Relaciones entre turismo y cultura. Políticas para el turismo cultural desde una perspectiva multinivel.

June 7, 2017 | Autor: Maria Velasco | Categoría: Cultural Policy, Tourism Planning and Policy, Cultural Tourism
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TREINTA AÑOS DE POLÍTICAS CULTURALES EN ESPAÑA. PATRICIPACIÓN CULTURAL, GOBERNANZA TERRITOIRAL E INDUSTRIAS CULTURALES. Joaquim Rius-Ulldemolins y juan Arturo Rubio Aróstegui (Eds). 2016. Universitat de Valencia.

12. RELACIONES ENTRE CULTURA Y TURISMO. Políticas para el turismo cultural desde una perspectiva multinivel. María Velasco González Universidad Complutense de Madrid [email protected] 1. CULTURA MÁS TURISMO, ¿TURISMO CULTURAL? 1.1. El turismo y la cultura. Vidas paralelas.

El turismo es un fenómeno social fuertemente imbricado con principios, valores y características tanto de las sociedades emisoras, como de las receptoras. Como otras dimensiones sociales, ha sufrido el impacto uniformador de la globalización, extendiéndose por el planeta una visión del turismo, del turista y de los productos turísticos cada vez más homogénea. Es también, como muchos otros conceptos, escurridizo cuando se trata de definirlo. Se aborda de manera muy distinta si se pone el acento en el sujeto que realiza la actividad, el turista; los impactos económicos que genera, o las nuevas relaciones culturales, territoriales o medioambientales que provocan sus impactos. Podemos considerar el turismo como el conjunto de dinámicas y actuaciones que generan los procesos de atraer y hospedar en nuestro territorio a personas que habitualmente no residen en él y la suma de relaciones entre turistas, actores privados, actores públicos y ciudadanía que esto implica (Velasco, 2011). El desarrollo del turismo como fenómeno social significativo está vinculado a la extensión del modelo de Estado de Bienestar en algunos países occidentales tras la Segunda postguerra. Este vínculo tiene distintas dimensiones pero destacan, en especial, las siguientes: las políticas socialdemócratas amplían los derechos laborales entre los cuáles, por primera vez en la historia, están las vacaciones remuneradas; la extensión del principio de igualdad, junto a las políticas educativas, facilitan la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y esto, entre otras cosas, supone una pequeña renta extra que las familias pueden dedicar al ocio; y las políticas keynesianas promueven una alta inversión pública que supone una mejora notable en todas las infraestructuras públicas,

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incluyendo las de transporte y movilidad. Durante aquella primera fase de desarrollo turístico, desde la década de los cincuenta hasta la década de los ochenta del siglo XX, la motivación principal de los turistas era el disfrute y descanso durante el período estival y el principal producto el “sol y playa”. Pero según avanza el fenómeno las motivaciones se van haciendo más ricas y complejas, más variados los productos turísticos y otras dimensiones de los destinos aumentan su importancia (Antón Clavé y González Reverte, 2007). Las relaciones entre la cultura y el turismo son cada vez más tupidas. A partir de la década de los años ochenta la cultura se convierte en una motivación más central en los viajes. ¿Qué ocurre en aquel momento?, de entre las múltiples explicaciones que ofrecen los científicos sociales sobre el ascenso social del valor “cultura” nos parece especialmente atractiva la propuesta por Bourdieu (2006). Si hasta entonces la distinción social era un proceso que se manifestaba a través de la acumulación de objetos, a partir de ese momento hay otro mecanismo que permite a los ciudadanos sentirse y mostrarse como distinguidos: el consumo cultural. En su trabajo el sociólogo propone entender cómo los ciudadanos comienzan a dar valor al hecho de consumir cultura, aunque ese consumo se oriente a productos muy diferenciados según las diferentes clases sociales. Sobra decir que los conceptos de consumo cultural, productos culturales nacen también entonces. A partir de ese momento la relación entre cultura y turismo es cada vez más estrecha y las oportunidades y dificultades de relación entre ambos fenómenos también se incrementan. Muchas definiciones existen sobre el término cultura, para nuestro argumento utilizaremos aquí una propuesta anterior en la que considerábamos que estas pueden agruparse en tres enfoques: el cognitivo, expresivo e interpretativo (Velasco, 2013). El enfoque cognitivo agruparía las definiciones que consideran que la cultura es el conocimiento acumulado o los saberes que debe dominar un ciudadano culto. En el enfoque expresivo encontramos todas aquellas que señalan que la cultura es la suma de las prácticas o expresiones que el ser humano ha desarrollado en su proceso de adaptación y creación de su medio vital: el lenguaje, el arte, el derecho… Por último, el enfoque interpretativo agrupa aquellas definiciones de cultura que consideran la cultura como la capacidad que tienen las diferentes sociedades para dotar de significado o valor a las prácticas o expresiones anteriores. Esta simplificación nos permite avanzar en el discurso.

