Regocijo popular y lealtad aristocrática en el Paraguay del siglo XVIII: La jura del rey Carlos IV en 1790

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Regocijo popular y lealtad aristocrática en el Paraguay del siglo XVIII: La jura del rey Carlos IV en 1790

Fernando Aguerre Core Profesor Titular de Historia de América Moderna Facultad de Humanidades y Educación Universidad de Montevideo

Resumen: La fiesta ha desempeñado una función importante desde que los grupos humanos alcanzaron un cierto grado de desarrollo. La Corona española concedió a esta manifestación de alegría un lugar importante en la vida de los pueblos de América. Su principal objetivo, se ha dicho, era “reforzar, mediante la ostentación y la persuasión” los “valores del Antiguo Régimen”. En los últimos años del siglo XVIII, tanto en la ciudad de Asunción como en las otras capitales del virreinato platense, las fiestas cívicas cobraron un mayor esplendor. En este artículo se estudia la celebración de la jura del rey Carlos IV, efectuada en la ciudad de Asunción en el año 1790. Para ofrecer un marco más amplio de análisis, se incluye la crónica de la misma fiesta celebrada en la ciudad de Montevideo. Tan señalado acontecimiento no podía alejarse del festejo popular al que debían proveer tanto las autoridades públicas como los vecinos principales, interesados unos y otros en animar las manifestaciones de lealtad que el gobierno esperaba de sus dominios. Cada uno de los habitantes ocupaba en la fiesta el lugar que le correspondía; la participación, en contraste con el presente, era masiva. Los festejos en las calles y plazas ofrecían la posibilidad de enseñar a propios y extraños el colorido local y los recursos que se ponían en juego para manifestar el júbilo de los súbditos. Las demostraciones y juegos que en honor del nuevo monarca ofrecieron los vecinos principales de Asunción eran prueba de su lealtad a la monarquía, aunque ésta haya sido tan fugaz como la historia posterior lo vino a enseñar. Así como en la celebración le tocaba en suerte al pueblo exteriorizar su alegría, a los vecinos principales les correspondía exhibir su valentía en honor propio y honra de la Corona. La crónica de aquella lejana fiesta en Asunción nos deja una enseñanza: el “regocijo” permanece siempre, la “lealtad” con frecuencia cambia.

1. Las fiestas cívicas de la América hispana en el siglo XVIII

1.1. La fiesta: su lugar en la sociedad

La fiesta ha desempeñado una función importante en la sociedad desde que los grupos humanos alcanzaron un cierto grado de desarrollo. La necesidad de descansar de las fatigas diarias cambiando de actividad y de celebrar lo que se ama con actividades diversas a las ordinarias es un fenómeno natural o de ley natural. Si acudimos a la tradición judeo-cristiana, que proporciona una buena parte del sustrato en el que se funda la fiesta en Hispanoamérica, en el antiguo Israel la previsión de la ley natural se vio reforzada por un precepto divinopositivo. El tercer mandamiento de la ley establece que el séptimo día es de descanso “en honor del Señor, tu Dios”, como dice el texto; en consecuencia, ninguno de los integrantes del pueblo elegido podía trabajar ese día, tampoco lo hacían los siervos ni el extranjero que habitaba junto al israelita. En el mismo libro del Éxodo también se detallan las fiestas que en honor de Dios el pueblo elegido debía celebrar tres veces al año, así como la ley del año sabático.1 Otras connotaciones tenía el dies festus entre los romanos -de donde procede la palabra castellana “fiesta”-, que a la par de las conquistas del imperio se extendió por todo el occidente europeo. Algunas de las fiestas romanas dieron lugar a las celebraciones de la tradición occidental y cristiana que asumieron formas diversas en los reinos europeos. Así ocurrió también en el solar hispano; desde allí la fiesta atravesó el Atlántico para llegar al Nuevo Mundo y florecer en él con características propias en las que –con frecuencia- influyeron las costumbres indígenas.

En líneas generales, en toda fiesta hay elementos de sacralidad religiosa más o menos visibles; así ha ocurrido en todos los lugares y en todos los tiempos.2 En cualquier caso, la fiesta está habitualmente asociada a la expresión de alegría o júbilo y excluye en principio el trabajo ordinario. Para la expresión de tales sentimientos -también del dolor y la penitencia que

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Libro del Éxodo 23, 10-19. Para conocer la historia de la fiesta en Occidente ver María Pilar Monteagudo Robledo, “Fiesta y poder. Aportaciones historiográficas al estudio de las ceremonias políticas en su desarrollo histórico”, en Pedralves. Revista d’ historia moderna, nº 15 (1996), pp. 173-204. 2

pueden estar presentes en la fiesta-, se necesita un espacio libre de otras responsabilidades.3 La fiesta que se inició como un “pasatiempo individual o de pocos participantes” pasó luego a estar asociada a colectivos más amplios; el poder intervino más tarde, intentando y consiguiendo efectivamente regularla en provecho propio y para protección del sistema. Aparecen de esta manera normas y presupuestos adaptados a los tiempos y los lugares, estableciéndose quiénes intervenían en la fiesta y cuál era el lugar que debía ocupar cada persona.4

La Corona española en su programa teológico-político concedió a la fiesta un lugar importante en la vida de los pueblos de América. Los diversos aspectos de ésta se fueron regulando con el paso del tiempo. En las Leyes de Indias hay previsiones generales que debían cumplirse en todo tiempo y lugar; también en América se dictaron normas apropiadas al caso concreto. Los ritos de la Iglesia Católica “ayudaron a crear una conciencia de identidad ciudadana” que “fortalecía la virtud y la lealtad cívica”,5 sin desdeñar en determinados circunstancias el “color local”, que fortalecía la adhesión. Desde la creación de la Sagrada Congregación de Ritos en el siglo XVI, la Iglesia Católica reguló “el ejercicio del culto” asociado a numerosas celebraciones cívicas.6 En Hispanoamérica, la mayor parte de las fiestas se significaban con actos del culto religioso como la celebración de una Misa solemne y el canto del himno de acción de gracias llamado Te Deum. Con razón se ha dicho que “invocar a Dios era una forma de colaborar con el monarca, en una identificación profunda de la

“La fiesta sería un ritual de exaltación colectiva, en un tiempo y un espacio separados, distintos (que instauran un paréntesis de sacralidad en la caducidad de lo real), fenómeno que recrea ritualmente la vida social, fortaleciéndola frente a la anomía de lo social. La fiesta sería una modificación del tiempo de la comunidad, modificación que permite la irrupción de lo sagrado en el tiempo de la cotidianeidad”, en Josetxu Martínez Montoya, “La fiesta patronal como ritual performativo, iniciático e identitario”, Zainak Cuadernos de Antropología-Etnografía, nº 26 (2004), San Sebastián, p. 352. 4 Cfr. Ángel López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones en la América Española, Madrid, Mapfre, 1992, p. 15. 5 Carlos A. Page, El espacio público en las ciudades hispanoamericanas. El caso de Córdoba (Argentina) siglos XVI a XVIII, Córdoba, Junta Provincial de Historia de Córdoba – Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Báez Ediciones, 2008, p. 179. 6 Ibid., p. 180. 3

prosperidad y el bien con la práctica religiosa y el respeto a su augusta persona”.7 No puede olvidarse, asimismo, la participación de la costumbre en la fiesta, con sus usos locales y propios, a la que obedece con frecuencia el carácter distinto que ofrecía una misma celebración en los diversos lugares del imperio español. Un elemento predominante en la fiesta hispanoamericana es la alta participación de las personas en las ceremonias y diversiones, mucho más alta que en las fiestas contemporáneas. A contrario de lo que puede suponerse, también los españoles americanos -no solamente los mestizos, los indios y las castas en generalparticipaban ruidosamente en las fiestas destinadas a exaltar la monarquía y sus símbolos.8 Sin duda, la fiesta obró en toda Hispanoamérica como un elemento favorable a la integración social.

