Representación del espacio y política imperial. El mapa de Nuevo México de Bernardo de Miera y Pacheco

September 2, 2017 | Autor: Danna Levin Rojo | Categoría: History of Cartography, New Mexico History
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Descripción

Datos biográficos Licenciada en historia, maestra y doctora en Antropología Social. Actualmente es profeso­ra investigadora en la UAM Azcapotzalco (area de historia e historiografía). Entre sus publi­ca­ ciones recientes destacan: “Nuevos nombres viejos lugares: España y México reproducidos como topónimos en el Nuevo Mundo”, Revista Secuencia, núm. 57, 2003; “La búsqueda del nuevo México: un proceso de-migratorio en la América española del siglo xvi” en Carlo Bonfiglioli, et. al., eds., Las vías del noroeste 1: una macrorregión indígena americana, Ins­ti­ tuto de Investigaciones Antropológicas-unam, 2006.

Resumen

Se analiza el mapa de Nuevo México de Bernardo de Miera y Pacheco que con­ serva el Museo Nacional del Virreinato. Se propone explorar la concepción que tuvo su artífice del espacio local y su in­ ser­ción en la esfera más general de la ca­ rrera imperialista de las naciones euro­ peas, así como examinar el discurso etno­lógico que la tela proyecta, revelan­ do un esquema clasificatorio de los gru­ pos indígenas de la región que asocia sedentarismo, catolicismo y civilización. Adicionalmente se ofrece un registro ex­ ha­ustivo, hasta ahora inexistente, de los mapas elaborados por este cartógrafo.

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Palabras clave

Miera y Pacheco cartografía Nuevo México

comanches apaches hopis.

Abstract

This article analyses Bernardo de Miera y Pacheco's map of New Mexico which is conserved in the National Museum of the Viceroyalty. It proposes to explore the map’s author’s conception of local space and how this can be inserted into the more general context of the Euro­ pean nations' imperial ambitions, as well as to examine the ethnological discour­se that is represented on the map, which reveals a classification system for the re­ gion’s indigenous groups and associates sedentary habits with Catholicism and civilization. Additionally, it offers an exhaustive and hitherto unknown list of the maps elaborated by this cartogra­ pher.

Key words Miera y Pacheco Cartography New Mexico

Comanches Apaches Hopis

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Representación del espacio y política imperial.

El mapa de Nuevo México de Bernardo de Miera y Pacheco que preserva el Museo Nacional del Virreinato1

Danna A. Levín Rojo Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

I

Introducción

El Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán, México, conserva un mapa pintado en óleo que representa en su parte central la porción norte del territorio que en tiempos coloniales se conocía como Reino de Nue­vo México, es decir, lo que hasta 1598 fueron dominios de los indios pueblo en el alto Río Grande, o Bravo, y zonas aledañas (Figura 1). Montado en un elegante marco de madera dorado, el mapa está dedi­ca­ do al “Excmo. Sr. Don Agustín de Ahumada Villalón Mendoza y Nar­vaez, Marqués de las Amarillas […] Virrey Governador y Capitan Gene­ral de Nueva España y Presidente de su Real Audiencia”. Por la leyenda que lleva en su parte inferior sabemos, además, que es obra del capitán Ber­nar­ do de Miera y Pacheco, ingeniero y cartógrafo militar estableci­do hacia 1754 en Santa Fe de Nuevo México2 y que fue delineado por orden del gobernador de la provincia, Francisco Antonio Marín del Valle. ∑∑∑∑∑∑∑∑ 1 Este artículo se elaboró con apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT, proyecto U40611-S), el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Universidad Nacional Autónoma de México (PAPIIT, proyecto IN308602), la Red de Investigación México Norte (Transnationalism Fellowship Program 2004) y el Greenleaf Library Visiting Researcher Fund (Latin American and Iberian Institute, University of New Mexico). Agradezco las observaciones de los lectores anónimos que hicieron el dictamen de la primera versión, las cuales me permitieron arribar a un texto más preciso y acabado. 2 De acuerdo con T. J. Ferguson y E. Richard Hart (A Zuni Atlas, 1985, p. 33), Miera y Pacheco inmigró a Santa Fe, Nuevo México, entre 1754 y 1756 como oficial en el Cuerpo de Ingenieros Militares del Ejército Español y permaneció allí por lo menos veinte años, aunque ya en 1747 había realizado su primera visita al área Zuñi durante una campaña militar contra los apaches. Como se verá en el segundo apartado de este artículo, una relación de servicios que el propio Miera y Pacheco envió al rey en 1777 confirma estos datos (Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado, Archivo Franciscano, 2/22.3).

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Mapa 1

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Aunque la pintura no está fechada es evidente que se elaboró después de 1755 y antes de febrero de 1760. Este periodo corresponde a los man­ ­da­tos tanto de Marín del Valle (1754-1760) como del virrey Ahumada (1755-1760) y coincide casi por entero con la llamada Guerra de los Siete Años (1756-1763).3 Más aún, podemos suponer que el encargo se hizo como respuesta a una orden emitida por el virrey Ahumada el 19 de diciem­­bre de 1756, requiriendo que se levantasen cartas geográficas de todas las provincias norteñas del virreinato,4 en parte como previsión ante las repercusiones que este conflicto anglo-francés por el dominio colo­nial auguraba en la frontera norte de Nueva España. Otras eviden­ cias que se discuten más adelante parecen vincular a esta pintura, tam­ bién, con una expedición a la provincia de Moqui5 que Miera condujo por orden del gobernador en ese periodo. Además de un mapa virtualmente idéntico que se conserva en las colec­­ciones del Museo de Historia de Nuevo México,6 muy deteriora­ do y cuya dedicatoria –hoy incompleta– no se dirige al marqués de las Ama­ri­llas sino al secretario de cámara del virreinato de Nueva España, “Pheli­pe Cavallero de Ba […]”,7 existen otros delineados en papel por Miera y Pacheco, así como referencias acerca de algunos más cuya exis­ tencia físi­ca esta autora no ha podido corroborar. Sobre todos ellos tra­ taré en el segundo apartado de este artículo. Como ha señalado Chantal Cramaussel, Miera y Pacheco levantó sus mapas sobre el terreno, haciendo mediciones in situ para fijar las posiciones de los lugares que registró e incorporando en sus dibujos y pinturas representaciones fidedignas de ríos, montañas y otros accidentes geográficos.8 Sus mapas son, por lo tanto, más precisos que la mayoría ∑∑∑∑∑∑∑∑ 3 John L. Kessell, Kiva, Cross, and Crown. The Pecos Indians and New Mexico 1540-1840, 1987, p. 385; Thomas C. Barnes, Thomas H. Naylor y Charles W. Polzer, Northern New Spain. A Research Guide, 1981, p. 104; J. A. Calderón Quijano, Los virreyes de la Nueva España en el reinado de Carlos III, 1967, pp. 2-6 y 378. 4 John L. Kessell, Kiva, Cross, and Crown, 1987, p. 386. 5 Los indios que entonces se conocían como moquis o moquinos son los hopi que habitan en el actual estado de Arizona. 6 New Mexico History Museum, localizado en el edificio que fungió ―y aún se conoce― como Palacio de los Gobernadores en la ciudad de Santa Fe. 7 El mapa no siempre está en exhibición pero Thomas E. Chávez incluyó una fotografía en su libro An Illustrated History of New Mexico, 1992, p. 66. Las fechas que este autor asienta al pie de dicha fotografía, posiblemente sin conocer la pieza del Museo del Virreinato que nos ocupa y sin proporcionar mayores explicaciones, son 1740-1756. Por mi parte considero que por no presentar diferencias entre sí, salvo en la dedicatoria, ambas pinturas deben datarse en el periodo que he sugerido. 8 Chantal Cramaussel, “El mapa de Miera y Pacheco de 1758 y la cartografía temprana del sur de Nuevo México”, 1993, p. 76.

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de los mapas del septentrión novohispano realizados en fechas previas –y aun algunos de fechas posteriores, con frecuencia obra de cartógrafos de gabinete que solían hacer sus trazos a partir de informes y crónicas sin tener conocimiento directo de los territorios que representaban–.9 Sin embargo, más allá de su importancia en tanto contribución a la creciente precisión con la que se representa el espacio geográfico en un modelo a escala, o bien al perfeccionamiento de las técnicas que emplea la cartografía para determinar distancias y direcciones, el mapa de Miera y Pacheco que aquí nos ocupa expresa con acusada claridad las principa­les preocupaciones que asaltaban al gobierno colonial y la población asenta­ da en la frontera novohispana septentrional hacia la década de 1750. Éstas se derivaban, por un lado, de los ataques y correrías de bandas de indios nómadas insumisos, fundamentalmente apaches y comanches y, por otro, de la posición que la monarquía española tenía en el delicado juego de las relaciones político-militares entre las potencias imperiales de Europa. Asimismo, el mapa refleja la percepción que tenían los españoles asen­ tados en las remotas provincias del norte de los grupos indígenas cuyas tierras habían usurpado y cuyo destino frecuentemente compartían, a veces muy a su pesar. El análisis que ofrezco en las siguientes páginas se propone destacar el valor de esta pintura como fuente para la historia, así como explorar la concepción que tuvo su artífice del espacio local y su inserción en la esfe­ ra más general de la carrera imperialista de las naciones europeas. Con ello pretendo subrayar el carácter discursivo que tienen los mapas en tan­ to representaciones visuales del accionar humano sobre el espacio geo­ gráfico, entendiendo “discurso” en el sentido que Michel Foucault le dio a este concepto como sistema o complejo de signos, formulaciones ideológicas y prácticas de poder que organiza, en la forma de cono­ cimiento, la existencia social y permite su reproducción.10 De acuerdo con J. B. Harley y David Woodward “los mapas son re­ presentaciones gráficas que facilitan la comprensión espacial de las cosas, los conceptos, las condiciones, procesos y eventos en el mundo huma­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 9 Barbara E. Mundy, The Mapping of New Spain, 1996, pp. 11-12; Gerald R. Crone, Maps and their Makers. An Introduction to the History of Cartography, 1953, p. xi. 10 Ver Michel Foucault, La arqueología del saber, 1977; Nigel Rapport y Joanna Overing, Social and Cultural Anthropology. The Key Concepts, 2000, pp. 120-123; Bill Aschcroft, Gareth Griffiths y Hellen Tiffin, PostColonial Studies. The Key Concepts, 2000, pp. 70-73.

