REFLEXIONES SOBRE LA TOLERANCIA A PARTIR DEL CONSUMO CULTURAL EN JÓVENES

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(

REFLEXIONES SOBRE LA TOLERANCIA A PARTIR DEL CONSUMO CULTURAL EN JÓVENES.1 MANUEL MARTIÑÓN VELÁZQUEZ Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa

La instauración de la tolerancia como referencia valorativa y normativa de nuestra sociedad continúa como tarea pendiente de la inacabada transición democrática. En su lugar, prevalece la negación hacia lo otro y lo diferente, que coarta las libertades y derechos de quienes optan por decidir, expresar o actuar en un sentido discordante al de la mayoría, dando cabida a dinámicas de exclusión y discriminación. Por tal motivo, el presente texto se propone indagar en la práctica y los alcances de la tolerancia en nuestra sociedad, tomando como punto de referencia las opiniones expresadas en torno al consumo cultural de los otros, particularmente en lo que respecta a los jóvenes.

Palabras clave: Tolerancia, consumo cultural, jóvenes.

La tolerancia en jóvenes universitarios. Un aporte vivencial A la fecha, mi experiencia profesional se desdobla en un ámbito poco común para el quehacer del politólogo, el de la gestión cultural universitaria, entendida como una serie de estrategias y actividades encaminadas a potenciar el desarrollo social y la formación profesional de los estudiantes a través de la facilitación del acceso adecuado tanto al patrimonio y bienes culturales (Ramírez, 2007), como a la creación y recreación artísticas.

En las actividades que día a día desempeñamos, nos relacionamos con numerosos actores inmiscuidos en el campo cultural, desde los artistas propiamente dichos, hasta las instituciones encargadas de formular las políticas culturales a nivel nacional y local, pasando por las asociaciones e industrias culturales y, por supuesto, las oficinas, secciones, direcciones, etcétera, encargadas de la gestión cultural en otras instituciones educativas. A raíz de este 1

Ponencia presentada en el Segundo Congreso Internacional de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas, el día 18 de julio de 2015 en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara)

contacto, he podido notar con gran sorpresa que en muchos de ellos prevalece una mentalidad elitista en torno al quehacer de la gestión cultural, es decir, que aún asumen la existencia de un “cuerpo privilegiado de modos y prácticas culturales que se considera deben ser adoptadas —y promovidas— como señal identificadora de una superioridad existente o que debe ser alcanzada”, implicando, en consecuencia, la desvalorización y la marginación de los modos y prácticas culturales que resultan diferentes (Coelho, 2004:134-135). Mi sorpresa no acabo ahí. Faltaban las quejas de algunos docentes por el “ruido” que nuestras actividades generan y, peor aún, el rechazo de un porcentaje de jóvenes, tal vez un 30 por ciento, hacia las expresiones culturales consideradas populares y que en gran medida remiten a quienes no tuvieron la oportunidad de acceder a un mejor nivel de vida. El porcentaje sube, 4 de cada 10, si dichos jóvenes son participes activos de nuestra labor, ya sea como artistas invitados (fotógrafos, músicos, etcétera), espectadores de, por ejemplo, los conciertos de música clásica, o integrantes de nuestros Talleres de Iniciación Artística.

El efecto es devastador si consideramos, por un lado, que los jóvenes se constituyen en agentes de cambio capaces de remodelar la cultura que reciben e, incluso, provocar alteraciones enormes en los órdenes social, económico y político (Roszak, 1970); y, por el otro, que la educación superior debería aportar a los individuos los conocimientos, herramientas y habilidades necesarias para coadyuvar al desarrollo social, científico, tecnológico, económico, cultural y humano del país (Silas, 2012:3-4).

Si retomamos a Tourine (2004) y a Sartori (2001), quienes colocan a la tolerancia en el centro de las democracias contemporáneas, afirmando que éstas sólo son posibles si nos reconocemos en el otro, haciéndolo partícipe de la colectividad sin atentar contra sus libertades e identidad, y si se fundan en la concordia discordante, es decir, en un pluralismo que se alimenta del disenso y la diversidad

y, por ende, presupone la aceptación y respeto de lo ajeno, nos damos cuenta de que en el ámbito de la gestión cultural en general, quedamos mucho a deber.

La situación que les describo es la que me llevo, primero, a preguntarme, ¿Qué tanto hemos aprendido a ser tolerantes y, por ende, a respetar la diversidad de culturas, opiniones y modos de vida de los otros? Y, después, a escribir esto que les comparto a fin de darle respuesta. Postulo, a este respecto, la siguiente hipótesis: entre los jóvenes, como en la sociedad en general, la tolerancia permanece como un valor al que sólo se recurre cuando es necesario, ya sea para defender los propios puntos de vista o en situaciones en las que parecer intolerante puede resultar vergonzoso. En ningún caso, se estaría reconociendo el derecho de los otros a ser diferentes, sino tan sólo aguantándolo lo suficiente.

El ejercicio para comprobar o refutar lo anterior versará en torno a un análisis cualitativo

de

discurso

aplicado

a

las

opiniones

que

los

internautas,

mayoritariamente jóvenes, vierten en el entorno cibernético a propósito del consumo cultural de los individuos y sectores que conforman la otredad. Esto, con el objetivo de dilucidar las valoraciones, etiquetas y actitudes de tolerancia (o intolerancia), a las que recurren en sus interacciones cotidianas, entre las que se incluyen, por supuesto, las virtuales.

Lo que aquí se presenta, cabe señalar, es un ejercicio reflexivo en torno a la cotidianidad de la práctica de la tolerancia, enfocado en un aspecto poco abordado. La intención es dar un primer paso hacia una investigación más profunda que permite diagnosticar la interiorización de la tolerancia (o de la intolerancia, si es el caso), por lo que las interpretaciones realizadas no son de carácter concluyente sino, más bien, verificable conforme el debate se nutra con más experiencias y ejercicios metodológicos de mayor alcance.

Habiendo hecho esta acotación, enumero los elementos teóricos de mi propuesta.

Democracia y tolerancia Las sociedades democráticas contemporáneas no se definen sólo a partir de las garantías institucionales, el consenso político y la participación ciudadana, exigen también la afirmación de la libertad personal, el reconocimiento de la diversidad cultural y la eliminación de las concepciones coactivas del deber ser (Touraine 2004, 22-25). Las disidencias y los desacuerdos ocupan, en este sentido, un lugar preponderante en su entramado, permitiendo la inclusión de los sujetos sociales sin que tengan que renunciar a sus creencias, preferencias políticas o expresiones identitarias, siempre y cuando, claro, no impidan las de los otros.

Desde esta perspectiva, la tolerancia juega un papel determinante en la construcción y mantenimiento de la democracia, neutralizando los conflictos que emanan de la contraposición de convicciones absolutistas y de la imposición de la homogeneidad, permitiendo, en consecuencia la coexistencia de diferentes intereses y puntos de vista permanentemente mediados por el dialogo y la negociación (Tejeda, 2004:24). Pero, ¿qué es la tolerancia? Es, en primera instancia, un valor, pero también una actitud, y, yendo más lejos, una política.

