Renovarse o morir. Las cuevas santuario del NE peninsular a partir del s. III a.C.

July 26, 2017 | Autor: Ruth Ayllón | Categoría: Sacred Landscape (Archaeology), Cultural change, Sacred Space, Sacred Caves
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Descripción

Renovarse o morir. Las cuevas santuario del Noreste Peninsular a partir del s.III a.C. Ruth Ayllón-Martín

RESUMEN La continuidad del uso de las cuevas santuario iberas en época romana genera controversia por las implicaciones de cambio a nivel funcional, ritual y poblacional. Como hipótesis de partida, consideramos que la ocupación y conquista romana alteró la función de las cuevas sagradas ibéricas, diversificando el uso sagrado que hasta entonces habían tenido y propiciando su desaparición e integración progresiva en la nueva realidad y paisaje sociopolítico. De este modo, pretendemos definir los posibles usos que se podrían haber dado en cada uno de los espacios sagrados; caracterizar las principales cuevas santuario activas y determinar las tendencias adoptadas en el uso del material arqueológico a través de la revisión crítica de la bibliografía y consulta del material arqueológico disponible en museos. El análisis se realiza mediante el uso de mapas y una base de datos MySQL, que han permitido la definición de diversas funcionalidades (espacio sagrado, almacenaje, hábitat) y la detección de dos tendencias (continuidad y cambio) en el material arqueológico que redefinen el perfil de las cuevas santuario ibéricas activas del NE peninsular e informan sobre la caducidad de la continuidad cultual íbera a pesar de su integración en un nuevo marco socio-cultural.

by getting involved in the new landscape and society or by disappearing as a sacred place. Our aim is to define the sacred caves new possible uses; describe the main active sacred caves and establish the different uses of the archaeological materials through a critical review of the literature and consulting the archaeological materials at the museums collections. Our maps and a MySQL database have made possible to describe new uses of the NE Iberian sacred caves (storage, home or random use) and different trends in the use of the archaeological material (continuity and change) at the sanctuary caves already actives. Using this methodology, we have redefined NE sanctuary caves profile and date the Iberian religious change, although its integration in the new Roman cultural and social order.

Palabras clave: cueva santuario, cambio cultural, lugar natural sagrado, espacio sagrado. Keywords: sanctuary caves, cultural change, natural cult places, sacred space.

1. INTRODUCCIÓN ABSTRACT Iberian sacred caves continuity in Roman Age has been a controversial issue due to the ritual, purpose and population changes concerned. As Romans arrived, Iberian sacred caves gradually adjusted their functionality

1 Becaria FPU, CEIPAC, Universitat de Barcelona, email: ayllon@ceipac. ub.edu

La continuidad de las cuevas santuario íberas en época romana ha ocupado, durante décadas, un puesto marginal en los estudios realizados sobre las cuevas santuario ibéricas (Gil-Mascarell, 1975; Lillo, 1981; González, 2002; Moneo, 2004). La escasez de estudios centrados exclusivamente en la continuidad cultual son escasas (San Nicolás, 1985; López-Mondéjar, 2009), por lo que es necesaria una aproximación multidisciplinar que

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las caracterice a nivel peninsular y en época romana, llenando los vacíos historiográficos provocados por la parcialidad del registro arqueológico y su adscripción cronológica y cultural. Por este motivo, se ha llevado a cabo una revisión crítica de la bibliografía publicada hasta la fecha y las limitaciones que presentan las publicaciones más antiguas se han subsanado con la revisión del material arqueológico, fundamental para caracterizar no sólo el espacio de culto, sino también los rituales y los individuos implicados. Además, la revisión bibliográfica ha hecho necesaria la creación de una base de datos, que nos permite agilizar y profundizar en el análisis de la información. La ficha principal recoge los datos referentes al espacio natural de culto y a su entorno más inmediato, mientras que las tablas secundarias describen en detalle los elementos relacionados con el yacimiento (arqueológico, geológico o arquitectónico). Nuestra intención es colgar esta base en un dominio web, facilitando el acceso y el intercambio de datos entre investigadores.

Las cuevas santuario ibéricas con materiales datados en época romana alcanzan el 54,8% del catálogo propuesto para el NE peninsular (González, 2006). Sin embargo, la pobreza y parcialidad del registro arqueológico, junto con la falta de cronología para una gran parte de los materiales, provoca la reducción de las hipotéticas cuarenta y seis cuevas-santuario ibéricas a veintinueve cavidades en uso a partir del siglo III a.C.

Los rasgos principales sobre la situación en que se hallaban las cuevas de culto íbero en época romana vienen determinadas no sólo por su localización e interacción con el entorno, sino también por los materiales presentes y ausentes en su registro arqueológico. Por lo general se trata de cuevas de tamaño reducido, que oscilan entre los 50-400 m de recorrido, siendo las más extensas la Cova de la Tuta Gran (2500 m) y la Cova de la Font Major (3590 m). La proximidad del agua a las cavidades sigue siendo una constante (23 cavidades), que a pesar de reducirse evoluciona para tener como preferencia la cercanía de un río (12) y, en menor medida, la presencia de estalagmitas (7). El resto de elementos son casi anecdóticos (gourgs, 2; estalactitas, 3) e incluso se mantienen las combinaciones de dos elementos (Cova de la Tuta Gran, C. Colomera) o tres (C. Negra), pero son asociaciones minoritarias.

Las prácticas religiosas documentadas desde entonces nos describen mayoritariamente acciones individuales (inscripciones votivas) y actuaciones en los ámbitos privado y público (arulae, rituales de inauguración vs. templos, sevires, flamines, augures). Las cuevas identificadas como espacios sagrados no eran las únicas muestras de religiosidad fuera del ámbito de

En lo que se refiere a los materiales de las cavidades, no existe un perfil claro para este periodo, ya que su escasez impide establecer un patrón de comportamiento. Los objetos más abundantes no alcanzan la media docena de ejemplares (monedas, ánforas, vasos y lucernas) y el resto de formas aparecen puntualmente (platos, tegulae). El principal rasgo de los mate-

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los oppida, ya que también se han localizado bosques y cimas de montañas con evidencias de un posible culto íbero que, en algunos casos y sin confirmar arqueológicamente, poseen materiales de época romana (Miret, 1996; Ros, 2003; Canela, 2013). Evidencias que, como se ha probado en el caso de las cuevas, no implica su continuidad como lugar de culto posteriormente. En cualquier caso y ante la falta de excavaciones que indiquen lo contrario, parece evidente que a partir del siglo III a.C. la práctica religiosa redujo su presencia en el ámbito rural, donde quedó confinada en el interior de villae y de santuarios rurales, como Can Modolell (Cabrera de Mar) (Bonamusa et al., 1998; Revilla, 2002: 209-210).

