Reino Unido y España: vidas paralelas (imitando a Plutarco), Punto de Vista Editores, Madrid, 19 de septiembre de 2014

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Reino Unido y España: vidas paralelas (imitando a Plutarco) Roberto Muñoz Bolaños, Punto de Vista editores, 19 septiembre, 2014

Resulta curioso que Reino Unido y España, dos países que a lo largo de la historia se han mirado con tanto recelo, y cuyos habitantes, especialmente en el caso español, tienen especial inquina por los del otro país, se parezcan en tantas cosas. Pero, ¿por qué digo esto? Aportemos razones históricas y geográficas. a) Ambos son, desde el punto de vista geográfico, naciones “hechas por la naturaleza”. España ocupa la mayor parte de la península Ibérica y Gran Bretaña es una isla. Sin embargo, a pesar de esa ventaja geográfica que hubiera facilitado su conformación como naciones jurídico-políticas, en ambos casos han existido y existen fuertes tensiones centrífugas. Tensiones que acabaron con la posibilidad de crear una nación única en la península Ibérica, con la separación definitiva de Portugal en el siglo XVII, y que en Reino Unido pueden producir un proceso similar si se confirma la independencia de Escocia. Esta característica les diferencia de Francia, el tercer Estado moderno de Europa, que careciendo de fronteras naturales, salvo por el Sur y el Oeste, y aunque siempre ha tenido algunas tensiones centrífugas en Córcega o Bretaña, sí se ha conformado como nación indiscutible y relativamente indiscutida. b) Ambos países han sufrido invasiones que han conformado su historia y su cultura. En el caso español, sobre el sustrato ibérico/indoeuropeo, se sucedieron las invasiones romana, germánica-visigoda y la más importante, la musulmana, ya que destruyó la

unidad política-jurídica que habían mantenido las invasiones anteriores. En el caso británico, las sucesivas invasiones –romana, anglo-sajona y normanda– destruyeron la unidad cultural que existía con anterioridad, de base céltica, y fueron claves para la conformación de Gales y Escocia; como la musulmana lo fue para que se conformaran los distintos reinos cristianos de la Edad Media que nunca terminaron de soldarse definitivamente. c) Los dos países han tenido una fuerte vocación exterior. En este sentido, los dos Estados ibéricos se adelantaron al resto de naciones europeas, y conformaron sus imperios a partir del siglo XV. Reino Unido comenzaría a crear el suyo a partir del siglo XVI; pero, no sería hasta la centuria siguiente, cuando –tras las dos guerras victoriosas frente a los Países Bajos– comenzó a dominar los mares y, por tanto, las rutas comerciales, y a ampliar sus colonias. Esta expansión exterior, que permitió a españoles y británicos conformar las dos civilizaciones occidentales más importantes de la Historia, y extender su idioma y su cultura por todo el mundo, tuvo una contraprestación: la no creación de naciones modernas que abarcaran respectivamente la totalidad de su territorio metropolitano. Los españoles porque, desde el primer momento, definieron un concepto político característico, el de Monarquía Católica, para englobar las enormes posesiones que tenían, y donde si bien había un cierto predominio castellano, tenía un carácter global, como demuestran los grandes generales y almirantes de los Austrias, de procedencias muy diversas –españoles (castellanos, catalanes), flamencos, italianos, alemanes–. Es cierto que en el siglo XVIII, las posesiones europeas y algunas españolas se perdieron tras el Tratado de Utrecht (1713), lo que unido a las reformas interiores de Felipe V, permitió conformar el primer Estado español unificado, con la salvedad de las provincias vascongadas y Navarra. No obstante, en el imaginario colectivo español y en su cultura política siguió primando esa visión imperial, como demostró la política italiana de Felipe V y la política mundial de Carlos III. Solo la pérdida del Imperio americano en el primer cuarto del siglo XIX hubiera permitido, en la centuria del nacionalismo, haber conformado un verdadero Estado auténticamente español estable. Sin embargo, la decadencia que comenzó entonces y culminó en 1936, lo impidió; convirtiendo a España en una estructura política enferma. De hecho, el no haber participado en las dos guerras mundiales, unido a la propia guerra civil, donde uno de los bandos, el sublevado, utilizó los símbolos nacionales históricos –bandera, himno, condecoraciones, e incluso el propio nombre de España, al autodenominarse “Estado