Como valor, es el respeto a las opiniones, creencias y actitudes que son ajenas, diferentes e, incluso, contrarias a las nuestras (Sartori, 2001:23; Soberanes, 2010:269-270). Como actitud, es defender las convicciones propias concediendo, al mismo tiempo, el derecho de los demás a tener las suyas con todo y que las consideremos equivocadas (Sartori, 2001:45). Como política es garantizar la integridad, expresión, acceso pacífico al poder y participación en la toma de decisiones de las mayorías, los sectores minorizados (las mujeres, los jóvenes, los pobres) y las minorías ideológicas, étnicas, raciales, sexuales, etcétera, sin que ello implique el abandono de su heterogeneidad ni, por ésta misma, un trato desigual que les limite, excluya o niegue sus derechos y obligaciones (Ferrero, 2009:12.20; Ronquillo, 2011:9; Tejeda, 2004:27).

Pero la tolerancia no demanda solamente identificar las formas que adopta, también los contextos en los que tiene lugar y los grados en los que se práctica. Por un lado, las democracias modernas “comparten características comunes [pero] no existe un modelo único de democracia” (Tejeda, 2009:5), por ende, tampoco hay un modelo estándar de tolerancia, sino dependiente de los condicionamientos demográficos, geográficos, históricos y socioculturales, así como de las exigencias de su entorno (desigualdades, conflictos armados, violencia social, etc.). Por el otro, como sujetos sociales no reaccionamos igual frente a algo que, en mayor o menor medida, nos desagrada, lo cual hace necesario graduar en cinco niveles la práctica de la tolerancia (Walzer; 1998:2526): 

Aceptación resignada de la diferencia con miras a mantener la paz



Indiferencia positiva, manteniéndonos pasivos frente a aquello que no es como lo concebimos.



Estoicismo moral, reconociendo los derechos de los otros, aun cuando los ejerciten de formas poco atractivas para nosotros



Voluntad de apertura, mostrando no sólo respeto sino curiosidad para escuchar y aprender de lo diferente



Entusiasmo por la diferencia, que conlleva el asumir lo diferente como un requisito necesario para lograr un mejor desarrollo sociocultural e individual.

Bajo estas premisas, la tolerancia resulta ser algo mucho más complejo que sólo “soportar” lo que no es como deseamos, adoptando particular importancia si consideramos que, como menciona Néstor García (2004:14), en nuestra época ocurren a diario numerosísimos intercambios y desplazamientos que colocan frente a frente a culturas e identidades que muchas veces no están preparadas para encontrarse, generando brotes de intolerancia no sólo entre naciones y religiones, sino al interior de las propias sociedades. La mexicana es, precisamente, una de ellas, producto sobre todo de las desigualdades y los prejuicios que permean las interacciones y que se reproducen socioculturalmente.

Una definición pluralista de cultura y de identidades Hablar de cultura implica dar cuenta de las “cosmovisiones históricas” desde las cuales se establecen “las cuestiones esenciales de la vida humana y social”, que estructuran, a su vez, las formas individuales, grupales y colectivas en que se ejerce el control social, se aprehende la realidad y se es parte, o no, de una comunidad (Muñoz, 2005:16-17). Consecuentemente y en función de cada época y contexto, su definición ha girado en torno a la posesión restringida de determinados conocimientos, habilidades, gustos, modales o bienes pecuniarios, lo cual genera una visión estamental de la sociedad que separa a los detentores de la cultura, ubicados en la parte superior (las élites, compuestas por los intelectuales, los aristócratas o la burguesía), de los incultos, colocados en la base de la pirámide (las masas ignorantes, desposeídas e indignas) (Ariño, 2000:1522).

Podrá apreciarse que el tema que nos atañe, la tolerancia, encuentra un desfase con cualquiera de estas concepciones, en tanto que al ordenar a la sociedad verticalmente, se cierra la posibilidad de un diálogo entre los involucrados, llevando a una relación de negación, menosprecio e, incluso, supresión de las expresiones ajenas a “lo culto”. Por tal razón, resulta necesario remitirnos a una concepción horizontal en la que la cultura esté presente en todos los sujetos sociales, y en cualquier lugar y momento (Ariño, 2000:14). No existe, en consecuencia, una sola cultura que se posea o no, sino una pluralidad de culturas ubicuas que se manifiestan de las más diversas maneras y que dan cuenta tanto de la estructura social que sostiene a las colectividades humanas como de las formas simbólicas de los individuos y grupos que las conforman (Ariño, 2000:45).

Bajo estos parámetros, a la cultura la definimos como el conjunto de procesos sociales de significación con los que aprehendemos el mundo a nuestro alrededor, dotando de cualidades a los objetos, fenómenos y sujetos con los que interactuamos (García, 2005:34; Ariño, 2000:37), tomando conciencia de nuestra presencia y de la posición que ocupamos con respecto a ellos (Giglia, 2012:13), y

enmarcando socio-históricamente nuestras experiencias y relaciones (Ballesteros y González, 2005:74). Engloba, asimismo, a las formas simbólicas, que son las acciones, objetos y expresiones con las que los seres humanos ponen de manifiesto, comunican y preservan lo anterior (Ariño, 2000:44,82); y a las normas, valores y expectativas que, a modo de brújula, orientan nuestro devenir como sujetos sociales (Rouquette, 2009:149-150; Ariño, 2000:65).2

La cultura, así formulada, adquiere sentido en función de las condiciones de existencia y de las dinámicas de interacción social prevalecientes en un espacio y tiempo específicos (Ariño, 2000:78; Blancarte, 2010:12; Hamui, 2005:51), e influye en ellas promoviendo su permanencia o transformación. Sienta, además, las bases para definir nuestra identidad individual, grupal y colectiva, a saber, las fronteras que nos hacen diferentes de los otros y el sentido de pertenencia que vuelve compartidas, más no homogéneas, las memorias, experiencias y aprendizajes (Blancarte, 2010:12). Las sociedades, en suma, no existen sin cultura como tampoco hay cultura sin una estructura social previa, aunque, por supuesto, la cultura no es toda la sociedad (Ariño, 2000:10).

Las identidades, en este marco, remiten al conjunto de conocimientos, afectos y juicios que permiten a los individuos y grupos tomar conciencia de sí mismos, situándolos en un lugar provisto de usos, significados colectivos y de memorias compartidas (Wagner, et al, 2012:231; Mercado y Hernández, 2010:231,233-234; Giglia, 2012:13). Éstas cobran sentido en la interacción social, permitiéndoles a los sujetos autodefinirse y adquirir un sentido de pertenencia que los vincula colectivamente; y develando, a su vez, la existencia de la otredad, un él, o ellos, que notamos diferente, distante, ajeno y extraño a lo que compartimos y nos hace semejantes (Mercado y Hernández, 2010:233-234; Krotz, 1994:8-9; González,

2

Desde la perspectiva del pensamiento social, los valores (las expectativas son equiparadas a un valor) y las normas, junto con los thêmata y los esquemas epistémicos, son elementos constitutivos de la ideología, entendida ésta el nivel cognitivo que vuelve coherente y organiza el mundo social a partir del establecimiento de categorías arquetípicas, simples y genéricas (bueno-malo, incorrectocorrecto, los otros-nosotros) que orientan, a su vez, la acción de los sujetos sociales (Rouquette, 2009, 149:152; Rouquette y Juárez, 2007:53-55; Araya, 2002:43-44; Juárez, 1991:25).