1.2. Turismo cultural. Muchos modelos de relación. El turismo cultural no es una actividad uniforme, ni supone una experiencia unívoca. Donaire (2008) propone una interesante taxonomía del turismo cultural distinguiendo entre los siguientes tipos: turismo culto, turismo monumental o patrimonial, turismo de las culturas, turismo cultural como mercancía y viaje extraordinario. Mientras que los tres primeros tipos se corresponden con los enfoques que hemos expuesto, los dos últimos están más relacionados con donde se ponga el acento, en el consumo o en la experiencia. Lo vemos en detalle. El turismo culto, sería un modelo de práctica de turismo cultural en donde un sujeto, a través de su capital cultural, interpreta códigos culturales de un espacio diferente al

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propio; en esta tipología la actitud del turista es el elemento clave y se corresponde con el primero de los enfoques que hemos señalado en relación con la idea de cultura. Si la cultura es el conocimiento acumulado, cuando pensemos en el turismo cultural necesariamente estaremos pensando en qué manifestaciones culturales concretas serán de interés para completar el conjunto de recursos intelectuales con los que debe contar una persona culta. Y habremos de enfocarnos al turista, que es quien acumula estos conocimientos. En el turismo monumental, es el monumento el que determina la esencia del producto, esta tipología es central en la práctica del turismo puesto que recoge la mirada del turista del siglo XIX y las claves del mítico grand tour, aún presente en el comportamiento de un alto porcentaje de turistas culturales (Calle Vaquero, 2001). En este grupo el turismo patrimonial, que incorpora como motivación central la evocación del pasado y el contacto con elementos que permitan la comprensión de lo remoto que nos explica, ocupa un lugar muy destacado. En este caso, encontramos un paralelismo con las definiciones del segundo enfoque: si la cultura es la suma de prácticas que ha elaborado una sociedad concreta, tendremos entonces que seleccionar qué prácticas culturales de una sociedad concreta podrían ser de interés para un turista o ciudadano ocasional. Entre estas prácticas, las que componen el núcleo de las políticas culturales y del turismo cultural – curiosamente ambos- son las artes y los museos, el patrimonio cultural y las industrias culturales. Si lo pensamos desde la óptica del turismo, tendremos que pensar en cómo presentarlos, permitir su comprensión, su disfrute, etc. El siguiente tipo es el turismo de las culturas, aquel que busca el contacto con manifestaciones más antropológicas, materiales e inmateriales, de culturas locales. Donaire (2008) también señala la tendencia del comportamiento turístico a concentrarse en algunos elementos concretos, que presentan una imagen idealizada de las culturas locales del pasado, pocas veces contemporánea. Se corresponde entonces con el tercero de los enfoques: si consideramos que cultura es la capacidad que tienen las diferentes sociedades para dotar de dotar de significado o valor a todo lo anterior, entonces estamos hablando de las sociedades como destinos culturales. Las otras dos tipologías se mueven en una dimensión teórica distinta, menos relacionada con el enfoque que adoptemos de qué es cultura y más centrada en una dimensión crítica que gira en torno al debate producto-experiencia. Hay una forma de turismo cultural en la que, a ojos del observador, destaca la dimensión de consumo, tanto en quien oferta la cultura o cualquiera de sus manifestaciones, como en quien lo disfruta. En este caso la cultura es tratada como un producto más y sometida a la lógica del uso: simplificada en su discurso, empaquetada en sus formas, reducida a un espacio temporal adecuado e, incluso, sustituida por manifestaciones simuladas. Detrás de estas ideas están los debates sobre la autenticidad representada o sobre la realidad y su consumo (Urry, 1990; Santana, 2001; Smith y Brent, 2001; McCanell, 2003). Pero también hay una forma de turismo cultural que recupera el sentido del viaje extraordinario, el turismo como ritual de contacto con imágenes y objetos simbólicos que permiten una vivencia transcendente “el turismo y la cultura son caminos diferentes para llegar a lo extra-ordinario. Los dos ofrecen una forma alternativa de la experiencia cotidiana, un simulacro de la trascendencia” (Donaire, 2008:38). Esta experiencia

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extraordinaria puede también desplegar nuevas formas cercanas a lo “hiperreal” (Cohen, 2005).

