Reflexiones sobre la identidad

June 24, 2017 | Autor: Ailén Cirulli | Categoría: Identidad, Subjetividad, Discurso, Postestructuralismo
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Reflexiones sobre la identidad

Ailén cirulli: [email protected]
Facultad de Cs. Sociales- UBA



ABSTRACT

En el presente trabajo me propongo realizar una conceptualización de los planteos teóricos en relación a la temática de la identidad, entendiéndola como resultado de aquellos discursos donde el sujeto se encuentra ocupando diversas posiciones dentro de una estructura discursiva. Es necesario para este propósito, realizar una reconstrucción de la categoría de sujeto, entendida desde una perspectiva postestructuralista, con el fin de dejar de lado la concepción de sujeto autónomo y racional, para pasar a considerarlo como un sujeto escindido y barrado.
Para esto, sería conveniente plantear como punto de partida, los aportes en materia de subjetividad tanto desde la perspectiva de la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure como desde el psicoanálisis de Jacques Lacan. Partir de la concepción de sujeto que estos pensadores plantean, es necesario para poder hacer explícita la problemática que gira en torno a la identidad hoy en día.
Con el objeto de avanzar en la comprensión de esta problemática, centraremos nuestro trabajo en dar cuenta desde los escritos de Ernesto Laclau, de los conceptos de articulación, discursividad, antagonismo y hegemonía, en tanto brinden herramientas de análisis para comprender las identidades políticas en particular y la identidad en general.




Signo y valor: Aportes de la lingüística Saussureana

En pos de comprender a la identidad en su totalidad, debemos hacer referencia a aquellas corrientes, que conformaron las bases para entender esta problemática. Consideramos como principales, dentro de este análisis, tanto a la lingüística como al psicoanálisis, teorías cuyo aporte brindaron herramientas claves para la formulación de las identidades en ciencias sociales.
Cuando hablamos de lingüística, inmediatamente el concepto nos sugiere como punto de partida, la concepción de lengua de Ferdinand de Saussure. Es en este sentido que el lingüista, como comúnmente se menciona, da un giro copernicano en esta reflexión, "impugnando la vieja concepción de la lengua como nomenclatura para interponer la de una forma significante" (Arfuch).

Saussure concibe a la lengua como un sistema constituido por las unidades mínimas que componen al lenguaje: los signos. El signo se conforma por un concepto (significado) y una imagen acústica (significante), considerando la imagen acústica no como sonido material sino como la imagen psíquica de ese sonido, como una representación sensorial.
Por lo que, como anticipamos con Arfuch, la lengua aquí no implica ya la unión de una cosa con un nombre, suponiendo que las ideas preexisten a los signos, sino que se plantea, más bien, que la unión se da entre un significado con un significante. Por esto, el signo es una entidad psíquica de dos caras: ambos elementos están unidos y se requieren. Sobre el signo nos dice Saussure:
"El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario." (Saussure, 1916:93)

El signo lingüístico, según el autor, es arbitrario. La arbitrariedad del signo reside en su inmotivación, es decir, que es arbitrario respecto del significado, con el cual no guarda en la realidad, ningún lazo natural. Esto implica a la vez, que la conexión entre significante y significado no se basa en una relación causal.

La prueba de tal afirmación, reside en el hecho de que distintas lenguas hayan desarrollado diferentes vínculos entre significantes y significados; de otra forma, debería existir sólo una lengua universal. Ahora bien, aun aceptando esta arbitrariedad, en lo que respecta al vínculo entre significante y significado, es necesario aclarar que esta conexión no es arbitraria para quienes hablan una misma lengua, porque si esto fuera así, bajo esta perspectiva, los significados no serían estables y desaparecería la posibilidad de comunicación.

