Reordenación espacial y patología social en la periferia de Barcelona: el impacto social de las transformaciones urbanas

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Descripción

REORDENACIÓN ESPACIAL Y PATOLOGÍA SOCIAL EN LA PERIFERIA DE BARCELONA: EL IMPACTO SOCIAL DE LAS TRANSFORMACIONES URBANAS Stefano Portelli Institut Català d’Antropologia Università di Roma “La Sapienza”

La relación entre planificación urbanística y salud pública se ha planteado siempre a partir del supuesto básico de que una ordenación del territorio influye positivamente sobre las condiciones de vida de la población. La intervención pública sobre el tejido urbano se legitima muy a menudo a través de datos sobre la salubridad de las viviendas, la superficie a disposición de cada familia, y la necesidad incontestable de aumentar estos factores, de cara a una mejora en la salud – colectiva e individual – de los habitantes afectados. Retóricas de este tipo se encuentran desde en el “ghetto removal” norteaméricano de los años 50 y 60, hasta las intervenciones en el centro histórico de Barcelona en los años 90 y 2000: el discurso sobre la obsolescencia o insalubridad de los barrios populares muy a menudo revela una continuidad histórica con el “higienismo social” de principios de siglo, cuando la patologización de la pobreza pasaba también por la demonización de los espacios habitados por las clases bajas, y por sus dinámicas sociales. Este tipo de enfoques demuestran una interpretación de la salud pública, y de la relación entre espacio y salud, bastante reduccionista, sin duda reaccionaria, y poco atenta a la complejidad de la vida urbana. Mi hipótesis, desarrollada a partir de una serie de observaciones en algunos territorios de Barcelona afectados por la ola de transformaciones urbanísticas de los últimos 10-15 años, es la siguiente: que la relación entre reordenación del espacio y salud pública puede ser muy diferente. La demolición de un barrio o de un sector de barrio, por cuanto legitimada por razones de salubridad o mejora de las condiciones habitacionales, puede producir efectos patológicos en las poblaciones afectadas, empeorando substancialmente la salud, tanto individual como colectiva. Se trata de una hipótesis de trabajo que está a la base de mi investigación actual, pero que surge de una recollección de datos comparativa que estoy conduciendo hace varios años. Mi objetivo es el de contribuir al establecimiento de un diálogo más fructífero entre ciencias de la planificación (urbanística, arquitectónica) y etnografía: como antropólogo, creo que la metodología etnográfica es particularmente eficaz para la comprensión de las dinámicas sociales que entran en juego durante un

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proceso de afectación urbanística, y para el estudio de las interrelaciones entre modificación del espacio, transformación social, y patología. El resultado auspicable para esta investigación es el de explorar las formas en qué la información etnográfica sobre el impacto social de las transformaciones urbanas – hecha de datos cualitativos, historias de vida, observaciones sobre el terreno –pueda resultar útil para una planificación urbanística más capaz de considerar sus propios impactos, y a la vez para los terapeutas que intenten abordar disturbios (sobretodo mentales) relacionados con la transformación del espacio.

1. Precedentes etnográficos La relación entre espacio y sociedad, que a partir del spatial turn contemporáneo está al centro del debate, no ha sido central para muchos estudiosos que han podido ser testimonios de grandes transformaciones históricas. Entre los etnólogos clásicos, por ejemplo, he encontrado relativamente pocas reflexiones sobre cómo la modificación del espacio habitado haya influido en el proceso de colonización. Todos conocemos la reflexión sobre la relación de homología estructural entre espacio habitado y forma social que Pierre Bourdieu ha analizado detalladamente en el estudio sobre la casa de los cabilos de Argelia: cada elemento del orden doméstico refleja la cosmovisión y la división de tareas familiares y sociales de la población que la habita. No sabemos pero como la colonización haya influido, si es que ha influido, sobre esta homología. Es famosa también la descripción de Lévi-Strauss, en Tristes Trópicos, del pueblo Kajara de los Bororo de Amazonas: su forma circular refleja una serie de relaciones que permiten que el grupo funcione en una determinada manera, y al mismo tiempo reflejan su orden simbólico y religiosos. Menos conocido quizás es el párrafo que Lévi-Strauss dedica a la descripción de cómo la desarticulación de este orden espacial haya influido sobre la transformación del espacio simbólico, religioso y social de los Bororos: So vital to the social and religious life of the tribe is this circular layout that the Salesian missionaries soon realized that the surest way of converting the Bororo was to make them abandon their village and move to one in which the huts were laid out in parallel rows. They would then be, in every sense dis-oriented. All feelings for their traditions would desert them, asif their social and religious systems (these were inseparable, as we shall see) were so complex thatthey could not existwithout the schema made visible in theirgroundplans and reaffirmed to them in the daily rhythm of their lives. [Lévi-Strauss, 1961, p.204]

Para el antropólogo francés era mucho más importante estudiar la relación entre el sistema social y el sistema religioso, que la relación de estos dos con el orden espacial en qué se desarrollaban: sin

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embargo, su destrucción ha hecho manifiesta la importancia que tenía el espacio en el mantenimiento de estos órdenes: à la Simmel, el espacio evidentemente no era sólo un contenedor para los hechos sociales, sino una propiedad inherente a estos hechos sociales, sin el cual no podían seguir siendo lo que eran. Pero aún no hemos llegado al punto de la patología. Lévi-Strauss habla de desorientación: un paso más allá hace otro etnólogo francés, menos conocido: Robert Jaulin. Jaulin en los Sesenta vivió entre los Motilones del Amazonas venezolano, y observó las dinámicas del contacto entre esas poblaciones y las comunidades de blancos que se habían asentado en su proximidad: religiosos, comerciantes, agricultores. Después de varias décadas de guerras, la mayoría de los nativos habían decidido de adaptarse a las condiciones de los blancos, y estaban experimentando una creciente decadencia. Jaulin describe esta situación en un trabajo excepcional, cuyo título es La paz blanca: introducción al etnocidio. Las modificaciones que los blancos introdujeron en la vida de los Motilones tenían mucho que ver con la organización del espacio: especialmente a través de los frailes Jesuitas, que promovieron el traslado de los nativos de sus construcciones tradicionales, los bohíos circulares de madera, a unas barracas cuadrangulares hechas de cemento, iluminadas por la luz eléctrica, y que se presentaban como un progreso para la comunidad. Jaulin evidencia la articulación funcional del espacio, más que sus implicaciones simbólicas: y analiza en detalle como la influencia de la colonización estaba produciendo un colapso social. En las nuevas viviendas, muchas actividades no podían desarrollarse como antes: incluso las relaciones entre las familias estaban sufriendo una transformación, así como su capacidad de mantener el espacio limpio como en los antiguos bohíos. We will now demonstrate how an unusual variation of habitat has not only resulted in a material discomfort, but causes also a serious disturbance to human relationships, to the intimacy offamilies, to certain moral qualities, to the social balance, to the organization ofresponsibilities, and to an order and nobility that had imposed to our attention. [Jaulin, 1970, p. 65]

Con el abandono progresivo de su forma doméstica tradicional, los nativos entraban en un estado de pereza y decadencia: Jaulin consideraba este impacto profundamente vinculado con la difusión de infecciones entre los Motilones, con las enfermedades e incluso la muerte. La modificación del habitat tradicional se presenta como uno de los medios con qué los colonizadores llevaron a cabo el etnocidio de esta población del Amazonas: “En pocos años la paz blanca causó 800 muertes entre los Motilones. Si es cierto que las grandes epidemias se acabaron, la raíz de la destrucción sigue, porque las epidemias se basan sobre la modificación sistemática del orden y estilo de vida nativo” [ibid., p. 16].

