Reformismo liberal y política de masas. Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe, 1921-1937

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Descripción

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Reformismo liberal y política de masas Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe (1921-1937)

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Reformismo liberal y política de masas Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe (1921-1937)

Diego Mauro

Rosario, 2013

Mauro, Diego Alejandro Reformismo liberal y política de masas : demócratas progresistas y radicales en Santa Fe : 1921-1937 . - 1a ed. - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2013. 172 p. ; 22,5x15,5 cm. (Las ramas del sauce / Darío G. Barriera; 5) ISBN 978-987-1855-55-1 1. Historia Política Argentina. 2. Historia de los Partidos Políticos. I. Título CDD 324.098 2 Fecha de catalogación: 26/06/2013 Composición y diseño: mbdiseño Edición: Prohistoria Ediciones Diseño de Tapa: Sandate TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723 © de esta edición: Tucumán 2253, S2002JVA ROSARIO, Argentina Email: [email protected] - Webstore: www.prohistoria.com.ar/ediciones Descarga de índices y capítulos sin cargo: www.scribd.com/prohistoria Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autorización del editor. Este libro se terminó de imprimir en ART Talleres Gráficos, Rosario, en el mes de julio de 2013. Impreso en la Argentina ISBN 978-987-1855-55-1

Índice

Siglas y abreviaturas frecuentes...........................................

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Agradecimientos..................................................................................

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Introducción..........................................................................................

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Primer Parte Capítulo I El fraude de masas: febrero de 1937................................................................

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Capítulo II El reformismo liberal y la Constitución de 1921..............................................

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Capítulo III El “veto” a la constitución reformista..............................................................

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Capítulo IV El reformismo liberal en crisis. Redención y política.......................................

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Conclusiones a la primera parte Reformismo liberal y dinámica política en la década de 1920........................

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Segunda Parte Capítulo V Del plebiscito personalista al resurgimiento electoral del PDP .....................

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Capítulo VI El reformismo liberal en el Estado provincial..................................................

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Capítulo VII Crisis y ocaso del reformismo. De la intervención al fraude de masas...........

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Consideraciones finales Reformismo liberal, legitimidad de ejercicio y fraude electoral......................

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Siglas y Abreviaturas Frecuentes

AASF ACA AHPSF ALSF AMMI BEDSF DSSC RO UNL UNR UCR UCRSF UCRCN PDP

Archivo del Arzobispado de Santa Fe Acción Católica Argentina Archivo Histórico Provincial de Santa Fe Archivo de la Legislatura de Santa Fe Archivo Manuel María de Iriondo Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Santa Fe Diario de Sesiones de la Convención Constituyente Radicalismo Opositor o Constitucionalista Universidad Nacional del Litoral Universidad Nacional de Rosario Unión Cívica Radical Unión Cívica Radical Santa Fe Unión Cívica Radical Comité Nacional Partido Demócrata Progresista

Agradecimientos

l presente libro, financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica a través del proyecto PICT-2145/2008, es una versión reelaborada de algunos tramos de mi tesis doctoral en Historia, defendida en la Universidad Nacional de Rosario a comienzos de 2010 y realizada en el marco de sucesivas becas de posgrado del CONICET. Aunque mucho más breve, la versión de este libro ha sido enriquecida con los valiosos comentarios de Ana Virginia Persello, Marcela Ferrari y Luis Alberto Romero, quienes oficiaron de jurados. Sus palabras de aliento entonces y sus consejos luego fueron fundamentales para que finalmente me decidiera a editarla en formato libro. De igual manera, la constante y generosa ayuda de mi directora (y, a esta altura, amiga), Marta Bonaudo, fue de inestimable valor a lo largo de todo el proceso. Quisiera agradecer también a Diego Roldán y a Hernán Uliana –colegas y amigos– por soportar abnegadamente versiones muy “tempranas”, y a Darío Barriera por su siempre impecable labor como editor. En esta ocasión, además, por incluir el libro en la colección “Las ramas del sauce”, bajo su dirección. En el seno de congresos y seminarios he discutido los argumentos del texto con numerosos colegas. Mi gratitud a todos ellos: Luciano De Privitellio, Gardenia Vidal, María Sierra, María Antonia Guerrero Peña, María José Valdez, Lisandro Gallucci, Martín Castro, Miranda Lida, Darío Macor, Susana Piazzesi, Oscar Videla, Adriana Pons, Romina Garcilazo, Roberto Di Stefano, José Zanca, Ana Rodríguez, Ignacio Martínez… También estoy en deuda con mis amigos de siempre, con los que me lesiono semanalmente jugando al fútbol y al tenis o con los que obstinadamente veo películas pésimas e insoportables. También con aquellos que, como Lucho y Hernán, comparten la pasión por el Twilight Struggle aunque realmente no haya podido ganar una sola partida. Lo reconozco aquí y ahora. A mi nono Juan, cuyas historias se multiplican y enriquecen día a día: sigo aprendiendo con él más sobre la vida que con nadie. A mis viejos, como siempre, por estar incondicionalmente. A Silvi por las charlas de café en café (¡nos quedan pocos por conocer!) y a Luigi que, con sus sesenta años, sigue transpirando la camiseta como “los mejores” en los “picaditos” de los sábados.

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A mi hermana Luchi por los mates en la isla, los proyectos en marcha (a vos te va a tocar hacer el curso…) y los debates semanales sobre cine y psicoanálisis. Finalmente a Trilce, mi compañera de la vida, quien aunque su mundo se mueve en los dominios de la biología y la biodiversidad, corrigió con estoicismo una versión final de este libro, me mintió piadosamente diciéndome que le había gustado y, lo más importante, me viene soportando cotidianamente desde hace una década, incluso ahora que tercamente intento imitar a Monk y a Powell en el piano. You take my breath away…

Introducción Me he retirado del Senado porque no podía callarme quedándome allí y ha llegado la hora de callar. […] El país en este momento sólo tiene interés en que se le diga cuánto vale el trigo. Llegará la hora del arrepentimiento y entonces habrá muchas voces que hablen. Lisandro de la Torre, Carta a Elvira Aldao, 8 de marzo de 1937.1

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ras más de quince años en el rol de oposición, el Partido Demócrata Progresista ganó las elecciones de 1931 en Santa Fe y puso en vigencia la “vetada” Constitución de 1921, basada en el programa que los reformistas liberales habían impulsado en la década anterior. La experiencia, sacudida por sucesivas crisis, no llegó finalmente a buen puerto y en 1935, como parte de los planes del presidente Justo para asegurar la sucesión, el gobierno nacional intervino Santa Fe poniendo en marcha los engranajes del fraude. Demócratas y radicales del Comité Nacional clamaron por lo sucedido y anunciaron grandes movilizaciones y un “poderoso movimiento de opinión” que finalmente brilló por su ausencia. Se hicieron circular panfletos y se realizaron algunos mítines pero la embestida justista resultó indetenible, y el antipersonalista Manuel María de Iriondo asumió como gobernador en un clima de relativa calma, sin contratiempos ni muestras claras de oposición en las calles. Con un discurso, además, que enfáticamente llamaba a poner a fin a los experimentos reformistas –incluida la Constitución de 1921– y a defender la vigencia de la Constitución de 1900. Los periódicos se refirieron alternativamente al fraude pero lejos de condenarlo con claridad defendieron lo que, siguiendo los recientes trabajos de Susana Piazzesi, cabría definirse como una “legitimidad de ejercicio”. Es decir, una legitimidad que Iriondo, al margen de sus pecados de origen, podía alcanzar si realizaba lo que el diario La Capital de Rosario, entre otros, definía como un “gobierno de provecho”.2

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LARRA, Raúl Cartas de Lisandro de la Torre, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1952, pp. 57-58. Al respecto: PIAZZESSI, Susana Conservadores en provincia. El iriondismo santafesino, UNL, Santa Fe, 2010.

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El presente libro intenta comprender las razones políticas de posibilidad de la coyuntura de intervención (1935) y fraude (1937) que puso punto final al proyecto de los reformistas liberales, gestado en las décadas anteriores y llevado al gobierno por el PDP entre 1931 y 1935. Para ello se explora el devenir del reformismo-liberal, los pormenores de la sanción y posterior “veto” de la Constitución de 1921 y los avatares políticos de las dos principales fuerzas reformistas a nivel provincial: el PDP, tenaz defensor de la constitución vetada a lo largo del período; y el denominado Radicalismo Opositor o Constitucionalista, surgido al calor del conflicto por la constitución y activo sobre todo en la ciudad de Santa Fe entre 1923 y 1925. El ciclo reformista es analizado también a través del prisma de la legitimidad política: alumbrando principalmente la relación entre la dinámica electoral y partidaria de los demócratas progresistas y los radicales constitucionalistas, y los modos de entender el reformismo en diferentes coyunturas. En este sentido, como se verá en sucesivos capítulos, la zigzagueante historia electoral de los defensores del Constitución de 1921 estuvo íntimamente ligada a las transformaciones que, a lo largo de la entreguerras, alimentaron un clima político cada vez más adverso a los principios del reformismo liberal. No sólo debido al ascenso de los nacionalismos, la crisis del paradigma liberal o la influencia de la Iglesia católica –como la historiografía ha insistido ampliamente en los últimos años– sino también por la creciente gravitación de retóricas que, poco afectas a los postulados liberales que habían nutrido a los reformistas santafesinos tras el centenario, ensayaban una lectura “técnica” de la política a partir de conceptos como el de eficiencia, capacidad, eficacia, acción directa. Un cambio de tónica que, visto en perspectiva, fue más una causa que una consecuencia del llamado fraude de 1937 y un factor clave para comprender tanto la trunca experiencia del PDP en el gobierno entre 1931 y 1935, como la creciente gravitación de la denominada “legitimidad de ejercicio” en la vida política de la Argentina de entreguerras. En torno al reformismo liberal A pesar de haber sido publicado hace casi dos décadas, el libro de Eduardo Zimmerman Los liberales reformistas sigue siendo una referencia ineludible.3 El común denominador de dicha vertiente, según lo entendía Zimmerman en aquel trabajo 3

ZIMMERMANN, Eduardo Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina, 1890-1916, Sudamericana-Universidad de San Andrés, Buenos Aires, 1995; BOTANA, Natalio “El arco republicano del primer Centenario: regeneracionistas y reformistas, 1910-1930” en NUN, José –compilador– Debates de mayo. Nación, cultura y política, Buenos Aires, Gedisa, 2005. En términos políticos, entre otros: CASTRO, Martín “Liberados en su ´Bastilla´: saenzpeñismo, reformismo electoral y fragmentación de la élite política en torno al Centenario”, en Entrepasados, núm. 31, Buenos Aires, 2007. Recientemente el reformismo liberal ha sido objeto de nuevos acercamientos en el marco del estudio de la Revista Argentina de Ciencias Políticas: ROLDÁN, Darío –compilador– Crear la democracia. La Revista Argentina de Ciencias Políticas y el debate en torno de la República Verdadera, FCE, Buenos Aires, 2006.



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pionero, era la existencia de una cierta predisposición a pensar la resolución de los desafíos políticos y sociales a través de la introducción de cambios progresivos en las instituciones vigentes, uno de los rasgos más distintivos de las propuestas de los demócratas progresistas en Santa Fe y, por un breve lapso, de los llamados radicales opositores. También el Partido Socialista se inscribió en dicho marco pero su entidad fue siempre mucho más acotada, incluso durante la primera mitad de la década de 1930, cuando la abstención radical y su breve alianza con el PDP lo potenciaron fugazmente en el parlamento. En las páginas que siguen, no obstante, más que una “historia intelectual” del reformismo, al estilo de la transitada por Zimmeman, nos proponemos tejer una historia política de su devenir partidario en el marco del proceso de ampliación electoral que se desenvuelve en las primeras décadas del siglo XX. En otras palabras, lo que se pretende analizar no son las “ideas” en sí, su desarrollo intelectual y filosófico o las influencias de los campos profesionales en gestación sino su plasmación política y su articulación partidaria en coyunturas electorales específicas.4 La relación entre las ideas, los principios y los programas (construidos en parte a partir del entrecruzamiento de una abanico amplio de influencias, entre las que se cuentan las identificadas por Zimmerman) y la dinámica política concreta. En particular, las mutuas interdependencias e imbricaciones que ataron uno y otro plano e hicieron de los enfrentamientos entre el PDP y el radicalismo un factor clave en el derrotero de las sensibilidades y los diagnósticos políticos concretos de los reformistas a lo largo de la década de 1920. Variable que cobra particular visibilidad tanto en el “giro redentorista” de los años 1927 y 1928 como en las relecturas eficientistas de la Constitución de 1921 durante las campañas electorales transitadas entre 1929 y 1935. En este sentido, el presente libro no estudia el reformismo liberal en términos programáticos ni bajo el presupuesto de que constituyó un sistema coherente, nítido y relativamente estable de ideas, al modo en que Serge Bernstein, por ejemplo, propone pensar analítica e históricamente las diferentes culturas políticas en Francia.5 El reformismo liberal que nos interesa en lo sucesivo es el que emerge de los grises y claroscuros de la política “real”, como un resultado en el marco de los desafíos específicos abiertos por la

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Zimmerman situó el surgimiento de estas corrientes ideológicas, políticas e intelectuales en el marco de lo llamada “cuestión social”, entendida como el conjunto de consecuencias negativas del proceso de inmigración masiva, urbanización y desarrollo capitalista que, sobre todo en el área pampeana, transformó radicalmente la sociedad existente hasta entonces. En su opinión, el liberal reformismo de las primeras décadas del siglo XX conjugaba al menos tres vertientes: la de la “regeneración social y política”, en la que se inscribían los reformistas saenzpeñistas; la de las nacientes ciencias sociales, gestada sobre todo en el ámbito académico; y la de los nuevos campos profesionales, interesados en la promoción de una acción estatal activa en sus respectivas áreas. Al respecto: ZIMMERMANN, Eduardo Los liberales reformistas…, cit. BERNSTEIN, Serge –director– Les cultures politiques en France, Éditions du Seuil, 2003.

