REACCIÓN DE LOS ANCIANOS ANTE EL ENVEJECIMIENTO, LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE.doc

May 28, 2017 | Autor: Jesús Dapena | Categoría: Bertrand Russell, James George Frazer, Envejecimiento, Trabajos De Geriatria, Grupos De La Tercera Edad, Antropología De La Vejez, Centros De Dia, Otredad, Delirio, Miedo a La Muerte, Geriatria Y Gerontología, Geriatria Y Medicina Interna, Psicogeriatría, Sociologia de la Vejez, Neurología geriátrica, Jubilación, LA VEJEZ, ENFERMEDADES SENILES, DETERIORO FÍSICO DEL VIEJO, ECONOMÍA EN LA VEJEZ, AUTOINTOXICACIÓN FISIOLÓGICA EN LA VEJEZ, CLINICA DE LA VEJEZ, SABIDURÍA DEL ANCIANO, PSICOLOGÍA DEL ANCIANO, DEMENCIAS DEL ANCIANO, ANGELA RESTREPO MORENO, RITA LEVI-MONTALVANI, CONTEXTO SOCIAL Y ANCIANIDAD, LOS ANCIANOS DE LA TRIBU, LA VEJEZ EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA, VIEJOS EN PIRÁMIDE POBLACIONAL, ASILOS DE ANCIANOS, HOSPICIOS PARA ANCIANOS, RESIDENCIAS DE ANCIANOS, CENTROS DE DÍA PARA ANCIANOS, SEXUALIDAD DEL ANCIANO, VIUDEZ, ACTIVIDAD AUTOERÓTICA EN EL ANCIANO, EXHIBICIONISMO EN ANCIANOS, PEDERASTIA EN ANCIANOS, DELIRIOS EROTÓMANOS EN ANCIANOS, DELIRIO DE DORIAN GRAY, SÍNDROME DE COTARD EN ANCIANOS, DELIRIOS NIHILISTAS EN ANCIANOS, CELOS PATOLÓGICOS EN ANCIANOS, PROFESIONALIDAD EN ANCIANOS, RELACIÓN ABUELO-NIETOS, ANSIEDADES PERSECUTORIAS EN ANCIANOS, ANSIEDADES DEPRESIVAS EN ANCIANOS, REPARACIÓN EN ANCIANOS, SUBLIMACIÓN EN ANCIANOS Y UNA VEJEZ TRANQUILA, Centros De Dia, Otredad, Delirio, Miedo a La Muerte, Geriatria Y Gerontología, Geriatria Y Medicina Interna, Psicogeriatría, Sociologia de la Vejez, Neurología geriátrica, Jubilación, LA VEJEZ, ENFERMEDADES SENILES, DETERIORO FÍSICO DEL VIEJO, ECONOMÍA EN LA VEJEZ, AUTOINTOXICACIÓN FISIOLÓGICA EN LA VEJEZ, CLINICA DE LA VEJEZ, SABIDURÍA DEL ANCIANO, PSICOLOGÍA DEL ANCIANO, DEMENCIAS DEL ANCIANO, ANGELA RESTREPO MORENO, RITA LEVI-MONTALVANI, CONTEXTO SOCIAL Y ANCIANIDAD, LOS ANCIANOS DE LA TRIBU, LA VEJEZ EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA, VIEJOS EN PIRÁMIDE POBLACIONAL, ASILOS DE ANCIANOS, HOSPICIOS PARA ANCIANOS, RESIDENCIAS DE ANCIANOS, CENTROS DE DÍA PARA ANCIANOS, SEXUALIDAD DEL ANCIANO, VIUDEZ, ACTIVIDAD AUTOERÓTICA EN EL ANCIANO, EXHIBICIONISMO EN ANCIANOS, PEDERASTIA EN ANCIANOS, DELIRIOS EROTÓMANOS EN ANCIANOS, DELIRIO DE DORIAN GRAY, SÍNDROME DE COTARD EN ANCIANOS, DELIRIOS NIHILISTAS EN ANCIANOS, CELOS PATOLÓGICOS EN ANCIANOS, PROFESIONALIDAD EN ANCIANOS, RELACIÓN ABUELO-NIETOS, ANSIEDADES PERSECUTORIAS EN ANCIANOS, ANSIEDADES DEPRESIVAS EN ANCIANOS, REPARACIÓN EN ANCIANOS, SUBLIMACIÓN EN ANCIANOS Y UNA VEJEZ TRANQUILA
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Descripción

REACCIÓN DE LOS ANCIANOS ANTE EL ENVEJECIMIENTO,
LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE.

por Jesús Dapena Botero

médico, psiquiatra y psicoanalista


El otoño de la vida es tan rico de sentido como la primavera, aunque ese
sentido y su propósito son completamente distintos.