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2. Colonización y nueva frontera La colonización es un paradigma útil para comprender la reordenación del espacio urbano, no sólo en términos de gentrificación y de relaciones entre grupos sociales, sino como un fenómeno que produce impactos directos sobre las sujetividades que la sufren, como sugiere el urbanista Kevin Lynch. Para Lynch, la ciudad tiene que ser legible para sus habitantes: cuando la lectura es demasiado difícil, por una transformación espacial, o si nuevos espacios son construidos sin respeto para los puntos de orientación preexistentes, hay un impacto en términos de desorientación, como en el caso de los Bororo. La comparación entre colonización y urban renewal no es nueva: si el concepto de “nueva frontera urbana” ha sido introducido sólo en 1996 por el fallecido Neil Smith, la gentrificación había sido descrita como una conquista espacial, por ejemplo en la película Touché pas a la femme blanche de Marco Ferreri, dónde la batalla colonial de Little Big Horn es recreada en el agujero de la demolición de Les Halles en París, como una batalla entre los indios que habitaban el centro de París, y los cow-boys que son matones de los especuladores inmobiliarios. Otras ideas de urban renewal como conquista es la de Michael Herzfeld de “limpieza espacial” (spatial cleansing), referencia directa a la limpieza étnica, o la de Manuel Vázquez Montalbán de la reforma del Raval en 1992 como “limpieza étnica de los señoritos”. Así hemos llegado a Barcelona, que es el lugar en qué he observado este tipo de impactos. Cuando me trasladé a Barcelona en 2002, la administración estaba preparando la ciudad para el Fòrum de las Culturas de 2004, un evento inventado ad hoc por la misma administración. Intentando recrear el entusiasmo olímpico, el Fòrum requería un gran esfuerzo para “regenerar” ámplios sectores del litoral, que llevó a grandes transferencias de fundos, especialmente de la UE, que se emplearon en gran medida en el ámbito urbanístico. Los planes que se había aprovado requerían sólidas colaboraciones entre la administración y compañías privadas: estas alianzas en qué el interés público y privado se confundían, habían convertido Barcelona en una gran máquina para el urban renewal: las transformaciones procedían rápidas desde el centro a la periferia, a una velocidad que muchos habitantes no conseguían seguir. Durante los siete años de mi trabajo de campo (2004-2010), la ciudad experimentó una serie de transformaciones de gran envergadura que concluyeron un proceso que había empezado en los últimos años de la dictadura, y que concluyó de forma abrupta cuando los efectos de la crisis financiaria global de 2007 llevaron el mercado inmobiliario al caos, y toda la economía del estado que en gran parte dependía de ello. Mis investigaciones sobre los efectos de las transformaciones urbanísticas, siempre enmarcadas en el Grup de Treball Perifèries Urbanes del Instituto Catalán de Antropología, se han concentrado en particular sobre tres zonas de la ciudad: el centro histórico (dónde investigué especialmente sobre

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las zonas del Raval y de Santa Caterina), el barrio de Poblenou (en particular la zona de Can Ricart, y el pequeño Passatge Cusidó), y la ribera del Besós (en los barrios de La Mina y Bon Pastor). Es interesante notar cómo cada uno de estos barrios se sitúa cerca de uno de los grandes edificios estrella que la administración pública ha vinculado a los grandes eventos en Barcelona: el MACBA de Richard Meier en el Raval, la cubierta del mercado de Santa Caterina de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, la Torre Agbar y el Parc Central de Jean Nouvel en Poblenou, y la área del Besós se extiende entre el edificio Fòrum de Herzog y De Meuron, y la nueva área de La Sagrera dónde se prevee un edificio de Frank Gehry. En esta tabla he resumido las áreas en qué he realizado trabajo de campo.

Area Ciutat Vella (centro)

Barrio Raval

Metodología observación implicada Pocas entrevistas –

Años 2004-2006

Ciutat Vella (centro)

Santa Caterina

observación implicada Ninguna entrevista –

2004-2006

Poblenou (primera periferia) Poblenou (primera periferia) Besós (segunda periferia) Besós (segunda periferia)

Can Ricart

20 entrevistas

2006

Passatge Cusidó

2 entrevistas

2006

La Mina

20 entrevistas

2009

Bon Pastor

150 entrevistas – observación implicada

2004-2010

Utilizo la expresión observación implicada, que es una traducción aproximativa del inglés engaged observation, para dar un nombre provisional a una metodología de investigación que he ido desarrollando para trabajar sobre estos fenómenos; es en cierta medida la más adecuada al objeto de estudio, y al mismo tiempo anterior a ello. La mayoría de mi trabajo se ha desarrollado en áreas en qué había fuertes conflictos entre administración pública y afectados: mis propias relaciones de investigación se han desarrollado por estar yo mismo implicado en las campañas de apoyo a los habitantes contra los desalojos, y en defensa del derecho de comercios y talleres tradicionales a quedarse en las áreas afectadas. La mayoría de mis entrevistas se han realizado con el objetivo explícito de ofrecer a los afectados mejores elementos para resistir a los desahucios, y para reivindicar su derecho de quedarse en los barrios. La idea de una “observación participante” no es adecuada, porque describe una intimidad mucho menos radical de la que se establece a partir de la complicidad explícita que surge de la batalla política, y de una implicación personal en un momento de lucha. En la última década una serie de antropólogos han trabajado expresamente los resultados científicos que pueden alcanzarse a través de la aceptación de una implicación política de los investigadores en