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riales de época romana es su cotidianeidad, lo que multiplica las opciones de uso de las cavidades durante esta cronología. El análisis de las tipologías cerámicas confirma el dominio de la campaniense y la preferencia general por la TS Hispánica, presentes en 18 y 13 cavidades respectivamente, mientras que el resto de TS aparecen de manera puntual y se reparten desigualmente en solo tres cavidades (Cova de les Encantades de Martís, C. de les Encantades de Montcabrer y C. de Can Sadurní). Más concretamente, la distribución de la TS Sudgálica parece estar estrechamente vinculada a la presencia de un río caudaloso o del mar en los alrededores de las cuevas en las que ha sido hallada. Es el caso del río Fluvià con la Cova de les Encantades de Martís (Esponellà) y de la Cova de les Encantades del Montcabrer (Cabrera de Mar), a 2 km de la costa. La reducida distribución de la TSS, que tan sólo aparece cuando el resto de TS ya están presentes, muestra cómo la disponibilidad de los objetos dependía directamente del alcance y la diversificación de las importaciones de las comunidades de la zona y, en última instancia, del poder adquisitivo del individuo. De hecho, llama la atención la poca representatividad de la TSS en las cavidades, a pesar de la gran difusión que esta cerámica tuvo en época imperial. También es significativa la escasez de formas identificadas, siendo las ánforas, vasos y lucernas las más numerosas (5, 5 y 4 respectivamente), seguidas por platos y tegulae (3), cuencos, copas y dolium (1), así como también una lamparilla lychnarium (C. del Pany). Se trata, en definitiva, de recipientes destinados al almacenaje, transporte y consumo. Las monedas son los únicos metales adscribibles a esta cronología y tan sólo se han localizado en seis cavidades (Cova de Can Sadurní, C. de les Encantades de Montcabrer, C. de St. Llorenç, C. Colomera, C. Toralla y C. de la Font Major). Predominan las monedas altoimperiales y, en menor importancia, las piezas bajoimperiales, mientras que las monedas republicanas

tan sólo se han documentado en la Cova de les Encantades del Montcabrer. Esta particularidad quizá se deba a la proliferación de emisiones locales en esta misma área y época. Más de la mitad de las cuevas con monedas íberas datan sus piezas con posterioridad a la intervención romana, por lo que son un ejemplo del impulso que supuso la II Guerra Púnica para las cecas íberas y para la difusión del uso de la moneda entre sus poblaciones. De nuevo ha sido la Cova de les Encantades del Montcabrer quien posee las piezas más diversas tanto en cronología como origen: varias monedas de Ilduro (finales del s. II-principios s. I a.C. y mediados del s. II a.C.), una pieza Salduie (finales del s. II-I a.C.), dos de Cástulo (principios del s. II y principios del s. I a.C.), una de Sekaisa (primera mitad del s. I a.C.), otra de Bolskan (segunda mitad del s. II a.C.) y una más de Iltirkesken (segunda mitad del s. II a.C.). El grueso de las monedas halladas en esta cueva se concentra entre la época tardorepublicana y la primera mitad del s. I d.C. (Coll et al., 1994:45). Esta cronología cuadra con los cambios de asentamientos en la organización del territorio que se producen en el valle, pues es el momento que coincide con la máxima expansión de Ilturo, el oppida más cercano, hasta mediados del s. I a.C., con la posterior dispersión de su población por los asentamientos del valle. Por otro lado, en las cuevas anteriormente mencionadas se ha hallado cerámica de factura íbera datada entre los siglos II-I a.C. Se trata en su mayoría de vasos (4), fragmentos de ánfora, boles, un cálato y una fusayola. También se ha localizado abundante cantidad de vidrio, del que incluso se posee una muestra de origen fenicio, fechada entorno los s. II-I a.C., y cuya ubicación se debe poner en relación con el comercio a través del río Anoia (Cova del Bolet). El resto de fragmentos forman parte de pequeños recipientes, como balsamarios o frascos, que han llegado muy fragmentados e incluso fusionados entre sí (Cova de les Encantades de Montcabrer, C. Colomera, C. del Montnàs

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y C. de la Toralla). La Cova de les Encantades del Montcabrer es la única que ha proporcionado ejemplos de escultura, a través de los pebeteros de terracota de Deméter y por un fragmento de bucráneo rojizo, así como también de posibles estructuras arquitectónicas. Se trata de un gran sillar de granito, que ha sido interpretado como un hipotético altar, fragmentos de materiales constructivos y bloques de piedra retocados (Coll et al., 1994: 48-49, 63). La Cova de Can Sadurní y la Cova del Frare también presentan restos de tegulae e imbrices, mientras que en la Cova del Reclau Viver únicamente se hallaron tegulae relacionadas con restos óseos humanos, los únicos que, al parecer y con muchas reservas, pueden vincularse a época romana (González, 2006: 193,195, 206). La única muestra epigráfica en cueva, datada y latina, procede de la Balma de Cogul (fig.1). En el mismo panel que unas pinturas rupestres y varias inscripciones ibéricas puede leerse el epígrafe latino “SECVNDIO VOTVM FECIT”, que ha sido fechado estilísticamente entre los s. II-I a.C. (Almagro, 1957; Moneo, 2003: 254). Esta inscripción supone la existencia de un testimonio de culto en época republicana desarrollado en una cueva de la que, desgraciadamente, se desconoce su advocación. Las propuestas se han realizado a partir de la temática de las pinturas, ya que como las inscripciones respetan su espacio, los investigadores no se atreven a desvincularlas de ellas, razón por la cual se apuesta por un culto de fertilidad (Moneo, 2003: 309)2. Además, no hay quórum sobre cómo interpretar el resto de inscripciones. “CNATIA” ha sido considerada el nombre romano de una mujer; “TAMARICENT”, un nombre ibérico escrito 2 Almagro (1957: 73): “…para algunas personas de época romana el lugar tenía relación con cultos mágicos, lo más probable relacionados con la danza fálica”.