2009:119; Chein y Campisi, 2009:146). En pocas palabras, es en la mirada del otro donde nos volvemos reconocibles como individuos, grupos o colectividad.

En el mundo real, sabemos bien, la convicción pluralista de la democracia no ha sido bien recibida por todos ni se ha adoptado de la misma manera, por lo que es común encontrar desde identidades y culturas caracterizadas por superponer a los individuos la homogeneidad, el esencialismo y la hermeticidad de las formas colectivas de lenguaje, prácticas y modos de vida; hasta las heterógamas y múltiples formas simbólicas que se desarrollan al interior de las sociedades democráticas y a partir de asociaciones voluntarias e individuales (Mercado y Hernández, 2010; Wagner, et al, 2012; Tejeda, 2004). La tolerancia, puede notarse, sólo es posible donde la libertad de los individuos ocupan el lugar central en la construcción de identidades, y la interacción con el otro conlleva una dinámica de mutuo reconocimiento y respeto, favoreciendo así la diversidad, la autonomía, la convivencia, el entendimiento y el intercambio antes que el conflicto y la constante sospecha del disenso y lo diferente (Tourine, 2004; Tejeda, 2004).

Consumo cultural Como consecuencia de los avances tecnológicos en materia de comunicación e información, el mejoramiento de los niveles de vida, los procesos de globalización, y el cuestionamiento y derrumbe de las concepciones absolutistas de la vida y de la política (Durán y Nieto, 2006), nuestras identidades se forjan cada vez menos en torno a “esencias ahistóricas” como la etnia, la Nación o la ideología, volcándose, en su lugar, hacia los códigos de distinción y asimilación que se adhieren a aquello de lo que somos capaces de poseer, ostentar o apropiarnos, y que, a su vez, se acoplan con nuestros deseos y expectativas (García, 2009:30,61,65).

El concepto de consumo cultural versa, precisamente, en torno al valor simbólico que asignamos a determinados bienes, objetos y prácticas socioculturales,

mediante los procesos de apropiación y los re-usos que emprendemos al adquirirlos, es decir, en función de las implicaciones y connotaciones significativas asociadas a ellos, y de la mutación de los fines que originaria y tradicionalmente les fueron otorgados (Brito y Quezada, 2008:44; García, 2005:33). Dicho valor trasciende los valores económicos y utilitarios y se corresponde con el pensamiento, la interacción y los contextos sociales (García, 2005:33).

Así, cuando adquirimos productos o bienes no sólo llevamos a cabo una relación de intercambio comercial ni satisfacemos exclusivamente la necesidad que llevó a tal acción, sino que expresamos con ello unos parámetros de identificación y diferenciación con respecto a los demás (afinidades, posibilidades, arraigos y preferencias). Lo mismo sucede cuando nos apropiamos, modificamos y reorganizamos determinadas prácticas socioculturales (formas de vestir, gustos, accesorios corporales, rutinas, lenguajes, etc.) a fin de expresar nuestro self social (Feixa, 1998:68).3 En ocasiones, estos procesos de apropiación culminan en la transformación de uso, convirtiendo, por ejemplo, en adorno un utensilio de cocina o el símbolo de luto al color negro de nuestras vestimentas en expresión introspectiva de nuestra personalidad.

El consumo cultural incluye también los objetos, bienes y servicios que conforman el campo cultural de la sociedad, el cual se articula “en torno a la creación artística y todas aquellas actividades dotadas de una intencionalidad estética” (Rosas, 2012:149). Al observar una pintura o escultura, visitar un museo, cine o galería, escuchar determinada pieza musical o estudiar con la mirada cada uno de los ensamblajes corporales de la danza, emprendemos un proceso de transfiguración simbólica que nos permite comprenderlas y apropiarlas en función de nuestros contextos, cogniciones e intereses.

Carles Feixa atribuye estas características a los estilos juveniles, los cuales, en tanto “conjunto más o menos coherente de elementos materiales e inmateriales que los jóvenes consideran representativos de su identidad como grupo”, se asemejan a lo que aquí hemos denominado formas simbólicas o prácticas socioculturales. 3

La formulación de la identidad a través del consumo cultural depende, en consecuencia, de qué tanto coincidan nuestras resignificaciones con las resignificaciones de los otros, no importando si entre unas y otras existen distancias geográficas, de idiomas, sociodemográficas, de creencias o ideológicas.

Lo hasta aquí dicho obedece a la intención de proponer una amalgama teórica que, siguiendo a Ariño (2000:52), se adecue a la exigencia de “reconocer la diversidad de recursos y bienes, la complejidad de las estructuras sociales y la autonomía relativa de las prácticas”. De igual manera, que sea capaz de retratar el amplio abanico de fenómenos y dinámicas que caracterizan al “mundo tan fluidamente interconectado” en el que nos encontramos (García (2015:VII) y en el que debiéramos encontrar mejores y mayores prácticas democráticas y de tolerancia.

Opiniones y tolerancia en torno al consumo cultural de los jóvenes.

Ubicaciones y contextos. Como lo adelante al inicio de este escrito, el método al que recurriremos para dilucidar qué tanto se práctica la tolerancia en la cotidianidad de las interacciones sociales, juveniles sobre todo, será el del análisis de discurso, tomando como unidades de análisis las opiniones que los usuarios de internet vertieron en cuatro importantes sitios de noticias, a propósito de dos acontecimientos que ocurrieron en los últimos quince meses, relacionados con el consumo cultural, a saber, la cancelación del concierto masivo de rock metal que se llevaría a cabo en el municipio de Texcoco, Estado de México, el 15 de marzo de 2014; y la cancelación de un concierto del cantante de música regional Alfredo Ríos, El Komander, originalmente programado para realizarse el 11 de abril de 2014 en el Estado de Morelos. Estos sucesos fueron retomados por algunos medios de comunicación escrita, provocando gran polémica entre los cibernautas.

Elegí internet por tres razones: 1. Su “carácter abierto, entrelazado y descentralizado” (Trejo, 2006:48), que la convierte

en

la

plataforma

de

comunicación

más

democrática,

multidireccional y espontánea de todas; 2. las oportunidades que otorga a los usuarios para buscarse, interactuar y dialogar entre ellos, así como para profundizar cuánto deseen en cualquier información que capte su atención (Sartori, 2006:60); y 3. la capacidad que tiene para almacenar indefinidamente y para recuperar con

relativa

facilidad

prácticamente

cualquier

tipo

de

información

(Nissenbaum, 2010:51).

Lo anterior permite acceder fácilmente a los vestigios de información dejados por los internautas de manera voluntaria y con el fin de expresarse con relativa naturalidad y libertad, sin controles ni filtros de por medio.

