Reportaje Ramiro Dillon para DFD

May 24, 2017 | Autor: Ramiro Dillon | Categoría: Tesis Doctorales
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Descripción

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Buenos Aires, viernes 10 de febrero de 2017

TEMAS Y NEODOCTORES Noticia: El día 30 de marzo pasado nuestro secretario de redacción Ramiro Dillon defendió en la Universidad Católica Argentina (UCA) su tesis doctoral titulada

La politicidad del derecho en Carl Schmitt. El Tribunal evaluador estuvo integrado por los doctores Guillermo Portela, Alfonso Santiago y Vicente Gonzalo Massot. El director de tesis fue el doctor Luis María Bandieri. El trabajo doctoral fue calificado con diez (cum laude) y se recomendó su publicación. La esperamos ansiosos.

Diálogo con el neodoctor DFD: ¿Por qué Schmitt? ¿Por qué la politicidad del derecho? Ramiro Dillon (RD): Mi relación con la ciencia jurídica estuvo históricamente vinculada al derecho penal, por ser la rama de derecho público que ejerzo en Tribunales desde joven. Sin embargo, a la hora de encarar un tema de investigación para el doctorado quise abrirme de la especialización y ahondar en las fuentes del derecho público, viendo de qué modo disciplinas como la filosofía del derecho o el derecho constitucional –que es derecho político– no solo influyen sino que explican los cambios del derecho público nacional e internacional, hoy invariablemente relacionados. Estando en ello, conocí la obra de Carl Schmitt, jurista del que tenía –como muchos– bastantes prejuicios... Schmitt y el nazismo DFD: ¿… Por su relación con el nacionalsocialismo? RD: Efectivamente, Carl Schmitt se afilió al partido nacionalsocialista de los trabajadores alemanes (NSDAP, sus siglas en alemán) en el año 1936. Incluso ejerció como funcionario del III Reich en Prusia... DFD: … Pero era católico… y el católico no puede ser nazi… si es católico… RD: … Al poco tiempo fue censurado por el sector más radical del partido, acusado de intentar “clericalizar” al nazismo. El componente públicamente católico de Schmitt no ayudó. Fue expulsado del movimiento y perdió su cargo en el Estado. Pudo, sin embargo, mantener su cátedra en Berlín hasta 1945. En particular, Schmitt siempre lamentó su paso por el partido nacionalsocialista, pero no buscó justificaciones históricas ni arrepentimientos cobardes, excepto alegando que junto a él se afiliaron “cientos de miles”. Como sea, esta mácula terrible sobre su persona no lo abandonó jamás. Él mismo explicó que, si los pensadores de la política fuesen juzgados por su vinculación a los poderosos de su tiempo, no podríamos admitir a casi ninguno de los clásicos, empezando por Platón –que asesoró al tirano Dionisio–, pasando por Maquiavelo y su vínculo con César Borgia. DFD: Pero queda la pregunta pendiente… RD: … No me es indiferente que Schmitt haya pasado por el movimiento nacionalista alemán, pero creo que es elemental separar al pensador de su pensamiento. No me interesa la persona de Schmitt, sino su doctrina; y me resultan antipáticos los “mitos” generados alrededor de su persona. Y no solo en contra, no crea. Hace un par de años el politólogo español Jerónimo Molina Cano escribió lo mejor que, a mi entender, se ha publicado sobre esta relación contra intelectual entre la persona de Schmitt y su obra. El libro se llama precisamente Contra el mito de Carl Schmitt; texto riquísimo en documentación y muy inteligente en sus conclusiones, particularmente sobre el final, donde cifra con genial claridad el nudo del pensamiento schmittiano.

entre los que humildemente me cuento, lo consideran con más objetividad un clásico de la historia de la ciencia jurídica y política junto a Aristóteles, santo Tomás, Hobbes o Maquiavelo. No hay modo de entender el atareado siglo XX, con sus revoluciones, guerras, organizaciones de paz y tendencias globales sin leer a Schmitt. Eso lo convierte, a mi entender, en un clásico para nuestro tiempo. DFD: ¿Nos puede dar un panorama general de la doctrina de Carl Schmitt? RD: Es muy difícil sintetizar la doctrina de Schmitt. De hecho, todos aquellos que se han arrimado a investigarlo advirtieron la dificultad que genera abordar el corpus schmittiano por la poliédrica vastedad y riqueza de sus tópicos. Básicamente, creo que Schmitt denuncia un proceso de despolitización de la ley, encarnado en el positivismo. El positivismo, dirá, y su dogma del “gobierno de las leyes” es un prejuicio romántico venido del iluminismo, del endiosamiento de la razón y, finalmente, del hombre. El gobierno débil y el Estado progresivamente ausente que enarbola el liberalismo coincide con una confianza en el éxito de la discusión y el consenso, preconizado por el parlamentarismo. Sin embargo, estas falsas recetas de la modernidad son utilizadas como herramienta por las ideologías utópicas (el liberalismo y el comunismo), para inocular con el poder policial de la norma sus programas de gobierno. Y, de hecho, el optimismo antropológico que funda dichas ideologías y el economicismo de sus prácticas y técnicas conllevan, en el plano del derecho, que todo aquel que no comulgue con su humanismo no sea considerado humano sino un criminal de “lesa humanidad”, contra el cual vale cualquier práctica de partisana persecución; siendo la peor de ellas la persecución legal. DFD: Pero, ¿cómo puede sostener Schmitt que el liberalismo y el comunismo coinciden en la progresiva ausencia del Estado, cuando este último ejerce y ha ejercido un totalitarismo estatal? RD: Porque el estatismo comunista es, precisamente, la muerte del Estado en manos del partido. Y de hecho, dirá Schmitt, han sido las bases de esa forma débil del Estado liberal el que permitió, con el tiempo, el abordaje socialista. Por eso hará Schmitt una defensa particular de Hobbes; no porque defienda su Leviatán totalitario, sino porque en la cruda imagen del pensador inglés se diluye

el poder indirecto de los partidos o grupos de poder que operan con toda efectividad e irresponsabilidad detrás de las decisiones del poderoso de turno. La batalla de la modernidad, en el plano de las ideas políticas, será la despolitización del Estado y, consecuentemente, de la norma de derecho público surgida de su misma actividad. La política DFD: ¿Qué es la política para Carl Schmitt? RD: Para Schmitt política es gobierno y decisión soberana, dirigidas por la prudencia en la distinción del amigo y el enemigo; pues toda decisión política genera, inmediatamente, un conflicto. Y ese conflicto, que es natural a nuestra humana condición, debe ser asumido por la política en el reconocimiento legal del otro. Lo contrario a este realismo político es la ideología discriminadora que deja “fuera de la ley” al enemigo. Politizar es asumir la diferencia para administrar un orden compuesto de fuerzas distintas y muchas veces encontradas. Por eso, para Schmitt, la paz no es un concepto utópico sino real que, para ser político, debe necesariamente estar sujeto a la precariedad de lo humano. No queda otra alternativa, ni existen soluciones mágicas que no conduzcan tarde o temprano a guerras totales o “de discriminación”, promovidas por aquellos que se creen religiosamente en la verdad y califican al enemigo como el “Eje del Mal” (que dijera el expresidente norteamericano George Bush). DFD: Si es esencial a la política la distinción entre amigo-enemigo, resultaría esta crítica que yo formularía a Schmitt, y sobre la que me interesa su opinión. Si la política es esencial y normativamente ante todo conducta para el bien común (o cierto hábito bueno para esas conductas hacia el bien común), lo más esencial a “lo político”, lo “principalmente político” se daría en el acto del político que persuade a sus conciudadanos y los mueve en adhesión amorosa al bien común político. Pero esto, por no “ser conflicto”, quedaría fuera de la esencia de lo político, cuando sería lo que más merecería ser calificado de tal. Por lo demás, si la política es social y quienes se enfrentan políticamente integran grupos con cierta cohesión interna, por ejemplo partidos o movimientos por hipótesis en conflicto, la “esencia interna” de esos grupos que son “muy esenciales” a la política no sería política por no haber lucha… Lo cual quizá nos llevaría a otras deriva-