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las luchas de las comunidades con qué se trabaja. Michael Herzfeld describe un engagement de este tipo, en su etnografía sobre un barrio de Bangkok bajo demolición, y en un barrio céntrico de Roma que sufría los efectos de la gentrificación. Como en la época colonial, asumir una postura supuestamente “neutral”, “objetiva”, negando posicionarse a favor de los oprimidos en casos de conflicto, muy a menudo implica colaborar directamente con los poderes opresores. Más allá de las consideraciones éticas, es importante resaltar que una postura explícitamente cercana a las personas implicadas en un conflicto puede poner el investigador en una posición desde la cual tiene acceso a informaciones que hubieran sido invisibles desde “el exterior”. Las ventajas de esta engaged anthropology son tan grandes, que un número de la revista Current Anthropologist se ha centrado expresamente a la antropologia implicada. En mi estudio de los efectos de la transformación urbana en Barcelona, hubiera sin duda perdido mucha información, si me hubiera negado a implicarme sobre el terreno, a través de una implicación directa y de la proximidad a las personas afectadas. El concepto de afectado y de afectación fueron centrales en mi trabajo. Estas palabras pueden referirse a diferentes niveles de impacto: por un lado hay las personas que viven en los sectores de ciudad afectados; pero también hay los que tienen tiendas o trabajan en zonas afectadas; también hay los que son afectados en su espacio vital sin tener que abandonar sus viviendas. Todos pueden considerarse afectados por el urban renewal. Aunque las diferencias entre estos grupos sean evidentes, en mi trabajo me concentré sobre las semejanzas. La velocidad del proceso de afectación es diferente; pero el proceso en sí es sorprendentemente parecido, y genera muy a menudo una identidad reconocible, a pesar de las diferencias.

3. Patologías urbanas El objetivo de mi investigación no era de concentrarme en las patologías. Estudiaba los efectos sociales de las transformaciones urbanas, intentando describir el impacto traumático de algunos proyectos urbanísticos sobre los contextos de los barrios. Me interesaban más fenómenos políticos como la legitimación de un proceso especulativo a través de un discurso progresista, o la operación de ocultación operada por los media respeto a la impopularidad de los proyectos. Pero, durante mi trabajo, me dí cuenta que la gente con que trabajaba, que entrevistaba y con los cuales pasaba gran parte de mi tiempo, estaban interiorizando la transformación espacial de una forma mucho más profunda de lo que me esperaba Haré tres ejemplos de esta interiorización, correspondientes a las tres áreas urbanas en qué trabajé. En el Raval, alrededor de 2003, contacté a una serie de habitantes de los bloques entre la calle

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Robadors y Sant Rafael, dónde se estaban denunciando presiones (mobbing) para que dejaran sus viviendas y locales. Incluso después de haber dejado los edificios, reubicados en nuevas viviendas, seguían viviendo un estado de miedo permanente: sentían que todas las instituciones de la ciudad habían conspirado contra ellos para desahuciarlos y obligarles a aceptar el traslado a los nuevos edificios. Un hombre que prefiero dejar anónimo, después de una serie de desalojos contra los cuales yo había sido activamente presente, durante una entrevista me reveló que tenía miedo que todos fueramos informantes de la policía municipal, que intentaban arrancarles informaciones para poderle hacer chantaje. Ninguno de sus vecinos, procedentes de esos edificios, consintió a una entrevista grabada en audio: tenían miedo que el Ayuntamiento pudiera quitarles los nuevos pisos, si hubieran dicho algo que no encajaba con lo que los políticos querían. Su sensación de estar “fuera de lugar” (out of place) en el sitio donde se iba a construir el nuevo Hotel Barceló Raval los acompañó incluso en los nuevos pisos: la misma comunicación con ellos era difícil, eran lúcidos, pero extremadamente sospechosos; al mismo tiempo, tenían dificultad en hablar de cualquier tema que no fuera su experiencia con el urban renewal, signos de obsesión, quizás de algun tipo de paranoia. El segundo ejemplo es de Poblenou: el del administrador de una de las empresas que tuvieron que relocarse para la “recalificación” del recinto fabril de Can Ricart, (un caso sobre el cual trabajó, como es sabido, Isaac Marrero). Jaume Pagès gestionaba la Cerería Mas, una empresa artesanal que producía velas desde finales del siglo anterior–una empresa “limpia”, totalmente compatible con el nuevo entorno que se planificaba en la zona. Sin embargo, el Ayuntamiento insistía que se trataba de una de las empresas “molestas, ruidosas y contaminantes” a expulsar de Poblenou. Durante una entrevista que grabé en 2006, Jaume insistía en qué los eventos que estaba viviendo estaban marcando una transformación indeleble en su vida: incluso si la fábrica hubiera sobrevivido al traslado, nada iba a ser lo mismo: ni su confianza en las instituciones, ni la relación con la prensa, ni la relación con la ciudad misma de Barcelona. La batalla que él y otros trabajadores y empresarios de la zona estaban luchando para poder quedarse, o por lo menos ser compensados adecuadamente para poder cubrir los gastos del traslado, implicaba tantos aspectos de sus vidas, que él sentía – con sus palabras – como si estuviera recibiendo patadas de todos los lados, sin saber de qué lado podía venir la siguiente. Uno de sus compañeros, que gestionaba un taller de piezas mecánicas en el mismo complejo fabril, había muerto de un ataque de corazón: todo el mundo en Can Ricart relacionaba su muerte con la lucha y el stress del proceso de urban renewal. Jaume sufría de una persistente forma de psoriasis en ambos brazos, que había empezado justo con el proceso de afectación urbanística de la fábrica, y que él relacionaba directamente con el malestar que estaba sufriendo como afectado. Algunos meses después la Cerería se trasladó fuera de Barcelona, y tres

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años después cerró, por no poder cubrir los costes de la relocación. Jaume dejó Barcelona para otra ciudad, con el recinto de Can Ricart aún cerrado y sin reformar– cosa que acentuaba la sensación de futilidad de todo el sufrimiento, de la muerte y de las enfermedades asociadas con ello. Ya tenía la sensación que Jaume estuviera viviendo las consecuencias de la transformación “sobre su propia piel”: su psoriasis manifestaba esta metáfora en una forma tangible. Una tercera situación que mencionaré es la de Paca, anciana inquilina de las casas baratas de Bon Pastor, la área en qué realicé la mayoría de mi investigación. Como he explicado en otras circunstancias, los inquilinos de este polígono de vivienda social construido en 1929 por el Ayuntamiento, se enfrentaron a un proceso de demolición completa de las casi 800 viviendas existentes, que se aprovó en 2002 y empezó en 2007. Entre 2004 y 2008 algunas familias se opusieron al desahucio, pidiendo las compensaciones que les tocaban según la ley, y fueron desalojadas con una intervención y una carga policial que provocó algunos heridos. Paca fué una de estos disidentes: esta mujer de 78 años había vivido en las casas baratas desde que tenía dos años; recordaba la guerra, y los bombardeos de la aviación fascista en 1937 sobre su barrio. Estas memorias le volvían con frecuencia, cuando, setenta años después, vió las primeras casas baratas demolidas por las excavadoras. Como consecuencia de este trauma, y del estrés sufrido en la lucha contra el Ayuntamiento (en particular, contra el Patronato Municipal de la Vivienda, propietario legal de las construcciones y promotor del plan), desarrolló una forma de desórden paranoide similar al que había observado en el Raval. Hablar con ella era siempre más difícil: no porque estuviera perdiendo facultades intelectivas, sino porque esas facultades parecían sobresaturada por su situación de afectación. Después del desalojo policial, tuvo que moverse fuera de Barcelona: aún está esperando ser recolocada en un nuevo piso. Viviendo lejos de su barrio y de su espacio familiar, desarrolló una fuerte sensación de que el Ayuntamiento estaba intentando conseguir su firma para negarle el derecho al realojo. En 2009 grabamos una entrevista con ella, en qué nos contó dos episodios muy significativos. El primero, fué cuando la visitó un vendedor de productos congelados a domicilio, que le ofrecía un catálofo gratuito. Cuando la mujer supo que para obtener el catálogo tenía que firmar, exclamó: “Yo no firmo nada. Estais intentando pillarme por todos los medios, pero ¡no lo vais a conseguir!”. El segundo, fué cuando la administración local tenía que cortar un árbol parte del cual estaba encima de la casa en qué vivía. También el empleado municipal necesitaba su firma para proceder a la operación; de nuevo, Paca se negó, informándole del hecho que había entendido de que se trataba de un agente del Ayuntamiento de Barcelona, disfrazado para obtener su firma.