(Carl Gustav Jung)


1. LA VEJEZ, LEY DE VIDA.




















http://zaragozaciudad.net/dialogos/temas/descripciones.php


La mejor recomendación bibliográfica que puedo hacer, para abordar el
estudio de la etapa senil del ser humano, sigue siendo el ya clásico libro
de la filósofa francesa Simone de Beuavoir, La vejez, del cual presento un
resumen que complementaré con algunas viñetas clínicas de mi propia
experiencia con pacientes. A pesar de ser un texto publicado en 1970,
cuando ella apenas entraba en la franja conocida como la tercera edad.

El envejecimiento, la enfermedad y la muerte tienden a constituirse en
temas tabúes, prohibidos, en una sociedad de consumo, que se empeña en
negarla, en su afán de ocultar las conciencias desdichadas, para vendernos
la imagen de una conciencia feliz, que no se siente culpable de nada, ya
que la sociedad contemporánea evita mostrar el malestar en el mundo, a no
ser que pueda hacer de la miseria un espectáculo un tanto pornográfico, que
produzca dinero; esa misma sociedad parecería sólo diseñada para jóvenes,
bellos, ricos y famosos y trata a los ancianos como si fueran sus parias, a
los que condena a una existencia miserable, a la soledad, a la invalidez y
la desesperanza, como si no se tuviera en cuenta que son seres humanos como
nosotros.

El momento, en el que la vejez comienza, no puede definirse bien; para
algunos hasta comienza ya en el primer año de vida, ya que desde tan pronto
empiezan a inscribirse los signos de un cierto deterioro; así, los ateromas
que se hacen en las paredes vasculares empiezan a adherirse a las paredes
de las arterias relativamente pronto, aún desde la niñez, para dar comienzo
a procesos arterioscleróticos que van en incremento a lo largo de los años,
de la duración de la vida.

Y los viejos, ya sin suficientes medios económicos tienen muchas
dificultades para hacer valer sus derechos. Si ellos manifiestan y
reivindican deseos y sentimientos semejantes a los de los jóvenes causan
escándalo; para ellos, no parecieran ser el amor ni la sexualidad, que
resultan para muchos irrisorios a esa edad, ya que lo que se pretende es
vender una imagen idealizada de un venerable anciano, de cabellos blancos,
rico en experiencia y en sabiduría, para ocultar la otra que se vende del
viejo chocho y loco, que desvaría y se vuelve el hazmerreír de todos, dada
la ambivalencia que la sociedad contemporánea mantiene hacia la vejez,
etapa de la vida humana a la que observa con una mirada cargada de amor y
odio.

La jubilación, entonces, entonces, más que producir alegría y júbilo, deja
estupefacto al ser humano que llega a ella. Aunque la hora estaba fijada,
él se había hecho el de la vista gorda y ahora estaba ahí lironda ante él,
sin que nadie lo hubiera preparado para ello, situación que debería tenerse
muy en cuenta para que evitar al sujeto que traspasa esa puerta el
desencadenamiento de un proceso de enfermar.

Recuerdo a un maestro colombiano, quien vino a mi consulta, carcomido por
la angustia y profundos sentimientos depresivos, tras un año de jubilación.
Él había sido un profesor eximio de matemáticas en institutos de secundaria
y había tenido una práctica política bastante importante en las comunidades
en las que le había tocado vivir. La idea que le habían brindado de la
jubilación era como la de una época dorada, en la que disfrutaría sin fin
de los atardeceres, de la holganza, de hacer pequeños paseos por la ciudad
y, de repente, todo le resultaba soso y aburrido; su vida había perdido
sentido y hasta, en algún momento, se le pasaba una peregrina idea de
suicidio, lo cual hizo que tuviera que consultar al psiquiatra; pero yo,
como tal, comprendí que si bien necesitaba antidepresivos y ansiolíticos,
de lo que estaba más necesitado era de una psicoterapia, que le ayudara a
comprender que somos seres-para-la-muerte, como lo dijera el filósofo
alemán Martín Heidegger y que la conciencia que, de repente, tomamos de esa
situación, al llenarnos, de veras, de una terrible angustia, ésta es la que
nos permite lanzarnos en un proyecto existencial, tan vital como nos sea
posible, ya que, una vez lanzados en él, no nos importa que la muerte nos
sorprenda en el recodo del camino. Pero como me decía alguien en mi país:
- Doctor, lo que pasa es que la muerte no es el problema. Uno se muere y
descansa. Lo terrible es la morida, la forma de morir, de envejecer, la
agonía.

