Reflexiones historiográficas sobre el Orientalismo Antiguo

July 24, 2017 | Autor: Jordi Vidal | Categoría: Ancient Historiography, Ancient Near Eastern History
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2. REFLEXIONES HISTORIOGRÁFICAS SOBRE EL ORIENTALISMO ANTIGUO Jordi Vidal1 Universitat Autónoma de Barcelona

EL PAPEL DE LA HISTORIOGRAFÍA EN EL ORIENTALISMO ANTIGUO Es un hecho de sobra conocido y comentado que los estudios sobre el Próximo Oriente Antiguo –que engloban campos tan diversos como la asiriología y sus derivadas (hititología, ugaritología y sumerología), la arqueología, la historia del arte, la egiptología, etc.2– se caracterizan por su poca inclinación hacia las discusiones teóricas y metodológicas, incluyendo los trabajos de tipo historiográfico. Las causas que explican la poca predisposición hacia ese tipo de estudios también son fáciles de discernir. A diferencia de lo que sucede en campos afines, como los Estudios Bíblicos o de Antigüedad Clásica, el Orientalismo Antiguo cuenta todavía con gran cantidad de fuentes escritas (tablillas cuneiformes) inéditas, bien se trate de textos depositados en los almacenes de los museos, bien de tablillas recuperadas más recientemente en excavaciones regulares o clandestinas.3 Desde un punto de vista arqueológico la situación es parecida. Siempre y cuando las condiciones políticas de la región lo permitan,4 lo cierto es que los arqueólogos disponen todavía de gran 1. Agradezco a Rocío Da Riva los valiosos comentarios que realizó del presente trabajo. Por supuesto, cualquier error es responsabilidad únicamente mía. 2. A pesar de todo, en el presente trabajo nos centraremos de forma prioritaria en la asiriología y la arqueología del Próximo Oriente. La egiptología, a pesar de sus evidentes puntos en común con las anteriores, posee también unas especificidades propias que impiden un tratamiento conjunto y homogéneo de las tres disciplinas. 3. Sobre la abundante presencia de piezas mesopotámicas, en especial de tablillas cuneiformes, en el mercado negro véase, entre otros, Rothfield, 2009 y Kolin´ski, 2011. 4. Sobre el impacto de los conflictos armados en Siria e Irak sobre el patrimonio arqueológico de ambos países véase la declaración institucional publicada por la International Association for

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26 INTRODUCCIÓN cantidad de yacimientos, nuevos o ya conocidos, por excavar, estudiar y publicar. Todo ello configura un panorama donde los principales esfuerzos de los investigadores continúan dirigidos hacia el análisis primario de esas fuentes nuevas antes que hacia la reflexión teórica sobre los propios estudios. Enfrentado a esa misma cuestión que estamos planteando aquí, el asiriólogo italiano Mario Liverani concluía recientemente que los investigadores dedicados al Próximo Oriente Antiguo trabajan invariablemente a partir de un esquema de prioridades muy bien definido.5 Dicho esquema consta de tres fases sucesivas en el proceso de investigación: (1) adquirir y publicar nueva documentación (arqueológica o textual); (2) utilización histórica de esa documentación (ya sea desde un punto de vista económico, político, social, ideológico, etc.); (3) reflexión historiográfica (historia de los estudios, según la terminología de Liverani). Más allá de ese esquema tripartito, Liverani señala que en el campo del Orientalismo Antiguo todavía no se ha alcanzado de forma satisfactoria esa tercera fase. Por lo tanto, la cuestión inevitable consiste en saber cuándo está previsto que se llegue a la misma. La respuesta de Liverani es contundente (y pesimista): al final, cuando ya no quede nada más por hacer relacionado con las dos primeras fases, entonces los especialistas encontrarán el tiempo necesario para dedicarse a la historiografía. En realidad, las palabras de Liverani lo que hacen es señalar el estado de inmadurez en el que todavía se encuentran los estudios sobre Próximo Oriente Antiguo. En este sentido, a nadie se le escapa que la labor investigadora aún está fuertemente condicionada por la urgencia por publicar datos inéditos y por situar esos datos dentro de su marco cronológico y temporal correspondiente.6 Para comprobar esa situación basta con repasar los programas de las principales reuniones científicas que de forma anual o bienal reúnen a los principales especialistas en historia, lenguas y arqueología del Próximo Oriente. En dichas reuniones la mayoría de las comunicaciones encajan dentro de los parámetros a los que aludíamos antes.7 De esta forma, si bien esa despreocupación por la reflexión sobre la propia Assyriology en su página web en Agosto de 2014: [Última consulta 25/08/2014]. 5. Liverani, 2014 [2013]: 11 y ss. 6. En un discurso pronunciado en 1998 el asiriólogo alemán Stefan M. Maul confirmaba que el futuro de la asiriología, tras más de 100 años de historia, todavía iba a estar dominado en las décadas siguientes por la edición de tablillas cuneiformes inéditas (Maul, 1998). 7. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a la Recontre Assyriologique Internationale, el International Congress on the Archaeology of the Ancient Near East, el International Congress of Egyptology, etc.