En su "Curso de lingüística general", Saussure define al signo desde su arbitrariedad, pero también desde su diferencialidad. Esto quiere decir, que el signo existe sólo a condición de establecer diferencias con otros signos del sistema. "En la lengua no hay más que diferencias", argumenta el autor, de esta manera es que introduce una forma distinta de comprender la totalidad de un sistema.
En la lengua, cada término o elemento tiene un valor correspondiente por su oposición con los otros términos. Los valores además son relativos, ya que la relación entre la idea y el sonido es arbitraria, y son negativos ya que un signo es lo que no es. El valor del signo se da cuando se encuentra con otro y no cuando se da su significación.
El valor de todo término está determinado por lo que lo rodea. Los valores corresponden a conceptos ya que son referenciales, es decir, que están definidos por sus relaciones con los otros términos del sistema, teniendo como rasgo esencial ser lo que los otros no son. Un concepto simboliza la significación que sin los valores determinados por sus diferencias fónicas, que debido a su arbitrariedad y diferenciación, permiten distinguir esos signos de todos los demás, ya que poseen significación.
 El sistema puede ser aquí comprendido meramente como un sistema de diferencias. Para explicar esto, Saussure expondrá el ejemplo del juego de ajedrez. Dirá que el ajedrez es, como el lenguaje, un grupo de valores diferentes que en conjunto, conforman un sistema completo. Las piezas del ajedrez interactúan igual que los elementos de un lenguaje en estado sincrónico. Cuando una pieza se mueve, el efecto es similar a un cambio lingüístico y este le incumbe al análisis diacrónico. Aunque el movimiento sea tan solo el de una pieza, este movimiento afectará a todo el sistema en su totalidad.
Como es sabido, la teoría lingüística de Saussure está en la base de la semántica argumentativa y de toda la producción teórica tanto estructuralista como postestructuralista. La noción de valor como piedra angular de la construcción teórica; la concepción de la estructura como un orden irreductible son algunos de los fundamentos que se recuperan del legado saussureano.

Significante y Sujeto lacaniano: Aproximaciones al concepto de identidad

Lacan va a reutilizar algunos de los conceptos claves de Saussure. Al igual que el lingüista, se centrará en la característica estructural del lenguaje. Como hemos visto, Saussure sostiene que significado y significante son interdependientes y de igual importancia. Lacan, distanciándose de esa concepción, propone al significante como primordial y a la vez, como productor de significado. El significado no está dado, mientras que el significante es una construcción que se determina justamente por la diferencia entre otros significantes (x/S).

"Esta desaparición del significado se debe a una compleja e incluso paradójica pero efectiva estrategia diseñada con el fin de evitar los callejones sin salida de Saussure" (Stavrakakis: 2007).

Para Lacan, entonces, el lenguaje no configura un sistema de signos (como lo era la lengua para Saussure) sino, un sistema de significantes, los cuales serán las unidades básicas de aquel. Los significantes son diferentes entre sí, su sentido es variable, sólo puede determinarse en relación con la totalidad del sistema. Los significantes, para Lacan, se combinan en cadenas significantes que siguen las leyes de la metonimia.

El campo del significante es el campo del Otro. Lacan define al significante como "lo que representa a un sujeto para otro significante". En verdad, un significante (denominado significante amo) representa al sujeto para todos los otros significantes. Pero ningún significante puede significar al sujeto. Como significantes, pueden funcionar palabras, unidades menores o mayores que esta, e incluso objetos, relaciones y actos sintomáticos. La única condición es que estén inscritos en un sistema en el que adquieren valor por su diferencia con los otros elementos que lo componen. Por tanto, los significados que adscribimos al mundo surgen a partir de esta organización que damos a los significantes y por la relación diferencial que los une.

En cuanto a la organización, dentro de la cadena significante, el último de los significantes coincidirá con lo que el psicoanalista definió como "Point de capiton" o punto de capitonaje, que refiere al momento en el que, en la cadena, un significante se anuda a un significado para producir una significación. Ésta es la única operación que detiene el deslizamiento de la significación, haciendo que los dos planos se reúnan puntualmente.
Argumentan D'angelo y Carabajal sobre el lugar del significante en Lacan:

"El giro que produce el psicoanálisis consiste en despojar al significante de la arbitrariedad del Amo y restituirlo al registro de la lingüística" (D'angelo, Carabajal: 1991)

Sin dudas, este cambio de posición del significante en la teoría lacaniana, producirá un cambio de paradigma, no sólo en el modo de entender el lenguaje, sino también en la manera de concebir la subjetividad.

