Recensión a \"J. Lison, ¿Dios proveerá? Comprender la providencia\"

July 19, 2017 | Autor: Domingo García | Categoría: Divine Providence, Divine Action, Divine action and providence, Special Divine Action
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J. LISON, ¿Dios proveerá? Comprender la providencia, Editorial Sal Terrae («Colección Alcance», 58), Santander 2009, 159 pp., 11 x 19, ISBN 97884-293-1791-6.

El teólogo belga Jacques Lison (=L.) no es conocido para el lector español: dominico, profesor de teología en Canadá, es autor de un importante estudio sobre Gregorio Palamas, que ha modificado el horizonte interpretativo de las obras del doctor hesicasta (L’Ésprit répandu. La pneumatologie de Grégoire Palamas, Cerf, Paris 1994). El breve libro que presentamos (¿Dios proveerá? Comprender la providencia), intenta ofrecer una respuesta a temas como el mal, la omnipotencia divina, la acción de Dios en la historia o el sentido de la oración de petición, que L. agrupa en torno a la noción de providencia. Tras presentar en el primer capítulo algunos ejemplos de una fe ingenua en la providencia (lo que él llama «providencialismo»), las objeciones contemporáneas contra la providencia se nos ofrecen en el capítulo segundo: el mal o la libertad humana pretenden hacer imposible la confianza en un Dios providente, que actúa en la historia. A esto, deben unirse algunas falsas imágenes de Dios y de su acción: el autor trata de ellas en el tercer capítulo, denominado «Las derivas del providencialismo». Tras la pars destruens, el autor trata de hallar en la tradición bíblica y teológica el verdadero sentido de la providencia (capítulo cuarto) para proponer, finalmente, una fe actualizada en la actuación de Dios (capítulo quinto). Estamos ante un libro sencillo, aunque con opciones teológicas firmes. El autor se inserta gustoso en la tradición dominicana y recurre a menudo al pensamiento de Tomás de Aquino; de hecho, hay un pensamiento de Tomás que podría considerarse el leit motiv del libro (113s.130.136.139): Dios, causa primera del mundo, sólo actúa en la libertad humana a través de las causas segundas. Apoyado en esta tradición y frente a la omnipotentia Dei absoluta de Guillermo de Ockham, L. nos dice que «un ser verdaderamente libre no esclaviza, sino… que tiende a crear autonomía» (p. 119). En expresión de Adolphe Gesché, el hombre ha sido «creado creador», llamado a colaborar en la acción de Dios en el mundo. Por eso, más que de «providencia», L. propone hablar de «sinergia providente», de una colaboración del hombre en la obra divina («corresponde… al ser humano inventar su propio destino con la fuerza de Dios, en sinergia con Él por el Hijo, en el Espíritu», p. 141; «Para que haya providencia es preciso que yo ponga de mi parte», p. 151). En esta «sinergia» del hombre Facies Domini 1 (2009), 269-288

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con Dios, la oración de petición encuentra un lugar privilegiado: al estilo de Cristo en el huerto de los olivos, el orante aprende a reconocer que todo le viene de Dios y a ejercer su libertad a favor de los demás. En expresión de Etty Hillesum, que L. gusta de repetir, aprendemos a «ayudar a Dios», en lugar de solicitarle ayuda. L. ha visto con claridad que en el problema de la providencia se pone de manifiesto nuestra imagen de Dios y del hombre, o más exactamente, el de la relación del hombre con Dios. El hombre no puede esperar de Dios una continua intervención que le resuelva sus problemas, aunque debe seguir creyendo en la providencia, en la actuación de Dios en el mundo; ambos extremos deben mantenerse juntos, pues la ausencia de uno de ellos nos aleja del Dios de Jesucristo: sostener tan sólo el primer principio nos convertiría en agnósticos (la teología de la muerte de Dios); afirmar sólo el segundo, convertiría al Dios de Jesucristo en un Deus ex machina. La frecuente cita de Bonhoeffer que hace L. nos invita a una nueva lectura del mártir alemán, que evite la unilateralidad de años pasados. Alguna expresión de L. suscita nuestra sorpresa: ¿qué quiere decir el autor cuando habla del mundo como un «caos apenas organizado» (139.156)? Creemos intuir que el autor quiere referirse a las teorías cosmológicas del caos, que plantean nuevos desafíos a la teología; sin embargo, no se nos ofrece aclaración al respecto. En cuanto a la traducción, es clara y hace fácil la lectura: la expresión más problemática es la distinción entre «mal subi» y «mal commis». Es de agradecer que el traductor haya puesto entre paréntesis el original francés, aunque no compartimos la versión de los términos, respectivamente, como «mal físico» y «mal moral» (33). Las deficiencias señaladas no empañan la calidad de esta obra. Dos valores añadidos son su brevedad y su lenguaje sencillo, que acerca las cuestiones teológicas a quienes no se atreverían con gruesos tomos. Aunque no ofrezca todas las respuestas, las preguntas fundamentales se han expresado con claridad.

DOMINGO GARCÍA GUILLÉN

Facies Domini 1 (2009), 269-288

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