RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD EN AZUAGA A FINALES DEL SIGLO XVIII

July 15, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Ilustración, Extremadura, Llerena, Anthropology of Religion, Religiosidad Popular, Audiencia de Extremadura
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RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD EN AZAUGA A FINALES DEL SIGLO XVIII Salvador Rodríguez Becerra Catedrático de Antropología social Universidad de Sevilla Publicado: Feria y fiestas. Azuaga y la Cardenchosa, agosto, 2008, pp. 175-178. ISSN 1137-5825

El día tres de marzo de 1791 se hizo presente en la villa de Azuaya, el oidor de la recién creada Real Audiencia de Extremadura Don Juan José de Alfranca y Castellote, para cumplir la normativa legal de visitarla y hacer investigación sobre la situación de esta villa. La real orden de creación de la Audiencia había previsto que alcaldes del crimen (jueces de lo penal) y oidores (jueces de lo civil) mediante la aplicación de un cuestionario tuvieran conocimiento de la realidad social, económica, jurídica y jurisdiccional y eclesiástica que iba a comenzar a juzgar este alto tribunal con jurisdicción sobre toda la provincia de Extremadura establecido en la ciudad de Cáceres. Este documento-informe debería servir como vademécum para los pleitos que pronto empezarían a juzgar. Los datos fueron recogidos por los magistrados en todo el territorio de la Real Audiencia a partir de un interrogatorio (cuestionario) de preguntas que hacían referencia a todos los aspectos señalados que fueron contestados por las autoridades locales (alcalde mayor, alguacil mayor, alcalde de la hermandad, síndicos, diputados, regidores, clero y otros cargos municipales del estado noble y general) y cuantas personas e instituciones quisieran personarse ante el oidor. Es especialmente rico el informa elaborado por el oidor Alfranca que tuvo el encargo de visitar (inspeccionar) los pueblos del Partido de Llerena1. La religiosidad de los extremeños en el siglo XVIII se caracterizaba por una dicotomía entre lo que representaba la iglesia oficial con un cuerpo de doctrina y unos cánones, emanados de la "carta magna" de la Iglesia católica, el Concilio de Trento, a la que el transcurso del tiempo, las circunstancias históricas y las corrientes de pensamiento habían ido modificando y adaptando; y de otra parte, las creencias y prácticas del pueblo no siempre coincidentes con la ortodoxia del momento, con orígenes precristianos pero muy evolucionados e influenciados por la iglesia dominante y en general no consideraba heterodoxa sino más bien "supersticiosa", y como tal producto de la ignorancia 2. La Ilustración y el Despotismo ilustrado vieron con recelo determinadas prácticas religiosas que fueron prohibidas por "supersticiosas" o no responder al ideal racionalista que guiaba a los dirigentes; así fueron prohibidos los rosarios nocturnos y de la aurora y las procesiones de disciplinantes, y sometidas a autorización real las cofradías, capellanías, obras pías, hospitales, etc. En la concepción ilustrada solo los obispos, tenían cabida en lo estrictamente sagrado aunque sometidos al rey, dejando de lado viejas jurisdicciones y privilegios eclesiásticos. En el partido de Llerena, sometido a la jurisdicción del priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago las cosas eran diferentes. La naturaleza civil y religiosa de 1

Este documento conocido como “Interrogatorio de la Real Audiencia” se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres y ha sido trascrito y publicado con el título: Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos, M. Rodríguez Cancho y G. Barrientos Alfageme (coords.), Mérida: Asamblea de Extremadura, 1994, 10 vols. El tomo concerniente al Partido de Llerena en el que se encuadra Azuaya lleva una introducción de S. Rodríguez Becerra: “Mirada de un ilustrado a la solidad extremeña a finales del siglo XVIII”, pp. 11- 38. 2 Para una más pormenorizada exposición de estas ideas puede verse mi libro: La Religión de los Andaluces. Málaga: Editorial Sarriá, 2006

