Representaciones, cambio social y concursos de belleza

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Representaciones, cambio y concursos de belleza

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Pese a su “frivolidad”, el concurso Miss Venezuela ha generado cambios en la mentalidad de la población: la modificación del cuerpo como práctica cotidiana, la creencia en la superioridad de la belleza de la mujer venezolana y una autorepresentación distante de la realidad fenotípica con insinuaciones de “identidad nacional” Humberto Jaimes Quero [email protected] @humbertojaimesq http://journalhoy.blogspot.com/

Algunas prácticas colectivas, a veces consideradas frívolas e intrascendentes, suelen decirnos mucho más sobre el comportamiento real de la gente que ciertos hechos y procesos políticos, incluso son generadoras de más cambios que las hipotéticas revoluciones políticas.

Es el caso del concurso Miss Venezuela, un fenómeno cultural en apariencia inofensivo. Con casi cincuenta años de vida, este concurso ha contribuido a cambiar modos de pensamiento y actitudes en el grueso de la población, pero además, ha preparado a esa población para adaptarse a la permanente noción de cambio en aspectos de la vida tales como el cuerpo, la autoestima y la autorepresentación. En efecto, este concurso impulsó toda una subcultura de la belleza que ha tenido un enorme impacto en la proliferación de cirugías y tratamientos estéticos detrás de los cuales se esconden aspectos nada despreciables: primero, que no pocas mujeres venezolanas nieguen sus rasgos naturales, y, segundo, que busquen modificarlos casi al precio que sea. Es una práctica también extendida en países como Brasil, Argentina y Colombia, que no existía hace varias décadas, cuando Fidel Castro llegó al poder (1959), época en la que la flamante ganadora del Miss Venezuela no acudía al quirófano para alterar su estampa, ni sentía ser la representante de una casta de mujeres “superiores”, que casi no tenían competencia en el planeta. Por aquellos tiempos la reina era una señorita más o menos rellenita, de estatura mediana, con escaso maquillaje y poco pretenciosa. Y hay más. Este concurso ha sembrado en la población la idea de aceptar la transformación artificial del cuerpo como una característica natural de los tiempos que vivimos y vendrán, lo cual, por cierto, pudiera anticipar las transformaciones de mayor envergadura que ya se anuncian para el futuro. Nos referimos a la colocación de chips dentro del organismo, cirugías y trasplantes más radicales, entre otras modalidades que inauguran una nueva etapa en el largo caminar del homo sapiens. Una nueva etapa jamás pensada por Lenin o el Che Guevara, por Emiliano Zapata o Marulanda; un mundo soñado por futuristas, legitimado por el incontenible avance de la medicina, la ciencia, la tecnología y la imaginación desbordada. El concurso Miss Venezuela (al igual que los certámenes homólogos realizados en Colombia, Brasil, Argentina) dejó sembrada la idea de modificar el cuerpo como una práctica cotidiana, normal, que luce muy atractiva en los tiempos que

vienen. Fue un cambio sin gritos, sin balas, sin derramamiento de sangre, una mudanza más contundente y duradera que la metamorfosis insinuada por supuestas revoluciones políticas y sociales que en el fondo no cambian nada, aunque sacrifican miles de vidas, tiempo, propaganda y dinero.

Hay revoluciones políticas que no cambian nada, es lo que acontece con la denominada Revolución Bolivariana, proceso que parece estar llegando a su fin tras la brutal caída de los precios del petróleo y el agotamiento de su oferta de expectativas para las grandes mayorías. Este proceso no ha logrado cambiar aspectos medulares de la sociedad venezolana, por el contrario, ha profundizado valores y rituales muy tradicionales: el rentismo petrolero, el estatismo, el culto a Bolívar, el militarismo y el populismo. En un momento la Revolución Bolivariana pretendió modificar esta subcultura de la belleza impulsada por el Miss Venezuela y la economía mundial de los cosméticos y las cirugías, al establecer reglas severas para la importación de productos del sector y criticar duramente la estética de las pasarelas. También promovió una suerte de “mujer socialista” de rasgos e imagen muy distintos a los estereotipos clásicos de mujeres esbeltas que predominan en el discurso del Miss Venezuela y los medios. Pero a la larga todo siguió como antes: la “frivolidad” continúa reinando, a su manera, para bien o para mal.

El Nuevo País (a la derecha), periódico de oposición al chavismo, nos muestra un estereotipo clásico de reina de belleza, de mujer sexy, propia de la industria de los cosméticos, los tratamientos estéticos, el gimnasio y las cirugías. El Diario Vea (a la izquierda), inscrito en la corriente chavista, exalta a la mujer socialista, muy distinta a la anterior en los rasgos y los atuendos.

Otros cambios Otros de los cambios generados por el Miss Venezuela tampoco son despreciables: en primer lugar, los venezolanos piensan que sus compatriotas son las mujeres más hermosas del mundo, que son “superiores” a sus homólogas de otras latitudes. Esta creencia etnocentrista nació de los numerosos títulos conquistados por sus reinas de belleza en diferentes concursos internacionales. Se trata de una poderosa creencia, de una autopercepción y una autoimagen muy arraigada en la población, al punto que para muchos venezolanos es parte de la identidad nacional. Lo curioso es que el Miss Venezuela, al menos en lo interno de la sociedad, sirvió como mecanismo para prolongar y encauzar la discriminación étnica o “racial” de una manera disfrazada y elegante. Los numeritos no mienten. Casi todas las chicas que se han alzado con la corona pueden ser catalogadas de blancas, mestizas, menos de “afrovenezolanas”, porque la piel “negra”

brilla por su ausencia en este certamen. En Colombia y otros países sucede más o menos lo mismo. El chavismo en parte denunció estas prácticas y estableció la Ley Orgánica contra la Discriminación Racial (2011) para superarlas, pero no logró las ansiadas modificaciones de la conducta. En este aspecto no se puede hablar de cambio social ni nada por el estilo. El concurso lo que hizo fue dar un nuevo ropaje a un viejo problema que en parte fue heredado de los tiempos coloniales. El concurso Miss Venezuela también es una representación de una mujer formateada, que existe en la publicidad, en el mercadeo, en la televisión, cuyos rasgos no son los que predominan en el grueso de la población. Pero eso no puede ser visto necesariamente a través de juicios de valor. Se trata de una autorepresentación que busca exaltar unos atributos o supuestos atributos, y ocultar algunas flaquezas individuales y colectivas. En los últimos años, el Miss Venezuela ha perdido fuerza en materia de publicidad, producción e inversión económica, pero sigue ganando terreno en el plano de las representaciones sociales. Salió de la pantalla chica y pasó a ser una opción en las representaciones y autorepresentaciones de las mises (y de la mujer venezolana) construidas en la artesanía popular, o tal vez no tan popular, que entremezcla el mercadeo, la cultura mediática, la realidad y la ilusión.

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