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no”.11 En este sentido, la amplitud del radio geográfico que éstos com­ prenden y la precisión de las mediciones realizadas para situar en el espa­ cio gráfico los puntos representados han adquirido cada vez mayor importancia en la cartografía científica moderna, cuyas aspiraciones de objetividad han cristalizado en el desarrollo de técnicas de estandari­ zación y abstracción que tienden a ocultar sus rasgos discursivos. Sin embargo, en tanto manifestaciones visuales del conocimiento geográfi­ co, los mapas no sólo son un medio primordial para la transmisión de ideas relativas a la concepción del espacio sino que evocan significados complejos que van más allá de la simple información física. De hecho, en muchas sociedades de la Europa renacentista los mapas (del latín mappa que significa tela) se llamaban también simplemente pinturas o descripciones.12 Y efectivamente, con frecuencia eran más importantes como imágenes que evocaban el mundo que como representaciones obje­ tivas de éste. Para el presente análisis, entonces, me interesa destacar el énfasis que la definición de Harley y Woodward ponen en el “mundo humano”, siempre tomando en cuenta que los mapas no son instrumen­ tos neutrales que simplemente “facilitan la comprensión” pues, en su carácter de productos de, e instrumentos para el conocimiento, están imbricados en las redes y relaciones de poder del sistema discursivo en el que se inscriben. Así, veremos cómo los elementos físicos y humanos que Miera y Pa­ checo eligió incluir en su tela y el énfasis que dio a cada uno de ellos, o bien la posición que dichos elementos guardan entre sí en el espacio gráfico, describen la situación histórico-política del septentrión novohis­ pano al mediar el siglo XVIII. Junto con las anotaciones y leyendas complementarias, la pintura ilustra las reducidas dimensiones de la pre­ sencia española en el territorio representado y la amenaza de los fran­ce­ses e ingleses sobre sus fronteras, escasamente definidas; el tipo y ubicación de los recursos naturales aprovechables; la distribución de la población indígena y la ubicación, calidad y tamaño de los asentamientos humanos, o bien el estado de las misiones. Además, el mapa nos permite exami­ nar el concepto que los españoles tenían de las diferencias “civilizatorias” ∑∑∑∑∑∑∑∑ 11 J. B. Harley y David Woodward (eds.), The History of Cartography. vol. I, Cartography in Prehistoric, Ancient, and Mediaeval Europe and the Mediterranean, 1987, p. xvi. 12 Ibidem.

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entre los grupos humanos de la región y, en este sentido, proyecta un discurso etnológico que resulta interesante constatar.

Notas sobre el cartógrafo y sus mapas Don Bernardo de Miera y Pacheco nació en valle de Carriedo, Burgos, España probablemente en 1713 y murió en Santa Fe de Nuevo México en 1785.13 Su legado cartográfico comprende una serie de mapas que prác­ ticamente ninguno de sus contemporáneos trabajando sobre el mismo territorio superó. Sin embargo, a pesar de la fama que han adquirido algu­ nos de ellos, que los historiadores frecuentemente mencionan y que utilizan como fuente primordial al tratar incidentes, regiones o perio­dos particulares, el conjunto no ha sido considerado en su totalidad ni se ha publicado un registro completo del corpus, actualmente disperso en varios repositorios europeos y americanos. Sorprende en particular que, aun aquellos autores que mencionan otros mapas de Miera y Pacheco ade­ más de los que utilizan directamente como fuentes u objeto de estudio, o los que, desde la historia de la cartografía, ofrecen una lista más o menos completa de su producción, omiten el formidable óleo que aquí se dis­ cute, así como el óleo “gemelo” que preserva el Museo de Historia de Nuevo México, en Santa Fe. Probablemente sus mapas más conocidos son los que se derivan de la expedición de los padres Francisco Atanasio Domínguez y Silvestre Vélez de Escalante rumbo a California en 1776; uno de 1758 que inclu­ ye el territorio representado en nuestro mapa pero abarca también la región de El Paso y partes de nueva Vizcaya y Sonora; y un plano geográfico general delineado en 1779 por encargo de Juan Bautista de Anza. A continuación, intercalados con la biografía del cartógrafo, pro­ porciono los principales datos que he podido encontrar para compi­lar ∑∑∑∑∑∑∑∑ 13 El año que aquí propongo para su nacimiento se basa en una carta que Miera y Pacheco mandó al comandante general de las provincias internas, Teodoro Croix, en octubre de 1777. Allí afirma tener suficiente salud y fuerzas para desempeñarse en algún cargo y prestar sus servicios en la comandancia, a pesar de “hallarse viejo con 64 años” (Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado, Archivo Franciscano, 2/22.1, f. 1) fray Angélico Chávez, Origins of New Mexico Families, 1992, pp. 29-30, proporciona los otros datos aquí referidos sobre su cuna y muerte.

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una lista de los trece o catorce mapas que parece haber elaborado, aun cuan­do no he podido verificar la existencia de todos ellos y, a veces, tam­poco decidir si dos o más referencias similares aluden al mismo docu­mento. Como algunos han sido minuciosamente estudiados por otros autores no repito aquí su descripción exhaustiva, pero sí resumo la información esencial que permite su identificación y localización en una tabla al final de este artículo. De acuerdo con fray Angélico Chávez, Miera y Pacheco fue capitán de caballería en Cantabria antes de pasar al nuevo mundo;14 sin embar­go, es muy poco lo que se sabe de su vida antes de 1743, cuando de acuer­ do con una relación de servicios de su propio puño, se estableció con su familia en el “Real Presidio y Pueblo de El Paso del Río del Norte”.15 Chávez señala que contrajo matrimonio en Nueva Vizcaya con una nati­ va de Nuevo México llamada Estefanía Domínguez de Mendoza, de­ scendiente de una de las familias que se establecieron en la provincia de Chihuahua tras la gran rebelión de 1680, y que tuvo con ella dos hijos.16 Tal vez fue ésta la razón que lo llevó a fijar su domicilio en El Paso, donde participó en cinco campañas contra los apaches y sus aliados sumas.17 Aunque hasta ahora nada sabemos sobre su educación, es posible que estudiara en una academia militar española, ya fuese en Barcelona, Ceuta u Orán donde se formaban los ingenieros militares pues, en 1747, reci­ bió el título de “Ingeniero y Capitán de las Milicias del Passo” a fin de participar como cartógrafo en la campaña general contra los apaches del Gila que se organizó ese año por orden del virrey conde de Revilla­ gigedo.18 La campaña se llevó a cabo paralelamente desde Sonora y Nuevo México con contingentes que, saliendo desde Corodeguachi, Janos, Santa Fe y El Paso, habrían de encontrarse en la región de Moqui/Gila, parcial­ mente explorada, y aún delineada en un mapa previo por el padre fran­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 14 Angélico Chávez, Origins, 1992, pp. 229-230. 15 “Relación de servicios de don Bernardo de Miera y Pacheco”, 1777. Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado, Archivo Franciscano, 2/22.3. 16 Angélico Chávez, Origins, 1992, pp. 25 y 230. Véase también Chantal Cramaussel, “El mapa de Miera y Pacheco…”, 1993, p. 82. 17 “Relación de servicios de don Bernardo de Miera y Pacheco”, 1777. 18 Ibidem. Esto lo menciona también fray Silvestre Vélez de Escalante en una carta dirigida al gobernador Pedro Fermín de Mendinueta (28 de octubre de 1775) que reproduce A. Barnaby Thomas (Forgotten Frontiers. A Study of the Spanish Indian Policy of Don Juan Bautista de Anza Governor of New Mexico 1777-1787, 1932, pp. 155-156).

