Realidad y representación. Los límites de la imagen del mundo

June 29, 2017 | Autor: Diego Malquori | Categoría: Epistemology, Philosophy of Science, History of Science
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DIEGO MALQUORI

Realidad y representación. Los límites de la imagen del mundo 

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que está en la base de cualquier esfuerzo para comprender el mundo puede expresarse en una imagen a la vez muy conocida y sin embargo todavía irresuelta: ¿Podemos llegar a ver la esencia de la Realidad, o solamente vemos las sombras proyectadas en el fondo de la caverna? Y consecuentemente, ¿puede la ciencia ocuparse de la Realidad, o debe conformarse necesariamente con elaborar una imagen de ella? Y de ahí, ¿es real la imagen del mundo que proporciona una teoría científica, o es solamente una representación abstracta que nos ayuda a mover algunos pasos en dirección del infinito que nos rodea? Si seguimos el camino indicado por Platón, llegamos inevitablemente a dudar de cualquier representación ‘física’ del mundo, ya que ésta se apoya necesariamente en la ‘evidencia tenebrosa’ de los sentidos, mientras que la Verdad, según el propio Platón, reside en las formas trascendentales más allá de la física. Pero incluso si volvemos nuestra mirada hacia el mundo en que vivimos y confiamos en nuestros sentidos —ya sea en términos de percepciones físicas o de procesos lógicos presentes en nuestra mente— nos encontramos finalmente con esta dicotomía entre realidad e imagen, y en algún modo tenemos que decidir cómo interpretar el mapa que la ciencia nos ofrece de la realidad. Porque la ciencia puede ayudarnos a construir una imagen del mundo, pero no nos dice todo sobre la relación entre imagen y realidad, ni sobre las posibles interpretaciones de esta representación. La física moderna ha ampliado aún más este aparente abismo. Lo que persigue ya no es la creación de una imagen que pueda referirse directamente a la realidad, sino que es la construcción de un mundo abstracto en el cual los símbolos de la realidad estén relacionados entre ellos de manera lógica y coherente. De alguna manera, la imagen del mundo de la física, aunque se apoye en el mundo que nos rodea e intente ofrecer una explicación de ello, tiene un significado marcadamente autorreferencial. Como observa Ken Wilber, «cuándo el físico contempla la realidad cuántica o relativista, no contempla las ‘cosas en sí mismas’, el nóumeno, la realidad directa, sin mediación alguna. Más bien, lo que el físico contempla no es otra cosa que una serie de ecuaciones diferenciales sumamente abstractas, esto es, no la ‘realidad’ en cuanto tal, sino los símbolos matemáticos de la realidad».1 

A PREGUNTA FUNDAMENTAL

Comunicación presentada en el XVI Col·loquis de Vic, en J. MONSERRAT, I. ROVIRÓ (eds.), La Imatge, Barcelona: Societat Catalana de Filosofia, 2012, p. 116. 1 K. WILBER, Cuestiones cuánticas, Barcelona: Kairós, 1987, pp. 22-23.