Me avoco a las opiniones porque, además de ser la expresión de la postura que cada quien tiene con respecto a determinados temas de naturaleza generalmente fugaz (de coyunturas) y pragmática (sólo enfatizan en lo que es interés), son portadoras de los juicios, valores y conocimientos que le dan sentido a dicho tema, y también son una versión reducida y concretizada de las formas de pensamiento más amplias y profundas que componen nuestra cultura, orientan nuestras percepciones y enmarcan nuestras conductas e interacciones (Juárez y Rouquette, 2007:51).

Considerando lo anterior, recurro al análisis de discurso enfocándome en las dimensiones semánticas e intencionales que subyacen a las expresiones escritas del lenguaje, identificando las etiquetas (sobrenombres, apodos), los estereotipos (tendencia a uniformidad a los individuos en razón de la similitud de sus rasgos, comportamientos o historias de vida) y las atribuciones o asociaciones (inferencias y relacionamientos que se desprender del ser estereotipado) con las que los sujetos dibujan la otredad y que fungirán como categorías analíticas. Éstas, a su vez, serán las unidades de análisis que darán cuenta de cómo se practica la tolerancia, ubicándolas en uno de 10 niveles de intolerancia y tolerancia que construí a partir de la tipología de Walzer (supra página 5) y complementé con los siguientes niveles: 1. Agresión. La forma de intolerancia más extrema en la que, en este caso, se sugiere el uso de la violencia hacia los otros. 2. Discriminación. Conlleva la segregación de los otros a partir de su aspecto, su nivel socioeconómico, su género, sus preferencias sexuales, etcétera. 3. Rechazo. Incluye las expresiones de subvaloración y denostación de las expresiones de la ofredad. 4. Negación. En la que la indiferencia se coloca como la forma más tibia de ser intolerantes. 5. Interiorización, acuerdo o neutralidad. En la que se ubican las expresiones sin postura alguna de rechazo o aceptación.

Cabe señalar, por último, que los sitios de noticias que se tomaron como referencia son los portales en línea de los periódicos Excelsior y El Universal, de la Revista Proceso, y de la agencia de noticias independiente Aristegui Noticias. Estos medios fueron elegidos en función de tres criterios: que informaran acerca de los sucesos mencionados, la posibilidad de dejar comentarios en el mismo sitio de la nota que los alude, y su alcance.4

Jóvenes en internet Dar cuenta de las opiniones en línea, se dirá, poco aporta a la situación de la práctica de la tolerancia en los jóvenes de la Ciudad de México, dado el anonimato y la imposibilidad de ubicar sociodemográficamente a los usuarios que compartieron su opinión en los marcos expuestos. La cuestión, sin embargo, se clarifica si consideramos algunas estadísticas aportadas por la Asociación Mexicana de Internet (2014) y recopiladas por la revista Este País (1 de mayo de 2015):  Hasta el año 2013 había en México poco más de 51 millones de usuarios de internet, de los cuales el 45% eran adolescentes y jóvenes de 13 a 24 años.  9 de cada 10 utilizaba alguna red social, convirtiéndose esta actividad en la segunda más habitual (la primera si se trata de ocio), sólo detrás del envío y recepción de correos electrónicos.  En 2012, entre el 11 y el 17 por ciento de los mexicanos tuvo como hábito el seguir las noticias a través de las redes sociales, siendo los mexicanos jóvenes y de mayor escolaridad los más propensos.

4

Para el criterio de alcance, me basé en el número de seguidores que tiene cada medio de comunicación en la red social Facebook, que es la predilecta de los internautas mexicanos (AMIPCI, 2014). En este sentido, Excélsior tiene poco más de 763 mil seguidores; el Universal, casi 2 millones 400 mil, Proceso, más de 3 millones 200 mil; y Aristegui Noticias, más de 5 millones. Otros medios tienen más de un millón de seguidores, pero no tienen activada la herramienta de comentarios en varias de sus notas, recibieron muy pocos o no retomaron el acontecimiento.

Dado lo anterior podemos suponer con justicia que gran parte de las opiniones vertidas correspondieron a jóvenes, lo cual se refuerza si consideramos el tiempo que demanda el intercambio de posturas, el aguante que implica encontrarse con usuarios demasiado “peleoneros”, y el hecho de que muchas de las opiniones son publicadas desde el perfil de Facebook, en donde solemos utilizar un nombre real, compartir fotos verdaderamente nuestras y mantener pública nuestra ubicación, trabajo o escuela.

Construcción discursiva del consumo cultural: el caso de la música En estos tiempos de interconexión e hibridación, la música se erige en la forma cultural (o producto cultural) más en boga a nivel local, mundial y nacional, debido en gran medida a que no requiere de reglas, espacios u horarios que condicionen su consumo, si acaso, para mejorar el contacto con ella (en un concierto, por ejemplo). Somos libres de probarla si así lo queremos, de adoptarla si nos agrada y de configurarla como mejor nos parezca, bastando sólo oírla (a veces, ni eso, recordemos a Bach) para sentirla, experimentarla y apropiarla de maneras que sólo puede entender quien respira al compás de las letras, sonidos y ritmos que conforman nuestras canciones.

Con este párrafo introductorio, dibujo los atributos de la música en los que radica su importancia para este ejercicio, entendida como una forma simbólica inherente a cualquier cultura, presente a lo largo de las épocas, y asequible a todo individuo, siendo creada y significada en función de los contextos históricos, las dinámicas sociales y las experiencias individuales, y no por el virtuosismo “metafísico, etéreo y solamente alcanzable por medio del intelecto” que le atribuyeron muchos elitistas, lo mismo conservadores que críticos (Sánchez, 2005:6 Hormigos y Martín, 2004:263).

En este marco, los sujetos sociales, sobre todo los jóvenes, se autodefinen a partir de sus gustos musicales y de las prácticas socioculturales que los complementan, todo lo cual se encamina a expresar una identidad, a diferenciarse de los demás y

a vincularse colectiva y emotivamente con otros sujetos de similares gustos y prácticas (Brito Quesada, 2008).

Pocos podrán estar en desacuerdo con estas definiciones dadas nuestras diversas identidades musicales, pero, ¿sabemos reconocer en los otros esta diversidad? ¿Atendemos que ellos, como nosotros, expresan su cultura e identidad a través de sus gustos musicales? Lo averiguo a continuación mediante una comparativa discursiva de las etiquetas, atribuciones y asociaciones que dan significado e intencionalidad a las opiniones referentes a dos géneros musicales, el regional mexicano y el rock. 1. “El Komander” y los narcocorridos El contexto En abril de 2014, diversos medios de comunicación reportaron la cancelación de un concierto de Alfredo Ríos “El Komander”, cantante de música regional, que se llevaría a cabo el 11 de abril en el marco de la Feria de Cuernavaca, capital del Estado de Morelos, a petición del gobierno estatal. La razón, apologiza la violencia.