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4. Bon Pastor y el terremoto Bon Pastor es el barrio en qué he recogido la mayoría de las informaciones respeto al impacto de la transformación urbana. Planificado como un complejo de 784 viviendas unifamiliares de planta baja, fué poblado desde un primer momento por una serie de familias “indeseables” a ojos de la administración pública: migrantes, jornaleros, ex-barraquistas desalojados de la montaña de Montjuic para la Exposición de 1929, o habitantes de barrios céntricos que los caseros necesitaban expulsar para subir las rentas. La concentración de esta población uniformemente proletaria en un territorio “horizontal”, sirvió como dinamizador para una politización extrema de la zona: las casas baratas se convirtieron en uno de los territorios más militantes, donde la CNT-FAI tenía una base de apoyo importantísima, y desde el cual cientos de voluntarios marcharon al frente en las columnas libertarias; el mismo Durruti se refugió en las casas baratas, según un testigo entrevistado por Juanjo Gallardo y José Manuel Márquez. Como consecuencia, el barrio sufrió una durísima represión durante la dictadura: un número incalculable de personas marcharon al exilio, mientras el resto sufría en silencio abusos y violencia por parte de los grupos militares y religiosos en el poder. En los Sesenta hubo un renacimiento de la acción comuntaria, y muchos líderes vecinales confluyeron en los Ayuntamientos después de la transición. En los años siguientes, pero, las casas baratas sufrieron del aumento del tráfico y consumo de heroína, como muchas periferias europeas a lo largo de los Ochenta. El barrio entró en los Noventa con una pésima imágen pública, que lo presentaba como peligroso y marginal, abriendo así el camino para la demolición. Como muchos barrios en espera de demolición al principio de este siglo, muchos habitantes de Bon Pastor se opusieron a la idea de dejar las viviendas. Nuestra investigación empezó porque un grupo de ancianos querían saber si era cierto lo que el Ayuntamiento mantenía, que la mayoría de habitantes eran favorables a la demolición. Este proyecto implicaba la construcción de nuevos edificios de pisos en la misma zona, en los cuales recolocar los habitantes de las casas baratas: los pisos eran grandes y cómodos, y cada familia hubiera tenido la posibilidad de acceder a una hipoteca, mientras las casas baratas eran en alquiler: pero los precios de los pisos eran mucho más altos que las rentas antiguas. Durante los años siguientes observamos cómo el Ayuntamiento derribó mitad del barrio, reubicando la mayoría de familias, y desalojando – como dijimos – los disidentes. La intervención policial demonstró hasta qué punto la operación fuera impuesta desde arriba, y que los habitantes en vez de participar en la decisión urbanística tenía que aceptarla o dejar el barrio. Los que se oponían al proyecto contestaban el discurso oficial subrayando que su barrio tenía valores muy diferentes de los que reconocía el Ayuntamiento, y que la calidad de la vida en las casas baratas no era peor que

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en los nuevos pisos. Asociaban las casas con la que podríamos llamar “valores vernaculares”: convivencialidad, proximidad entre vecinos, un uso intenso del espacio público, una historia común y una particular identidad vinculada al lugar y a su forma espacial. Pero sus posiciones eran débiles, a veces nostálgicas: tardámos muchos años en entender exactamente qué era que los habitantes temían perder, en aceptar la “modernidad” que les proponían. Hice mis primeras entrevistas en Bon Pastor en 2004; muchos inquilinos, tanto favorables como contrarios a las demoliciones, expresaron su dependencia del orden espacial que estaban a punto de dejar. Muchos de ellos tenían miedo que los nuevos pisos les obligarían a cambiar su vida a peor, incluso si más cómodos y amplios que sus viejas viviendas. Durante los años siguientes observé cómo los primeros habitantes en trasladarse vivieron de lleno los miedos que habían expresado antes de dejar las casas: mi investigación duró hasta 2010, cuando empecé a escribir mi monografía final, que se publicará el próximo año. Esta larga investigación me dio los medios para entender exactamente qué cambió en la vida de los habitantes de Bon Pastor. Nuestro objetivo era el de entender si el discurso oficial de las instituciones reflejaba las opiniones de los habitantes del barrio. Lo que descubrimos era no sólo que en el barrio los puntos de vista eran extremadamente variables, y diferentes de los oficiales; sino que la demolición misma estaba produciendo una transformación dramática en todas las relaciones sociales del barrio. Mi experiencia en Bon Pastor me dio la clave para entender un pattern general de afectación que he ido encontrando en otros contextos. Un ejemplo fué la información etnográfica que obtuve hablando con investigadores que han trabajado el caso de L’Aquila, ciudad medieval del centro de Italia cuyo centro ha sido destruido completamente por un terremoto en abril de 2009. Después del seísma, los habitantes de L’Aquila y de las fracciones afectadas fueron reubicados en 19 new towns, proyectos habitacionales promovidos por el entonces gobierno Berlusconi. Una investigación de la Universidad de L’Aquila subrayó como algunos desórdenes psíquicos estaban aumentando entre la población, no por efecto de la catástrofe natural, sino del nuevo orden espacial en qué los habitantes habían pasado estos años. En L’Aquila, el consumo de ansiolíticos está aumentando, y el estudio relaciona este consumo no con el trauma del terremoto, sino con la transformación espacial sufrida en los años posteriores a ello. 70% of the citizens of L'Aquila suffer from a silent depression that produces a constant sensation of sadness, apathy, discouragement and dissatisfaction. At the origin of this discomfort there is the loss of places, the loss ofrelationships, the fact of living in a depersonalized context, and economical problems.