No hay modo de entender el atareado siglo XX sin leer a Carl Schmitt. DFD: ¿Qué balance hace del autor? RD: De a poco fui iniciándome en el mundo schmittiano hasta concluir que se trata de un autor indispensable para entender el itinerario del derecho público del siglo pasado; además de solazarme en la lectura de un pensador inmensamente culto, incisivo y hasta profético. Existe un “afecto antischmittiano” de parte de un vasto mundo, tanto como existe un gran número de lectores que ven en Schmitt un ídolo genial de la cultura jurídica moderna. Otros, 11. Escuela Argentina. Soaje (4) “Aparece aquí toda esa temática cristiana de una creación original del hombre llamado a una finalidad sobrenatural, caída de la cabeza de la humanidad, de una redención” [no abarcada por la filosofía moral].

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ciones, por ejemplo, a la importancia que los aspectos axióticos y normativos de la buena política no pueden ser soslayados en el lenguaje político. RD: Sinceramente, no advierto la crítica. La necesidad de una “persuasión” del poderoso habla de una adversidad anterior y una necesidad correctiva de la inteligencia política. El hábito se forma, y esa formación cuesta violencia. Para el cristiano (como para cualquier realista), la virtud no es un estado de nirvana, sino una constante hipótesis de guerra, como dice Chesterton en Ortodoxia. Nadie nace con esa “adhesión amorosa” en acto. Por eso el orden político se compone de causas, siendo la causa formal de dicho orden la autoridad, como enseña santo Tomás. Y en cuanto a la sociabilidad que denotan los partidos o movimientos; yo creo que esos mismos espacios se integran e identifican precisamente por su diferencia específica con otros. La enemistad política ínsita en la naturaleza humana –herida por el pecado– es, pues, la causa eficiente del nacimiento de espacios de reconocimiento común que la inteligencia formaliza por la integración de los principios axiológicos que le dicta la prudencia. Ud. mismo se piensa desde la diferencia, no desde la homogeneidad de un pensamiento único, como señala muy bien Hannah Arendt. ¿Relativismo voluntarista? DFD: Interesante, pero también puede interpretarse esto como un relativismo voluntarista contrario a un criterio de verdad objetivo y real, objeto de toda ciencia y, por tanto, de la ciencia política. RD: La ciencia política es un conocimiento de lo agible, es decir, es un conocimiento práctico. En ese género no existen verdades objetivas como en el plano especulativo; allí reside lo prudencial. Y, como la política es una ciencia humana, es por eso mismo relativa, como es relativo todo lo humano. Fíjese de qué modo los “dogmáticos” de la política terminan en un quietismo estéril o abstencionismo público funcional al mismo “sistema perverso” que pretenden combatir. Aunque la política persiga reflejar un orden cósmico, ese mismo orden, en nuestro mundo sublunar, nunca será como el gobierno providente de Dios, aunque participe de él en la provisión de los medios para la consecución de los fines naturales de los hombres y las cosas. Creo que, a veces, nos cuesta reconocer la objetividad real de lo contingente, que es nuestro elemento, más bien que de lo necesario… que es divino... La Constitución La Constitución no es una ley positiva elemental, sino una manifestación viva. Lo que los iusnaturalistas llamamos “medida” para caracterizar al derecho, llamará Schmitt “forma” que debe referirse al ser de una nación y a su destino antes que ser el sueño racional de un grupo de ilustrados. DFD: Bien, pero no nos alejemos de nuestro tema. Hasta aquí nos ha hablado de la idea de política en Schmitt, pero ¿y el derecho? RD: Para Carl Schmitt el derecho es, principalmente, un orden. La ley será reflejo de ese orden para tener verdadera legitimidad; por eso, la ley que no es reflejo de un orden sino de una voluntad arbitraria, solo será ley en sentido positivo pero nunca real, por más ley fundante que sea (la conocida Grundgesetz kelseniana). En la base está, justamente, la idea de Constitución, que no es una ley positiva elemental, sino un orden concreto, una manifestación viva. Lo que los iusnaturalistas llamamos “medida” para caracterizar al derecho, llamará Schmitt “forma”, en el sentido de ser una expresión, una visibilidad de orden. Toda Constitución, definida realmente, será para Schmitt la “forma de unidad política que un pueblo se da”, es decir, que debe referirse al ser de una nación, a su identidad, a su historia, a su pasado y a su destino antes que ser el sueño racional de un grupo de ilustrados. La guerra civil argentina del siglo XIX tiene una clave de explicación desde este tópico. Politicidad del derecho DFD: Hablamos de la política y del derecho, ¿cómo caracteriza entonces la politicidad del derecho desde el pensamiento schmittiano?

RD: La politicidad del derecho entra en la obligación que “mide” (o “formaliza”) la norma de derecho público. Utilizando las distinciones aristotélicas, la justicia legal es aquella que fija la obligación del individuo en vistas al bien de la ciudad. Esa obligación es proporcional, no aritmética, es decir que para decidir sobre su justeza precisamos la actividad prudente del político y no el número igual y distinto de una conducta debida de particular a particular. El número de esa medida obligacional en el plano del derecho público es relativo, pues no lo define un crédito material aritméticamente definido, sino un bien proporcional que mira primero el orden general del Estado. Cuando digo relativo no digo arbitrario, impreciso o incierto, sino político; es decir que se trata de una obligación que debe ajustar la prudencia del político en el caso concreto. El neoconstitucionalismo Entre estas formas de individualismo apolítico está el neoconstitucionalismo, que antepone a la legalidad estatal los principios de derechos humanos reconocidos por instrumentos internacionales y aplicados por tribunales extranjeros. A mi entender no hay modo de casar el neoconstitucionalismo con el pensamiento clásico. DFD: ¿Y de qué modo se despolitiza el derecho? RD: Pues cuando la norma de derecho público no mira principalmente el bien común sino el bien particular. El individualismo es el nombre de toda opción íntimamente apolítica que se incomoda frente al poder estatal, cuando no lo odia. Entre estas formas de individualismo apolítico asistimos hoy al fenómeno del neoconstitucionalismo como doctrina que antepone a la legalidad estatal los principios de derechos humanos reconocidos por instrumentos internacionales y aplicados por tribunales extranjeros. Fíjese que no digo que sea apolítico ni individualista por defender los derechos humanos, sino por hacer una interpretación discriminadora de esos derechos. El neoconstitucionalismo es como una verdad vuelta loca (diría Chesterton), pues coloca al derecho subjetivo –que es algo intrínsecamente bueno– en la base piramidal fundante de una nueva legalidad estatal. Y si a ese derecho subjetivo se lo concibe como un “valor” de indeterminada singularidad, pues entonces el poder soberano ha pasado de manos, como querían los liberales del siglo XVIII (que se llamaban a sí mismos “progresistas”, como también se dice hoy), y la política en términos de orden y soberanía pública se convierte en un objetivo a exterminar en lugar de un objetivo a conquistar. El meollo del neoconstitucionalismo radical proviene de una filosofía política que identifica soberanía con totalitarismo y legalidad estatal con geometrismo decisionista. Michel Foucault fue como la voz principal de esta teoría, que después desarrollaron otros como el romano Giorgio Agamben. Pero lamentablemente el neoconstitucionalismo ha querido tener cabida en algunos juristas “iusnaturalistas”, que pretenden bautizar el error identificando bien público con bien humano, en lugar de analogarlos. El tema es más largo, pero, a mi entender, no hay modo de casar el neoconstitucionalismo con el pensamiento clásico, que sí fue auténticamente humano. DFD: Ud. en su respuesta ve el mal del neoconstitucionalismo en preferir una visión sesgada de los derechos humanos por sobre la legalidad estatal. Y ve en el neoconstitucionalismo una concepción contraria a la concepción de derecho natural clásico. Pero también admite que con él el poder ha pasado de manos. Entonces el poder soberano recae no en la Argentina sino en organizaciones internacionales… manejadas por “Estados bien Estados” y bien soberanos… No es que “el mundo se queda sin soberanía”, sino que somos dependientes de un poder cultural mundial antihumano que se impone por todos los medios, políticos incluso… “son” soberanía… Los Estados hegemónicos no firman los tratados que nos imponen… Y en la escuela del derecho natural cristiano parece una afirmación la existencia de una pluralidad de Estados soberanos… lo que se impone sería Estado mundial soberano. Nos interesaría una reflexión suya sobre esto…

