Redes, Democracia y Libertad - breve ensayo (2010)

May 25, 2017 | Autor: Silvia Mercado | Categoría: Democracy, The Internet, Censura
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Descripción

En Redes de Virtud y Democracia
Silvia Mercado Aleman

"No es valiente el que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo". Las
palabras de Nelson Mandela, hoy ondulan en mi protector de pantalla. Sí,
cabalmente en mi herramienta de trabajo, en mi ventana al mundo, en la
pizarra en la que escribo, en el papel virtual en el que denuncio y en la
plataforma en la que propongo. Años atrás me hubiera resultado difícil
pensar que la red de redes llegaría a ser el espacio ideal para expresar mi
libertad. No imaginé que la World Wide Web se instalaría en mi vida como el
escenario que me invita a ser protagonista y como la plaza que me convoca a
construir democracia.

Miles de jóvenes, si no millones, estamos conectados. Hemos superado
cualquier metáfora: la tecnología ha logrado estrechar lazos. Si la
diversidad de voces pudiera pensarse en colores faltarían catálogos, no
habría escala cromática suficiente. Cada una de estas voces pinta una
bandera, retrata una cultura, pincela una ideología. Cada una de estas
voces relata, describe, reseña; cuenta al mundo una mirada, comparte una
preocupación y ofrece una alternativa. La palabra escrita ha decido
emancipar a una generación que no quiere quedar afónica. Quizás desde el
anonimato, muchos jóvenes hacen legítima su identidad; a lo mejor es la era
de los pseudónimos, de los nicks, de los blogs, o de cualquier otra
herramienta que mañana vayamos a inventar. Ya se equivocó el que pensó que
los personajes virtuales pasarían de moda. Hoy, como nunca, cobra validez
la tesis de McLuhan: el medio es el mensaje. Es el momento de asistir al
espectáculo donde somos -nada más y nada menos- que los actores de un
teatro global[1].
Es posible que viejos ecos pongan en duda la obra que transcurre sólida; es
posible que, con argumentos de antaño, se delibere el rol de los nuevos
actores. Habrá que recordar que un actor es un creador, prácticamente, un
inventor. Es alguien que viene a interpretar un papel, alguien que trabaja
un papel y así cumple una función. Este es el lugar en el que nos han
puesto nuestras sociedades; esta es la misión que nos toca cumplir. Actuar.
Reconstruir las instituciones que perdieron la confianza de nuestras
ciudadanías, reconducir los valores democráticos que mañana amparen a
nuestros hijos de cualquier atropello. A más de uno le parecerá una tarea
no menos que utópica, pero al darse cuenta de que ya estamos en escena,
verá que ya hemos hecho camino. En mil formatos y de distintos sitios,
estamos haciendo fuerte ejercicio de nuestra libertad de expresión; la
diversidad de nuestras voces está logrando que el Artículo 19 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos se comulgue como un principio
diario. Porque no puede ser de otra manera: "Todo individuo tiene derecho a
la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser
molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir
informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de
fronteras, por cualquier medio de expresión"[2].
El ímpetu está y la libertad empieza a cantar. Sin embargo, todavía hay
muros hostiles. A la libertad nunca le faltan enemigos. Proliferan las
mordazas y la censura pretende hacer Imperio. Más vale estar atentos porque
la censura es prima hermana de la muerte: se disfraza, se acomoda y
–sigilosa– fulmina. La censura sabe naturalizarse, domina muy bien las
artes camaleónicas; puede vestirse de ley, ponerse el sombrero de decreto.
Es elegante para mimetizarse y sólo su sombra consigue enmudecer por
décadas. Es tan astuta que puede maquillarse con atributos democráticos.
Porque –hay que admitirlo– corre con una ventaja: sabe que el estado de
salud de nuestras democracias es frágil. Domina, entonces, estrategias
discursivas, acomoda la retórica a su antojo. Porque "la democracia"
vocablo puro, expresión inocua, no deja de ser construcción en carne viva;
su naturaleza la expone al riesgo de ser manoseada.

Tocqueville, el pensador "incapaz de escribir por escribir"[3], avizoró los
peligros que acecharían a la integridad de la democracia. En papiros
digitales, leemos: "Lo que más confusión provoca en el espíritu es el uso
que se hace de estas palabras: democracia, instituciones democráticas,
gobierno democrático. Mientras no se las defina claramente y no se llegue a
un entendimiento sobre su definición, se vivirá en una confusión de ideas
inextricable, con gran ventaja para los demagogos y los déspotas"[4]. La
preocupación de Tocqueville, hoy debe traducirse en alerta; no en un
mensaje retórico, cuya ambigüedad conceda permisos, sino en una consigna
muy concreta: aclarar los términos. Madurar una lectura. ¿Por dónde
empezar?