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democracia de masas y la competencia electoral inter e intrapartidaria.6 Como resto tras el encuentro entre ideas, principios, proyectos y discursos, y la dinámica política y partidaria, marcada a fuego por el carácter predominante del radicalismo.7 Se sigue así a lo largo de casi dos décadas la tensa relación entre los programas partidarios, el discurso político y las dinámicas organizativas del RO y del PDP, primero en la oposición y finalmente en el gobierno. Como podrá verse, el seguimiento del discurso político antes que el análisis de los programas ofreció una vía menos lineal de exploración de los contenidos concretos del reformismo liberal, mucho más vinculado a los avatares políticos locales y/o nacionales de lo que sus relativamente perennes plataformas sugieren.8 El optimismo que Natalio Botana consideraba característico de los sáenzpeñistas en 1912 se mantuvo en Santa Fe más allá del primer triunfo de Yrigoyen pero no sobrevivió a los conflictos de comienzos de la década de 1920 y, como en otros espacios, a los sostenidos éxitos electorales del radicalismo.9 Esta quiebra del optimismo político fue un rasgo decisivo en el giro redentorista primero y eficientista después del reformismo liberal santafesino, cuyas primeras formulaciones ya se habían cristalizado algunos años antes, como señala Carlos Malamud, en tiempos de la Liga del Sur.10

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El uso de los términos “democracia de masas” y “política de masas” ha generado recientemente algunas controversias. Argumentos a favor y en contra en: BERTONI, Lilia Ana y DE PRIVITELLIO, Luciano Conflictos en democracia. La vida política argentina entre dos siglos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009; y CATTARUZZA, Alejandro Historia de la Argentina, 1916-1955, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009. 7 En este sentido el libro propone el camino inverso al transitado por Carlos Malamud hace ya algunos años cuando intentaba determinar en qué medida “más allá de las derivas políticas se mantuvieron los principios políticos e ideológicos del partido” entre 1915 y 1946. MALAMUD, Carlos “La evolución del Partido Demócrata Progresista y sus plataformas políticas (1915-1946)”, en Anuario IEHS, núm. 15, Tandil, 2000 y “Los partidos políticos en la Argentina (1890-1914): programas y plataformas. El caso de la Liga del Sur” en POSADA-CARBÓ, Eduardo (ed.) Wars, Parties and Nationalism: Essays on the Politics and Society on Nineteenth-Century Latin America, Londres, 1995. 8 Sobre el PDP a nivel nacional: MALAMUD, Carlos “El Partido Demócrata Progresista: un intento fallido de construir un partido nacional liberal-conservador”, en Desarrollo Económico, núm. 138, Buenos Aires, 1995. Desde una perspectiva partidaria: MARTÍNEZ RAYMONDA, Rafael ¿Qué es el Partido Demócrata Progresista?, Buenos Aires, 1983 y MOLINAS, Ricardo y BARBERIS, Ricardo El Partido Demócrata Progresista, CEAL, Buenos Aires, 1983. 9 Sobre el “optimismo” de los reformistas: BOTANA, Natalio El Orden conservador, Hyspamérica, Buenos Aires, 1977 y HALPERIN DONGHI, Tulio Vida y muerte de la república verdadera, Ariel, Buenos Aires, 2000. En términos historiográficos: DEVOTO, Fernando “De nuevo el acontecimiento: Roque Sáenz Peña, la reforma electoral y el momento político de 1912”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 14, 2do. Semestre de 1996. 10 Al respecto: MALAMUD RIKLES, Carlos Partidos y Elecciones en Argentina: La Liga del Sur, 1908-1916, UNED, Madrid, 1999.



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La política en los años treinta: el problema del fraude y la legitimidad La investigación es tributaria también de los debates historiográficos sobre el sentido de la “década infame” y en particular sobre los significados de los fraudes a gran escala que la animaron. Se parte de la impugnación del epíteto de “década infame” que, como se ha señalado recientemente, contribuyó a obturar el análisis de la vida política del período. En este sentido, el libro pretende contribuir, desde un estudio provincial, a una comprensión más acabada de la política de los años treinta, relegada –como ha señalado Darío Macor– tras el problema de la conformación de una “nueva” matriz estadocéntrica o considerada lisa y llanamente terreno de los estudios sobre los “orígenes del peronismo”.11 Tópicos que, asociados a los efectos historiográficos de la idea misma de “década infame”, potenciaron el descuido del registro político. En los últimos años, la proliferación de trabajos locales permitió, junto a la superación de la marca estructuralista, perforar una y otra vez el hito del treinta para pensar la llamada “década infame” a la luz de los procesos políticos previos según diferentes líneas de continuidad.12 En esta dirección, como han destacado diversos historiadores, fue preciso poner en tensión un modelo en muchos casos difuso pero omnipresente, basado en grandes y estáticos cuadros: “república posible”; “república verdadera”; “república imposible”.13 Puestos en tensión estos compartimentos estancos, se ha avanzado en beneficio de periodizaciones menos institucionalistas, enmarcadas en el amplio paraguas conceptual e histórico de la entreguerras, más sensibles al diálogo entre los procesos sociales y culturales y los tiempos de la política a escala provincial y local.14 En este sentido, el libro propone una periodización que no hace pivote en torno al quiebre 11 Para un estado de la cuestión sobre el problema: MACOR, Darío “La década de 1930 en la historiografía Argentina”, en LEONI, María Silvia y SOLÍS CARNICER, María del Mar –compiladoras– La política en los espacios subnacionales. Provincias y Territorios en el nordeste argentino (1880-1955), Prohistoria, Rosario, 2012; “Primeras imágenes del naufragio” en MACOR, Darío Nación y provincia en la década de 1930, UNL, Santa Fe, 2005; y de MACOR, Darío y TCACH, César “El enigma peronista” en MACOR, Darío y TCACH, César La invención del peronismo en el interior del país, UNL, Santa Fe, 2004. 12 Desde una perspectiva que en clave gramsciana reivindica la marca estructuralista: ANSALDI, Waldo “¿Un caso de nomenclaturas equivocadas? Los partidos políticos después de la ley Sáenz Peña, 1912” en ANSALDI, Waldo; PUCCIARELLI, Alfredo; VILLARRUEL, José (edts.) Argentina en la paz de dos guerras, 1914-1945, Biblos, Buenos Aires, 1993; “La interferencia está en el canal. Mediaciones políticas (partidarias y corporativas) en la construcción de la democracia Argentina” en Boletín Americanista, núm. 44, Universitat de Barcelona, Barcelona, 1994. En franca oposición y más a tono con las perspectivas transitadas en este libro: DE PRIVITELLIO, Luciano “Partidos políticos” en KORN, Francis y ASUA, Miguel Investigación social. Errores eruditos y otras consideraciones, Instituto de Investigaciones Sociales, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Buenos Aires, 2004. 13 En una perspectiva crítica: PALTI, Elías El tiempo de la política. El siglo XIX revisitado, Siglo XXI, 2007. 14 Al respecto: ROMERO, Luis A. y GUTIERREZ, Leandro Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Sudamericana, Buenos Aires, 1995.

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institucional de 1930 privilegiando la comprensión del ciclo reformista en Santa Fe. Desde esta perspectiva, las coyunturas de 1920/23 y 1935/7 marcan los extremos de una hipérbole que describe tanto el auge y la decadencia de los demócratas progresistas y la Constitución del 21, como la progresiva expansión de retóricas basadas en la exaltación de la legitimidad de ejercicio: de cuño redentorista primero y eficientista después.15 La experiencia de los conservadores santafesinos a partir de 1937 emerge, de este modo, como la resultante de una serie de transformaciones y cambios que, vistos en perspectiva, fermentaron al calor mismo del ciclo reformista. A la luz del enfoque propuesto, las razones de posibilidad del fraude electoral del iriondismo resultan del legado de una década y media de conflictos políticos e institucionales –además de sociales–, entre los cuales los relativos al reformismo desempeñaron un papel clave, empezando por el veto de la constitución de 1921 y las arduas disputas que le sucedieron. De hecho, como se verá en el capítulo III, una de las primeras expresiones claras de un discurso específicamente centrado en la denominada “legitimidad de ejercicio” remite precisamente a la coyuntura del veto y al controvertido empréstito de 1922, a través del cual el gobierno de Enrique Mosca primero, y el de Ricardo Aldao después, intentaron recuperar la iniciativa política tras la fragmentación del radicalismo y la creación del RO.16 Sin pretender agotar los problemas planteados, susceptibles además de ser abordados desde diferentes registros y dimensiones de análisis, el presente libro aspira, en resumidas cuentas, a ofrecer una historia política posible de las condiciones de emergencia del fraude de 1937 y, en dichos términos, de la creciente centralidad de la legitimidad de ejercicio en la Argentina de las décadas del veinte y del treinta. Organización del libro La primera parte se inicia en el capítulo I con una descripción y análisis del fraude de 1937. A lo largo de los capítulos siguientes, del II al IV, se indagan los itinerarios del reformismo liberal al calor de la dinámica política santafesina, manteniéndose una lógica cronológica. Se parte, en el Capítulo II, de los agitados y conflictivos debates de la Convención Constituyente de 1921 y, en el Capítulo III, se analiza el decreto de desconocimiento de la nueva constitución y los frustrados intentos de resistencia de los reformistas, nucleados en juntas de defensa en Rosario y Santa Fe. El Capítulo IV analiza la crisis política de los defensores de la Constitución de 1921 –el Partido 15 Sobre la llamada “legitimidad del poder redentor”: BOTANA, Natalia El siglo de la libertad y el miedo, Sudamericana, Buenos Aires, 1998. 16 Se retoman los conceptos de legitimidad de origen/legitimidad de ejercicio,según la caracterización clásica de Juan Linz: LINZ, Juan La quiebra de las democracias, Alianza, Madrid, 1991. Para el caso argentino: MACOR, Darío y PIAZZESI, Susana “La cuestión de la legitimidad en la construcción del poder en la Argentina de los años treinta”, en Cuadernos del Sur, núm. 34, Bahía Blanca, 2005.



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Demócrata Progresista y el Radicalismo Opositor–, y se reconstruye el “plebiscito personalista” en Santa Fe, atendiendo al lugar periférico ocupado por la Constitución de 1921 durante la campaña de 1927 y 1928. Finalmente, el apartado de conclusiones propone un análisis de las tensiones y paradojas al interior del reformismo y del ascenso de lógicas redentoristas –en términos de Natalio Botana– a nivel del sistema político. La segunda parte se inicia con el capítulo V que se adentra en la crisis institucional, política y partidaria del personalismo en el gobierno al tiempo que se sigue la progresiva reapertura de las posibilidades electorales del PDP y del reformismo hasta la concreción del golpe de estado de 1930. En el capítulo VI se analiza la puesta en marcha de la Constitución vetada, tras el triunfo de los demócratas en 1931, y las crecientes dificultades atravesadas por el partido en su pasaje de la oposición al gobierno, agudizadas por la severa restricción de recursos ocasionada por la crisis financiera y económica. Por último, el capítulo VII recorre las crecientes tensiones causadas por las reformas en el propio PDP. Se analiza cómo el proyecto reformista afectó los intereses del partido como organización, agudizando las disputas internas y llevándolo finalmente a la fragmentación. El gobierno siguió adelante por la senda reformista pero las dificultades, como se verá, se hicieron cada vez más difíciles de sortear. En este marco, los demócratas fueron incapaces de detener la intervención de fines de 1935. Finalmente, las conclusiones vuelven a las preguntas del capítulo I, para interrogarse sobre las transformaciones del reformismo y los criterios de legitimidad asociados al fraude de 1937.

primera parte

Capítulo I El fraude de masas: febrero de 1937 Montando y desmontando la máquina van a sobrar piezas […] Los mecánicos electorales trabajan día y noche [...] Y la provincia, maltrecha, cansada, tironeada como prenda de difunto, pasa de unas manos a otras y permanece sin que nadie se detenga a meditar en sus necesidades, en sus angustiosos problemas. El Orden, Santa Fe, 27/11/1935 a jornada electoral del 21 de febrero de 1937 no fue una más en la historia de la provincia. El sábado 20 por la mañana, cuando el sol comenzaba a asomar y se insinuaba otro día sofocante, varios trenes del Ferrocarril de Santa Fe (FCSF) y del Ferrocarril del Norte Argentino (FCNA) se pusieron a disposición de la UCRSF para transportar votantes del Chaco hacia el norte de la provincia. También la empresa La Forestal prestó a la fórmula Iriondo-Araya sus trenes e instalaciones. El destino de los votantes chaqueños se repartió entre los departamentos del norte de la provincia: Vera, General Obligado y 9 de Julio. La operación total supuso el traslado de al menos unas dos mil personas de modo que, como le explicaba uno de los dirigentes chaqueños al antipersonalista Héctor López, “el asunto de los trenes” era de la “mayor importancia”.17 El operativo implicó diversos trasbordos, tanto a la ida como a la vuelta, el reparto de boletas en algunos puntos establecidos y, entre otras cosas, el abastecimiento de los contingentes. A las 10 de la mañana, un tren de la empresa del FCSF partió de Villa Ángela a Cote Lai y, poco después, otro hizo lo propio desde Hivonnait. En Cote Lai se unificaron los contingentes y fueron conducidos por el FCSF hacia Vera. Al amanecer del domingo, entre las 5 y las 6 de la mañana, un tren del FCNA, específicamente asignado a los comicios, transportó otro contingente de votantes desde Avia Terai. Al atardecer, ya consumado el fraude, el tren detenido en Vera emprendió el regreso hacia Villa Ángela, dejando algunos pasajeros en Charadai. Desde allí,

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17 AHPSF, AMMI, 16.4.6, f. 1.

