“Rebuelta de armas” en el Hospital del Nuncio Viejo

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Descripción

1519:”Rebuelta de armas” en el Hospital del Nuncio

Óscar López Gómez

1519: “REBUELTA DE ARMAS” EN EL HOSPITAL DEL NUNCIO

Óscar López Gómez Universidad de Castilla-La Mancha

En 1514 fallecía fray Ambrosio Montesino. Franciscano del convento de San Juan de los Reyes al que Isabel la Católica apreciaba, era popular por su erudición, por sus prédicas y por su honradez. Había sido un gran poeta religioso, un traductor afamado y, sin duda, uno de los frailes más insignes de Castilla. Su fama había surgido en el período 1499-1503, cuando a solicitud de la reina tradujo del latín la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Desde entonces se centró en la actividad literaria, hasta que en 1512, al tiempo que salía a la luz una de sus obras más célebres, Postillae (unos comentarios bíblicos), el cardenal Cisneros le nombró, honoríficamente, obispo de Sarda; lo que agrandaría su popularidad. En consecuencia, cuando murió en 1514 su fallecimiento fue visto como una desdicha. El propio rey Fernando el Católico se encargó de recordárselo así a los regidores de Toledo1:

...ya sabéys quanto tyenpo ha que´l obispo fray Ambrosyo Montesyno es muy servidor mýo, y lo fue de la señora reyna, my muger, que aya gloria, e aprovechamientos que a toda esa çibdad ha hecho, a grand consolaçión espiritual de toda esta repúblyca, con su dotrina paçífica y saludable de sermones, ayudando a la concordia y paz de todos, con perseberaçión de muy buenos enxemplos, como es manifiesto a quantos en esa çibdad biben...

Para el monarca fray Ambrosio Montesino era un ejemplo de lealtad, en una época en la que las circunstancias políticas, económicas y sociales cambiaban a pasos agigantados. Tras un período de ascenso en todos los niveles, entre 1475 y 1492 (durante los primeros años de gobierno de Isabel y Fernando), se produjo un estancamiento al que siguió, en primer lugar, un período de recesión, y luego una decrepitud evidente. Sobre todo a partir de 1506, no sólo en Toledo, sino en toda Castilla, el objetivo de mantener la paz empieza a resultar imposible a causa de la crisis de las instituciones, el hundimiento de la economía y los conflictos sociales.

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Archivo General de Simancas [A.G.S.], Cámara de Castilla [C.C.], Cédulas, leg. 28, ff. 315 v-316 v.

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La paçificaçión desplegada frente a los alborotos que se produjeron en 1506 y en 1507, tras morir Isabel la Católica, no había conseguido sus fines2, sino todo lo contrario: la violencia cada vez era mayor… Hasta tal punto que las acciones de los comuneros podrían considerarse el culmen de una conflictividad ciudadana endémica, de la que eran víctimas tanto Castilla, en general, como Toledo, muy concretamente. Entre 1506 y 1519 (en realidad desde antes) hay un número de escándalos en Toledo y sus alrededores inaudito, que dinamita la paz pública. Dejando al margen alborotos de escasa trascendencia, se produjeron trifulcas que coyunturalmente sembrarían el caos en 1506, 1507, 1508, 1510, 1514, 1516, 1517, 1518 y 1519. Antes de que empezara la revuelta comunera (en 1520) la documentación insiste en mostrar a Toledo como una urbe peligrosa. Nunca antes los documentos habían sido tan explícitos a la hora de referirse a la violencia, en ocasiones brutal, que padecían los toledanos en la época en que llegó al trono Carlos I3. Por entonces nadie lo podía saber, pero se trataba, sin duda, de una violencia propiciatoria, que estaba anunciando de manera sutil el alzamiento que se iniciaría poco después. Desde 1506 los rumores iban de un sitio a otro amplificando la realidad de los crímenes, e imponiendo una atmósfera de temor que tenía una base real. Aun así, es difícil comprender hasta qué punto impactaban en la opinión pública las muertes, los robos y las intimidaciones; sucesos como el que refería Martín de Bargas, quien denunció ante el Consejo Real cómo estando seguro, en una plaza próxima a la iglesia de San Salvador, fue acuchillado por cinco personas sin causa alguna4. O denuncias como la que se lanzó contra un hijo de Pedro Díaz, quien, furioso, mató de una pedrada a un hombre únicamente porque le había visto pescando sin licencia5. Lo innegable es que no se trataba de hechos sin relevancia social. Puesto que en el siglo XVI no había mecanismos de comunicación como los de la sociedad contemporánea, la única forma de extender las noticias era la vox populi, lo que tenía dos consecuencias: los delitos que más se propagaban eran los más graves, y en su difusión poco a poco iba perdiéndose la objetividad. Aunque fueran objetivos al nacer, los rumores se veían pronto

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Sobre estos sucesos véase: LÓPEZ GÓMEZ, Ó, La sociedad amenazada. Crimen, delincuencia y poder en Toledo a finales del siglo XV, Toledo, 2006, pp. 297-305. 3 Los datos de este artículo se han obtenidos, en su mayoría, de la Tesis Doctoral del autor, titulada Violencia urbana y paz regia. El fin de la época medieval en Toledo (1465-1522), dirigida por Ricardo IZQUIERDO BENITO, y defendida en la Facultad de Humanidades de Toledo en noviembre de 2006. Hasta ahora, dicha Tesis ha dado como frutos importantes dos libros, que tratan cuestiones relativas a la pacificación de Toledo: LÓPEZ GÓMEZ, Ó, La sociedad amenazada…, sobre todo pp. 284-305; y Los Reyes Católicos y la pacificación de Toledo, Madrid, 2008. 4 A.G.S., Registro General del Sello [R.G.S.], 1516-XII, Madrid, 2 de diciembre de 1516. Un caso parecido es el de Juan de Córdoba, que yendo seguro por una calle una noche se encontró con dos personas desconocidas, que le persiguieron con espadas dándole de cuchilladas: A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 28 de marzo de 1517. 5 A.G.S., R.G.S., 1517-I, Madrid, 22 de enero de 1517.

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deformados y se cargaban de dramatismo6. Algo así es lo que pasaría con el escándalo que se produjo en 1519.

1. UNA INSTITUCIÓN POLÉMICA: EL HOSPITAL DEL NUNCIO La violencia generaba una tensión que acabaría desembocando, inmediatamente antes de la revuelta de los comuneros, es un alboroto enorme, ocurrido en el llamado Hospital del Nuncio, o de la Visitación, que se encontraba cerca de la catedral7. Sucedió el 4 de julio de 1519, y fue, sin duda, el más grave de los que se producirían por entonces. Considerado por algunas de las personas que intervinieron en él como una “rebuelta de armas”, hoy sabemos que se trató de un alboroto excepcional por tres motivos: por su trascendencia, porque está perfectamente documentado8 y porque en él participó de forma activa Garcilaso de la Vega, quien llegaría a convertirse en uno de los grandes poetas del Renacimiento. Para entender lo ocurrido el 4 de julio de 1519 hemos de valorar tanto las circunstancias generales de Toledo como, particularmente, lo que supuso a fines del siglo XV la fundación en la urbe del Hospital de la Visitación. Respecto a las primeras, en parte ya las hemos visto. Los desórdenes y el crimen eran un mal endémico, por culpa de la presencia de importantes colectivos marginados, fruto de la crisis económica; por culpa de la desesperación de todos los sectores sociales, a causa de la crisis referida y por las incertidumbres que generaba Carlos I; y por culpa de la brecha cada vez mayor que dividía a los poderosos del resto de los grupos urbanos. Además, la justicia no funcionaba antes de las Comunidades, por muchos motivos: los abusos de poder de la oligarquía, el tráfico de armas por las calles, la actitud de la propia población9, que según los jurados andaba muy suelta… Los alcaldes y los alguaciles, quienes se encargaban de mantener el orden, no sabían cómo actuar. No se respetaba el derecho de asilo de los recintos sagrados ni la privacidad de las casas, los robos eran frecuentes y las agresiones parecían inevitables. Pero, aun así, los alguaciles no eran bien vistos ni por los oligarcas ni por el común, sino todo lo contrario:

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Muchos rumores eran falsos, como por ejemplo los que acusaban a los hermanos Francisco y Juan López de haber matado a Bernardino de Salazar: A.G.S., R.G.S., 1518-II, Valladolid, 4 de febrero de 1518. 7 Hoy desaparecido, se encontraba en la que actualmente se conoce como plaza de Amador de los Ríos, o de los postes. VAQUERO SERRANO, Mª. del C., Garcilaso: aportes para una nueva biografía. Los Ribadeneira y Lorenzo Suárez de Figueroa, Toledo, 1999, p. 66. 8 Se trata del escándalo mejor documentado de la historia de Toledo hasta el siglo XVI, pues, contra lo que suele ser habitual, se nos ha conservado todo un proceso en el que se refieren, de manera pormenorizada, todos los detalles del alboroto. Dicho proceso se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, y su referencia es la siguiente: Archivo de la Real Chancillería de Valladolid [A.R.Ch.V.], Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, Sobre este escándalo puede consultarse la Tesis Doctoral del Autor, en concreto el vol. III, pp. 1623-1645. 9 Archivo Municipal de Toledo [A.M.T], Sección B, nº 120, f. 309 r.