Lacan explica la constitución subjetiva como una estructura dinámica organizada en tres registros. Formuló así, los conceptos de lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico para describir los tres nudos que corresponden con la constitución del sujeto.
Desde esta concepción, para devenir sujeto es necesario inscribirse en el orden simbólico (u "Otro"). Es decir que el proceso de socialización del sujeto consiste en identificarse con el lenguaje, con el significante. Durante este proceso podemos distinguir dos identificaciones diferentes: la identificación imaginaria y la identificación simbólica. La identidad que el yo requiere para mantenerse como unidad es de carácter imaginario. Es decir que el yo se identifica con la imagen del semejante como si fuera su propia imagen en el espejo. En la identificación simbólica el sujeto se identifica con el Otro bajo la forma de un significante ideal.
Lograr una identidad "propia" requiere, así, lograr el reconocimiento del otro mediante la fijación del sujeto a una posición en el orden simbólico. Este reconocimiento aparece para el propio Sujeto, como el logro de haber alcanzado "su propia" identidad; pero esto es sólo una ilusión. Ilusión de completud que surge tras los procesos de identificación anteriormente mencionados, los cuales Lacan explica a través de los tres registros.
Si bien, hemos hecho referencia a la identificación simbólica e imaginaria, lo Real también va a formar parte de este proceso. Este concepto surge en Lacan como aquello que está por fuera del lenguaje y que se resiste a la simbolización. Está intrínsecamente relacionado con el concepto de imposibilidad: lo real sería lo imposible de imaginar y, por lo tanto, de pertenecer al orden simbólico.
Según Lacan (1962), el sujeto se inscribe en el orden simbólico en el que nace, identificándose con el mismo para devenir sujeto. No obstante, al estar el campo simbólico también constituido por un exterior que el lenguaje no puede objetivar, el sujeto también va a estar escindido y se va a encontrar entre el significante y el sin sentido del lenguaje.

De aquí la importancia que Lacan le da al significante; si el significado está perdido, el sujeto siempre es un sujeto barrado, escindido: si aparece de un lado como sentido producido por el lenguaje (por el significante), del otro aparece como sin sentido.

"La completud de identidad que el sujeto busca es imposible tanto en el nivel imaginario como en el simbólico. El sujeto está condenando a simbolizar a fin de constituirse a sí mismo como tal, pero esta simbolización no puede capturar la totalidad y singularidad del cuerpo real". (Stavrakakis: 2007)
Esto implica que la identidad sólo es posible como identidad fracasada, por lo que al ser imposible, sigue siendo deseable. Esta imposibilidad que la constituye es la que, al hacer imposible la identidad completa, hace posible la identificación, como mencionamos más arriba. El sujeto barrado, emerge justamente debido a los fracasos de todos los intentos de "encontrar" la identidad. Al no lograr una identificación completa, el sujeto se va a constituir en lo que Lacan denominó "sujeto de la falta", aventurándose en una búsqueda cíclica, impulsada por el motor del deseo, que jamás cesará.
La subjetividad lacaniana, a nuestro entender, resulta relevante para toda discusión filosófica de la política debido a que el sujeto aquí no es idéntico al "individuo" o al "sujeto consciente" presupuesto en el discurso cotidiano. Esta concepción de sujeto va a traer aparejada no solo un cuestionamiento sobre el concepto de identidad sino que, además, va a tener implicancias en el modo de entender a la sociedad y al cambio social.

Hegemonía e identidad en la teoría política de Laclau

Bajo la perspectiva de Laclau, la categoría de sujeto siempre refiere a las posiciones de sujeto en una estructura discursiva, en términos del autor: "Si toda posición de sujeto es una posición discursiva, el análisis no puede prescindir de las formas de sobredeterminación de unas posiciones por otras".