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RD: Para el católico Schmitt, la tendencia a la unidad del mundo es objetivamente un fenómeno anticrístico. Así lo expuso en una conferencia que lleva justamente ese título dada en Murcia, España, en 1951. Para Schmitt, el mundo de posguerra fue (y podríamos decir que es hoy) un gran espacio de enfrentamiento de poderes que se debaten el centralismo de su autoridad. La “diferencia” reflejada en las autonomías estatales tradicionales se perdió en la última conflagración mundial a partir de la cual esa “diversidad unificada” del orden cristiano y europeo, sustentada en una autoridad espiritual, no tiene ya reconocimiento. En este diagnóstico, el mismo Schmitt se reconoce deudor de los autores católicos que han abordado el tema desde la literatura, como Soloviev y Benson, pero también halaga la mirada profética de otros que desde la historia política han barruntado el mapa actual, como Alexis de Tocqueville. DFD: Carl Schmitt define al soberano como aquél que decide sobre el “estado de excepción”, ¿eso no es decisionismo? RD: La excepcionalidad schmittiana lo es con relación a la ley positiva, no con relación al orden. Schmitt quiere mostrar que no todo el bien y el orden caben en la positividad declarativa de una norma. La ley contempla una situación regular, pero no puede prever aquellas que escapan a la “normalidad positiva”. En esos casos, es el soberano quien integra el caso excepcional en un marco de orden a través de la decisión política. La inclusión de la figura institucional de un soberano mediador es la clave de la teología política de Carl Schmitt. Y justamente la teología política católica es la garantía contra cualquier decisionismo. Teología política DFD: ¿Qué entendemos, pues, por teología política católica? RD: La teología política es el sustrato dogmático confesional del cual surgen conceptos aplicados luego al ámbito político. Max Weber fue un precursor de esta noción al afirmar que los modernos conceptos políticos no eran sino conceptos teológicos secularizados. En cuanto a Schmitt, que publicó en 1922 un ensayo titulado justamente Teología política, considera él que la noción de soberano responde a una concepción metafísica específicamente católica en virtud de la cual Dios no se confunde con su creación (el Deus ex machina que deriva de la división cartesiana entre res cogitans y res extensa) y, por tanto, puede operar un milagro sin rechazar el orden creacional. La marca de la teología política católica es la decisión soberana, dirá Schmitt, pero así y todo “el caso excepcional sigue siendo accesible al conocimiento jurídico, porque ambos elementos –la norma y la decisión– permanecen dentro del marco del derecho”. Lo específicamente católico está en la idea principal de Dios como gobierno: “Este nombre ‘Dios’ –dirá santo Tomás– no significa otra cosa que gobernador”. La política será, pues, una actividad configuradora de orden expresada institucionalmente en una ley o norma de derecho público. Contra el “gobierno de las leyes” de la utopía iluminista, propondrá Schmitt un gobierno del soberano que, en su decisión pública, represente la razonabilidad de la ley por la obediencia a un orden natural, histórico y tradicional, propio de cada pueblo. A este orden anterior, configurador de la institucionalidad del orden público, llamará Schmitt el Nomos. DFD: ¿Cuál es la idea básica que trae Schmitt en El nomos de la tierra? ¿Está vinculado este tratado al fascinante opúsculo Tierra y mar, editado unos años antes? RD: El término νομοσ (nomos) en griego significa ley, orden; en general, las costumbres de un pueblo o ciudad (en ese sentido la utiliza Homero en Odisea I:3, del cual saca Schmitt el uso). La palabra nomos tiene directa relación con la forma de unidad política que un pueblo posee: es decir, su Constitución en sentido absoluto. En este aspecto, esa forma de ser constituye una identidad y un destino que cada nación encarna. Esa marca de identidad, que hace que un pueblo sea distinto de otro, no solo viene de un pasado representado por los signos genéticos tradicionales (la lengua, los símbolos patrios o los ritos

12. Escuela Argentina. Soaje (5) “Mas, como decía uno de mis viejos maestros en la Universidad de Córdoba, el error no por inveterado adquiere derechos [frente a la inteligencia] y la verdad, no por desconocida [o por rechazada, sea por algunos o por muchos] pierde los suyos”.

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folklóricos), sino que devela una opción existencial, una elección moral, una decisión política. Hay pueblos que han hecho una elección existencial por el nomos de la tierra, dirá Schmitt, en los que se reconoce a las naciones continentales que fundaron el orden europeo. El orden continental europeo es un orden telúrico (la iustissima telus de los romanos), unido por una futura confederación de culturas que integrara el Imperio, fundado al mismo tiempo en la autoridad espiritual de la Iglesia. La revolución moderna nacida de la ruptura protestante, dirá nuestro autor, también se vio reflejada en el plano espacial. Los nuevos descubrimientos despertaron el demonio de un nuevo orden, el nomos del mar, es decir, el de la nación mercantil, cuyo prototipo antropológico ya no es más el arraigado trabajador de la tierra, sino el marino errante. La opción existencial por el mar significa el nacimiento de un tipo político nuevo, el del mundo de la técnica y la primacía de lo económico sobre lo espiritual. Para Schmitt, la nación bandera de esta revolución anómica será Inglaterra, la dueña de los mares; la nación-isla-buque que se rige por normas principalmente mercantiles y que no reconoce a un enemigo público como las naciones occidentales gobernadas por el ius publicum europaeum, sino que se limitan a castigar la piratería como primer delito de lesa humanidad; cuidándose bien de definir arbitrariamente quién es para ella el pirata (¿Lord Guillonk o Sandokán?). En esta línea, Tierra y mar es un fabuloso relato en forma de cuento infantil, que enclava su tesis sobre la historia de la humanidad fundada en esta idea y que utiliza como obra inspiradora la novela Mobby Dick de Melville y a su ca-

pitán Ahab como “tipo” del hombre nuevo: el condenado a perseguir sin descanso al gran monstruo marino (el Leviatán del profeta Daniel, dirá Schmitt).