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otro tren condujo al grupo restante de vuelta a Eivonnait.18 Tanto a la ida como a la vuelta, varios camiones, algunos provistos por la Defensa Agrícola, completaron los traslados y los llamados “enganches”. En todo momento, los contingentes fueron acompañados por algunos “hombres hábiles en trabajos electorales” que se ocuparon de las cuestiones legales y organizaron la participación en los comicios. Los fondos requeridos para la operación fueron directamente provistos por algunos de los principales referentes de la UCRSF: Héctor López, Carlos Pita y el propio Manuel María de Iriondo.19 Despliegues similares, incluyendo traslados desde Buenos Aires y Córdoba, se montaron en otros puntos de la provincia, en estos casos bajo la atenta mirada de Juan Cepeda y Ricardo Caballero. Según la información recabada por la oposición, varios contingentes de votantes de la UCRSF fueron transportados desde Rosario a departamentos cercanos como San Lorenzo, San Jerónimo o San Javier, donde sufragaron sin fiscalización y sin que los presidentes de mesa los tacharan del padrón o sellaran sus libretas. El PDP denunció entonces que, en casi toda la provincia, el acto eleccionario se realizaba sin “la fiscalización de los partidos opositores”.20 Enrique Mosca, por su parte, en representación de la UCRCN, envió al presidente Justo un extenso telegrama en el que, al igual que los demócratas progresistas, hacía hincapié en la expulsión de los fiscales, la presencia de policías en los cuartos oscuros, el secuestro de libretas, la existencia de sobres de doble fondo y el tendencioso desempeño de los presidentes de mesa.21 A las 15 horas, ante la magnitud de lo que sucedía, el PDP declaró la abstención y denunció flagrantes trasgresiones en Sastre, San Javier, San Jorge y Cañada de Gómez.22 En Rosario, a pesar de la capacidad de fiscalización de radicales y demócratas, los atropellos tampoco pudieron ser contenidos y en las secciones 1ra. y 5ta., las disputas terminaron con la expulsión de los fiscales “a punta de pistola”.23 Como pronto se hizo evidente, el fraude se había salido de control. El “éxito” era tal que la candidatura de Iriondo obtuvo rápidamente la totalidad de los electores en juego, un exceso a todas luces imposible de explicar. De hecho, poco antes de la contienda, los dirigentes del partido más optimistas, entre ellos Simón Carlen, habían arriesgado que obtendrían unos cuarenta electores. A poco de iniciarse el recuento, fuera de toda lógica, Iriondo obtenía los sesenta24. Preocupada por el desmadre, la

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AMMI, 16.4.6, f. 3 y 4. AMMI, 16.4.6, f. 1. El Orden, 22/02/1937. El Orden, 22/02/1937; La Capital, 22/02/1937. Tribuna, 21/02/1937. La Capital, 22/02/1937. El Orden, 11/02/1937.



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Junta Electoral intentó atemperar el triunfo entregando al menos dos electores a la oposición pero, de todos modos, los números fueron escandalosos. A nivel provincial los antipersonalistas obtuvieron finalmente 134.000 sufragios –52.000 más que el año anterior–, duplicando además los votos del radicalismo que perdía más de 20.000 respecto de 1936. El PDP, no obstante, fue el principal damnificado pasando de 81.000 en marzo de 1936 a 21.000 sufragios en febrero de 1937.25 Según Enrique Mosca “en más de un cuarto de siglo de vida política activa, nunca había presenciado nada similar”.26 Al día siguiente, cuando el fraude aún adjudicaba los sesenta electores a la candidatura de Manuel María de Iriondo, Mosca consideró que el escrutinio había sido una “parodia” y una “infamia” ante las cuales se desataría “seguramente” la “indignación colectiva”. Según el candidato radical, “las grandes reservas morales de la patria” revertirían la situación. El PDP, menos optimista, se refirió en la víspera del acto eleccionario a lo que calificaba como el “conformismo del pueblo” que aceptaba participar de la “burda farsa eleccionaria”.27 El abatimiento del PDP –que ya había sufrido un duro desengaño ante la intervención de 1935–, reflejaba probablemente mejor el cuadro general ante el fraude que el discurso político de Mosca centrado las “reservas morales de la patria”. Tras la intervención, en octubre de 1935, el PDP había esperado, con la misma expectativa que inundaba en febrero de 1937 a los radicales, la reacción del “electorado progresista”. En la ocasión, los principales dirigentes del PDP cuestionaron a quienes aceptaban “vivir en el lodo” y llamaron aún con cierto optimismo a la “resistencia”. Sin embargo, como amargamente reconocieron poco después en Rosario, los “acontecimientos se desarrollaban” –lo quisieran o no– “ante la indiferencia del pueblo”. Encolerizado y un poco fuera de sí, Enrique Thedy –uno de los referentes partidarios– agregó que “el enemigo era quien atacaba” pero más aún quien permanecía “indiferente” y “cómplice”.28 A pesar de sus palabras, el paro general anunciado por los comerciantes de Rosario duró apenas veinticuatro horas y la Junta Pro-defensa de la autonomía provincial se disolvió poco después. En aquellos días, sólo la fracción capitaneada por José Benjamín Ábalos dentro de la UCR participó de los actos de repudio a la intervención. Mosca y los sectores mayoritarios dentro del radicalismo, los que en febrero de 1937 pedían el clamor del “pueblo”, se mantuvieron al margen, expectantes ante lo que podía significar su retorno al poder. A fines de 1936, conscientes de lo que se avecinaba, los demócratas habían considerado que la única forma de detener el fraude era concertando un frente co25 26 27 28

El Orden, 16/03/1936. El Orden, 22/02/1937. Tribuna, 20/02/1937. La Capital, 01/10/1935

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mún con la UCRCN que les permitiera compartir fiscales y militantes, de modo de enfrentar más sólidamente las “operaciones” justistas. La UCRCN, confiada en sus propias fuerzas, rechazó sin embargo el ofrecimiento.29 De la Torre señaló entonces que los radicales no comprendían “la situación emergente” y las características de los mecanismos fraudulentos montados. Según De la Torre, los radicales no evaluaban correctamente la importancia de la elección de Santa Fe para la sucesión presidencial, ya que el triunfo del sabattinismo en Córdoba complicaba el escenario electoral de Justo, quien sin poder intervenir en las elecciones de la ciudad de Buenos Aires, necesitaba evitar que un distrito importante como Santa Fe cayera en manos opositoras. Con notable claridad, De la Torre anticipó lo que efectivamente ocurrió el 21 de febrero: “Van a alterar los escrutinios. En cada mesa después de expulsados los fiscales, procedimiento autorizado por el decreto que ha sustituido a la ley electoral de la provincia, los presidentes de comicios nombrados especialmente por la intervención, harán lo que quieran”.30 La amargura de las palabras de De la Torre y el escepticismo que atravesaba a buena parte de la dirigencia del PDP y a la de un desprendimiento suyo, la Alianza Civil, no era de última hora, y se basaba en la liviandad con la que, a lo largo de 1936, la intervención había alterado las reglas de juego y acercado recursos a la UCRSF.31 Pocas semanas antes de los comicios, ya establecidas las apoyaturas legales necesarias y fracasada la alianza con el radicalismo, los demócratas se mostraban francamente abatidos. De la Torre declinó su candidatura y la fórmula Mattos-Mántaras concurrió con el “único objetivo” de intentar “documentar el fraude”.32 La organización del fraude Una vez decidida su realización, tras el resultado adverso sufrido por la UCRSF en marzo de 1936, la intervención se lanzó a “montar la máquina”. A pesar de contar con una importante red de comités, la apoyatura del gobierno nacional y dirigentes de experiencia como Héctor López, Juan Cepeda o Ricardo Caballero, la tarea no fue sencilla. En términos de logística, concretar un “fraude de masas” en un distrito en el que votaban más de trescientas mil personas planteaba infinidad de dificultades. Ade29 La potencial alianza, aunque centrada en el fraude, incluía también algunos puntos programáticos mínimos: convocatoria a una convención para la reforma de la Constitución; sanción de disposiciones constitucionales que aseguraran la libertad de sufragio; aplicación del censo de 1914; elección directa del gobernador, autonomía de las comunas e intendencias electivas. 30 El Orden, 29/01/1937 31 AMMI, 16.4.7, f. 1 y 2. Tribuna, 19/08/1936 32 Tribuna, 08/02/1937



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más, las tensiones que corroían a la propia coalición iriondista, reflejadas entre otras cosas en severos problemas de disciplina a nivel de las bases partidarias, complicaba con creces la organización. A mediados de diciembre de 1936, por ejemplo, el Jefe de Policía de Nelson informó a Iriondo que “con excepción de alguna propaganda personal, nadie trabajaba” y se mostró preocupado por la “mala fama” del comisario.33 Sugirió licenciarlo hasta después de las elecciones y, sobre todo, forzarlo a pagar sus deudas con los comerciantes locales de modo de poder conseguir financiamiento para la campaña.34 En general, todos los jefes de policía coincidían en que, más allá de las rencillas intestinas y de la mala fama de muchos comisarios, no se estaba trabajando lo suficiente. En particular, se consideraba necesario aumentar la “propaganda” y sobre todo la propaganda mural, mayormente acaparada por la oposición.35 Se recordaron también algunos de los incidentes más sonantes de la elección de marzo de 1936. Según los informes partidarios, en aquellos comicios, algunos grupos de votantes antipersonalistas habían sido “interceptados” por militantes del PDP y la UCRCN, quienes haciéndose pasar por antipersonalistas, les habían cambiado las boletas. Peor aún, en General Obligado se sospechaba de un “vuelco” de votos hacia la UCRCN a pesar de que se habían atendido las demandas de los dirigentes locales: una comisaría y un juzgado de paz.36 Por entonces, en plena campaña, la consolidación de la máquina electoral iriondista se tradujo en una multiplicación de las demandas y los pedidos a nivel de las bases. El Consejo de Educación de la Provincia, las Jefaturas Policiales y sobre todo la Defensa Agrícola fueron las dependencias más utilizados por Iriondo para ofrecer contraprestaciones y atender las numerosas solicitudes que llegaban desde los comités locales. Las tensiones y las disputas, sin embargo, afloraron con frecuencia. Aun contando con el apoyo de la intervención y con contactos en algunas de las dependencias nacionales, las demandas que generaban los intentos por ampliar y robustecer las redes partidarias se hicieron difíciles de colmar. En los tramos finales de la campaña, la situación se volvió bastante más tensa y respuestas como “el trámite está iniciado”, “se está estudiando la solicitud” o, simplemente, “en marcha”, desataban a veces airados reclamos. Los comités pedían con más insistencia e incluso con cierta rudeza la “confirmación” de los pedidos elevados y recalcaban la “urgencia” de las necesidades de los correligionarios.37 En algunas ocasiones, la negociación se exhibía sin ningún eufemismo, totalmente a la vista. Ante un pedido de Iriondo, un dirigente de San Justo, por ejemplo, no tuvo reparos en responder que primero le era “grato hacerle memoria” de los suyos, cuatro puestos docentes, dos traslados y un supernu33 34 35 36 37

AMMI, 16.4 cuestionario del 11/12/1936, distrito Nelson. AMMI, 16.4 cuestionario del 8/12/1936, distrito Los Hornos. Tribuna, 20/02/1937. AMMI, 16.4.5, f. 12 y 13. AMMI, 14.1.1, f. 4.