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los caballeros-freires hacía más difícil la separación de poderes pues ejercían el temporal a través de las encomiendas y el eclesiástico a través de jueces (provisores y vicarios). Tenían la potestad de nombrar párrocos y capellanes y a la vez a los titulares de encomiendas. Esto en la práctica provocaba entre otras muchas confusiones el que, por ejemplo, los diezmos fueran disfrutados en gran parte por el comendador con la sola obligación de contribuir con una pequeña parte al mantenimiento de los edificios eclesiásticos, la llamada "casa cáñama". En último término el vecino lo que percibía era que desde las instituciones se le exigían pagos o cargas para mantener soldados de guarnición, diezmos al comendador, derramas municipales, etc. A los impuestos eclesiásticos -confundidos con los civiles- se unían los derechos de pie altar -misas, novenas, procesiones, sermones- y también derechos de enterramiento, capellanías, administración de obras pías, etc. Ello no era óbice para que a pesar de todo, los eclesiásticos llevaran una vida de estrechez y hasta miserable dados el gran número de capellanes ordenados y las escasas rentas de las capellanías. Estos capellanes deberían llevar una vida ociosa pues carecían de obligaciones salvo la de decir las misas que le correspondieran por capellanía, y no era infrecuente que algunos clérigos llevaran una vida poco edificante y hasta delictiva, como la práctica del contrabando. Esta iglesia santiaguista tenía la máxima autoridad espiritual en el prior-obispo, residente desde finales del s. XVIII en Llerena, que la ejercía a través de los provisores de Mérida y Llerena que detentaban el poder efectivo. El brazo eclesiástico se extendía a través de los curatos (párrocos) y algunos beneficiados que cobraban salario de la Orden. En el ámbito de las creencias se daba el predominio de advocaciones de la virgen, que en principio se refieren a Santa María o Nuestra Señora como titular de parroquias, ermitas o altares en el 50% de los casos; seguían en devoción los santos Fabián y Sebastián (Los Mártires) protectores de las pestes, apareciendo en menos casos los apóstoles Santiago y Bartolomé, Andrés, Catalina y Pedro. La devoción mariana había penetrado a partir de los monjes cistercienses a la orden militar de Calatrava y de ésta a las restantes órdenes militares. A finales del s. XVIII las principales ermitas estaban dedicadas a advocaciones de la Virgen con la excepción del Cristo del Humilladero en Azuaga, y Granja, San Benito en Montemolín y San Antonio Abad en Segura de León. Este dato nos induce a pensar que las advocaciones concretas, referidas a un espacio geográfico o circunstancia histórica o legendaria se habían mantenido y quizás aumentado a la vez que, las advocaciones más genéricas como las del Rosario, La Aurora y la Concepción promovidas por los dominicos, también se habían afianzado frente a las referencias a secas de Santa María o Nuestra Señora que habían desaparecido. En esta adscripción de la Virgen a lugares concretos con advocaciones toponímicas tuvieron mucho que ver los franciscanos en sus diversas ramas que llegaron a tener en el partido ocho conventos frente a los tres de los mercedarios y uno los basilios, dominicos y jesuitas, éstos dos últimos en la ciudad de Llerena. Tampoco fueron ajenos al proceso de consolidación de devociones la divulgación de leyendas marianas de aparición o hallazgo de imágenes realizado por las distintas órdenes religiosas que ligaban fuertemente la imagen al pueblo en cuyo término ocurría este celestial acontecimiento. También es de destacar porque la diferencia entre la religiosidad oficial y popular, la devoción al apóstol Santiago, patrón de la orden, que en el S. XV contaba con la titularidad de numerosos edificios religiosos y cuya cruz y otros símbolos aparecían, al decir del oidor Alfranca y Castellote, en la mayoría de templos y altares de la orden aunque este símbolo tendría un valor heráldico más que religioso- y, sin embargo, sólo dos cofradías lo tenían como titular, y una de ellas, la de Azuaga, con ermita propia. Y es que difícilmente podía concitar la devoción de los extremeños un santo que para los 2