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impotentes, solían ser víctimas de las disputas que buscaban solucionar10, en un contexto de violencia que crecía sin freno, y que acabó implicando a todos los sectores sociales; incluido el religioso. No en vano, es llamativa la pertinaz presencia de eclesiásticos en las trifulcas que se producen antes de las Comunidades. La Iglesia, precipitadamente, como en épocas pasadas, iba a sumergirse en una vorágine que la situaría en el centro del debate público, lo que hizo que el Cabildo de la catedral toledana apoyase, en sus comienzos, la lucha de los sublevados contra el rey11. Ya en 1519 los canónigos habían advertido a la población, con su actitud, que no estaban dispuestos a rendirse ante las injusticias. Efectivamente, como en otros acontecimientos de la época, en el mayor escándalo que se produce a principios del siglo XVI en Toledo los protagonistas serían, en buena parte, los canónigos catedralicios. Todo comenzó por la herencia de un hombre excepcional: el bachiller Francisco Ortiz, arcediano de Briviesca, nuncio apostólico y canónigo de la catedral toledana. Se le conocía por ser uno de los clérigos que más luchó por los derechos del papa, porque por tal razón se opuso a los Reyes Católicos (no como fray Ambrosio Montesino, con quien, sin duda, trató personalmente), porque tuvo una vida llena de peripecias y porque logró un puesto destacado en la jerarquía eclesiástica gracias a su aptitud, a pesar de su origen humilde. Por si fuera poco, Ortiz fue el promotor de lo que hoy consideraríamos un psiquiátrico, cuando en el siglo XV esa institución apenas se conocía en tierras castellanas; y escribió una autobiografía, cuando este tipo de escritos era poco habitual en la Castilla de entonces12. Ya en la década de 1480 Francisco Ortiz se hizo famoso por su tozudez ante los reyes. Su postura en contra de toda acción de la monarquía que mermara los derechos de la Iglesia obligó a Isabel la Católica a ordenar su captura, tras embargarle sus posesiones. Sin embargo, el nuncio nunca se dio por vencido, y los monarcas tuvieron que recurrir al Vaticano, lo que generó un problema grave y espinoso, que únicamente se solucionaría cuando Ortiz abandonó su actitud díscola. No obstante, en 1495 volvería a las andadas. Cuando la Corona nombró a Cisneros arzobispo primado Ortiz lo rechazó; y, si bien lo tuvo que aceptar, se le opondría en diversas ocasiones, como en 1503, cuando, siendo ya un anciano, encabezó una protesta de su Cabildo en contra de Cisneros por una visita que iba hacer a los canónigos13.

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Véanse algunos ejemplos en: LÓPEZ GÓMEZ, Ó., La sociedad amenazada…, pp. 483 y ss. MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta. Toledo comunera, 1520–1522, Toledo, 1993, pp. 44–54. 12 SAN ROMÁN, F. de B., “Autobiografía de Francisco Ortiz y constituciones del Hospital del Nuncio de Toledo”, Boletín de la Real Academia de de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, XIII (1931), pp. 71102. 13 LOP OTÍN, Mª.J., El Cabildo catedralicio de Toledo en el siglo XV. Aspectos institucionales y sociológicos, Madrid, 2003, p. 448. 11

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Francisco Ortiz moriría en 1508, con unos setenta años, dejando en herencia un hospital conocido como el del Nuncio, o de la Visitación. Especializado en enfermos psiquiátricos y personas abandonadas al nacer, sólo existían hospitales como éste en Valencia (establecido en 1410), en Zaragoza (instaurado en 1425) y en Sevilla (donde se estableció en 1436). El nuncio Francisco Ortiz fundó su hospital de Toledo en 1483; según escribiría, tras ser visitado por la Virgen. Desde entonces buscó el modo de ayudar a los débiles, dándose cuenta que “los más pobres eran los que carescían de seso, aunque adultos, y los niños expósitos que las madres desanparavan…”14. Conseguida la licencia del papa, Ortiz estableció un hospital bajo el patronato de la Visitación, y dispuso en él una capilla (con dos capellanes) donde se dijese misa a diario. De los beneficios que generara la institución participarían tanto su parentela, para que de este modo se garantizase su estatus, como los treinta e tres dementes e trece niños expósitos que vivirían en el hospital. En cuanto al gobierno del mismo, debía ser firme y cumplir con sus tareas de socorro a los débiles, por lo que Ortiz dispuso lo siguiente en las constituciones con que fundaba el hospital:

“…el patronadgo supremo y [la] libre administración del hospital, y de todas sus personas y bienes, pertenesçe a los reverendos señores deán e Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo, solos, sin aver de dar cuenta a otros salvo a Dios...”

Esta cláusula fue aceptada por los canónigos toledanos el 11 de enero de 1507. Desde entonces el Cabildo catedralicio pasaría a considerarse el patrón del Hospital del Nuncio, una vez que éste muriera. No obstante, Francisco Ortiz también había dispuesto que el patronato del hospital lo tuviesen otros dos “organismos”, al margen de los canónigos: el Ayuntamiento de Toledo, si bien sólo para “la protección e defensión de las rentas y bienes del dicho ospital, para que cuando fueren requeridos por parte de los reverendos señores deán y Cabildo, y no en otra manera, con braço seglar les ayuden a conservar y defender las rentas y bienes del dicho ospital”; y la familia del propio nuncio. Francisco Ortiz quería que el gobierno de su institución quedase bajo la tutela del deán y los canónigos toledanos, que de la custodia de su patrimonio se encargara el Ayuntamiento de Toledo, y que un familiar suyo fuera el encargado de fiscalizar a los dos anteriores. Así es como se estableció al fundarse el hospital15: 14 15

SAN ROMÁN, F. de B., “Autobiografía de Francisco Ortiz y constituciones del hospital...”, p. 71. Ibidem, pp. 93-94.

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“...el tercero patrón, un pariente mío más cercano o propinco, esté quieto. Que sea elegido por los dichos reverendos señores deán e Cabildo ut moris est en su cabildo, llamados para ello por cédula de ante día. Pero no quiero que sean constreñidos ni obligados a elegir pariente más cercano, salvo aquella propinquidad sea en virtud y bondad, porque aquello conviene para su oficio, sobre lo qual encargo las conciencias a sus mercedes. Y quiero y es mi voluntad que éste no entienda en oír a cosa tocante al dicho ospital, salvo en mirar cómo son tratados y mantenidos los pobres d´él, y cómo se guardan estas constituciones, y diga al mayordomo que remedie lo que paresçiere que no se haze segúnd lo aquí escripto. Y si no se corrigiere lo diga a los visitadores, para que lo manden remediar. Y si sus merçedes no lo remediaren suplique a los dichos señores deán e Cabildo que lo mande remediar [...] quiero que este tal patrón no tenga otro poder ni mando en el dicho ospital ni sobre las personas d´él [...] los dichos reverendos señores deán e Cabildo, que cada que vieren que deva ser amovido del tal patronadgo que le puedan amover y poner otro, sin darle causa ni provecho del dicho ospital...”

Francisco Ortiz dispuso que tras su fallecimiento el primer patrón de su familia fuera María Ortiz, la esposa de su pariente Pedro Carrillo. Viviría de los beneficios del hospital y mantendría a su lado, hasta que se casasen, a María Ortiz de Escobedo, sobrina del nuncio, y a Martina de Sotomayor, una joven huérfana criada por éste. Las tres mujeres habitarían en una casa aneja al hospital, y aunque María Ortiz (o María Ortiz Carrillo) se quedara sola no podría dar alojamiento a nadie. El inmueble sólo cambiaría de poseedor cuando la patrona falleciera, al quedar en poder de un nuevo pariente del nuncio16. Fuera de esto, en las constituciones del hospital se concedió un poderío enorme a los canónigos. Incluso se les facultó para “quitar y poner e emendar y declarar” las constituciones primigenias, y establecer otras más útiles17. Ortiz confiaba en los religiosos, pues él había sido uno de ellos. Sus familiares, sin embargo, siempre criticarían las constituciones del hospital, ya que daban un excesivo poder a la Iglesia. Sus críticas eran públicas, y había dudas sobre el futuro de la institución una vez falleciera Ortiz. De hecho, es posible que ya antes de su muerte empezaran los obstáculos; aunque, sin duda, se agravarían después. 16 17

Ibidem, pp. 94-95. Ibidem, p. 98.