2. POLÍTICAS DE TURISMO CULTURAL. 2.1. Gobiernos, turismo, cultura. Distinta legitimidad para la intervención pública. Una de las cuestiones que permite entender mejor la diferencia entre las políticas culturales y las políticas turísticas es la reflexión sobre cuál es la legitimidad que se reclama a la hora de explicar la intervención de los gobiernos en ambos sectores. El turismo ha sido visto por los gobiernos y ciudadanos, desde sus comienzos, como una oportunidad económica. Desde esta perspectiva se incorpora en la agenda pública y se mantiene de manera sostenida durante las últimas décadas. Las reflexiones sobre porqué debe intervenir el Estado a través de políticas en el turismo reproducen los debates sobre cómo y porqué debería intervenir el Estado y/o gobierno en la economía (Stiglitz, 2003). Desde enfoques keynesianos, neoclásicos o neoinstitucionales, se argumenta la necesidad de políticas públicas diversas que garanticen la competitividad en el plano macroeconómico (políticas educativas, de salud, fiscales…); se reclama, en la dimensión microeconómica, acciones de regulación de los mercados, políticas fiscales o prestación de bienes públicos y se proponen la creación de un marco institucional capaz de fijar de manera estable las reglas de funcionamiento y los servicios públicos relacionados con las mismas (judicial, seguridad, información…). En este caso, el mejor funcionamiento del mercado, como vía de maximizar el bienestar social, está en el centro de los argumentos sobre la legitimidad que tienen los gobiernos para intervenir en turismo, aunque se diversifiquen las propuestas sobre cómo hacerlo. La faceta económica es la que más pesa y otros debates de importancia, como los impactos culturales o medioambientales de la actividad aún no llegan al discurso sobre el papel de los gobiernos, aunque algunas referencias aparezcan en los planes. Cuando se habla de la cultura el planteamiento es diferente. En relación con la cultura no existe el grado de uniformidad en el enfoque que encontramos en turismo - donde la dimensión económica ocupa los discursos académicos y políticos -, ni siquiera hay un acuerdo claro sobre qué es la política cultural y cuáles son las dimensiones que debería incorporar. El dilema teórico básico es considerar la política cultural como aquello que los gobiernos hacen, de hecho, en este ámbito o, desde un punto de vista más amplio, considerar que la política cultural es cualquier acción que los gobiernos hagan y que afecte a la vida cultural de sus ciudadanos (Mulcahy 2006, p. 267). En general, las aproximaciones que se realizan desde la ciencia política, se sitúan en la primera de estas opciones, aunque desde otras disciplinas se opta por la segunda (Gray, 2010). Paralelamente a esta indeterminación de partida, las reflexiones sobre la legitimidad de la intervención de los gobiernos en materia de cultura son más difusas, pero también mucho menos cuestionadas. Se utilizan argumentos variados que se mueven en un rango amplio de vínculos: la protección de los derechos fundamentales (UNESCO, 1982), el fortalecimiento de las capacidades democráticas de sus sociedades o a la mejor del

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bienestar social confluyen, de manera muchas veces elíptica, en el tema de la intervención en materia de cultura. Este es un tema de importancia. La legitimidad para intervenir en materia de cultura está vinculada a la importancia de la cultura para la sociedad, mientras que en turismo los gobiernos tratan de mejorar las condiciones para un mejor funcionamiento del mercado que supondrá, en teoría, un aumento del bienestar social. Así que cuando hablamos de turismo cultural la aproximación que se hace desde el gobierno y sus políticas lleva implícita esta mirada. Si se observa la cultura como parte del mercado turístico, desde la óptica de la política cultural los principios básicos serán la protección del valor de existencia del bien, las acciones para garantizar los valores intrínsecos de los bienes o manifestaciones culturales y la conservación del valor de identidad que tienen para la sociedad que los crea (Velasco, 2009). Pero si observamos la cultura como parte del mercado turístico desde la óptica de la política turística, los principios acentuarán más el valor de uso de estos bienes, la posibilidad de consumo y la contribución de los mismos al desarrollo de los destinos (Bonet, 2013; López Sánchez y Pulido, 2013). Así, si observamos el conjunto de acciones que, desde la política turística, se diseñan para el turismo cultural, podremos concluir que este enfoque conlleva pensar en un tipo concreto de objetivos y actuaciones asociadas en donde el valor de “uso” está más presente que otros (Velasco, 2013). Se suele hablar de “conversión del bien en recurso turístico”, con acciones de restauración y rehabilitación; la puesta en valor de bienes no accesibles; la incorporación de facilidades turísticas en recursos culturales (taquillas, servicios, cafeterías…) y el impulso de programas de interpretación. O de “fortalecimiento de productos de turismo cultural existentes”, para lo que se propone la conversión en productos turísticos tipos de patrimonio más alejados de la realidad turística, como la gastronomía o la artesanía local; se defiende una promoción específica de los productos culturales más consolidados; la construcción de itinerarios o rutas culturales; el impulso a eventos o la utilización de nuevas tecnologías para ayudar a comprender los productos culturales.

2.2. ¿Políticas de turismo cultural?. Políticas turísticas y políticas culturales. Cuando hablamos de política de turismo cultural, ¿estamos presuponiendo que algún decisor público tiene entre sus competencias la tarea de analizar la calidad de las relaciones entre ambos mundos, los impactos y las sinergias que podrían aprovecharse? Si este es el caso, podemos afirmar que en nuestro país no existe la política de turismo cultural (Velasco, 2013). En nuestro país no existe un conjunto articulado y coherente de acciones que se diseñen e implanten desde un análisis integrado del mundo de la cultura y del turismo, considerando sus lógicas y sus principios de funcionamiento, obligando a cooperar actores o a diseñar de manera conjunta acciones que satisfagan a ambos mundos. Sí han existido algunos planes aislados, sobre los que volveremos más adelante, fundamentalmente impulsados por decisores de política turística y relativamente asumidos por agentes del mundo de la cultura. Podríamos definir la política de turismo cultural como el conjunto de acciones impulsadas por actores gubernamentales, con la intervención o no de otros actores