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Expondré ahora lo que observé en Bon Pastor, intentando delinear las dinámicas concretas con qué la transformación del orden espacial facilitó un cambio en la socialidad y en las relaciones. Luego intentaré entender cómo pasar de éste nivel al otro, es decir, a las patologías individuales.

5. El impacto social de la transformación urbana He sintetizado en cinco puntos mis observaciones sobre las transformaciones sociales. Estos cinco puntos son obviamente interrelacionados, y veremos como cada uno lleva a los otros; pero observándolos uno a uno y con ejemplo, se entendran mis conclusiones etnográficas sobre cómo los habitantes de Bon Pastor sufrieron las consecuencias de la operación urbanística. Estos puntos son: 1. Declino de la sociabilidad 2. Ruptura comunitaria 3. Aumento de la distancia entre generaciones 4. Quiebra de las técnicas de gestión de conflictos 5. Alienación histórico-política

5.1 Declino de la sociabilidad Este es la aspecto más evidente de la nueva configuración espacial. Los nuevos edificios, aunque estén situados a poca distancia de las viejas casas, tienen una distribución diferente del espacio, y además están asociados con una ideología de la privacidad previamente mucho menos común. Imponen una división más fuerte entre espacios públicos y privados, mientras que en las casas baratas estos espacios estaban mucho más cercanos. La organización espacial de las casas baratas, edificios de planta baja abiertos a la calle, ofrecían una transición flúida entre el espacio público y el espacio privado: sentados o de pie en la puerta, cada habitante del barrio tenía la posibilidad de encontrar sus amigos o vecinos sin dejar la casa. Se trataba de una zona de transición entre el espacio público y el espacio privado, intensamente vivida por los habitantes, que desarrollaban en esta zona la mayoría de su vida social. En los nuevos pisos mucha gente sufre de aislamiento y soledad, especialmente los ancianos, pero también muchos de los más jóvenes. “Vivimos más cerca ahora, pero la distancia entre nosotros ha aumentado”, dijeron algunos ex-habitantes de las casas ahora realojados en los pisos. Mucha gente siente que los nuevos edificios implican una serie de barreras entre el piso y la calle: la puerta, el

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pasillo, el ascensor, la escalera, la entrada; estos espacios son un obstáculo a la sociabilidad, especialmente por los encuentros casuales que eran la esencia de la sociabilidad en el barrio. “Vivimos mejor, pero el ambiente ha empeorado”, dijeron algunos. Puse en relación esta percepción con una reflexión hecha por los sociólogos turcos Kandan y Kullouglu, que observaron que, como consecuencia del urban renewal en Estambul, “las distancias entre vecinos han aumentado”. “Mientras que Estambul se expande, las pequeñas Estanbules vividas y habitadas por sus residentes se encogen”: por un lado, gated communities que encierran los ricos en zonas inaccesibles, por el otro nuevos suburbios que segregan los antiguos habitantes del centro en espacios no adecuados a la socialidad, resultando en una contración de la sociabilidad urbana en general. Hay muchos ejemplos que evidencian esta relación entre el urban renewal y el declino de la sociabilidad. El mismo hecho que algunos viejos y nuevos habitantes del barrio de Santa Caterina, en Ciutat Vella de Barcelona, hayan respuesto a una planificación urbanística destructiva reivindicando una plaza (el famoso Forat de la Vergonya) demuestra cuánto, a veces, las batallas contra los proyectos de renovación urbanística sean batallas para el espacio público, que sienten amenazado por estos proyectos, aunque el objetivo explícito de estos planes sean el espacio privado y la vivienda.

5.2. Ruptura de los vínculos de solidaridad comunitaria Esto nos lleva a otro problema, que es una extensión del anterior: las relaciones entre grupos, especialmente entre grupos étnicos. En Bon Pastor, durante sus ochenta años de historia, se asentaron diferentes comunidades de migrantes, incluyendo un número importante de gitanos españoles y portugueses. Pero la conformación espacial de las casas de planta baja, y los accesos comunes y sencillos a la calle, sirvieron para mitigar las diferencias entre gitanos y no gitanos, así como entre diferentes grupos étnicos, promoviendo un ambiente de solidaridad y ayuda mútua entre residentes. Recogí un buen número de matrimonios interétnicos durante toda la historia del barrio; hasta ahora, cuando muchos habitantes jóvenes no perciben muy clara la diferencia entre gitanos y payos. La estructura física de las casas baratas ha servido de trait d’union, incluso durante los durísimos años de la heroina: es un caso poco habitual en Europa, donde los gitanos son víctimas de un racismo y una discriminación estructural.

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La renovación urbana promueve una nueva distancia también entre gitanos y no gitanos. El discurso de la privacidad asociado con la demolición de las casas baratas identifica las calles no como recurso común sino como fuente de problemas; esta ideología se ha reforzado con una serie de iniciativas que reducen el acceso al espacio público, como quitar los bancos o tallar agua a las fuentes públicas. Los gitanos sufren más directamente este ataque al espacio público, porque les obliga a modificar sus costumbres y a reducir su uso más intenso de la calle. Los no gitanos, cuyo estilo de vida en las casas baratas no era muy diferente del de los gitanos, se adaptan con menos dificultades al nuevo estilo de vida “privado”; así los mismos comportamientos que en las casas no eran fuente de problema, son objeto de estigma en los nuevos pisos. Algunos gitanos reaccionan a esta transformación con actitudes que Gregory Bateson hubiera calificado de “squismogenéticas”: aumentan el comportamiento estigmatizado, así confirmando el estigma. Muchos payos ahora temen un exceso de proximidad con los gitanos, mientras en las casas la estructura urbana permitía una cohabitación más sencilla. Para resumir estos primeros dos puntos: la transformación del barrio ha mezclado la población, interponiendo distancias no deseadas entre elementos que antes eran cercanos, y una proximidad incómoda entre elementos que tenían que quedar separados. Un proceso parecido es el que ha ocurrido en La Mina, el gran complejo de bloques de vivienda social en qué en los Sesenta se reubicaron muchos habitantes del asentamiento espontáneo del Campo de la Bota, en el litoral. Muchos habitantes que entrevisté recuerdan que en el Campo de la Bota los gitanos y payos vivían cerca los unos de los otros, sin grandes diferencias en sus estilos de vida. Las diferencias emergieron cuando fueron realojados en los nuevos bloques: algunos trabajos tradicionales con qué los gitanos se mantenían, como los mercados informales y el comercio de animales, no estaban permitidos en los nuevos espacios. Empujados hacia la ilegalidad, estigmatizados por seguir sus actividades tradicionales, muchos gitanos empezaron a traficar con drogas – un comercio que permitía ganancias mayores, que se consideraba una respuesta obvia a la criminalización de sus antiguos hábitos. Las drogas contribuyeron a polarizar las relaciones entre gitanos y no gitanos, y La Mina se convirtió en un ghetto asociado al tráfico de drogas y a la presencia de gitanos, acabando de conectar los dos conceptos. Los no gitanos se sintieron siempre más incómodos con la mala fama del barrio, y los puentes entre las dos comunidades cayeron.