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disciplina es perfectamente comprensible en función de lo comentado arriba, no es desde luego una situación ideal ni debe permanecer inmutable. A estas alturas ya no parece necesario seguir recordando la importancia de llevar a cabo un estudio serio sobre nuestra manera de escribir la historia, una importancia que ya está bien asumida por ejemplo en el campo más general de la arqueología.8 Bastará con apuntar que los estudios historiográficos, cuando están bien hechos, resultan fundamentales para el desarrollo y mejora de las metodologías de investigación, así como para tomar consciencia de cómo, y en función de qué factores (económicos, sociales, políticos, religiosos, etc.) los historiadores de ayer y de hoy han representado el pasado en cada una de sus obras.9 Asimismo, únicamente el análisis historiográfico nos permite conocer cuál ha sido el proceso evolutivo de las diferentes tesis históricas planteadas en cada momento. Por último, aunque no menos importante, conviene destacar la necesidad de reconocer (y valorar en su justa medida) la labor de todos los investigadores que nos han precedido.10 Por desgracia, con demasiada frecuencia nos topamos con trabajos de investigación repletos de abundante bibliografía perfectamente actualizada que, sin embargo, tienden a ignorar de forma incomprensible las aportaciones más antiguas, donde a menudo se encuentra la génesis intelectual de los trabajos que se están citando. Tal y como apuntaba Aage Westenholz, la asiriología es percibida como una disciplina humanística con un fuerte componente esotérico, con una relación lejana e indirecta respecto a nuestra tradición cultural occidental, y protagonizada por un conjunto de especialistas que únicamente dialogan entre sí mismos, de espaldas no solo a los intereses del gran público, sino también a los del resto de colegas historiadores.11 De forma honesta y autocrítica, Zainab Bahrani y Marc Van de Mieroop reconocían recientemente que si el Orientalismo Antiguo en general ocupa ese lugar marginal dentro de la disciplina histórica del que hablaba Westenholz se debe en buena medida a la ausencia de reflexión sobre los propios estudios.12 La mera edición de fuentes escritas o la publicación de datos arqueológicos no son suficientes para despertar el interés del resto de historiadores, que ven en el Orientalismo Antiguo un ámbito críptico, dominado por las discusiones filológicas, epigráficas o arqueológicas de detalle. Sin embargo, sería injusto (y, desde luego, falso) pretender que hasta la 8. En este sentido, el trabajo de Trigger (1992 [1989]) supuso un auténtico punto de partida que posibilitó la proliferación posterior de trabajos similares (Ruiz Zapatero, 2002: 16). 9. Ruiz Zapatero, 2002: 15. 10. Baquedano, 2009: 10. 11. Westenholz, 2006. 12. Bahrani/Van de Mieroop, 2006 [2004]: 16.

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28 INTRODUCCIÓN fecha no ha existido en absoluto un interés por parte de los orientalistas en el análisis de la historia de sus estudios.13 En este sentido, resulta paradigmático el esfuerzo pionero de Sir Ernest A. Wallis Budge quien, apenas medio siglo después del nacimiento de la asiriología, escribió una primera historia de la misma.14 Con todo, la obra de Budge es esencialmente descriptiva, antes que analítica, y posee un evidente sesgo filobritánico, lo que si bien no invalida su mérito, sí obliga a una lectura crítica de la misma. De hecho, ha sido a finales del siglo XX y principios del siglo XXI cuando ha tenido lugar una cierta proliferación de trabajos que se han dedicado a analizar, desde una perspectiva historiográfica, el desarrollo del Orientalismo Antiguo como disciplina académica. En cierta forma, el punto de partida lo podríamos situar en la obra que Marc van de Mieroop publicó en 1999.15 Que un asiriólogo del prestigio internacional de van de Mieroop escribiera una monografía dedicada a analizar cuestiones como la posibilidad de escribir una «historia desde abajo» (o una historia de la «gente corriente», según la terminología clásica de Edward P. Thompson) usando los textos cuneiformes, así como a valorar las influencias de Karl Marx y Max Weber en los estudios de Próximo Oriente Antiguo suponía un auténtico hito. De esta forma, van de Mieroop demostraba que desde la asiriología algunos autores ya empezaban a manifestar explícitamente la necesidad de desarrollar de forma sistemática los estudios historiográficos en el marco de dicha disciplina. Desde entonces se han sucedido distintos trabajos dedicados específicamente al estudio de la historia de las diferentes ramas que forman parte del Orientalismo Antiguo. En este sentido podemos destacar, a modo de ejemplo, obras como la de Mark S. Smith, acerca del nacimiento y desarrollo de los estudios ugaríticos en el siglo XX,16 el volumen colectivo editado por Eric Jean y dedicado específicamente a la historia de la hititología,17 así como las reflexiones en torno a la egiptología que tuvieron lugar durante el Eighth International Congress of Egyptologists (Cairo, 2000).18