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sociales, tendentes a mejorar las relaciones que se dan entre los actores turísticos y culturales y las acciones y dinámicas que supone el hecho de que haya ciudadanos disfrutando de manifestaciones culturales fuera de su entorno habitual. Para que podamos afirmar que existe, debemos encontrar los siguientes elementos en la realidad de la acción pública: a) Debemos poder observar un conjunto articulado de acciones. No sería suficiente con una acción, o con un conjunto de acciones que aborden sólo una dimensión del turismo cultural (por ejemplo, su promoción exterior). Este conjunto de acciones deben ser coherentes y tener un presupuesto adjudicado que se ejecute. b) Entre los actores que las diseñan e impulsan, debe haber algún actor gubernamental, actuando en su espacio competencia. Los gobiernos no son los únicos actores con capacidad legítima de intervenir en la gestión de lo común, pero sí es el único actor social con capacidad de imponer coactivamente a la sociedad sus decisiones, posibilidad que se apoya en su legitimidad democrática. Esto no significa que una política de turismo cultural no pueda hacerse de manera consensuada con otros actores o que, incluso, un gobierno haga suya una propuesta que ha sido construida por actores o iniciativas sociales, pero sí implica la participación de los representantes democráticos que gestionan los recursos públicos, al menos cuando hablamos de política gubernamental o, en términos muy difundidos en nuestra literatura, de políticas públicas. c) Este conjunto de acciones debe superar la fase de diseño y comunicación y entrar en la fase de implantación. Muchos documentos quedan en la mesa de los decisores, en ocasiones con acciones diseñadas de interés y calidad. Una política pública tiene por vocación intervenir en la realidad, no debatir en el mundo de las ideas, así que sólo cuando se implanta, existe. Tampoco esto quiere decir que ignoremos los múltiples problemas de los procesos de implantación y las diferencias que existen entre lo planificación y lo que finalmente puede llevarse a la práctica. En el caso español, esta supuesta política de turismo cultural se diseña e implementa en un sistema multinivel que funciona según los siguientes principios: (1) protagonismo indiscutido de las Comunidades Autónomas; (2) papel variable del Gobierno Central según ámbito e (3) importancia desigual del nivel local. Los veremos a continuación. En primer lugar, tanto en cultura, como en turismo, el nivel de gobierno que asume la competencia y el liderazgo en ambas políticas en nuestro país es el autonómico. Con mayor o menor protagonismo según los territorios y los gobiernos de los territorios, son las Comunidades Autónomas la pieza clave del sistema. En el caso de cultura, el artículo 148 establece, en varios epígrafes, que las Comunidades Autónomas podrán asumir competencias en artesanía; museos, bibliotecas y conservatorios de música de interés para la comunidad autónoma; patrimonio monumental de interés de la comunidad autónoma; el fomento de la cultura, de la investigación y, en su caso, de la enseñanza de la lengua de la comunidad autónoma. En relación con el turismo, el mismo artículo es mucho más sencillo y directo estableciendo que las Comunidades Autónomas podrán asumir competencias en la “promoción y ordenación del turismo en su ámbito territorial”, frase que resume, de hecho, cualquier competencia en materia de turismo. Todas las Comunidades asumieron

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dicha competencia, lo que no significa necesariamente que hayan desarrollado una política turística para su territorio. En segundo lugar, el Gobierno Central mantiene algunas competencias, pero su posición es muy diferente en cultura y en turismo. En cultura el artículo 149 atribuye al Estado la competencia exclusiva sobre las siguientes materias relacionadas con la cultura: legislación sobre propiedad intelectual e industrial; defensa del patrimonio cultural, artístico y monumental español contra la exportación y la expoliación; museos, bibliotecas y archivos de titularidad estatal. El mismo artículo 149, en cambio, no reconoce ninguna competencia al Gobierno Central en materia de turismo. Tras décadas de conflictos competenciales, la lógica jurídica que se aplica hoy es que el Gobierno Central podrá intervenir en algunos aspectos del turismo, dada su importancia económica y social, apoyándose en otros títulos competenciales de este. Así, dado que disfruta de la competencia de coordinación general de la economía, el gobierno central puede aprobar planes de apoyo al sector turístico que mejoren su competitividad o sostenibilidad, así como proponer acciones de armonización entre diferentes Comunidades Autónomas. Y, apoyándose en su competencia sobre el comercio exterior, realiza las labores de promoción. Estas dos actividades resumen las dos acciones básicas de los gobiernos constitucionales en la materia (Velasco, 2004). En materia de turismo los instrumentos de cooperación entre actores han jugado un papel muy relevante. La Conferencia Sectorial de Turismo y la Mesa de Directores Generales de Turismo han sido una pieza clave en el sistema multinivel del turismo. Desde su creación en XX todos los planes diseñados para el turismo por el Gobierno Central se han aprobado por la Conferencia Sectorial, lo que ha permitido que las Comunidades se sintieran luego legitimadas para hacerlos suyos, o no, en sus respectivos territorios. Algunas de las acciones más significativas de política turística, además de los planes generales que articulan el periodo, tienen el mismo origen. En contraposición, la Conferencia Sectorial de Cultura ha tenido menos peso en el sistema. Su funcionamiento ha dependido mucho del color de gobierno (ha sido más utilizada por los gobiernos del PSOE que por los del PP), pero tampoco ha interpretada igualmente por las Comunidades Autónomas que en materia de turismo. En cultura, el uso sistemático que se hizo de la misma en la etapa 2004-2008, “levantó las suspicacias especialmente en la Generalitat, el Gobierno Vasco y el bipartito de la Xunta, por lo que trabajaron por resucitar el GALEUSCA cultural como desarrollo de un tradicional intercambio de información y experiencias de política cultural entre las tres administraciones autonómicas” (Zallo, 2011:70). Por último, el papel local tiene también un peso diferente según el sector, aunque en ambos casos están previstas las competencias de manera similar (el artículo 25.2, Ley 7/1985 de Bases del Régimen Local establece h) Información y promoción de la actividad turística de interés y ámbito local m) Promoción de la cultura y equipamientos culturales). La importancia de los gobiernos locales en materia de cultura es evidente si vemos las cifras de gasto en cultura según nivel de Gobierno. Las cifras muestran que son las entidades locales las que más gastan en materia de cultura, asumiendo un protagonismo en el sistema mucho más alto que en turismo. No tenemos en el país una fuente que nos