Un ejemplo muy claro de la distancia entre la imagen de la ciencia y la realidad a la que ésta se refiere nos lo ofrece la teoría de la relatividad. A pesar de su elegancia formal, existe una dificultad evidente para visualizar los conceptos de la relatividad, puesto que en nuestra vida no tenemos ninguna experiencia directa de un espaciotiempo tetra-dimensional, o de conceptos como ‘dilatación del tiempo’ o ‘curvatura del espacio-tiempo’. La intuición, en este caso, no nos sirve de mucho, porque intuir significa esencialmente referir unos conceptos a otras experiencias que nos resulten familiares. En este caso, tanto la imaginación como el propio lenguaje se pierden en un territorio totalmente nuevo, y la única posibilidad de apoyarnos en algo conocido es recurrir a la imperturbable lógica de las ecuaciones matemáticas. Tal como afirmó Heisenberg refiriéndose a la realidad atómica, la intuición y la imaginación proporcionan en este caso no una imagen de la realidad, sino una representación mental del significado de las matemáticas.2 Así, según la teoría de la relatividad, cada cuerpo, por su propia masa, modifica su entorno espacio-temporal, y la correspondiente variación de la ‘curvatura’ del espacio-tiempo se refleja en la velocidad con la cual, al parecer, el tiempo fluye. De manera similar, el ‘tiempo propio’ de un sistema parece fluir más lentamente cuanto más aumenta la velocidad relativa con respecto a otro observador. Este resultado ha dado origen a la célebre paradoja de los gemelos, una prueba evidente de las dificultades para aceptar las aparentes contradicciones entre los conceptos de la teoría de la relatividad y las experiencias de nuestra vida. Ahora bien, todos estos efectos parecen paradójicos si no entendemos que las imágenes que intentamos construir son las proyecciones de fenómenos que solamente tienen un sentido ‘real’ en una dimensión diferente de la de nuestra percepción sensorial —en este caso, un espaciotiempo tetra-dimensional, para el cual el espacio y el tiempo pierden su carácter absoluto y se funden en una única entidad. Si pudiéramos visualizar esta realidad tetra-dimensional, todas estas paradojas ‘se desvanecerían como pura sombras’, tal como definió Minkowski la ilusoria realidad del espacio y del tiempo absoluto, según la teoría de la relatividad.3 Esta distinción entre realidad e imagen se hace aún más profunda si pensamos en la mecánica cuántica, la otra teoría que abrió el camino de la nueva física del siglo XX. En este caso, siguiendo la concepción galileana de un universo escrito ‘en lenguaje matemático’, adquirió siempre más fuerza la idea de las matemáticas como expresión básica de nuestro conocimiento de la realidad.4 De esta forma, de un instrumento necesario para construir y explicar el mapa de la realidad, las matemáticas pasaron a constituir la esencia misma de la idea científica.

Cf. D. BOHM, D. PEAT, Ciencia, orden y creatividad, Barcelona: Kairós, 1988, p. 15. Cf. H. MINKOWSKI, en A. EINSTEIN et al., The Principle of Relativity, New York: Dover, 1952. 4 A esta misma concepción hace referencia, entre otros, el matemático y astrónomo ingles James Jeans: «Cuando intentamos descubrir la naturaleza de la realidad que se oculta detrás de las sombras, nos vemos enfrentados al hecho de no poder ni siquiera hablar de esa naturaleza última de las cosas, a menos que contemos con algunos patrones de referencia extraños a ellas con los cuales poder compararlas. […]. El estudio científico de la acción del universo nos ha llevado a una conclusión que […] puede resumirse en la afirmación de que el universo parece haber sido diseñado por un matemático puro». J. JEANS, citado en K. WILBER, ob. cit., p. 178. 2 3