La fiesta en Hispanoamérica no perseguía “solo, ni siquiera en primer lugar, un fin lúdico”, puesto que su auténtico objetivo era “reforzar, mediante la ostentación y la persuasión, unos valores –los del Antiguo Régimen-“ en los que se creía y se querían inmutables: “fidelidad a la Corona, aceptación del orden social y exaltación de la ortodoxia católica”.9 Si bien el historiador del Arte Antonio Bonet Correa ha definido “lo lúdico” en la América barroca -como “el desorden dentro del orden”-, no puede desconocerse que la fiesta “gozaba de un ensamblaje preciso”10. Estas consideraciones no excluyen -al contrario incorporan-, el componente de expansión de los sentimientos y de diversión connatural a la fiesta.

Ana Mª Martínez de Sánchez, “La regulación jurídica de lo cotidiano: fiesta y celebraciones. Córdoba del Tucumán en el último tercio del siglo XVIII”, en Memoria del X Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, México, UNAM, 1995, p. 894. 8 “Tradicionalmente la historia ha retratado a aquellos hombres como individuos graves y solemnes, de actitudes rígidas e infranqueables, de rostros severos y agresivos y vestidos con imponentes trajes. Paso a paso las nuevas investigaciones han ido revelando que aquellos magníficos señores, además de ser intrépidos aventureros, eran hombres en el más completo sentido de la palabra. Y, como tales, tuvieron necesidad de escaparse de la realidad que los envolvía”, en López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, p. 16. 9 María Isabel Viforcos Marinas, La ciudad hispanoamericana: reflexiones en clave de poder, Una propuesta docente para el EEES: Cómo enseñar desde la interdisciplinariedad. El poder en la época moderna, www.moderna1.ih.csic.es/cordoba/la_ciudad_ hispanoamericana.pdf 10 Citado en López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, p. 17. 7

Hay un aspecto, sin embargo, que los autores no siempre han atendido y tiene su importancia. Se trata de la fiesta como expresión de una identidad local. La pertenencia a un lugar concreto aflora discretamente en ocasión de una celebración. La fiesta siempre fue el escenario apropiado para la expansión del espíritu local que, con distintos trazos, está presente en el mundo hispanoamericano, tanto en su raíz europea como en la indígena, variando de un sitio a otro. La jura del rey Carlos IV en la ciudad de Asunción en el año 1790 ofreció la oportunidad -con colores propios- de la alegre expansión del pueblo y de la manifestación de lealtad a la Corona de sus principales vecinos.

1.2. La fiesta cívica La fiesta cívica en la América hispana estaba indisolublemente vinculada a los hechos ocurridos en la metrópoli; estos eran los fastos de la familia real, la victoria de sus banderas, o los lutos causados por la muerte del monarca u otras noticias dolorosas. Estas celebraciones reales tenían por centro y eje al monarca reinante. En la mayoría de los casos, “la figura real le resultaba [al pueblo] remota y casi mítica …; ni siquiera se tenía la imagen de la fisonomía del soberano, representado dudosamente en alguna moneda o lienzo”.

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En todas las fiestas

intervenía el poder político, es decir la Corona, a través de sus representantes, y también la Iglesia o poder espiritual, a través del clero secular y regular. “Sin la presencia de cualquiera de ellos no se daba conmemoración que tuviera cierta importancia”.12

En la fiesta cívica -como también en la solemne o religiosa- el protagonista principal aunque ausente era el Rey. Las máximas autoridades políticas y militares que representaban al

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Page, El espacio público en las ciudades hispanoamericanas, p. 188. López Cantos, Juegos fiestas y diversiones, p. 47.

monarca pueden ser considerados como coprotagonistas de la fiesta, y en razón de su investidura y representación recibían el homenaje y acatamiento debidos a aquel. Los vecinos principales y de distinción ocupaban el lugar de actores secundarios en el escenario variado de la fiesta; en muchos casos -como apunta un autor- no pasaban de ser “una comparsa de relleno”, en otros tenían un mayor protagonismo.13 En el caso de la jura real en Asunción puede apreciarse que los miembros más distinguidos de la sociedad ocuparon lugares significativos en la fiesta, lo que de por sí es un elemento distintivo local. Los integrantes del pueblo, el común, por su parte, eran meros espectadores; habitualmente componían un público devoto y conmovido ante el despliegue teatral de las ceremonias, los trajes, las ricas telas, las luces y la música, y también los juegos que divertían y pasmaban a grandes y chicos.

Dos fiestas principales estaban signadas por el contrapunto muerte y vida; así la muerte de un monarca originaba el luto real y el llanto de los súbditos, mientras el advenimiento de su sucesor provocaba el regocijo de todos los vecinos. La jura de un nuevo rey, que es la fiesta a la que se hace referencia en este estudio, se señalaba por la espera confiada en los beneficios que aparejaría el cambio para la monarquía. Eran como las dos caras de una misma moneda: la fidelidad al trono. La celebración que refería a la muerte de un monarca traía consigo la aparición de un monumento de arquitectura efímera, de carácter fúnebre: el túmulo. Esta construcción estaba signada por la temporalidad, que “se hacía evidente en los mismos materiales con que se construía: estuco, madera, telas”.14 El monumento fúnebre se colocaba en el crucero de la catedral o iglesia mayor, frente al altar; en su interior aparecía un féretro simbólico cubierto por las insignias reales. La altura del túmulo y la belleza de su factura, la cantidad y calidad de los cirios que lo ornaban y otras ofrendas particulares dejaban en

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Ibid., p. 34. Page, El espacio público en las ciudades hispanoamericanas, p. 189.

evidencia el lugar que ocupaba el difunto en la jerarquía real.15 Sin embargo, esto era variable y dependía de muchas circunstancias locales.

Por su parte, el acto de proclamación del nuevo rey estaba ungido de solemnidad y aparato festivo según lo permitieran las rentas propias del lugar. “Hasta el siglo XIV, el tradicional ritual establecía los actos de coronación, elevación del Solio Real y el tremolar de pendones. Esta última práctica será la única que se mantendrá entre los siglos XIV y XVIII”.16 La ceremonia se practicaba una vez cumplido el luto por la muerte del anterior monarca, según un orden prestablecido y observado en todos los casos. Un tablado adornado con lienzos y terciopelos se levantaba en la Plaza Mayor de la ciudad o en la principal del pueblo; tanto el Cabildo como las casas particulares de los vecinos principales se engalanaban con colgaduras, tapices o las telas más ricas que se poseían en los hogares. De acuerdo con el protocolo, el Alférez Real o quien lo representara recibía el estandarte real y procedía a las aclamaciones con la fórmula acostumbrada; ésta era respondida por el pueblo congregado en el sitio de la proclama. Desde la Plaza Mayor pasaban a otros lugares significativos de la ciudad o pueblo; la comitiva recorría las calles entre los gritos de aclamación del público para repetir la ceremonia en los lugares asignados. Una Misa con el canto del Te Deum era seguida de juegos diversos: toros, cañas y sortijas. Danzas y desfiles junto a la distribución de bebidas y alimentos daban la nota de alegría y color a la proclamación.17

En los últimos años del siglo XVIII, tanto en la ciudad de Asunción como en las otras capitales del virreinato platense, las fiestas cívicas cobraron un mayor esplendor, siempre atendiendo a los medios disponibles que eran reducidos. La creciente extensión de la

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Cfr. Ibid., loc. cit. Ibid., p. 188. 17 Ibid., p. 190. 16

solemnidad en las fiestas evidencia: “un aumento en la necesidad de exteriorizar el poder a través de los símbolos”.18 Al igual que todas las noticias de Europa, los hechos señalados de la Corona y principalmente los que marcaban la vida de los miembros de la Real Casa llegaban a América con un retraso evidente, por lo que la muerte del monarca o de otros integrantes de la familia real, la exaltación al trono del sucesor, al igual que los matrimonios y nacimientos reales, se celebraban en muchos puntos del imperio de Ultramar con la dilación correspondiente.