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permita conocer qué invierte cada nivel de gobierno en materia de turismo, pero sí sabemos que en materia de turismo los gobiernos locales, en su mayoría, han concentrado su actividad en mantener puntos de información turística, en acciones de promoción de dudosa utilidad (como Fitur) y en sistemas de señalética turística que, en los últimos años se aceran más a la idea de gestión de flujos apoyadas en el desarrollo de apps turísticas municipales.

3. ACCIONES CONCRETAS. ARTICULACIÓN O IGNORANCIA No es sencillo seleccionar algunos casos que ejemplifiquen la realidad de la relación entre las acciones públicas en materia de turismo y de cultura en este sistema multinivel. Y no lo es por, al menos, tres razones. En primer lugar porque, como hemos expuesto, no hay un modelo de turismo cultural, por lo que no hay una sola forma de relación entre la cultura y el turismo, ni una única motivación en los turistas. Cada espacio tiene una dinámica concreta y el papel de la cultura y sus manifestaciones es contextual En segundo término, tampoco hay un solo tipo de destino. No todos tienen los mismos elementos culturales, ni todos los elementos culturales son igualmente destacados por los sistemas de difusión y comunicación (el impacto de una declaración como patrimonio de la humanidad en cualquiera de sus categorías ejemplifican bien esto). Por último, tampoco todos los destinos tienen los mismos recursos para trabajar de manera autónoma en el desarrollo del turismo cultural. De hecho, según los datos de la Tabla 1, el 95% de los municipios españoles tienen menos de 20.000 habitantes, siendo altísimo el porcentaje de estos que no superan los 500 habitantes. En todos estos micros destinos no existen recursos ni humanos, ni financieros, ni técnicos, específicamente destinados a un solo fin, generalmente las estrategias son transversales, más por razones de limitación que por una opción previa. En muchas ocasiones han sido los técnicos de desarrollo local los que han impulsado, haciendo usos de herramientas diversas, algunas acciones que hoy podríamos localizar de turismo cultural. Tabla 1. Tamaño de los municipios en España a 1 de enero de 2014 Tamaño de los municipios Total Menos de 101 habitantes 1220 De 101 a 500 2661 De 501 a 10.000 3484 De 10.001 a 20.000 353 De 20.001 a 50.000 254 De 50.001 a 100.000 83 De 100.001 a 500.000 56 Más de 500.001 6 (Fuente: INE, Cifras Oficiales de Población de los Municipios Españoles: Revisión del Padrón Municipal, diciembre de 2014)