Laclau va a retomar el concepto de sobredeterminación que utiliza Althusser en tanto entiende su potencialidad analítica:

"… en la formulación althusseriana original había el anuncio de una empresa teórica…: la de romper con el esencialismo ortodoxo, no a través de la desarticulación lógica de sus categorías y de la consecuente fijación de la identidad de los elementos desagregados, sino de la crítica de todo tipo de fijación, de la afirmación del carácter incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad. Esta era la lógica de la sobredeterminación. Para ella el sentido de toda identidad está sobredeterminado en la medida en que toda literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada; es decir, en la medida que, lejos de darse una totalización esencialista o una separación no menos esencialista entre objetos, hay una presencia de unos objetos en otros que impide fijar su identidad. Los objetos aparecen articulados, no en tanto se engarzan como las piezas de un mecanismo de relojería sino en la medida en que la presencia de unos en otros hace imposible suturar la identidad de ninguno de ellos" (1987: 118)
Para Laclau este concepto va a ser fundamental pero le realizará una crítica a Althusser: No habrá, entonces, una determinación última de lo social, sino que se constituye como un orden simbólico; la constitución de lo social es meramente discursiva. Por lo que todas las relaciones sociales están sobredeterminadas, es decir, que no tienen una literalidad última y que siempre se está en presencia de formas precarias de fijación que pueden ser reemplazadas por otras.
La categoría de sujeto, por lo tanto, estará penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto que la sobredeterminación otorga a cada identidad. Laclau concibe que la conformación de identidades colectivas no pueden concebirse por fuera del discurso. Si originariamente, y según Althusser, el discurso interpelaba a los individuos para convertirlos en sujetos, Laclau va a inclinarse por concebir que es justamente la práctica articulatoria hegemónica la que ayuda a comprender la formación de identidades.

Aquí se retoma la idea de que todo sistema es un sistema de diferencias del mismo modo en que Saussure conceptualizó al lenguaje. Sin embargo, se distancia de la idea de lenguaje como totalidad cerrada. Según el autor, los cierres del sistema, es decir, la emergencia del sentido, sólo pueden ser un efecto parcial y contingente. La existencia de un límite del discurso, de un exterior constitutivo, es lo que posibilita la emergencia del sentido y otorga cierta sistematicidad al sistema, a la vez que impide que se instituya como un sistema cerrado y autónomo. Justamente por eso, para Laclau la sociedad es, a la vez, imposible y necesaria. La totalidad sólo podrá ser representada por medio de una distorsión, que supone que una de las identidades particulares asuma la representación de una totalidad que la trasciende.

En la teoría política de Laclau se tomará la idea lacaniana de "cadena de significantes" en tanto se refiere a los significantes que en un discurso están relacionados entre sí. Dentro de esta cadena, alguno de los significantes que la componen, se vacía de su particularidad, para constituirse como universal. El autor denomina a estos, "Significantes vacíos", los cuales juegan un rol protagonista en la teoría de la hegemonía. Este tipo de vínculo entre particularidad y universalidad es lo que Laclau denomina relación hegemónica. Esto implica que solamente existen fijaciones parciales de sentido, que se constituyen por medio de una lucha hegemónica entre particulares por constituirse en la encarnación de la significación de la sociedad. Lo que caracteriza al universal es su función de representar a la totalidad del sistema, puesto que su contenido no está determinado a priori sino que tiene un carácter contingente.
En efecto, según el autor, es mediante el vaciamiento de ciertos significantes como por ejemplo: "democracia", "liberación nacional", "justicia", "seguridad", etc. que es posible la articulación de una cadena y su inscripción en un discurso que produce, en sus términos, una nueva identidad política, el pueblo.