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Desde 1512, al menos, un pariente del nuncio, su sobrino carnal18, que se llamaba como él, Francisco Ortiz, empezó a quejarse de la tutela que los canónigos ejercían sobre el Hospital de la Visitación. Afirmaba que, efectivamente, el nuncio había creado el hospital (con una cementerio y una capilla) para acoger a los locos, a los furiosos y a los niños expósitos, y había entregado la tutela de la institución a los canónigos de la catedral; lo que el papa Sixto IV había consentido. Sin embargo, poco después el papa había dispuesto, mediante una bula, que los encargados administrar el organismo fueran, a partes iguales, un pariente del nuncio, un hombre designado por los canónigos de la catedral y alguien elegido por el Ayuntamiento de Toledo. Semejante bula modificaba las normas con que se había fundado el hospital; esas normas que daban su gobierno a los canónigos toledanos. Pero dicha bula se ocultó, y en vida del nuncio nadie reclamaría sobre el tema, pues era él quien tutelaba personalmente su centro hospitalario. No fue hasta años después de la defunción del nuncio cuando su sobrino, Francisco Ortiz, se enteró de la existencia de documentos al margen de las primeras constituciones del hospital, y de lo que decían. Fue entonces cuando decidió emprender una lucha para que se ejecutara lo que establecían tales documentos, a lo que se negó el Cabildo catedralicio, quien, gracias a las primeras constituciones del hospital, lo administraba con todo el poder. Según los canónigos, el nuncio había rechazado las bulas en su testamento, así que no estaban en la obligación a acatar su contenido. Según Ortiz, verdaderamente el nuncio había rechazado en su última voluntad algunas de las disposiciones sobre su institución, pero no las relacionadas con su gerencia. Poco a poco el debate subió de intensidad. Los clérigos no estaban dispuestos a ceder, y Ortiz parecía firme en su postura. No en vano, fue Francisco Ortiz el primero en actuar, cuando, seguro de sus planteamientos, solicitó justicia a fray Rodrigo Álvarez de Valderrábano, prior del monasterio de Santa María del Carmen de la ciudad de Toledo, quien aceptó la solicitud. Igualmente, Ortiz expuso en el Ayuntamiento toledano sus reclamaciones, a lo que se le respondió aprobando su postura y poniendo como patrón del hospital a Pedro Laso de la Vega, un hombre que en todo momento tendría el apoyo de su cuñado, el entonces corregidor de la urbe, Luis Puertocarrero, conde de Palma. La esposa de Puertocarrero era Leonor de la Vega19, una hermana de Pedro Laso y de Garcilaso, dos hombres eminentes llamados a ser un gran líder durante la guerra de las Comunidades, el primero, y un ilustre poeta para los siglos de los siglos, el segundo. En estas circunstancias Francisco Ortiz, con el apoyo de su Ayuntamiento, exigió al Cabildo catedralicio que también nombrara a una persona para gobernar el centro hospitalario. Y 18

GARCÍA RODRÍGUEZ, E., Dr. D. Francisco Ortiz, fundador del Hospital de Dementes de la Imperial Ciudad de Toledo. Su testamento autógrafo, Toledo, 1935, p. 22. Citado en VAQUERO SERRANO, Mª. del C., Garcilaso…, p. 68. 19 VAQUERO SERRANO, Mª. del C., Garcilaso…, p. 66.

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los canónigos le respondieron que jamás lo harían. Se les demandó varias veces que lo hicieran, advirtiéndoles que de negarse perderían su derecho a poner a una persona para administrar la institución. Y, aun así, continuaron en su postura. Ante esta situación, fray Rodrigo Álvarez no tuvo más remedio que ejecutar las bulas contrarias al Cabildo, y para ello solicitó a los vicarios de Toledo que concediesen la tutela del hospital a Ortiz y Pedro Laso. Si bien, como se preveía, contradijeron semejante solicitud. Entonces se pidió que cumpliera las bulas a Francisco de Mendoza, gobernador del arzobispado de Toledo. Pero fue inútil. Lo único que logró Ortiz fue que le concediesen la posesión del edificio próximo al hospital, en donde había habitado María Ortiz; y no con pocas dificultades. Según los canónigos el sobrino del nuncio no estaba en derecho de vivir en esa casa, y se le amenazó por dicha razón en diversas ocasiones, advirtiéndole que debía abandonar su deseo de hacerse con la tutela del Hospital de la Visitación. No obstante, Ortiz hizo oídos sordos y, por el contrario, solicitó a los reyes una orden para que le defendiera la justicia de Toledo.

2. LOS PRIMEROS ALTERCADOS En la primavera de 1518 Francisco Ortiz llevaba viviendo en la casa del hospital casi cinco años, cuando, según su versión, ocurrió lo siguiente20:

…en un día del mes de abril [...] Pero Xuárez de Guzmán e el liçençiado don Françisco de Herrera, canónigos, e otros canónigos e clérigos de la yglesia mayor de la dicha çibdad, e otras personas legos, armados de diversas armas, conbatieron las dichas casas con mano armada, de fecho, y por fuerça ronpieron una pared y entraron dentro en ellas. Y hecharon de las dichas casas al dicho su hijo e a las otras personas que allí tenía puestas, y tienen encastillada la dicha casa y aposento por fuerça... Esta ocupación de las casas del hospital no gustó en la corte. La habían dirigido clérigos cuyo estatus les obligaba a tener un comportamiento sosegado y honorable. En consecuencia, los reyes ordenaron hacer una pesquisa sobre el asunto, en mayo de 1518, para depurar las responsabilidades. Aunque no sirvió de nada, y los conflictos persistieron.

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A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 29 de mayo de 1518.

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Los canónigos no habían logrado sus fines con el alboroto, y seguían sin conformarse. En su opinión era Ortiz el que ocupaba ilegalmente la vivienda del hospital desde hacía cinco años. La Iglesia estaba en derecho de defender sus intereses, y no podían impedírselo. Ante esta actitud el pariente del nuncio volvió a pedir ayuda en la corte, y el Consejo Real fue receptivo21, pues el 4 de febrero de 1519, siguiendo lo dictaminado por fray Rodrigo Álvarez, ordenó al corregidor y sus hombres que ayudaran a Ortiz. El corregidor, no obstante, tenía que actuar con cuidado. La crisis que vivía la urbe aconsejaba proceder con cautela. Un nuevo escándalo (otro más) sería intolerable para una población en la que muchas personas exhibían ya una actitud hostil hacia el rey y sus delegados, por culpa de la decadencia del orden público. Por eso se decidió negociar con los canónigos, independientemente de las disposiciones que se decretaran en la corte; y se acordó que las partes nombraran a árbitros que discutieran hasta llegar a un acuerdo. Los canónigos nombraron como sus representantes a Pedro Suárez de Guzmán y a Luis Dávalos, y Francisco Ortiz y el Ayuntamiento al regidor Fernando Dávalos y al jurado Juan Solano. Tales hombres hicieron lo posible por llegar a una concordia. Incluso se estableció por escrito un convenio. Pero, otra vez, sería inútil. El 7 de abril de 1519 los canónigos facultaron al vicario Francisco de Herrera, capellán mayor de la Capilla de los Reyes, para que en su nombre interviniera en los debates. Debía ver la concordia alcanzada y determinar si debía cumplirse o no, porque a algunos canónigos no les parecía justa22. Ellos reclamaban toda la administración del hospital, y Francisco Ortiz sólo parecía dispuesto a cederles una parte. Los canónigos continuaban empeñados en que lo que tenía validez a la hora de fijar la gestión del hospital eran las constituciones iniciales, y Francisco Ortiz decía que las bulas otorgadas después eran indiscutibles. El Ayuntamiento se hallaba en medio de la discusión. Sin embargo, tenía interés en que se cumpliesen las bulas, pues le daban derecho a beneficiarse de la tutela del hospital. En esta situación, nuevamente se produjo un grave escándalo. Según Francisco Ortiz, en los últimos días de junio de 1519 él fue con el regidor Pedro Laso de la Vega al hospital, acompañado por unos alguaciles y otras personas, para hacerse con la tenencia de la institución, cumpliendo así lo decretado en la corte; una tenencia que poseía el bachiller Francisco de Ervás, canónigo catedralicio, con poderes de los religiosos. El Ayuntamiento apoyaba la actuación y,