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ciscano Juan Miguel Menchero, procurador general de la Custodia de la Conversión de San Pablo en las décadas de 1730 y 1740.19 Fruto de esta expedición fue el primer mapa de Miera y Pacheco del que tene­mos noticia aunque, desgraciadamente, nadie parece haberlo encontrado. De acuerdo con el propio cartógrafo, en él se habría demarcado “toda la tierra” entonces transitada. Dos años más tarde, en 1749, el mismo virrey le mandó acompañar al capitán del presidio de El Paso, Alonso Víctores Rubín de Zelís en un reconocimiento del río del Norte, desde El Paso hasta su junta con el río Conchos. Aparentemente un segundo mapa, tam­ bién perdido en la actualidad, resultó de estas exploraciones.20 En su relación de servicios Miera afirma que “entró con su familia a la villa de Santa Fee a los principios del gobierno de Don Francisco Marín del Valle, quien le dio el título de Teniente e mayor y Capitán Aguerra de la frontera de Pecos y Galisteo,” y que durante el tiempo que tuvo ese empleo “hizo tres campañas contra los enemigos Cumanchis y asimismo hizo la demarcacion de la parte que se transitó en aquellos bastos paises”. Posiblemente esta vaga alusión se refiera al famoso mapa de 1758 que, de acuerdo con John L. Kessell, terminó a fines de abril de ese año des­pués de acompañar al gobernador Marín del Valle en una visita de inspección por toda la provincia entre junio y diciembre de 1757.21 Tanto la visita como el mapa, antiguamente en el Archivo General de la Nación, Méxi­co, se efectuaron como respuesta a la orden del virrey de 19 de diciembre de 1756 que ya hemos comentado. Existen otros tres mapas que podrían, asimismo, corresponder a esta imprecisa referencia de Miera y Pacheco: los dos casi idénticos que se encuentran, respectivamente, en el Museo Nacional del Virreinato (Méxi­ co) y el Museo de Historia de Nuevo México, que ya hemos mencio­ nado, y uno más dedicado a Francisco Antonio Marín del Valle, tam­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 19 El mapa de Menchero es bastante conocido y está reproducido en distintas publicaciones. Está dedicado al virrey Francisco Güemes y Horcasitas y, aunque no tiene fecha, se ha sugerido que es de 1745 porque en ese año el religioso exploró la zona (Carl I. Wheat, Mapping the Transmississippi West 1540-1861. Vol. I. The Spanish Entrada to the Louisiana Purchase 1540-1804, 1957, pp. 83-85; Michael Weber, The Cartography of New Mexico 1541-1800, 1968, p. 10; Woodbury Lowery, The Lowery Collection. A Descriptive List of Maps of the Spanish Possessions Within the Present Limits of the United States 1502-1820, 1912, pp. 295-296. Sobre la campaña véase Alfred Barnaby Thomas, Forgotten Frontiers, 1932, pp. 32-33 y Hubert Howe Bancroft, History of Arizona and New Mexico 1530-1888. A Facsímile of the 1889 edition…, 1962, pp. 244-245. 20 En la “Relación de servicios de don Bernardo de Miera y Pacheco”, 1777, este personaje aparece como “capitan comandante don Alonso Rubin de Zelis”. El cargo y nombre completo, aunque con otra ortografía, provienen de Ross H. Frank, From Settler to Citizen: Economic Development and Cultural Change in Late Colonial New Mexico 1750-1820, 1992, pp. 128-129. 21 John L. Kessell, Kiva, Cross, and Crown, 1987, pp. 386 y 507-508.

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bién en color, que resguarda la Colección Orozco y Berra de la Dirección General de Geografía y Meteorología, en México. Este último, como el de 1758, está reproducido en el libro titulado Kiva, Cross, and Crown, de John L. Kessell, que por cierto le asigna la fecha probable de 1760 y no menciona a ninguno de los dos primeros.22 Miera y Pacheco afirma que durante el gobierno de Marín del Valle, aparentemente después de combatir en las campañas contra los coman­ ches, fue enviado por el gobernador a la provincia de Moqui para pres­tar auxilio a los indios tanos que permanecían en “el Peñol de Gualpi”, quizás desde la gran rebelión de 1680. Asegura que en esa ocasión “hizo la de­ marcación de aquella probincia y de la de Nabajoó, con muchas noticias que adquirió de la dozil nazion de los Coninas […] y constan en el Diario y Derrotero que hizo con el mapa adjunto que fue a la Capita­ nía General”. Nuevamente la referencia resulta confusa pues no propor­ ciona fecha alguna y, salvo por un mapa bastante escueto de la provincia de Moqui –sin fecha ni firma– que resguarda la Academia de la Histo­ ria de Madrid y que otros autores le han atribuido, datándolo en 1775,23 no parece existir un documento en papel que corresponda con esta descripción, la cual sugiere un trabajo detallado. No obstante, el óleo del Museo Nacional del Virreinato que aquí se estudia bien podría ser el que la cita alude por estar dedicado al virrey y capitán general de Nueva España, contener referencias escritas y gráficas sobre los coninas, retra­ tar a las provincias de Moqui y Navajo en una posición central e incluir, como adelante se verá, lo que parece ser la ruta de una expedición en la zona. Antes de terminar 1760 Miera y Pacheco había elaborado por lo menos un mapa más, hoy perdido, “de todas las probincias ynternas que corres­ ponden al obispado de Durango” pues el obispo Pedro Tamarón se lo llevó al rey de España al término de su visita y éste, a su vez, entregó “un tanto” (¿una copia?) a Nicolás de Lafora para que lo tomara por guía durante la inspección de los presidios que dirigió el marqués de Rubí

∑∑∑∑∑∑∑∑ 22 Idem, pp. 166ss y 507. 23 Por ejemplo Alfred Barnaby Thomas, Forgotten Frontiers, 1932, p. 378 n48 y Woodbury Lowery, The Lowery Collection, p. 377 (este autor lo atribuye a Silvestre Vélez de Escalante). Herbert E. Bolton relata la expedición del padre Vélez de Escalante de 1775 y sugiere que en ella Miera hizo este mapa (Pageant in the Wilderness. The Story of the Escalante Expedition to the Interior Basin, 1776, 1950, pp. 2-6 y 12.

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en 1767,24 en la cual Lafora sirvió como cartógrafo. Sin duda fueron todos estos servicios y su amplio conocimiento personal y directo del territorio lo que le valió el puesto de “Teniente Mayor y Capitán A Guerra de los pueblos de los Queres” que desempeñaría por cuatro años a partir de 1761 o 1762, “en tiempos del governador Dn Thomas Velez [Capuchín]”.25 En la siguiente década, siendo probablemente el único ingeniero cartógrafo en la región y uno de los vecinos con mayo­res conocimientos sobre la geografía y los pueblos indígenas de la provincia, participó ampliamente en la exploración de su sector occidental, así como en la planeación de nuevos presidios y la búsqueda de nuevas rutas para el tránsito por tierra hasta la bahía de Monterrey que facilitaran tanto la conversión definitiva de los moquis como el comercio entre Sono­ ra, California y Nuevo México. Así, en 1773 elaboró un “Plano del Río del Norte desde San El­ ceario hasta el parage de San Pasqual” a fin de promover la fundación de nuevos presidios entre El Paso y los asentamientos de río Arriba que sirvieran para la defensa contra los apaches. Posteriormente acompañó a los padres franciscanos Francisco Atanacio Domínguez y Silvestre Vélez de Escalante en su fallida expedición a Monterrey, la cual salió de Santa Fe en julio de 1776 y regresó, sin haber alcanzado la costa pero habien­ do recorrido una amplísima zona, en enero de 1777.26 De acuerdo con Carl I. Wheat hay al menos seis copias manuscritas del mapa que hizo Miera y Pacheco como resultado de esta excursión, dos fechadas en 1777, dos en 1778 y dos copias de una de estas últimas que no correspon­ den al periodo. La información topográfica es prácticamente la misma en todas ellas pero presentan algunas diferencias en la decoración, la dedi­ catoria y las leyendas escritas y, al parecer, sólo dos son de su propia mano. El minucioso análisis que publicó Wheat en 1951, con detalles de su contenido, localización y diferencias es excelente por lo que reto­ mo de él sólo los datos esenciales en la tabla de resumen. Sin embargo, una copia más que Wheat probablemente desconocía, sin decoración ni dedicatoria y fechada en Chihuahua en 1778, está en la Universidad ∑∑∑∑∑∑∑∑ 24 “Relación de servicios de don Bernardo de Miera y Pacheco”, 1777. 25 Ibidem. 26 Chantal Cramaussel, “El mapa de Miera y Pacheco”, 1993, pp. 81-82; T. J. Ferguson y E. Richard Hart, A Zuni Atlas, 1985, p. 33; Carl I. Wheat, Mapping the Transmississippi, 1957, pp. 90 y 95-116.

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de Yale.27 Finalmente, en 1779 Miera hizo por encargo de Juan Bau­ tista de Anza, entonces gobernador de Nuevo México, un mapa gene­ ral que muestra los límites de las alcaldías en la provincia. De él existen cuatro copias y no está claro cuál es la original, inclinándose Wheat por la del Archivo General de la Nación, en México, y Lowery por la de la Academia de la Historia, en Madrid.28

Descripción de la pieza El mapa de Bernardo de Miera y Pacheco que nos ocupa es, sin duda, una de las piezas más singulares del Museo Nacional del Virreinato, tanto por su factura como por su estado de conservación. Abarca una región amplia y escasamente conocida para los europeos en la época de su elaboración mostrando con bastante detalle el curso superior del río Grande, desde su nacimiento, en el norte, hasta la altura del actual Belén (Biblen), en el sur, así como los valles y cordilleras que lo circundan. Esta zona era claramente la más familiar para los españoles de aquella época, pues a lo largo de sus riberas y junto a sus principales tributarios se agrupaban –y aún se agrupan– la mayor parte de los horticultores seden­ ­tarios que, desde tiempos prehispánicos, habitaban lo que más tarde fue el reino de Nuevo México. Me refiero a una serie de grupos indígenas de cultura similar pero diferentes lenguas generalmente conocidos como indios pueblo, cuyos asentamientos fueron la base sobre la que se funda­ ron las villas y poblados de españoles en los siglos xvii y xviii. Destacan también por su posición central, amplitud de superficie y cantidad de ras­ gos delineados las provincias de “Nabajo” y “Moqui” situadas hacia el po­ niente del río Grande y aun escasamente conocidas en aquellos días. El elemento topográfico más sobresaliente de la pintura, que divide a la tela en dos siguiendo un eje norte-sur, es la escarpada serranía donde se origina dicho río, identificada con el siguiente letrero: “la sierra de las Grullas que de sus aguas gozan los dos mares, Pacífico y el de el Norte; y corre para el norte que no se sabe donde termina.” Se trata del extre­ mo meridional de las Montañas Rocallosas, el cual, como lo muestra el ∑∑∑∑∑∑∑∑ 27 Véase tabla al final de este artículo. 28 Ibidem.