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Fig. 1. Inscripciones ibéricas y latinas de la Balma de Cogul (Cogul).

en dos líneas para no dañar las pinturas rupestres; “FACTVS EST TERMVS” se ha relacionado con la primera inscripción y, por su similitud, se cree que es un nombre ibérico con la misma raíz que la voz Termancia (Almagro, 1952: 45-47). Al final ha prevalecido la lectura conjunta de las inscripciones, que ha sido aceptada como “HIC NON FACTVS EST TERMVS / SED AD PEDEM / PETAMARIC / ENT” (Almagro, 1952: 74). Las cuevas sagradas del Noreste con materiales de época romana se distribuyen principalmente por la Cordillera Litoral, la Cordillera Prelitoral y los Pirineos. La primera zona concentra entre la sierra del Bonaire y las estribaciones occidentales del macizo del Garraf un total de siete cavidades. En el área del Prelitoral se distribuyen por la zona meridional de las Muntanyes de Prades, pasando por la sierra de Ancosa y su paralela sierra del Bolet y Montserrat hasta la sierra de Sant Llorenç del Munt. A lo largo de este recorrido y por sus laderas se localizan un total de nueve cuevas. En cambio, en el Pirineo las cavidades son más independientes y se reparten por una extensa zona desde el río Noguera Ribagorçana en el Montsec hasta las últimas estribaciones orientales de la cordillera, sumando un total de siete cavidades. A partir de esta distribución general se pueden apreciar pequeñas agrupaciones, entre las que destacan las áreas de Bonaire-Garraf (6) y las sierras de Miralles-AncosaBolet, con cinco cuevas prácticamente equidistantes (fig.2). 3. Cada cueva, un mundo. Aproximación al uso de las cavidades del Noreste a partir del siglo III a.C. La parquedad y la falta de contexto son las características que definen los materiales romanos hallados en las cuevas catalogadas como lugares de culto íbero en el Noreste peninsular. Por este motivo, a la hora de intentar establecer el uso que se les dio en época romana es fundamental tomar el material arqueológico como punto de referencia. Sin embargo, la inexis-

tencia de un contexto arqueológico impide que lleguemos a conclusiones fiables en lo que respecta a la cronología de uso de la cavidad y a las actividades que se desarrollaron en su interior (ocupaciones, destrucciones, etc.), por no decir de la identificación de las deidades a las que se rendiría culto y la función que éste desarrollaba en el seno de la sociedad. Por este motivo, la cronología que se ofrece es puramente orientativa, ya que deriva de un material arqueológico sin contexto, y las aproximaciones a los usos que pudieron desarrollarse en su interior, en los casos en que sea posible, deben tan sólo interpretarse como hipótesis de trabajo. A pesar de adoptar una amplia perspectiva en la selección de la información sobre las cuevas, la nimiedad de los restos de algunas de ellas hace imposible cualquier mínima descripción objetiva. Partiendo de esta premisa, no se pueden tener en cuenta aquellas cavidades cuya bibliografía ha dado un trato marginal a sus materiales. En estos casos ha sido imposible obtener información sobre la cantidad o naturaleza de las evidencias y el resto de los materiales de la cueva, ya sean huesos o metales, no aporta ningún tipo de información cronológica. Esta es la situación en que se encuentran la Cova Negra y la Cova del Salnitre, cuyos materiales aparecen descritos simplemente como “fragmentos” en los casos en que se llega a determinar la tipología cerámica (Colominas, 1925; González, 2006: 201, 214). También existen casos, como la Cova del Pany, en que los materiales íberos no proporcionan una clara identificación como un lugar de culto (Grivé, 1927-31: 19; Ferrer y Giró, 1945: 190-191; González, 2006: 210). En cualquier caso, los materiales de época romana (lamparilla de sigillata) y la no catalogación y estudio de los metales (anillo, brazalete, instrumentos de hierro), impiden identificar esta cueva como espacio de culto en época imperial.

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Fig. 2. Situación de las diferentes cavidades identificadas como lugar de culto íbero con materiales datados a partir del s. III a.C. 1: Cova Cassimanya (Begues); 2: Cova Can Sadurní (Begues); 3: Cova de St. Llorenç (Sitges); 4: Cova Negra (St. Pere de Ribes); 5: Cova del Montnàs (Olivella); 6: Cova del Pany (Torrelles del Foix); 7: Cova-Avenc del Gegant (Sitges); 8: Cova de Xuriguera y Cova d’En Cabra (Castellet i la Gornal); 9: Cova de les Encantades del Montcabrer (Cabrera de Mar); 10: Cova del Castell (Gèlida); 11: Cova del Frare (Matadepera); 12: Cova Freda y Cova del Salnitre (Collbató); 13: Cova del Bolet (St. Quintí de Mediona); 14: Cova del Mas Vilà (Sta. Maria de Vallcerves); 15: Cova de la Masia (Torrelles del Foix); 16: Cova del Garrofet (Celma); 17: Cova de la Font Major (L’Espluga del Francolí); 18: Cova “C” del Cingle Blanc (Arbolí); 19: Balma de Cogul (Cogul); 20: Cova de les Encantades de Martís (Esponellà); 21: Cova del Reclau Viver y Cova dels Encantats (Serinyà); 22: Balma de Roca Roja II (Berga); 23: Cova de la Tuta Gran o Fou (Bor); 24: Cova de la Toralla (Toralla); 25: Cova Colomera (Alçamora).