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A.G.S., R.G.S., 1519-II, Ávila, 4 de febrero de 1519. A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 7 de abril de 1519, f. 191 r. 22

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efectivamente, los alguaciles otorgaron la tenencia del hospital a Ortiz, pero fue inevitable otro escándalo23: ...[el bachiller Francisco de Ervás] entró por un tejado donde estava una ventana que sale a la casa del dicho fospital, e vino con una lança a un corredor del dicho fospital e enpeçó a pelear con el jurado Diego Fernándes, su hijo d'este declarante [de Francisco Ortiz], el qual dicho jurado puso mano a una espada e una capa que traýa para se defender, y este declarante se metyó entre ellos. E luego vinieron los alguasyles que le avían puesto en la dicha tenençia e posesyón del dicho fospital, para quitar las armas al dicho bachiller. E este declarante puso paz entre ellos, dándose fee al dicho bachiller de no le echar del dicho fospital. Y asý quedó él con los capellanes del dicho fospital, e con otros ofiçiales de la dicha casa, todos retraýdos con armas, a un quarto del dicho fospital. Pero este declarante no dio lugar a que oviese más riesgo con armas. E los señores del Cabildo hisieron poner entredicho en esta cibdad por que este declarante se saliese del dicho ospital. E estando dentro el señor conde de Palma, corregidor d'esta cibdad, e otros señores d'ella, con los dichos señores deán e Cabildo, para que se viese por jueses árbitros de justiçia esta diferençia, [...] se fizo conpromiso en manos del capellán mayor d'esta cibdad, e vicario de la abdiencia arzobispal, e el alcalde mayor d'esta cibdad, con asyento que se dio, que sy los árbitros no determinasen esta diferencia, que este declarante se bolbiese a la tenencia del dicho hospital, por el dicho don Pero Laso e por él, como pariente mas propinco...

Así fue. Persiguiendo una pronta pacificación, se dictaminó dejar el asunto en manos de unos árbitros, y se logró el compromiso de acatar sus dictámenes ante Francisco de Herrera, el arriba señalado capellán mayor de los reyes y vicario general, y Alonso de Salvatierra, alcalde mayor de la urbe24. Mientras los árbitros negociasen Ortiz tendría que irse de la casa aneja al hospital, y se levantaría el entredicho que estaba puesto por culpa de la discusión. Sólo si los árbitros no llegasen a una concordia Francisco Ortiz volvería a la vivienda y el entredicho quedaría vigente.

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Ibidem, reunión del 7 de abril de 1519, f. 191 v. Ibidem, reunión del 27 de junio de 1519, f. 198 v.

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Bastó una semana para dejar claro que la concordia sería imposible. Y esto hizo que la tensión creciera rápidamente. Según estaba establecido, el familiar del nuncio debería volver a la casa del hospital, y la Iglesia tendría que seguir con sus sanciones, aunque algunos no lo desearan. Las críticas iban de un lado a otro, y muchos empezaron a temer que se produciría una reyerta grave. Y al final se produjo.

3. LOS SUCESOS DEL 4 DE JULIO DE 1519 El 4 de julio de 1519 Francisco Ortiz, reclamando el socorro del brazo secular (pues tenía una licencia de la corte para ello), pidió al alguacil Pedro de Escobar que le acompañara al Hospital de la Visitación para hacerse con la tenencia del mismo, porque los árbitros que debían resolver el asunto no habían llegado a ningún acuerdo. Ya en el hospital, estando presente el bachiller Francisco de Ervás, quien lo dirigía en nombre de los canónigos, se entregaron las llaves del inmueble a Ortiz, siendo testigos no pocas personas. Empero, la entrega se realizó indiscutiblemente con dudas, pues ese día Ortiz estaba citado ante el prior del monasterio de Santa María del Carmen, debido a una apelación puesta por los canónigos en su contra. El Cabildo amenazaba con solicitar ayuda al Vaticano. Francisco Ortiz fue al monasterio de Santa María del Carmen y dejó en el hospital a su hijo, el jurado Diego Fernández, a unos alguaciles y a varios individuos. Aún se encontraba en el monasterio cuando supo que un clérigo avía subido por una ventana del dicho ospital con una escalla (sic), e que se avía dicho al dicho jurado, su hijo, cómo subían ombres por la ventana del dicho hospital25. Entonces Diego Fernández, para que no le perturbasen la dicha tenencia del dicho hospital, [...] quiso tomar çiertas armas que avían quedado en el dicho ospital, qu´él avía allí traýdo al tyenpo que primeramente se tomó la dicha tenençia. Y que las pidió al dicho bachiller Ervás, disyéndole que no fera bien meter fonbres por las ventanas del ospital. E que sobr´esto se metyeron en palabras... Según parece sin intención de entregarle el armamento, un capellán, mosén Luis, echó mano a una espada, y avía arrojado golpes con ella al dicho alguasyl (Pedro de Escobar). El propio Francisco de Ervás y otro religioso cogieron una alabarda para atacar a los que allí se reunían. Fue entonces cuando comenzó la rebuelta de armas. Colérico, el jurado Diego Fernández exigió a Ervás que se saliese del edificio, y se mostró dispuesto a echarlo costase lo que costase. Algunos se pusieron a gritar y desenvainaron las espadas. Otros, temiéndose lo peor, se marcharon en busca de Francisco Ortiz, quien al saber lo que ocurría volvió corriendo

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A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, ff. 18 r-19 v.

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al edificio. Pero cuando llegó el canónigo Ervás ya estaba fuera, y le advirtieron que le habían echado violentamente, a lo que Ortiz contestó, con seriedad, que si alguna violençia se le hizo […] que´l dicho bachiller dio causa a ella26... Lo que había pasado ese 4 de julio de 1519, en torno a las cinco o las seis de la tarde, era esto27:

...fueron al dicho fospital el dicho bachiller Francisco Ortiz y el jurado Diego Fernándes e Juan Ortys, sus hijos, y Garçilaso de la Vega, e el jurado Bernaldino de la Yguera, e Françisco de Vera, e otros criados de doña Sancha e de (blanco) de Arjona, e muchas personas […] todos con armas públicas e secretas, e algunos con vallestas. E que después de muchas palabras que dixeron al bachiller Françisco de Ervás, rector del dicho fospital, e a los capellanes de la casa, para que saliesen de allí, porque no se salieron, estando el dicho rector retraydo en la capilla, e asydo a las rejas d´ella, le dieron muchos golpes de espada en las manos, estando todos contra él con las espadas sacadas, fasta que finalmente le sacaron, ronpida la loba e el sayo, e dándole enpellones e tratándole muy malamante. E que syendo como es letrado e predicador, e persona de mucha fonrra, le echaron fuera afrontosa e hinjuriosamente; a él e a los capellanes del dicho fospital. E que los que tenían vallestas las armaron contra ellos, e el dicho Diego Fernándes desýa “¡Toma esa vallesta e mata a uno d´esos clérigos!”, e otras palabras feas. E que como lo supo el nuestro corregidor de la dicha çibdad, viendo el desconçierto que se avía hecho, fizo buscar al dicho rector aquella noche e le tornó a meter en la dicha casa, luego, otro día syguiente...