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5.3 Aumento de la distancia entre las generaciones Pero algunas de estas barreras aparecen también al interior de los mismos grupos sociales. Muchos afectados de Bon Pastor sienten un aumento de las distancias entre viejos y jóvenes, y vinculan este evento con la transformación del espacio. Entrevisté una familia en 2004, en el cual una mujer expresaba su necesidad de un nuevo piso, explicando que toda su familia pensaba lo mismo. Cuando su madre de 70 años se acercó al micrófono para decir que ella no estaba muy feliz de dejar su vivienda, la hija le tapó la boca con la mano para callarla, por miedo que revelara la tensión interna que estaba sufriendo la familia. Esta situación corresponde a la que me contaron otros afectados, que dicen que desde que empezó el urban renewal los hijos y nietos respetan aún menos sus padres y abuelos, y que el proceso entero está organizado por el Ayuntamiento para ayudar a los jóvenes a conseguir una hipoteca, aunque esto implique obligar a sus padres o abuelos a dejar sus casas. Las acusaciones se difundieron en el barrio, respeto a jóvenes metiendo a sus padres en residencias para ancianos, para poder disfrutar los nuevos pisos solos; muchos ancianos aceptaron moverse a los pisos para apoyar las necesidades de sus hijos o nietos, pero sufrieron terriblemente por la distancia física con la calle, un obstáculo para su autonomía. Esto naturalmente tenía un gran impacto sobre sus relaciones familiares. Al mismo tiempo, otro sector de residentes vio modificarse drásticamente su vida cotidiana: los niños y niñas. El mismo espacio semipúblico “en la puerta”, que garantizaba la sociabilidad para los ancianos, servía también como campo de juegos para los pequeños. Los niños y niñas en Bon Pastor pasaban la mayoría de su tiempo en la calle o en las plazas en frente de sus casas. Durante los años del urban renewal observamos cómo casi sólo los niños gitanos siguieron jugando en las calles, mientras que los niños payos eran progresivamente encerrados en las casas. La abundancia de socialidad infantil que había observado en las casas baratas había sido lo que primero me motivó a estudiar el barrio. En 2003 había trabajado en la escuela pública de primaria de Bon Pastor, y observé que los niños disfrutaban de una autonomía e independencia respeto a los adultos, mucho mayor que en otras escuelas en qué había trabjado. Los niños eran capaces de gestionar sus conflictos sin recurrir a la ayuda de educadores o maestros; estaban acostumbrados a gestionar sus problemas solos, y encontraban estrategias para esquivar las situaciones difíciles. Relacioné estas habilidades con el orden espacial del barrio, que garantizaba un mayor grado de autonomía para los niños y niñas respeto a otros barrios. Luego llamé esta característica CIM– Children Independent Mobility – como se define en pedagogía: con la demolición del barrio los niños perdieron su alto nivel de CIM, y sufrieron una reducción de su sociabilidad a los parques infantiles, siempre bajo la mirada de los adultos, como en la mayoría de barrios europeos.

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Un estudio reciente sobre la CIM en Europa expresó preocupación por la disminución gradual de CIM: en Italia tenemos los niveles de CIM más bajos, con sólo el 7% de los niños de primaria que llegan al colegio caminando por su cuenta. Roma, en particular, no es una ciudad children-friendly, pero no es difícil encontrar pruebas de cuánto hace 40 años – antes de los grandes proyectos urbanísticos de los Sesenta y Setenta – la sociabilidad infantil se desarrollaba en las calles, como en Bon Pastor cuando empecé mi investigación.

5.4. Quiebra en las técnicas de gestión de los conflictos Pero no es sólo la sociabilidad infantil que sufre las consecuencias de la reordenación espacial. Una característica que observé en la escuela de Bon Pastor era el hecho que en el caso de un conflicto, los niños conocían unas técnicas para dramatizar la tensión y resolverla antes de que explotara en violencia física. Mencionaban los padres y hermanos, diciendo que si le querían hacer daño muchos adultos llegarían “a matarlo”. Gritando y gesticulando, muy a menudo el conflicto se difuminaba, y los educadores no tenían que intervenir para separarlos físicamente. Lo que me emocionó más, pero, fue que en cierta medida estas técnicas eran comunes también entre los adultos. Las casas baratas eran conocidas por su conflicto constante con las autoridades locales, tanto antes como durante la dictadura. Incluso cuando no se trataba de una cuestión de disidencia política, muchas familias sobrevivían con comercios “informales”, o subalquilando ilegalmente una habitación, o traficando, o con el contrabando. Durante la mayoría de su historia, Bon Pastor fué una zona semi-autónoma, en qué la policía no entraba, como muchos habitantes recuerdan: para muchos, una intervención de la policía podía traer consecuencias indeseables, y tenía que evitarse con todos los medios posibles. Así, los conflictos entre residentes, que hubieran podido atraer la atención de la policía, tenían que controlarse: de hecho, la historia oral de Bon Pastor recuerda muy pocos episodios de violencia, incluso durante los años de la droga. De nuevo, estas técnicas estaban vinculadas con el orden espacial. Para entender cómo funcionaban, tenemos que entender primero que todos los habitantes del barrio estaban vinculados en una trama reticular de parentesco, vecindad, y muchos trabajaban juntos en las mismas fábricas. Así, muy a menudo los conflictos podían resolverse a través de estas redes: en vez de utilizar la violencia física, los litigantes performaban una serie de gestos y asaltos verbales, y acababan refiriéndose a sus amigos o vecinos comunes, en nombre de los cuales decidían no “matar” al otro. Pero ya que las peleas siempre acontecen en la calle, muchos habitantes “en la puerta” corren para ver quién se pelea y cómo: se forma un corrillo, que sirve de público para estas performances, ofreciendo una

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salida fácil a través de la teatralización. El chisme también puede convertirse en otra técnica de gestión de los conflictos: muchos habitantes evitan las actitudes conflictuales a priori, sabiendo que cualquier gesto será objeto de rumores que se difundiran rápidamente por todo el barrio. Al mismo tiempo, los resentimientos tienen la ocasión de expresarse, porque todos los habitantes saben que encontraran al objeto de su resentimiento en la calle, antes o después. En los nuevos pisos, como hemos visto, hay menos ocasiones de encuentro entre vecinos. Esto hace que la gente sea más propensa a guardar rencor, ya que el resentimiento no encuentra la posibilidad de explotar. Además, los bloques verticales hacen más difícil salir a la calle cuando hay una pelea, y el chisme también pasa con menos facilidad. J.R. (anciana): “Ahora nada es cómo era. Ves una pelea y no sales. Ves que pasa algo, y no sales. ¿Como va a ser la relación la misma?