(“Tres acres...”, viene de pág. 11)

III Los hombres que sabían demasiado

las erróneas políticas económicas, especialmente con la reintroducción del mecanismo gold standard en el ámbito monetario, profundizaron los índices de desempleo e incrementaron las fluctuaciones industriales. Una consecuencia inevitable fue la pérdida de productividad y de rentabilidad, lo que condujo a una retracción en las inversiones de capital, e, inevitablemente, al cierre de empresas(3). En el plano internacional, la situación se agravó progresivamente por los efectos combinados de la geopolítica internacional de las reparaciones de guerra contra Alemania, junto a la consolidación de la Rusia comunista y la debacle económica mundial iniciada con el crack financiero de Wall Street en 1929(4). En suma, ya sea por factores internacionales o domésticos, desde 1920 puede advertirse un aumento de la conflictividad laboral en Inglaterra, sobre todo a partir de las disputas en el sector carbonífero. Pero, más allá de las diferencias en el interior de la clase obrera, día a día las disputas industriales fueron creciendo en número y en extensión. Uno de los puntos destacados se dio en mayo de 1926, cuando los sectores productivos en crisis –principalmente astilleros navales, transporte, acero y minas de carbón– conformaron un frente común e impusieron el paro general(5). En Irlanda, específicamente, los paros importantes fueron los de 1913, 1918 y 1920, en los cuales las demandas socioeconómicas se mezclaban con los objetivos políticos. Más aún, el afán independentista, basado en un nacionalismo legítimo, se combinaba peligrosamente con métodos de insurrección urbana y con tendencias socialistas revolucionarias, de manera que desmembrar la integridad del imperio inglés era equivalente a derrocar al capitalismo. Con estos factores presentes, el riesgo de transitar otra revolución de octubre era una posibilidad cierta para muchos países industrializados. En el ambiente flotaba el interrogante acerca de si Inglaterra sería el principal foco de este incendio, tal como Marx había profetizado. (3) Keynes, John M., The Economic Consequences of the Peace, New York, Harcourt, Brace and Howe, 1920. Acerca del período de posguerra: Keynes, John M., The Economic Consequences of Mr. Churchill, reprinted in Keynes, Collected Writings, vol. 9, 1925. (4) Pope, Rex, Atlas of British Social and Economic History since c. 1700, London, Routledge, 1989, págs. 98/134. 150 sigs. (5) Daunton, Martin, Wealth and Welfare. An Economic and Social History of Britain (1851-1951), Oxford, Oxford University Press, 2007, págs. 377/420. También, Glynn, Sean - Booth, Alan, Modern Britain. An Economic and Social History, London, Routledge, 1996, págs. 15/142.

DFD: … Hay mucho… entre las varias posibilidades elijo esta pregunta… En cuanto a la conocida teoría de los grandes espacios de Schmitt (die Grossraume), ¿cuál es su sentido y qué actualidad le encuentra? RD: Contrariamente a quienes vieron en Carl Schmitt al Kronjurist del III Reich, su teoría de los grandes espacios no lo fue en sentido expansionista ni “vital” (der Lebensraum), sino cualitativo. El espacio es, para Schmitt, el marco garante del orden concreto, real, continental. Incluso vinculará etimológicamente la palabra espacio (Raum) con Roma (Rom): “Raum ist dasselbe Wort wie Rom. Daher also der Haß gegen das Wort Raum, dieser Haß ist nur ein umgelagerter antirömanischer Affekt”. “Espacio y Roma son la misma palabra. De ahí el odio contra la palabra espacio; ese odio no es más que una variante del sentimiento antirromano” [nos traduce RD]. El espacio es ese contorno sagrado de orden que tiene un pueblo, y desde el cual nace (como en el mito de Rómulo y Remo). Los espacios cualificados serán aquellas instancias locales de orden, distintas entre sí pero unidas en un todo mayor, que forjará políticamente la noción de Imperio (opuesta al centralismo imperialista). Caída la Res Publica Christiana, dirá Schmitt en El nomos de la tierra, los Estados modernos fueron la variable y reserva de ese orden romano. Si bien les reconoce Schmitt su filiación jurídica racionalista, los Estados y su vinculación de pa-

En la primera generación de distributistas pueden distinguirse entre los que se habían nutrido de la enseñanza social de la Iglesia de aquellos provenientes de otros ámbitos. Los principales referentes del mundo católico son Belloc, Chesterton y McNabb, y del grupo de la línea no católica, se encuentra Arthur Penty, cercano al socialismo gremial. III.1. Belloc y Chesterton como reformistas Hilaire Belloc desarrolló una ingente labor como literato, ensayista político, biógrafo e historiador. Específicamente, contribuyó a elaborar las bases teóricas del distribucionismo con su trilogía(6): El estado servil, la restauración de la propiedad y economía para Helena. Para Belloc, el proceso histórico iniciado por la Reforma protestante resquebrajó la cristiandad formada por la Fe católica. La transformación espiritual trajo consigo la enfermedad social de la usura y la dominación del dinero. Una de las consecuencias últimas de esta reforma fue el establecimiento de la civilización industrial. El industrialismo, forjado en la falsa cosmovisión calvinista, suscitó una fuerte dependencia entre el hombre y la máquina en un nuevo entorno de competencia desleal. Esta perversión de orden intelectual y espiritual fue la justificación ideal para la concentración de la propiedad y de la riqueza en pocas manos. En suma, el capitalismo generó un retorno al mundo precristiano de la esclavitud por el estado servil. Frente a esta situación, la única posibilidad, según Belloc, es anular la ilusión del progreso y de la prosperidad, la cual, paradójicamente, ha conducido a una crisis sin precedentes. La restauración del orden de cosas pasaría por la ejecución de acciones convergentes, alineadas con la filosofía social católica(7): a) implementar un impuesto progresivo; b) descentralizar la propiedad; c) impedir la proliferación de los monopolios mediante su control (especialmente del financiero); d) recuperar el organismo social basado en las corporaciones de oficio, y e) lograr una transformación del poder político –en Inglaterra del Parlamento–, el que abiertamente se encuentra al servicio de los big trust. (6) Por orden de publicación: Belloc, Hilaire, The Servile State, London & Edinbutgh, T.N. Foulis, 1912; Economics for Helen. A Brief Outline of Real Economy, Norfolk, VA, IHS Press, reprint 2004 [1924]; An Essay on the Restoration of Property, Norfolk, VA, IHS Press, reprint 2002 [1936]. (7) Belloc, Hilaire, The Crisis of our Civilization, London, Cassell, 1937, págs. 200/250.

res en el marco de un derecho público común fueron la solución al problema de la guerra civil de religión; y su lema hobbesiano “auctoritas, non veritas, facit legem” la clave para desincriminar religiosamente y comenzar a reconocer políticamente al enemigo. Luego, el componente configurador de esos espacios será la política, encabezada por la decisión soberana de un gobierno libre (Schmitt fue un precursor de la teoría jurídica internacional de la autodeterminación de los pueblos). Las fuerzas del mundo anómico, dirá el alemán, tienden a universalizar el orden telúrico por la disolución de la soberanía de las naciones. La pregunta se vuelve existencialmente agónica: ¿quis judicabit?, ¿quén juzga?, ¿dónde está la verdadera fuente de la decisión?, ¿en los gobernantes visibles, o en otras instancias más decisivas pero menos notorias? Esto es lo que llamó Schmitt el arcanum imperii, es decir, el fenómeno que en la historia orientó la verdadera política de las naciones imperialistas modernas (clave que halló nuestro autor en la novela Tancredo del ex primer ministro inglés y judío sefardí Benjamin Disraeli). El movimiento progresivo hacia la unidad del mundo, configurador de un espacio totalitario apocalíptico, se ve retenido por la resistencia de los espacios configurados por la política y el poder soberanos, en los cuales encuentra Schmitt una aplicación del κατεχον (katejon) al que alude san Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses: el obstáculo que retarda la venida del Anticristo. VOCES: RELIGIÓN - DERECHO - FILOSOFÍA DEL DERE-