Tras el suceso, Francisco Ortiz se quedó por la noche en el hospital con otras personas, por temor que oviese algúnd escándalo con la salida del dicho bachiller Ervás. Le envió a rrogar que se bolbiese al dicho ospital aquella noche, e que no lo quiso haser, pero oyó desyr que los dichos señores deán e Cabildo se avían aquella noche juntado en casa del deán, y avían ablado en venir al dicho ospital con proçesiones de cruses cubiertas de belos negros. E que´l conde, corregidor d´esta çibdad, supo esto por la mañana e habló con los dichos deán e

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Ibidem, f. 19 v. Ibidem, f. 2 r-v. Se da una versión muy parecida en la provisión del Consejo Real: A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Hontíveros, 21 de julio de 1519. 27

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Cabildo para que se pacificasen, e no curasen de salir de aquella manera. Puertocarrero, después de aber hablado con el dicho Cabildo, retuvo en prisión al alguacil Escobar y llamó a Francisco Ortiz para advertirle que Diego Fernández y Ervás abían abido otra vez enojo de palabras (como en junio), que no le parecía bien lo ocurrido, y que los eclesiásticos estaban en derecho de vivir en el hospital aunque las llaves del edificio quedaran en poder del pariente del nuncio, quien debía preocuparse por conseguir que no diera lugar la paz a ningúnd enojo ni turbaçión28. Con estas gestiones Puertocarrero buscaba resolver el escándalo. No obstante, para los canónigos era insuficiente. El 12 de julio el Cabildo catedralicio diputó a Francisco de Ervás, rector de Hospital del Nuncio, para que fuera a la corte a quejarse de la injuria realizada por Ortiz, no sólo al propio Ervás, sino a toda la Iglesia29. Con su frecuente oscurantismo, las actas de los canónigos sólo hablan de eso, de una injuria, sin decir en qué consistió, por qué tuvo lugar o cuáles fueron sus consecuencias. Nos encontramos, no obstante, frente a un escándalo importantísimo. Los canónigos obtendrían una respuesta de la corte el 21 de julio. En Hontíveros, donde se hallaba el Consejo de los reyes, Francisco de Ervás logró una misiva para que el licenciado Pedro de Mercado, como juez pesquisidor, resolviera el alboroto acaecido en Toledo. Tendría cincuenta jornadas para trabajar y poderes para reunir poderosamente a los hombres que viera oportunos, con el objetivo de proteger la paz pública30. El 27 de julio de 1519 el juez pesquisidor ya estaba en Toledo, aunque sus pesquisas comenzaron el día siguiente, una vez que informó a los gobernantes de la urbe de su tarea31. Uno de los primeros testimonios que escuchó fue el de Martín Fernández, quien aseguraba que Ervás hubo de salirse del edificio, y que como se resistía fue echado de forma deshonesta, dándole de enpellones. Así lo testificó32:

...un lunes, cree que heran quatro o çinco días d´este presente mes, vinieron a este dicho fospital, el dicho lunes por la mañana, el bachiller Françisco Fortys y el jurado de la Higuera, yerno suyo. E hablaron con el bachiller Hervás, rector del dicho fospital, e le pidieron las llaves del dicho fospital. Y el dicho rector se las dio, e luego, el mysmo día en la tarde, estando la casa segura y en paz, 28

A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, f. 20 r-v. A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 12 de julio de 1519, f. 199 r 30 A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, ff. 1 r-3 v. 31 Ibidem, f. 4 r. 32 Ibidem, ff. 11 v-12 r. 29

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vinieron Diego Fernándes, jurado, fijo del dicho bachiller Françisco Ortys, e Juan Ortyz, fermano del dicho jurado e fijo del dicho bachiller Françisco Ortyz, e uno que desýan que se llamava Argona, criado del conde de Palma, corregidor d´esta çibdad, e Bernaldino de la Higuera, e otros muchos que no conosçió, eçebto que conosçió al alguasyl Escobar e a Garçilaso de la Vega, los quales todos venían con sus armas de espadas e broqueles, e a uno vido con una vallesta armada que no le conosçió, entre los quales vido asymismo al dicho bachiller Françisco Ortyz, eçebto que no le vido armas; los quales, todos, como dicho es, arrimetyeron al dicho bachiller Hervás, rector, e le asyeron de los cabeçones con muchas espadas sobre él sacadas...

El testimonio de Alonso Dávila fue más interesante. Vio cómo el lunes por la mañana Francisco Ortiz pedía las llaves del hospital a Ervás, y éste se las dio, indicándole que después se las devolviera, para que no hubiese malentendidos. Ortiz dijo que lo haría así y se marchó. Pasada una media hora vino al hospital el jurado Diego Fernández, y le dijeron que Ervás se había ido. Entonces Diego se fue; aunque más tarde pudo reunirse con Ervás. El jurado le advirtió que quitase la plata que tenía en la capilla del edificio, y el rector le preguntó que por qué, a lo que en un tono muy misterioso Diego le contestó: “Quitaldo, que no sabéys lo que aconteçerá de aquí a la tarde...”. Entonces el rector le dijo: “Aquí, señor, no avemos de aver enojo ninguno”. Según Alonso Dávila, lo que ocurrió el 4 de julio por la tarde fue lo siguiente33:

...andovieron a la redonda del dicho fospital mucha gente del conde de Palma, corregidor d´esta çibdad, e de doña Sancha, e de don Pero Laso; e andavan todos armados. E vido cómo el dicho jurado Diego Fernándes y Escobar, el alguasyl, estando en el dicho fospital, pidió el dicho jurado al rector que le diese unas armas que tenía en el dicho fospital. E el dicho rector le dixo que le plasía de gelas dar, e qu´él gelas daría syn enojo ni quistyón. E que dicho esto, syn faser ni desyr el dicho rector cosa alguna a el dicho jurado Diego Fernándes, arremetyó con el retor (sic), e le asyó de los pechos por le sacar de un palaçio donde estava. Y el dicho Escobar, alguasyl, asymysmo arremetyó con el dicho retor (sic) [...] para le echar fuera del dicho fospital.

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Ibidem, ff. 12 r-13 v.

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Y estonçes, a las bozes que dentro se davan, entraron todos los que andavan alrrededor del dicho fospital, que paresçía que estavan aperçebidos todos con sus armas d´espadas e broqueles, e uno con una vallesta. E asý como entraron echaron mano a las espadas todos juntos e arremetyeron al dicho rector, e le sacaron de un palaçio donde estava, asyéndole de los pechos, e maltratándole e dándole de puñadas e golpes. E el dicho retor se retraxo a la capilla del dicho fospital, e estonçes el dicho Diego Fernándes, jurado, e todos los otros con él, arremetyeron al dicho retor, e arrastrando le sacaron, dándole puñadas en las manos...

Echar al rector del hospital no fue sencillo. Se agarró a unas rejas que había en la capilla y se mostró dispuesto a no soltarse. Los agresores, enfurecidos, le amenazaron dixiendo que sy de allí no se apartava que le matarían, e el dicho Escobar, alguasyl, hizo como que le quería echar una estocada. E estonçes el dicho jurado Diego Fernándes pidió que le diesen una vallesta para tyrar a unos clérigos que estavan arriba, a una ventana. E diósela e armóla un criado suyo que se llama Morán. E el dicho jurado Diego Fernándes la tomó e asestó a la ventana, [...] desyendo a unos clérigos que estavan arriba que se saliesen fuera, sy no que les tyraría. Según Alonso Dávila en el escándalo habían intervenido Juan Ortiz, hermano de Diego Fernández, con una espada y un broquel; Francisco Ortiz, que no iba armado; Morán, un hombre de Diego, con una espada; Arjona, un sirviente del corregidor, con una espada y un broquel; y Garcilaso de la Vega, que traía una espada, aunque el testigo advertía no acordarse de si la utilizó, pero sí de que Garcilaso había permanecido en el hospital todo el día, cuando nunca lo visitaba. Al lado de estos hombres había otros, fieros según Dávila, que renegaban gritando a los capellanes, diziendo que avían de cortar la corona a uno de los dichos clérigos, e azelle beber el agua con el caxco… Ante tal amenaza los capellanes, despavoridos, requirieron a Garcilaso de la Vega que, por piedad, pues no tenían dónde dormir, les dejasen permanecer en el edificio. El jurado Diego Fernández y Escobar les contestaron que no, que se saliesen fuera. Y así lo hicieron. De este modo el hospital fue ocupado por hombres de armas. García González era uno de los moradores del hospital. Testificó que había visto cómo Ortiz y dos alguaciles, Jara y Escobar, junto a un escribano, requerían la presencia del rector para desposeerle de la tenencia del edificio. Les señalaron que el rector no estaba, y se fueron a buscarlo. Una vez lo encontraron Francisco Ortiz le pidió las llaves, y Ervás se las entregó, 15