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mapa, remata en varios macizos que se prolongan hacia el sur, divididos, precisamente, por el alto valle del río Grande: al oriente la sierra de San­ gre de Cristo, cuya porción septentrional se identifica en el mapa como sierra Blanca, y la sierra de Sandía un poco más al sur; al poniente la sierra de San Juan (sin nombre en la pintura), a su vez separada de la sierra de Jemez (aquí de Santa Clara) por el valle que forma el río Chama.29 Dado que esta zona era el corazón de la provincia, pues allí se con­ cen­traba el dominio colonial, ocupa aproximadamente el centro de la pintu­ra junto con los territorios hopi y navajo, mientras que hacia las esquinas se dibujan áreas cada vez más indistintas y con menos elemen­ tos pictó­ricos, salvo por la esquina superior derecha30 donde se colocó un recua­dro con la dedicatoria, acompañado, en su flanco izquierdo, por un escudo de armas. Debajo de la dedicatoria, en una posición central entre el río del Tizón y el río Grande de Nabajo (el actual río San Juan), dos persona­ jes indios de pie sostienen un medallón con las claves que explican los símbolos que llenan la pintura. Uno de ellos es de nación moqui y el otro de nación conina según lo indican sendas leyendas acerca de la ropa que visten: “traje de los moquinos” y “traje de los coninas”, re­ spectivamente. A su lado aparecen sentadas junto a un árbol dos indias moquis, una con traje de casada (izquierda) que sostiene con su mano y su hombro izquierdo un objeto alargado cuya naturaleza y función no puedo precisar, y la otra con traje de soltera (derecha), cuya condición se distingue particularmente por el “peinado de mariposa” que entre los indios hopi –como se conoce actualmente a los moquis o moquinos– llevan las niñas y jóvenes en edad casadera. La muchacha soltera tiene en la mano izquierda una serpiente que acerca al rostro de la mujer casada, una acción cuyo significado escapa a mi comprensión. Lejos de cumplir funciones puramente decorativas, estos persona­ jes, al igual que un par de indios “cumanchis” que vemos en el margen izquierdo de la tela, uno portando un penacho y ambos con escudos y ∑∑∑∑∑∑∑∑ 29 Aunque estos datos se pueden corroborar comparando la pintura con información de varios atlas y mapas modernos (por ejemplo Warren A. Beck y Nez D. Haase, Historical Atlas of New Mexico, 1969, sección 2), la observación directa en varios recorridos por la región y la conversación con sus residentes han sido fundamentales para la identificación de los valles y montañas que aquí se mencionan. 30 A lo largo de este texto las posiciones derecha e izquierda se definen en relación con la pintura y no desde la perspectiva del espectador.

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rifles, son elementos descriptivos que ilustran las características cul­ turales de la población nativa y la distribución étnico-demográfica del territorio. Nótese que la localización de las áreas ocupadas tanto por estos grupos, representados pictóricamente, como por los que mencio­ nan las leyendas, era, en efecto, para la época en que se realizó la pintura, aproximadamente la que Miera y Pacheco les asigna, según lo podemos constatar en la reconstrucción que ofrece un mapa etno-his­tórico recien­ temente publicado por James F. Brooks (Figura 2).31 Una función simi­ lar, indicativa de los recursos de la región y su distribución geográfica cumplen seis o siete bisontes identificados con el letrero “zibolos” que sal­ pican el espacio alrededor de los comanches. La región que se extiende más allá de las montañas hacia el noreste del río Pecos –parcialmente delineado en el mapa– corresponde efectivamente a las Grandes Prade­ras, donde, como se sabe, merodeaban enormes manadas de estos animales, proporcionando la base del sustento y modo de vida de los coman­ches y otros grupos nómadas de cazadores. En dirección septentrional, el principio de la “Tierra Incógnita” se marca junto al río del Tizón,32 cuyo gran caudal serpentea entre la dedi­ catoria y el medallón explicativo, aproximadamente hacia donde se ubica el Noroeste dentro del espacio representado en la tela. En un reco­ do de este río se muestra una ciudad de nombre Teguaio, mencionada a veces como Teguayo y a veces como Tagaga en distintas crónicas y rela­ ciones de los siglos xvi y xvii33 y, debajo de él, una leyenda histórica que dice: El gran Rio del Tizon descubierto por el Adelantado Dn. Juan de Oña­ te, el que no pudo pasar por su Grandeza, pues aseguran los Jentiles Yutas que apenas se apercibe con la vista su marjen de la otra banda; y es en donde dizen hablaron el ideoma Mexicano, y dizen estar de aquel lado el Gran Teguaio y Quivira, y de esta banda a el Oeste y Norueste de Moqui, estan los Armados que dizen los coninas; y mas dizen los Yutas, que hablan el Castellano por toda esta banda del Poniente de la Nueba ∑∑∑∑∑∑∑∑ 31 James F. Brooks, Captives and Cousins: Slavery, Kinship and Community in the Southwest Borderlands, 2002, pp. 41 y 59; véase también Nancy J. Parezo, “Hopivotskwani, the Hopi Path of Life”, 1996, pp. 238-254. 32 Se trata del río Colorado, al que llamaron Tizón por el color rojizo de sus aguas. 33 Por ejemplo las de Pedro de Castañeda Nájera (Relación de la Jornada de Cíbola, 1560-1565) y fray Alonso de Benavides (Memorial… 1630).

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Mexico, no se conose Ganado Zibolo, y assimismo Digo que desde el Rio Grande de Nabajo de esta banda toda la Tierra es incognita para los Españoles, pongo el Rio del Tizon por notisias que e adquirido de los Yutas y asimismo de los Coninas y la Relazion de Dn Juan de Oñate.

En la parte inferior de la pintura, es decir, la sección que corres­ ponde al suroeste, la sierra cordillera de Jila marca el límite de la tierra incógnita, mientras que en el extremo noreste vemos correr desde la sie­rra principal el río de Jesús María, sobre cuya orilla noreste, práctica­ mente ya fuera de la pintura, se lee: “provincia de Louisiana parte de fran­ceses.” En la ribera opuesta del mismo río, otra breve leyenda de carác­ ter histórico refiere la muerte de “una compañía” de españoles a manos de una partida de pawnees y franceses, el año de 1720. Como se verá más adelante, el incidente aquí referido es lo que hoy se conoce como “masa­cre de Villasur” por el nombre del capitán que llevaba el mando de aquella expedición. Además de las montañas, el árbol, los ríos, las personas y los bison­ tes, están representados en la pintura los poblados de la región, tanto españoles como indígenas, y una serie de puestos militares o campamen­ tos de tropa. Estos últimos están conectados por lo que parece ser un camino, el único en toda la pintura, que va desde Santa Fe hasta la región Moqui siguiendo una dirección suroeste-oeste-noroeste y pa­ sando en su trayecto por una “plaza de armas que se hizo aquí para el via­je de Moqui”, así como por los pueblos / misiones de Santo Domin­ go, San Felipe, Santa Ana, Zia, Laguna, Acoma y Zuñi. No obstante, si pensamos que en la pintura no se traza explícitamente una vía tan im­­por­ tante como el Camino Real de Tierra Adentro ni se registran otros pues­ tos militares, bien podemos suponer que no se trata de un camino sino del derrotero seguido por aquella expedición que, según la relación de servi­ cios de Miera y Pacheco, éste dirigió a la provincia de Moqui por orden del gobernador Marín del Valle. Esta hipótesis se ve reforzada, también, por la nota sobre la plaza de armas levantada “para el viaje de Moqui”, que parece una referencia contundente. Ahora bien, es importante notar que de los grupos indígenas que habitaban el territorio de Nuevo México en el siglo xviii, o entraban regu­ larmente en él con fines guerreros y comerciales, Miera y Pacheco regis­tró trece o catorce en leyendas, explicaciones y representaciones figurativas.

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Entre ellos destacan seis –que se repiten en textos y/o dibujos– cuyos nom­ bres permiten una identificación étnica inequívoca: yutas o jutas (utes), nabajo (navajo), moqui (hopi), puebles (pueblo), cumanchis (comanches) y apaches.34 Además el mapa menciona otros dos grupos situados en direc­ ción septentrional, fuera del radio geográfico precariamente controlado por los españoles: los pananas (pawnees) y los coninas (pai).35 Ambos gru­ pos habían tenido contacto con partidas de españoles que se aventuraban en las praderas o la cuenca del Colorado; violento en el caso de los pana­ nas según señalé a propósito de la emboscada contra la partida de Pedro Villasur (1720), y posiblemente pacífico –o cuando menos ambiguo– en el caso de los coninas, según se infiere de los textos dentro del mapa: “Y no puedo menos dejar de poner en su ynteligencia,” dice Miera, “la buena ocasion que se ofrece en la puerta que sea avierto por los Coninas, para la ampleación de los dominios de su Magestad…” y aclara en otra leyenda (citada párrafos atrás) que pudo trazar el río del Tizón aun sin conocerlo gracias a la relación de Oñate y los informes proporcionados por los yutas y los coninas. Finalmente, por lo que se refiere a los recursos materiales, el mapa seña­ la algunos ojos de agua, unas salinas bastante grandes al oriente de las misiones de Puarai, Taxique y Abó, cerca de la esquina inferior izquier­ da, y, por los nombres de algunos lugares enclavados en las montañas como “Piedra Alumbre”, “El Cobre” y “Zerro del Almagre”, se puede inferir la existencia de otros yacimientos minerales en el territorio. La cantidad y precisión de la información vertida en esta tela es a todas luces extraordinaria. Para terminar este cuadro descriptivo de la misma transcribo a continuación una larga leyenda que ocupa su base, la cual explica el sentido general del mapa y subraya la importancia de los deta­ lles que en él se destacan: ∑∑∑∑∑∑∑∑ 34 Los otros son: amparicas, jutas paichis, moguachis, chaguaguanas, cumanchis pivianes, xicarillas, apaches mezcaleros y apaches pharaones. Sabemos que los apaches estaba divididos en varias tribus, algunas de las cuales aparecen en esta lista. 35 Esta identificación de pananas y coninas se basa en la coherencia interna de las referencias en el mismo mapa, pues siempre se mencionan pananas, jutas y coninas como grupos que ocupaban territorios contiguos y se citan como fuente de información sobre las mismas cosas. Para el caso de los pananas son importantes también las alianzas que sabemos existían entre franceses y pawnees, así como las rivalidades entre pawnees y cheyenes que empujaron progresivamente a los primeros desde sus antiguos dominios hacia el oeste a lo largo del siglo XVIII (ver James F. Brooks, Captives and Cousins…, 2002, p. 166). Para el caso de los coninas me baso además en Bertha P. Dutton (American Indians of the Southwest, 1983, pp. 178-179), quien afirma que los grupos pai (havasupai y walapai) habitaban el noroeste de Arizona central y en el periodo colonial los españoles los llamaban coninas, una deformación del término que los hopi usaban para designarlos: (ko’ho’-nin [Cohonina]).