13. Véase Vita 2012 para un resumen reciente de la labor historiográfica en asiriología. 14. Wallis Budge, 1925. 15. Van de Mieroop, 1999. Con anterioridad a la obra de van de Mieroop conviene recordar la existencia de algunos trabajos relevantes como los de Speiser, 1946, Oppenheim, 1960 y Bottéro, 1982. Sobre la arqueología del Próximo Oriente véase el clásico de Lloyd, 1981 y, más recientemente, Mathhews, 2003: 1 y ss. 16. Smith, 2001. 17. Jean, 2001. 18. Hawass, 2003.

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ESTUDIOS BIOGRÁFICOS Y TRADICIONES NACIONALES Con todo, y más allá de obras como las que acabamos de citar, lo cierto es que en general, los incipientes estudios historiográficos en el campo del Orientalismo Antiguo se están desarrollando esencialmente en una doble dirección: los estudios biográficos y el análisis de las distintas tradiciones nacionales. La biografía de especialistas (sobre todo de arqueólogos) en Próximo Oriente Antiguo es, sin lugar a dudas, el género más cultivado dentro del ámbito historiográfico, especialmente en el mundo anglosajón. En Gran Bretaña y los Estados Unidos está perfectamente asumido que el estudio de las trayectorias personales es un vía privilegiada para el análisis historiográfico. Es por ello que contamos ya con trabajos específicos dedicados a Austen Henry Layard,19 Hormuzd Rassam,20 William M. Flinders Petrie,21 Kathleen M. Kenyon,22 William F. Albright,23 James H. Breasted,24 etc. Dichos trabajos nos permiten apreciar con detalle la relación íntima que existe entre las vidas de los autores (su vida individual), sus circunstancias políticas, sociales, ideológicas, etc. (su vida colectiva) y su forma de producir el conocimiento histórico. El gusto anglosajón por el género biográfico (y autobiográfico),25 por desgracia no tiene un paralelo equiparable en otras tradiciones culturales. Es por ello que figuras como mínimo tan relevantes como las antes citadas no cuentan con trabajos similares que documenten de forma monográfica sus aportaciones al Orientalismo Antiguo. Por fortuna, aunque muy lentamente, dicha situación se va corrigiendo, como mínimo en Alemania, gracias a la publicación reciente de estudios relacionados con autores como Friedrich Delitzsch,26 Robert Koldewey,27 Emil O. Forrer28 o Wolfram von Soden.29 En otra potencia orientalística importante como es Francia, de forma intermitente, también 19. Waterfield, 1963. 20. Reade, 1993. 21. Drower, 1995. 22. Davis, 2008. 23. Running/Freedman, 1991. 24. Breasted, 2009. 25. Por lo que se refiere a las autobiografías de orientalistas podemos destacar las de Sayce, 1923, Petrie, 1931; Kramer, 1986 y Gordon, 2000. Nótese de nuevo el predominio anglosajón. Fuera de ese ámbito cabe destacar la autobiografías de Andrae, 1961 y Parrot, 1979. 26. Lehmann, 1994. 27. Wartke, 2008 y Da Riva, en este mismo volumen. 28. Autor de origen suizo, aunque formado en Alemania (Oberheid, 2007). 29. Flygare, 2005 y 2006.