Lo aterrador era el proceso, la metamorfosis, y es entonces cuando la vejez
aparece como una desgracia, aún para aquellos que están bien conservados,
pero que temen demasiado a la decadencia física.

El viejo teme llegar a constituirse en una carga o que se les imponga un
nivel de vida miserable acorde con la representación que los jóvenes pueden
tener de ese pobre vejete, condenado a vegetar en medio de la soledad y del
aburrimiento, como un desecho, como un detritus de la sociedad. Ello, más
bien, debería cuestionar a la sociedad misma, porque como escribe Simone de
Beauvoir: Que durante los últimos quince o veinte años de su vida, un
hombre no sea más que un desecho es una prueba del fracaso de nuestra
civilización.

Es preciso entender que la vejez es un fenómeno biológico, que tiene
consecuencias psicológicas y toda una dimensión existencial, ya que
modifica las relaciones del sujeto con el tiempo, con el mundo, con la
sociedad y con su propia historia. Y la vejez, como destino biológico, es
una realidad, que se presenta a lo largo de toda la Historia, pero de
maneras distintas en cada sociedad.

Y lo que caracteriza a la vejez, desde lo biológico, es que es un proceso
irreversible y desfavorable, como toda declinación, ligado al paso del
tiempo, que se vuelve perceptible después de la madurez y concluye con la
muerte.

Es un período radicalmente distinto a todos los que se han vivido
previamente pues desde el nacimiento hasta la juventud pareciera ser que el
organismo cada vez tuviera más posibilidades de supervivencia, de
fortalecimiento, de resistencia.

En la sociedad moderna, en 1909, el médico vienés, Ignatius Nascher creó
una nueva especialidad en medicina, la geritaría, que se ocuparía, en
adelante, del tratamiento de las enfermedades de los ancianos; al escuchar
a uno de sus profesores, quien decía que nada podía hacerse por una
paciente anciana; eso determinó que el novel clínico dedicara su vida al
estudio de la senectud. Lo que pretendía era hacer con los ancianos, lo que
los pediatras hacían por los niños. En 1912, fundaría la primera Sociedad
de Geriatría en Nueva York y junto a dicha especialidad comenzaría a
desarrollarse una correlativa ciencia más básica, la gerontología, que no
se dedicaba a la patología, a las enfermedades del anciano, sino al estudio
de la fisiología del envejecimiento.

Así, el famoso médico francés Alexis Carrel plantearía la vejez como una
autointoxicación, por los productos del metabolismo celular; pero pronto la
gerontología no sólo se ocuparía de lo biológico sino también de lo
psicológico y lo social de los ancianos, para convertirse en una ciencia
biopsicosocial, convencida de que cada organismo contiene, desde el
comienzo el germen de la vejez, como un proceso ineluctable, inevitable,
común a todos los seres humanos, ya que las células se van modificando con
el tiempo y la masa de tejidos metabólicamente activos va disminuyendo,
para dar paso a una proporción mayor de tejido conectivo, con cierto
deterioro de la regeneración muscular, a la vez que se van produciendo
cambios bioquímicos.

El pelo se blanquea y escasea; el cuerpo se va resecando, se va
deshidratando, lo que hace que los tejidos pierdan elasticidad, entonces la
piel se arruga, el busto disminuye, viene cierta atrofia muscular, ocurren
fenómenos como la osteoporosis, una pérdida del calcio y minerales de los
huesos, que determina una mayor propensión a las fracturas y, en especial,
la fractura de cabeza de fémur, que tantas muertes ocasiona en los
ancianos.
El corazón también se altera; su rendimiento disminuye, mientras el sistema
vascular padece de cambios ateroescleróticos, que afectan al cerebro, que
pueden ocasionar la famosa demencia vascular o por multiinfartos y algunas
formas de enfermedad de Parkinson, demencias corticales y subcorticales,
según el nivel del encéfalo, que ataquen.

La arterioesclerosis disminuye la velocidad de la circulación, la
irrigación cerebral y aumenta la tensión arterial y, entretanto, vamos
perdiendo la visión cercana, con el avance de la presbicia, las cataratas o
los cambios degenerativos de la retina. Muchos ancianos van padeciendo
trastornos auditivos, que conducen a la sordera y la función sexual pierde
fortaleza en el hombre, mientras en la mujer adviene la menopausia, con la
merma de las hormonas femeninas, las llamadas estrógenos. Todo ello, trae
consigo fatiga, en un organismo que se defiende mal de los estímulos
nocivos y las agresiones provenientes del mundo externo.

Pero… la vejez no es una enfermedad sino que es, como se dice aquí en
España, ley de vida.