vecinos estaba unido al poder establecido y en cuyo nombre se cobraban impuestos, se dictaban sentencias o se avasallaban derechos. Santiago por esta razón estaría incapacitado incluso de obrar milagros, condición necesaria para alcanzar devoción del pueblo cualquier ser sagrado. El índice que mejor mide el grado de aceptación-devoción de un icono religioso lo constituían la titularidad de ermitas y cofradías, creadoras y mantenedoras en la mayoría de los casos de esta devoción. Las cofradías fueron duramente criticadas por el visitador Alfranca, que llega a calificarlas de "muy perjudiciales", pues fomentan las "discusiones y pandillas en los pueblos y consumen sus ahorros", por lo que propone la supresión de todas las que no tuvieran aprobación real -lo que equivalía en la práctica a suprimirlas casi todas- salvo las sacramentales y de ánimas. El oidor propuso así mismo que los bienes de las cofradías se emplearan en obras benéficas y de utilidad pública, en todo caso no se les permitiera “cuestar dentro ni fuera de la iglesia". El informe respeta los ingresos de los curas párrocos, verdaderos funcionarios a los que defiende ante la Orden de Santiago que los maltrata económicamente. Muestra un gran rechazo ante la mendicidad o la cuestación de santeros, ermitaños, mayordomos o cofrades. Sin duda en el proyecto de sociedad de un ilustrado los mendigos eran una anomalía y expresión de fracaso. Tampoco entraban en su utópica sociedad las cofradías con sus gastos innecesarios, su autonomía y su falta de reconocimiento real, que por si fuera poco, cometían "excesos" con ocasión de las fiestas y romerías en honor de sus titulares. Pasaron desapercibidos para el oidor sin duda la función identitaria, aunque se percibe de las pugnas que provocan, que tienen las cofradías, que aun hoy día, doscientos años después, se percibe; la solidaridad entre personas ante el infortunio o la necesidad, y la hostilidad como reafirmación de la identidad frente a otros -las "pandillas" de que habla el oidor-; la práctica entre los campesinos de gasto de parte de los ingresos excedentarios en gastos ceremoniales; de la propia necesidad de la fiesta como liberación y como vía para el mantenimiento de buenas relaciones con los seres sobrenaturales; pero además, las cofradías cumplían otros fines manifiestos: enterraban a los muertos y pagaban la cera, los honorarios del clero y sepultura en las iglesias, lugares habituales de enterramiento; mantenían hospitales para pobres, visitaban a los enfermos, ayudaban a los transeúntes, pedían limosnas para los necesitados, pero, sobre todo, daban culto a las imágenes titulares buscando su protección a través de misas y funciones religiosas con sermones, vigilias, novenas, octavas, procesiones, etc. e individuales a través de penitencias, promesas y exvotos. Estas prácticas no solo beneficiaban a los vivos sino también a los muertos que eran festejados con misas cantadas y rezadas, responsos y toques de ánimas y a la par recibían indulgencias, válidas para la otra vida. De todas estas actividades se beneficiaba el numeroso clero lo que constituía la parte más onerosa del presupuesto; cuidaban también de las ermitas, la lámpara del altar, los ornamentos y, en algunos casos, ofrecían algún refresco a los hermanos. De lo anteriormente expuesto puede deducirse que los curas y vicarios eran partidarios de las cofradías que veían así una forma de adoctrinamiento, respetando las costumbres llamadas "supersticiosas" y a la vez sumaban con estos derechos de pie de altar algunos ingresos a sus cortos beneficios curados (sueldos) y a las depreciadas capellanías. Las cofradías eran asociaciones de seglares con cierta autonomía de las autoridades eclesiásticas que se sustentaban con las aportaciones de los hermanos y con las rentas de las propiedades que no eran grandes. De hecho los clérigos estaban presentes como capellanes y en ocasiones los mayordomos eran curas o los proponían junto a los ayuntamientos, sus reglas eran aprobadas por el prior de San Marcos de León y sometidas a visitas de jueces eclesiásticos de la orden. Esta figura era clave en las 3