CHO - IGLESIA CATÓLICA - ESTADO - PERSONA

Es ampliamente conocida la obra de Gilbert K. Chesterton como periodista, poeta, autor de relatos policiales, biógrafo y apologista. La sociedad que defendía Chesterton, recuerda Ward en su biografía(8), era la normal, la del sentido común. Por tal razón, era inevitable su enfrentamiento con el mundo moderno, constitutivamente insano y con su economía, destructiva e inhumana. El distributismo de Chesterton se expresó mediante la palabra y la acción. Aunque su activismo social sea quizás la parte menos conocida de su vida, debe recordarse que fue el primer presidente de la Liga Distributista, cargo que ostentó hasta su muerte en 1936. De su pluma salieron muchos escritos orientados a esclarecer las razones profundas de los problemas sociales. En Utopía de usureros lanzó dardos contra la plutocracia, la avaricia y el materialismo como fenómenos sociales basados en una espiritualidad extraviada, que ya no reconoce el valor de la justicia ni de la verdadera caridad(9). Posteriormente, durante la semana de Navidad de 1926, polemizó contra la política de nacimientos, afirmando que las directivas gubernamentales eran una exigencia del capitalismo industrial(10). En Esbozo de sensatez(11), tal vez su más clara exposición distributista, al mismo tiempo que apuntó su crítica a las grandes empresas expuso su ideal de orden social basado en la amplia difusión de la propiedad, especialmente de la rural y productiva. En diversos escritos cuestionó las aparentes soluciones brindadas por el socialismo y el comunismo a las inequidades de la economía de mercado, y reflexionó sobre los efectos que tanto las estructuras monopólicas como el estado monolítico y centralizado generan sobre el hombre común. En todos sus ensayos, pero especialmente en el Esbozo de sensatez, llevó adelante su defensa de la familia y de la comunidad conformada por los artesanos y los granjeros, los comerciantes y los pequeños productores, rechazando sin más las aparentes dicotomías brindadas por los sistemas ideológicos. De acuerdo a Barker(12), en su estudio sobre el rol del distributismo en la política bri(8) Ward, Maisie, Gilbert Keith Chesterton, New York, Sheed and Ward, 1943, especialmente págs. 509/528. (9) Chesterton, Gilbert K., Utopia of Usurers (and other essays), Norfolk, VA, IHS Press, reprint 2002 [1917]. (10) Chesterton, Gilbert K., Social Reform versus British Birth Control, 1927, documento obtenible en: http://www.cse.dmu. ac.uk/~mward/gkc/books/Social_Reform_B.C.html. (11) Chesterton, Gilbert K., The Outline of Sanity, San Francisco, Cal., Ignatius Press, reprint 1987 [1926]. (12) Barker, Rodney, Political Ideas in Modern Britain. In and After the Twentieth Century, 2ª ed., London, Routledge, 1997, págs. 77/110.

13. Escuela Argentina. Meinvielle (1) “Aquí se revela la dualidad insostenible de la teoría liberal: por un lado, impone como verdad y bien social lo que decide la mayoría y hace de esta la fuente de todo derecho; por otro, solo reconoce como verdadero derecho, verdad y bien sociales lo acorde con los ideales liberales”.

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tánica, la visión del orden social de Chesterton se puede sintetizar en la frase: “ni estado ni individuo aislado, sí defensa de los grupos comunitarios y de los organismos intermedios de la sociedad”. Otros dos textos son significativos en el pensamiento de Chesterton, puesto que reflejan su interés por estos temas previo al inicio de la Liga. El primero es su prólogo a la obra de Penty sobre el posindustrialismo(13), donde justifica la necesidad de volver al pasado para encontrar respuestas a la crisis moderna. Concluye que las propuestas reseñadas en el libro son más prácticas y realistas, y más adecuadas a la estructura histórica de Inglaterra, que las soluciones propuestas por la sociedad fabiana. Su William Cobbett(14), biografía dedicada al símbolo reformista de la vieja Inglaterra del molino y del arado, es probablemente uno de sus mejores ensayos sobre la historia social de Inglaterra. Chesterton va más allá del personaje y centra su tema en el orden de la campiña previo a la industrialización en gran escala, mediante una reflexión sobre los efectos del progreso científico-tecnológico. III.2. El legado de Nazareth y la restauración medieval Las obras de Vincent McNabb, O.P.(15) revelan a un escritor que aúna la claridad argumentativa, formada en la frecuentación del Aquinate, junto con una aplicación de la reflexión teológica a la realidad concreta de una comunidad histórica. Expresa que el componente clave es la propiedad de la tierra; con esta, la vida familiar se vería fortalecida por la posibilidad de autoabastecimiento de los productos básicos y la consolidación de una economía comunitaria. Para el padre McNabb, es impensable que la actividad económica no tenga fundamento en las verdades de la fe. Más aún, la economía doméstica debería ser el reflejo del orden de la Sagrada Familia de Nazareth. Pero el mundo contemporáneo, tan alejado del ritmo campesino, se convierte en la tumba de cualquier intento de existencia profunda. La religión progresivamente terminaría desvirtuándose, y se apagaría su luz entre la niebla urbana y el ruido de las máquinas. De la perspectiva del fraile dominico se desprende una reminiscencia de la antigua estructura social benedictina, la cual, confrontada con el padecimiento de los proletarios y de los labradores sin tierra productiva, volvía más visible la distancia entre el sistema industrial y el orden de la paz monástica. En este sentido, para MacNabb, trabajo agrícola y producción artesanal son dos dimensiones inseparables de la vida espiritual(16). La centralidad de la vida rural evitaría, asimismo, las consecuencias que el flagelo de la desocupación acarrea: degradación moral, alcoholismo, pérdida de la dignidad, ausencia del jefe familiar, incluso emigración y desarraigo. Frente a esta realidad, el padre McNabb expresa (en la dedicatoria de su obra Nazareth or Social chaos) que la aplicación de los principios sociales del magisterio no es un extra opcional para los cristianos en el mundo; por el contrario, asumirlos implica –en una línea que recuerda el lema pontifical de san Pío X– el compromiso de la restauración de todas las cosas en Cristo, incluso de las temporales. Arthur Penty, por su parte, publicó numerosas obras desde inicios del siglo XX sobre las corporaciones, sin embargo, su escrito más específico sobre el distributismo fue el manifiesto(17), a modo de base ideológica común a las diversas vertientes del movimiento reformista. En este documento, la discusión económica se precisa en los tópicos de la propiedad, el maquinismo, la moneda, las asociaciones gremiales, el estado, la agricultura y el autoabastecimiento y la cuestión fiscal. La idea central se encuentra en la propiedad privada de los medios de producción, pero bajo un mecanismo que (13) Chesterton, Gilbert K., “Preface”, en Penty, Arthur J., PostIndustrialism, New York, The Macmillan Co., 1922, págs. 7/10. (14) Chesterton, Gilbert K., William Cobbett, London, Hodder and Stoughton, 1925. (15) McNabb, Vincent, O.P., The Church and the Land, Norfolk, VA, IHS Press, 2003 [1925]. (16) McNabb, Vincent, O.P., Nazareth or Social Chaos, Norfolk, VA, IHS Press, reprint 2009 [1933], pág. ii. (17) Penty, Arthur J., Distributism: a manifesto, en Shove, Herbert et al., Distributist Perspectives, vol. I, Norfolk, VA, IHS press, 2004, págs. 86/115.