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El giro interpretativo evidenciado por la teoría cuántica fue el resultado de numerosos factores, entre los cuales es importante destacar la coexistencia de formalismos distintos y aparentemente inconmensurables capaces de explicar eficazmente la realidad atómica. Más aún, si el formalismo de Schrödinger puede todavía asociarse a una cierta imagen intuitiva —puesto que se basa en la continuidad de la ‘función de onda’—, el de Heisenberg, basado en la llamada ‘matriz densidad’, no puede apoyarse en ninguna imagen conceptual. Y sin embargo, los dos proporcionan una descripción matemática equivalente de la misma ‘realidad’ atómica. El discurso sobre la dicotomía entre realidad e imagen se complica así por la irrupción de un nuevo elemento, evidenciado por ese ‘juego de formalismos’: la diferencia entre interpretación y representación de la realidad. Interpretar significa proponer un sentido que se añade al elemento original —de una teoría, o de la realidad misma—, pero que está directamente vinculado a ella. Representar, en cambio, puede significar una ruptura total de ese vínculo. También la metáfora es una forma de representación… Por ello pueden coexistir diferentes representaciones de una misma realidad, todas y ninguna verdaderas al mismo tiempo. La distinción entre la esencia de la realidad y la imagen del mundo construida por la ciencia nos remite finalmente al discurso sobre la filosofía kantiana. Es interesante observar que el propio Einstein rechaza la idea de que la ciencia tenga que ver solamente con las ‘apariencias’ de las cosas. Pero en este rechazo hay un matiz importante. Porque él es consciente de que no hay nada, desde el punto de vista de la física, que justifique que una teoría ‘lógicamente simple’ sea al mismo tiempo verdadera. En otros términos, aunque tenga sentido hablar de una ‘esencia de las cosas’, y tal vez sea posible incluso acercarse a ella, en general ésta se halla en una dimensión que no necesariamente coincide con la de nuestra sensibilidad, ni con las ‘estructuras lógicas’ de nuestra mente. Por ello, a diferencia de Kant, Einstein reconoce algún sentido ‘real’ al tiempo, pero solamente a un espacio-tiempo en cuatro dimensiones, que está fuera de nuestra posibilidad de intuición sensible. Y por otro lado, de acuerdo con Kant, admite que el tiempo ‘en una dimensión’, como realidad en sí, no es nada.5 Para darnos cuenta de la peculiaridad de la posición de Einstein, oscilante en cierto sentido entre el realismo y el idealismo, hay que pensar que la concepción positivista que dominaba en la ciencia europea a principios del siglo XX —expresada en modo particular por la filosofía de Mach— rechazaba en general la idea de una realidad ‘más allá’ de lo perceptible por la sensibilidad humana, y no solamente la posibilidad de llegar a ella. Por ello, en la visión de Mach, las teorías científicas deben erigirse sobre la información que obtenemos del mundo exterior a través de las sensaciones, buscando la descripción más simple de las relaciones existentes entre tales sensaciones. Esta idea está ciertamente en la base de la teoría de la relatividad (en particular, de la relatividad especial). Sin embargo, aun reconociendo una ‘influencia general’ de Mach en su concepción científica, Einstein se aleja de él justamente en lo que 5

Para una discusión más amplia sobre este tema, véase mi artículo: Einstein, Gödel, Heidegger. Algunas consideraciones sobre el concepto del tiempo, en ‘Pensamiento’, vol. 67, n. 254, 2011, pp. 1007-1027.

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concierne a la idea de realidad. Como escribió en una carta a su amigo Michele Besso, comentando la influencia de Mach en su pensamiento científico y filosófico, él veía «su punto débil en el hecho de que creía poco más o menos que la ciencia consistía en poner orden en el material experimental, es decir, que ignoró el elemento constructivo libre en la elaboración de un concepto. Pensaba de alguna manera que las teorías son el resultado de un descubrimiento y no de una invención».6 Einstein estaría así entre Kant y Mach, pero distanciándose de ambos. Su confianza en la fundamentación lógica de la física le hace entrever la posibilidad de llegar a la ‘verdad’ de las cosas. Pero se trata más bien de una actitud general frente al misterio del mundo, que no le impide ver los límites de nuestra representación lógica. Mas fuera de esta representación, que concierne esencialmente a la relación entre las cosas, no hay nada… A esta nada parecen referirse otros grandes científicos de nuestra época. Y a pesar de ello, tanto la ciencia como la filosofía siguen en su intento de construir una imagen que de algún modo pueda reflejar la realidad última de la luz fuera de la caverna. Cerramos así esta breve discusión dejando la palabra a James Jeans, uno de los científicos que más claramente ha puesto en evidencia los límites de nuestro conocimiento de la realidad: «Desde un amplio punto de vista filosófico, el logro más sobresaliente de la física en el siglo veinte no ha sido la teoría de la relatividad al combinar conjuntamente el espacio y el tiempo, ni la teoría cuántica con su actual aparente negación de las leyes de la casualidad, ni la disección del átomo y el consiguiente descubrimiento de que las cosas no son lo que parecen; es el reconocimiento universal de que aún no nos hemos puestos en contacto con la realidad última. […] seguimos estando prisioneros en la caverna, de espalda a la luz, y sólo podemos ver las sombras que se reflejan en el muro».7

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A. EINSTEIN, Correspondencia con Michele Besso, Barcelona: Tusquets, 1994, pp. 353-354. J. JEANS, citado en K. WILBER, ob. cit., p. 174.

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