La fijación de sentidos para la constitución de un orden social, es entonces, contingente, producto de luchas hegemónicas. La institución de puntos nodales para la fijación parcial de un sentido implica siempre la producción de un exterior antagónico que es inherente a la sociedad. En este sentido, el autor argumenta que la sociedad ya no implica una totalidad coherentemente estructurada y cerrada, sino que se establece a partir de límites antagónicos dentro del campo de la discursividad.
De esta manera, la hegemonía es la construcción discursiva que intenta instituir puntos nodales, pero lo cierto es que no hay práctica hegemónica sin antagonismo. El antagonismo nombra el lugar de una escisión del orden, una falta que rehúye a ser simbolizada. Los antagonismos que no son interiores, sino exteriores, al establecer los límites de la misma la imposibilitan en su constitución plena. Es decir, que la negatividad que penetra continuamente a la sociedad, a la vez la subvierte impidiendo toda constitución plena de identidades al interior y en sí misma. En palabras del autor, "la negatividad radical introducida por el antagonismo social es también lo que en última instancia impide que lo social sea recompuesto en una totalidad cerrada y centrada" (Laclau: 1998)
En otros términos, aquí la sociedad es entendida como una totalidad imposible que es producida discursivamente. La imposibilidad de la estructura de transformarse en un orden completo reside en la imposibilidad de erradicar el antagonismo social. El antagonismo funciona a la vez como límite, impidiendo su cerramiento. No puede hablarse, entonces, de sociedad como totalidad o como cierre, en tanto ésta permanecerá siempre incompleta, barrada por un exterior que a la vez es también constitutivo de la misma.
La sistematicidad del sistema, su cierre, coincide con la determinación de sus límites. Estos límites, sin embargo, sólo pueden ser dictados por algo que está más allá de ellos. (Laclau: 2002) Pero aquello que cierra el sistema no puede ser una diferencia más, sino que, debe ser una exclusión, como mencionamos anteriormente, que constituya un límite antagónico. El exterior que es a la vez limitante y constitutivo, permite la constitución del sistema, al mismo tiempo que impide la constitución plena de lo social. De esta manera es que toda identidad se instituye sobre la base de una tensión irreductible entre diferencia y equivalencia, ya que en relación con el elemento excluido, las diferencias pasan a ser equivalentes entre sí.

Sostenemos aquí, que podemos entender la identidad desde una perspectiva similar: la incompletud que gobierna la lógica del sujeto y el orden social que nos proponen los autores, no designa solamente la imposibilidad de conformación de una identidad plena, sino que también alude a la permanente posibilidad de constitución de identidades diferenciales, aun cuando éstas, como hemos mencionado anteriormente, sean parciales.
Tanto la identidad del sujeto como la completud estructural del orden social son imposibles a causa de la carencia de estabilidad y consistencia representada por el rasgo dominante de todo ordenamiento social y político: el antagonismo social. Pero esto nos indica no sólo que la identidad es imposible sino también que, al ser relacional, hay algo que siempre queda por fuera. Ese exterior funcionará como amenaza pero también como parte constitutiva de la identidad y lo social.
En la teoría política de Laclau, el concepto de pueblo pasará a ser central para comprender las identidades políticas. Dentro de esta lógica, la identidad popular será paradigmática, debido a que supone una cristalización de procesos de identificación colectivos o inscripción de demandas en un espacio de inscripción común.


Para este teórico, entonces, el análisis de las identidades políticas requiere de dos herramientas conceptuales fundamentales como lo son la noción de estructura y sujeto. Cabe destacar que estos dos conceptos se encuentran en una relación de mutua dependencia, es decir, que no sería posible entender la lógica de la estructura si no es a partir de la lógica del sujeto (y viceversa).

Lo que se intentó realizar a lo largo del trabajo, fue dilucidar tanto a través de la lingüística saussureana como del psicoanálisis lacaniano, los conceptos de subjetividad y estructura. Ambas conceptualizaciones y sus respectivas corrientes teóricas, fueron de gran incidencia en la teoría de Laclau. Estas conceptualizaciones, nos ayudaron a comprender en su totalidad los conceptos que el autor articula en su teoría de la hegemonía, y a la vez nos sirven, sin lugar a dudas, para comprender, desde esta perspectiva, la constitución de todo tipo de identidades.


Reflexiones finales: ¿Quién necesita identidad?