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Mapa desta parte interna de Nueba Mexico, que yo Dn Bernardo de Miera y Pacheco delineé por Orden del señor Francisco Antonio Marin del Valle Governador y Capitan General de dicho reino para que SSa se entere, por sus rumbos y distancias de él, como también de las Nacio­nes Gentiles, Enemigas y de Paz que lo circumbalan, incluidos los apa­ches phara­ones que estan en los rumbos, sueste, sud y sudoeste. Y no puedo menos dejar de poner en su ynteligencia (...) la buena ocasion que se ofre­ ce en la puerta que sea avierto por los Coninas, para la ampleación de los dominios de su Magestad, resonando por aquellas partes el santo evan­ gelio, y en aquellas naciones estables y dóciles, no bagas como las que an ympedido tantos años el pasar adelante con los Puebles los españoles, siendo el unico estorbo la baga e indocmita nacion Apache, pues muchos presidios estan entretenidos con ella muchos años hace, dando motibo esta entretenida, a que las dos coronas cristianissima, y protestante Ynglesa, con sus acelerados puebles hagan con ellas la linea de oriente a poniente, cortando el paso a la catholica de las mejores tierras ricas e yndios que viven en política como los Mexicanos que avitan este basto Ymperio; y por lo que se mira por la Luisiana se van acercando a la Sierra de las Grullas, que una vez que lleguen a pasar con dichos pueblos al poniente de ella cogien­do el río del Tizón, lo que conseguirán en breves años si no se pone reparo [sic.].36 Y por lo que se mira a las noti­zias que los Coninas y Jutas dan de los armados españoles, y que hablan el ydeoma castellano: puede ser esta gente descendiente de la que dejo el capitan Albarado, en la gran Zibola, que aviendo echo una fortaleza, dejó doscientos hom­ bres en ella, y vino a pedir al Sr. Dn. Fernando Cortes, fuerza de gente, para la conquista que pretendia, el que habien­dolo matado los yndios en Guatemala; se quedó dicha gente, sin que aia avido mas razon de ellos.

El mapa de Miera y Pacheco y su encrucijada política El 19 de diciembre de 1756 el virrey de la Nueva España, Agustín de Ahumada y Villalón, mandó plasmar en mapas la información estraté­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 36 Este pasaje, que parece incompleto, está redactado en la tela tal como aquí la transcribo.

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gica concerniente a los principales bastiones fronterizos del territorio que gobernaba, aunque al parecer sólo el gobernador de Nuevo México entre todas las autoridades competentes respondió al requerimiento.37 Poco más de un lustro después España entró en la guerra de los Siete Años como aliada de Francia, vinculando así el destino de sus posesiones americanas al resultado de una aventura militar para la que no estaba preparada. Es cierto que mientras aquélla se mantuvo neutral en los pri­ meros años del conflicto, las repercusiones del mismo sobre Nueva Espa­ ña fueron escasas e indirectas, tanto más cuanto que el frente de bata­lla se encontraba demasiado lejos, en el río San Lorenzo. Sin embargo, la relativa calma que las provincias novohispanas del norte gozaban desde finales del siglo XVII, en parte porque la penetración comanche en el sur de las Grandes Praderas y la rivalidad franco-británica por el control de la Bahía del Hudson, la región de los Grandes Lagos y el Valle de Ohio contuvieron por algún tiempo la expansión de los franceses asenta­ dos en la cuenca del Mississippi, estaba claramente llegando a su fin al despuntar la década de 1750. Para entonces las llamadas guerras Fran­ce­ sas e Indias libradas desde 1689 entre los colonos británicos y franceses por el domino colonial de Norteamérica habían llevado la disputa hacia regiones cada vez más occidentales, empujando a su paso a los comanches en la misma dirección, incrementando la posibilidad de una alianza franco-comanche e intensificando los asaltos de bandas apaches despla­ zadas sobre los poblados de la provincia.38 Para la corona española y las autoridades virreinales era cada vez más evidente que el desenlace del conflicto anglo francés habría de defi­ nir su situación en los siguientes años, y la perspectiva de que uno de los contendientes en la carrera imperial quedara definitivamente eliminado prometía convertir al vencedor en un rival demasiado peligroso. Había llegado pues el momento de planear estrategias y establecer el firme con­ trol de los recursos de la Corona, así como demarcar las mal definidas fronteras de sus posesiones situadas al oriente y poniente del alto río Grande, un territorio que abarcaba extensas regiones que para los espa­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 37 John L. Kessell, Kiva, Cross, and Crown, 1979, p. 508. 38 Este apretado resumen de la situación se basa en: J. A. Calderón Quijano, Los virreyes de la Nueva España…, 1967, p. 31; Carl Waldman, Atlas of the North American Indian, 2000, pp. 121-126; Elizabeth A. H. John, Storms Brewed in Other Men´s worlds. The Confrontation of Indian, Spanish and French in the Southwest, 15401795, 1996, pp. 155-164 y 377; Thomas Alfred Barnaby, Forgotten Frontiers, 1932, pp. 58-61.

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ñoles eran todavía tierra incógnita y que permanecía sometido a los con­ tinuos asaltos de indios aún no sometidos. Efectivamente, el resultado de la Guerra de los Siete Años definió en buena medida el futuro desastroso del imperio español. Con el Tratado de París (10 de febrero de 1763) Francia cedió Canadá y la mitad de Lou­ isiana a Gran Bretaña, y España, su aliado tardío, cedió Florida con los fuertes de San Agustín y Panzacola. La corona británica se convirtió en­ tonces en el único rival poderoso de España en América; su ataque a La Habana, llave de entrada en las Indias, así como a Manila, pieza central en el comercio español con Asia, hizo evidente la necesidad de una pro­ funda reorganización del aparato defensivo colonial cuyo fruto fueron las reformas administrativas y militares de Carlos III.39 Pero coloquémonos por un momento en Santa Fe de Nuevo México durante los años previos al ataque inglés a La Habana que precipitó, en 1762, la entrada de España en la guerra. Para este momento Nuevo Méxi­ co, la más norteña de las posesiones españolas en Norteamérica, era poco más que un puesto estratégico. Sus recursos y población hispana eran muy escasos ya que su sector septentrional había permanecido prácticamente abandonado desde la gran rebelión indígena de 1680 que forzó a los colonos españoles a dejar sus casas y refugiarse en El Paso. Ello a pesar de que Diego de Vargas Zapata reconquistó el corazón de la provincia en 1692-1693 con apoyo y recursos de las autoridades metro­ politanas que, ya desde entonces, temían la posibilidad de que france­ses e ingleses se internasen por aquellos parajes hasta las minas de plata y las rutas del comercio interno.40 No debe sorprendernos entonces la ur­gen­ cia con la que se solicitó el registro cartográfico de la zona en un momen­to en el que el conflicto anglo-francés hizo materializarse aquella antigua amenaza. Por otra parte, las recientes sublevaciones yaqui (1740) y pima (1751),41 así como la intensificación de las hostilidades apaches y coman­ ches en el norte de la Nueva Vizcaya y los asentamientos españoles y pueblo en todo el territorio de Nuevo México, ponían en cuestión la capa­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 39 Véase Ma. del Carmen Velázquez, Establecimiento y pérdida del septentrión de Nueva España, 1974, pp. 216219; Peggy K. Liss, Los imperios trasatlánticos. Las redes del comercio y las revoluciones de independencia, 1995, pp. 106-108, 128-138; David J. Weber, La frontera española en América del Norte, 2000, pp. 286-288. 40 Para una visión general de la rebelión de 1680 y la reconquista por Diego de Vargas Zapata véase: Caroll L. Riley, The Kachina and the Cross. Indians and Spaniards in the Early Southwest, 1999, caps. 12-14. 41 Susan Deeds, “Indigenous rebellions on the Northern Mexican Mission Frontier. From First Generation to Later Colonial Responses”, 1998; Carl Waldman, Atlas of the North American Indian, 2000, p. 119.

