REPENSANDO EL MUNDO A LO MAFALDA

June 19, 2017 | Autor: Meli Quiña | Categoría: Clases Medias
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Descripción

Un texto escrito pensado en la consigna del concurso "Crónicas del Interior"
RE-PENSANDO EL MUNDO A LO MAFALDA
¿Quién no conoce a la tierna Mafalda, emblemático personaje argentino, creado por Quino, su padre y autor? En una de esas, a algunos rincones todavía no haya llegado, pero no dudo de que en algún momento podría darse el encuentro.
Por mi parte, la recuerdo con mucho amor. Decir Mafalda, es automáticamente referencial, se me viene a la cabeza esa niña de cabello oscuro, vestido y zapatos negros, con una enorme cabeza. Me pregunto a cuántos que también habrán tenido la dicha de leerla los habrá marcado para siempre, la niña que en sus elocuencias marcaba una firme preocupación por el mundo. Siendo a penas una pequeña, planteaba problemáticas con una inteligencia admirable que reflejaba la frescura de sus pensamientos.
¿Cómo pensaría hoy Mafalda si hubiese crecido de edad? Porque grande, lo fue siempre. ¿Sería militante de algún partido? ¿Anarquista? ¿Ambientalista? ¿Sería vegana? ¿Profesora en algún colegio público, defensora del pueblo? ó tal vez… ¿periodista?
El legado que Quino nos dejó con su fantástica manera de expresar una realidad, a lo largo de cada tomo de historietas, ha marcado para la eternidad los discursos de quienes nos sentimos identificados con su caricatura. Eso sí, haciendo un análisis a grandes rasgos, creo que el autor, siempre quiso decirnos un poco más. Siempre estuvo más allá de las circunstancias, y supo describir con precisión, en especial, la realidad argentina de la época, con ese toque de humor característico. En blanco y negro, pero repleto de colores.
En mis manos pequeñas, y mi cabeza de niña, pude tomarme el atrevimiento de sentir que la invitación primera era a regocijarse con los dibujos pero, al pasar el tiempo y los años, entendí que la consigna también, era ir un poco más allá de las viñetas. Rozar el trasfondo del lenguaje, de las carátulas que ocultaban infinitud de verdades.
Si preocuparme por el mundo al estilo Mafalda era, a los ocho o nueve años, sentarme en la mesada a pensar maneras, para ayudar a la gente que vivía en la calle; era eso, mientras mi mamá pasaba el piso en la cocina. Entonces yo también, en el mundo paralelo, apropiándome de la época y fuera del papel, era ese boceto garabateado, ese esténcil flexible que dibujaba la mejor escena de aquella familia de clase media. Era un poco Susanita, un poco Manolito también, y por qué no Felipe. Definitivamente no, Quino no se había equivocado.
Tras esta elipsis algo surrealista, viniendo a la actualidad, la escena se ha visto transformada en relación a aquellos años.
Quizás si la pequeña Mafalda hubiera nacido en la generación del nuevo milenio, su cuna sería alguna página de Facebook, y los problemas estarían tal vez ligados a la liberación de la mujer moderna, a un feminismo con mayor solidez. Quizás también rondarían las temáticas en torno al matrimonio igualitario, a la libertad de géneros, hablaría de populismos y nacionalismos, de los medios hegemónicos, porque en definitiva, es de lo que más se habla.
Jamás sería lo mismo. Pero… ¿Y si Mafalda, hubiera crecido con uno?
Sigo intentando pensar el mundo a lo Mafalda, porque yo crecí, crecí con ella, y aunque ya no me subo a la mesada, y mi mamá ya no plancha y pasa el piso como antes. Me sigo parando en mis ideas (totalmente refutables, mutantes y cambiantes). Y mi madre, en parte también sigue limpiando, pero ya no como antes. Mi familia, pasó a ser en un momento épico de ruptura, de "familia típica de los '90" a 'típica-moderna', si se quiere pseudo-rotular de alguna manera.
Entonces sí, algo ha cambiado en la vida, en las estructuras de la vida también. . No sólo en las ideas. Porque nada es porque sí. Continuemos pensando.
¿Será mucha atribución creer que se puede imaginar cómo sería la escena: de la misma niña Mafalda analizando el mundo, 15 años después (después de tener unos 7 u 8), ya convertida en adulta? Sí. Es mucha atribución. Me conformaré con tratar de seguir sus enseñanzas, aplicadas a pensamientos y experiencias propias para pensar el mundo que nos compete actualmente.