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30 INTRODUCCIÓN se han publicado algunas biografías de autores fundamentales como Ernest Renan30 o Victor Place.31 Por lo que se refiere a la historia de las tradiciones nacionales relacionadas con el Orientalismo Antiguo, de nuevo debe resaltarse el dominio de los países anglosajones en este ámbito, especialmente de Estados Unidos. Así, al trabajo pionero de C. Wade Meade sobre la aparición de la asiriología en Norteamérica,32 podemos añadir ahora el excelente ensayo de Benjamin R. Foster sobre esa misma cuestión.33 Tras corregir alguno de los planteamientos de Meade, Foster analiza los principales factores que determinaron el momento y la forma en la que apareció la asiriología en Estados Unidos. En su opinión esos factores fueron: (1) las conexiones con el mundo bíblico (un elemento, por lo demás, común al resto de países occidentales); (2) la influencia de la asiriología alemana, que se dejó notar de dos maneras distintas. Por una parte, mediante la formación de estudiantes americanos en Alemania (p.e. Francis Brown, Edgar J. Banks, Mary W. Montgomery, Mary I. Hussey, David G. Lyon, James A. Craig, Ira M. Price, Robert F. Harper). Por otra, mediante la llegada a las universidades estadounidenses de profesores alemanes y austríacos (Paul Haupt, Hermann V. Hilprecht, Morris Jastrow, Albrecht Goetze, Julius Lewy, A. Leo Oppenheim); (3) la fuerte tradición filantrópica americana que, entre otros, promovió la inclusión del estudio de lenguas orientales en las universidades más importantes del país, al tiempo que financió las primeras expediciones a Mesopotamia; y (4) la influencia de los estudios judíos y de la inmigración judía proveniente de Europa (a pesar del virulento antisemitismo esgrimido por algunos académicos americanos a principios del siglo XX).34 Por supuesto, también en Francia,35 Inglaterra y Alemania se han publicado trabajos que reflexionan acerca de su propia tradición orientalística. Es interesante constatar que en el caso alemán, dicha tradición se ha estudiado sobre todo en función de su relación con determinados episodios de su historia contemporánea, en especial con el nazismo. En este sentido resultan paradigmáticos los estudios de Johannes Renger,36 quien, en diversos artículos y congresos, ha analizado sin complejos la estrecha relación existente entre algunos 30. Deth, 2012 y Aubet, en este mismo volumen. 31. Pillet, 1962. 32. Meade, 1974. 33. Foster, 2006. 34. Kramer ofrece un testimonio de primera mano acerca del antisemitismo en la academia estadounidense a principios del siglo XX (Kramer, 1986: 50). 35. André-Salvini, 1999. 36. Renger, 2008 y en prensa.

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asiriólogos (Bruno Meissner, Arthur Ungnad, Carl Frank, Eckard Unger, Wolfram von Soden, etc.) y la ideología y la política nazis. En el ámbito egiptológico se constata un interés similar en esa misma materia, tal y como lo demuestra el reciente monográfico del Journal of Egyptian History (n.º 5, 2012), dedicado al análisis de las relaciones entre determinados egiptólogos (Hermann Grapow, Alfred Hermann, Hermann Kees, Hermann Junker, Wilhelm Czermak, Siegfried Schott, Herbert Schaedel, Günther Roeder, Uvo Hölscher, Heinrich Schäfer, Walter Wolf, Friedrich von Bissing) y el Tercer Reich.37

EL EJEMPLO ESPAÑOL Al margen de las principales potencias en el ámbito de la Orientalística Antigua, en estos últimos años otros países «periféricos» están dando a conocer trabajos que analizan sus propias experiencias nacionales.38 Entre los ejemplos clásicos de «periferia» en los estudios relacionados con el Orientalismo Antiguo se halla, por supuesto, el estado español. Siguiendo la misma tendencia que se puede constatar en el ámbito internacional, también en España se ha experimentado estos últimos años un creciente interés historiográfico sobre la materia.39 En este sentido, y al margen de las correspondientes publicaciones, me parece conveniente destacar dos hitos que ilustran perfectamente esa afirmación. Por una parte, cabe señalar la exposición La aventura española en Oriente (1166-2006), que tuvo lugar en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid en 2006. Dicha exposición sirvió, entre otros, para evidenciar la larga tradición de contactos culturales, diplomáticos y, también, arqueológicos existentes entre determinadas figuras españolas y los diversos países del Próximo Oriente. Por otra parte, el workshop organizado por Rocío Da Riva en la Universitat de Barcelona en noviembre de 2013, workshop que da origen al presente volumen, es otro momento destacable en la historiografía española sobre el Próximo Oriente Antiguo. Tanto la voluntad de Da Riva por organizar un workshop monográfico dedicado exclusivamente a cuestiones historiográficas, como el interés de un considerable número de especialistas por participar en el mismo son elementos que demuestran la tendencia que apuntábamos antes.40 37. Dicho volumen ha sido revisado y publicado en forma de monografía independiente (Schneider/Raulwing, 2013). 38. Véase, por ejemplo, Çig, 1988 para el caso de Turquía o Aro/Mattila, 2007 para Finlandia. 39. Véase recientemente Córdoba Zoilo/Jiménez Zamudio/Sevilla Cueva, 2001; Córdoba, 2005; Córdoba/Pérez Díe, 2006 y 2006b; Vidal, 2010-2011, 2012, 2013, 2013b, 2014 y en prensa; Molinero, 2011. 40. Con anterioridad véase también Córdoba Zoilo/Jiménez Zamudio/Sevilla Cueva, 2001.