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cidad defensiva del endeble dique que se había levantado a lo largo del río Grande para proteger el corazón minero de Nueva España. Las principales características del mapa testifican la situación arriba descrita. El documento no señala minas o distritos ganaderos, en cambio asienta con el mayor detalle posible los rasgos topográficos e hidroló­gi­ cos del terreno, así como las misiones (la mayor parte arruinadas), pue­ blos, villas y campamentos militares y, en todo caso, ojos de agua, fuente del recurso natural tal vez más preciado en la zona. De los asentamien­ tos indígenas sólo unos cuantos corresponden a pueblos de agricultores sedentarios pero se indica la ubicación de todos los grupos indígenas que entonces tenían contacto, por guerra, comercio o alianza, con los españoles y se destaca la existencia de los bisontes, que pese a no servir como ganado doméstico eran, como lo señala James F. Brooks, un recurso esencial en la economía regional y también un elemento importante en las relaciones entre los españoles y los indios de las praderas, cuya alianza representaba la mejor defensa frente a ingleses y franceses.42 Este deta­ lle, y el hecho de que el mapa no señale la presencia de borregos, cuya cría era para entonces una actividad económica extendida y boyante que se había traducido en el desarrollo de una importante producción textil en las comunidades hispana, pueblo y navajo43 son una indica­ción clara de que el mapa, aun cuando no fuera en estricto sentido un ins­tru­ mento militar por las características de su factura y formato, tenía el fin de ilustrar las condiciones estratégicas que permitían y obli­ga­ban a la defen­ sa de la provincia, y no de retratar su situación económica. Distante y magra, la provincia de Nuevo México se fundó en 1598 cuando Juan de Oñate sujetó la región al dominio de la Corona.44 Sin embargo, desde un principio la vida en este lugar reportaba pocos bene­ ficios por su carencia de metales preciosos, así como la escasez de fuerza de trabajo explotable y las presiones de los grupos nómadas guerreros y cazadores. Así, en 1602 los colonos empezaron a desertar masivamen­te45 y, para 1609, Oñate fue destituido y la Corona tomó a su cargo la admi­ nistración de la provincia, retirándola de las manos de las autoridades ∑∑∑∑∑∑∑∑ 42 43 44 45

James F. Brooks, Captives and Cousins, 2002, pp. 216-228. Idem., pp. 88-99 y 216-228. Gaspar de Villagrá, Historia de la Nueva México, 1989, pp. 208-225. “Memorial sobre el descubrimiento de Nuevo Mexico y sus acontecimientos. Años desde 1595 a 1602”, pp. 220-229.

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virreinales. Felipe II decidió reducirla a su mínima expresión, emitiendo instrucciones para la completa suspensión de nuevas exploraciones e inversiones en la región, de manera que en los setenta años siguientes sobrevivió milagrosamente, con sólo unos cuantos burócratas y un pu­ ñado de soldados, abastecida por una caravana cada tres o cuatro años que llegaba a Santa Fe. A pesar de que entre 1645 y 1675 fueron repri­ midos una serie de levantamientos, este largo periodo de conflicto, la intolerancia de los misioneros y las excesivas demandas de los colonos propiciaron la confederación de los indios apaches y pueblo que hicie­ron estallar la rebelión de 1680 y lograron mantener a los españoles e indios leales en el exilio hasta 1693.46 Durante el siglo xviii Nuevo México creció en población y prospe­ri­­ dad, aunque los colonos nunca dejaron de temer el avance francés ni sufrir los ataques apaches y comanches.47 El problema de la defensa, entonces, no era nuevo cuando Miera y Pacheco recibió el encargo de tra­ zar su mapa, si bien ya para este momento había trascendido el nivel de la mera seguridad local. Desde su establecimiento en el siglo xvi, la ruta de la plata había despertado la envidia de las potencias europeas, pero los españoles no dieron importancia a la presencia de franceses y holan­ deses cuando aparecieron por primera vez en las inmediaciones de sus do­ minios. Las pocas guarniciones esparcidas a lo largo de la frontera, se pensaba, eran suficiente apoyo para las fortalezas de Veracruz, Acapulco y Campeche, que cerraban la entrada por mar al virreinato. Al menos contenían los ataques de las tribus nómadas y sus ocasionales aliados franceses. De hecho, como señala María del Carmen Velázquez, no había for­talezas en la costa norte del Océano Pacífico (salvo Acapulco), pues para llegar allí los rivales tenían que cruzar antes la línea defensiva del Atlántico, remontar el estrecho de Magallanes y después navegar varios meses a lo largo del hostil y peligroso litoral de Sudamérica antes de pasar delante de la fortaleza de Callao en el Perú.48 España, como quien dice, se durmió en sus laureles hasta que Fran­ cia e Inglaterra despegaron con una política agresiva al mediar el siglo xvii, aventajando en tecnología marítima y militar al hasta entonces inven­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 46 Warren Beck, New Mexico. A History of Four Centuries, 1969, pp. 85-94; Caroll L. Riley, The Kachina, 1999, caps. 12-14. 47 Warren Beck, New Mexico, 1969, p. 94; James F. Brooks, Captives and Cousins, 2002, pp. 51-79. 48 Ma. del Carmen Velázquez, “Política hispana en la primera mitad del siglo XVIII”, 1978, p. 1468.

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cible coloso imperial. Las enormes extensiones despobladas no ayuda­ ban, y aun cuando para mejorar su capacidad defensiva España empren­ dió una política de colonización, de la que la re-conquista de Nuevo México fue producto temprano, el poderío de sus rivales crecía a pasos de gigante. Es así como la expansión española del siglo xviii se caracte­ri­ zó por un viraje de una posición ofensiva a una defensiva que estuvo acom­pañada por el desplazamiento de los aventureros particulares: a diferencia de los doscientos años previos, esta nueva empresa de conso­ lidación se llevó a cabo bajo el estricto control de la Corona, pues la expan­ sión había dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio de defensa. El mapa de Miera y Pacheco refleja claramente la conciencia que tenía la monarquía española de su posición de debilidad. En 1695, por ejemplo, el gobernador Diego de Vargas supo por boca de un grupo de apaches que, comerciantes de Nueva Orleáns, se aproximaban a Nuevo México. La noticia fue rumor hasta 1720, cuando Pedro de Villasur, envia­ do por el gobernador Antonio Valverde y Cosío para verificarla, fue atacado por un grupo de indios pawnee y exploradores franceses.49 El incidente aparece en el mapa con el siguiente comentario, escrito de­ bajo del río de Jesús María en el lado izquierdo de la pintura: Rio de Jesus María. Y es donde el año de 20 dieron muerte con cautela a una compañía de españoles con su capitán, los pananas (Pawnees) y franceses, que habían salido a reconocer estos parajes con horden del señor virrey.

Ya desde la década de 1680 el virrey marqués de Gelve había dado instrucciones para que se buscase a los franceses por tierra, pues se ru­ moraba que habían encontrado el extremo sur del río Mississippi y, en efecto, desde 1675 Robert Cavalier, Sieur de La Salle buscaba la boca del río Mississippi a donde llegó en 1682. Por esta razón a lo largo de la década los españoles organizaron amplios reconocimientos que lle­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 49 Warren Beck, New Mexico…, 1969, pp. 95-97; James F. Brooks, Captives and Cousins, 2002, p.121. El evento, que se conoce como “la masacre de Villasur”, debió ser un golpe importante para los españoles y la noticia corrió entre la población indígena, pues existe una representación anónima del mismo pintada sobre una piel de bisonte. La pieza se llama “Segesser II” y se conserva en el Museo de Historia de Nuevo México (Palacio de los Gobernadores), en Santa Fe.

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varon a la colonización de Texas y la fundación del fuerte de Panzaco­ la.50 Es entonces posible que así como la necesidad de consolidar estas fundaciones, la muerte de Villasur y su compañía contara entre las ra­ zones que llevaron a la planeación de la visita de inspección que dirigió el brigadier Pedro de Rivera en las provincias septentrionales entre 1724 y 1728 como parte de la nueva política de exploración que se inau­guró con la llegada a México del virrey Juan Acuña, marqués de Casafuerte. Dicha política estaba encaminada a recavar información estratégica sobre la frontera.51 Es posible también que Miera y Pacheco aprovechara datos del “Informe” de Rivera en sus trazos. Este mapa, entonces, recoge en un lienzo una gran cantidad de in­ formación estratégica almacenada por lo menos durante 150 años en la memoria de los novohispanos que habitaban el reino de Nuevo México, así como los reportes y relaciones producto de un siglo y medio de explo­ ración y administración. Pero la información que incluye no es de cual­ quier especie, está cuidadosamente seleccionada para ilustrar los riesgos y posibilidades defensivas del territorio en un momento de inminente conflicto imperial. Ahora bien, como todo producto cultural éste des­ borda sus objetivos y nos permite vislumbrar el sistema de creencias, valores y representaciones del que emana y, en tanto fragmento del dis­ curso colonial español, articula una visión clasificatoria de los pueblos indígenas de la frontera septentrional, anhelados sujetos del proyecto evangelizador y posibles aliados para cualquiera de los bandos enfren­ tados en la carrera del imperialismo europeo.

Barbarie (gentilidad + nomadismo) vs. civilización (cristianismo + agricultura) A la llegada de los colonos españoles en 1598, el territorio que, 150 años después, Miera y Pacheco retrató en su tela estaba poblado por horti­ cultores sedentarios de diferentes familias lingüísticas que se conocen en conjunto como indios pueblo. La tribu hopi, o moqui, ocupaba la ∑∑∑∑∑∑∑∑ 50 Ma. del Carmen Velázquez, “Política hispana”, 1978, pp. 1482-1485. 51 Elías Trabulse, ed. Cartografía mexicana. Tesoros de la nación, siglos XVI al XIX, 1983, pp. 10-11; Ma. del Carmen Velázquez, Establecimiento y pérdida, 1974, pp. 111-119.