Después de casi década y media, hoy 'a lo Mafalda', me sigo preocupando por el mundo. Eso sí, difícilmente cambie esto en la mente de los preocupados y 'preocupones' por esta temática a veces 'clichera' (cuando no se la siente) y mundana. Aunque reconozco que sí, a veces la pasión deja escapar un poco, la esencia en el modo de pensarlo. La esencia de la inocencia de ver con los ojos más allá de lo aprendido, de los libros, de las teorías que dicen regir la naturaleza y las sociedades. Esencia mágica y cualidad de niño.
Insisto, catorce años después entonces, re-pensar el mundo a lo Mafalda, es una tarea difícil, más siendo humano. Sería algo así como una combinación de lecturas, vivencias, experiencias y fundamentalmente: la tarea de observar sin poder ver. Imaginar cómo es dónde no se ha llegado aún. Y sacar conclusiones más o menos acertadas.
El mundo patas para arriba
Para comenzar a esbozar, si se quiere hablar de problemáticas, ésta es la oportunidad de poner el mundo patas para arriba. Más allá de los premios, más allá del dinero, con amigable sutileza, ya que el objetivo es común: cada día hacer un mundo mejor para vivir y más justo.
La primera problemática encontrada en este recorrido de repensar el mundo a lo Mafalda, empieza en la línea de largada: "INTERIOR" Vs. "EXTERIOR". ¿Quiénes estarían adentro? ¿Quiénes quedarían afuera? ¿Interior con respecto a qué?
Aquí el lenguaje, se convierte en el principal delator de nuestros problemas. Y de allí, surge la vertiente que construye nuestras realidades más próximas. Pues pensamos con palabras, construimos nuestras realidades de acuerdo a cómo pensamos.
En una de esas escape de mi comprensión, y la consigna para escribir sobre una "Crónica de Interiores" sea clara y referencial, pero me parece una categoría digna de análisis y discusión. La escritura no le perdona a veces al lenguaje, la ambivalente característica, la propia tiranía. Es por esto que vale la aclaración de que narrar desde esta perspectiva interior/exterior, me resulta incómoda, y de ahora en más acuñaré el término "Mundo".
Cuanto éste, como concepto, tan relativo y tan usado, respecta a lo que vivimos, es una palabra que incluye, incluso, lo que ni conocemos. Entonces decir Mundo, en vez de decir exterior o interior, vendría a ser casi lo mismo, de una manera más inclusiva.
Sin desviarnos, para llegar a destino de este viaje de pensar y traer a colación una porción de realidad, basta con empezar a sacudir la lengua, el lenguaje y abandonar la mirada clasificadora, sistemática que sectoriza y margina. Dejar de escribir para describir quiénes son los olvidados, y quiénes son los que no necesitan que los recuerden. Dejar en la cancha, en la hoja, tinta fresca y un poco más que un texto descriptivo con cualidades de crónica.
Ésta es la crónica (ponele) de alguna parte del mundo, y quizás también, de un pedacito en común con todos los mundos. Si total, damos vuelta el globo terráqueo, el norte, el sur, el interior o el exterior dan lo mismo. Somos parte de un todo, posiblemente fragmentable para su estudio y comprensión, pero en constante interacción. El todo es más que la suma de sus partes.
Y en este afán de escribir, de narrar el mundo, para hacer 'la crónica ganadora', ganadora por la simple satisfacción de haber logrado hilar un título con un punto final, podemos recorrer las provincias, las capitales, las ciudades, para encontrar la historia, ESA historia, la mejor. Historias hay en todas partes, y lo bueno o malo es subjetivo. Pero, no es ese el sentido de las historias el que quisiera acuñar, al menos esta vez. En cambio sí, en el sentido de pensar sobre historias, hiladas por la misma trama; hacer una nueva historia, valdría en este caso, más que la anécdota.
Haciendo historias
Es aquí donde entra el rol periodístico, para hacer vivas esas historias, y traerlas, ponerlas sobre la mesa, mirarlas con lupa. Entra para decir lo indecible de manera poética, y tejer un entramado embarazoso de ideas. El periodista marca la cancha, establece los puntos de vista, condiciona. Pone las reglas al juego de cronicar. Mecha intertextos que hacen al sentido, habla entre líneas. Agrega su marca de agua personal. Se apropia de la historia para poder contarla.