El análisis discursivo de las opiniones En los cuatro portales noticiosos seleccionados, los cibernautas aportaron un total de 237 opiniones en torno a la noticia de la cancelación del cantante de regional mexicano.5 De ellas, excluyo tres que, presumiblemente, fueron publicadas sin haber sido concluidas, lo que impide identificar su sentido. De las restantes, en

Las opiniones analizadas corresponden a las notas: “Cuernavaca cancela presentación de ‘El Komander’”, Excélsior, 4 de abril de 2014, disponible en http://www.excelsior.com.mx/nacional/2014/04/04/952379, consultado el 20 de junio de 2015;”Cuernavaca cancela concierto de ‘El Komander’”, Aristegui Noticias, 4 de abril de 2014, disponible en http://aristeguinoticias.com/0404/kiosko/cuernavacacancelaconciertodeelkomander/; consultado el 20 de junio de 2015; “Cabildo de Cuernavaca avala veto a ‘El Komander’”, El Universal, 4 de abril de 2014, disponible en http://www.eluniversal.com.mx/estados/2014/cabildodecuernavacaapruebacensuraakomander1000 767.html, consultado el 15 de junio de 2015; “Cancelan en Morelos concierto de narcocorridos”, Revista Proceso, 4 de abril de 2014, disponible en http://www.proceso.com.mx/?p=368828, consultado el 15 de junio de 2015. 5

127 casos (54.27%) se recurrió al uso de etiquetas sociales, mayoritariamente para denostar a quienes cantan, componen, defienden o gustan de lo que se denomina narcocorridos, variación del regional mexicano al que recurre “El Komander” en varias de sus interpretaciones; así como a quienes opinaron de una manera errónea, según los cibernautas. La etiqueta más usada fue la de “basura”, que pone en duda el carácter musical y artístico de las composiciones adscritas al subgénero en cuestión. Le sigue en menciones la etiqueta “pendejo / pendeja”, sugiriendo la incapacidad intelectual necesaria para gustar de este género o para opinar (defendiéndolo las más de las veces). “Dudosa música / artista / espectáculo” y “estúpido / estúpida / estupidez” ocupan el tercer y cuarto lugar en menciones, respectivamente.

Mediante el análisis semántico y pragmático, las etiquetas que son sinónimos o que se relacionan en torno a un algo más amplio se agruparon en torno a 14 grandes categorías, quedando como sigue: Grafico 1. Categorización de las etiquetas sociales en torno a “El Komander”, en porcentajes Incultura / Pseudocultura 1% 1% 2%

Limitaciones cognitivas (ignorancia, idiotez, etc.) Menosprecio y clases sociales

5%

Criminalización

1%

5% Carácter débil

1% 1%

Malo, negativo, inmoral 8%

42%

Expresión cultural Denostación

5%

misoginia, machismo u homofobia

2%

Falta de educación Oportunismo

9%

Exaltación, reconocimiento 17%

Censor, autoritario Hipocresía / Incongruencia

Puede observarse que las etiquetas referentes a juzgar o negar el carácter artístico y cultural de la música de “El Komander” fueron las de mayor uso por parte de los cibernautas que aportaron su opinión. Mientras, las etiquetas de carácter positivo y neutro suman apenas el 10% de los casos, centrándose principalmente en la defensa de la libertad para escuchar lo que se desee (“censor / autoritario”, “expresión cultural”) y en la observación de que muchas de las opiniones en contra del género musical conllevan cierto grado de hipocresía, sexismo o manipulación (la mitad de las menciones de “Hipocresía / incongruencia”, “carácter débil”, “denostación, “misoginia, machismo u homofobia” y un tercio de “limitaciones cognitivas”).

En cuanto a los estereotipos, los cibernautas los usaron en el 84.38% de las ocasiones, siendo “Apología de la violencia y el crimen”, de carácter negativo, el que más se menciono. Con ésta, las opiniones se enfocaron en criminalizar el narcocorrido, aduciendo que si incluyen a las figuras de los narcotraficantes, la violencia o las organizaciones criminales, es porque sus exponentes son, también, narcotraficantes, pertenecen a organizaciones criminales o están a favor de la violencia. El estereotipo que le sigue corresponde a “sólo es música”, con el que otro porcentaje de los cibernautas desencializó el género musical y lo equiparó a cualquier otro género musical.

Agrupados en categorías, los estereotipos quedan de la siguiente manera:

Grafico 1. Categorización de los estereotipos en torno a “El Komander”, en porcentajes Pseudocultura / Incultura Efectos sociales

1% 1%

Expresión cultural Omisión de las verdaderas problemáticas

2% 2%

1% 1%

2%

Mala / negativa / Inmoral

6%

Deficiencias cognitivas incultas y pseudocultas

1%

22%

Limitaciones cognitivas Respeto, libertades y derechos

1%

1% 2%

Criminalización Apología del crimen y la violencia

1%

2%

Exaltación, reconocimiento Carácter débil

7% 13%

Función informacional Incivilidad Chivo expiatorio

10% 2%

Desconocimiento / Desinformación sobre narcocorridos Incongruencia / Hipocresía Autoexaltación

5%

3% 11%

3%

6%

Falta de valores / educación Correcciones ortográficas / otros asuntos Oportunismo Autoritarismo / Censura Menosprecio y clasismo demasiada importancia que no merece

A nivel general, puede notarse que los estereotipos relacionados con la “incultura / pseudocultura”, de valor negativo, fueron los más usados por los cibernautas a la hora de expresar su postura en torno al hecho. Le siguen, un tanto lejos, los de “limitaciones

cognitivas

(ignorancia,

estupidez,

etc.)”,

que

se

utilizaron

ambivalentemente en una proporción de 3 a 1, el de “apología” (eminentemente negativo) y el de “expresión cultural”, de carácter positivo.

Continuando con el análisis, ahora de las atribuciones o asociaciones con las que se contextualizó la cancelación del concierto, encontramos que de las 216 opiniones de este tipo (91.13% del total), fue la comparación y equiparación con otros productos, bienes y consumos culturales, la de mayores menciones, aventajando por una mención a aquellas opiniones que la relacionan con la violencia y la delincuencia, ya sea como causa, efecto o influencia. De primera vista, observamos que las opiniones se polarizan conforme se van dejando atrás

los atajos cognitivos y se procede a un anclaje e, incluso, objetivación con hechos más o menos reales, comprobables o cercanos.

Las atribuciones o asociaciones, convertidas en categorías, nos arrojan lo siguiente: Gráfica 3. Categorización de las atribuciones / asociaciones en torno a “El Komander”, en porcentajes Incultura / Pseudocultura

0%

Criminalización / prohibición Daños sociales Respeto, libertad y derecho

7%

2%

Expresión cultural

14%

Menosprecio / Clasismo Limitaciones cognitivas

0%

12%

Incongruencia / Hipocresía

12% 1%

1%

Incapacidad institucional para enfrentar problemas violencia y al crimen Exaltación, reconocimiento

1% 3%

Malo, negativo, inmoral

5%

Carácter débil Misoginia, machismo, homofobia

3%

Oportunismo / corrupción

0%

8% 8% 4%

7% 5%

4%

1%

Intervención divina / añoranza Desconocimiento / Desinformación / subinformación Valores / Educación Función informacional / protesta social

Demasiada importancia que no merece políticos / Clase política

De nueva cuenta aparece la categoría “Incultura / pseudocultura” en la mayoría de las opiniones, las cuales, sin embargo, se diversificaron en este nivel. Muy cerca se encontró el asociarla o atribuirle la “criminalización / prohibición” de manera ambivalente, sugiriendo, por un lado, la necesidad de mayores acciones en contra de estas expresiones e, incluso, agresiones directas contra los exponentes de este tipo de música, mientras que, por el otro, critican el proceder autoritario del gobernador Graco Ramírez al cancelarlo.