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merario en Defensa Agrícola.38 En igual tono, el Jefe de Policía del Departamento Vera envió varias cartas a Iriondo, en tonos cada vez más severos, pidiendo mantener en su puesto a “un amigo” del FCSF que había “prestado una valiosa cooperación”.39 La organización del fraude incluyó también el delicado reclutamiento de las llamadas “fuerzas de choque”. Grupos de matones armados que ofrecían protección en los actos partidarios y en los comités y que, eventualmente, desbarataban algunos de los actos de campaña de la oposición o realizaban desmanes en los comités de los adversarios. Si bien esto no implicaba ninguna novedad, la posibilidad de que el fraude fuera resistido por los “elementos perturbadores” de radicales y demócratas obligó a extremar las precauciones. De hecho, se evaluó solicitar varios pedidos de indulto a la intervención con el preciso objetivo de aumentar las “fuerzas de choque” en algunos distritos complicados.40 Los Jefes de Policía, sin embargo, más allá de los temores de los dirigentes no parecían estar demasiado preocupados por la capacidad de resistencia armada. La mayoría de ellos, como lo expresaban en sus informes, consideraba que en sus respectivos distritos no se generarían enfrentamientos de envergadura y más bien recomendaban profundizar la campaña en el espacio público.41 La expresión “gente de trabajo y tranquila”, utilizada en los informes policiales, sugería precisamente que no sería necesario enviar fuerzas de choque.42 Ensamblar todas estas piezas en una maquinaria medianamente eficiente no resultó una tarea fácil. De hecho, como vimos previamente, el descontrol terminó adueñándose de los comicios. La violencia montada en los cuartos oscuros, en las mesas y en las calles irrumpió desordenadamente y fue presenciada por miles de testigos y no ya solamente por militantes o dirigentes como solía ocurrir en la década previa cuando se alteraba algún resultado. Asimismo, los trenes que traían votantes del chaco tampoco pudieron ocultarse –tal como sugieren los testimonios en la prensa– y, fi38 AMMI, 15.4.4, s/f. 39 AMMI, 14.1.1, f. 36, 78, 132. Hay también respuestas positivas ver f. 133. 40 El jefe de policía de General Obligado le solicitó a Iriondo interceder ante la intervención para lograr el indulto de algunos “correligionarios”, tales los casos de Andrés Paiva, Sixto Acevedo y Fidel Monzón, condenados por homicidio. Se le aseguraba que en caso de dejar el presidio trabajarían para la UCRSF. AMMI, 14.4.4, f. 1, 2. Por su parte, Carlos Landi, un dirigente local del norte de la provincia, recordó a Iriondo con particular interés la posibilidad de contar con los “conocidos” servicios de León Irineo Pino, recluido en la Cárcel de Encausados. En la carta que León había enviado a Landi aclaraba que “en caso de recobrar” la “libertad antes de las elecciones” se comprometería “juntamente” con su “hermano para “ponerse al servicio del partido. AMMI, 16.4.5, f. 32 y 33. 41 Las Jefaturas de Policía designadas por la intervención quedaron en manos de hombres de la UCRSF. Tal el caso de Santa Fe y Rosario ocupadas por Andrés Bello y Juan Cepeda. Los cuestionarios distribuidos contenían ocho ítems e incluían apreciaciones sobre el resultado de las elecciones, descripciones de la acción desarrollada por los “contrarios políticos” en el distrito, opiniones sobre el comisario y los dirigentes partidarios y, entre otras cosas, sugerencias y medidas que, según el informante, debían tomarse para asegurar el triunfo 42 AMMI, 16.4 cuestionario del 10/12/1936, distrito Villa María Selva; 4/12/1936 distrito Santo Tomé.



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nalmente, como la prueba más prístina de lo ocurrido, estaban los resultados mismos: totalmente desproporcionados y francamente absurdos. Lo que probablemente se había pensado en las cabezas de Iriondo, Cepeda o Caballero como un triunfo sólido pero razonable –con un radicalismo debilitado pero capaz de jugar un rol importante en el Colegio Electoral– desembocó tras el fraude en un triunfo arrollador y absoluto. La singularidad del fraude de febrero de 1937 residió, en este sentido, más que en el tipo de prácticas empleadas –similares a las ya largamente utilizadas en las décadas previas–43 en la escala y la magnitud a las que se las condujo, en muchos casos incluso en contra de la voluntad de quienes intentaban dirigir las operaciones. De hecho, una vez puestos en marcha los engranajes de “la máquina”, se hizo sumamente difícil controlar a los propios militantes porque, entre otras cosas, las nuevas reglamentaciones orquestadas por la intervención les daban prácticamente rienda suelta durante los comicios. Formalmente ya no se requería la firma de los fiscales ni en los sobres ni en las actas y, de acuerdo con el artículo 43 del nuevo reglamento, los partidos debían notificar cinco días antes de los comicios el nombre del fiscal con indicación de la mesa donde prestaría servicios, en caso contrario se rechazaba la fiscalización.44 La reglamentación permitía, además, la impugnación de un fiscal por otro, situación que abría la posibilidad a todo tipo de irregularidades ya que se otorgaba al presidente de mesa, elegido por la intervención, el poder de decidir al respecto. En cierto modo se abandonaba también el padrón nacional, ya que se lo sometía a ampliaciones para confeccionar lo que se daba en llamar: “fichero propio de electores”. Según denunciaba Tribuna desde Rosario,45 la principal “virtud” del fichero era la “doble inscripción” que, a la luz de las presentaciones de la UCRCN, superaba los cinco mil registros.46 Finalmente, las nuevas reglamentaciones incorporaban las denominadas “tachas” que facilitaban una “depuración” selectiva del padrón, ya que una vez efectuadas las mismas sólo se disponía de tres días para impugnarlas.47 Como se puede apreciar, las posibilidades abiertas por dicho marco eran demasiadas, y los desbordes se hicieron muy difíciles de controlar ante militantes que, en muchos casos recientemente reclutados, estaban deseosos de cumplir con éxito su misión y escalar en el partido. 43 Denuncias del PDP y la UCRCN en: La Capital, 01/03/1936. 44 AHPSF, Folletos Varios, 194, Reglamento Electoral de la Provincia de Santa Fe, 16 de octubre de 1936, Intervención Nacional, Santa Fe. Artículos 51, 56 y 73. 45 Tribuna, 19/08/1936. 46 Tribuna, 07/02/1937. 47 Debates a nivel nacional en: PERSELLO, Virginia y DE PRIVITELLIO, Luciano “Las reformas de la Reforma: la cuestión electoral entre 1912 y 1945”, Ponencia presentada en las 2das. Jornadas sobre la política en Buenos Aires en el siglo XX, IEHS-UNICEN, Tandil, 2007. Más recientemente de los mismos autores: “La Reforma y las reformas: la cuestión electoral en el Congreso, 1916-1930” en BERTONI, Lilia Ana y DE PRIVITELLIO, Luciano –compiladores– Conflictos en democracia. La vida política argentina entre dos siglos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

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El fraude y la campaña electoral Durante los meses previos al fraude, la UCRSF profundizó sus actividades de campaña y aprovechando su cercanía con la intervención, promocionó las medidas tomadas por el gobierno provisional como propias, haciendo hincapié en los supuestos fracasos de la gestión demócrata progresista. La UCRSF apeló a las medidas tomadas desde la Defensa Agrícola, acompañadas por una intensa propaganda, para resaltar la supuesta discontinuidad entre el “palabrerío reformista” y la “acción directa” del gobierno provisional. Durante la gestión demócrata, la difícil situación de los colonos y arrendatarios había sido ampliamente seguida por los diarios que cuestionaban la inacción del gobierno y le recriminaban su lentitud. La Federación Agraria atacó repetidamente a los demócratas y a los radicales por “ineficaces” y, desde su periódico La Tierra, apoyó la candidatura de Justo. En este contexto, la UCRSF se identificó con la política de la intervención en el terreno del combate a la langosta y el reparto de semillas, intentando capitalizar el apoyo de los principales diarios a las medidas.48 El número de lanzallamas, cebo tóxico y barreras distribuidas por el gobierno nacional, promocionado en afiches y pintadas murales –uno de los modos más generalizados de propaganda–, se contrastó con la supuesta inoperancia de los gobiernos provinciales anteriores, convirtiéndose en emblema de los justistas. Se insistió en que se estaba conduciendo un enfrentamiento “total”, basado en un operativo “profesional y eficaz”, encabezado por el general Justo. Héctor López señaló por entonces que, ante lo realizado, “la gente del campo” –sobre cuyas espaldas se cargaban “las responsabilidades del trabajo y de la producción”– sabía que tenía que votar por Iriondo.49 Asimismo, aprovechando el descalabro sufrido por el Consejo de Educación, la UCRSF calificó las medidas tomadas por la intervención en el terreno educativo como “reparadoras”, y las presentó como una muestra de lo que llevaría a cabo en el caso de un triunfo. Responsabilizó a la ley de educación demócrata de 1934 por todas las dificultades que afectaban al sistema educativo y, a tono con la intervención, fue particularmente lapidaria con el funcionamiento de los Consejos Escolares de Distrito, causantes supuestamente de la “anarquía” reinante. Se los acusó, además, de alimentar una “burocracia desmedida” conformada por “puestos innecesarios para familiares y amigos” y se insistió en que, a través de ellos, las escuelas podían caer bajo influencia “extranjera”, dada la supuesta acción de los comunistas.50 Desde el Boletín de Educación se explicaba precisamente que se notaba “un visible decaimiento del espíritu patriótico” debido a la “influencia de ideas” contrarias a la “nacionalidad”.51 Mientras este panorama era trazado por Antonio Julia Tolrá desde el Consejo, El Orden publicaba una nota enviada por Iriondo en la que se explicaba que “la UCRSF 48 49 50 51

La Capital, 18/03/1936; 21/03/1936; 01/11/1936. El Orden, 08/02/1937. El Orden, 08/01/1936. Boletín de Educación, 5ta. Época, núm. 2, 05/08/1936.



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se había erigido contra el comunismo” oponiéndole “el preámbulo de la Constitución Nacional” y exaltando “la grandeza de Dios”.52 En plena campaña, la bancarrota del Consejo de Educación y las deudas con el magisterio también se atribuyeron a la “ineficiente” gestión de los Consejos. Un argumento que el partido justista utilizó recurrentemente para intentar establecer canales de diálogo con los gremios docentes tras los enfrentamientos que, como se analizará luego, horadaron las relaciones entre las asociaciones del magisterio y el PDP. En Rosario, la hoja diaria de los demócratas denunció entonces con indignación la supuesta “Pasividad del Magisterio Santafesino” que aceptaba dialogar con el justismo a pesar de su ideología reaccionaria.53 La contracara era, no obstante, un Consejo que lejos de intentar reducir su déficit se valía de los recursos cedidos por el gobierno nacional para expandir el presupuesto en plena crisis. La oposición se lamentó por el déficit creciente pero las autoridades provisionales no mostraron mayor preocupación. El propio Pío Pandolfo a cargo del Consejo aceptó públicamente que el déficit alcanzaría los cuatro millones sólo en el terreno educativo.54 La UCRSF, por su parte, aplaudió abiertamente la política de “gasto” y si bien reconoció que existía una crisis financiera grave la atribuyó a la incapacidad de los demócratas, lanzando la consigna de impedir que la pagaran los maestros.55 Se impulsaba la idea de que, más allá de la ampliación presupuestaria, la clave pasaba por la voluntad política y la “capacidad de administración” de los interventores frente a las “incapacidades” de los reformistas. Una y otra gestión se contraponían en el discurso de campaña como extremos irreconciliables: de un lado, la ineficiencia, la “palabrería”, los “grandes proyectos inútiles”, los términos incomprensibles; del otro, la eficiencia, la buena administración, la “acción directa”. En la ocasión, en un claro ejemplo de cuál era la tónica de la retórica justista, se difundió el historial de gestión de Iriondo, tanto en el sector privado como en el Estado, supuesta garantía de “buen gobierno”, y se enviaron a diferentes puntos de la provincia montículos de ladrillos acompañados del rumor de que en breve se iniciarían diversas obras.56 Otro de los ejes de campaña, dada la conflictiva laicización que –como se verá en los próximos capítulos– impulsaba el PDP, fue la cuestión religiosa. Un aspecto central en la prédica iriondista. De hecho, tras la intervención, el vínculo entre la UCRSF y la curia santafesina se hizo cada vez más visible e Iriondo se convirtió en una figura infaltable en las celebraciones católicas. Durante la multitudinaria Co52 53 54 55

El Orden, 03/01/1937. Tribuna, 03/08/1936. Tribuna, 05/08/1936. Sobre la política de gasto: PIAZZESI, Susana “Después del liberalismo ¿Un nuevo conservadurismo? El iriondismo santafesino en la década del treinta”, en Estudios Sociales, Revista Universitaria Semestral, Año VII, núm. 13, Santa Fe, UNL, 2do. Semestre de 1997, pp. 101-118 56 El Orden, 16/02/1937.