Español” –, provocó que las masas obreras, a diferencia de lo que ocurrió en las grandes naciones europeas, no se identificaran con la nación española. Por el contrario, surgió una actitud de rechazo ante esos símbolos e incluso ante esa misma nación en amplios sectores de la izquierda, que no dudaron en apoyar las reivindicaciones del nacionalismo periférico –surgido en el siglo XIX–, coincidiendo con la crisis del Estado español y el desarrollo de la revolución industrial en las provincias vascas y Cataluña. No obstante, España como nación pareció renacer tras la dictadura del general Franco en 1975. Sin embargo, las tensiones internas, las diferencias socio-económicas y la carencia de un proyecto político único, lo han impedido. De hecho, ahora, en 2014, ha explotado definitivamente esa idea de España en conflicto entre una periferia federalista y una meseta centralista. Conflicto que tuvo su primera manifestación en el asunto de Antonio Pérez, a finales del siglo XVI, y que luego culminaría con las rebeliones de 1640, la guerra de Sucesión (1700-1714) y las guerras carlistas en el siglo XIX. Ese conflicto, que no hemos logrado resolver, es el primer problema de España. En el caso de Reino Unido, la situación ha sido muy similar. La gran potencia mundial del siglo XIX, la pionera de la revolución industrial, fue una nación en la Edad Contemporánea sin identidad propia hasta el extremo de que se hablaba de Imperio Británico y no de Reino Unido. Imperio Británico, término equivalente al de Monarquía Católica, y que fue clave en la derrota de Alemania en las dos guerras mundiales, y también en la no definición ni creación de un Estado fuerte hasta el extremo de que los diferentes gobiernos británicos en este periodo mantuvieron las instituciones locales, y fueron incapaces de crear una policía nacional –Scotland Yard es la policía metropolitana de Londres, aunque dado su prestigio, actúa, por petición de las autoridades locales, en toda Gran Bretaña–. Ni siquiera las dos guerras mundiales, a pesar del enorme sacrificio que supusieron para el país, crearon un nacionalismo británico. Por el contrario, tras el primer conflicto mundial, el Reino Unido se vio obligado a conceder la independencia de facto a Irlanda en 1925, comenzando así la disgregación de esta estructura política, aunque conservó el Ulster. Pero sería tras la Segunda Guerra Mundial cuando se demostraría el carácter endeble del Estado británico, cuando la pérdida del Imperio, unida al hundimiento de la industria británica, la creación de una poderosa estructura financiera en torno al Gran Londres y la aparición de petróleo en las costas escocesas, provocaron un enorme desequilibrio económico en el país, haciendo que las tensiones nacionalistas que hasta entonces

estaban soterradas, hayan vuelto a aparecer, y las tres naciones de la Isla –Escocia, Inglaterra y Gales– han empeorado sus relaciones enormemente. Por el contrario, Francia, un país sin fronteras naturales y sin un rico imperio exterior en la Edad Moderna, y tampoco en la Edad Contemporánea –el raj indio o Canadá eran más valiosos que todo el Imperio francés de los siglos XIX y XX–, planteó un proyecto político de expansión europea, buscando sus fronteras naturales en el Este –el rio Rin y la cordillera de los Alpes–, que si bien nunca alcanzó, si fue acompañado de la creación de un Estado fuerte y de un nacionalismo potente, que alcanzó su punto culminante con la Primera Guerra Mundial, la guerra francesa por excelencia, que trajo como consecuencia la nacionalización de las masas, producto de los sacrificios en las trincheras y del orgullo de la victoria. El resultado de este proceso fue que las diferencias regionales, muy fuertes antes de la Revolución Francesa, desaparecieran casi completamente, y hoy sean muy débiles sin las comparamos con las españolas y británicas. Este es el origen de los problemas políticos de Reino Unido y España, las dos naciones europeas más importantes, ya que han sido la clave para la extensión de la cultura occidental por todo el mundo y para la creación de dos civilizaciones, que con todos sus defectos, han hecho una aportación única al mundo, como ha reconocido el gran historiador John Elliot. Espero, de corazón, que ambas resuelvan sus graves problemas internos, y sigan manteniendo sus fronteras actuales porque el mundo desde el siglo XV no podría explicarse sin la existencia de ambas. Sería muy triste que llegara el día en que la historia de Europa, de América y del mundo tuviéramos que analizarla refiriéndonos a España y a Reino Unido en pasado.

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