En esta cita, una mujer de Bon Pastor pone en relación los corrillos con el mantenimiento de las antiguas relaciones entre vecinos. ¿Cómo pueden mantenerse estas relaciones entre vecinos, si la gente se queda en casa cuando hay una pelea? Durante los años del urban renewal, observé cómo las tensiones entre vecinos se expresaban en formas menos directas, como pintadas en las paredes, notas pseudo-anónimas en las escaleras de los pisos, o actos vandálicos como rayar un coche, antes imposible porque las calles estaban bajo constante vigilancia desde las casas bajas. El conflicto sobre el mantenimiento o demolición de las casas baratas fue el primero de qué tenemos noticia que no pudo resolverse con las técnicas locales de gestión de la convivencia. Los dos sectores opuestos – favorables y contrarios a las demoliciones – se denunciaron y recurrieron a los tribunales para gestionar sus divergencias, permitiendo así a poderes externos, policías y jueces, de encontrar finalmente un camino para penetrar en el espacio opaco del barrio. La civilización de los Motilones puede ser destruida por la implícita sedentarización de las casas de cemento, por la ruptura del equilibrio creado por el hecho que, en la casa colectiva, cada familia tiene su sector, por la abolición de los roles atentamente asignados a cada residente durante la construcción del bohío, un papel que tiene una función eminentemente simbólica, que sirve para ligar los habitantes los unos con los otros en la misma manera en qué están ligados los ramos y troncos que constituyen las vigas del techo.

En Bon Pastor, muchos habitantes asociaban el hecho que las casas fueran apoyadas las unas sobre las otras, a las relaciones entre vecinos, concebidos también como si estuvieran apoyandose los unos a los otros. Cuando las primeras casas cayeron, una de las preocupaciones era que las otras también caerían: como si los vecinos necesitaran que todos sus componentes se mantuvieran juntos, o colapsar.

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5.5. Alienación política e histórica Aquí llegamos al cambio más profundo que observamos, entre los que están vinculados con la transformación espacial. Podemos entender este últimos sólo si hemos comprendido los otros niveles de transformación. Este es el que considero más propenso a transferirse sobre el nivel de las patologías: porque implica una ruptura en la identidad colectiva del barrio, que probablemente se repercute sobre las identidades individuales. La manera en qué la transformación del espacio ha sido posible, es esta fractura múltiple entre las diferentes partes de la comunidad: la división entre grupos, la división entre generaciones, entre vecinos, entre parientes. En cierto sentido, ha sido la ruptura de una “gran familia” de los cuales los vecinos se sentían parte. A través de estas divisiones internas, los poderes externos encontraron una brecha para entrar en las densas redes de proximidad que hicieron que el barrio fuera impenetrable para el gobierno o la policía. No tenemos que olvidar que las grandes transformaciones sufridas por nuestros afectados fueron implementadas por un gobierno de izquierdas, liderado por los mismos partidos políticos que habían luchado contra Franco en los Sesenta. En todos los barrios “rojos” como Bon Pastor, las organizaciones clandestinas que confluyeron en los partidos de izquierda después de la transición habían sido estructuras básicas de resistencia para los habitantes, que se organizaron en Asociaciones de Vecinos para protestar contra los abusos urbanísticos del régimen. La Asociación de Vecinos de Bon Pastor, sin embargo, fué la entidad que lideró el proceso de urban renewal, ya que la mayoría de sus miembros pertenecían a los mismos partidos que gobernaban el Ayuntamiento y la Generalitat de Catalunya. Un ejemplo interesante de esta transición en el nivel micro es el que cuenta uno de los líderes más activos de la AVV, Salvador Angosto: recuerda que cuando era jóven su padre escondió en su casa el preso anarquista Quico Sabater, luego asesinado por la policía franquista; muchos años después, cuando Salvador entró en el Ayuntamiento, se encontró trabajando codo a codo con el mismo policía que lo había ejecutado. La falta de un verdadero proceso de recuperación de la memoria histórica asociado con la transición, como se ha subrayado en varias ocasiones, ha mantenido heridas abiertas en el corazón de la sociedad: estas heridas pueden volver a abrirse cuando un nuevo trauma cae sobre la misma población. Es el caso de la demolición de Bon Pastor: para muchos habitantes contrarios a las demoliciones, fue traumático ver sus propios compañeros de partido entre sus adversarios en el Ayuntamiento, verles promover el derribo del barrio. Les acusaron de haber vendido el barrio, de haber trahicionado la población, pero era difícil imaginar que incluso en los peores años de la dictadura, la trahición no era tan común como en tiempos de democracia. Muchos afectados, como Paca, recuerdan la guerra cuando hablan de los conflictos desencadenados por la demolición, y se

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refieren a su lucha utilizando el campo semántico de la resistencia a la opresión. Esto es particularmente importante cuando la gente que utiliza estas metáforas han vivido ellos mismos la guerra; como dice Paca, “por lo menos durante la guerra sabías de dónde te venían los golpes; ahora te vienen de todos los lados”. Muchos afectados reaccionan a esta contradicción votando partidos de derechas, sólo para oponerse al Ayuntamiento y a esos “trahidores”. Luís Nuevo, por ejemplo, el presidente de la principal organización en Bon Pastor contraria a la demolición, era un sindicalista comunista, hijo de un comunista, siempre activo en partidos de izquierda clandestinos. Durante la lucha contra el urban renewal su organización se alió con los dos partidos de derechas Convergència i Unió y el Partido Popular, descendientes políticos de las mismas fuerzas que habían oprimido su familia y barrio durante toda su historia. Estas decisiones no son fáciles: implican una crisis política que, en un barrio y en un país tan densamente cargado de identidad política, es al mismo tiempo una crisis de identidad, tanto a nivel colectivo como individual. Como dijo un trabajador de Can Ricart en una entrevista: “El mundo al revés. La izquierda, ayudando a la propiedad para echarnos y montar aquí el gran negocio; la derecha, apoyando al trabajador. ¿Cómo se entiende esto? Es el mundo al revés”. Analizaremos ahora algunas posibles consecuencias psicológicas de este colapso general de la identidad política. Mientrastanto, podemos ponerlo en relación con la “desorientación” de los Bororo descrita por Lévi-Strauss. La confusión espacial promovida por los Salesianos destruyendo la forma circular del pueblo llevó a los indios a una desorientación hacia sus valores tradicionales y religiosos. Los mismos Salesianos se aprovecharon de esta confusión, para convertir los Bororo al cristianismo. El orden espacial era entonces un instrumento de defensa de la comunidad contra a la vez una invasión material y simbólica. Un proyecto de urban renewal, como un proceso de colonización, puede representar la vía con qué un orden social y moral externo penetra en un territorio previamente compacto e impermeable.

