutinante. 42 Estos planteamientos tienden a ver a los mayas como víctimas de un conflicto en que ellos no fueron actores conscientes: “El Enfrentamiento Armado Interno para los Pueblos Indígenas es una secuencia de la práctica y relación institucional de opresión política que actualmente existe para el Pueblo Maya.... El Estado de Guatemala se constituyó sin la participación ni el consentimiento del Pueblo Maya, pese a que sigue siendo la mayoría de la población... El EAI significó un período más de la aplicación de una política de exterminio” (CORPUMA, 2003: 6). En eso se suman a los planteamientos que como Stoll (1999) habla de que estaban “entre dos fuegos”. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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víctimas de esa violencia que el mismo Estado cometió, que además de su propia especificidad puede verse como un ejemplo de política en la “normalización multicultural” que se tras la firma de la paz. Como vimos, la política de resarcimiento fue pensada desde la sociedad civil como una forma de rearticular a la sociedad, y que la “dignificación de las víctimas” inserta en el Programa conllevara una recuperación del papel que, como actores políticos, tuvieron antes del conflicto. Sin embargo, al Estado guatemalteco no le interesa que el resarcimiento sea usado así, la dinámica que los gobiernos buscan montar alrededor de la política de resarcimiento parece abonar la idea de usar las instituciones creadas por presión social para desarticular esa presión, institucionalizándola. Las continuas dilaciones en la formalización del programa y en la entrega de los fondos se puede considerar como estrategia de desmovilización. Los creadores del Programa y los integrantes de la Comisión no querían caer en ese juego, pero vimos cómo sus propias tensiones y contradicciones internas acabaron con la posibilidad de un trabajo autónomo. El objetivo del mismo Programa, el poder dotar de recursos a quienes no los tienen por culpa de la violencia, se convirtió en un punto flaco no esperado, y la necesidad que la gente tiene de cualquier monto o tipo de apoyo, ha sido caldo de cultivo para la desesperación y el oportunismo. Por eso, al final que la gente reciba sus cheques es, evidentemente, un motivo de alegría, pero al mismo tiempo una muestra de que ese dinero puede acabar terminando con cualquier posibilidad de rearticulación social. En este nuevo contexto de “respeto”, el uso “inteligente” de las organizaciones sociales como “agentes del Estado” a través del manejo de fondos, puede acabar convirtiéndose en una forma mucho más efectiva de desorganizarlas que la represión. Ya se logró con las organizaciones y las relaciones entre ellas, y después también parece que se logra con las mismas víctimas. Y no sólo entre estas organizaciones: la crisis vivida por Saqbe’ muestra varias aristas, pero podemos quedarnos con lo que supuso de tensión entre buscar la legitimidad y el apoyo entre organismos internacionales o entre la base que se dice representar. No es un caso único ni aislado: en palabras de Hale et al,(2001), las nuevas organizaciones mayas no tenían que responder políticamente ante una base, sino financieramente ante las agencias que las financiaban. Esto nos pone ante un tema que no podemos profundizar, pero que se refiere a las nuevas formas de organización de los movimientos sociales en este contexto de globalización del desarrollo y de lo ”políticamente correcto”, alrededor de las figura de las ONGs. También hace reflexionar sobre los costos de la extensión de la legitimidad del discurso multicultural y de derechos de los pueblos indígenas. (Bastos y Camus, 2003; Bastos, en prensa) Aquí es donde hay que regresar a la idea de la “normalización multicutural”, prestando atención a la estrategia estatal de promover la “maximización de la diferencia”, los discursos que exacerban la diferencia étnica sobre otras dimensiones de la vida social. La idea de que los mayas estuvieron “entre dos fuegos” (según la expresión de Stoll, 1999) puede ser útil al Estado, y las demandas mayas en este sentido pueden acabar haciendo el juego a intereses que no son los suyos. Al Estado le viene mejor la idea de que la “victimización” de los mayas no se refiere a las violaciones de derechos por parte de los militares, sino a su posición en una guerra en la que sólo fueron víctimas. La visión de que las masacres y las políticas de tierra arrasada no se aplicaron en contra de una gente que se estaba movilizando políticamente contra un Estado que les oprimía y les explotaba, sino contra una población pasiva que tuvo la mala suerte de estar donde no le correspondía, colabora con la deshistorización de la represión, al implicar que la política REPRESIÓN Y ACCIÓN

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de exterminio es consustancial al sistema guatemalteco y colabora con la disolución de los culpables directos y concretos al plantear que fue “el Estado Ladino”. Con todo esto se esta reforzando una “historia oficial” del conflicto que, además de distorsionar lo que ocurrió, promueve la pasividad política. La imagen del ”maya autorizado” que se está creando en esta “normalización” no fue guerrillero, fue la víctima por antonomasia: víctima de un sistema injusto, que desde siempre le ha discriminado, y víctima de una guerra en que se le puso ”entre dos fuegos” que no tenían nada que ver con él.43 En la actualidad, a este “maya autorizado” el sistema político le permite hacer reclamos como perteneciente a un Pueblo Indígena, pero no se le permite haber cuestionado el sistema y, en algunos casos, haber llegado a levantarse contra él al lado de otros compañeros guatemaltecos como ellos, ladinos e indígenas. Los mayas de a pie sólo tienen derecho a ser víctimas pasivas, nunca actores conscientes. Así, la historia oficial de “los dos fuegos” y la extraoficial cotidiana de “ustedes se lo buscaron”, dificultan la recuperación de las historias concretas de lucha y masacres que permitan ir construyendo una narrativa que deje clara la respuesta de un Estado racista a las luchas sociales. Impide recuperar e integrar en “lo maya” el discurso de lucha, que daría una identidad mucho más vigorosa, imbricada a un pasado cercano vivido de forma colectiva y combativa, y dotada de contenido político de transformación. Al incorporar la memoria de lucha en el proyecto maya, no sólo se recupera la memoria concreta y activa de muchos de los actuales mayas, sino que las demandas mayas se integran en otra más amplia, que es fundamental para el futuro de Guatemala como sociedad: la lucha contra la impunidad y por el castigo a los culpables de los delitos que llevaron al genocidio.

5 ¿Salir de pobres?...... Toda esta reflexión debería terminar recordando que los habitantes de Choatalum, al igual que muchos miles de indígenas guatemaltecos, comenzaron a organizarse para terminar con la situación de exclusión que vivían, y ellos percibían que se manifestaba de forma conjunta en el trato racista y la pobreza. Esa luchas les llevaron a insertarse en un proceso insurreccional del que salieron en tal grado de postración que desde entonces lo más que han podido hacer es intentar recuperarse organizativa, económica y simbólicamente. La lucha por el resarcimiento llevará, como mucho, al punto de partida. El nuevo contexto económico no ayuda a una mejora de condiciones de vida, habiéndose cambiado la costa sur por “el Norte”. ¿Será que la conclusión general ha de ser tan pesimista, que tantos años de acción colectiva y tantos muertos no han servido para “salir de pobres”? Entonces ¿para qué han servido? Éstas son preguntas que hay que pensarse bien......

Bibliografía Adams, Richard 1956 Encuesta sobre la cultura de los ladinos de Guatemala. Seminario de Integración Social, Guatemala.

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La opción del Movimiento Indio Tojil, y la presencia consciente de mayas en otras organizaciones, no caben en la historia oficial del conflicto, y no aparece en ella. REPRESIÓN Y ACCIÓN

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