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Se prescinde también de aquellas cavidades en las que el material arqueológico no permite ningún tipo de apreciación sobre el uso que tuvieron durante esta época. Es el caso de cuevas con un solo fragmento cerámico informe de época romana (Cova dels Encantats, Cova Xuriguera), dos e incluso tres (Cova Freda, Cova Cassimanya y Cova d’En Cabra, respectivamente) (Bellmunt, 1956a: 103-104; Id., 1956b:78-86; Virella, 1978; González, 2006: 192, 195, 199, 211). Teniendo en cuenta que la principal característica de un lugar sacro (natural o no) es el gran número de visitas que llega a recibir, sean lugares de culto diario o anual, y que este hecho influye directamente en la cantidad de materiales que pueden hallarse3, es lógico cuestionar su posible consideración sacra. No sólo por la cantidad de los restos, sino también por su tipología (cerámica común y de cocina), que si bien en un contexto más que justificado se los puede considerar cultuales (Collado de los Jardines, por ejemplo), en los contextos que nos atañen (estratos revueltos y sin excavación) creemos que sólo se les puede llegar a considerar evidencias de una visita puntual y esporádica, como ya han hecho los investigadores en el caso de la Cova de la Masia, donde apuestan por este tipo de uso (Bartrolí y Rivé, 1991: 98100; González, 2006: 210). Idéntica situación se da en la Cova del Mas Vilà, cuyos materiales arqueológicos provienen de un único estrato revuelto situado a 40 cm de la superficie. Ha sido considerada cueva sepulcral por contener restos humanos triturados y calcinados entre diversas losas de su interior. Sin embargo, no se dispone de cronología alguna para su uso, ya que los materiales íberos (ánfora, enócoe, vasos) y metálicos (puñal, Tan sólo por citar dos ejemplos de la literatura romana: PLINIO EL JOVEN, Cartas, VIII, 8, 1-2 y MARCIAL, Epigr. II, X, 92: “…y los altares del Tonante y del rústico Silvano / levantados por la poca diestra mano de mi casero, / a los que muchas veces impregnó la sangre de un cordero o un cabrito…”. 3

punzones, anillo) no proporcionan ninguna fecha orientativa. Únicamente las cerámicas romanas campanienses (vaso) y la ausencia de sigillatas permiten establecer que fue frecuentada por última vez antes del siglo I a.C. (Giró, 1947: 260; Id., 1962: 170-178; González, 2006: 217), momento que coincide con la cronología de los asentamientos íberos de filiación romana de Puig Castellar de Llacuna (s. II-I a.C., a 7 km) y Penjat del Coll Curt, que presenta la misma distancia y cronología (Enrich y Sales, 2008: 215; Cebrià et al., 1991: 92). Las particularidades de esta cueva durante los siglos III-I a.C. no permiten más que suponer un uso esporádico y puntual de su espacio. Por otro lado, la excepcionalidad de la localización de la Cova Colomera (difícil acceso desde un barranco, proximidad del agua) y de sus materiales (madera, vidrio, arma), ha provocado que la hayan relacionado con las cuevas santuario íberas tradicionales. Sin embargo, las cerámicas íberas son pocas e indeterminadas y las romanas son fragmentos de sigillatas, una ánfora y una moneda del siglo IV. Estas evidencias pueden ser resultado de una ocupación habitacional y puntual del lugar en la época que nos interesa, que está aún por confirmar arqueológicamente a diferencia de la ocupación tardorromana (Pérez et al., 2011: 115)4. Muy similar es el caso de la Cova de la Toralla, especialmente difícil de relacionar con los núcleos de época ibérica y romana, ya que el asentamiento más cercano era Eso/Aeso, a 23 km de distancia (Garcés y Principal, 1994: 491-492; Pérez-Almoguera, 2001). Posee restos excepcionales, como varias muestras de vidrio (recipiente y una copa fina) y madera (sin determinar). La naturaleza de los materiales íberos (recipiente y jarrita) propiciaron su identificación como lugar de culto, pero es imposible determinar la funcionalidad que Comunicado personal del investigador Dr. X. Oms, director de las excavaciones de la Cova Colomera. 4

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desarrolló a partir del siglo III a.C. ya que únicamente se han conservado fragmentos de campaniense C importada, la única muestra en cuevas del Noreste interior, y varios fragmentos de TS. La ausencia de la tipología específica de la TS impide concretar mejor su cronología de uso con posterioridad a la que ofrece la campaniense C (mediados del s. II a.C. y finales del s. I a.C.), a excepción de la proporcionada por diversas monedas abandonadas a partir de la segunda mitad del siglo IV. No hay, pues, indicios para considerarla lugar de culto y la vaguedad de las formas y restos tan sólo nos permiten describir las visitas que recibieron como esporádicas. Una situación análoga se da en la Sima-Avenc del Gegant, con formas interpretadas tradicionalmente como objetos integrantes de rituales cultuales (vasito, bol, posible ungüentario, lucerna y el skyphos ático). Sin embargo, los restos datados a partir del s. III a.C. tan sólo atañen a fragmentos de sigillata y campanienses, cuyo estado de conservación impide obtener más información (Vega, 1987: 176; González, 2006: 212). Por lo tanto, no se puede afirmar la posibilidad de una continuidad cultual y el uso que tuvo durante esta época debe ser considerado como anecdótico y meramente puntual. Precisamente, la excavación de determinadas cuevas ha permitido determinar su funcionalidad como hábitat en cueva durante este periodo. Una de estas cavidades es la Balma de Roca Roja II, que posee materiales desde época prehistórica hasta época medieval y que constituye un ejemplo más de la perduración del estilo de vida en cueva en época romana (fragmentos de sigillatas y campanienses). Confirma, de esta manera, una práctica ya documentada en su misma zona con la cavidad conocida como Canal dels Avellaners (González, 2006: 219). Esta misma situación se repite con la Cova de Can Sadurní, frecuentada desde época prehistórica y utilizada entonces como cueva sepulcral. Varias investigaciones han concluido