Con el fin de escribir, con el carnet tatuado en el corazón, el rol del periodista se mueve con tracción a pasión; que es más, mucho más que poner en palabras bonitas una parte de la vida. En el rol de periodistas, podemos bajarnos en pequeñas ciudades, recorrer pueblos fantasmas, donde reina el olvido. Podemos detenernos un segundo a intentar cambiar las cosas, escribiendo como locos y recurriendo a ese llamado a la solidaridad, tan necesario, que la mayoría de las veces da ocupado. Si no es urgente, claro.
Podemos afilar el lápiz (¡vaya arma!) y problematizar a quiénes ni siquiera tienen noción de cuál es su problema. Podemos hablar de más, o de menos, y robarles un centímetro de felicidad o regalarla. Hay que tener cuidado. Podemos traer a la vista las más vergonzosas miserias, y convertirnos automáticamente en los seres más detestables del planeta. Podemos hablar de lo que a nadie le importa, pero no por eso sin importancia. Y podemos permitirnos no sentir el fracaso por no tener repercusión. Podemos hablar de lo que nadie quiere que se diga, aunque las prioridades sean reguladas por un mercado en términos de oferta y demanda.
Como también podemos llegar a dónde hace falta una palabra de aliento, o alguna mínima cosa que esté al alcance de las manos. Es cuestión de intentar.
En esta labor periodística, intentaré encontrar el hilo que recorre un conjunto de múltiples historias, que a la hora de ser vividas y creadas se personalizan, lejos de los estereotipos, cerca de las características que asemejan.
Me siento capaz de pecar de inexperta y perder los esquemas de las normas, sobre qué es realmente una crónica y difuminar los márgenes que la separan de un primo lejano llamado Ensayo, o de ser un texto amorfo con muchas ideas revoltosas. Pero aún así, me siento capaz de conservar fielmente el objetivo común: escribir, para que se sepa, para pensar y hacer un mundo mejor. Aunque no todo se solucione con palabras, qué seríamos sin ellas para tomar conciencia.
Visibilizar es problematizar. Problematizar para resolver.
En la búsqueda de pensar el mundo, casi siempre, decir lo que duele, lo que flaquea es lo primero que se nos viene a la cabeza. No es un terreno fácil andar por acá, pensando y problematizando, cuando la tarea comienza por mostrar, tener evidencias, señalar, apuntar con el dedo, comprometerse con una o más causas. Cuando en el contrapeso del conjunto de acciones que parecen surgidas de la nada, hay millones de responsables, con nombre y apellido. La censura existe -y no ayuda- por egoísmo y supervivencia propia. Aunque el hecho de denunciar, no te haga más o menos comprometido, te convierte automáticamente para la sociedad, en el denunciante, el jodido, el molesto, el que nunca está conforme con la vida.
Esto hace emerger un obstáculo a la hora de narrar, porque para poder superar los problemas, primero hay que reconocerlos. Dentro del sentido común, ninguno que piense desde allí, quiere más problemas, ni saber que hay más de los que se cuenta. Error fatal.
En un contexto social, decir, hablar, re-pensar, dentro de una estructura clasista y de dominancia y opresión social, las voces se achican notablemente. Los pensamientos hacen fila camino a arrojarse de a uno por la borda. El horizonte de la objetividad se suicida lentamente. La adherencia a una política o grupo de poder económico o hegemónico, es una cuestión de necesidad existencial para comer, para vivir, para poder nacer. La adherencia mata los pensamientos, y pone bozal a los periodistas. Se piensa siempre con un pié en la cabeza.
La visibilización se empaña, la problematización se desproblematiza y la resolución pasa a lugar último en la eterna lista de espera.
Veo, veo, ¿Qué ves?
Cuando caminas por la calle, cuando usas el transporte público y te subís a un colectivo que te pasea cual tour por los rincones olvidados de tu país, de tu ciudad. Sabes que no es el único ni el último rincón, que hay un montón. Sabes que no sos el único, que hay millones de ojos más viendo lo mismo que vos, y lo que nadie más puede ver. Lo imaginas, lo comprobas, lo sabes. La vista no es argumento válido para negar la existencia. Que todavía existe la pobreza, existe. Que todavía existen niños descalzos caminando sobre las calles de tierra, y sin la opción de elegir si vestir sus pies desnudos o no, aún existen.
Y vos ahí, sentado como espectador en la línea 67, cómodo y tan molesto, tan clase media. Tan tironeado por tu propia necesidad de progreso y a la vez, tan amarrado a ese querer cambiar las cosas, sea como sea. Tan poco televidente, tan indignado con las promesas, con los slogans políticos, con la maldita ambición humana.