2. La jura de Carlos IV en Asunción

El buen rey Carlos III murió en la madrugada del domingo 14 de noviembre de 1788. El aviso del 23 de diciembre de 1788, que venía firmado por el consejero de Estado y secretario de Marina D. Antonio Valdés y por D. Antonio Porlier -entonces secretario del Despacho Universal de Indias-, llegó a América con la doble noticia del luto de Carlos III y la elevación al trono de Carlos IV. La nota fue recibida en Buenos Aires por el virrey Marqués de Loreto quien dispuso la comunicación a todas las ciudades de la jurisdicción virreinal, entre ellas la capital de la Intendencia del Paraguay. En nombre de Carlos IV se remitió un “real rescripto” a las autoridades residentes en América, con fecha del 24 de diciembre de 1788, a fin de que en todos los sitios se rindieran los honores y exequias debidas al monarca difunto y se efectuase el juramento de fidelidad al nuevo rey. Este documento fue recibido en Asunción y dio origen a los actos incoados por el soberano.19 El 6 de abril de 1789, el Alcalde de primer voto del cabildo asunceno citó a los capitulares para una sesión extraordinaria en la que se dio a conocer

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Ibid., p. 191. Cabildo Justicia y Regimiento de la Asunción, Asunción 17 de mayo de 1790. Archivo General de Indias (AGI), Buenos Aires, 263. 19

el contenido del pliego real.20 La crónica menciona que al conocer la noticia, los regidores se pusieron en pie “en señal de respeto” y mandaron que el cabildo se vistiera “de luto formal el día 10 del corriente mes, por término de seis meses”. Al mismo tiempo se ordenaron honras y oraciones fúnebres por el alma del monarca difunto a costa de la ciudad, dando cuenta de la muerte del rey al Ilmo. Obispo, Fr. Luis de Velazco y Maeda, para que el prelado dispusiera lo propio en esas circunstancias.21

Antes de que finalizara el período de luto, el cabildo asunceno se reunió para determinar la fecha en la que se procedería a la jura del nuevo soberano.22 Los regidores por mayoría de votos decidieron que la celebración tendría lugar el 4 de noviembre de ese año, fiesta de San Carlos Borromeo -santo patrono del difunto monarca y de su sucesor-, y una vez clausurado el tiempo de duelo. El paseo del pendón real tocaría en suerte al “señor regidor Decano propietario Don Fermín de Arredondo y Lovatón, a quien le corresponde por los estatutos en carencia del Alférez Real”, según se decidió en la sesión capitular.23 La jura se efectuaría de acuerdo a la costumbre inmemorial con la proclama en tres lugares diversos de la ciudad.24 El pendón sería llevado en paseo solemne con el acompañamiento de los regidores y del gobernador intendente, el teniente coronel D. Joaquín de Alós y Bru, y a continuación de la proclama se cantaría Misa y se rezaría el Te Deum en la Catedral. En la misma sesión se dispuso que la fecha debía estar señalada con las expresiones naturales de regocijo popular; así se dispusieron corridas de toros, juego de sortija y otros divertimentos para los vecinos y habitantes, más dos noches de comedia. Durante esas jornadas debían suministrarse refrescos a la concurrencia por parte de la ciudad;

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Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 6 de abril de 1789. Archivo Nacional de Asunción (ANA), en Carlos A. Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV, Asunción, Instituto de Numismática y Antigüedades del Paraguay 2, 1971, www.portalguarani.com 21 Cfr. Ibid., loc. cit. 22 Cfr. Ibid., loc. cit. 23 Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 2 de julio de 1789, en Ibid. loc. cit. 24 Dice al respecto Ana María Martínez de Sánchez: “No existe una legislación general sobre el modo de efectuar estos actos (se refiere a la jura o proclamación del monarca) que, indudablemente, se rigieron por la costumbre…”, en La regulación jurídica de lo cotidiano, p. 901.

mientras tanto, las luminarias y el engalanamiento de las casas correrían por cuenta de los vecinos.

Unos días antes de la fecha fijada para la jura del monarca se desataron grandes lluvias que destruyeron los pésimos pasajes de la ciudad y sus alrededores. Por esta razón, el Cabildo decidió retrasar la celebración y pidió al gobernador mano de obra indígena para llevar a cabo las reparaciones y obras necesarias.25 Alós no solo concedió lo solicitado sino que además dispuso que la jura pasase al 3 de febrero, fiesta patronal de San Blas en el Paraguay, lo que el Cabildo sancionó favorablemente en la primera sesión del año 1790.26 Sin embargo, dos días después, por diversas razones que hacían a la mejor organización de la ceremonia -entre otras las dificultades para hallar a quienes quisieren desempeñar el papel de “cómicos” en las comedias-, los regidores asuncenos determinaron trasladar la jura para el día 1º de mayo siguiente, fiesta entonces de los apóstoles Felipe y Santiago. En esos días llegó un pliego con la noticia del arribo a Buenos Aires del nuevo virrey, D. Nicolás de Arredondo, quien solicitaba el acatamiento de estilo de las autoridades del lugar.27

Los preparativos para la fiesta se venían realizando desde la fijación de la fecha original; la organización había sido puesta en manos de dos caracterizados vecinos y cabildantes, D. Fermín de Arredondo y D. Fernando Antonio de la Mora.28 Éste último enfermó y tuvo que ser sustituido por D. Francisco Olegario de la Mora.29 De Buenos Aires habían llegado ricas telas de damasco carmesí para confeccionar nuevos ropones a los maceros del cabildo secular y un

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Cfr. Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV. Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 2 de enero de 1790, en Ibid., loc. cit. 27 Ibid., loc. cit. 28 Fue el capitán D. Fernando Antonio de la Mora padre del prócer de la independencia paraguaya D. Fernando de la Mora, en Jerry W. Cooney The rival of Doctor Francia: Fernando de la Mora and the Paraguayan Revolution, Revista de Historia de América No. 100 julio-diciembre, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México 1985, pp. 201-229. 29 Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 19 de abril de 1790, en Ibid., loc. cit. 26

tapete para la mesa de su sala de juntas. Según el acta capitular, los ropones costaron cincuenta y cinco pesos más cuatro y medio reales de plata que se pagaron al sastre Josef Ferreira.30

Llegó finalmente el ansiado 1º de mayo, día señalado para la jura solemne de Carlos IV en la Asunción. Se desconoce si en este caso el gobernador Alós dictó un bando referido a la proclamación como lo efectuó, entre otros, el intendente de Córdoba, marqués de Sobremonte, quien no solo dispuso que la jura debía hacerse con “toda la pompa y brillo que corresponde a las circunstancias”, sino que además incluyó penas severas para quienes se abstuvieran de concurrir a la ceremonia y regocijo callejero.31 De aquel acontecimiento ocurrido en Asunción ha llegado hasta nuestros días el apretado relato de un acta capitular, la del 17 de mayo de 1790, en la que los regidores dan cuenta al monarca de haberse “evacuado la Rl. Jura, celebridad y fiestas q.e. le subsiguieron… en cumplimiento del Real rescripto de V.M.”.32 No se ha hallado en el caso de Asunción una relación detallada de las fiestas por la jura de Carlos IV como sí existen para Montevideo, Córdoba o Salta. No obstante, los indicios que existen de la jura asuncena la hacen semejante a las mencionadas; por esa razón, en lo que tiene de común ésta con las otras proclamaciones, es posible hacer algunas generalizaciones. Para un análisis comparativo que enriquezca el conocimiento de aquel suceso en la ciudad de Asunción, se recurrirá a la información contenida en la “Relación de las Fiestas” celebradas en Montevideo para la proclamación del mismo monarca.33.