evite su concentración, como sucede en el capitalismo, o en las manos de la estructura burocrática y de planificación, tal como se da en el socialismo. Sin ingresar en un debate técnico sobre la novedad del distributismo, merece destacarse que Penty abandonó su pertenencia al national guilds movement, de carácter socialista, un año antes del lanzamiento de la Liga Distributista(18). Más importante aún es que renunció a los objetivos revolucionarios de establecer industrias controladas y autogestionadas por los trabajadores. Aparentemente, también desechó las políticas de nacionalización, dado que esto implicaría un fortalecimiento del “estado servil”. Lo que sí mantuvo a lo largo de los años fue su reconocimiento de la autonomía de las corporaciones de oficios y de los grupos artesanos. Este aspecto se relaciona con una revalorización de las experiencias comunitarias del período medieval. Penty abogó por un retorno a las asociaciones gremiales de oficios (guild systems) como alternativas al colectivismo y al mecanismo de mercado como único asignador de recursos(19). Las corporaciones serían protectoras del consumidor, ya que posibilitarían las fallas de calidad o engaños en los productos y la movilidad de precios en el mercado; al mismo tiempo, preservarían al trabajador y a su familia, al evitar la explotación y la competencia y la propiedad al resguardar al orden social de la usura. Conjuntamente, el sistema aseguraría un ingreso modesto pero estable a los artesanos, campesinos y precios justos a los productores y comerciantes, permitiendo así el desarrollo de relaciones comunitarias sanas en acuerdo con los valores permanentes del bien común(20). La reverencia al pasado no representa para este autor una ilusión basada en un romanticismo reaccionario, sino que, por el contrario, sus principios se proyectan hacia un horizonte real y posible: el “futuro medieval”(21). Hay que tener en cuenta, además, que la prédica por una restauración medievalista no era exclusiva de los distributistas. En Inglaterra ya existía una corriente de pensamiento favorable al medievalismo, cuyas raíces se ubicarían en la ensayística política inglesa antiliberal de los siglos XIX (de Coleridge a Carlyle y Mathew Arnold) y su correlato en la literatura (Walter Scott), en el arte (the Arts and Crafts movement y William Morris) y en la arquitectura (Augustus Pugin). En el campo católico, esta restauración tomó forma en el pensamiento histórico del padre Bede Jarrett, O.P., de quien pueden recordarse sus estudios sobre los fundamentos del orden económico medieval y el verdadero sentido de las reformas frente a la turbulencia que asoló al continente europeo a fines del siglo XIV(22).

IV Fundamentos y antecedentes del distributismo En lo que respecta a los rasgos intelectuales que signaron el clima de la época, deben tenerse en cuenta tres dimensiones: 1) El magisterio social de la Iglesia católica y, como antecedente directo, la obra del cardenal Manning; 2) la crítica a las consecuencias de la Reforma protestante como amplio movimiento transformador de la realidad europea y, específicamente, como causa directa de la revolución industrial, y 3) las valoraciones sobre la situación de Irlanda. IV.1. La luz del magisterio social Durante el período histórico en estudio, la enseñanza social de la Iglesia católica produjo dos encíclicas(23), (18) Sobre el significado de este movimiento: G. Cole, “National Guilds Movement in Great Britain”, Monthly Labor Review, vol. 9, nº 1 (July 1919), págs. 24/32. (19) Penty, Arthur J., Guilds and the Social Crisis, London, George Allen and Unwin, 1919, págs. 16/21; del mismo autor: The restoration of the guild system, London, Swan Sonnenschein and Co., 1906. (20) Sobre la concepción escolástica de la economía: Roover, Raymond de, The concept of the Just Price: theory and economic policy, Journal of Economic History. nº (18), 1958, pág. 418/434. (21) Grosvenor, Peter, The Medieval Future of Arthur Joseph Penty. The Life and Work of an Architect, Guildsman, and Distributist, Norfolk, VA, IHS Press, 2008. (22) Jarrett, Bede, O.P., Medieval Socialism, London, T.C. and E. Jack, 1914, W. R. Taylor collection reprint 1951; del mismo autor, Saint Antonino and medieval economics, London, The Manresa Press, 1914. (23) Rodríguez, Federico (ed.), Doctrina Pontificia III. Documentos Sociales, Madrid, BAC, 1964, págs. 247/300, 618/699.

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la Rerum Novarum en 1891 y la Quadragesimo Anno en 1931. Ambas coinciden temporalmente con el período de la mayor actividad intelectual de los distributistas. La primera, en los inicios de su formación; la segunda, en la etapa de madurez. Las encíclicas sociales son documentos pontificios que alimentan la reflexión sobre las cuestiones económicosociales, establecen principios doctrinales basados en el derecho natural y otorgan directrices sobre la acción del católico en el mundo. Aunque hay una homogeneidad de doctrina entre ambas, mientras que la carta de León XIII se orienta al problema obrero en un entorno dominado por grupos que propugnan la lucha de clases, la de Pío XI profundiza los fundamentos del derecho de propiedad frente a la dictadura de los grandes monopolios, en un escenario signado por la depresión económica. En lo que respecta a Inglaterra, el ejemplo del arzobispo de Westminster y posterior cardenal primado, Henry John Cardenal Manning(24), fue un antecedente directo de los planteos de la enseñanza social que inauguró la encíclica Rerum Novarum y de la cual realizó comentarios doctrinales(25). Un esquema clasificatorio(26) de autores del siglo XIX que influyeron con sus obras en el magisterio social ubica al cardenal Manning dentro de la escuela intervencionista junto con el obispo de Maguncia, W. von Kettler, Albert de Mun y los cardenales Langénieux y Gibbons. En el otro extremo se encuentra el sector liberal, representados por F. Le Play, Charles Périn, C. Jannet y Víctor Brants. Mientras que estos últimos sostenían la no injerencia de la política en el campo socioeconómico, la escuela intervencionista predicaba sobre la necesaria cooperación entre empresarios y trabajadores, pero también sobre la adecuada presencia del Estado en situaciones adversas. Por sobre todas las cosas, sostenían el derecho de la Iglesia católica a dar su voz en las materias económico-sociales, tal como lo sostuvo la Rerum Novarum: el problema del desorden económico y los conflictos no tiene solución si no se buscan los auspicios de la religión y de la institución eclesial(27). Junto con el reconocimiento de las legítimas reivindicaciones gremiales de patronos y trabajadores en una armonía de intereses, los intervencionistas plantearon la legalidad del asociacionismo obrero y la promoción por parte del Estado de una legislación laboral para eliminar el trabajo infantil, la reducción de horas laborables y una mejora de las condiciones de salubridad. Bajo estos lineamientos de acción social, y con una demostración de liderazgo moral, el cardenal Manning tuvo un rol decisivo en el apaciguamiento de las huelgas portuarias de 1889, denominadas “the Great Dock Strike”(28). IV.2. Del calvinismo a la era de las máquinas La crítica más sólida al mundo surgido de la reforma protestante fue realizada por Belloc. La crisis de nuestra civilización, así como Europa y la Fe, constituyen un corpus filosófico de la historia, en los cuales analiza el proceso que derivó en el capitalismo moderno. Desde una perspectiva más relacionada con la ciencia económica, también se elaboraron estudios que ponderaban las consecuencias del cambio de régimen social y económico. De este grupo, una labor de relevancia le cupo a tres profesores: Cliffe Leslie, Toynbee y Devas. Thomas Edward Cliffe Leslie, irlandés de nacimiento, fue uno de los principales referentes de la escuela histórica de economía en las Islas Británicas. El valor de su obra (24) Cfr. Hutton, Arthur W., Cardinal Manning, London, Methuen and Co., 1894, págs. 160/214; Leslie, Sheldon, Henry Edward Manning: his life and labours, London, Burns, Oates & Washbourune, 1921; Lemire, Jules, Le Cardinal Manning et son action sociale, Paris, Lecoffre, 1984, págs. 157/235. (25) Manning, cardinal Henry, A Pope on Capital and Labour: The significance of the Encyclical Rerum Novarum, London, Catholic Truth Society, Pamphlets on social questions 104, reprint 1933 [1891]. (26) Teixeira, Pedro - Almodovar, Antonio, Economics and Theology in Europe from the Nineteenth Century: From the Early Nineteenth Century’s Christian Political Economy to Modern Catholic Social Doctrine, en The Oxford Handbook of Christianity and Economics, Paul Oslington (ed.), Oxford, Oxford University Press, 2014, págs. 113/134. (27) Rodríguez, Federico, cit., parte positiva, Introducción, pág. 261 y sigs. (28) Síntesis y bibliografía especializada sobre el conflicto en: London Metropolitan Archives, The Great Dock Strike, 1889, London, Information Leaflet Number 63, March 2010.