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advirtiéndole que tuviese cuidado, pues las diferencias con los canónigos aún estaban por resolver. Ortiz prometió que lo haría, y se quedó paseando por el hospital. Viéndolo el rector, se fue a un apartamento del inmueble. Al poco rato vinieron Diego Fernández, Juan Ortiz, Garcilaso de la Vega y el alguacil Pedro de Escobar con mozos de espuelas y peones. Venían armados con espadas y broqueles. Diego solicitó al alguacil que entrara en el aposento de Ervás y sacase las armas que allí tenía, porque, según aseveraba, eran del corregidor. No obstante, Ervás le dijo34: “Señor Diego Fernándes, no os pongáys en nada d´eso, que aquí no queremos enojo ninguno. E que las armas e todo lo que vos ovieredes menester d´esta casa se os dará, e no fos pongáys en esto d´estas armas, que no son menester, porque yo tengo dada la palabra al señor bachiller [a Francisco Ortiz], e él a mý, de no aver enojo”. Diego Fernández no le hizo ningún caso, y volvió a insistir a Escobar: “Señor alguasyl, entra allá dentro e saca las armas”. Pedro de Escobar se marchó hacia arriba del edificio, donde se hallaba el aposento del rector, y éste se fue a un cubículo del hospital. Estando allí, afirmaba García González, arremetyó el dicho jurado Diego Hernándes al dicho rector, e le asyó de los pechos. E estonçes llegaron todos los honbres que avían venido con él, e con el dicho Garçilaso, e le echaron mano al dicho rector e le sacaron fuera de la dicha sala a enpuxones, tratándole mal. E que entonçes el dicho bachiller Francisco Ortiz, des que vido que tan mal le tratavan, dio bozes al dicho jurado Diego Hernándes, su hijo, disyendo que lo dexasen, e que estoviesen quedos. Y el dicho bachiller le echó mano al dicho rector, e le llevó a la capilla del dicho fospital, donde se dize la misa, y el dicho Diego Fernándes y Garçilaso de la Vega se quedaron fuera de la dicha capilla. E que estavan falando juntos, que este testigo non sabe qué se desýan... Cuando acabó la charla Diego Fernández se fue hacia la capilla donde estaba el rector y le agarró brutalmente, ayudado por sus acompañantes. Arrastras, y en medio de un escándalo enorme, le sacaron del hospital con una violencia terrible. Entonces Diego, Garcilaso y Pedro de Escobar volvieron al interior, y ordenaron a unos clérigos que estaban allí que se saliesen a la calle. Como les contestaron que no Diego Fernández, de manera inmediata, solicitó a bozes que le dieran una ballesta para matarlos. Una amenaza que iba muy en serio. Los asaltantes del hospital parecían furiosos. Uno de los criados del corregidor, Vasurto, con muchas bravuras, y a empujones, llegó a tirar a un hombre al suelo, e después de levantado le dixo que se fuese e apartase de allí, sy

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Ibidem, ff. 13 v-15 r.

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no que le daría d´estocadas. E le puso dos veses el espada a la barriga. Mientras, como los capellanes no querían irse, Diego Fernández ordenó a un mozo: “¡Arma, arma esa ballesta!”. El mozo la armó y el jurado se puso a dirigir la dicha vallesta a los dichos clérigos para les tirar, e entonçes Garçilaso de la Vega, que estava allí, a la sazón, con una espada en la çinta y en cuerpo, subió a los dichos clérigos e habló con ellos, los quales se abaxaron con él e los hecharon fuera de la casa, más por fuerça que non por su voluntad…35 Según algunos testigos, Garcilaso de la Vega era un hombre juicioso, que venía de un linaje preeminente, por lo que los clérigos le solicitaron a él, y sólo a él, que interviniera para que les dejasen estar en el edificio, porque no tenían dónde ir. Entonces Garcilaso, exhibiendo una actitud serena, y sin dejarse llevar por la pasión (como sus compañeros), se fue hacia los religiosos y los sacó de allí, tras convencerles de que no podía hacer nada, de que lo mejor era que se marchasen, y de que les aseguraba que estarían seguros si permanecían a su lado. Así lo testificó mosén Luis, uno de los religiosos que se fue del hospital con Garcilaso. Algunos testigos dijeron que mosén Luis fue el iniciador del alboroto. No obstante, él se defendía afirmando que no era verdad, que el 4 de julio, por la mañana, el propio Juan Ortiz le advirtió que no se extrañase si ese día les echaban del hospital. Pero él no lo tomó en serio. Poco después un capellán se fue a hacer una cosa, y cuando vino Diego Fernández le impidió el acceso, y advirtió a mosén Luis que si se marchaba también él se quedaría en la calle, por lo que tobo manera cómo entrase dentro en la casa su compañero, y le abrió una ventana. E después de aver entrado en la casa el dicho capellán fue avisado el dicho jurado Diego Fernándes cómo entrava gente dentro en la dicha casa, e no fablaron que era otra persona salvo el dicho capellán. Aun así, de forma inmediata el jurado subió al sitio por donde había entrado el capellán. Diego Fernández iba diciendo que si el religioso no se bajaba por donde había subido iba a tirarle por la ventana. Sin embargo, el capellán se negó a salir del edificio, y se metió en una habitación. Con malos modos Diego Fernández entró donde estaba el capellán, y dijo a Arjona que se pusyese en una puerta de en medio, e que onbre o muger qualquiera que pasase que le pusyese la espada por el cuerpo. E el dicho Arjona se quedó en la dicha puerta por mandado del dicho Diego Fernándes. E después d´esto pasado [se] abaxó el dicho jurado Diego Fernándes, e rogó al dicho rector de la casa que hisyese que aquel clérigo saliese de la casa como entró, e el dicho rector le prometyó qu´él lo faría salir. Entonces el jurado pidió a Ervás

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Ibidem, ff. 15 r-16 r.

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que les entregase las armas que había en el inmueble. Y le dijo que estaban a buen recaudo, y que nadie las emplearía. Una respuesta que de ningún modo fue aceptada. Diego Fernández, con gran ýnpetu, se marchó a por el armamento. Entonces Ervás y los capellanes decidieron impedir que entrara en la habitación donde lo tenían, porque en ella también se custodiaban oro, plata, brocados y ropas pertenecientes a la hacienda del hospital. Con ese objetivo mosén Luis agarró una espada, y esto acarreó una reacción desmedida. El jurado, el alguacil y los otros hombres se lanzaron contra Francisco de Ervás, le asieron del pecho y le rrasgaron la camisa tirando d´él e dándole de enpuxones e golpes en la pared, porfiando36. Diego Fernández, al que todos los testigos acusaban de haber actuado con una excesiva violencia, procuró defenderse de las acusaciones en su testimonio. Para ello indicó a Mercado que Ervás, cautelosamente, había metido en el hospital una lanza a través de los tejados de unos edificios próximos. Le advirtieron que no escandalizase a la población, y le tomaron la lanza. No obstante, fue inútil. Al poco tiempo, siempre según Diego Fernández, le señalaron que el dicho bachiller Ervás quería meter en el dicho ospital escondidamente, quebrando una pared, çiertos onbres, para que al dicho confesante e a los que con él estavan los echasen d´allí, del dicho ospital, por fuerça. El jurado, siempre según su versión, rogó a Francisco de Ervás que no hiciera una locura. Pero no se fiaba de él. Así que cuando vio a un clérigo entrar en el inmueble por una ventana pensó que otros clérigos e personas farían lo mismo, syn ser vistos, para favoreçer al dicho bachiller Ervás, espeçialmente porque el dicho bachiller Ervás lo avía querido yntentar la otra bez37... Lo mismo defendió el alguacil Escobar. Según él, el lunes 4 de julio de 1519 por la mañana había ido al Hospital de la Visitación con Francisco Ortiz y su hijo, el jurado Diego Fernández, para ejecutar un mandamiento del alcalde Verdugo por el que se entregaba la tenencia de la institución a Ortiz. Por entonces nadie contradijo lo que hicieron. Se otorgó el hospital a Ortiz, y todos se marcharon a comer. Pero pasadas unas horas el jurado Diego Fernández comentó al alguacil que su padre se hallaba en el hospital junto al rector y a los capellanes, y que era posible que hubiese algún escándalo. Escobar se marchó al hospital, y estuvo en él casi toda la tarde. Ya llevaba un buen rato cuando alguien gritó que entravan por las ventanas con escaleras. El alguacil corrió hacia lo alto del edificio y vio que un capellán ascendía por una escalera a una ventana, y otro capellán compañero suyo le ofrecía su mano. Nada más entrar en el inmueble el que subía, el alguacil 36 37

Ibidem, ff. 24 r-26 r. Ibidem, ff. 29 r-33 v.