Para definir democracia, lo etimológico no alcanza. Como diría Borges, "…de
nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el origen
de una palabra"[5]. De todas formas, podemos ornamentar el asunto y decir
que democracia proviene del latín democratia y a su vez del griego
demokratía; no está demás saber que demos significa pueblo y kratein,
gobernar. Pero, ¿a quién le sirve quedarse con esta golosina? Espinoso.
Tentador, como cualquier caramelo, la raíz de la palabra democracia puede
servir de comodín para cualquier dictador con aureola de lata.

En algún blog leí que la democracia es como el amor. Qué frase pusilánime,
pensé. Pero ¿acaso no es una tesis sensata? De hecho ahora pienso que
cuando Fromm escribió El arte de amar, sabía que su teoría sobre el amor
bien podría ser pensada para un ensayo sobre la democracia. Porque así como
"el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia
humana"[6], la democracia es la única respuesta satisfactoria al problema
de la coexistencia en nuestras sociedades. Será por eso que amor y
democracia son términos indefinibles; entre ambos deben hacer al enigma de
la semántica. No cabe duda de que son un arte: requieren de entrega,
conocimiento, responsabilidad. Porque la democracia, así como el amor, no
se gana en una guerra, el triunfo se disfruta sabiendo afrontar batallas.
Otro símil entre la democracia y el amor es que ambos conceptos nunca dejan
de ser horizontes; paisajes en perspectiva a los que sólo es posible llegar
andando. Andando como buenos soldados, como buenos amantes.

Así, pues, hay que enamorarse de la democracia. No queda otra. Hay que
disciplinarse para vivir ese amor en libertad. No debemos conformarnos con
miserias; no es sano satisfacerse con un beso de despedida a la madrugada,
si lo que se sueña es despertar todos los días con la persona amada. Para
nuestra desdicha, en muchos países de América Latina los simulacros de
democracia son más que suficientes; nos gusta acicalarnos para asistir a
las urnas y votar. Nos conformamos con poco: con una eyaculación precoz,
entre la fricción de cuerpos desconocidos, hacemos una fiesta democrática.
El sufragio del domingo viene a ser como el consuelo de soldados
descorazonados y de amantes lánguidos.

Sin embargo votar no es poca cosa; es acudir a una instancia dorada. Yo
voté nueve veces en mis veintinueve años. Sí, mucho; la verdad que no habla
muy bien de la estabilidad política de mi país. No por nada dicen en
Bolivia el voto ya es como un deporte nacional. Precisamente por haber
votado tantas veces, soy una convencida de que el voto no es suficiente;
"no basta con tener elecciones bajo esquemas relativamente libres para
llegar a contar con un Estado que pueda operar democráticamente en el día a
día"[7]. Permito juzgarme por menospreciar así el sufragio. Pero me
defiende la tinta que escribe en indeleble: un guiño no satisface a una
ciudadana que mira de frente. Porque frente a nuestros ojos está la
corrupción, el nepotismo, la injusticia, los atropellos, las violaciones,
la indigencia… situaciones aberrantes que nublan el camino hacia una
sociedad democrática. Entonces, si queremos seguir andando, toca asumir que
la nube es espesa; toca buscar el amparo de nuestras instituciones y volver
a creer en ellas. No es tarea sencilla la de intimar en tinieblas, pero es
un hecho que las instituciones no se materializan si no están sostenidas o
respaldadas por aquello que es fundamental: "la confianza de la ciudadanía
hacia ellas, la convicción de que estas instituciones están allí para
garantizar la seguridad, la justicia, la civilización"[8].

La confianza; vuelve a tejerse el intertexto entre amor y democracia. Pero
aparece un tercer espectro: el miedo. Habíamos dicho que la censura puede
acomodarse sin mayor trámite; el miedo, en cambio, puede inundar de golpe,
paralizar en seco. ¿Cuán legítimo es el amor del sujeto que teme? ¿Cuán
legítima es la democracia de una sociedad que teme? Guardo entre mis
documentos, los relatos de periodistas bolivianos:
"He tenido que prestarme un chaleco antibalas para poder salir". "Una
turba me persiguió y traté de huir, pero recibí un puñetazo y me vi
rodeado por 30 hombres que me atacaron con palos". "El ataque duró al
menos 20 minutos y yo sólo atinaba a defenderme con el cable del
micrófono". "Me amenazaron, me dijeron que si seguía informando me
iban a encontrar". "Es hora de que alguien haga algo para darnos
garantías. Nuestras vidas corren riesgo"[9].

Me indigna saber que el trabajo de la prensa en mi país se va
restringiendo; me angustia saber que periodistas, colegas, exponen sus
vidas para hacer llegar información a la gente. Porque la información es
poder, y eso el Poder lo sabe. En países donde la democracia está herida,
la guerra contra la libertad de expresión está cantada, de otro modo no se
explica que un presidente, estrenando el bastón de mando, siembre el pánico
hablando de "terrorismo mediático"[10]; ante estas palabras tampoco
sorprende escuchar que el mandatario encuentre su "primer opositor y
enemigo"[11] en el conjunto de medios de comunicación.