Seguís observando, mientras las lágrimas se te escapan de los ojos, y al frente tuyo, una adolescente de unos 16 años te mira sin entender que te pasa. Ojalá a través de tu expresión, ella no hubiera tomado consciencia de lo injusta que es la vida. Ojalá crea que tiene que seguir hacia adelante, feliz, sin saber que existen políticos que les están robando. Y no solo plata, les están robando vida, futuro, vida. Ojalá no te haya odiado, no haya confundido tu compasión con condescendencia. Son cosas distintas.
Tu indignación te consume, sentís ese mundo que pensaste, que creíste ideal en tu cuento de fantasías. Lo sentís en la piel, no hay forma de ser indiferente. Ante la falta de papel, manoteas tu celular heredado, y escribís tu mejor descargo en 1500 caracteres de Facebook, (o en menos de 140 si usás Twitter), que luego no te animas a publicar para no quedar como odioso en el mundo virtual. Entonces ya, te volviste a bajar en tu parada, donde arrancaste el recorrido, y ya no sos el mismo, aunque todo sigue igual. Caminaste a tu casa, estás en tu barrio 'semi concheto' dónde tenés que tener cuidado que no te agarre una piraña de adolescentes para robarte, el celular con todo lo intangible que está guardado en él, la billetera con aire y algún que otro billete, y el documento. Pero una vez más, zafaste. La intuición te guió por el camino menos vulnerable, no fueron los estereotipos, chorro puede ser cualquiera. Llegaste a tu casa, te conectas a Wi-Fi y te cae un Whatsapp. A la noche te emborrachas con tus amigos y amigas. A la mañana siguiente te levantás con doble resaca: la de la birra y el trago de que seguís otro día más, siendo clase media. Afortunadamente clase media. Te seguís resignando a tratar de pasarla lo mejor que se pueda. Luchas contra quienes creen que tu vida es perfecta sólo por tener dónde vivir y qué comer. Luchas contra quienes te juzgan por burgués, sólo por poder ciertas cosas después de años de trabajo. Y luchas contra los verdaderos burgueses que pueden hacer las cosas que vos no, y segregan en clases, alimentando conceptos generalistas de felicidades, que encima te separan aún más de los demás vulnerados. Discutís con quiénes piensan que sos un facho por creer en la educación como la mejor vía de progreso, que si pensás que a la delincuencia hay que abordarla de alguna manera coherente, no tenés corazón. Querés que Nunca Más, sea ayer, hoy y siempre, que los derechos humanos no sean para unos sectores y nada más. Querés hablar, y pocos te escuchan.
Estudias, laburás, te confundís, te perdés, te encontrás. Crees, te flagelás, te recontruís. Cambias de amistades, renegás de las redes sociales, de la falta de diálogo cara a cara, de la naturalización de las relaciones tóxicas. Así es ser joven hoy de clase media, con todas sus posibles variantes.
Terminaste el recorrido por anda a saber qué barrio, pero te hizo hacer un viaje que todavía repercute. Ese Barrio sin nombre para todos, sólo para los que lo habitan, sin identidad colectiva. ¿Hacia dónde iba ese colectivo? ¿De sus casas al centro? ¿Del centro a sus casas? Del exterior al interior, dentro del mismo mundo. ¿Hacia a dónde te lleva a vos, como espectador, como pasajero?.
A veces sirve para consolarse decir "seguro no sos el único al que le pasa", pero en este caso, el consejo no aplica. Porque sí, seguro que no sos el único, en otras ciudades otras líneas también estarán paseando millones de argentinos con destino incierto.
Vayamos cerca, para hablar no nos vayamos tan lejos…
Retomando el primer punto, si Mafalda no hubiera ganado una lotería o recibido una herencia millonaria, ésta quizás sería una de las tantas postales posibles, que grafiquen una mujer de veinte y pico de años, clase media, que sigue deseando un mundo mejor. Porque le duele, no solo su propio dolor, sino también el de sus iguales.
Aún queda mucho por decir, y más todavía por hacer. Para ir concluyendo, ya que estamos en la Docta, donde la historia marca que los cambios son posibles, como diría Deoro Roca, por el año 1918, en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria iniciada en Córdoba:
"LOS DOLORES QUE QUEDAN SON LAS LIBERTADES QUE FALTAN".
Ahora solo queda, seguir pensando y repensando el mundo, continuar en la búsqueda incansable de esos hilos que lo mueven. A seguir visibilizando, problematizando y resolviendo, para sembrar en el exterior, en el interior, en el mundo, dónde sea que fuera… las tan merecidas, nuevas historias.

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