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que fue un lugar habitado durante toda la antigüedad, pero sobre todo en los últimos siglos antes del cambio de era, durante los cuales habría sido lugar de refugio y habitación de un grupo reducido. Además, su interior fue utilizado como resguardo de ganado e incluso como taller metalúrgico, a tenor de los residuos localizados (Blasco et al., 1994: 30; Edo et al., 1993: 95-96; Edo et al., 2011: 5). En otros casos, el análisis del material nos permite intuir qué posible uso tuvieron en época romana las cuevas consideradas espacios de culto íbero. Por ejemplo y a falta de nuevos datos, algunas de ellas pudieron ser empleadas como lugar de almacenaje, como es el caso de la Cova del Frare, una cavidad bastante aislada situada en plena montaña de St. Llorenç del Munt. En ella se localizaron solamente ánforas y materiales constructivos (tegula, imbrex), de los que no se indica si fueron utilizados, puesto que podían formar parte de alguna estructura para este fin (Martín et al., 1985: 91; González, 2006: 206). Un último ejemplo puede ser la Cova del Castell, que está parcialmente destruida y cuyos materiales ibéricos dificultan su consideración como lugar de culto. En época romana tan sólo se han podido identificar dolias, que facilita su interpretación como lugar de almacenaje o como uso esporádico (Ros, 2003: 184; González, 2006: 206-207)5. Otras cavidades, como la Cova del Reclau Viver, parecen haber sido destinadas para un uso sepulcral. Los pocos materiales de época romana de esta cueva son de tipo constructivo y aparecen claramente vinculados a una inhumación (Corominas, 1947: 209-223; Rueda, 1987: 229-236; Moneo, 2003: 266;

Ha sido imposible localizar los materiales y la bibliografía de la Cova de Viladellops (Olèrdola) en el Museo Víctor Balaguer (Vilanova i la Geltrú), por lo que queda fuera de nuestra investigación a pesar de haber sido considerada cueva-santuario ibérica por el Dr. J. González Alcalde (González, 2006: 206). 5

González, 2006: 193). En cambio, en la Cova de les Encantades de Martís se han identificado formas vinculadas con el comercio, como objetos de almacenaje y transporte (ánforas, grandes vasos), monedas (bronces indiketas) y objetos para pesar las mercancías que rondan la media libra romana (ponderal de plomo y divisor de plata masaliota). También se han localizado piezas de adorno (cuentas de collar, un colgante, una fíbula), objetos de tocador (pyxis Lamb. 3), páteras y armas (hoja de lanza y cuchillo). Cronológicamente, los materiales íberos datan del 250 a.C. y son sustituidos por cerámicas campanienses (pyxis y pátera de importación griega) y sigillatas, la mayoría de ellas demasiado fragmentadas para poder determinar su forma (Petit y Morral, 1976: 167-169; González, 2006: 191). Llama la atención la gran cantidad de fragmentos de ánfora que se han encontrado, en parte por lo fragmentado de la muestra, pero ello no resta importancia al hecho de que es la única forma que se mantiene a lo largo de las diferentes tipologías y, por lo tanto, de los siglos. También se repite la pátera, pero durante los siglos III-I a.C. Con estas evidencias es complejo intentar determinar la naturaleza de las visitas que recibió, ya que pudo ser un lugar de almacenaje, hecho que no impide que no fuera a la vez un lugar de culto vinculado a la agricultura tal y como sucede en el cercano Mas Castellar (Pontós, a 14 km río abajo) (Adroher et al., 1993; Bouso et al., 2002: 587-596), donde confluyen un campo de silos y espacios sacros en un mismo núcleo. La nota discordante es la presencia de centenares de individuos inhumados e incinerados en su interior, que la identifican como sepulcral a pesar de la falta de una cronología que determine la época a la que pertenecen (Muñoz, 1967:13). Este último condicionante dificulta e impide una clara identificación como lugar de culto, puesto que en la bibliografía tampoco se indica qué tipo de relación espacial existía entre los restos óseos y los diversos materiales arqueológicos.

Especialmente ambigua es la Cova de la Tuta Gran, donde se han documentado restos humanos encastados en procesos cársticos en la zona más profunda de la cavidad y en las galerías más próximas a la sala de entrada de la cavidad, hecho que indica que pudo ser empleada como cueva sepulcral a lo largo de diversas épocas. En cambio, entre los materiales arqueológicos localizados en las áreas más próximas a la entrada destacan copas helenísticas y de época romana, varios vasos de reducidas dimensiones y lamparitas, todo ello en terra sigillata, lo que data las visitas en época imperial. Tradicionalmente este tipo de objetos se han considerado que podían formar parte de rituales o bien ser ofrendas de lugares sacros, pero este hecho no confirma su identificación como un lugar de culto en esta época a falta de más estudios en esta cavidad. Además, en la misma zona de la cueva también se recuperaron materiales y remodelaciones de un hogar de la Edad del Bronce, por lo que también ha sido definida como cueva habitacional (Colominas, 1931:14; Barreres y Huntingford, 1982; Pons, 1994: 10; González, 2006: 219-220). La Cova de St. Llorenç también es especialmente difícil de catalogar. A pesar de su problemática localización y de la presencia de procesos cársticos, es una cavidad habitable, en la que además se han llegado a identificar los restos de hasta siete individuos. Los materiales datados a partir del siglo III a.C. son de factura íbera (cálato, vasos y fragmentos indeterminados) y pertenecientes al siglo I a.C., mientras que los romanos proporcionan fragmentos inclasificables y una moneda del siglo II d.C. (Serra, 1926: 51-56; Bellmunt, 1960: 346; González, 2006: 213). La nula información que proporcionan el resto de hallazgos (concha decorada, brazalete) impide considerarla como un lugar de culto en las fechas en que fue frecuentada, ya que como mínimo se podría llegar a considerarla un refugio temporal.