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Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 18 de octubre de 1790, en Ibid., loc. cit. Cfr. Page, El espacio público en las ciudades hispanoamericanas, op. cit., p. 205. 32 Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 33 Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. Archivo Histórico Nacional (AHN), España, DiversosColecciones, 29, nº 43. 31

De acuerdo con el contenido del acta capitular del 17 de mayo de 1790, el cabildo asunceno “puso en execución jurar a V.M. por Rey, Príncipe, y Señor natural de estos Dominios y Provincia del Paraguay, verificándolo a su nombre el Capitán de Infantería Dn. Antonio Vigil, Individuo de este Cavildo creado por el Alférez Real para su efecto”.34 Este es un primer detalle llamativo de la proclama asuncena; el ayuntamiento modificó en los hechos la previsión legal para el caso de vacancia del Alférez Real que disponía su sustitución por el regidor decano. Cuando llegó la noticia a Buenos Aires extrañó sobremanera a las autoridades virreinales; éstas pidieron al Cabildo asunceno conocer la razón de aquella innovación. La respuesta no se hizo esperar; los de Asunción contestaron que había sido el gobernador intendente quien había eximido al regidor decano Arredondo de la jura, al tiempo que facultaba a la corporación municipal para que eligiese otro capitular que se encargase de efectuar la proclama. Realizada la votación, esa responsabilidad recayó en el mencionado Vigil.35 Si bien no consta en la información, es probable que la decisión de Alós obedeciera a un impedimento por edad avanzada o enfermedad del regidor Arredondo. Llegada la fecha de la jura real y tal como estaba previsto, Vigil “con el real Pendón en las manos en consorcio del Gobernador Intendente, su Teniente Letrado, el regimiento completo y todo el vecindario”, se dirigió “de las Casas Capitulares a la Plaza Mayor de esta Capital”.36 Allí se había construido un tablado, denominado por las actas “teatro elevado del suelo”, desde el cual Vigil “proclamó en voz alta el real nombre de V.M. jurándolo por nuestro Rey y Señor natural”.37 El acto de la jura se efectuaba levantando en alto el pendón real y pronunciando el nombre del monarca a lo que

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Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 35 Cfr. Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV. 36 Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 37 Ibid., loc. cit.

todo el pueblo congregado respondía a gran voz: “Viva el Señor Don Carlos Quarto nuestro Rey y Señor Natural a quien la Majestad Divina guarde y prospere dilatadísimos años”.38

La relación de la misma fiesta en Montevideo proporciona otros datos que, dejando a salvo las diferencias de uno a otro lugar, permiten aproximarnos más de cerca al prototipo de la celebración. En Montevideo, la jura de Carlos IV se llevó a cabo entre el 8 y el 9 de noviembre de 1789. De acuerdo con la “relación” oficial, el Comandante del Regimiento de Milicias de Caballería de esa ciudad escogió a los soldados más gallardos … para formar la vanguardia del paseo del Real pendón … adornados con exquisitos uniformes y bandolera con escudo de plata de martillo, grabadas en él las armas de la Ciudad … sobre sus propios caballos, tan ricamente enjaezados que no deleytaba menos ver reunida la gala con su natural valor, que advertir la agilidad, buen orden y disciplina marcial con que acompañados de una gran música principiaron a pasear la carrera. 39 En la ciudad de Asunción, la comitiva que partió de las reales casas hasta la plaza mayor, debió ir también acompañada por efectivos de alguna de las compañías del Regimiento de Dragones con asiento en la capital del Paraguay.

En la fachada del ayuntamiento de Montevideo se hallaban colgados “los Reales retratos” del nuevo monarca y de su esposa; en Asunción debió obrarse de igual manera, puesto que era costumbre significar la presencia real a través de su imagen. En la relación montevideana se lee también cómo era el tablado y cómo se procedió a la jura real. La plataforma sobre la que debía procederse a la proclama tenía unas “6 varas en quadro, y a un lado un escaño de gala para el Cabildo y la correspondiente silla para el Sr. Gobernador”.40 Al

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Ibid., loc. cit. Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. 40 Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791.AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. La vara la vara castellana, que se supone empleada en el caso, mide 0,835905 mts., por lo que el tablado debía tener aproximadamente unos 5 mts. cuadrados aproximadamente de lado. 39

llegar la hora de la proclama, salieron de las casas consistoriales “una orquesta” y los cuatro maceros o “Reyes de armas montados en caballos blancos”, que precedían a los regidores formados en orden de procesión. Subieron los maceros al tablado ocupando cada cual uno de los ángulos de aquella construcción. El Alférez Real también lo hizo llevando el estandarte cuyas borlas eran sostenidas por los dos Alcaldes. Luego se escuchó el tradicional llamado al pueblo “silencio, oíd, escuchad”, y a continuación la proclama del monarca en las tres veces canónicas: “Castilla y las Indias por el Rey Don Carlos IV que Dios guarde”. Luego de la respuesta popular aclamando al nuevo monarca, los maceros arrojaron monedas acuñadas para la ocasión. Consigna Carlos Pusineri, que en Asunción, para aquella ceremonia “se fundieron cantidades limitadas de juras o proclamaciones”.41

Por aquellos años, la capital de la Intendencia del Paraguay debía tener entre seis y siete mil habitantes, por lo que el tránsito de un tablado a otro debió ser presenciado por una multitud festiva.42 De la plaza mayor la comitiva pasó a la “plazoleta de la Cathedral”; allí se había erigido otro “teatro” similar al primero. Aquí el real estandarte custodiado de las autoridades oficiales fue recibido por el “Ilustrísimo Señor Obispo de medio Pontifical, su venerable Cavildo y Clerecía”.43 En el lugar se procedió nuevamente a la proclamación del monarca. Continúa el relato del cabildo asunceno: “Desde este lugar prosiguió la marcha del Real Estandarte por las calles acostumbradas q.e. los vecinos llenos de amor y lealtad procuraron adornar y colgar formando al mismo tiempo algunos arcos lucidos, para que bajo de ellos pasase el real Estandarte”.44 La marcha de la comitiva no debió ser sencilla en una ciudad que,

Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV. Agrega el autor hablando de esa moneda: “hoy día, ya es una pieza sumamente rara y cotizada, la única conocida en el Paraguay”. 42 Monte de López Moreira, Ocaso del colonialismo español, p. 173. En 1792 la ciudad de Asunción registra 7088 habitantes. 43 Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 44 Ibid., loc. cit. 41

como escribía el gobernador Alós por aquellos mismos años, estaba “llena de zanjas y zanjones que vienen desde los suburbios y tienen arruinados muchos Edificios”.45 No obstante, los vecinos de Asunción costearon “arcos lucidos” al decir del informe. Se trataba de algunos ejemplares “de arquitectura efímera”, levantados para la ocasión con materiales livianos o también probablemente con ramas, hojas y flores, en particular atendiendo a la exuberante vegetación local que llegaba hasta la propia ciudad y la dotaba de una singular belleza. No hay constancia de que en esos monumentos temporales hubiese leyendas o textos poéticos exaltando al monarca, pero, en numerosas ciudades y pueblos se seguía esa costumbre. En Montevideo, continúa diciendo la relación ya citada: …la carrera… se hallaba adornada no solo de las ricas telas con que los dueños de las casas a porfía se esmeraron en colgarlas, sí también de una vistosa alameda de laureles, cerradas las bocacalles y huecos con graciosos arcos de lo mismo… y con especialidad uno triunfal Romano en las esquinas de Puertas-verdes, en que a un mismo tiempo sobresalía la delicadeza y finura de su construcción y la energía de varios rasgos poéticos con que le adornaron.46 En Asunción, la tercera y última pausa del real pendón se efectuó en “la Plazoleta de la Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación”, en la que el representante del Alférez Real reiteró las mismas ceremonias que en los dos lugares antecedentes.47 Concluidas las proclamas, según el acta capitular, las autoridades regresaron al edificio del Cabildo “en donde quedó el real estandarte enarbolado con la decencia posible y custodiado de tropa” hasta el día siguiente.48 No se hace mención en el acta a que se haya servido un refrigerio para las autoridades y vecinos principales como era costumbre. Sin embargo, ese día o al siguiente -no queda claro en el acta-, el Gobernador Intendente dispuso un “Sarao” que se realizó “en su

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Informe de D. Joaquín de Alós, 1788. AGN (Argentina), Intendencia del Paraguay, VI-VII-2-6, en R. de la Fuente Machain, La Asunción de Antaño, Buenos Aires, Colección Buen Aire Emecé Editores, 1943, p. 15. 46 Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. 47 Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 48 Ibid., loc. cit.

morada, con la mayor desencia q.e. el país permite”. Así lo consignaron, con honradez “republicana”, los capitulares asuncenos.49 La relación de Montevideo advierte que: … concluido el paseo se sirvió en las casas del Alférez Real un abundante y magnífico refresco, a que asistieron el Sr. Gobernador y los distinguidos Cuerpos de mar y tierra, con las demás personas de distinción que quisieron disfrutar de él, y de un espléndido ambigú que igualmente se sirvió en las mismas casas, que si bien por de fuera se hallaban adornadas con una exquisita iluminación, por de dentro manifestaban sus colgaduras y demás menage, así el delicado gusto de su dueño, como su generosidad y magnificencia en tan honrosa quanto solemne celebridad; concluyéndose con un bayle compuesto de tan numerosa concurrencia que ascendían a 130 solo las Señoras.50

El 2 de mayo de 1790 Asunción amaneció engalanada para la solemne Misa y Te Deum que ofició el Ilmo. Obispo en la catedral. En esta ocasión, también estuvo ubicado en lugar destacado el real pendón, símbolo de los augustos monarcas. En unión de intenciones, según dice el acta, autoridades y vecinos reiteraron “al Todopoderoso las gracias por el particular beneficio q.e. han recibido de reconocerse vasallos de V.M.”, retirándose al término de la ceremonia “llenos de júbilo hasta las Casas Capitulares, adonde se restituyó el real Estandarte”.51 Agrega Pusineri, que en las casas capitulares de la Asunción había un lugar reservado “con dosel y un sitial con su almohada”,52 que con elocuencia venía a significar la majestad regia que si bien ausente se veneraba en el orden establecido.