Una tercera categoría que sobresale es la que se remite a “desconocimiento / desinformación / subinformación”, también de carácter ambivalente en tanto que se le relaciona negativamente con hechos de difícil comprobación (balaceras afuera de un baile en Sinaloa); con un documental sobre narcocultura que sirve de filtro, o bien, con el desconocimiento que se tiene en torno a los contextos que dieron origen al narcocorrido y a las dinámicas sociales propias de las formas en que se consume este subgénero.

Indicadores de tolerancia. El conjunto de etiquetas, estereotipos y atribuciones o asociaciones inmersas en las opiniones que expresaron los cibernautas en torno a la cancelación de cantante de narcocorridos, dan cuenta del sentido y las intenciones con las fueron externadas, ya sea para describir el hecho, aportar posturas o abrir la reflexión en torno a los hechos y contextos con los que se relaciona; para denostar al cantante, a sus seguidores, a quienes escuchan este tipo de música o a los propios cibernautas; o bien para exaltar el narcocorrido, el hecho o a los actores involucrados directa e indirectamente. En el marco de la tolerancia, dichos sentidos e intencionalidades las podemos clasificar en torno a si muestran tolerancia hacia el consumo cultural de los narcocorridos, si se refieren a éste de manera intolerante o si, más bien, se trata de opiniones de carácter neutral, es decir, que ni lo aceptaron ni lo rechazaron y más bien se refirieron a la decisión en sí y a otros temas que nada tenían que ver en el suceso (Gráfica 4).

Gráfica 4. Clasificación de las opiniones en torno a “El Komander”, en porcentajes

Tolerancia 28%

Neutralidad 9%

Intolerancia 63%

Como puede observarse, nos encontramos frente a una profunda muestra de desacuerdo y rechazo hacia el subgénero de la música regional mexicana, lo cual, relacionado con las categorizaciones expuestas anteriormente, denota una anulación de su carácter de composición, música y expresión cultural, y un menosprecio hacia quienes lo consumen, lo cual resulta innecesario en una dinámica de concordia discordante.

Ahora bien, ya que vimos que la intolerancia fue el hábito preferido de los cibernautas, es hora de penetrar en las formas que ésta adopta:

PORCENTAJES

Gráfica 5. Opiniones en torno a “El Komander” según el grado de intolerancia-tolerancia, en porcentajes 45.00 40.00 35.00 30.00 25.00 20.00 15.00 10.00 5.00 .00

Tolerar y ser intolerante no son sólo nominaciones al momento de convivir o disentir, implica grados y, con ellos, consecuencias de diversos calibres que pueden ir desde un intercambio de palabras con un individuo diferente a nosotros hasta un acto de agresión hacia él por exactamente el mismo hecho. En este sentido, la grafica 5 nos muestra que el 38.86% del total de las opiniones se centraron en negar y rechazar tanto la naturaleza musical como el consumo cultural de los narcocorridos. Un 12.80% de los cibernautas, por su parte, se expresó discriminatoriamente en torno a los seguidores y defensores de éste, ya sea por la presunción de tener menos educación y, por ende, menos capacidades (“idiota”, “ignorante”, “pendejo”), o por ser pobres y de mal gusto ( “nacos”, “macuarros”, música “basura”); mientras que un 3.79% lo hizo de manera agresiva porque los narcocorridos juegan con fuego (sugiriendo asesinar y sodomizar al cantante “El Komander”), porque quienes le dan su lugar como expresión musical defienden lo indefendible (“a ver si cuando te secuestren a un familiar vas a seguir defendiéndolo”) o por pensar diferente (un usuario amenazó a otro con “asustarlo” por expresarse con menosprecio hacia el narcocorrido).

Del lado de la tolerancia, mínimamente practicada, notamos que el mayor número de casos (21.80%) se concentró en el estoicismo moral, no negando las formas poco ortodoxas del narcocorrido, pero rechazando por completo la sola sugerencia de regular su expresión. En suma, la tendencia fue anular la capacidad de los otros para discernir, elegir y apropiar la música que mejor les complaciera, aplaudiendo, en consecuencia, la decisión del gobierno de decidir por los cuernavaquenses qué deben y pueden escuchar.

2. Del cielo al infierno El contexto. Los días 15 y 16 de marzo se realizaría un concierto masivo dedicado al rockmetal, con un elenco que pintaba impresionante para los seguidores de este género musical. Era la primera vez que el festival musical salía de Guadalajara, trasladándose al recinto ferial de Texcoco, pero una semana antes, el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, anunció la cancelación del evento, secundado por la Secretaría de Gobernación y contrariando al gobierno municipal de Texcoco que había otorgado las facilidades y apoyo necesario para su realización. Tres días antes del evento, los organizadores y varios de los músicos invitados confirmaban la cancelación.

El análisis discursivo de las opiniones. En total se contabilizaron 285 opiniones al respecto de esta noticia,6 estando presentes las etiquetas sociales en el 49.46%, la mayoría de carácter negativo.7

Las notas tomadas como referencia para este apartado fueron: “El 'Hell & Heaven Corona Metal Fest 2014' se cancela”, 14 de marzo de 2014, disponible en http://www.excelsior.com.mx/funcion/2014/03/14/948533, consultado el 15 de junio de 2015; “Una fuerza “muy arriba” canceló el Hell and Heaven: organizadores”, Revista Proceso, 13 cde marzo de 2014, disponible en http://www.proceso.com.mx/?p=367162, consultado el 15 de junio de 2015; “Metal Fest 2014, cancelado por ‘intereses políticos y empresariales’: Carcass”, Aristegui Noticias, 13 de marzo de 2014, disponible en http://aristeguinoticias.com/1303/kiosko/metalfest2014canceladoporinteresespoliticosyempresariale scarcass/, consultado el 15 de junio de 2015; “Kiss y KoRn lamentan cancelación de Hell & Heaven”, El Universal, 13 de marzo de 2014, disponible en http://www.eluniversal.com.mx/espectaculos/2014/kissylambofgodlamentancancelaciondehellheave n995072.html, consultado el 15 de junio de 2015. 6

La de “pendejo / pendeja / pendejadas” fue la más mencionada (en 13 ocasiones), aplicada sobre todo a las autoridades y organizadores del festival musical y, también, a los usuarios que ingenuamente expresaron un punto de vista contrario a la tendencia marcada, a saber, la de defender el rock-metal, criticar la actuación del gobierno estatal y aducir la mano negra de la mayor empresa de espectáculos musicales, OCESA. Las otras etiquetas más recurridas fueron, con 6 menciones cada una, la de “estúpida / estúpido / estupidez”, refiriéndose a los mismos actores, y la de “mierda”, dirigiéndose al gobierno estatal y, además, a la música regional mexicana.