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3.1. Acciones concretas del Gobierno Central en relación con el turismo cultural En España, el Gobierno Central, a pesar de que las competencias en materia de turismo son de las Comunidades Autónomas, ha impulsado algunas acciones en materia de turismo cultural. Expondremos tres planes sucesivos (y muy similares en cuanto a contenidos) de promoción del turismo cultural que fueron aprobados en 1994, 2001 y 2009 y un instrumento de cooperación para el Camino de Santiago. Respecto de los planes, en 1994 se firma un Acuerdo Marco, entre el Ministerio de Cultura y el de Comercio y Turismo, para “coordinar la actuación de ambos ministerios en la gestión integral de bienes culturales y permitir el desarrollo armónico y equilibrado de sus valores sociales, culturales y económicos en la búsqueda de la excelencia del turismo cultural” que deriva en el impulso del “Paseo del Arte” de Madrid, itinerario de turismo cultural que engloba, bajo un mismo producto, las tres principales pinacotecas del centro de la ciudad: Museo de Prado, Museo Reina Sofía y Fundación Thyssen-Bortzmisa (Velasco, 2004). Siete años más tarde, en julio de 2001 se aprueba el Plan de impulso al turismo cultural e idiomático (2002-2004). El Plan nace en el seno de un órgano de cooperación vinculado a la política cultural, la Comisión Delegada del Gobierno en Asuntos Culturales, y se apoya para su implantación tanto en la administración turística como en el Instituto Cervantes, como institución de reconocida en la enseñanza de español en el extranjero. Contiene diversas medidas agrupadas en los siguientes ejes de actuación: 1. Creación de oferta turística cultural (como la aprobación se sistemas de calidad en la gestión de recursos culturales, la mejora en la gestión de eventos o la ampliación de horarios en recursos culturales). 2. Sensibilización respecto del turismo cultural y estructuración del sector (con la declaración del año 2002 como Año del Turismo Cultural en España, la celebración de un congreso internacional y la impartición de módulos formativos). 3. Gestión de la información cultural y aprovechamiento de las nuevas tecnologías (mediante la realización de un inventario de recursos y productos culturales y la creación de un sistema de información). 4. Plan marketing de turismo cultural (que incluirá una campaña de publicidad, una de relaciones públicas y con los medios, el apoyo a determinadas marcas culturales, apoyo a la comercialización e investigación del turista cultural). 5. Enseñanza de español como recurso turístico (con un programa de fortalecimiento de la oferta de centros docentes y títulos oficiales y un plan de marketing específico). 6. Coordinación (se pretende crear un Consejo Promotor de la Enseñanza del Español en España) (Instituto de Turismo de España, 2002). El impacto del plan no fue significativo ya que gran parte de las acciones previstas no se implantaron. En 2009 se recupera, en parte, la idea y se propone el Plan de Promoción del Turismo Cultural 2010-2012. Un plan menos ambicioso y centrado en la promoción y difusión de los productos culturales en el exterior dirigidos a fomentar el destino "España Cultural". Se coordina entre los Ministros de Cultura, de Industria, Turismo y Comercio y de

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Asuntos Exteriores y de Cooperación. Para la consecución de sus objetivos, se establecen cuatro áreas de acción relativas a: 1. Museos (Paseo del Arte de Madrid; Futura Red de Museos de España). 2. Festivales de Teatro, Música y Danza (Creación de las redes de festivales de teatro, música y danza; Red internacional de festivales de teatro, música y danza). 3. Promoción de itinerarios culturales temáticos. 4. Promoción del turismo idiomático: Red de Centros Asociados; promoción de la oferta de cursos no reglados de español en nuestro país; promoción internacional del turismo idiomático; difusión del turismo idiomático y de materiales didácticos en ferias internacionales. También en 2009 se firma un acuerdo por el que se insta a los Ministerios de Cultura y de Industria, Turismo y Comercio a que adopten medidas para la simplificación de los procedimientos de recaudación de derechos de propiedad intelectual en el sector turístico español. Más allá de estas acciones puntuales, en 1991 se crea el Consejo Jacobeo, como órgano de cooperación que impulsa una acción conjunta entre la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas por donde pasan los Caminos de Santiago históricos. Tiene como funciones (Real Decreto 1530/1991, de 18 de octubre): •

Actuaciones para la delimitación, señalización, trazado y mantenimiento del Camino de Santiago en todos sus ramales históricos.



Actuaciones para la rehabilitación y conservación de los bienes vinculados al patrimonio histórico-cultural del Camino de Santiago.



Actividades para la promoción del Camino de Santiago y su difusión cultural y turística, nacional e internacional, con especial atención a las de asistencia al peregrino.



Actuaciones específicas en relación con la celebración de los Años Santos Jacobeos.



Actuaciones para la mejora paisajística y medioambiental del entorno del Camino de Santiago.

Además de reuniones periódicas, en el Consejo se ha trabajado para la ampliación del bien declarado Patrimonio Mundial a los Caminos de Santiago del Norte peninsular o para la coordinación, promoción y difusión de actividades culturales en el Camino de Santiago. En lo que claramente se ha avanzado, o se han comunicado avances, es en un estudio y propuesta de las actuaciones para la delimitación, señalización, trazado y mantenimiento del Camino de Santiago en todos sus ramales históricos. 3.2. Actuaciones lideradas por Comunidades Autónomas con impacto en espacios locales Un ejemplo de uso de la cultura como base para la creación de un entorno atractivo para el turismo es el conjunto de acciones que se han impulsado alrededor de los Monasterios de Yuso y Suso, en San Miguel de la Cogolla, en la Comunidad Autónoma de la Rioja. Este espacio fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997 por razones históricas,