3. Regocijo popular: la esperanza de los que poco tenían que perder.

En sentido estricto, la proclama y jura del nuevo monarca terminaba con el solemne Te Deum y la restitución del real pendón a su lugar de honor en el Cabildo. Sin embargo, tan

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Ibid., loc. cit. Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. 51 Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 52 Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV. 50

señalado acontecimiento no podía escindirse del festejo popular al que debían proveer tanto las autoridades públicas como los vecinos principales, interesados unos y otros en animar las manifestaciones de lealtad que el gobierno español esperaba de los habitantes de sus dominios. Al mismo tiempo, las fiestas en las calles y plazas ofrecían la posibilidad de enseñar a propios y extraños el colorido local y los recursos que se ponían en juego para manifestar el júbilo de los súbditos.

La brevedad de la información consignada en el acta capitular apenas nos permite entrever cómo se desarrollaron aquellas jornadas festivas en Asunción. El dato más interesante de ese documento lo ofrece la participación de algunos “vecinos nobles” en las fiestas y juegos dispuestos en honor de Carlos IV y regocijo de la población. Las diversas expresiones de la fiesta en la América hispana seguían las tradiciones de los pueblos peninsulares. Si leemos con detenimiento el acta del cabildo asunceno, advertiremos que se enumeran dos o tres formas de diversión popular: las corridas de toros, las máscaras y el juego de sortijas. Con todo, la primera y la última son, como explica A. López Cantos “diversiones caballerescas”, tanto por la índole de los protagonistas como por las formas de su representación.53 La segunda debe considerarse un espectáculo común en aquellas celebraciones.

Están ausentes en la descripción del cabildo asunceno otras expresiones espontáneas de alegría que seguramente se habrán suscitado en las calles de Asunción al igual que en las otras ciudades del virreinato. Del pueblo espectador se esperaba que participase con manifestaciones ruidosas que exteriorizaran la complacencia que la jura del nuevo rey despertaba; el programa de la fiesta invitaba a los habitantes a recorrer las calles y plazas contagiando de ese mismo sentimiento a todos. En esas situaciones aparecía inevitablemente el alcohol y con éste

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López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, p. 143.

probablemente también los efectos que la bebida sin control provoca. Pusineri señala, que en Asunción: “durante todas las celebraciones la ciudad se mantuvo iluminada, se repartió refrescos, bizcochuelos, sorbetes, chicha y mate”.54 Por el contenido del acta de la sesión capitular del 7 de junio de 1790, sabemos que en las jornadas de la jura de Carlos IV en Asunción hubo corridas de toros, tablados con pantomimas y bebidas para el pueblo. Los regidores Josef Joaquín Baldovinos y Pedro Josef Echeverría presentaron en esa sesión “las cuentas de los gastos por los refrescos, tablados, corridas de toros, que se determinaron para la jura de nuestro monarca”.55 No se especifica cuáles fueron las bebidas que se pusieron a disposición de los vecinos, pero no deben haber faltado las espirituosas junto a los refrescos tradicionales de la tierra. Por algunas crónicas contemporáneas sabemos cómo se las ingeniaban los vecinos del Paraguay, españoles e indígenas, para producir el alcohol de caña tan apetecido; también se destilaba un aguardiente de naranjas o de palma de caranday que gozaba de gran aceptación. La chicha es un refresco de poca graduación alcohólica que sigue gozando de aceptación en el Paraguay; es muy posible que se consumiera en aquellas jornadas de jura real en las que había tanta agitación y movimiento.56 Al poco tiempo de culminada aquella fiesta, el gobernador intendente Alós mandó destruir todos los alambiques que existían en los pueblos de indios del Paraguay, alegando “la demasiada embriagués a que era consiguiente la desidia, el robo, la fuga y todo género de flagicios”.57 El empeño debe haber producido un magro resultado a juzgar por la afición del público al alcohol que no se modificó.

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Pusineri Scala, Asunción proclama a Carlos IV. Actas del Cabildo de Asunción, sesión del 7 de junio de 1790, en Ibid., loc. cit. 56 En el Paraguay, la chicha es una bebida preparada con cáscaras de piña, agua y azúcar, que fermenta espontáneamente sin utilizar una levadura específica y es de poca graduación alcohólica 57 Informe del Gobernador Alós sobre el estado de la Provincia del Paraguay, Asunción, 19 de enero de 1793. AGI, Buenos Aires, 283. Flagicio es palabra de origen portugués, de uso en el español de frontera en aquellos tiempos y parece sustituir al español flagelo o calamidad. 55

La presencia del alcohol en la fiesta está atestiguada en los relatos; en el caso que nos ocupa baste la referencia que hace la “relación” de la jura de Carlos IV en Montevideo. Según dice esta crónica, apareció en la plaza mayor, al día siguiente de la jura real: “un prospecto de bastidores pintados, que bien armado en figura octangular manifestó en sus ochavas quatro fuentes, cuyos caños despedían agua, leche, vino y aguardiente, que estuvieron corriendo hasta las 6 de la tarde”.58 Es muy ingenuo y esclarecedor el comentario que sigue a esta descripción enviada a la corte madrileña. Dice el autor que fue muy de admirar “la moderación con que hasta el ínfimo vulgo se portó en el uso de esta franquicia, resonando por todas partes Viva el Rey”.59 Estas palabras eximen de todo comentario; es clara la conexión entre la milagrosa fuente y el fervor monárquico de los vecinos a quienes poco debía importar quien fuese el monarca reinante de las Españas.

El pueblo llano, si bien no era protagonista de aquellas ceremonias y rituales con que se señalaba la fiesta cívica, no por eso dejaba de vibrar al ritmo con el que transcurrían aquellas horas. Como afirma A. López Cantos, los habitantes más humildes “por unos pocos días salían de la rutina diaria y eran transportados a un mundo cuasi fantástico, lleno de un bullicio ensordecedor y de una alegría prefabricada”.60 Ciertamente se trataba de una felicidad “prefabricada”, pero no inocente en quienes la impulsaban y sostenían. Aquellos gobernantes y “beneméritos de Indias”, a cuya iniciativa obedecía la diversión popular, perseguían un objetivo preciso: mantener vivos los lazos de obediencia a la monarquía secular a pesar de la distancia con el centro del poder. La fiesta actuaba como un aliciente psicológico que impulsaba al amor y el agradecimiento, al olvido –al menos temporal- de las situaciones dolorosas que no debían escasear en el Paraguay como en otras regiones de la América

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Ibid., loc. cit. Ibid., loc. cit. 60 López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, p. 39. 59

española. Al mismo tiempo, la fiesta obraba como un cauce de expansión y de descanso deseable; por esta razón, ésta admite mucho más que una explicación en términos de dominación. La realidad era y es más rica y compleja cuando se analiza la fiesta como un fenómeno cultural. El reparto de alimentos y bebidas era esperado por la muchedumbre; en muchos lugares, una vez finalizada la lidia de toros, las reses sacrificadas se distribuían entre los más necesitados. La fiesta llevaba consuelo y alegría a todos los sectores sociales pero, especialmente, lo hacía entre las personas de los estratos más bajos de la población. Otro aspecto muy distinto al de la fiesta actual es que en aquellos tiempos participaban de la celebración todos los habitantes que podían hacerlo. También, en la medida posible, los enfermos y convalecientes, las religiosas y religiosos de clausura, los cuerpos de ejército y marina donde los hubiere. Cada uno ocupaba en la fiesta el lugar que le correspondía, pero ningún súbdito honrado quedaba fuera por voluntad ajena. Muchos convalecientes de enfermedades eran acercados a las ventanas y balcones para que la alegría callejera obrara positivamente en ellos.