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llegó donde estaba, y le dijo que habían hecho mal en los escandalizar; e que pues que avýan entrado por la ventana, que abíen de salir por la ventana. Sin embargo, una mujer pariente de Diego Fernández, que se hallaba allí, pidió a Escobar que dejara al clérigo en el edificio. Y él lo consintió, bajándose hacia el patio. Diego Fernández le dijo entonces que el rector tenía algunas armas, que se las pidiese. Escobar se las pidió y Ervás le contestó que no sabía nada de ellas, y que aunque lo supiese no se lo iba a decir, pues no deseaba escándalos. Entonces el jurado dijo al alguacil: “Señor, suba por ellas, que allí están, en aquella cámara”. Escobar se dirigió a por el armamento, y el rector trató de impedirlo. Indignado, el alguacil dijo a sus hombres que retuviesen a Ervás, y se marchó hacia arriba del edificio, a la habitación donde decían que estaban las armas. Fue en ese momento cuando mosén Luis se abalanzó sobre él, con una espada en la mano. Lanzó al alguacil un golpe, pero lo frenó con un broquel. Al instante Escobar echó mano a su espada, y el religioso se encerró en una habitación. Enfurecido, el alguacil subió a lo alto del inmueble con una lanza y apuntó a mosén Luis, diciendo: “¿A Escobar, que bien os podría matar?”. El clérigo suplicó que non lo matase, que non diría misa. Y el alguacil, apiadándose, decidió irse y dejarlo en paz. Descendió a la zona baja del edificio, y vio que el bachiller Ervás ya no estaba allí, porque le habían echado a la calle. Entonces entró en escena Garcilaso38. Cuando se produjo el alboroto Garcilaso tenía apenas veinte años, y aún no había escrito los versos que le convertirían en uno de los mayores poetas del siglo XVI. No obstante, gozaba de reconocimiento por su actitud y por su posición social, como componente de una familia noble, así que tuvo un papel activo en el escándalo. Y es una fortuna que lo tuviera, porque de no intervenir es posible que algunos clérigos hubiesen salido malparados. En su testimonio ante el juez Garcilaso reconoció que en la mañana del 4 de julio había estado en el hospital con Diego Fernández. Desde allí se marchó a comer, y, ya por la tarde, se fue a dar un paseo. Estaba paseando cuando, a la altura del referido Hospital del Nuncio, vio al bachiller Ervás, quien se le quejó diciendo que Diego Fernández le había echado del inmueble, y le pidió que entrase en él y pusiera a buen recaudo algunas cosas que allí se hallaban, para lo cual le entregó las llaves de un cubículo. Garcilaso entró en el edificio, y allí pudo ver discutiendo a dos religiosos con Diego Fernández, quien le solicitó que pidiera a los clérigos que se marcharan del hospital, porque a él no le obedecían. Los religiosos estaban en lo alto de la construcción, y Garcilaso les indicó que deseaba subir a hablar con ellos, a lo que le contestaron que lo hiciese dándoles fe de que

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Ibidem, ff. 26 r-27 v.

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no iba a obligarles a salir de allí. Así lo hizo Garcilaso de la Vega, y con estas precauciones subió a aclarar lo que ocurría. Los dos capellanes se encontraban en la puerta del aposento de Ervás, con unas espadas en las manos. Tras discutir con ellos Garcilaso les convenció de que debían dejarse de bullicio e irse del hospital. Él los sacaría seguros, y por si no hallaban donde dormir les ofreció su vivienda. Se trataba de unas condiciones que los religiosos no podían desaprovechar, pues estaban acorralados por unas personas cuyas intenciones desconocían. De modo que, pidiendo a Garcilaso que cumpliese su palabra, se fueron con él del hospital39.

4. LAS CONDENAS Y EL ORÍGEN DE LA REBELIÓN DE LOS COMUNEROS Casi con toda seguridad, y aunque luego actuase indebidamente, Pedro de Mercado, el juez venido de la corte para aclarar el alboroto, se percató de que había algo que no encajaba en la relación de los hechos que ofrecían los testigos. Todos daban su visión de lo que había pasado insistiendo en su inocencia, como si no hubiesen tenido más remedio que proceder violentamente por culpa de las circunstancias. Sin embargo, dos cosas parecían indiscutibles a la luz de los testimonios: una, que las autoridades públicas, y sobre todo el alguacil Escobar, habían servido ciegamente al jurado Diego Fernández el 4 de julio; y dos, que el corregidor y su familia estaban más implicados en la reyerta de lo que muchos querían reconocer. Según algunos testigos, los hombres del corregidor tenían rodeado el hospital durante el escándalo, supuestamente para exigir su entrega, y la del armamento que en él se custodiaba, al familiar del nuncio. De modo que la implicación del corregidor en el altercado había sido clarísima, lo que evidencia dos cosas: que el corregidor, se supone que representando a su Ayuntamiento, tenía una postura firme en el asunto, y estaba de parte de Francisco Ortiz; y que las opiniones que había contrarias al corregidor a la altura de 1519, acusándole, entre otras cosas, de nepotismo y de favorecer a sus familiares40, tenían un fondo de verdad. Como se señaló, Garcilaso y Pedro Laso de la Vega, el regidor que debía tener la tutela del hospital junto con Ortiz, eran parientes del conde de Palma (eran sus cuñados), y el conde hacía lo posible por los favorecer; sobre todo a Pedro Laso, que era uno de sus “cómplices” en el Ayuntamiento. El corregidor no sólo se había entrometido para que ofreciesen la tutela del Hospital de la Visitación a su cuñado, incluso interviniendo en trifulcas como la de julio de 1519, sino que, de la misma forma, y como si la vida le fuera en ello41, cuando el rey

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Ibidem, ff. 34 v-35 v. Le acusaban de actuar de manera afiçionada con sus parientes: A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 317. 41 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 317. 40

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convocó unas Cortes en 1518 hizo uso de toda su influencia para que un procurador fuese Pedro Laso, un hombre ambicioso y hambriento de poder (cuya actitud explicaría lo que hizo en la guerra de las Comunidades42). Luis Puertocarrero, conde de Palma, había venido a la ciudad del Tajo como corregidor el 17 de noviembre de 151643. Desde un principio había contado con la oposición de muchos regidores, que hasta se negaron a jurarle obediencia, e insistieron una y otra vez en criticar sus formas44. Verdaderamente había tenido el apoyo del cardenal Cisneros mientras vivió, pero el conde no pudo impedir que le acusaran de no ser apto para actuar como corregidor de Toledo, dada su parentela con algunos de los linajes poderosos de la urbe; con unos linajes con los que no dudaría en colaborar para conseguir sus fines, como evidencia lo ocurrido el 4 de julio de 1519, pues es la familiaridad del corregidor con los Laso de la Vega la que explicaría que en el alboroto estuvieran presentes tanto Garcilaso como algunos hombres de su madre (suegra del conde de Palma), Sancha de Guzmán, y del propio Luis Puertocarrero. Por otro lado, y aparte de los intereses del corregidor a la hora de intervenir en la tutela del Hospital del Nuncio, en el escándalo de 1519 se constata la pésima relación que existía entre Luis Puertocarrero y el Cabildo catedralicio. La pugna venía de años antes. El 8 de noviembre de 1517 murió el arzobispo toledano, y cardenal, Francisco Jiménez de Cisneros. Y el rey, ninguneando a los canónigos, ordenó al conde de Palma que vigilase al Cabildo catedralicio, que se hiciese con el control de las fortificaciones de su arzobispado, y que impidiera a los religiosos proceder en contra de la legalidad mientras la sede estuviera vacante45. Incluso el propio soberano envió una misiva exigiendo a los canónigos que no postulasen a ninguna persona como arzobispo46. Pero al poco tiempo llegaron a la corte noticias de la catedral toledana. La existencia de una sede vacante siempre había traído complicaciones, y la incertidumbre respecto al rey Carlos lo empeoraba todo. Había un rumor especialmente incomprensible: algunos afirmaban que el sustituto de Cisneros no iba a ser un castellano. Una posibilidad que nunca se habría bajarado en tiempos de los Reyes Católicos… Y, aun así, efectivamente, el rey nombró arzobispo de Toledo a Guillermo de Croy, un sobrino de su privado, el sieur de Chièvres. El Cabildo de la catedral siempre culparía al conde de Palma de haber defendido los intereses de un extranjero, y no los de su Iglesia. Le atribuía una evidente incapacidad a la hora de servir a su 42

Muy al contrario que Pedro Laso, que pronto se unió a los comuneros, Garcilaso desde el principio decidió obedecer al rey: MARTÍNZ GIL, F., La ciudad inquieta…, pp. 182-189; VV.AA., El proceso contra Juan Gaitán, Toledo, 2000, p. 573. 43 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 229, f. 1 r. 44 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 8 de noviembre de 1516; A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 229, ff. 1 v- a2 r. 45 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, ff. 217 v-219 v. 46 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, ff. 219 r.