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En un caso similar se encuentra la Balma de Cogul, la única cavidad del Noreste que ha sido identificada como lugar de culto en base a la única inscripción latina comprensible que alberga en su interior. Solo se ha podido recuperar una pequeña parte de los materiales arqueológicos saqueados, perdiéndose la oportunidad de conocer los materiales que se depositaban en el interior de una cueva que reunía las suficientes características como para albergar una inscripción votiva en época republicana (Tarragó, 1962: 133-139; Viñas et al., 1986-87: 3139; González, 2006: 220-222). Se ha detectado también cierto aislamiento de esta cueva con los asentamientos ilergetes más próximos de cierta entidad, que distan a 20 km (Iltirda, Genó y Gebut) o 22 km (Tossal de les Tenalles); situación que se rompe con la fundación del Mas de Melons a menos de 5 km de ella (finales del s. I a.C.II d.C., Castelldans) (Pérez-Almoguera, 1988:72; Id., 2008: 232-234). Los motivos que propiciaron este posible aislamiento y, sobre todo, cuándo y en base a qué motivos esta característica desapareció son una completa incógnita (tal y como demuestra la fundación del último asentamiento mencionado), pero coincide cronológicamente con el abandono de este tipo de espacios de culto en general. La Cova “C” del Cingle Blanc, la Cova de la Font Major y la Cova del Garrofet se distribuyen a lo largo de las montañas que delimitan el área de influencia de Kesse, desde las montañas de Prades hasta las sierras de Ancosa y Brufaganya, por lo que quizá sería conveniente incluir también en este grupo a la Cova del Bolet como último punto de control de la zona nororiental cessetana, zona donde confluiría con la frontera establecida en el río Anoia (Ayllón-Martín, 2012). Los materiales que han proporcionado estas cuevas han sido tradicionalmente aceptados como objetos típicos de un entorno sacro, como es el caso de pinturas rupestres (Cova “C” del Cingle Blanc), jarras de entre 7 y 20cm de altura (Cova de la Font Major, Cova del Garrofet,

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Cova del Bolet), armas (Cova “C” del Cingle Blanc, Cova Garrofet) e incluso abundantes restos de corderos domésticos (Cova del Bolet). Asimismo, las visitas producidas entre los s. II-I a.C. están bien atestiguadas, ya que se han conservado restos de vidrio (Cova de Bolet), monedas (Cova del Garrofet), cálatos y jarras pequeñas (Cova de la Font Major); así como también restos de cerámicas campanienses y sigillatas (Cova del Bolet, Cova del Garrofet y Cova “C” del Cingle Blanc) (Giró, 1947; Vilaseca, 1959; Id., 1969; Rauret, 1962: 251-254; Baldellou, 1979: 61-114; Santacana y Vilaseca, 1973; Ros, 2003: 184; graells et al., 2008). Conviene destacar que en todas ellas se observa el paso de cerámica de factura ibérica a romana, de la que se desconocen las formas por el mal estado de conservación de los restos. La excepción es la Cova de la Font Major, donde sí se continúa con las formas vinculadas a rituales (jarritas, vasos). Sin embargo, estas piezas son de factura ibérica, ya que es la única cavidad en la que no se han podido localizar restos de cerámicas de tipología romana (fig.3). Sin duda alguna, la cavidad más excepcional es la Cova de la Font Major, que pese a no estar ubicada en una zona montañosa, su morfología y su uso documentado desde época prehistórica la distinguen entre el resto de cavidades del Noreste peninsular. Se encuentra enclavada en un paso natural y estratégico que conecta el área del llano de Kesse con el interior mediante los pasos estrechos localizados entre la Sierra de Prades y la Sierra de les Guixeres, que se alarga por las sierras Carbonaria y de Jordà, lugar donde aparece el último paso antes de que empiecen las estribaciones de la Sierra Voltoreda. Ambos pasos confluyen de manera natural por delante de la Cova de la Font Major, por lo que fue una ruta muy transitada desde la antigüedad y quedó fosilizada cuando se creó un ramal interno de la Vía Augusta que conectó Tarraco con el interior peninsular vía Ilerda.

Fig. 3. Plano y ubicación de algunos materiales de la Cova de la Font Major (Graells et al., 2008: 47).

De esta manera, los materiales permiten confirmar cómodamente la utilización de estas cuevas desde época ibérica hasta el siglo II a.C., momento en que se detecta un cambio en el registro al abandonarse las cerámicas ibéricas a favor de las campanienses y, más adelante, de las sigillatas. Se puede afirmar que existe cierta continuidad en el uso de las cavidades, mientras que para las formas tan sólo nos podemos remitir a la copa y el plato o pátera de la Cova “C” del Cingle Blanc, que en todo caso sí suponen cierta permanencia de las formas de uso cultual, sobre todo si se confirma que se trata realmente

de una pátera6. Esta cronología coincide con la pervivencia de asentamientos cessetanos cercanos a las cuevas, como Tillans o Purrides (a 16 km aproximadamente de la Cova de la Font Major) y de los primeros establecimientos íberos en el llano a partir del siglo II a.C. (Castell Tallat, 13 km de la Cova de la Font Major y Cova del Garrofet), como consecuencia de la implantación del catastro, que podría haber eliminado su funcionalidad delimitadora provocando la decadencia de las visitas. En efec6 Montón, 1996: 15-16 indica que la pátera es una vasija con un marcado valor ritual que se empleaba para hacer libaciones a los dioses.” y la incluye en la vajilla sagrada, formada por la patera, la patera ansata y el praefericulum.

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to, a partir de la segunda mitad del siglo II a.C. se producen abandonos (Russinyol, a 16 km de la Cova de la Font Major) y nuevas fundaciones de filiación romana, como son las instalaciones de Fontscaldes o la villa de Plans d’En Jori (15 km y 3 km respectivamente de la Cova de la Font Major) que parecen coincidir con el cambio de registro de las cuevas (Otiña y Ruiz, 2000: 107-136; Arrayás, 2005: 154-182). En cualquier caso, las visitas no se documentan más allá del s. I d.C. para la Cova de la Font Major, ya que los estudios realizados hasta la fecha no han podido concretar más la tipología de las sigillatas procedentes del resto de cavidades de este grupo. En la misma línea, la Cova del Montnàs destaca por sus materiales y por su ubicación, ya que se ubica en medio de un conjunto de montañas que marcan el límite oriental de la Cessetania más allá del río Anoia. Ubicada en la montaña del mismo nombre, limita al Oeste con la Sierra de la Llampa, al Norte con la Sierra de Riés y al Este con la Sierra de les Conques y Les Piques, mientras que al Sur se alza el macizo del Garraf; por lo que una posible actuación como referencia o límite fronterizo entre ambas zonas puede ser plausible. En su interior se documenta actividad desde los siglos V a.C. (crátera de imitación griega) y IV a.C. (forma Lamb. 27), aunque la mayoría de los materiales datan entre los siglos III-I a.C., ya sean ibéricos (fusayola, boles, vasos) o campanienses, con formas de páteras (Lamb. 27) o plato (Lamb.6), que justifican la anterior cronología hasta el tercer cuarto del siglo I a.C. Únicamente una jarra, Vegas 4, ha sido datada en época imperial, entre los siglos I-III d.C., hecho que entra en contradicción con la aparente ausencia de TS, que justificaría el abandono de la cueva a finales del siglo I a.C. (Castell y Tejedor, 1982: 152; González, 2006: 215-216). A falta de una mayor precisión cronológica y con todas las reservas, esta cueva se podría considerar como un lugar de culto hasta finales del siglo I a.C., aunque tampoco existen indicios que indiquen lo contrario.