En el escenario festivo se ocupaba, se puede decir así, el lugar que ordinariamente cada quien tenía en la sociedad. En la ciudad de Asunción, los vecinos principales se situaban en lugares privilegiados cercanos al estrado y junto a las autoridades; muchas veces lo hacían en asientos que llevaban esclavos o servidores domésticos. El pueblo llano, en cambio, debía conformarse con seguir de lejos las ceremonias, de pie y sin asistencia alguna. La vida cotidiana en el Paraguay no dejaba de registrar desencuentros o “choques” entre criollos y mestizos;61

“El choque o el conflicto continuo entre criollos y mestizos –el grueso de la población paraguaya- estaría a la orden del día. Por un lado, los primeros intentarían por todos los medios atraerse a los segundos a su configuración mental y cultural e imponerle las medidas disciplinarias que creían convenientes para evitar los grupos disidentes. En el fondo, no era sino una manera de manifestarse el profundo desprecio que sentían por ellos, pues aunque los mestizos fuesen legalmente blancos, en la práctica no podían serlo, debido, entre otras cosas, a que ellos mismos se sentían más afines con los indios que con los blancos”, en José Luis Mora Mérida, Iglesia y Sociedad en Paraguay en el siglo XVIII, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, CSIC, 1976, p. 13. 61

éstos posiblemente se reprodujeran en el espacio en el que explotaba el júbilo popular durante las celebraciones. En ocasión de celebrarse el cumpleaños de la reina María Luisa en Montevideo, se ofreció en la casa consistorial, dice la “relación” de la fiesta: “un magnífico bayle con su correspondiente refresco y ambigú para 180 cubiertos”.62 No deja de mencionar el autor que en ese lugar “se hicieron las graderías y demás divisiones necesarias para la separación de clases y sexos, estando todas adornadas exquisitamente”.63 Además de la separación de varones y mujeres, se observaba dentro del reducido grupo de invitados una categorización por jerarquías, empleos o pertenencia a grupos de privilegio, que era –en su base- común a toda la América hispana. El término “clase”, en un texto de aquellos años finales del siglo XVIII, hace referencia a la pertenencia de los individuos a un “orden distinto de Personas” que podía existir en las “Ciudades, Villas o Poblaciones”. Aún mejor, la “clase” podía representar al “grado” o “calidad” de determinada “esfera” a la que los individuos estuvieran ligados, como la de los “Nobles, Hijodalgos, Doctores, Maestros, Sabios, Políticos…” entre otras.64 En las fiestas celebradas en la Asunción con motivo de la jura de Carlos IV tuvieron un papel protagónico integrantes de la “primera nobleza de la Provincia”, así los denomina el acta capitular; pero también asistieron funcionarios de menor rango, comerciantes, artesanos y pueblo llano, representado éste último por los mestizos e indígenas, y hasta los más desamparados de la sociedad. Todos, cada cual en su lugar, rindieron testimonio público de su lealtad a la monarquía en aquel escenario barroco de la fiesta.

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Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. 63 Ibíd., loc. cit. 64 Diccionario de la Lengua Castellana (Diccionario de Autoridades), Real Academia de la Historia, Tomo II, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1729. Dice de “clase”: “Vale asimismo el grado o calidad que corresponde a la esfera de algunos individuos: como la clase de los Nobles, Hijodalgos, Doctores, Maestros, Sabios, Políticos, etc.” (p. 372). Y, más adelante, dice:” Vale también orden distinto de Personas, que resulta de la división que se hace en las vecindades de alguna Ciudad, Villa o Población, para el gobierno y conocimiento de los individuos y vecinos que la componen” (pp. 371-372).

El protagonismo de un integrante del pueblo llano en la fiesta ocurría en contadas ocasiones. Una de ellas era la presentación -en el marco de una fiesta cívica o religiosa-, de cuadros de danzas prehispánicas, en las que intervenían indígenas, mestizos o aún criollos 65; también podía suceder a través de la participación de músicos locales con instrumentos étnicos en alguna ceremonia o en el acompañamiento de mascaradas, comedias y entremeses. Es muy probable que en las fiestas celebradas en Asunción hayan intervenido músicos o danzantes locales; un alto número de pueblos indígenas ya pacificados habitaban la comarca asuncena en la zona de la Cordillera, en las regiones de los ríos Pirapó y Tebicuary-guazú, y en torno a los centros agrícolas ubicados en los valles de la Frontera y el Guarnipitán.66 En el relato de los sucesos de Montevideo aparece mencionada “una danza de 29 Indios naturales, representando al vivo el tiempo de su gentilidad así en los trages como en las armas”.67

La concentración de personas entusiastas en una fiesta cívica era un buen termómetro para medir el grado de adhesión a la Corona; en todas las ciudades y pueblos se estimulaba vivamente la participación de los pobladores. Con razón se ha expresado que: “de nada hubiesen servido las celebraciones sin contar con una numerosa concurrencia, pues la copiosa carga didáctica de tales demostraciones se hubiese perdido”.68 A juzgar por el alto grado de compromiso exhibido en las donaciones y préstamos patrióticos que la Intendencia del Paraguay hizo a la Corona en tiempos de Carlos IV, bien se puede decir que la fidelidad de los paraguayos estaba asegurada. No hay, en cambio, registros que nos digan cómo era el

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Los hermanos Robertson, entre otros viajeros, hablan de las danzas de los indios misioneros en el período post jesuítico; éstas fueron el resultado de varias corrientes de origen americano y europeo que confluyeron en sus figuras y que se representaban en días señalados y fiestas. Estos bailes se hicieron populares en las jurisdicciones de Buenos Aires, Montevideo, Santa Fe, Bajada, Gualeguay, Arroyo de la China, Yapeyú, Corrientes y Paraguay, en Robertson, J.P. y G.P., Cartas de Sud-América Primera Serie (1815-1816), Memoria argentina, Emecé, Buenos Aires 2000. 66 Cfr. Monte de López Moreira, Ocaso del colonialismo español, p. 197. 67 Relación de las fiestas celebradas por la Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo en la proclamación del Señor Rey D. Carlos IV, Madrid, Imprenta Real, 1791. AHN, España, Diversos-Colecciones, 29, nº 43. 68 López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, p. 40.

comportamiento popular en las conmemoraciones oficiales, pero la fiesta con sus elementos característicos atraía al pueblo y lo cautivaba.

En el relato oficial elevado por el cabildo asunceño aparecen los bailes de máscaras, las corridas de toros y el juego de la sortija como elementos principales de la fiesta. La lidia taurina y el juego de la sortija eran espacios de actuación reservado a los vecinos principales; el pueblo asistía a ellos como mero espectador. En cambio, las máscaras convocaban a todos los habitantes de la ciudad.

Estos bailes o “mascaradas” se desarrollaban en la plaza y calles adyacentes de la ciudad o –en algunos casos excepcionales- en un lugar cerrado. Es muy probable que en Asunción estos bailes se hayan realizado en un espacio abierto, en razón del clima y de las condiciones que ofrecía la ciudad. Las máscaras eran ya populares desde tiempo atrás en todo el mundo hispanoamericano; saltaron del salón cortesano a la fiesta callejera con facilidad y algunas adaptaciones mínimas. En ocasiones aparecían como gigantes o personajes cubiertos con una máscara que asustaban y alegraban la fiesta; también podía darse el caso de bailes populares con los circunstantes cubiertos con máscaras que eran confeccionadas con los medios disponibles. Las máscaras también dieron origen a las populares “mojigangas”, representaciones cómicas en la que los actores utilizando disfraces y máscaras se expresaban en versos burlescos o heroicos para señalar o dar por concluido un acontecimiento. No hay registro exacto de cómo se desarrollaron las mascaradas asuncenas en honor de Carlos IV, únicamente se habla de “tres máscaras” que se celebraron en aquellas jornadas.