Categorizando las etiquetas, la distribución quedó como sigue: Gráfica 6. Categorización de las etiquetas en torno al Hell & Heaven, en porcentajes Ignorancia / Pobreza

1%

1% 3%

1% 1% 1%

Limitaciones cognitivas Corrupción / Intereses / Influyentismo Autoritarismo / Gobierno / PRI

8%

Incultura / Pseudocultura / Mal gusto Malo / negativo / Inmoral

11%

Denostación del rock / rockeros

24%

3% 1%

Autoexaltación / Identificación con el rock

Desacuerdo con la decisión / el actuar de los involucrados Carácter débil Incongruencia / hipocresía

13%

Clasismo / machismo / sexismo / menosprecio

5% 3%

Crimen y violencia Ética empresarial

6%

11%

6%

Preciosa / Buena / guapo Irrelevante / Sin importancia Ignorancia / Desconocimiento

1%

Coherente / justo

Observamos que las etiquetas de la categoría “Limitaciones cognitivas” (“mensa” / “tonto” / “estúpido”) fueron las más frecuentes, siguiéndole “desacuerdo con la 7

Para en análisis de las etiquetas, se excluyeron dos opiniones en función de lo indeterminable de su significado e intención. En lo subsecuente si se contabilizaron dado que recurrieron a estereotipos, asociaciones y atribuciones, aunque, en el ejercicio final de medición de la tolerancia fueron de nueva cuenta excluidos dada lo indeterminable de su intención.

decisión / el actuar de los involucrados” (“Mentiras”, “puto gobierno”, “qué feo”), “Autoritarismo / gobierno / PRI” (“retrógrada”, “retroceso”), y aquellas expresiones misóginas, machistas y, en general, de menosprecio hacia una sector poblacional determinado (“Nena”, “marica”, “chino de mierda”). En la primera y cuarta categoría, las etiquetas fueron utilizadas en su gran mayoría para denostar tanto las opiniones de otros cibernautas como las expresiones musicales que no fueran el rock-metal (el narcocorrido, regional mexicano y el pop), aduciéndoles su falta de inteligencia (por ser mujer, en algunos casos), hombría y buen gusto.

En lo que atañe a los estereotipos, estos fueron utilizados en el 86.67% de las ocasiones, porcentaje bastante alto en comparación con el uso de las etiquetas. Los más mencionados fueron las de “Ignorante / desinformado” (38), minimizando los comentarios y preguntas de los otros cibernautas, y “Mafia” (28), relacionando la imprevista decisión del gobierno estatal con los intereses intocables de las empresas dominantes en el ámbito del espectáculo, Ocesa y Televisa.

Agrupándolas en categorías, los estereotipos quedan de la siguiente manera: Gráfica 7. Categorización de los estereotipos en torno al Hell & Heaven, en porcentajes Ignorancia / pobreza / Atraso social

Ignorancia / Desconocimiento / Mediocridad

1% 2%

Autoritarismo / Represión / Demagogía

4%1%4%

Intereses Políticos / Intereses económicos Decisión injusta / Desatención de problématicas

6% 25%

4%

Incongruencia / Hipocresía Otros eventos y géneros musicales Identificación con el pueblo

5%

Identificación con el rock

1% 1%

0%

Débil / Agachón / llorón Sexismo / Clasismo / Menosprecio / Machismo

7% 17%

PRI / Gobierno / priísta Joder al pueblo / Oportunismo / Corrupción

0%

12% 9%

Rock malo / rockeros malos Rock bueno / Rockeros buenos (des)Organización del festival ética y sana competencia

Podemos notar que el mayor porcentaje de estereotipos corresponde a la categoría “ignorancia / desconocimiento / mediocridad”, siguiéndoles los referentes a otros eventos y géneros musicales. En ambos casos, la intención fue descalificar, ya sea a quienes opinan erróneamente (“Vives en un mundo color rosa”, “no sabe lo que dice”, “tonta”, “mediocre”) o, bien, prefieren otros consumos culturales como la música regional mexicana o el Festival Vive Latino (“sombrerudos”, “borrachos”, “música buchona y fresa”, “eventos piteros”). La figura del gobierno y el partido en el poder pierden fuerza, en tanto que las críticas se dividen en las distintas caras que tiene para los cibernautas.

Es de destacar la constante comparación con otros consumos musicales, a los que siempre se les cataloga como de mayores riesgos, de menor calidad, relacionadas con deficiencias cognitivas e, incluso, como expresión de los sectores sociales que “avergüenzan”, por así decirlo, a la sociedad, es decir, los pobres, los que venden su voto y los homosexuales (el 60% aproximadamente de los estereotipos clasistas, sexistas y machistas se dirigió al hecho de escuchar narcocorridos y pop).

Por último, en cuanto a atribuciones y asociaciones, el 13% de las opiniones evocaron la ignorancia tanto de los mexiquenses que votaron por el PRI como de las opiniones “desinformadas” en torno a la “magnificencia” del rock y al contubernio que existió entre intereses políticos y económicos. El segundo lugar (12.3%) señaló la incomodidad que representó para las grandes empresas del espectáculo un magno concierto de rock organizado de manera independiente, tildándolas de “mafia” y, por ende, atribuyéndoles la verdadera razón por la que el gobernador Ávila lo canceló.

Agrupadas en categorías semánticas, las atribuciones y asociaciones quedan así:

Gráfica 8. Categorización de las atribuciones y asociaciones en torno al Hell & Heaven Desacuerdo / consecuencias de la cancelación

0.38

Corrupción / influyentismo / intereres económicos

3.03 3.41

La culpa es del pueblo / los mexiquenses

4.92 3.03 5.30 1.52 1.52

Desdén de otros conciertos y generos musicales Ignorancia / Desconocimiento

15.53

Intereses económicos / políticos Gobierno / PRI / Autoritarismo

4.55 3.79

Otras asociaciones Hipocresía / Incongruencia / Desatención de otros problemas

6.82 11.36

3.79

Organización del evento / decisiones Limitantes cognitivas Libertad / Expresión cultural

11.36

11.74 7.95

Exaltación del rock metal Denostación del rock-metal Apología del crimen y la violencia Clasismo / sexismo / machismo Respuesta a otras opiniones / Comentarios sobre la nota

Como podemos observar, la “mafia OCESA-Televisa” acaparó el mayor número de atribuciones y asociaciones, siguiéndole en casi un triple empate los otros eventos y géneros musicales; las opiniones “poco informadas” de los otros participantes y, por último, el gobierno, el partido en el poder y su atribuido carácter autoritario. La intencionalidad en este caso se divide en dos grandes rubros, la de criticar la acción gubernamental junta con las presuntas razones que la empujaron, y la de subvalorar, de nueva cuenta, a los otros.