6. Malestar urbano Aquí he llegado a la frontera de mi etnografía. He recogido mis datos de forma cualitativa, sobre un grupo bastante pequeño de población, y mis entrevistas no tenían la finalidad de investigar sobre las consecuencias psicológicas de los fenómenos que analizé. Sin duda, hay algo que añadir sobre cómo las personas han interiorizado estas transformaciones espaciales hacia un nivel más personal, a un “malestar” que puede producir patología.

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Marc Dalmau es el primer antropólogo que usó una metáfora médica para explicar cómo la convivencia estaba cambiando en el barrio periférico del cual observó la demolición. Vivió algunos años en la Colonia Castell, donde unas 100 viviendas de planta baja, o de dos plantas, estaban sufriendo una demolición progresiva, mientras sus habitantes esperaban para ser realojados como en Bon Pastor, aunque en menos cantidad. En 2010 Dalmau escribió que los largos años de espera de las demoliciones habían sido un “corredor de la muerte urbanístico”, de los cual describió los efectos, utilizando la expresión “síndrome de afectación”. Síntomas de este síndrome son una falta de confianza generalizada en las instituciones, un aumento de los conflictos internos, pero también depresión y obsesiones paranoides. Usó la palabra síndrome como una metáfora, como otra colega nuestra, Caterina Borelli, que trabajó sobre Sarajevo, la definió “ciudad post-traumática”. Pero las metáforas pueden tener un enganche sobre la realidad más profundo de lo que sus autores imaginan. Como dice Jorge Luís Borges, “no podemos decir que las metáforas no son reales”. Algunas de las expresiones que los afectados usaban para definir su situación se demonstraron mucho más verdaderas de lo que imaginaba. Era el caso de la relación entre conflictos y guerra civil; pero también de las constantes referencias a la muerte, que muchos residentes empleaban hablando de la demolición de las viviendas. Unos habitantes de la calle Granadella convirtieron la placa de la calle en una lápida, apuntando arriba del nombre de la calle “nací en 1929, empezaron a matarme en 2007”. Hecha del mismo material, marfil, esta transformación ejemplifica la misma defamiliarización vivida con respeto al espacio: un objeto cotidiano se convierte en inquietante, perturbante, unheimlich, para usar una palabra de Freud. Hay más menciones de la muerte en las entrevistas de los afectados. “Algunos ancianos no aguantaran cuando los trasladen a los pisos”, me dijeron en 2004, o “Muchos moriran cuando se encuentren en el piso solos”. Algunos ancianos incluso la consideraban una estrategia: “Quieren matarnos para quedarse con nuestras casas y venderlas” – conectando la idea de muerte a la general falta de respeto para los ancianos que subrayamos antes. Después del realojo, empezaron los rumores que alguien había muerto justo después de dejar la casa barata, o que algun anciano se había vuelto loco, o no bajaba más a la calle. Además, las casas se asocian con los ancianos, y la demolición se vive a menudo como una falta de respeto por todos los que murieron en las casas, o que lucharon para dejarlas a su familia. La expresión castellana “ir al otro barrio”, que significa morir, era un elemento de broma constante en los comentarios de los vecinos: los nuevos pisos eran obviamente un cementerio, unos nichos. Una mujer describió el nuevo piso como “vivir entre las nubes”, mientras que en la casa “nada más veíamos suelo”. Casa/piso, pasado/presente, es también tierra/cielo: el fin del barrio es el fin de un mundo, quizás el principio de otro, pero sin duda fin del mundo, para utilizar la expresión de De Martino.

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Quiero terminar esta disertación con una imágen que me enviaron de Estambul: durante la ocupación de Gezi Park, un grupo de psicólogos colgó un cartel que decía: Ruh sa ğlık için önce özgürlük: “primero libertad, luego salud mental”. Como todos saben, en Gezi Park una pequeña protesta contra un proyecto de urban renewal se convirtió en un movimiento de masas que sacudió Turquía entera. La libertad aquí es libertad de decidir cómo tiene que cambiar la ciudad, de dejar de sufrir las consecuencias de políticas como las que observé en Bon Pastor. Después de esto, podemos hablar de salud mental. Es por esto que creo que la etnografía puede jugar un papel importante en la prevención de algunas situaciones individuales relacionadas con la salud mental. Una comprensión antropológica de los mundos en qué se desarrollan estas crisis, es decir de los trasfondos históricos, culturales, étnicos, espaciales, de algunas patologías, es esencial: puede ayudar a los profesionales que trabajan estas enfermedades a relativizar la reacción individual, insertándola en una condición más amplia de afectación, de crisis, de pérdida de referentes y caída de ideologías y ordenes morales. Sin proponer una nueva categoría o síndrome relacionada con la transformación espacial, creo pero que los etnógrafos tenemos que encontrar una forma para que nuestros datos sean útiles para los planificadores urbanísticos, así como para los profesionales que tienen que tratar las situaciones individuales de patología que se verifican en estos casos. Una anámnesi social tendría que ser clave en casos en que se sospecha que el contexto juega un papel importante, así como ¡las patologías que interesan diferentes sectores de un hospital requieren la asesoría de diferentes profesionales. Para lo que concierne los procesos de urban renewal, además, habría que empezar a pensar en términos de costes humanos. La destrucción de espacios y lugares tiene consecuencias sociales importantes, y estas pueden fácilmente repercutir al nivel patológico. Durante los próximos años seguiré investigando estos temas; me parece pero fundamental insistir en qué la posibilidad de estas patologías sean tomadas en cuenta por quién intende planificar una intervención en un territorio habitado. Como dijo Jaume Pagés en su entrevista: “Cuando hacemos una autopista, hacemos un estudio sobre el impacto en los árboles y pájaros; y cuando destruimos 200 hectáreas de territorio urbano, ¿no estudiamos su impacto sobre las personas?”

Bibliografia: Casacchia, et al., The narrative epidemiology of L’Aquila 2009 earthquake, Epidemiol Psychiatr Sci Mar.2012, p.13-21. De Martino, Ernesto, La fine del mondo, Torino: Einaudi, 2002.

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Jaulin, Robert, La paix blanche, introduction a l’ethnocide, Paris: Seuil, 1970. Herzfeld, Michael, Spatial Cleansing, Monumental Vacuity and the Idea of the West, Journal of Material Culture, vol.11, 2006, p.127-149. Lévi-Strauss, Claude, Tristes tropiques. New York: Criterion, 1960 (1955). Portelli, Stefano, La ciutat horitzontal, Barcelona: Departament de Cultura, en curso de publicación. Smith, Neil, The New Urban Frontier, London: Routledge, 1996.

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