4. Lealtad aristocrática: la exhibición del poder local fiel a sus intereses.

Los juegos que en honor del nuevo monarca ofrecían los vecinos principales eran, al mismo tiempo, demostración del lugar que ocupaban en la sociedad y prueba de su lealtad a la monarquía. La primera de las diversiones en ser mencionadas en el acta capitular es la lidia de toros; este juego gozaba de gran popularidad en todos los rincones del Reino de Indias. Su práctica comenzó muy tempranamente en el Nuevo Mundo, particularmente en aquellos lugares donde se criaba ganado vacuno. Durante la prohibición solicitada por el Papa San Pío V y acatada a regañadientes por Felipe II, el espectáculo se ausentó de las capitales de la península y también de América. Sin embargo, en las periferias esta tradición continuó desarrollándose sin interrupción.69 La denominada “fiesta mayor” tuvo diversas modalidades; recién en el siglo XVIII se fijaron las “reglas del arte de torear”, que con escasos cambios han llegado hasta el presente.70

El toreo practicado en la Edad Media por el señor de un feudo -a lomos de un caballo y armado con una larga caña a modo de lanza-, era un ejercicio de entrenamiento para la contienda bélica que los nobles hacían en tiempos de paz. Por esta razón se utilizaba un arma de guerra como era la lanza. Más adelante, la lidia adquirió el tono de diversión o espectáculo que conserva hoy: se cambió entonces la lanza por el rejón cortesano, pero la lidia siguió siendo a caballo como convenía a un caballero. Durante los siglos XVI y XVII, los Habsburgo, tan partidarios de las fiestas al aire libre, protegieron este deporte. En España, en el siglo XVIII estas costumbres irán variando hasta llegar al toreo a pie como fiesta popular y aparecerán los primeros “diestros” de fama y arraigo. Sin embargo, en lo que es un registro importante de la fiesta, en el Paraguay, en fecha tan tardía como es el año1790, la corrida de toros se continuaba

69 70

Cfr. López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones, pp. 156-173. Ibid., p. 166.

practicando por parte de la nobleza del lugar. Seguía siendo una “diversión de caballeros”, organizada y ejecutada por las principales familias. Durante el dominio español no hubo fiesta cívica de importancia que no fuera señalada por una corrida de toros. El “deporte bravo” continuó gozando de gran popularidad en la mayor parte de Hispanoamérica aún después de la independencia.

El juego de sortijas o de anillas -como también se le llamaba-, llegó a Indias muy tempranamente. Dice A. López Cantos que “el origen de esta diversión parece ser que se encuentra en los ejercicios ecuestres de los jinetes musulmanes españoles, siendo además privativa de la nobleza, único estamento que podía practicarla. Los cristianos lo aprendieron de los musulmanes, y también, como en ellos, su nobleza lo monopolizó, imitando el boato y el lujo externo con que se interpretaba”.71 El juego de sortijas tenía “un ritual complejo, propio de los torneos” y en todos los casos comenzaba con una simulación de desafío entre dos -o más- conjuntos de personas y la elección de un juez que organizaba y fiscalizaba el juego. Los caballeros revestidos de sus galas guerreras se dirigían entre la música y la algarabía de los espectadores a la plaza mayor donde habitualmente contendían. En el centro de la plaza se colocaban dos palos largos clavados firmemente en el suelo y distantes entre sí, éstos se unían en su parte superior con una cuerda tensada para que los jinetes pasaran por debajo de ella. A lo largo de la cuerda se colocaban sortijas de las que pendían unas cintas que terminaban en un canuto de hierro o de caña. Los jinetes debían embocar con sus lanzas o espadas algunos de los canutos; con frecuencia, el arma era sustituida por un palo alargado terminado en un puntero afinado en uno de sus extremos.72 En el siglo XVIII este juego se fue popularizando, pero en

71 72

Ibid., pp. 188-191. Ibid., loc. cit.

el Paraguay -según el documento parcialmente transcripto- continuaba siendo una contienda de vecinos nobles.

En el acta ya citada aparecen los nombres de quienes fueron los actores principales en aquellos esparcimientos caballerescos: Subsiguiéronse a esta celebridad tres corridas de toros, precedidas de tres máscaras, en la primera corrida lidió el Teniente Coronel y Comandante de Armas Dn. Josef Antonio de Yegros y Ledesma, sugeto de la primera noblesa de esta Provincia: en la segunda el Sargento Mayor Dn. Josef Gregorio de León, y el alcalde de la Santa Hermandad Dn. Manuel Antonio Cavañas, y la tercera el mismo Dn. Manuel Cabañas y Dn. Josef Domingo Yegros, personas nobles. Juego de sortijas q.e. se dividió en tres quadrillas, una de Españoles, otra de Moros, y otra de Indios, siendo el quadrillero de la primera Dn. Antonio de Alós y Bru, el de la segunda el Ayudante de Milicias Dn. Juan Ignacio Caballero, y el de la tercera el Sargento Mayor Dn. Juan Manuel Gamarra .73

Los responsables de la lidia de toros en aquella tarde memorable en la Asunción fueron: en primer término, el teniente coronel y “Comandante de Armas” D. Josef Antonio de Yegros, de quien se dice que pertenecía a la más rancia nobleza de aquella provincia. Yegros había nacido hacia el año 1740, tenía entonces alrededor de 50 años, era hijo de quien fuera gobernador del Paraguay, D. Fulgencio de Yegros y Ledesma, y estaba casado con Dña. María Ángela Franco de Torres. Fue el padre de dos destacados próceres de la independencia paraguaya: Fulgencio y Antonio Tomás de Yegros. En segundo lugar hallamos al “Sargento Mayor” D. Josef Gregorio de León, hijo –por su parte- de D. Diego Félix de León y Zárate y de Dña. Maria de Rojas Aranda. Era D. Josef Gregorio de León un reconocido propietario de tierras en la zona de Pilar; poseía un carácter fuerte y bravo, lo que le ocasionó numerosas dificultades que le valieron la reconvención de los gobernadores y aún el destierro.74 En la

73

Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad de Asunción al Rey, Asunción 17 de mayo de 1790. AGI, Buenos Aires, 263. 74 ,"Notificación de destierro a José Gregorio León, obligado a trasladarse a la Villa de Concepción, y protesta presentada por este", 1797. ANA, Sección Historia, Vol. 171, nº 9. Debemos este dato a la gentileza del Sr. Martín Romano.

nómina de rejoneadores aparece también D. Manuel Cavañas; en el texto dice Manuel Antonio, cuando en realidad el nombre correcto era Manuel Atanasio. Era persona noble según expresa el acta capitular; había nacido en la Cordillera hijo del “Sargento Mayor” D. Francisco Cavañas de Ampuero y de su esposa Dña. Rosa Recalde y Cazco de Mendoza. Poseía Cavañas una gran fortuna fundada en campos de ganados y establecimientos tabacaleros. Era admirado por su destreza en los trabajos campesinos y comenzaba ya a hacerse notar su influencia en muchos jóvenes de aquella tierra. La tercera y última corrida de toros celebrada para la exaltación al trono de Carlos IV fue protagonizada por el mismo Cavañas y D. José Domingo –o Domingo José- de Yegros, el último de los notables asuncenos que participó en la lidia de celebración. Era don José Domingo hijo del capitán D. Pedro Pablo de Yegros y Ledesma, hermano del gobernador Fulgencio de Yegros y Ledesma, y de Dña. María Isabel Vera y Aragón. Este Yegros, “Sargento Mayor” en Asunción, era primo del mencionado en primer término, protagonista de la primera corrida de toros.75