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artísticas y religiosas y por motivos lingüísticos y literarios, ya que se considera el lugar del origen del castellano. Impulsado por el Gobierno de la Comunidad Autónoma, en 1998 se crea la Fundación San Millán de la Cogolla para la conservación y gestión del conjunto y de las actividades culturales y, algunos años más tarde, el Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española, del que dependen a su vez tres institutos de investigación: “Orígenes del Español”, “Historia de la Lengua” y el denominado “Literatura y Traducción”. Durante las obras de restauración de la Iglesia del Monasterio de Yuso (2007-2010) por iniciativa de la Fundación San Millán de la Cogolla, la Fundación Caja Madrid y la Orden de Agustinos Recoletos se creó un programa de talleres, Aula de Patrimonio, dirigido a centros educativos de La Rioja, para que los más jóvenes se implicaran en la conservación y difusión del patrimonio cultural de su entorno. Este programa se transforma en el programa “Emilianensis: Descubre los Monasterios de La Rioja”, con el objetivo de promover la consolidación de un programa educativo y turístico que favorezca el desarrollo sostenible del valle de San Millán de la Cogolla. Para ello cuenta con el apoyo de la Orden de Agustinos Recoletos y del Ayuntamiento de San Millán de la Cogolla y con la financiación del programa comarcal La Rioja Occidental– Programa LEADER (http://www.cilengua.es/) La Fundación San Millán, se hace cargo de un servicio de autobús turístico entre los Monasterios de Yuso y Suso que permita un mejor control del uso turístico del Monasterio de Suso. También se han realizado varias acciones para concienciar e implicar a los vecinos de los pueblos del valle de San Millán (Estollo, Berceo y San Millán de la Cogolla) en la difusión y conservación del patrimonio cultural y natural de su entorno (conferencias sobre la Convención del Patrimonio Mundial, talleres, visitas teatralizadas y conciertos). El conjunto de actuaciones ha conseguido estrechar los lazos de colaboración entre el ayuntamiento de San Millán de la Cogolla, el Monasterio de Yuso y las asociaciones locales con el fin de difundir y conservar el patrimonio cultural y natural. 3.3. Turismo cultural urbano. Málaga, una coordinación aparente. Málaga podría ser un ejemplo significativo de un destino turístico consolidado y basado en el producto soy y playa que, en un determinado momento, decide incorporar la cultura a su realidad urbana y apoya su imagen de ciudad en este nuevo factor. Con esta idea en 1996 se aprueba un Plan de Desarrollo Turístico Cultural, cofinanciado por el Gobierno Central a través del Plan Futures, con el que da comienzo la rehabilitación de diversos bienes patrimoniales, entre otras la rehabilitación integral de la Casa Natal de Picasso. Más adelante se redactó el Plan Especial Málaga, Capital del Turismo Urbano y Cultural, que reunió al Ayuntamiento, Cámara de Comercio, Turismo Andaluz, Patronato de Turismo de la Costa del Sol y Unicaja y cuyo objetivo fue fomentar el turismo en torno a la figura de Pablo Ruiz Picasso. Este esfuerzo, apoyado en el peso económico del turismo en la ciudad, ha conllevado que hayan sido los planes turísticos los determinantes en decidir qué zonas de la ciudad histórica eran remodeladas, sin integración con otras políticas urbanas y centrándose en el entorno de las atracciones turísticas más visitadas, no teniéndose en cuenta su incidencia en la población o en la variedad de usos. La imagen cultural de Málaga es contradictoria: por un lado la ciudad se alinea con Picasso, abre sedes de otros grandes museos (Thyssen o Pompidou), instala esculturas