Así, el miedo se va expandiendo; abrir los diarios a la mañana y
encontrarse con que "doce periodistas venezolanos resultaron heridos ayer
cuando repartían volantes a favor de la libertad de expresión en una
céntrica avenida de Caracas"[12] ya no es noticia. Los abusos a la prensa
se multiplican; el periodismo, "el mayor garante de la libertad"[13], está
impúdicamente amenazado; nuestras democracias miran a un precipicio; la
censura empieza a ganar territorio.

Y, ¿dónde están los jóvenes amantes de la democracia? Estamos en todos
lados. Derribando fronteras, pululando en el ciberespacio. Revistas y
diarios digitales, blogs, foros, congresos y seminarios virtuales son,
ahora, los espacios de construcción; los tribunales de denuncia, las cortes
de apelación. Concientes de que nuestras instituciones están desahuciadas,
hemos decido obrar con las palabras; estamos firmando genuinos tratados
para defender la democracia. La red de redes logró tejer el compromiso de
miles de sujetos; ciudadanos que se niegan a ser cómplices de tiranías
encubiertas, voces que pretenden gritar más fuerte que los discursos
demagógicos. La virtualidad empieza a cosechar actores políticos, actores
con fuerza para nadar contra la corriente. Actores virtuosos. Porque "ante
todo, la virtud parece ser el objeto de los actos del verdadero
político"[14].
Los miedos, sí, hacen parte del sentimiento; se sienten, pero no repliegan.
Las letras libres y valientes se lucen bellas.




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[1] Rivera, Agustín. McLuhan: "Internet es un teatro global en el que sólo
hay actores".
Eric McLuhan, presidente de la Sociedad Internacional de Comunicaciones
McLuhan & Davies; hijo de Marshall McLuhan. Diario del navegante: Internet
informática y nuevos medios.
http://www.elmundo.es/navegante/97/mayo/30/300597mcluhan.html (agosto,
2009)


[2] Declaración Universal de Derechos Humanos "La Libertad de Expresión en
la Legislación Internacional"
http://www.derechos.org/ddhh/expresion/trata.html (agosto, 2009)

[3] Infantino, Lorenzo citando a José Ortega y Gasset en "Tocqueville y el
problema de la democracia" La ilustración liberal: revista española y
americana.
http://www.libertaddigital.com/ilustracion_liberal/articulo.php/251
(agosto, 2009)

[4] Alexis de Tocqueville. El antiguo régimen y la revolución II. España:
Libros Aula Magna p.100.
[5] Borges, Jorge Luís. "Sobre los clásicos". Otras Inquisiciones. Buenos
Aires: Emece (2005). p. 279.

[6] Erich Fromm. El arte de amar. Barcelona: Paidós (1993). p.55.
[7] Clavijo, Sergio. Comentario del libro The Future of Freedom de Zakaria,
Fareed (2003). Instituto de Ciencia Política
http://www.icpcolombia.org/archivos/publicaciones/futuro_democracia.pdf
(agosto, 2009)


[8] Vargas Llosa, Mario. "¿Por qué fracasa América Latina?". Discurso de
lanzamiento de la Fundación Internacional para la Libertad en Madrid, 2002.
http://www.elcato.org/node/1270 (agosto, 2009)


[9] La Razón, mayo 10 de 2008. "Historias de periodistas agredidos" La
inseguridad acecha más a los periodistas. http://www.la-
razon.com/versiones/20080510_006268/nota_250_593798.htm (agosto, 2009)


[10] Palabras de Evo Morales Ayma, en la transmisión de mando presidencial.
ABI, enero 22 de 2006.
http://abi.bo/index.php?i=enlace&j=documentos/discursos/200601/22.01.06Trans
mision.html (agosto, 2009)


[11] Palabras de Evo Morales. ABI, marzo 23 de 2007.
http://www.comunica.gov.bo/cgi-bin/index.cgi?j20070323221553 (agosto, 2009)


[12] La Razón, agosto 14 de 2009. "Chavistas golpean a 12 periodistas".
http://www.la-razon.com/versiones/20090814_006819/nota_251_861296.htm
(agosto, 2009)


[13]Vargas Llosa, Mario. "El periodismo es el garante de la libertad".
Discurso Premio Moors Cabot, Escuela de Periodismo de la Universidad de
Columbia, Estados Unidos, octubre de 2006.
http://independent.typepad.com/elindependent/2006/10/mario_vargas_ll.html
(agosto, 2009)


[14] Aristóteles (-) Ética. Buenos Aires: Libertador (2003) p. 35.
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