Las tres cuadrillas en las que se dividió el juego de sortijas fueron también comandadas por tres nobles vecinos de la ciudad. La cuadrilla “de españoles” tuvo a su frente nada menos que a D. Antonio de Alós y Bru, hermano del propio gobernador intendente del Paraguay. Era don Antonio hijo del primer marqués de Alós, D. Antonio de Alós y Rius, que fuera capitán general del Reino de Mallorca y de su esposa Dña. Teresa Brú Sampsó Mora. Por los escasos datos que se poseen de este hermano del gobernador se cree que aquel no era militar. La cuadrilla denominada “de Moros” fue comandada por el ayudante de Milicias, D. Juan Ignacio Caballero, otro representante de una de las familias más distinguidas del Paraguay hispano. Era don Juan Ignacio hijo del regidor D. Antonio Caballero de Añasco y de Dña. Petrona Fernández

75

Cfr. Rafael Eladio Velázquez, Los Yegros en la Historia del Paraguay, Asunción, Instituto de Estudios Historicos de Itapua, Artes Graficas Zamphiropolos, 1980. Debemos estos datos a la gentileza del Sr. Martin Romano.

de la Mora. Estaba casado con Dña. Rosa Catalina Lecouna y llegó a ostentar el grado de capitán. Tuvo posteriormente una destacada actuación como comandante del Fuerte de San José, en Concepción. Murió Caballero de Añasco en 1802, durante el violento ataque dirigido por los portugueses contra aquel fuerte.76 Fue, D. Juan Ignacio Caballero, bisabuelo del presidente Bernardino Caballero. Finalmente, la cuadrilla llamada “de Indios” estuvo dirigida por el “Sargento Mayor” D. Juan Manuel Gamarra. Éste era hijo de uno de los fundadores de la ciudad de Concepción, D. Juan José Gamarra y Mendoza, y de su esposa Dña. María Caballero de Añasco, tía de D. Juan Ignacio Caballero. Gamarra estaba –a su vez- casado con Dña. María del Carmen “Carmelita” Cavañas de Ampuero, prima de Manuel Atanasio Cavañas.

Así como en la fiesta le tocaba en suerte al pueblo exteriorizar su alegría, a los vecinos principales les correspondía exhibir su valentía en honor propio y honra de la Corona. Era la demostración práctica de una lealtad que debía ser espejo y escuela en el que debían mirarse los habitantes de la ciudad. No otra cosa se esperaba de quienes formaban la “parte más sana de la sociedad”. La participación de aquellos beneméritos pobladores en las fiestas cívicas se mantenía todavía viva en Asunción en 1790, cuando ya las costumbres venían cambiando en muchas regiones de Hispanoamérica. Su protagonismo y afán de diferenciarse podía ser efecto de la lejanía del Paraguay tanto de la metrópoli como de los centros rioplatenses de comunicación. Hay una similitud en el celo con el que aquellos vecinos defendieron su autonomía con la conducta exhibida por algunos de los prohombres paraguayos de la independencia y en grado máximo por el Dr. Gaspar Rodríguez de Francia. Éste último, pariente de los Velasco y Yegros, gobernó el Paraguay entre 1814 y 1840 aislándolo de los

Cfr. Mark A. Frakes, “Governor Ribera and the War of Oranges on Paraguay's Frontiers”, en The Americas, vol. 45, nº 4 (April 1989), pp. 489-508. Debemos estos datos a la gentileza del Sr. Martin Romano. 76

países de la región. En 1790, el Dr. Francia era profesor del Real Colegio Seminario de San Carlos y, probablemente, habrá contemplado con desdén aquellas evoluciones ecuestres en honor del nuevo monarca.

5. A modo de conclusión

De los siete vecinos principales mencionados en el acta capitular, uno de ellos queda fuera de toda consideración posterior, es D. Antonio de Alós, que se hallaba en el Paraguay debido a la designación de su hermano como gobernador intendente. No hay noticia posterior de su actuación en el Paraguay pero presumiblemente murió o abandonó ese territorio junto a su hermano y su familia, o aún antes. De los restantes seis, Cavañas y Gamarra se ubican hoy entre los próceres de la independencia paraguaya, si bien sus nombres fueron borrados y testados de la historia por orden del Dr. Francia. Recientemente han sido reivindicados y restablecidos en su honor. Cavañas llegó al grado de teniente coronel como culminación de su carrera militar. Tuvo este valeroso soldado una destacada actuación como uno de los jefes de las fuerzas paraguayas en la batalla de Tacuarí -el 9 de marzo de 1811-, en la que fue derrotado Belgrano, enviado de la Junta de Buenos Aires. El teniente coronel Cavañas, que en 1811 gozaba de un singular prestigio, fue convocado para integrar el grupo de notables que dirigió el alzamiento paraguayo, pero por razones que tienen que ver con su oposición al Dr. Francia, no integró aquel grupo ni participó en los hechos de la independencia. El héroe de Tacuarí se confinó a sus extensas tierras en el departamento de la Cordillera; en ellas permaneció al margen de la vida política de su país. Aparentemente fue el único héroe de la independencia al que Francia no molestó en su retiro, posiblemente por el temor del dictador a que el prestigio y el arrastre popular de Cavañas obrara en su contra. Sin embargo, después de la muerte de Cavañas, Francia lo declaró traidor; atropelló y confiscó su herencia, perjudicando a su viuda,

Dña. Juana Rosa Franco de Torres. Por su parte, Juan Manuel Gamarra combatió en Tacuarí junto a Cavañas, fue luego elegido diputado por su ciudad natal en el congreso de 1811 y más tarde se desempeñó como juez político y militar en Concepción. En 1814 se retiró a Eguá; años después fue aprendido y encarcelado por orden del Dr. Francia y murió en esas condiciones. Caballero de Añasco y los dos Yegros probablemente murieron antes del comienzo de la revolución. En cambio, los dos apellidos se perpetuaron con gloria en sus descendientes que actuaron en el bando patriota en tiempos de la revolución. El caso de León es más difícil de determinar pues no se han hallado rastros de su actuación posterior.

En 1790, los seis asuncenos hicieron alarde de bravura y don de mando en aquellos juegos en que se celebraba al recién estrenado rey Carlos IV.77 Dos años antes, el gobernador Alós había enviado al ministro Porlier una “relación de eclesiásticos, militares y de capa y espada más idóneos y benémeritos” de la provincia. Entre ellos aparece “D. José Antonio de Yegros”.78 En la misma lista se registra otro Yegros y un Cavañas. No admitía dudas la fidelidad a la monarquía que aquellas familias asuncenas tenían a bien exhibir públicamente. Eran leales -también- por conveniencia: los criollos poseían una fidelidad menos aquilatada en opinión de muchos y debían esforzarse más en demostrarla. Son innumerables las relaciones en que funcionarios civiles y militares, eclesiásticos, comerciantes y empleados, entre otros, protestan por escrito su fidelidad junto con su limpieza de sangre y méritos. Obraban así, habitualmente, movidos por intereses concretos que buscaban conseguir.

La lealtad, aquella virtud que hace al hombre pronto para observar sus promesas, era uno de los bienes más apreciados en los tiempos que corrían. La palabra empeñada era un

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Josef Anto. de Yegros, Josef Gregorio de León, Manuel A. Cavañas, Josef Domingo de Yegros, Juan Ignacio Caballero y Juan Manuel Gamarra. 78 Ana Ribeiro, Los Muy Fieles, Tomo 1, Montevideo, Planeta, 2013, p. 283, Cita el legado del AGI, Buenos Aires, 48, donde se halla la relación fechada en Asunción el 2 de julio de 1788.

compromiso sagrado para un caballero, mientras que la infidelidad era prueba de bajeza moral. Veinte años después, los sobrevivientes de aquella demostración de devoción monárquica o sus descendientes estuvieron entre los principales actores de la independencia del Paraguay. Las nobles familias que en 1790 dieron una prueba de lealtad sin fisuras a la Corona: los Yegros, Cavañas y Gamarra, junto a los Mora y Caballero, capitulares leales cuando la jura de Carlos IV, se convirtieron en los agentes del cambio político al que se entregó el Paraguay en 1811. Es que la lealtad sabe también acomodarse a los tiempos que le toca vivir y más aún cuando los intereses materiales se ponen en juego.

La fiesta -que es espejo de actitudes y comportamientos humanos- permite examinar la condición humana, mudable por esencia, y más aún cuando hay algo que perder o ganar. La crónica de aquella lejana jura real en Asunción nos deja una enseñanza: el “regocijo” permanece siempre, la “lealtad” con frecuencia cambia.

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