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provincia de Tusayán en el noreste de Arizona, entre los ríos San Juan y Little Colorado; la tribu Zuñi habitaba la provincia de Cíbola en el oeste de Nuevo México; dispersos en Arizona y Nuevo México había algunos pueblos de lengua Keres o Queres y, en el este, a lo largo del alto río Grande, se ubicaban tres subgrupos de la familia lingüística Kiowa-Tanoana: los indios tiwas, tewas y towas agrupados en pueblos con diferentes variantes dialectales, algunas extintas en la actualidad. Adi­ cionalmente había en la región grupos seminómadas de cazadores-reco­ lectores que hablaban lenguas atapascanas y que en conjunto reciben el nombre de apaches. Más al norte otro grupo de cazadores, los utes, se aproximaban gradualmente a los territorios ancestrales de los pueblo. Un entramado complejo de relaciones sociales mantenía a estos dos tipos de sociedades estrechamente vinculados, a veces mediante la guerra y a veces mediante el comercio pero siempre en un estado de interdependen­ cia regido por un patrón de especialización productiva que respondía tanto a sus diferencias culturales como a factores de orden ecológico. En estos intercambios, ya fuesen violentos o pacíficos, los pueblos aportaban fun­ damentalmente maíz y textiles y, ocasionalmente, cerámica, mientras que utes y apaches aportaban pieles, carne y otros productos derivados de la caza. Todos intercambiaban cautivos, ya fuese a manera de rescate o para utilizar su fuerza de trabajo como esclavos. Hacia finales del siglo xvii otro conjunto de bandas que había migrado probablemente desde Wyoming convirtiéndose rápidamente en el grupo cazador-guerrero más poderoso de las grandes praderas, los comanches, ingresó disrupti­ vamente en la región desde el noreste, desplazando a los apaches hacia el sur y ejerciendo una intensa actividad predatoria sobre los asentamien­ tos de españoles e indios pueblo. Conforme la competencia imperial de España, Francia y Gran Bretaña extendió sus tentáculos hacia el norte y el oeste de Norteamérica todos ellos se convirtieron en piezas clave en el juego de alianzas y guerras que se desarrolló como parte de dicha carrera.52 Existe una abundante literatura sobre los conflictos, vínculos, despla­ zamientos e interacciones de estas sociedades que no podemos detallar ∑∑∑∑∑∑∑∑ 52 Ver: Fred Eggan, “Pueblos: Introduction”, 1979, pp. 226-227; Bertha P. Dutton, American Indians of the Southwest, 1983, pp. 14-16, 63-66, 105-120; David J. Weber, La frontera española en América del Norte, 1992, pp. 35-36; Max L. Moorhead, The Apache Frontier, 1968, pp. 4-9; Elizabeth A. John, Storms Brewed in Other Men´s Worlds, 1996, caps. 1-8).

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aquí. Me limitaré por lo tanto a hacer algunas observaciones sobre las categorías que los españoles emplearon para comprender este universo y tratar con los pueblos que lo conformaban, según se dibujan en el mapa de Miera y Pacheco. Basta con revisar las claves de los signos que salpican la pintura y las primeras líneas de la leyenda principal, en la base del cuadro, para no­ tar la ausencia de la categoría de barbarie, a pesar de que hay una clara intención de marcar las diferencias culturales, estableciendo una escala de “civilización”, entre los grupos móviles de pastores y cazadores-reco­ lectores, y los de agricultores sedentarios. La importancia del cristianis­ mo como herramienta cognitiva en el horizonte de Miera y Pacheco es evidente en el uso privilegiado de las nociones de gentilidad y nomadis­ mo para distinguir a las “naciones” que otros observadores llamaban bárbaras o salvajes de las que, congregadas en pueblos, se habían asimi­ lado o se podían asimilar mediante la evangelización a la sociedad colo­ nial. Entre las primeras se cuentan fundamentalmente los apaches y los comanches; entre las segundas, que el cartógrafo califica de dóciles y esta­ bles porque “viven en política como los mexicanos” y, en su mayoría, han adoptado el cristianismo, se cuentan los llamados indios pueblo del valle del río Grande y el área Zuñi, y los hopis o moquis. Un lugar ambiguo ocupan los coninas (pai) y los utes, entonces escasamente conocidos pero aparentemente vistos con esperanza como asimilables. Esta base de clasificación etnológica está claramente definida en la simbología del mapa y su explicación: las villas, entendidas como asen­ta­ mientos fundamentalmente de españoles (peninsulares o criollos), mes­ti­ zos e indios asimilados, están señaladas por una iglesia con dos torres; los pueblos de españoles o mestizos que no tienen la categoría de villas por el tamaño de su población y que, por lo mismo, carecen de iglesia, se iden­ti­­fi­ can por una o varias casas con techos de dos aguas;53 las misiones acti­­vas se marcan con una iglesia de una sola torre y las arruinadas con el mis­mo sím­ bolo, al que se agrega un techo roto; las rancherías de indios que el meda­ ∑∑∑∑∑∑∑∑ 53 Un dato crucial para fechar este mapa antes de 1760 es que el pueblo de Las Trampas aparece señalado con este símbolo, es decir, como un asentamiento “español” sin iglesia, ya que si bien el poblado se fundó en 1751 con 12 familias provenientes del barrio de Analco en Santa Fe, la iglesia de San José de Gracia que allí se levanta, ciertamente una de las más antiguas que hoy existen en Nuevo México, se construyó entre 1760 y 1780. Jerol E. Argüello, A Pioneering Community. A Tribute to Juan de Argüello and the Original Twelve Families who Settled the Santo Thomas Apostol del Rio de las Trampas Land Grant, 1994.

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llón describe como “Jentiles bagos que no tienen situazion fixa, siempre andando” están señaladas con tipis de color amarillo o café, mientras que podemos identificar los asentamientos de indios “que tienen y siem­ bran la tierra” por dibujos que representan las casas de estilo pueblo, siempre en color blanco; finalmente, los campamentos de tropa se mar­ can con tiendas de campaña de color rojo. Cabe destacar que mientras las tribus nómadas y seminómadas de las praderas aparecen nombradas, los grupos pueblo, que no sólo habla­ ban diferentes lenguas sino que estaban social y políticamente divididos en subgrupos con diferentes identidades, aparecen simplemente descri­ tos como naciones dóciles, estables, políticas y, por simple omisión del adjetivo gentil, cristianas. Entre las naciones pueblo sólo se escapa de este “borramiento” la nación moqui (hopi), única entre los grupos agrícolas sedentarios de la región que, junto con los coninas, está representada ade­ más de manera específica y detallada en la figura de las mujeres, casada y soltera, que contemplan al espectador debajo del medallón, y del varón moqui que lo sostiene junto con un indio conina. Su tamaño, el detalle de sus trajes y sus peinados, y las leyendas que indican su situación matri­ monial indican tal vez que para los colonos de Nuevo México eran los hopis la nación más civilizada del reino a pesar de su resistencia a la evangelización. Con este breve análisis podemos apreciar el esquema tripartita, cla­ra­ mente jerarquizado, con que la sociedad colonial de frontera concebía a la población: españoles (incluyendo peninsulares, criollos y mestizos) sin mayor especificación, indios sedentarios cristianizados, indios seden­ta­ rios susceptibles de cristianización, y nómadas gentiles que, por lo de­ más, eran quienes suponían mayores amenazas para la tranquilidad pública en el nivel local, y para el proyecto imperial en un nivel más global. Es posible afirmar que el desarrollo de la cartografía occidental ha sido producto de la relación dominación-territorio que caracteriza a los pro­ce­sos de dominación colonial. No es novedad que el “descubrimien­ to” del Nuevo Mundo aceleró el proceso de exploración, medición y registro del mundo y sus apariencias. El mapa de Nuevo México de Ber­nardo de Miera y Pacheco es uno de los ejemplos más claros de este fenómeno, por el tipo de información que registra, su precisión y natu­ ralismo. Sin embargo, el grado de detalle y la apariencia naturalista que

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lo caracteriza no debe confundirnos llevándonos a pensar que se trata de un registro objetivo pues, como se ha señalado en apartados anterio­ res, el cartógrafo burgalés elaboró un trabajo selectivo, determinado por la relevancia social y política de los elementos geográficos y huma­ nos del pedazo del mundo que representó. Mapas elaborados por bernardo de Miera y Pacheco Núm. / Año

Título / descripción*

Localización

Fuente

* Los textos entrecomillados corresponden a los títulos que los mapas llevan escritos, por lo tanto identifican documentos o piezas localizados con certeza. Los textos sin comillas son descripciones de mapas mencionados por Miera y Pacheco u otras fuentes pero que los autores modernos no hemos encontrado.

1 1747

2 1749

Mapa de la tierra transitada en la campaña general con­ tra los apaches de Gila que ordenó el virrey conde de Revillagigedo y en la que Miera y Pacheco participó como ingeniero y capitán de las milicias de El Paso.

Mapa de la región de El Paso hasta la Junta de los ríos Conchos y del Norte, resultado de una expedi­ ción de reconocimiento di­ rigida por Alonso Rubín de Zelís, capitán del presidio de El Paso, en compañía de Miera y Pacheco por orden del virrey conde de Revillagigedo.

Relación de servicios de Bernardo de Miera y Pacheco (BNM, Fondo Reservado, Archivo Fran­ ciscano 2/22.3). Perdido ¿? Bolton, Pageant in the Wilderness, p.12 Kessell, Kiva, Cross, and Crown, pp. 507-508

Relación de servicios de Bernardo de Miera y Pacheco. Perdido ¿?

Bolton, Pageant in the Wilderness, p.12 Kessell, Kiva, Cross, and Crown, pp. 507-508

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3 1758

“Mapa que mandó hacer el Señor Don Francisco Antonio Marín del Valle, Gobernador y Capitan General de este reino de el Nuebo Mexico en la vissita que hizo de el distrito de su gobernación y esta agregado a el parte de la Viscaia y Sonora, y las de Nabajo, Moqui y Jila, y en los margenes se manifiesta la gente de que se compo­ ne esta gobernacion asi de indios como de españoles y gente de razon y soldados. Vasallos todos de su mages­ tad…”

El original, per­ dido alrededor de 1951, estaba en el Archivo General de la Nación en la ciudad de México (Ramo Californias 39). En 1977 se hizo una recons­ trucción a partir de copias y fotografías elaboradas antes de su desaparición, en 1925 y 1930, la cual reproduce Kessell.