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ronación de la Virgen de los Milagros en 1936, por ejemplo, los diarios publicaron fotografías suyas junto al interventor Bruchman y algunos de sus ministros –como Joaquín Rodríguez y Juan Maciel, ex presidente de la Junta Central de la Acción Católica, Zona Norte– rodeados de los feligreses congregados.57 Por su parte, Severo Gómez, uno de los principales dirigente del antipersonalismo, definió por entonces a la UCRSF lisa y llanamente como un partido “espiritualista” que, en sintonía con los deseos de Justo, se proponía apuntalar la vuelta de “Dios a los templos, de Dios a las escuelas, de Dios a los hospitales, de Dios a los tribunales de justicia, de Dios al Estado”.58 Especularmente, los demócratas aceptaron su rol y, atravesados por una vertiente anticlerical que había ido ganando fuerza en la década anterior, acusaron a Iriondo de “clericalista”. Desde las páginas de Tribuna –el diario partidario– se lo presentó varias veces caricaturizado con sotana, recibiendo fajos de billetes del gobierno nacional y ataviado con una gran cruz en el pecho.59 Los radicales, por el contrario, se resistieron a ceder a los antipersonalistas la bandera del catolicismo. Los dirigentes radicales Julio Mántaras, Antonio Habichayn y Arturo Saurit le enviaron incluso una carta al arzobispo Fasolino pidiéndole que desmintiera sus vínculos con Iriondo y recordándole el tradicional apoyo del radicalismo a la Iglesia.60 Fasolino, moviéndose con habilidad y evitando dar una respuesta clara, atribuyó la acusación a rumores infundadas sin tomar una posición pública.61 Desde la UCRSF, sin embargo, Severo Gómez salió a contraatacar argumentando que la UCRCN, como probaban sus acercamientos con el PDP, se proponía “atacar” a la Iglesia Católica para “destruir las tradiciones”.62 Presentó además al PDP como un “extremismo” y recordó sus proyectos laicistas y su alianza electoral con los socialistas en 1931.63 El radicalismo, preocupado por las consecuencias electorales de la retórica iriondista, volvió a rechazar públicamente los señalamientos de Gómez, y varios comités departamentales del partido organizaron campañas de panfletos recordando las medidas tomadas por el partido a favor de la Iglesia. En la ocasión se hizo referencia especialmente a las intervenciones de Yrigoyen en tiempos de la convención reformadora de 1921 –como se verá en el capítulo III– y durante la discusión del proyecto de divorcio. Según el partido, había que llegar a “todas las casas de las familias católicas del campo, la chacra y la ciudad” para que “los ciudadanos de esos hogares” no fueran engañados 57 Al respecto: MAURO, Diego De los templos a las calles. Catolicismo, sociedad y política. Santa Fe, 1900-1937, UNL Los Premios, 2010. 58 El Orden, 11/12/1936. 59 Caricatura de Iriondo: Tribuna, 16/02/1937. 60 AASF, Carpeta Acción Política, 1917-1946: Carta fechada el 31/10/1936 de la UCRCN al arzobispo Nicolás Fasolino. 61 Ver las cartas en una y otra dirección en El Litoral, 01/11/1936 y La Capital, 02/11/1936. 62 El Orden, 11/12/1936. 63 El Orden, 15/02/1936.



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por los antipersonalistas64 que, como afirmaban en uno de los panfletos distribuidos, eran los verdaderos “enemigos declarados” del catolicismo.65 Por último, la retórica antipersonalista de campaña apuntaba a robustecer la tesis del “triunfo seguro”, intentando instalar la idea de que se había logrado revertir el resultado de 1936. Poco antes de los comicios, en una entrevista para El Orden, Héctor López, uno de los principales dirigentes del partido y responsable, entre otros, de la organización del fraude, consideró que todas las denuncias de los opositores eran un invento porque no “había un solo detenido político, ni un solo acto impedido”. En su opinión, lo que buscaban demócratas y radicales era sembrar dudas porque sabían que el pueblo ya no los acompañaba. En la misma dirección se manifestaron otros importantes dirigentes como Pío Pandolfo y Alfredo Bello, para quienes los opositores se habían “dormido en los laureles”.66 Con el mismo propósito, en un acto realizado en el Teatro Real de Santa Fe, Iriondo relativizó directamente el triunfo del PDP en 1931. En su opinión, la derrota de su partido en aquella ocasión se había debido sólo a un hecho circunstancial que ya no existía: la “ofuscación” de la UCR.67 Argumentaba que, por el contrario, en el presente muchos radicales del Comité Nacional estaban supuestamente abandonando el partido para pasarse a la UCRSF. Poco después, en otro acto realizado en el Teatro Municipal, Iriondo volvió restar importancia al triunfo del PDP relativizando también el obtenido por el radicalismo en 1936. En su opinión, como “la gran masa de votantes” no estaba “enrolada en ninguno de los partido políticos”, el triunfo radical de marzo de 1936 ya no significaba nada en 1937. Por el contrario, tal como también argumentaba el dirigente Rafael Araya, la “opinión se había inclinado” ahora en favor de la UCRSF porque los opositores seguían sin comprender que ya no “podía hablársele al pueblo en términos literarios”.68 En uno de sus últimos discursos de campaña Iriondo concluyó que “la opinión independiente” se había identificado con la intervención y su candidatura porque eran los únicos que podían garantizar “tranquilidad”, “acción directa”, “orden administrativo”, “leyes y medidas acertadas” que impidieran a los santafesinos tener que volver a vivir las situaciones de crisis atravesadas en tiempos del yrigoyenismo y el reformismo del PDP.69 Supuestamente el vuelco de los votos independientes, decidido por la buena gestión de la intervención nacional, era ya un hecho, como insistían por cierto varios periódicos oficialistas lanzados para propagandizar las obras públicas de la inter64 AASF, Carpeta Acción Política, 1917-1946: Folleto titulado “A los católicos del Departamento Castellanos”. 65 AASF, Carpeta Acción Política, 1917-1946: Panfleto anónimo. 66 El Orden, 08/02/1937. 67 El Orden, 21/12/1936. 68 El Orden, 19/02/1937. 69 El Orden, 07/02/1937.

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vención.70 También se insistió frecuentemente en la supuesta incorporación de los votantes de la Asociación de Centros Radicales Alem, que presidía Miguel Ángel Cello y que había quedado afuera de la UCRCN.71 Se dieron a conocer, además, supuestas deserciones de radicales del Comité Nacional decepcionados por los manejos internos del partido.72 De igual manera, en el acto convocado para lanzar la llamada “ley empréstito” de Joaquín Rodríguez, destinada a ayudar financieramente a las entidades deportivas, los dirigentes de la UCRSF volvieran a criticar la ineficiencia de sus adversarios que habían “desquiciado” el Estado. El propio Francisco Scarabino del diario La Acción, encargado de la logística del acto, se refirió en una carta a Iriondo sobre la cuestión: el objetivo principal no era difundir la ley sino “crear un motivo para una magna Asamblea que si bien de carácter apolítico, beneficia la fórmula que Ud. preside”.73 En la misma carta se explicaba, por último, como desde La Acción se venían publicando “extensas crónicas del partido” para contrarrestar la prédica de “descrédito” de la oposición que se había “intensificado”.74 Por entonces, efectivamente, a contramano de los que daban a entender los antipersonalistas, radicales y demócratas lejos de “haberse dormido en los laureles” se mostraron particularmente activos, denunciando públicamente el inminente fraude. En Rosario, el PDP realizó una serie de actos en diferentes puntos de la ciudad y los radicales aprovecharon la presencia del ex presidente Alvear para volver a denunciar la preparación de la máquina.75 La apreciación de la situación fue, sin embargo, diferente en uno y otro partido: mientras, los demócratas insistían en la necesidad de concertar una alianza para aunar fuerzas de cara a los comicios –unificando fiscales, fuerzas de choque, militantes– los principales dirigentes del radicalismo confiaban en poder contener a los antipersonalistas en soledad. En opinión de Habychain, la máquina iriondista podía ser derrotada por la máquina radical imbatible desde 1912, incluso en 1928 cuando habían tenido que enfrentar, como se verá en el capítulo IV, al llamado “cepedismo” en el gobierno. Se daban por descontado algunos desbordes pero se consideró que un fraude a gran escala como el que denunciaba De la Torre o, entre otros, el radical Ramón Doldán, no podía llevarse a cabo en Santa Fe. Había,

70 El Orden, 07/02/1937. Entre los periódicos oficialistas se cuentan: Magazine Municipal (1935), destinado a difundir las obras del intendente Miguel Culaciati en Rosario y La Calle (1936) que cubría las obras públicas del gobierno provincial. 71 El Orden, 07/02/1937. Se estimó que los cellistas contaban con unos 23.000 votos: El Orden, 07/02/1937. 72 El Orden, 17/02/1937. 73 AMMI, Legajo: 14.1.1, f. 122. 74 AMMI, Legajo: 14.1.1, f. 122. 75 Tribuna, 12/09/1936; 14/09/1936. Sobre la presencia de Alvear: El Orden, 16/02/1937; El Litoral, 16/02/1937.



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eso sí, que extremar los cuidados pero nada que el partido no estuviera en condiciones de asegurar.76 Imágenes, percepciones y reacciones ante el fraude Al día siguiente de los comicios, a pesar de la intensa campaña dirigida a instalar la idea de que el triunfo de la UCRSF era un escenario posible, la magnitud de los resultados dejó muy pocas dudas al respecto. El “éxito” fue tal que la candidatura de Iriondo alcanzó rápidamente la totalidad de los electores en juego, un exceso a todas luces imposible de explicar. La Capital concluyó entonces que la “voluntad del pueblo no había sido respetada”.77 La “indignación colectiva” que según Mosca inundaba al soberano, sin embargo, no fue de la partida e Iriondo asumió la gobernación poco tiempo después sin mayores contratiempos. La “reservas morales” que los dirigentes partidarios aguardaban ante el atropello del 21 de febrero, no lograron materializarse con ímpetu en las calles. En su lugar, los reclamos realizados por los partidos políticos fluyeron como una débil llovizna para estrellarse inútilmente en el paraguas legal construido por la intervención. Algunas acciones esporádicas, fundamentalmente organizadas por grupos de militantes políticos, tuvieron lugar en Rosario y Santa Fe pero los niveles de movilización fueron impotentes para revertir la situación. Constituyeron, de hecho, más una resistencia “formal” que real y la sociedad se reconoció, como en otros momentos, en el bullicio de los negocios y la vida cotidiana, en el fervor de los deportes populares y en la plegaria religiosa. Muy a pesar de los deseos de los dirigentes radicales y demócratas progresistas, las plazas y avenidas estuvieron lejos de ser el escenario de enconadas y multitudinarias manifestaciones en defensa del voto popular y los derechos ciudadanos que, con más desesperación que realismo, habían imaginado apresuradamente muchos de ellos. El diario La Capital, como sus colegas, apenas condenó lo sucedido y lejos de ofrecer llamados a la resistencia, se refirió eufemísticamente a las “circunstancias especiales” que habían permitido la llegada de Iriondo al poder. La tímida condena se diluía, además, tras el argumento de que, dado el fraude, Iriondo tenía una “responsabilidad mayor” y que, por ende, debía trabajar intensamente para que se le “perdonara” su “vicio” de origen. Según el diario, se abría entonces el horizonte de una “legitimidad de ejercicio” que debía conquistarse con obras de progreso, como la ley 2466 de parques y balnearios que se acababa de aprobar y que, en medio de las denuncias de los partidos por lo sucedido, fue explicaba con lujo de detalles.78 El eco débil que el llamado a la movilización encontró en la sociedad y en los principales diarios, se hizo aun más difícil de digerir para los reformistas ante la multitudinaria asistencia reunida frente al santuario de la Virgen de Guadalupe en Santa 76 El Orden, 14/02/1937. 77 La Capital, 22/02/1937. 78 La Capital, 05/03/1937; 22/03/1937.

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Fe, a pocas semanas de concluido el falso escrutinio y exactamente un día después de la asunción de Iriondo. La curia diocesana, además, no se privó de resaltar el contraste pidiendo a los peregrinos que agradecieran a la Virgen la llegada del nuevo gobierno. Como era habitual a esta altura en la celebración guadalupana se recordó la movilización católica de 1921 que, como se verá en el capítulo II, se opuso a la reforma constitucional, atribuyéndose el triunfo de Iriondo a la “maternidad” de la Virgen. Según Fasolino, superados los “nubarrones” demócratas había salido el “sol” de manera “insospechada” con un gobierno “que podía hacer mucho bien”.79 El fraude, la política de masas y la sociedad Los actos de protesta organizados por radicales y demócratas no impidieron que ante el fraude primara la calma. La asunción de Iriondo fue ordenada y pacífica y al día siguiente unos treinta mil santafesinos se trasladaron al santuario de Guadalupe para acampar, dejar sus plegarias y asistir a la celebración religiosa. A pesar de los esfuerzos realizados, los atropellos y las irregularidades transcurrieron frente a los ojos de todos, en las calles y en los lugares de votación, y quedaron inmortalizadas en los resultados del escrutinio. Así mismo, aun cuando la intervención intentó morigerar los comentarios de los principales diarios y periódicos –clausurando El Orden, por ejemplo– sus intentos no tuvieron demasiado éxito y las referencias al fraude fluyeron tanto antes como después de lo ocurrido. No obstante, las críticas fueron tenues y, a excepción de Tribuna del PDP, la mayoría de los diarios, incluido el tradicionalmente liberal-reformista La Capital, como se vio, impugnaron abiertamente la lógica del voto en tanto vehículo de legitimación proponiendo, con mayor o menor franqueza, la senda hacia una “legitimidad de ejercicio”. En este sentido, las consideraciones de La Capital y en términos más generales el peso de las ideas de eficiencia, capacidad y acción directa en las campañas electorales de la década de 1930, particularmente evidentes en la retórica justista de 1936 y 1937, sugieren diversos interrogantes: ¿cómo y cuándo la senda de una “legitimidad de ejercicio”, entendida en los términos de una “buena” y “potente administración”, se volvió políticamente transitable? ¿Cómo emergieron, en todo caso, sus razones sociales y políticas de posibilidad? O, en otras palabras: ¿qué factores hicieron del sufragio –una de las piedras angulares del regeneracionismo del cambio de siglo y del llamado reformismo liberal– una cuestión que, tras dos décadas de ampliación democrática, podía considerarse secundaria? Al menos a juzgar por las intervenciones de La Capital en 1937, el fraude parecía importar bastante menos que la rápida puesta en marcha de la ley de parques y balnearios que embellecería a las ciudades de la provincia, especialmente a Rosario. Como denunciaba con particular amargura el PDP, el fraude parecía importar menos también que el pago puntual de los salarios 79 BEDSF, 15/04/1937.