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contemporáneas e invita a grafiteros para decorar las fachadas del ensanche de Heredia. Por otro lado, inaugura varios museos en torno al arte más costumbrista y tradicional, se han instalado numerosas casas de hermandad y esculturas religiosas y se ha dado un nuevo impulso a las procesiones, no solo en Semana Santa. La identificación con Picasso sirve para transmitir la idea de ciudad creativa y vanguardista, sin embargo solo interesa su faceta menos controvertida, basta recordar la polémica desatada en torno a una exposición en el museo con obras en las que el pintor apoyaba la causa republicana durante la Guerra Civil Española (Barrera, 2014:876). 3.4. Patrimonio minero en comarcas en declive industrial. Actuaciones multinivel con problemas de sostenibilidad. Podrían ser los proyectos multinivel los que mejor impulsaran acciones en el campo del turismo cultural y en este sentido, y como ejemplo, queremos señalar un grupo de intervenciones relacionadas con el patrimonio industrial, en especial con el patrimonio minero, que se han impulsado en diferentes comarcas españolas. El patrimonio minero, como parte del patrimonio industrial, se convierte a partir de los años noventa en un recurso que despierta el interés de los decisores culturales y turísticos, según aumenta la conciencia de la necesidad de protegerlo y de trabajarlo como un recurso cultural que puede convertirse en un factor de desarrollo turístico. En un determinado momento comienzan a realizarse intervenciones en las que hay participación de agentes muy distintos (Cañizares Ruiz, 2011): la Unión Europea a través de diferentes fondos y programas (Leader, Proder para áreas rurales, Plan Miner 1998-2005 y Plan del Carbón 2006-2012); el Ministerio de Cultura a través del Plan de Patrimonio Industrial; el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, en colaboración con las Comunidades Autónomas y redes de municipios implicados a través de los Planes de Dinamización Turística (Cuencas Mineras Asturianas 2000-2002; Montaña Palentina 2001-2003; Las Médulas 2001-2003 o Sierra de La Unión y Cartagena 2005-2008). A estos se suma otros entes públicos, como Minas de Almadén y Arrayanes (Mayasa) o la Fundación de Ferrocarriles Españoles en el caso del Programa Vías Verdes Españolas (muchas de ellas vinculadas con la minería) y alguna fundaciones privadas como la Fundación Riotinto en el caso del Parque Minero del mismo nombre o la Fundación Sierra Minera en el Parque Minero de la Unión (Murcia). Todo ello impulsó que en el año 2011 hubiera más de 260 elementos y conjuntos minerometalúrgicos españoles protegidos, año en el que ya existían más de 120 museos (véase el minucioso trabajo de recopilación de Puché Riat et allí). Este incremento de la oferta no parece, sin embargo, estar apoyada en otra necesidad salvo la de intentar buscar otras alternativas a comarcas con dificultades para el desarrollo productivo. Y todo este esfuerzo choca con factores que debitan profundamente su viabilidad e impacto: las dificultades y carestía de la conservación de los recursos que, fuera de su explotación comercial, recae exclusivamente en el sector público o “la ausencia de una demanda bien definida y suficientemente numerosa para justificar las grandes inversiones que su adaptación al turismo normalmente exige” (Valenzuela, Palacios e Hidalgo, 258) 4. Conclusiones El turismo cultural no es una actividad uniforme. Esto significa que nos enfrentamos a una experiencia heterogénea que precisaría de un conjunto de diferentes acciones para

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potenciar distintas experiencias relacionadas con lo que supone el contacto con una cultura diversa a la de nuestro entorno habitual fuera capaz de sugerirnos. Según objetivos e intensidades diferentes. Ante un fenómeno como este, tampoco sabemos si utilizar los argumentos que legitiman la intervención de los actores públicos en material de turismo (argumentos económicos que ligan un mayor bienestar a un mejor funciónamelo de los mercados) o a cultura, vinculándolo a la posibilidad de hacer efectivos los derechos culturas o de satisfacer demandas de una mejora de la vida cultural de los ciudadanos. Esta doble visión determina claramente el conjunto de objetivos y acciones que se despliegan después cuando se diseña una política para el turismo cultural. Si observamos lo ocurrido hasta ahora, en nuestro país no existe un conjunto articulado y coherente de acciones que se diseñen e implanten desde un análisis integrado del mundo de la cultura y del turismo, considerando sus lógicas y sus principios de funcionamiento, obligando a cooperar actores o a diseñar de manera conjunta acciones que satisfagan a ambos mundos, aunque podemos encontrar ejemplos concretos que han realizado aproximaciones de interés a este vínculo creciente. Nosotros hemos escogido algunos que no fueran muy conocidos y que observan acciones impulsadas por diferentes niveles de gobierno. Bibliografía Antón Clavé, S. y González Reverté (2007). A propósito del turismo. La construcción social del espacio turístico UOC, Barcelona. Barrera Fernández, D. (2014) Corrientes de pensamiento en la gestión patrimonial y turística de la ciudad históricas. Tesis Doctoral [http://riuma.uma.es/xmlui/handle/10630/7864]. Barreto, M. (2007). "Turismo y cultura. Relaciones, contradicciones y expectativas" PASOS, Revista de Turismo y Patrimonio Cultural E-book, Colección PASOS edita, nº 1. [www.pasosonline.org]. Bonet i Agustí (2013) Turismo cultural: una reflexión desde la ciencia económica. Barcelona, Portal Iberoamericano de Gestión Cultural [http://www.gestioncultural.org/gc/es/pdf/LBonet_Reflexion.pdf] Bourdieu, P. (2006). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Madrid, Taurus (3ra. edición). Calle Vaquero, M., J. I. Pulido Fernández y M. Velasco González. (2013). Turismo Cultural. Madrid, Síntesis. Calle Vaquero, M. de la (2001). La ciudad histórica como destino turístico. Barcelona, Ariel. Cañizares Ruiz, M.C. (2011) “Protección y defensa del patrimonio minero en España”. Scripta Nova. Universidad de Barcelona. Vol. XV, núm. 361. [http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-361.htm] Cohen, E. (2005). "Principales tendencias en el turismo contemporáneo." Política y Sociedad 42, Nº1. Donaire, J.A. (2008) Turisme cultural. Entre l´experiència i el ritual. Bellcaire d´Empordà. Edicions Vitel·la.[Edición en castellano: (2012) Turismo cultural. Entre la experiencia y el ritual. Bellcaire d´Empordà. Edicions Vitel·la]. ICOMOS (1999). Carta Internacional sobre Turismo Cultural. La Gestión del Turismo en los sitios con Patrimonio Significativo. México, ICOMOS.

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