En general, es posible notar que para la mayoría los usuarios fue imposible tener una postura de absoluto desacuerdo para con los involucrados en la cancelación del tan esperado concierto, sin recurrir a alguna forma de denostación hacia la otredad, conformada en este caso por los mexiquenses “analfabetas” que permitieron que Eruviel Ávila gobernara el Estado de México, los “desinformados” cibernautas que optaron por compartir sus opiniones de manera “poco adecuada“, y aquellos individuos que, por sus “deficientes capacidades cognitivas” prefieren

otros géneros musicales. La intolerancia, hemos visto, fue parte importante de las posturas compartidas, tal y como lo muestra la gráfica 9: Gráfica 9. Clasificación de las opiniones en torno al Hell & Heaven, en porcentajes 1.5

46.3 52.2

Intolerancia

neutralidad

Tolerancia

A diferencia de lo ocurrido con la cancelación de “El Komander”, el segundo mayor porcentaje, después de la anunciada intolerancia, correspondió a las posturas neutrales, es decir, aquellas que criticaron al gobierno sin referirse a la diversidad ni desdeñar a alguien más que no fuera el gobernador o el partido del que procede. La intervención gubernamental en la organización de eventos musicales, originalmente competencia sólo de los organizadores y de las autoridades locales, cambió de sentido al ser el rock-metal el afectado, entendiéndose como censura y extralimitación del poder público. Mientras, los narcocorridos debían ser los verdaderamente acallados por ser una forma de incultura, pseudocultura, mal gusto y apología de la violencia y el crimen, deseo que, de hecho, se cumplió en las siguientes semanas.

Falta por analizar la vinculación de las opiniones aportadas por los cibernautas con alguno de los niveles de intolerancia-tolerancia.

Gráfica 10. Ubicación de las opiniones en torno al Hell & Heaven según niveles de intolerancia y tolerancia, en porcentajes 50.0 45.0 40.0 35.0 30.0 25.0 20.0 15.0 10.0 5.0 .0 Agresión (violencia verbal)

Discriminación Rechazo negación (no Interiorización Estoicismo (exclusión, (Denostación) existe, no / acuerdo / moral menosprecio) importa) neutralidad (Reconocer aunque no aceptar)

Voluntad de apertura (respeto, curiosidad y aprendizaje)

Entusiasmo por la diferencia (Concordia discordante)

Podemos observar que la forma más recurrente de intolerancia fue el rechazo (presente en el 20.5% de las opiniones), dirigido a desestimar las demás opiniones y los consumos musicales de los otros, vinculándolos con la ignorancia, el desinterés por comulgar con la “verdad absoluta” del rock-metal, y la conformidad de permanecer bajo el yugo de las mafias políticas y económicas. Un 13.9% de las posturas, por su parte, se encaminaron a infra-humanizar a los individuos, tanto cibernautas como pueblo en general, en razón de sus condiciones de pobreza, deseducación y género, asumiendo como inexistente su derecho a expresarse y elegir libremente y catalogándolos como entes manipulables, ignorantes, conformistas y, en general, cognitivamente deficientes. En este marco, resulta interesante notar el uso menospreciativo que tuvieron las referencias a la feminidad y la homosexualidad, utilizadas como insinuación de falta de virilidad y, por ende, de la superioridad que tradicionalmente se le asocia.

Persiste la intolerancia: pánico moral, elitismo cultural y discriminación A lo largo de este escrito, hemos podido dar cuenta de que la intolerancia no se remite necesariamente al rechazo de las formas de pensar, creer o vivir, al menos

en los ámbitos a los que estamos habituados (religioso, político, étnico). También, que la discriminación no es el único fenómeno que la manifiesta. El pánico moral que inculpa al narcocorrido y a sus exponentes y seguidores de incitar a la violencia y la criminalidad asociada al narcotráfico, y el elitismo cultural que sostiene la segregación social en función del deber ser de la cultura (de la música, en este caso), coadyuvan a impedir la construcción de los puentes que nos unen con la diferencia y la diversidad.

Ambos fenómenos cobraron sentido al ser relacionados con la pobreza, la falta de educación, la desinformación y el género, aspectos que coinciden (incluso rebasan) con algunos de los datos arrojados por la Encuesta Sobre la Discriminación de la Ciudad de México 2013, dónde la discriminación se asoció sobre todo con la condición económica, y la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2010. Resultados sobre las y los jóvenes, donde los tres aspectos mencionados ocuparon los lugares 1, 4 y 7 entre las 11 formas de discriminación más comunes padecidas por los encuestados. En este sentido, el blanco de las atribuciones fueron siempre los otros, siendo mínimos los casos en que se remitió al “nosotros” para enfatizar en el derecho igualitario a escuchar lo que se prefiera.

En suma, encontramos que muchos sectores sociales no han terminado de entender e interiorizar la necesidad democrática de reconocernos en los otros, defendiendo sus derechos como defendemos los nuestros, y aceptándolos tal y como deseamos ser aceptados. Persiste en su lugar la tendencia a exaltar las culturas, identidades y formas simbólicas propias, desdeñando las de los otros, particularmente palpable en un medio de “absoluta libertad” como lo son el internet y las redes sociales virtuales.

Comentarios finales. El papel de los jóvenes en la consolidación democrática El ejercicio metodológico realizado devela algo que, a mi parecer, es particularmente preocupante. Un porcentaje aún indeterminable de nuestros jóvenes están reproduciendo ciertos patrones de intolerancia que debieron haber quedado atrás, incluso en ámbitos más democráticos como la Universidad (de acuerdo a mi vivencia que aporté al principio) o la escena rock mexicana, considerando que ésta última fue objeto de censura y persecución hace algunas décadas “desde los hogares, las escuelas, el gobierno, los pulpitos y los medios de difusión” que lo tildaban de ser una “puerta a la disolución, el desenfreno, el vicio, la drogadicción, la delincuencia” (Agustín, 2012:35). Recurre, asimismo, al menosprecio de las diferencias culturales e identitarias que se expresan mediante el consumo cultural, vinculándolas con aspectos que le son poco gratos como la violencia (apologizada), la incultura o la pseudocultura, y atribuyéndolas en algunos casos a las carencias económicas, educativas, etcétera, de las que discursivamente toma bastante distancia.

Lo dicho en este escrito no tiene como objetivo generalizar ni satanizar nada ni nadie, claro está. La intención es, en realidad, incitar al debate en torno a lo que escapa nuestros debates teóricos y procedimentales, importantes, sin duda, pero insuficientes para dar cuenta de lo que subyace, promueve o impide la práctica de la tolerancia, el ejercicio libre de los derechos y, en suma, la consolidación democrática de nuestro país. Porque, ciertamente, ¿cómo pretendemos que los nuevos ciudadanos participen más, sean inclusivos y se comprometan con el desarrollo democrático si no han sido capaces de interiorizar en lo más cotidiano de sus interacciones, valores tan fundamentales como la tolerancia? Dicha reflexión es la que aporto de una manera poco común, he de reconocerlo.

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