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y la concreción de los ambiciosos planes de obras públicas anunciados por Iriondo durante 1936, en sintonía con lo que proyectaba el gobierno nacional. ¿Hasta qué punto el fraude de 1937 no era, en este sentido, uno de los emergentes de la creciente gravitación de la legitimidad de ejercicio en el sistema político? Partiendo de estos interrogantes, los capítulos que siguen intentarán trazar una historia posible del fraude. Una zigzagueante reconstrucción de algunas de sus razones política de posibilidad y de su progresiva emergencia en la Argentina de entreguerras.

Conclusiones a la primera parte Reformismo liberal y dinámica política en la década de 1920 ¿Pero acaso me desanima, acaso me inmuta el saber que me encuentro solo en frente de toda la Cámara, en frente de todo el Poder Ejecutivo, en frente de todos los diarios, cuando sé que la razón está conmigo? Lisandro dee la Torre Adiós a la política, 1925292

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comienzos de la década de 1920, los demócratas progresistas estaban convencidos de que la senda reformista era el mejor modo de acabar con la “política criolla”, la “politiquería” y el “caudillaje”. Los vicios de que se valía supuestamente el radicalismo para mantenerse en el poder.293 Las derrotas electorales se explicaban como el resultado de instituciones políticas inadecuadas, obsoletas, defectuosas que era preciso reemplazar por otras a tono con los tiempos. Los “vividores de la política”, se lamentaba el demócrata José Guillermo Bertotto en El coraje de callar, se aprovechaban de ellas para engañar al electorado “ingenuo” y llevarlo de las “narices a los comicios”. La suerte del partido, y los tan mentados triunfos electorales, dependían entonces de que el proceso de modernización social y política cuajara en una reforma constitucional capaz de iniciar un ciclo virtuoso de mejoramiento institucional: aumentando el control entre poderes y la educación del soberano. La lucha, no obstante, era “mortificante” –se lamentaban los principales referentes del PDP– porque mientras ellos se ilustraban en “doctrinas económicas y sociales” y proyectaban a largo plazo, los radicales y especialmente los caballeristas se valían supuestamente de la ignorancia y la “inadecuación política” para derrotarlos. Uno de los ejemplos más prístinos de ello era, según los demócratas, el empréstito de 1922 con el que Mosca había intentado, a través del pago de los sueldos atrasados y un plan de obras públi-

292 Obras de Lisandro de la Torre, t. I, Buenos Aires, Hemisferio, 1952. 293 BERTOTTO, José Guillermo El coraje de callar, Rosario, 1921, pp. 70-80.

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cas, sortear la crisis generada por el “veto” de la Constitución de 1921 condenando sin miramientos los destinos financieros de la provincia.294 Por esos años, sin embargo, a pesar de los conflictos atravesados, el partido todavía consideraba que las derrotas eran circunstanciales y que la reforma constitucional en ciernes, al descentralizar política y administrativamente el Estado provincial, los conduciría más temprano que tarde al triunfo.295 Como argumentaba Lisandro de la Torre en uno de sus discursos de fines de la década de 1910, había que dividir el poder, fragmentarlo y distribuirlo en instituciones con atribuciones limitadas y, en la medida de lo posible, descentralizadas. En la línea del constitucionalismo norteamericano, De la Torre y los demócratas entendían que el objetivo último de toda constitución era trasladar las virtudes ideales esperadas en los gobernantes a las instituciones políticas. Lo importante, agregaba Francisco Correa, diputado por el PDP, no era sólo elegir hombres virtuosos sino establecer una constitución que los obligara a serlo. En otras palabras, reemplazar la denominada “libertad de los antiguos” por la de los “modernos”, cuyo pesimismo ontológico acerca de la condición humana frente al poder trazaba un camino, en opinión de los demócratas, menos riesgoso en el ejercicio de la función pública. En vez de hacer depender el buen gobierno de la voluntad de los gobernantes, cuya esencia impredecible no podía ser suprimida, los demócratas compartían el principio de que era preciso construir tramados institucionales que restringieran sus campos de acción y protegieran la libertad individual. De ese “sano constitucionalismo” nacerían, finalmente, las condiciones para una más pronta educación del soberano que, dicho sea de paso, pensaban, los llevaría al gobierno. Si bien estas concepciones de filosofía política, ya presentes en tiempos de la Liga del Sur, se mantuvieron formalmente después de la coyuntura de 1921/19221924, las percepciones y los diagnósticos cambiaron.296 La confianza en que una eventual evolución política en clave reformista se traduciría en una república de ciudadanos comenzó a flaquear y una evidente amargura tiñó las declaraciones y los manifiestos públicos del partido. Tras el veto, desde la legislatura, José Guillermo Bertotto señaló con particular desilusión que “mientras la justicia de paz, las policías

294 DSCDSF, 24/03/1922. 295 DE LA TORRE, Lisandro “Debate sobre violación de los privilegios del Congreso”, en LARRA, Raúl –compilador– Obras de Lisandro de la Torre, tomo I, Buenos Aires, 1957, pp.101-103; también “Régimen Municipal” en SIEGLER Pedro –compilador– Lisandro de la Torre y los problemas de su época, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984, pp. 83-92. 296 THEDY, Enrique “Índole y propósitos de la Liga del Sur”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, vol. 1, 1911. Ver también los programas de la Liga del Sur en MALAMUD RIKLES, Carlos Partidos Políticos..., cit., pp. 196-197. En igual sentido: Carta de Lisandro de la Torre a Alberto Gerchunoff, 28 de octubre de 1916, en LARRA, Raúl Cartas de Lisandro de la Torre, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1952, pp. 30-31.



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y la educación no tuvieran un sistema directivo y administrativo autónomo y electivo” nada podía hacerse sino esperar que “la corrupción y el fraude” crecieran.297 Si durante las primeras décadas del siglo XX se había considerado que dicha evolución era inminente, y en cierto punto necesaria, después del triunfo mosquista de 1922 –y fundamentalmente después de la derrota de 1924– las certezas trastabillaron. De hecho, el horizonte de una “democracia madura”, tanto institucional como socialmente, dejó de pensarse como un punto de llegada natural y, con mucho menos optimismo, se lo consideró un resultado excepcional del “esfuerzo permanente” que debía revertir la inclinación “natural” de los hombres a la “comodidad” y al “abandono de la ciudadanía”.298 Las certezas con las que habían animado el proyecto reformista se vieron en un difícil atolladero y contradicciones profundas invadieron al partido. Sin la vigencia de las reformas vetadas, orientadas al robustecimiento democrático y al control de los Ejecutivos, no sólo no se podía avanzar sino que, dados los triunfos radicales, se retrocedía. Peor aún, el laicismo impulsado había servido para que el radicalismo forjara una alianza con la Iglesia Católica en contra de la Constitución reformista y del PDP. Se cuestionó entonces la pasiva neutralidad religiosa del programa de 1916 y se consideró necesario combatir con mayor firmeza a un enemigo ciertamente inesperado y más poderoso de lo supuesto. De la Torre afirmó por entonces desde el parlamento nacional que la religión católica era uno de los principales diques de contención para el progreso político. La vena anticlerical ganó definición en el partido y los demócratas multiplicaron sus denuncias ante el supuesto proselitismo de los párrocos, al tiempo en que arremetían contra los privilegios constitucionales de la Iglesia. Se agudizaron, asimismo, las denuncias por corrupción contra el gobierno –entre ellas las referidas al empréstito de 1922– y se acentuaron los cuestionamientos a las prácticas políticas radicales, definidas sin mayores distinciones como “fraudulentas”. Tras la auspiciosa coyuntura de 1920, en la que se había esperado todo del reformismo, el veto del Poder Ejecutivo, sumado a la represión y la derrota electoral de 1922, llevaron al PDP a una oposición mucho menos confiada y optimista, más crítica y escéptica respecto de las instituciones políticas efectivamente existentes. En este marco, los reveses electorales de 1924 y 1925 tensaron aún más las premisas del partido y alimentaron la idea de que el triunfo era imposible si no se lograba que los “parásitos del poder” y los “cínicos adoradores del éxito” se alejaran del estado. Un fuerte ímpetu de denuncia se diseminó entre los demócratas reflejando cambios de fondo en las sensibilidades políticas, perceptibles, por cierto, en las crecientes tensiones dentro del partido: tales las que, como vimos, envolvieron a Loza y Mattos en 1924, y las que, tras la abstención de 1926, enfrentaron a José Guillermo Ber-

297 DSCDSF, 24/03/1922. 298 CORREA, Francisco “Fe partidaria”, en CORREA, Francisco Democracia, liberalismo…, cit, p. 129.

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totto y a sus seguidores con la línea oficial. Mientras el partido daba cada vez más centralidad a la demanda de pureza institucional y atribuía sus derrotas al veto que impedía el “progreso” y consecuentemente facilitaba el “fraude” y la “politiquería”, Bertotto se mostraba más preocupado por el contenido social de la plataforma partidaria.299 En clara disonancia con la línea oficial –ya durante la campaña de 1923 en Caseros– Bertotto había considerado que era contradictorio y condenable hablar de democracia o de la constitución vetada cuando no se aseguraban reivindicaciones elementales como la jornada de 8 horas y el cuidado de las mujeres y los niños.300 En dicha tónica publicó poco después un folleto sobre el problema del latifundio que, aunque estrictamente sujeto al programa partidario de 1920, terminó generando polémicas.301 Sus planteos no se apartaban de las ideas del partido ni, por cierto, de los proyectos mosquistas sobre la cuestión, ambos muy similares a los que en igual sentido impulsaba el catolicismo social. Sin embargo, el hecho de que Bertotto considerara más relevante resolver el problema del latifundio antes que el de la pureza del sufragio o la calidad institucional implicaba chocar con la opinión dominante dentro del PDP y con su explicación sobre la situación política. El problema no era obviamente la insistencia en la formación de un país de farmers –una de las ideas más arraigadas en el partido–, sino la reivindicación de una “democracia económica” que podía alcanzarse sin alentar necesariamente una “democracia liberal” en política.302 En otras palabras, que las instituciones liberales y las prácticas políticas eran menos importantes que los resultados y que, más aún, si esos resultados eran los esperados las fallas “procedimentales” podían pasarse hasta cierto punto por alto. Algo en lo que, tras el ciclo de derrotas electorales de 1920-1925, ninguna de los referentes partidarios estaba dispuesto a aceptar. Las disputas sobre el empréstito de 1922 habían girado precisamente en torno a dicha cuestión: ¿había que apoyar la realización de obras públicas que, aunque necesarias, no habían sido determinadas con acuerdo de la oposición y auditadas debidamente? ¿Había que callar las irregularidades cometidas, los atropellos y los negociados porque se trataba de obras en muchos casos indispensables? Para la línea oficial –en la que por entonces se encolumnaba Bertotto– la respuesta era claramente negativa. La “democracia connotaba liberalismo”, explicaba Correa en una de sus conferencias de mediados de la década, y una democracia no liberal era una contradicción lógica que sólo podía traer beneficios en un muy corto plazo.303 “Sin libertad de conciencia y sin libertad política y civil”, sin “controles” de 299 En igual sentido, en 1921 había impulsado un proyecto para la creación de una “comisión interna de legislación obrera” en la Cámara de Diputados en la cual planteó su preocupación por la condiciones de trabajo y defendió el derecho a huelga. 300 BERTOTTO, José Guillermo Al electorado de Caseros, PDP, 1923. 301 BERTOTTO, José Guillermo Latifundio, expropiación y subdivisión, Talleres Gráficos Di Pierre Hnos, Rosario, 1923. 302 Ver el proyecto de Bertotto en DSCDSF, 1924, pp. 88-89. 303 CORREA, Francisco “Fe partidaria”, en CORREA, Francisco Democracia, liberalismo…, cit., p. 129.