cofradías pues ejercía las funciones económicas y de gobierno, aunque estaba asistido por priostes, regidores, consiliarios, hermanos mayores y un protector eclesiástico. En el partido de Llerena había a finales del s. XVIII, 187 cofradías en los 36 pueblos del partido que pertenecen actualmente a la región extremeña, lo que supone una media de 5 asociaciones por población en una banda que oscila entre 13 asociaciones en el caso de Berlanga, 11 en Llerena, 9 en Valencia del Ventoso y Montemolín, 8 en Azuaga y la Puebla del Prior, frente a las dos de Calzadilla, Fuente del Arco, Higuera, Puebla de Sancho Pérez, Puebla del Maestre, Trasierra, y una en Calera de León, Hinojosa del Valle, Retamal, Ribera del Fresno y ninguna en Campillo. La mera comparación proporcional entre el número de vecinos y cofradías arroja poca luz pues si bien a las grandes poblaciones corresponden algunas de las mayores cifras y a las pequeñas una o dos cofradías, hay un número significativo de casos que no se corresponde con esta proporción, así, la Puebla del Maestre con 2 cofradías y 1.156 vecinos y Puebla del Prior con 8 y 94 vecinos. En cuanto a los titulares de las cofradías, destacan en primer lugar las del Santísimo Sacramento, -la más oficializada- con 26 asociaciones seguida de la Virgen del Rosario -ligada a los dominicos-, con 16, las de la Vera Cruz -la cofradía más antigua que procesiona en Semana Santa- con 15 e igual número la de las Animas, seguidas a mayor distancia por las San Antonio Abad y San Antonio que suman 12, la de Señora Santa Ana con 5, la Aurora con 6, San Pedro con 4, Santiago y San Isidoro con 3 y 2 respectivamente. Es significativo que las ermitas principales a las que acudían gentes de otras comarcas no tenían hermandades organizadas, tal es el caso de la de Nª. Sª. de Belén en Puebla de Sancho Pérez, Nª. Sª. de la Hermosa en Fuente de Cantos, Nª. Sª. de Lara en Fuente del Arco, Nª. Sª. de Guaditoca en Guadalcanal (hoy provincia de Sevilla) a donde acudían muchas gentes de la comarca a "encomendarse en sus necesidades", ermita en manos de un seglar que administraba los cuantiosos ingresos que generaba. Un intento de tipología basada exclusivamente en su composición nos permite establecer que las había de carácter comunitario -la mayoría- en los que participaban casi todos los vecinos de un pueblo, y también de ámbito comarcal; otras de ámbito profesional o "gremial" como las de San Pedro de Berlanga y Azuaga que recibían exclusivamente a clérigos y que funcionaba como caja de compensación de ayuda y misas por sus almas, la de Nuestra Señora de Gracia de nobles de Berlanga que constaba de sólo cuatro miembros, y las de pastores de Berlanga, Bienvenida y Calzadilla; las de mujeres de Nuestra Señora de la Soledad de Segura de León, las que admitían sacerdotes y seglares como la de la Purísima Concepción de Montemolín y la de hombres y mujeres de Nuestra Señora de los Pobres en Llerena. Probablemente no sean éstas las únicas pues los gremios organizados de Berlanga y los de Azuaga en formación requerirían otras tantas cofradías. Existía también un cierto número de cofradías a las que solo se adscribían los vecinos de una calle o barrio contiguo a la ermita, así, la de San Miguel y San Francisco (orden tercera), San Vicente, y Santa Ana en Berlanga. Finalmente, y como prueba de que estas instituciones se pueden caracterizar por su inestabilidad en el tiempo, encontramos algunas que había desparecido o estaban en proceso de extinción. En el informe se dice que la villa de Azuaga tiene dos aldeas, la Cardenchosa y Malcocinado, es encomienda de la Orden de Santiago que nombra una serie de cargos, tiene 837 vecinos dedicados básicamente al cultivo y la ganadería, amén de abogados, procuradores, escribanos, albañiles, sastres, cardadores y tejedores, barberos, sangradores, tintoreros, curtidores, herreros, molineros, alfareros, tejeros, albarderos, bataneros, y hasta un platero. Se dan así mismo otros datos sobre las casas del 4