Para concluir, en el trabajo se intentó traer a primera plana la temática de la identidad y las identidades, desde una perspectiva teórica contemporánea. En este sentido, nos pareció necesario partir de la teoría lingüística de Saussure, entendiendo su relevancia, de modo tal que, según comprendemos aquí, abre el camino para (re)pensar la subjetividad desde un punto de vista diferente. Si bien, el lingüista refiere únicamente al concepto de lengua, el algoritmo que propone (Sdo/Ste) se configurará como punto inicial para comprender de un modo distinto la estructura tanto social como del sujeto. Desde este lugar, el psicoanalista Jacques Lacan nos presentará un sujeto diferente al sujeto cartesiano de la filosofía clásica. Al invertir el algoritmo saussureano y otorgarle primacía al significante, el significado quedará por fuera de todo, constituyendo el registro que se denomina como lo Real. El sujeto entonces, siempre se verá amenazado por aquello que está por fuera, impidiendo su identidad y constituyéndolo en un sujeto de la falta, un sujeto barrado.
El teórico político Ernesto Laclau retoma los aportes de la lingüística y los articula con los elementos provenientes del psicoanálisis lacaniano en función de hacer explícita su propia teoría política de la hegemonía. Con el fin de conceptualizar la temática de la identidad en este autor, nos pareció imprescindible retomar estas dos corrientes. Entendiendo la identidad como una imposibilidad de constitución plena, es que Laclau se permite pensar a la vez, la permanente posibilidad de constitución de nuevas identidades diferenciales, que no van a ser plenas, pero sin embargo, van a existir y van a intentar articular sus demandas en el orden social. Sin lugar a dudas, sus aportes en materia de teoría política nos permiten acercarnos a una manera de pensar la identidad que nos sirve para comprender las problemáticas sociales de hoy en día.

A través de este recorrido teórico que comienza con Saussure, pasa por Lacan y desemboca en Laclau, parafraseando a Stuart Hall (2003), nos preguntamos: ¿Quién necesita identidad?, refiriéndonos a la pertinencia de estudiar hoy la temática. La identidad no sería útil, siguiendo al sociólogo, dentro del paradigma inicial en que se generó, en el sentido más esencialista el cual nos llevaría a preguntarnos "¿quiénes somos?", como si la respuesta pudiera ser única, fija e inamovible. Por lo que intentamos aquí, retomar los debates y posturas más recientes sobre el tema, con el fin de indagar sobre su aplicación dentro de la teoría social reciente. Siguiendo la conceptualización tanto del Sujeto que inaugura Lacan, como el que retoma Laclau, ésta nos permite formular la pregunta por la identidad de una manera distinta. Nos preguntaríamos, entonces por aquello "…que vamos llegando a ser, en los innúmeros desplazamientos e identificaciones, en la dislocación radical que los últimos acontecimientos han producido..." (Arfuch: 2005)

Es cierto que la problemática por la identidad lleva un largo recorrido probablemente desde los inicios de la filosofía por lo que consideramos que es una cuestión transhistórica, ya que hoy no deja de tener relevancia. Cada vez aparecen con más frecuencia en la escena política y social, nuevas subjetividades, y por lo tanto nuevas identidades y posicionamientos en el orden simbólico-social, identidades que, según Laclau, intentan continuamente articular sus demandas. Es en este sentido que no podemos pasar por alto una discusión teórica sobre el concepto, ya que al mismo tiempo que la realidad social se va transformando, creemos necesario que la teoría la acompañe en este proceso. Entendemos, entonces, que una discusión y problematización teórica sobre la temática identitaria, no es solamente relevante, sino, sumamente necesaria.



Bibliografía

Arfuch, L. (2005) "Problemáticas de la identidad" en Arfuch, L. (Comp.) Identidades, sujetos y subjetividades.

Arfuch, L.: Entrada "Lenguaje". Diccionario de filosofía de la educación, UNAM. (En gestión de publicación)

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Laclau, E.: (2002) "Política de la retórica" y "Los nombres de Dios" en Misticismo, retórica y política. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

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