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la oposición no podía haber buenos resultados ni existir ninguna forma perdurable de democracia social o económica. Para los demócratas, en resumidas cuentas, la legitimidad política se entendía, cada vez más claramente, como una “legitimidad del poder limitado”.304 Bertotto, aunque coincidía en la necesidad de combatir la “tendencia gauchócrota” de la política, reformando las instituciones locales, aumentando los controles y la publicidad de los actos de gobierno así como restringiendo el poder de los Ejecutivos, se mostró sin embargo cada vez menos de acuerdo con limitar la legitimidad democrática a dichas dimensiones.305 Siguió reconociendo la importancia de la filosofía liberal a la hora de encauzar la institucionalidad y asegurar la protección de las minorías y el control del gobierno pero concluyó que por sobre la protección de las minorías estaba la voluntad de la “mayoría del pueblo” que esperaba resultados y soluciones concretas, cambios reales y palpables. En oposición a Correa, además, Bertotto argumentaba que democracia y liberalismo no necesariamente eran ni debían ser la misma cosa y que, de hecho, el segundo no tenía potestad sobre la primera, incluso ante los cuadros más descarnados de “política criolla”. En esta dirección, a diferencia de lo que intentaba hacer oficialmente el partido en términos de discurso, negando toda legitimidad política al radicalismo, Bertotto distinguió con mayor rigurosidad los fraudes electorales o los actos de malversación de fondos más o menos demostrables, del universo de prácticas políticas que, aunque condenables según el tipo de instituciones impulsadas por los reformistas liberales, no violaban el marco legal: por ejemplo, el proselitismo de los párrocos o el reparto de los puestos públicos. La resistencia a calificar de fraudulentas muchas de las prácticas de la “política criolla”, fue motivo de crecientes tensiones y dibujó un grieta cada vez más grande en el discurso de batalla del PDP centrado en la premisa de terminar con el “fraude” y la “corrupción”. Bertotto consideró incluso que, independientemente de la institucionalidad existente, una “verdadera democracia” no podía dejar de basarse en las “mejoras reales” de la vida de los electores. Consecuentemente, las posturas de Bertotto hicieron cada vez más ruido en el partido porque, aunque lo negara, se acercaban a lo que Ricardo Caballero –destinatario de buena parte de sus críticas– definía como radicalismo económico o segundo radicalismo.306 Un radicalismo que, superado “el momento político”, tenía que avanzar por el camino de la “solidaridad social” instaurando la “libertad económica” de los obreros porque, como se señalaba desde La Voz del Pueblo, no había “verdadera democracia” sin igualdad económica para los trabajadores.307

304 BOTANA, Natalio El Siglo…, cit., 72-86. 305 BERTOTTO, José Guillermo Latifundio..., cit. pp. 8-29. 306 BERTOTTO, José Guillermo El coraje…, cit., pp. 65-71. 307 Algunas declaraciones en: La Voz del Pueblo, 26/11/1922; 11/01/1926, 2da. época.

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Dos modos de pensar la legitimidad política democrática fueron cobrando forma y, junto a ellas, también dos modos distintos de concebir la acción política y partidaria. Si bien Bertotto y Correa coincidían en que no se vivía en una verdadera democracia, mientras para el segundo se debía a la “política criolla” que practicaba el gobierno, el primero lo atribuía fundamentalmente a la desigualdad económica, a la situación de desprotección de los trabajadores y de los peones rurales y a la ineficacia e impotencia legislativa de los gobiernos, problemas para los cuales no se ofrecían soluciones reales sino, cuánto mucho, simulacros como el del empréstito de 1922 – cuyo plan de obras todavía aguardaba su concreción–, la “parodia” del Congreso del Trabajo de 1923 o las leyes sociales de Pandolfo, sancionadas con fines netamente electoralistas y sin la participación de los personalistas. Según Bertotto, no se podía pretender alcanzar una democracia política madura, equilibrada, liberal, sin antes asegurar al obrero salarios suficientes para su vida. La “máquina electoral” debía condenarse pero la obsesión por la pureza institucional conducía a un peligroso espejismo, que ocultaba la imagen dolorosa del hombre de carne y hueso desprotegido ante la opresión de latifundistas y capitalistas, inmerso en problemas de toda índole que quedaban sin resolución.308 Los caminos se fueron bifurcando y mientras Bertotto y sus seguidores insistieron cada vez más claramente en una democracia económica y en un gobierno eficiente, potente, activo, que respondiera a los problemas más allá de las formas, la línea oficial del PDP se adentró decididamente por la senda de la denuncia de la corrupción política y la crítica del funcionamiento institucional, como dejó en claro una vez más el Manifiesto al Pueblo de 1926, en el que defendían la abstención. No se hicieron referencias a la democracia económica o al problema obrero, menos aún a la opresión y a la vida miserable en los quebrachales del norte –temas predilectos de Bertotto y los yrigoyenistas–, sino a las prácticas y los vicios que, en sintonía con la retórica del Santa Fe durante la primera mitad de la década, el radicalismo empleaba año a año para arrebatarle el triunfo a la “opinión pensante”.309 Las apreciaciones de Bertotto generaron así crecientes tensiones que, sumadas a las conflictos relacionados con la organización del partido entre 1924 y 1925, las disputas de liderazgo y el enfrentamiento por el armado de las listas y el control de los puestos rentados, acabaron produciendo su alejamiento y el de varios comités del PDP que, como vimos, se sumaron al radicalismo yrigoyenista en la campaña electoral de 1927.

308 DSCDSF, 24/03/1922. 309 PDP, Manifiesto al pueblo. Fundamento de la abstención. Situación política de la provincia orientación futura del partido, Rosario, 1926.



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Los demócratas progresistas entre la legitimidad del poder limitado y la del poder redentor A pesar de las diferencias, Bertotto coincidía con la línea oficial del partido en que la vía reformista y, en términos más generales, la democracia liberal hacía aguas. Si bien no se trataban de cuestionamientos de base, como por cierto comenzaban a divulgar los ascendentes grupos nacionalistas, las dudas acerca de la posibilidad de transitar la senda reformista se hicieron cada vez mayores al interior del PDP. La situación de debilidad en que se encontraban antes de las elecciones provinciales de 1928 acentuó la desesperanza y con ella la crisis de los principios políticos partidarios. Las ideas de corrupción y fraude se agigantaron y sus fronteras se dilataron hasta incluir sin distinciones las prácticas políticas y de gobierno de los radicalismos en todas sus variantes partidarias: cepedistas, mosquistas, menchaquistas, caballeristas, antillistas, yrigoyenistas. De hecho, la idea de “corrupción” dejó de gravitar en torno a la distinción entre prácticas legales e ilegales e influencias legítimas e ilegítimas para definir sin mayores precisiones la “cultura política radical”. Según Francisco Correa “Yrigoyen era la demagogia” y la ciudad de Rosario daba el espectáculo de la más “descarnada explotación del vicio” en manos de los antipersonalistas. Se recordó entonces, una vez más, que la “coima” financiaba la corrupción electoral y que las lealtades del oficialismo se basaban en garitos, empleos, exenciones impositivas, amenazas y agresiones.310 El problema era doble, señalaba Correa, por un lado las mayorías “dispersas” y “fatigadas”; por otro, los cultores de la política criolla que “pillaban al estado”. En el corto plazo no se abrigaba “ninguna ilusión”, ninguna esperanza y se asumió el hecho de que constituían una pequeña minoría. Retóricamente, sin embargo, se insistió en que llegaría la hora en que el PDP “transformaría la política argentina” aunque esa hora se percibía como bastante lejana.311 En esos tiempos dorados, todas las reformas concebidas se aplicarían y la legitimidad política se levantaría sobre una constitución virtuosa que sometería la arbitrariedad de los hombres y sus tendencias a extralimitarse en el poder. En dicho futuro, la nueva constitución en marcha batiría uno a uno los obstáculos del presente para alumbrar finalmente una república de ciudadanos en la que el PDP estaría llamado a jugar un papel preponderante. Lo que quedaba de la utopía demócrata en 1928 ponía en evidencia tanto la pervivencia como la erosión de los principios reformistas liberales que habían alimentado al partido a comienzos de la década, en beneficio de la progresiva emergencia de formas de legitimidad que, siguiendo a Natalio Botana, cabría definir como redentoristas.312 Es decir, una legitimidad basada más que en la evolución progresiva a través 310 CORREA, Francisco “Discurso pronunciado el 3 de enero de 1928 en Rosario”, en CORREA, Francisco Democracia, liberalismo…, cit., pp. 125-127. 311 CORREA, Francisco “Discurso pronunciado el 3 de enero de 1928 en Rosario”, en CORREA, Francisco Democracia, liberalismo…, cit., pp. 132-133. 312 BOTANA, Natalio El Siglo…, cit., pp. 85-95.

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de sucesivas reformas, en la discontinuidad, en la necesaria demolición y posterior recreación del orden político. Desde dicho ángulo, la limitación del poder –como particularmente insistían los yrigoyenistas– dejaba de tener sentido porque la idea de redención presuponía la coincidencia plena y absoluta entre gobierno y voluntad general. El carácter redentor del poder devenía precisamente de esa supuesta identidad o transparencia. Si lo que debía ser realizado para reparar y emancipar era claro y preciso, todo intento por limitar el poder devenía “rémora del régimen” o, desde el punto de vista de los demócratas, argucias de la “canalla” para impedir el florecimiento del pueblo –el “verdadero pueblo”– y la modernización política. El horizonte de una nueva presidencia yrigoyenista y el de una oposición antipersonalista que Correa calificaba de “oligárquica”, enfrentaron al partido con paradojas profundas que aunque tributarias de las luchas políticas de la década de 1920, latían también en el corazón mismo de la vía reformista. ¿Hasta qué punto el reformismo era un camino posible sin consensos políticos más o menos amplios y duraderos? ¿No había sido la reforma de la constitución, a fin de cuentas, un espejismo? ¿Era posible introducir cambios sin apelar a una lógica redentorista, aun cuando esos cambios adquirieran la forma de una reforma constitucional? ¿No era el reformismo, después de todo, simplemente una quimera, una entelequia tras la cual habían batallado en vano? En la coyuntura electoral de 1927 y 1928, aturdidos por las preguntas y sin un horizonte claro, los demócratas se limitaron a pedir casi como una mero formulismo la aplicación de la constitución de 1921 en nombre de la “opinión pensante”. A esta altura, sin embargo, el eco vacío de su insistente reclamo y la “redentorización” de sus discursos, cada vez más mesiánicos, los alejaba de dicha senda, al menos tal como la habían concebido a comienzos de la década. En caso contrario, habría sido preciso reconocer que la falta de predicamento del reformismo liberal era perfectamente “legítima”. Algo que los principales referentes del PDP no estaban dispuestos a aceptar. Sumidos en una profunda frustración, tras los demoledores resultados de 1928, los demócratas volvieron a lamentarse de que, tras el fracaso de las reformas constitucionales, la “corrupción” y la “inadecuación política”, hubieran quedado reducidos a una ínfima minoría. La coyuntura enfrentó como nunca antes al partido con sus propias contradicciones y los demócratas se sumergieron en ellas, aturdidos y desorientados. La crisis no supuso, por el momento, seguir los augurios del “poder redentor” en clave militar, pero las críticas extremas dibujaron cada vez más nítidamente dicha senda. Los antipersonalistas, con muchas menos tensiones, se apresuraron a seguirla y, poco después, lo hicieron finalmente también los demócratas progresistas. En medio de coyunturas cada vez más críticas, las tensiones nacidas a lo largo de la década y, entre las cuales resaltaba el conflicto de 1921, ya no volverían a apaciguarse.

Consideraciones finales Reformismo liberal, legitimidad de ejercicio y fraude electoral El electorado está como un burro que no tiene sed, y vos sabés que no hay cosa más difícil que hacerle tomar agua a un burro que precisamente no tiene sed. […] Lo que falta es un electorado inteligente, que se dé cuenta de nuestra capacidad, y aunque empapelemos la ciudad desde el zócalo hasta las cornisas, vamos muertos, y vamos muertos porque falta una gran mentira con que mover la masa ciudadana. El que la encuentre, créalo, el que encuentre la gran mentira, podrá llegar hasta ser Presidente de la república Roberto Artl, ¿Cómo engañar al electorado?598 …si se comparan esos gobiernos surgidos de un movimiento colectivo inconsciente, con los más selectos y capaces surgidos del fraude y de la violencia no se sabe con cual quedarse. Un impulso innato que se sobrepone a la reflexión rechaza categóricamente el fraude. Lisandro de la Torre, Carta a Elvira Aldao, 10 de marzo de 1936.599 través de imágenes como “república del fraude” o “década infame” se hilvanó por mucho tiempo un relato que hacía de los conservadores y antipersonalistas de los años treinta un poder total, dotado de la capacidad de decidir los resultados a su antojo y según las necesidades del momento. La imagen de un partido conservador ocioso y de unos antipersonalistas distendidos, recostados sobre

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598 ARLT, Roberto “¿Cómo engañar al electorado?” en Nuevas Aguafuertes, Losada, Buenos Aires, p. 58. 599 LARRA, Raúl Cartas de Lisandro de la Torre…, cit., p. 69.