ayuntamiento y gobernación, mesones, escribanías, bienes de propios, arbitrios, archivos y un sin fin más de datos de profesionales e instituciones que convendrá analizar en otra ocasión3. En el documento también se da cumplida información sobre la única parroquia con un cura beneficiado y sus tenientes, 38 presbíteros y 20 eclesiásticos ordenados de menores que servían las 135 capellanías y obras pías de las vivían o mal vivían además de las rentas eclesiásticas, por ser excesivo el número de ordenados sin beneficio; de la existencia de 8 cofradías o hermandades (sic): Caridad, Santísimo Sacramento, Ánimas, Vera Cruz, Santiago, Rosario y San Pedro (formada solo por clérigos de misa) con sus propiedades, rentas y funciones; que hay erigidas en el casco urbano las ermitas del Cristo del Humilladero “iglesia hermosa y muy capaz (Cofradía de la Vera Cruz), Virgen de la Aurora de la hermandad de su nombre, Santiago propiedad de la cofradía de su titular, Espíritu Santo de la cofradía del hospital de la Santa Caridad, Hospital de la Sangre de la cofradía de la Vera Cruz, la de la Concepción en el hospital de mendigos, la del Rosario relacionada con la hermandad de su nombre, la de Santa Eulalia, santuario (sic) que fue originalmente la primitiva parroquia. Extramuros se encontraban las de Santa Catalina, San Bartolomé, San Isidro, en todos los cuales hay ermitaños que piden en sus respectivas ermitas para su sostenimiento. Existía también la iglesia de Santa María de la Paz de la aldea de Cardenchosa, administrada por un teniente de cura. Dispone la villa de un solo convento de Mercenarios (sic) Calzados con escuela donde se enseña a “leer y doctrina pero no a escribir y contar” a cargo de un fraile lego, estudio de filosofía para seculares donde concurren 12-14 estudiantes. En su informe particular, firmado en Cáceres el 27 de junio de 1791, una vez vistos los emitidos por las autoridades locales y conocida personalmente la realidad de facto, el oidor da por buenos el informe del párroco aunque pone de manifiesto los perjuicios que se derivan para el pueblo de las luchas y pleitos continuos entre clérigos y del excesivo número de ellos y amonesta para que “vivan según conviene a su estado” a un cierto número de ellos por incontinentes. Recomienda a los frailes mercedarios del único convento de la villa que amplíen el estudio de primeras letras y supriman el de filosofía que “sobre ser enteramente claustral y aristotélica, de ninguna utilidad real puede ser…”. En conclusión el documento que aquí hemos esbozado y del que hemos entresacado solo los aspectos religiosos es de gran interés para el conocimiento de la sociedad extremeña y por ende la de Azuaga, por la metodología utilizada por el oidor de la Real Audiencia de Extremadura Don Juan José Alfranca y Castellote.

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Los datos sobre religión e instituciones religiosas se recogen de la pregunta 18 a la 24 y para su redacción se incluyeron en la comisión el cura de la parroquia y el comendador (superior) del convento de la Merced. Falta este último en la edición del documento, que sin duda sería más explícito sobre la actividad de los frailes y la vida claustral.

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