14. Escuela Argentina. Meinvielle (2) “Mas entonces niega y reconoce al mismo tiempo una especie de derecho natural. Lo niega, en cuanto hace de la ‘voluntad popular’ la única fuente del derecho; lo reconoce, en cuanto a que no tiene por verdaderamente legítima la autoridad que nace de la voluntad popular si no está conforme con los ideales liberales”.

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se afirmó sobre el análisis del sistema de tenencia de la tierra desde una visión que rechazaba los postulados y las deducciones del sistema clásico de economía política(29). Por su parte, las conferencias de Arnold Toynbee en la Universidad de Oxford sobre las consecuencias sociales de las nuevas técnicas y el maquinismo difundieron el concepto de revolución industrial para sintetizar el conjunto de transformaciones que tuvieron lugar en Inglaterra desde mediados del siglo XIX(30). Su llamada de atención sobre los males del sistema productivo basado en grandes establecimientos fabriles, y su convocatoria para que los sectores dirigentes pudieran liderar la resolución de los graves problemas, generó una adhesión sin precedentes en los ámbitos cristianos(31). Toynbee fue modelo de un nuevo tipo de economistas con preocupaciones sociales, fe cristiana y algo de desconfianza hacia los efectos del progreso sobre los niveles de vida de los sectores populares. Es que la creación de excedentes destruía el organismo social. Su ejemplo tuvo resonancia en la reacción ético-filosófica que se dio en la Inglaterra de finales del siglo XIX (Thomas Hill Green, Henry Sigdwick, Alfred Marshall), con fuerte impacto sobre los lineamientos de la ciencia económica. Charles Stanton Devas, de quien puede recordarse su comentario a los documentos pontificios(32), publicó un curso de economía política, donde realizó numerosas contribuciones no habituales en esa clase de obras; por ejemplo, elaboró una síntesis de los efectos sociales del progreso tecnológico, incluyó una historia de las asociaciones gremiales y de las corporaciones de oficio, e incluso planteó la necesidad de colocar a la familia en el centro de la vida económica. Devas desconfiaba, al mismo tiempo, de las premisas antropológicas del utilitarismo, y por tal motivo impulsó el retorno de la economía política a la ética(33). IV.3. El dolor irlandés Los distributistas tuvieron siempre en mente la situación de Irlanda. Belloc, especialmente, desarrolló un preciso itinerario histórico de los principales acontecimientos políticos y sociales en su Historia de Inglaterra. Llamó la atención sobre el milagro de la conservación de la fe católica, como ejemplo para toda la Cristiandad, a pesar de las turbulencias que asolaron sucesivamente a la isla de San Patricio. En particular, resaltó las profundas y duraderas consecuencias económicas, demográficas y sociales de los ciclos de la gran hambruna(34) del siglo XIX (1845-1852 y 1879) y sus corolarios: mortandad, miseria, desarraigo, desocupación, desalojos, declive demográfico, etc. Además, hay que tener en cuenta que a los problemas de la peste de las papas se añadió la política abstencionista del gabinete liberal del primer ministro Lord Russell y de su promotor, Charles Trevelyan(35). Esta situación condujo a un agravamiento de la relación entre Irlanda e Inglaterra, en un proceso de creciente violencia política, desde la Land War en la década de 1880 a la guerra civil(36). Chesterton conocía el tema por reflexión, pero también por la experiencia que le brindó su viaje a la isla. (29) Cliffe Leslie, Thomas E., Land, Systems and Industrial Economy of Ireland, England and continental countries, London, Longmans, Green and Co., 1870, págs. 1/229. (30) Toynbee, Arnold, Lectures on the Industrial Revolution in England. Popular Addresses, Notes and Other Fragments, London, Rivingtons, 1884. No debe confundirse con su sobrino historiador Arnold J. Toynbee, nacido en 1889. (31) Wilson, Daniel C. S., Arnold Toynbee and the Industrial Revolution: The Science of History, Political Economy and the Machine Past, History and Memory, Indiana University Press, vol. 26, nº 2 (Fall/Winter 2014), págs. 133/161. (32) Devas, Charles S. (ed.), The Pope and the People. Select letters and addresses on social questions by His Holiness Leo XIII, London, Catholic Truth Society, 1903. (33) Devas, Charles S., Political Economy, London, Longmans and Green, 1907, third edition, págs. 74, 168, 544, 633 y sigs.; The Restoration of Economics to Ethics, International Journal of Ethics (18977-1), vol. 7, págs. 528/530. (34) Kenealy, Christine, The Great Irish Famine. Impact, Ideology and Rebellion, London, Palgrave, 2002; O’Grada, Cormac, Ireland’s great famine: interdisciplinary perspectives, Dublin, University College Dublin Press, 2006. (35) Para una ponderación del rol jugado por la Secretaría del Tesoro, Haines Robin, Charles Trevelyan and the Great Irish Famine, Dublin, Four Courts Press, 2004. (36) Bew, Paul, Ireland. The Politics of Enmity (1789-2006), Oxford, UK, Oxford University Press, págs. 361/444.

Cuando arribó a la capital en 1918, con la finalidad de conseguir el reclutamiento de irlandeses para la fase final de la confrontación mundial, varias zonas de Dublín aún estaban en ruinas. La rebelión de Pascua(37) había sido sofocada después de casi una semana de resistencia. Al contraataque militar inglés siguió una dura represión y el fusilamiento de los líderes nacionalistas, entre ellos, el poeta de la lengua gaélica, Pádraig Pearse. Con ese trasfondo dramático, Chesterton elaboró su libro Impresiones irlandesas(38), donde interpretó el significado de las confrontaciones históricas del pueblo irlandés en la defensa de su cultura, de su lengua y de su fe religiosa. Para el escritor inglés, la dificultad esencial del país se encontraba en la falta de libertad y de autonomía de las familias campesinas irlandesas. En línea con Belloc, declaró que sin propiedad no había posibilidad cierta de libertad. Tuvo la valentía de exponer la falta de perspectiva de algunos irishmen republicanos frente al drama de la Gran Guerra. Les recordaba con todas las letras que el enemigo era la Europa prusiana, heredera de la reforma protestante, y que el verdadero peligro era un retorno al paganismo. Destacó, asimismo, los errores políticos cometidos por Inglaterra en su trato con las reivindicaciones nacionalistas irlandesas (“el largo camino de error”). Lo había afirmado con claridad poco tiempo antes: Telling the truth about Ireland is not very pleasant to a patriotic Englishman; but is very patriotic(39). Desde el punto de vista distributista, el razonamiento de Chesterton se refería no tanto a los aspectos estrictamente políticos sino a la integración jurídica, económica y social de las comunidades marginadas por la dominación inglesa y protestante. Es que detrás del objetivo permanente de conquistar la independencia de la antigua Éire, se situaba la supervivencia de los pequeños productores agropecuarios, la mayoría de origen católico. En este marco cobra sentido el lema distributista “tres acres y una vaca”(40) como la solución concreta a un problema histórico: la pobreza rural, el campesino sin propiedad y la familia sin hogar a causa de la tiranía combinada del imperio mercantil, el sistema de tenencia de la tierra por parte de los aristócratas ingleses (the landlord system) y el capitalismo industrial(41).