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las certezas del fraude, tuvo sin embargo, como comienzan a demostrar las investigaciones recientes, poco que ver con la realidad. Primero, porque el llamado “fraude” no abarcó todas las elecciones de la década ni a todos los distritos electorales por igual. En Santa Fe, como se vio, el PDP se impuso en elecciones consideradas limpias en 1931 –aunque los Radicales del Comité Nacional no participaron de ellas– y la provincia se mantuvo alejada del fraude masivo hasta 1937. Segundo, porque el fraude no era algo simplemente dado sujeto a la voluntad de conservadores o antipersonalistas y que, por ende, podía emplearse de manera certera y controlada. Por el contrario, como sugiere el de 1937, su puesta en marcha requería de cuantiosos recursos y de una compleja organización que era preciso seguir muy de cerca. Como se vio, no suponía abandonar la campaña electoral, sino más bien todo lo contrario: era preciso llevarla a cabo con igual o mayor energía con el propósito de alimentar dudas y aumentar la credibilidad del triunfo. Tampoco significaba descuidar la retórica. En la campaña de 1936, los antipersonalistas, lejos de permanecer pasivos a la espera del fraude, se valieron con astucia e inteligencia de la política de gasto de la intervención para dar credibilidad a un discurso político basado en la preponderancia de la legitimidad de ejercicio sobre la de origen, cuyas raíces y condiciones de posibilidad se remontaban al menos a la década anterior. El fraude, además, necesitaba no sólo del control del Estado sino también de tramas partidarias lo más tentaculares posibles, no muy diferentes, por cierto, de las que era preciso accionar si se aspiraba a tener alguna posibilidad de éxito en cualquier contienda electoral tanto antes como después de 1930. Por último, su concreción no implicaba necesariamente previsibilidad en los resultados. Incluso en condiciones óptimas, contando con el control de los aparatos del Estado, una planificación centralizada, militantes y redes partidarias extendidas, la tarea no era fácil y, como ocurrió en Santa Fe en 1937, el descontrol terminó adueñándose de los comicios. La violencia montada en los cuartos oscuros, en las mesas y en las calles, irrumpió desordenadamente y fue presenciada por miles de testigos y no ya sólo por militantes o dirigentes como solía ocurrir en la década previa; los trenes que traían votantes del chaco, asimismo, tampoco pudieron ocultarse –tal como sugieren los testimonios en la prensa– y, finalmente, como la prueba más prístina de lo ocurrido estaban los resultados mismos, totalmente desproporcionados y a la vista de todos francamente absurdos. Lo que, tras el triunfo radical de marzo de 1936, se había pensado probablemente en las cabezas de Iriondo, Cepeda o Caballero como un triunfo sólido pero razonable –con un radicalismo debilitado pero capaz de jugar un rol importante en el Colegio Electoral– desembocó tras el fraude en un triunfo arrollador y absoluto. El intento desesperado de última hora por adjudicar algunos electores a la oposición confirma precisamente la magnitud de lo acontecido y el dificultoso control de la “máquina”. Ante semejantes resultados nadie podía simular no estar al tanto de la situación o alegar dudas sobre las denuncias, como ocurría habitualmente con las críticas que se escuchaban en las décadas previas. Más allá de las presiones



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que ejercía el gobierno de la intervención, los diarios se refirieron sin demasiados eufemismos al fraude aunque también, como se vio, sin grandes condenas u objeciones enarbolando un discurso que, a tono con la retórica iriondista de campaña, alentaba a internarse por la senda de la legitimidad de ejercicio.600 Con excepción del diario Tribuna –del PDP– la mayor parte de la prensa sólo atinó a pedir a Iriondo un buen gobierno. Un gobierno de provecho que, tras dos décadas de crisis, fragmentaciones y proyectos truncos, cumpliera sus promesas de campaña y convirtiera los montículos de ladrillos desperdigados por la provincia en escuelas y hospitales.601 Radicales y demócratas denunciaron lo sucedido e impugnaron decididamente los comicios, apostando al menos por producir el “fraude” como un hecho político relevante que les permitiera condicionar la gestión de la UCRSF. El electorado, sin embargo, más allá de algunos grupos reducidos de militantes, no se plegó a los llamados a la resistencia. Las únicas multitudes que, por entonces, ocuparon las calles tuvieron otros propósitos: peregrinar al santuario guadalupano en Santa Fe, donde dicho sea de paso el obispo Fasolino agradeció a la Virgen el triunfo de Iriondo o, como ocurrió en Rosario poco después, presenciar las carreras organizadas por el Automóvil Club Argentino y el flamante gobierno provincial y municipal. Superados por la situación, desconcertados y perplejos, radicales y demócratas acusaron a Iriondo –guiados por una mezcla de deseos y desesperación– de intentar tapar las protestas y los “movimiento de opinión” con el dinero del gobierno nacional. La legitimidad de ejercicio a la que apelaba el flamante gobernador, sin embargo, no era un mero emergente coyuntural o de última hora. Una legitimidad de “sustitución” que los iriondistas se proponían poner en marcha para tratar de apuntalar un gobierno jaqueado –como querían radicales y demócratas– por movilizaciones y oleadas masivas de protestas. En 1937 o 1938, como tras la intervención de fines de 1935, nada hacía prever conflictos serios en el corto plazo, con la sola excepción, tal vez, de los que corroían a la propia coalición “conservadora” jaqueada por las disputas entre iriondistas, cepedistas y caballeristas. Se trataba, por el contrario, para bien o para mal, de una forma de concebir la legitimidad política que nacía de las entrañas mismas de la sociedad y a la que también radicales y demócratas habían rendido tributo en diferentes momentos. Como se vio a lo largo del libro, los gobernadores radicales Enrique Mosca –de la fracción nacionalista– y Ricardo Aldao de la nordista, intentaron valerse de ella para enfrentar a los reformistas durante la década de 1920. Para ello aprobaron la firma de un controvertido empréstito para pagar sueldos atrasados y financiar un extenso plan de obras que, con altibajos y en medio de sonadas denuncias, se ejecutó entre 1923 y 1927. El propio Mosca, en consonancia con las consideraciones del diario Nueva Época, defendió el empréstito en nombre del verda600 La intervención prohibió la salida del diario Santa Fe el día 24/02/1937 tras publicar los reclamos de la UCRCN. 601 AMMI, 16.4 cuestionario del 8/12/1936, distrito Los Hornos.

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dero pueblo cansado del “casuismo ideológico” y los “silogismos constitucionales” y preocupado, como argumentaban irónicamente los militantes católicos, por la falta de lluvias. Los reformistas, por su parte, la emplearon durante 1923 para cuestionar la relevancia del Congreso del Trabajo convocado por Mosca, en opinión de La Capital “literatura deprimida y hueca”, y entre 1929 y 1931 para construir un discurso entendible que, en medio de la crisis económica y la “implosión” del yrigoyenismo, les permitiera asociarse con las demandas insatisfechas de los electores y enfrentar con mejor suerte que en el pasado las retóricas redentoristas de los personalistas. Por entonces, la Constitución de 1921, presentada como una herramienta idónea y eficiente capaz de asegurar un “buen gobierno”, devino el significante de la extensa y heterogénea serie de reclamos que, como los que la Federación Agraria había presentado al gobernador Gómez Cello en 1929, ocupaban día a día la primera plana de los diarios. Argumentos similares emplearon también los militantes demócratas apartados del partido cuando optaron por competir con sus antiguos correligionarios en Rosario entre 1934 y 1935, proponiendo precisamente dejar la “palabrería constitucional” y el “sectarismo ideológico” para avanzar hacia formas empresariales, más eficientes y centralizadas de gobierno, que permitieran atender los problemas de los votantes sin tantos “enfrentamientos inútiles”. Enrique Thedy, uno de los referentes de la disidencia, denunció incluso la “oratoria lenta y hueca” de sus antiguos compañeros que impedía avanzar por la senda de la acción, y Fermín Lejarza, enfrentado con la línea latorrista desde los incidentes de 1931, cuestionó la preponderancia desmedida que se daba a la laicización cuando había problemas más urgentes que resolver. Según el ex intendente comisionado de Rosario, el “sectarismo” del gobierno ponía en riesgo el programa reformista, en una coyuntura crítica que requería de consensos y un mayor pragmatismo. En otras palabras, la razón de posibilidad de la estrategia seguida por Iriondo se había tejido en las décadas previas y expresaba transformaciones y mutaciones profundas en el modo en que tanto desde los actores del sistema político como desde al menos una parte de la sociedad misma se entendía la legitimidad política. Tras dos décadas de discursos descalificadores, signados por la intensa fragmentación partidaria del radicalismo, el veto de la constitución de 1921, los enfrentamientos entre reformistas y católicos, la virulenta crisis del yrigoyenismo –acelerada por las huelgas en Rosario– y, finalmente, el descalabro de la gestión reformista –incluida la escandalosa ruptura del partido–, la legitimidad política, tal como comprendieron con claridad meridiana los iriondistas, podía ser producida –al menos por un cierto tiempo y en un cierto grado– a través de ladrillos, alumbrado y kilómetros de asfalto. A la luz de estos argumentos, más que como una causa de la llamada legitimidad de ejercicio, el fraude de 1937 debe ser entendido como una de las manifestaciones posibles de la silenciosa transformación de la política santafesina a lo largo de la entreguerras: una transformación que la curva descrita por el PDP entre principios de la década de 1920 y mediados de la del treinta ilustra con nitidez. Un complejo y multi-



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dimensional proceso que condujo, no sin remansos y contracorrientes, de la hegemonía de los principios liberales y la legitimidad del poder limitado en la coyuntura de la convención constituyente de 1921, a la de la legitimidad de ejercicio –incluida en cierto grado la posibilidad del fraude– a mediados de la de 1930. En este sentido, en un marco de creciente devaluación de la política partidaria, cabe dudar de los verdaderos efectos de muchas de las caricaturas que, durante 1936, publicó Tribuna, presentando a Iriondo rodeado de cruces y agitando gruesos fajos de billetes provistos por el gobierno nacional.602 ¿Hasta qué punto estas caricaturas, que apelaban al imaginario reformista liberal e invitaban a la “moral”, afectaban realmente la figura de Iriondo? Por entonces, tras el descalabro del gobierno reformista, a nadie pasaba desapercibido que esos billetes eran los que habían faltado al PDP para pagar adecuadamente los sueldos, llevar adelante su ambicioso programa de obras públicas y aceitar sus proyectos descentralizadores. Finalmente, eran los billetes que les habían faltado también para amortiguar las disputas intestinas por los recursos públicos y, tal vez, evitar la fragmentación y con ella la catarata de escándalos suscitados por las acusaciones y denuncias de los disidentes. En medio de los devastadores efectos de la crisis económica, cada vez más horadada la equivalencia simbólica entre reformismo y acción directa, entre Constitución de 1921 y eficiencia: ¿les importaba a aquellos cuyos sueldos habían sido rebajados por el Ministro de Hacienda de Luciano Molinas que el pago de sus salarios viniera de la mano del fraude? O, mejor dicho: ¿les importaba al grado de hacer algo por impedirlo, de movilizarse en defensa de los demócratas progresistas y sus proyectos? Las asociaciones del magisterio, por ejemplo, que habían agitado durante la década de 1920 la bandera del laicismo y de muchas de las reformas escolanovistas que el PDP impulsaba, no tuvieron demasiados reparos en deponer la actitud beligerante que mantenían desde 1933 cuando el gobierno fraudulento de Iriondo regularizó los salarios con recursos extraordinarios. Tampoco parecieron ser determinantes por entonces, tras años de crisis, los vínculos que el nuevo gobernador tenía con el Obispado, que de hecho implicaron la extensión de la enseñanza religiosa en niveles nunca antes conocidos en la provincia. Lo ocurrido, por cierto, no carecía de antecedentes. Mientras en 1921, los atrasos salariales habían derivado en una prolongada huelga de maestros, la catolización de la educación impulsada desde 1924 por el gobierno de Ricardo Aldao, aliado con el Obispado en contra de los reformistas, no conllevó, en el marco de una sostenida expansión presupuestaria, resistencias de envergadura por parte de las asociaciones docentes. Los ecos del multitudinario funeral de Yrigoyen en Rosario y Santa Fe o, sin ir más lejos, el triunfo radical de marzo 1936, donde el PDP también obtuvo un buen número de votos, sugieren, no obstante, que a pesar de las sucesivas crisis y desilusiones la capacidad de los partidos para proveer a parte de la sociedad de creencias e 602 Un de las caricaturas en Tribuna: 16/02/1937.

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identidad seguía vigente aun cuando, evidentemente, dicha capacidad se había erosionado.603 En vísperas de las elecciones de 1937, quebradas las esperanzas de muchos en las bondades de la “reparación yrigoyenista” y, más aún, en las virtudes del proyecto reformista, el camino del fraude de masas, debidamente apuntalado –como sugerían los informantes locales de Iriondo– con “montículos de ladrillos”, se volvió políticamente, al menos por aquellos años, una vía transitable.

603 Sobre la muerte de Yrigoyen: El Orden, 04/07/1933.

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