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32 INTRODUCCIÓN En general, los trabajos sobre el desarrollo del Orientalismo Antiguo en España hasta ahora han servido para demostrar la existencia de una doble y desigual vía en el desarrollo de los mismos. En el caso concreto de la asiriología, la primera vía era la formada por el esfuerzo solitario de figuras como Francisco García Ayuso, Ramiro Fernández Valbuena, Joan Rovira Orlandis o Joaquín Peñuela. Dichos autores, en especial este último, pueden ser considerados como auténticos asiriólogos, con una buena formación académica y capacidad para acceder directamente y trabajar con las fuentes cuneiformes.41 Sin embargo, por sus propias circunstancias y por el entorno académico tan poco propicio para el desarrollo de dichos estudios en el que hubieron de moverse, todos ellos fueron incapaces de crear una auténtica escuela asiriológica en España. Tanto es así que hoy resultan figuras prácticamente desconocidas para las generaciones actuales de investigadores. En el caso de la arqueología, la situación es hasta cierto punto similar. A diferencia de las grandes potencias europeas, España no tuvo presencia ni intereses coloniales en el Próximo Oriente, por lo que el país se mantuvo completamente al margen del redescubrimiento arqueológico del Oriente Antiguo. De hecho, hubo que esperar más de un siglo para que tuvieran lugar las primeras excavaciones arqueológicas en la región (Mogaret Dalal (1960) y Khirbet Arair (1964-1967), en Jordania), dirigidas por Joaquín González Echegaray y Emilio Olávarri respectivamente.42 Un importante factor en común entre este grupo de pioneros era el elemento eclesiástico. Fernández Valbuena (sacerdote), Rovira Orlandis (jesuita), Peñuela (jesuita), González Echegaray (sacerdote) y Olávarri (sacerdote), eran todos ellos hombres de iglesia, con pocos o ningún vínculo con el mundo universitario.43 Esa vocación religiosa y ese escaso contacto con la universidad no solo determinaron en buena medida su aproximación al Orientalismo Antiguo, fuertemente condicionada por el elemento bíblico, sino que limitaron su capacidad para crear una auténtica escuela orientalística a partir de la formación de nuevos investigadores. La segunda vía a la que hacíamos referencia es la protagonizada por profesores, estos sí, universitarios, con frecuencia arqueólogos, que sin ser especialistas en el Próximo Oriente Antiguo publicaron algunos manuales sobre la cuestión, generalmente por encargo de las mismas editoriales que trataban así de llenar algunos vacíos en sus fondos. A diferencia del grupo anterior, en 41. Sobre la figura de Peñuela véase Garrido, 1970; Delgado, 2001; Vidal, 2013: 86 y ss.; Garcia/ Vidal, 2014. 42. Véase un resumen de aquellas primeras intervenciones arqueológicas en González Echegaray, 1988. 43. Para un breve perfil biográfico de todos ellos véanse sus correspondientes entradas en Vidal, 2013.

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este caso el valor académico de dichos trabajos es limitado, dada la aproximación siempre secundaria que realizaban sobre la materia, nunca basada en el conocimiento directo de las fuentes arqueológicas y epigráficas. Sin embargo, fueron obras que ejercieron una notable influencia sobre varias generaciones de estudiantes universitarios, que se sirvieron repetidamente de ellas durante su proceso de formación académica. Algunos ejemplos de este segundo grupo son Pere Bosch Gimpera, Eduard Ripoll o Antonio Blanco Freijeiro, autores los tres de manuales universitarios de referencia en España y Latinoamérica.44 Lo cierto es que, por desgracia, ninguna de las dos vías, ni la eclesiástica ni la universitaria, sirvió para consolidar en España los estudios sobre Orientalismo Antiguo. Tanto es así que todavía hoy no se hallan plenamente integrados en los planes de estudio universitarios, siendo todavía imprescindible recurrir a los grandes centros de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia o Italia para poder formarse en ese ámbito con ciertas garantías.

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