Relación de servicios de Miera y Pacheco ¿? La referencia es vaga: “en donde durante dicho em­ pleo [de teniente, mayor y capitan aguerra de Pecos y Galisteo] hizo tres campa­ ñas contra los enemigos cumanchis y asimismo hizo la demarcacion de la parte que se transitó en aquellos bastos países”. Kessell, Kiva, Cross, and Crown, pp. 386, 507-508 y 510-511. Cramaussel, “El mapa de Miera y Pacheco de 1758 y la cartografía temprana del sur de Nuevo México”. Weber, The cartography of New Mexico, pp. 110-111.

4 1759 ¿?

Mapa de las provincias de Hopi y Navajo con mu­ chas noticias que Miera obtuvo de los coninas en una expedición que hizo por orden del virrey Ahumada y Villalón y que constaban en el diario y derrotero que mandó, adjunto con el mapa, a la “Capitanía general”.

Puede ser el mapa en óleo sobre tela que preserva el Museo Nacional del Virreinato (Vid. Infra), o bien otro hoy perdido.

Relación de servicios de Miera y Pacheco Bolton, Pageant in the Wilderness, p.12. Kessell, Kiva, Cross, and Crown, p. 508.

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5 17551760

“Mapa desta parte interna de Nueba Mexico, que yo Dn Bernardo de Miera y Pacheco delineé por Orden del señor Francisco Antonio Marin del Valle Governador y Capitan General de dicho reino para que SSa se entere, por sus rumbos y distancias de él, como también de las Naciones Gentiles, Enemigas y de Paz que lo circumbalan…” Dedicado al virrey Agustín de Ahumada Villalón, mar­ qués de las Amarillas.

Examen directo de la pieza en su repositorio actual.

Museo Nacional del Virreinato, Tepot­ zotlán, México. Puede ser el mismo que el anterior.

Podría tratarse del mapa que Miera menciona en su relación de méritos tras afirmar que fue teniente, mayor y capitán aguerra de la frontera de Pecos y Galisteo: “en donde durante dicho empleo hizo tres campañas contra los enemigos cumanchis y asi­ mismo hizo la demarcacion de la parte que se transitó en aquellos bastos países”.

Óleo sobre tela.

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6 17551760

“Mapa desta parte interna de Nueba Mexico, que yo Dn Bernardo de Miera y Pacheco delineé por Orden del señor Francisco Anto­ nio Marin del Valle […] para que SSa se entere, por sus rumbos y distan­ cias de él, como también de las Naciones Gentiles, Enemigas y de Paz que lo circumbalan…”

Museo de Historia de Nuevo México (Palacio de los Gobernadores), Santa Fe.

Ibidem. Chávez incluyó una fotografía en su libro An Illustrated History of New Mexico, p. 66.

Dedicado al secretario de cámara del virreinato de Nueva España, Phelipe Cavallero de Ba[…] Oleo sobre tela.

7 1760 ¿?

“Mapa del reino de Nuevo Mexico que se dedica al Señor Dn Francisco Antonio Marín del Valle Gobernador y Capitan General de dicho reino, Don Bernardo de Miera y Pacheco, señalanse en el las probincias que lo circum­ balan enemigas y de paz”. Realizado en color, está decorado con la carroza pontificia y un grupo de indios bailando junto a un árbol. Incluye una porción de Sonora en la esquina inferior derecha.

Colección Orozco y Berra (núm. 1148) de la Dirección Ge­ neral de Geografía y Meteorología, México. La referencia a un mapa general que Miera mandó al rey con el obispo Tamarón y Romeral podría aludir a esta pieza (Vid. Infra).

Kessell, Kiva, Cross, and Crown, p. 386 e ilustracio­ nes que siguen a la p. 166. Podría también tratarse del mapa que Miera menciona en su relación de méri­ tos tras afirmar que fue teniente, mayor y capitán aguerra de la frontera de Pecos y Galisteo: “en donde durante dicho empleo hizo tres campañas contra los enemigos cumanchis y asi­ mismo hizo la demarcacion de la parte que se transitó en aquellos bastos países”

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8 1760

Mapa general de todas las provincias internas que “corresponnden al obbis­ pado de Durango y que se envió al rey con Pedro Tamarón y Romeral”. El rey dio una copia de éste a Nicolás de Lafora antes de la expedición del Marqués de Rubí.

Relación de servicios de Miera y Pacheco. Perdido ¿? Puede ser el mismo que el anterior.

Weber, The cartography of New Mexico, p. 111. Bolton, Pageant in the Wilderness, p.12. Wheat, Mapping the Transmississippi West, pp. 89 y 97. Lowery, The Lowery Collection, p. 368.

9 1773

“Plano del Rio de El Norte desde San Elceario hasta el parage de San Pasqual por D. Bernardo de Miera y Pacheco…”.

Colección Boturini de la Academia de la Historia de Madrid.

Ferguson y Hart, A Zuni Atlas, p. 33. Wheat, Mapping the Transmississippi West, p. 89-90. Weber, The cartography of New Mexico, p. 112.

10 1775

Mapa de la provincia de Moqui que Miera hizo tras acompañar ese año a Sil­ vestre Vélez de Escalante en un recorrido de inspección. No tiene fecha ni firma pero se ha atribuido a Miera y Pacheco

Biblioteca Nacional de México ¿? Colección Boturini de la Academia de la Historia de Madrid.

Lowery, The Lowery Collection, p. 377 (este autor lo atribuye a Vélez de Escalante). Thomas, Forgotten Frontiers, p. 378 n48.

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11 1777

“Plano geografico de la tierra descubierta, y demar­ cada, por Don Bernardo de Miera y Pacheco, al rumbo del Noroeste, y Oeste del Nuevo México, quien fue en compañía de los Rrs Pps Fr. Francisco Atanacio Dominguez, Visitador, Comisario y Custodio de esta, y Fr. Silvestre Velez de Escalante, siendo uno del numero de las diez personas que acompañaron a dichos Rr. Pps…”. Dedicado al virrey Antonio María Bucareli y Ursua.

Museo Británico (sin decoración ni fecha). Uno casi igual pero decorado con un ár­ bol y una serpiente, y dedicado al Co­ mandante General de las Provincias Internas, Brigadier de los Reales Ejérci­ tos Cavallero Croix, está en el Ministerio de Guerra en Ma­ drid, España.

Wheat, Mapping the Transmississippi West, pp. 95-96, 98-106 y 114. Lowery, The Lowery Collection, p. Bolton, Pageant in the Wilderness, p. 13. Thomas, Forgotten Frontiers, p. 378 n48.

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12 1778

“Plano geografico de la tierra descubierta, nueva­ mente, a los rumbos Nor­ te, Noroeste y Oeste, del Nueva Mexico. Demarcada por mi Don Bernardo de Miera y Pacheco, que entró a hacer su descubrimiento, en compañía de los Rrs. Pps Fr. Francisco Atanacio Dominguez y Fr. Silbestre Veles…”. Dedicado a “Teodoro de la Crois […] Comandante General en Gefe de Linea y Provincias de esta America Septemtrional”. Fechado en San Felipe Real de Chihuahua en 1778.

13 1778

“Plano Geográfico de los descubrimientos hechos por Dn. Bernardo Miera y Pacheco y los Rrs Pps Fr. Francisco Atanacio Do­ minguez y Silvestre Veles. Sn. Phelipe Rl de Chigua­ gua. Año de 1778” A diferencia de los seis anteriores sobre el mismo territorio y ocasión que menciona Wheat, éste no está decorado pero sí fechado.

Museo Británico (decorado con la carroza pontificia y cuatro indios: dos varones barbados y dos mujeres). Una copia igual está en el Archivo Ge­ neral de la Nación, México.

Wheat, Mapping the Transmississippi West, pp. 107-116.

Existen dos copias modernas pero manuscritas de este mapa en la Bibliote­ ca del Congreso, en Washington D. C.

Beinecke Rare Book and Manuscript Li­ brary, Universidad de Yale.

http://www.loc.gov/exhi­ bits/lewisandclark/lewisbefore.html Fecha de consulta: 28 de septiembre de 2007.

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14 1779

“Plano de la probincia interna de Nuebo Mexico que hizo por mandado del tte. coronel de caballeria, Gobernador y Comandan­ te General de dicha pro­ bincia Don Juan Bautista de Anza, Don Bernardo de Miera y Pacheco soldado estinguido del real presidio de Santa Fee..” Sigue una larga leyenda sobre la conveniencia de concentrar a la población española en plazas compac­ tas fortificadas.

Cuatro copias en los siguientes acervos: Museo Británico. Academia de la His­ toria de Madrid. Archivo General de la Nación, México. Biblioteca Nacio­ nal, París.

Wheat, Mapping the Transmississippi West, pp. 119-120. Weber, The cartography of New Mexico, p. 116-117. Frank, From Settler to Citizen, pp. 46-53. Lowery, The Lowery Collection, p. 395. Thomas, Forgotten Frontiers, pp. 85-86.

ILUSTRACIONES Figura 1. Bernardo de Miera y Pacheco. Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlán. Figura 2. Ubicación de grupos indígenas en el septentrión de la Nueva España y la “tierra incógnita” circunvecina en la segunda mitad del siglo XVIII. Basado en: James F. Brooks, Captives and Cousins, 2002, p. 41. BIBLIOGRAFIA Argüello Jerol E. A Pioneering Community. A Tribute to Juan de Argüello and the Original Twelve Families who Settled the Santo Thomas Apostol del Rio de las Trampas Land Grant, SPI, 1994. Aschcroft, Bill, Gareth Griffiths y Hellen Tiffin. Post-Colonial Studies. The Key Concepts, Londres y Nueva York, Routledge, 2000. Bancroft, Hubert H. History of Arizona and New Mexico 15301888. A Facsimile of the 1889 edition…, Albuquerque, Horn and Wal­ lace Publishers, 1962.

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