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La última cavidad es también la más estudiada, la Cova de les Encantades del Montcabrer, no sólo en lo que respecta a sus materiales sino también por los abundantes estudios de territorio realizados en su entorno más inmediato, la Vall de Cabrera y el oppidum de Ilturo (Prevosti, 1981; Olesti, 1995; Coll y Cazorla, 1998: 279; Clariana, 2008: 275-281). Sus investigadores la han identificado claramente como una de las cuevas que en época ibérica funcionó como lugar de culto, ya que posee uno de los registros arqueológicos más abundantes del catálogo. Además, el hallazgo de esculturas en su interior ha permitido a los investigadores dar una aproximación del tipo de deidad a la que allí se adoraba, una Magna Mater de origen indígena que sería posteriormente asimilada a Deméter/Core y que actuaría con una posible deidad masculina vinculada con el toro7. Por otro lado, la presencia de restos constructivos, como un bloque de granito, tégulas e ímbrices ha llevado a plantear la posibilidad de que existiera algún tipo de estructura en la entrada de la cueva. Lamentablemente, se trata de una hipótesis que no puede ser demostrada a causa de la alteración de los estratos y de la mala conservación de los restos (Coll et al., 1994: 63). A partir del siglo III a.C. los materiales íberos depositados en esta cueva fueron una gran cantidad de cerámica común oxidante (vasos, boles, cálatos, ollas y jarras) y diversas monedas, todas ellas procedentes de cecas íberas y datadas a partir de la segunda mitad del s. II a.C., momento que coincide con la reactivación del oppidum de Ilturo y el inicio de su periodo de mayor esplendor. A partir de este momento, la cueva empezó a recibir cerámicas campanienses, normalmente en forma de plato o pátera (Lamb. 5, segunda mitad s. II-finales s. I a.C. y Lamb. 28C), que fueron sustituidas a su vez por las TS, de las que se

En contra de la identificación del exvoto con la deidad, véase Domínguez, 1995: 26 y la referencia bibliográfica que aporta. 7

documentan itálicas (segunda mitad s. I a.C.60/70 d.C.), subgálicas (20/40-segunda mitad del s. II d.C.) y, de forma minoritaria, africanas (mediados del s. I-III d.C.). El volumen de materiales decrece a lo largo de la segunda mitad del s. I a.C., hecho que no implica que continúe recibiendo más piezas, como fíbulas, cerámica común itálica y africana, ésta última del siglo I d.C., como también monedas que alcanzan hasta la época de Cómodo (Coll et al., 1994: 37-45; González, 2006: 201-206). El inicio de la actividad en la Cova de les Encantades del Montcabrer ha sido fechada alrededor del siglo IV a.C. y la evolución que sufre como lugar de culto está estrechamente relacionada con el desarrollo de Ilturo, hasta el punto que cuando el oppidum vive su momento de máximo esplendor, como consecuencia de aglutinar la población de los asentamientos próximos, se multiplica el registro arqueológico de la cueva. Sería interesante, en este mismo sentido, poder determinar hasta qué punto se cumplía el vínculo poblado-cueva en relación al volumen de restos arqueológicos de la última, sobre todo en la época en que el oppidum no registra actividad (finales del s. III-principios del s. II a.C.), pero el hecho de que los materiales procedan de estratos alterados impide averiguarlo. Sin duda alguna, la importancia que asumiría Ilturo en la región inmediata repercutiría directamente en la cavidad y, posiblemente, su existencia no sería desconocida para los romanos, tal y como se podría interpretar por el hecho de que posiblemente Ptolomeo la mencionara en su obra como el Promontorium Lunarium (II, 6, 18) (López et al., 1990:288). Parece claro que la cavidad mantiene su misma funcionalidad a lo largo de los siglos que nos conciernen, durante los cuales se observa una gran variabilidad en la tipología pero no en las formas, que son siempre las mismas (principalmente páteras y platos, seguidos de boles, vasos y ánforas). El momento final del yacimiento debe empezar a buscarse a partir

de la primera mitad del siglo I a.C., cuando se abandona Ilturo, dando pie al inicio de una etapa de progresiva disminución del volumen cerámico y, por lo tanto, del inicio del olvido, que puede alargarse hasta finales del s. I a.C. y principios del s. I d.C., cuando las visitas no serían ya más que anecdóticas (monedas, cerámica del s. V d.C.). En este sentido, consideramos posible la hipotética continuidad cultual en el valle entre la Cova de les Encantades y Can Modolell, a pesar de que la fase final de la cueva santuario sea tan poco precisa. El inicio de la reducción del volumen de depósitos de la cueva se debería entonces a la aparición de un nuevo lugar de culto en el valle, más acorde con la realidad social y religiosa de la época, y que se concretaría con la creación de un santuario rural en Can Modolell (Coll et al., 1994: 65-66; Revilla, 2002: 209-210). Así pues, la ubicación de la cavidad, sus materiales, precedentes y su relación con el entorno nos permitirían afirmar que nos hallamos ante un lugar de culto íbero que continuó en época romana hasta el cambio de Era, que coincide con la reforma de la religión romana al apostar por el culto imperial y la apertura a los cultos orientales.