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población, y le acusaba de ser débil con los verdaderos enemigos de Castilla, de modo que, en tales circunstancias, los canónigos consideraron la actuación de Puertocarrero en el escándalo de 1519 otro abuso del corregidor, otra negligencia, en definitiva, otro motivo por el que, de una vez por todas, debía abandonar el corregimiento. Con los meses la actitud del conde de Palma se fue haciendo cada vez más insoportable para los canónigos. Y no sólo para ellos. Más allá de los gobernantes que siempre rechazaron su gestión, lo único que lograría el conde al intervenir interesadamente en escándalos como el del 4 de julio fue que se pusiera en su contra la comunidad. La violencia tenía que evitarse, sobre todo viendo cómo avanzaban los problemas económicos y políticos (la gente se estaba hartando de las subidas de precios, y la Iglesia y los regidores estaban molestos con su rey). Pero, por lo que se ve, Luis Puertocarrero no era consciente de la difícil situación que vivía la ciudad del Tajo. Y la vorágine de los acontecimientos le pilló desprevenido. Ciertamente, aunque en apariencia el conde de Palma saldría incólume del alboroto del 4 de julio, pues Pedro de Mercado no le responsabilizó de lo sucedido, y se limitó a castigar a otras personas, es indiscutible que se informó al Consejo del rey de las intrigas del conde de Palma, y de que su actitud no era lo virtuosa que debería, por lo que meses más tarde, el 13 de diciembre de 1519, se sustituyó a Puertocarrero por Antonio de Córdoba47. Una sustitución en la que es posible que pesara mucho la tarea de Pedro de Mercado. El cometido del juez de la corte terminó el 7 de septiembre. Mientras trataba el proceso ordenó a los que habían actuado en el alboroto que no saliesen de sus viviendas, y que, de salir, se encontraran siempre localizables. Garcilaso, como era menor de veinticinco años, se puso en manos de Juan Gaitán para que litigara en su nombre48. Mercado hizo públicos sus veredictos el 7 de septiembre. El primero, contra el alguacil Pedro de Escobar49:

Visto este proçeso criminal, de la una parte el deán y Cabildo de la Santa Yglesia d´esta çibdad, como abtor demandante, e de la otra Pero d´Escobar, alguasyl, vesyno d´esta çibdad, reo defendiente, y visto lo que cada una de las dichas partes quiso dezir e alegar fasta la final conclusyón, e como yo concluý con ellos, e visto todo lo demás que verse pudo e devió para dar sentençia 47

A.G.S., R.G.S., 1519-XII, Molina del Rey, 13 de diciembre de 1519. A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, f. 114 r. 49 Archivo de la Diputación Provincial de Toledo [A.D.P.T.], Hospital del Nuncio, leg. 17, doc. 43, f. 1 r-v. El documento está publicado y transcrito en: VAQUERO SERRANO, Mª. del C. Garcilaso…, pp. 125-128 y 169173. 48

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1519:”Rebuelta de armas” en el Hospital del Nuncio

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difinitiva en esta cabsa, fallo, atenta la culpa que de lo proçesado resulta contra el dicho Pedro d´Escobar, que lo devo de condenar e condeno en destierro d´esta çibdad e sus arravales por tres meses, e que non lo quebrante so pena que por la primera vez sea el destierro doblado, e pague çinco mill maravedís para la cámara e fisco de sus altezas. E mando que salga a conplir el dicho destierro dentro de tres días que saliere de la cárçel e prysión donde está. E más, le condeno en perdimiento de las armas que sacó en el dicho roydo, y las aplicó a quien de derecho las aya de aver. E más, le condeno en el salario e costas d´este proçeso de lo que por mí le fuere repartido, que le será mostrado y noteficado. E asý lo pronunçio e mando por esta mi sentençia definitiva, juzgando pro tribunali sedendo en estos escritos, e por ello. El liçençiado Mercado.

Pedro de Escobar presentó un escrito de apelación de la sentencia el 9 de septiembre, y se lo aceptaron; aunque se dispuso que de todas formas pagase el sueldo del pesquisidor. El mismo veredicto se dictaminó en contra de Garcilaso de la Vega. Debería irse de su urbe durante tres meses, entregar las armas que había exhibido en el alboroto y hacerse cargo de las costas del proceso. De incumplirlo, la primera vez tendría que pagar a la cámara de los reyes 20.000 maravedíes y marcharse desterrado 365 días. Se trataba de una sentencia no muy dura para un noble, pero, aun así, como una cuestión de honor, Juan Gaitán la apeló el mismo día en que se hizo pública, el 7 de septiembre50. A Diego Fernández, el hijo del bachiller Francisco Ortiz (Diego Fernández Ortiz pone en algún documento), le condenaron a la misma pena que a los dos anteriores, aunque en su caso el destierro sería de seis meses y la multa de 10.000 maravedíes. La sentencia también se publicó el 7 de septiembre, y, como las otras, fue apelada51. Peor suerte tendrían los criados que intervinieron en el conflicto. Se trataba de hombres sin poder, que ni siquiera osaron presentarse ante el pesquisidor (un pesquisidor que, según parece, se cebaría con ellos). A todos se les condenó a que perdieran las armas que tenían en el alboroto y a que, como eran pobres y no les podían sancionar con multas, les escarmentaran físicamente52. A Arjona, un hombre del corregidor, se le condenó a que fuese traído en un asno por las calles, con una soga al cuello, las manos atadas a la garganta y los pies inmovilizados. Un pregonero debía ir publicando su delito, mientras un verdugo le azotaba

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Ibidem, ff. 5 r-6 v. Ibidem, ff. 7 r-8 v. 52 Ibidem, ff. 9 r-10 r. 51

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cien veces. Luego le desterrarían un año, so pena de perder un pie si no lo cumpliese. A Francisco de Vera, un criado de Sancha de Guzmán, y a Morán, hombre de Diego Fernández, también les tenían que avergonzar públicamente, como a Arjona, hasta que llegasen al patíbulo de la plaza de Zocodover. Una vez allí les cortarían una mano. Francisco de Biedma, por su parte, otro criado del conde de Palma, no recibió una pena tan dura. Sólo le condenaron a un mes de destierro53. Se ponía fin de este modo a una de las reyertas que de forma más clara, y también más premonitoria, terminó alterando el orden público en la ciudad del Tajo durante 1519. Cuando el juez de la corte acabó su cometido los días del conde de Palma como corregidor parecían contados. En la urbe ya era indiscutible la existencia de una distancia política e ideológica insalvable entre los religiosos, apoyados por algunos regidores, y las personas que hablaban en nombre del rey (cada vez más débiles). Y es que el alboroto de julio 1519, como los que tuvieron lugar en agosto de 1516 o mayo de 1517, sería una manifestación palpable de la zozobra creciente que, poco a poco, se apoderaba de la ciudad del Tajo. Si de por sí ya eran agobiantes los rumores sobre homicidios, robos, deudas impagadas y teóricos tributos que esquilmarían a la comunidad, el hecho de ver por las calles a grupos de hombres armados dispuestos a todo, sin que nadie pudiera impedírselo (como los que habían alterado la vida en el Hospital del Nuncio), provocaba verdadero pánico y, a su vez, era un elemento adoctrinador. La violencia de los poderosos frente a quienes defendían la paz deslegitimaba la tarea de las instituciones públicas, y, por el contrario, ofrecía a la población un mensaje peligroso sobre el excesivo poder de las élites y la debilidad de los gobernantes del rey; un mensaje que, según algunos autores, a partir de 1520 se tornaría revolucionario. Desde 1506 la violencia se veía acompañada de una enorme inestabilidad institucional, y la conjunción de ambos factores destruía, literalmente, el orden, e la justicia, e el sosiego e la paçificaçión. Se trataba de un círculo vicioso: la violencia traía consigo una enorme inestabilidad institucional, y la inestabilidad institucional provocaba más violencia. En otras circunstancias la monarquía tal vez hubiese ayudado a impedir esta situación, pero en la década de 1510 Carlos I, lejos de generar soluciones, lo politizaba todo; hasta el punto que a los diez meses de ocurrir el escándalo del Hospital del Nuncio el nuevo corregidor, Antonio de Córdoba, tuvo que irse de Toledo, temeroso de perder la vida. La decrepitud que llevaba a la destrucción de la pas se venía dando desde hacía tiempo, y nadie la quiso ver. En 1520 la situación ya sería imparable.

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Ibidem, ff. 11r-12 v.

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