V Difusión del distributismo El período de transición hacia el conflicto bélico mundial, con su carga de dificultades económicas, ideológicas y políticas, marcó el ocaso de la primera generación de distributistas. Las muertes cercanas en el tiempo de Chesterton (+1936) y de Penty (+1937) fueron el cierre simbólico de una época que se desvanecía. Belloc, con esa energía que lo caracterizaba (old thunder), publicó aun durante los años finales de la época de entreguerras folletos de gran difusión sobre temas doctrinales y un ensayo de síntesis sobre el movimiento(42). Incluso editó una de sus mejores obras, dedicada a las grandes herejías, siendo la última de estas la crisis sin igual del mundo moderno. Pero su obra sufrió las urgencias impuestas por la Segunda Guerra Mundial. La pérdida de su hijo menor en acción en 1941 le asestó un golpe del cual no se recuperaría(43). De su parte, el padre McNabb editó en 1942 uno de sus (37) McNally, Michael - Peter Dennis, Easter Rising 1916. Birth of the Irish Republic, Oxford, UK, Ospreys publishing, 2007, págs. 1/51. (38) Chesterton, Gilbert K., Irish Impressions, Norfolk, VA, IHS Press, reprint 2002 [1919]. (39) Chesterton, Gilbert K., The Crimes of England, New York, John Lane Co., 1916, pág. 77. (40) Chesterton, Gilbert K., What’s wrong with the world, London, Cassell and Co., 1910, pág. 66. Aquí retoma la expresión “three acres and a cow”, utilizada por los reformistas agrarios de fines del siglo XIX. Fernández Riquelme, Sergio, “Tres acres y una vaca”. El distribuismo o la radical opción moral de la economía contemporánea, Veritas, n° 26 (marzo 2012), págs.165/186. (41) Winstanley, Michael, Ireland and the Land Question 1800-1922, London, Methuen, 1984, págs. 1/46. El autor calcula que la población pasó de 8,2 millones de habitantes en 1841 a 4,5 millones en 1901. (42) Belloc, Hilaire, The Church and Socialism, London, Catholic Truth Society, 1934; The Catholic Church and the principle of the private property, London, Catholic Truth Society, 1933; The Alternative, London, Catholic Truth Society, 1940. (43) Speaight, Robert, The life of Hilaire Belloc, New York, Farrar, Straus and Cudahy, 1957, pág. 516 y sigs.

mejores trabajos de filosofía social, aunque murió al año siguiente(44), dejando un vacío espiritual en el movimiento. En la trayectoria del distributismo como corriente de pensamiento y de reforma social pueden distinguirse: 1) el distributismo original, inspirado en el magisterio social de la Iglesia católica y en la experiencia de reformas sociales en las Islas Británicas (cardenal Manning). Esta fue, con algunas diferencias, las postura sostenida continuamente por Belloc, Chesterton y McNabb; 2) el distributismo neomedievalista, basado en la restauración de las asociaciones gremiales y en el movimiento de artes y oficios (Penty), pero no necesariamente basado en la filosofía social católica; 3) el distributismo socialista cristiano, con líneas más o menos radicalizadas, con matices de anarquismo o con prácticas reivindicativas vinculadas al sindicalismo revolucionario(45); 4) el distributismo esteticista(46), con la experiencia de “Guilda de Saint Joseph” a la cabeza, deudoras de las cofradías prerrafaelitas y cuasisocialistas de John Ruskin y William Morris; 5) el distributismo localista, originado en los dominios, colonias, mandatos y protectorados del Imperio Británico (desde 1931, mancomunidad británica de naciones o British Commonwealth), con especial resonancia en Australia y Canadá. Estos pusieron énfasis en temas de descentralización política, de recuperación de la identidad y de administración local de las comunidades(47); 6) los movimientos ruralistas (New Agrarian Cause, Southern Agrarians, Land of the Free, etc.) y de regreso a la tierra (Back to-the-land) en los Estados Unidos de América(48), con pensadores y literatos de valía como Herbert Agar, Allen Tate y, más recientemente, Wendell Berry, cercanos a la universidad Vanderbilt (Nashville, Tennessee), quienes representaron una pieza significativa del resurgimiento católico de la cultura norteamericana(49). El punto de inicio de este movimiento fue la publicación de Who Owns America?, obra coeditada por Agar y Tate, en plena era de la Gran Depresión. En esta, más de veinte ensayistas antiindustrialistas y descentralistas se oponen al capitalismo monopolista, y plantean la posibilidad de transformar al país en una sociedad de carácter distributista(50); 7) el nuevo distributismo, con fundamento en las obras de E.F. Schumacher(51). Esta corriente, con fuerte predicamento en algunos ámbitos ecologistas, ha elaborado los rasgos principales de una nueva socioeconomía: escala humana, desarrollo local comunitario, orientada a la construcción de economías responsables mediante la producción sustentable y una dinámica de innovación de tecnologías adecuadas. De los grupos mencionados, el más lejano a las aspiraciones y fundamentos filosóficos del distributismo original quizás sea el de la tercera categoría. Para esta corriente, tal como se dio en los Estados Unidos de América desde la temprana década de 1930, el distribucionismo debería asumir siempre una forma de socialismo cristiano, de carácter insurgente frente al orden establecido por el capitalismo industrial. El caso de Dorothy Day, líder de estos grupos radicalizados, es singular. Originalmente oblata benedictina, profesó una postura pacifista extrema de “acción no violenta” y de desobediencia civil, (44) McNabb, Vincent, O.P., Old Principles and the New Order. The case for social justice, the family and the land, London, Sheed and Ward, 1942. (45) Maurin, Peter, Catholic Radicalism. Phrased essays for the green revolution, New York, Catholic Worker books, 1949. Roberts, Nancy L., Dorothy Day and the Catholic Worker, New York, State University of New York Press, 1985; Carey, Patrick W., American Catholic Religious Thought. The Shaping of a Theological & Social Tradition, Milwaukee, Marquette University Press, 2004, págs. 399/421. (46) Hardy, Dennis, Utopian England: community experiments (1900-1945), London, Routledge, 2000. (47) Ward, Maisie, Gilbert Keith Chesterton, cit., págs. 520/529. (48) Carlson, Allan, The New Agrarian Mind: The Movement Toward Decentralist Thought in Twentieth- Century America, New Jersey, Transaction Publishers, 2004. (49) Cfr. Huff, Peter, Allen Tate and The Catholic Revival, Humanitas, vol. VIII, nº 1, 1995, págs. 26/43. (50) Agar, Herbert - Allan Tate, Who owns America? A new declaration of independence, Boston, Houghton Mifflin, 1936. (51) Entre otros trabajos, tal vez el más determinante sea: Schumacher, E. F., Small is Beautiful. Economics as if People Mattered, London, Blond and Briggs, 1973. Hay una reciente revalorización (small is still beautiful) de su obra realizada por Joseph Pearce, iluminando las dramáticas condiciones del medio ambiente, la economía inhumana y las condiciones sociales de la globalización.

15. Escuela Argentina. Meinvielle (3) “¿Mas no es la voluntad popular autolegisladora aun de estos ideales? Estas contradicciones provienen de que, por un lado, se erige al hombre en Absoluto (y por ello se lo hace fuente de derecho sin subordinación a norma natural anterior alguna); pero por otro lado se dice que ese Absoluto debe querer siempre la libertad”.

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