4. CONCLUSIONES Como se ha podido observar, a partir del siglo III a.C. las cuevas santuario íberas del Noreste peninsular sufren un cambio que modifica el uso que habían desarrollado hasta entonces. La mayoría de ellas, en el caso de que realmente hubieran sido un lugar de culto en época ibérica, pierden su supuesto carácter sacro y pasan a ser lugares de visitas eventuales, más relacionadas con espacios de habitación o refugio puntual que con la naturaleza de visitas que implica un ámbito sagrado (regularidad, presencia de elementos vinculados al culto). Otras serían aprovechadas como lugares de almacenaje (Cova del Frare), inhumación (Cova del Reclau Viver) e incluso de habita-

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ción continuada (Balma de Roca Roja II o Cova de Can Sadurní). Sin embargo, el estado del registro arqueológico condiciona totalmente las interpretaciones que podemos desarrollar, pero sobre todo supone que no se pueda llegar a definir, ni siquiera mediante hipótesis, el uso que tuvieron determinadas cavidades a pesar de la variabilidad de sus materiales (Cova de les Encantades de Martís). Las pocas cavidades consideradas como posibles lugares de culto durante los siglos III-I a.C. presentan un perfil similar basado en el registro arqueológico y la interrelación con el entorno. En la mayoría se observa el paso de cerámica de factura ibérica a romana y se mantienen, a muy pequeña escala, las características tradicionalmente vinculadas con un entorno sacro (pinturas rupestres, inscripciones, miniaturismo de las formas, armas, adornos), a la vez que se asimilan nuevas costumbres, como la stipe. A pesar de ser conocidas desde el siglo VI a.C., no es hasta el siglo III a.C. cuando las monedas aparecen en el interior de las cavidades del Noreste. Si se entiende la moneda no como un objeto de valor económico sino simbólico por su exotismo, bien podrían haberse documentado en los lugares considerados de culto íbero, tal y como lo ha sido el vidrio fenicio o las cerámicas áticas. No obstante, su aparición es tardía, puesto que no se da hasta el contacto con la población romana, por lo que quizá podríamos plantearnos la posibilidad de que pudiera haberse efectuado un préstamo cultual, una adopción íbera de la costumbre romana de la stipe en el hipotético caso de que los individuos que frecuentaban las cuevas fueran íberos. Una situación análoga se ha detectado también en la Cova de les Meravelles, una cueva santuario ibérica del Levante peninsular, donde las monedas empiezan a depositarse a partir del siglo II a.C. (García, 2004: 360). La pervivencia de las cuevas santuario puede vincularse con la función simbólica en la organización del territorio de las

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comunidades locales en las que se integraban, ya sea creando una frontera simbólica que se solapa al paisaje político (Cessetania) u ocupando una posición central –y casi única- en dicho territorio (Layetania) (Ayllón-Martín, 2012). Estas cavidades habrían perdurado hasta la implantación de la administración romana sobre el territorio. Hasta entonces fueron recibiendo materiales datados a partir del s. III a.C., pero el poco desarrollo que alcanzaron durante época romana impide alargar más esta hipotética funcionalidad (Cova del Bolet, Cova del Montnàs, Cova “C” del Cingle Blanc). Los materiales de algunas de estas cavidades por sí solos podrían perfectamente interpretarse como restos de visitas fortuitas, pero es precisamente el estudio de su entorno el que nos permite plantear una nueva perspectiva posible para este tipo de cuevas (Cova del Garrofet). En último lugar se hallan las cavidades que han sido reconocidas mayoritariamente como lugares de culto íbero (Cova de la Font Major y Cova de les Encantades del Montcabrer). En ambos casos y a tenor de los materiales arqueológicos, parece detectarse cierta perduración hasta los siglos II-I a.C., momento en el que son abandonadas quizá por la inmersión de la población local en las formas de vida romana, que no las haría aptas para las nuevas formas de culto que se practicaban. Esta continuidad se detecta en las formas depositadas, tal y como sucede en la mayoría de los casos de este tipo, pero también en la tipología cerámica de los depósitos (Cova de la Font Major) y con ella siempre hacemos referencia al ámbito cultual íbero, con mayor o menor grado de incidencia de influencias romanas en el registro, puesto que en las cuevas no existen indicios sobre la realización de un culto propiamente romano. Esta aparente continuidad debe ponerse en relación con la ubicación de ambas cavidades, que rompe con el tópico del aislamiento y del carácter periférico de los cultos desarrollados en el ámbito rural. En el primero de los casos, desde la cavidad

se tiene acceso directo a uno de los principales ramales de la Vía Augusta, hecho que suponía un tráfico constante de ideas y personas en su entorno inmediato; mientras que la Cova de les Encantades se halla en un promontorio desde donde se dominan dos valles densamente poblados y surcados por importantes vías de comunicación, como el ramal litoral de la Vía Augusta. Consecuentemente, no deberían ser considerados lugares apartados, depositarios de creencias simples y alejadas de las ideas urbanas. De hecho, el material arqueológico revela dos actitudes diferentes. Por un lado, en la Cova de la Font Major se detecta cierto inmovilismo y mantenimiento del registro arqueológico, donde la continuidad material y tipológica llevaría a suponer el mantenimiento de la identidad y tradición autóctona hasta el cambio de Era. Por otro lado, en la Cova de les Encantades del Montcabrer se renueva el registro arqueológico mediante la adopción de nuevas tipologías y objetos cerámicos, hecho que significaría una adaptación a las nuevas modas, que alterarían la oferta y la disponibilidad de objetos. No obstante, tal y como demuestra el registro arqueológico, ambas actitudes acaban por llegar al mismo final antes o después a causa de su inadecuación a la nueva realidad social y religiosa. De esta manera, resulta impensable la realización de una posible interpretatio romana en el ámbito de las cuevas como lugares de culto en el Noreste peninsular, ni en lo que se refiere a la posible deidad que allí recibía culto (hoy por hoy imposible de identificar) ni a la conversión del espacio en un lugar de culto rural. Ambas situaciones conllevarían el mantenimiento de visitas regulares a la cavidad más allá de los primeros siglos imperiales y también la monumentalización de su entorno, tal y como se ha detectado en lugares de culto íbero del Sureste peninsular y en las proximidades de Roma (Ramallo, 1998: 117144; Scheid, 1987: 590-595). Unas condiciones que no se cumplen en ninguna de las cuevas candidatas, por lo que el siglo I

a.C., y en algunos casos el siglo I d.C. como fecha muy tardía, parecen suponer el final de las cavidades con uso cultual en el Noreste peninsular.

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