Sin embargo, como vemos, la vejez está asociada a una mayor frecuencia de
enfermedades, como malestares indefinidos, trastornos articulares como las
artrosis, por desgaste de las coyunturas, enfermedades cardiovasculares,
como la arterioesclerosis, la hipertensión y otras enfermedades
respiratorias, neurológicas y psiquiátricas, que le son propias.



2. DEL ANCIANO DESECHABLE AL ANCIANO SABIO.


Doctora Ángela Restrepo Moreno, científica colombiana, una autoridad
mundial en micología, ciencia que estudia los hongos y se mantiene activa
en su tarea.

http://www.semana.com/nacion/articulo/angela-restrepo-la-mama-de-los-
cientificos/394608-3


Pero, más allá de lo biológico, la psicología del anciano también es
distinta y si su salud física y mental es buena, éste, tal vez, pueda
compensar algunas capacidades perdidas.

En algunos, las facultades intelectuales se perturban, como se da en el
caso de las demencias; de todas maneras la capacidad de trabajo y la
capacidad de atención disminuyen, en términos generales, a partir de los
setenta años, pero esta circunstancia empeora si el anciano los va
abandonando.

Es sorprendente la capacidad de la doctora Rita Levi-Montalcini, una
neurocirujana italiana, quien ganase el premio Nobel de Medicina en 1986,
quien casi a los cien años mantiene su actividad como investigadora o el
caso una científica colombiana que sigue aún investigando en su campo,
quien dice, con cierto humor, que hay que aprovechar que las neuronas aún
le funcionan para seguir desarrollando el conocimiento científico; lo mismo
ocurre con otra psicoanalista, que conozco que ya octogenaria continúa
interesada en cómo se dan los vínculos humanos y todas ellas mantienen su
capacidad viajera para ir a dictar conferencias, asistir a congresos e
investigar. Personajes como ellas nos hablan de una a hermosa vejez, de una
ancianidad lozana, que depende del logro de un equilibrio físico y moral,
así su organismo, su memoria y su capacidad de adaptación no sean las
mismas de la juventud.
Pero, en ello, no sólo cuenta la capacidad del anciano sino también el
contexto social en el que está inmerso, sobre todo de que el viejo sea
capaz de comprender sus realidades y del significado que el conjunto social
le dé a la longevidad, del lugar que se les asigne a los viejos, en
diferentes tiempos y lugares.

No dejaba de constreñirme el corazón, una historia que oí de una cultura
japonesa en la que los ancianos eran llevados a las laderas de un volcán
para que encontraran allí la muerte, en una ceremonia autodestructiva, en
la que para empezar el anciano con una piedra había de quebrarse los
dientes. Se dice que los esquimales llevaban a sus ancianos a un sitio
descampado para abandonarlos allí, como una estrategia de sobrevivencia
para los individuos más jóvenes.

En poblaciones muy pobres se eliminaba a los ancianos.

El antropólogo James George Frazer relataba que los viejos de las islas
Fidji se daban muerte voluntaria, ya que pensaban que sobrevivirían en otra
vida, sin esperar la decrepitud. A ésto es a lo que se le ha llamado
entierro viviente.

Pero, cuando la lucha contra la naturaleza se hizo menos cruel, se pudo
hacer distancia y el anciano pudo comenzar a ocupar el lugar de la
sabiduría e incluso, con el desarrollo de la magia y la religión, llegaría
a considerárselo un ser con poderes especiales; como si los pueblos
empezaran a comprender bien el dicho de que más sabe el diablo por viejo
que por diablo.

Los viejos sabios, los ancianos de la tribu empezaron a ser los encargados
de transmitir la tradición oral, la historia, de memoria del clan, del
saber, ya que la experiencia de la vida los hacía depositarios de la
ciencia; se comprendía bien que la experiencia es la madre de la ciencia;
en esas sociedades, el viejo era el guardián de los recuerdos del pasado y
ello le hacía merecedor de todo el respeto.

Tribus, como la de los zandas de Sudán, pensaban que los ancianos poseían
conocimientos útiles y, por ende, eran los hechiceros más poderosos. Así
las cosas, la edad les confería prestigio y llegaban a ser los jefes de las
comunidades o se convertían en chamanes, que curaban las enfermedades.

Entre estos primitivos, el anciano se convertía en un gran Otro, poseedor
de los secretos de la cultura, lo cual no deja de producir conflictos y
ambivalencias, mociones de amor y de odio, y de acuerdo con ella se puede
subvalorar o idealizar al viejo.

Cosa muy distinta ocurre en la sociedad postindustrial, para utilizar el
concepto del sociólogo francés, Alain Touraine, para referirse a las
sociedades desarrolladas, con sus fuerzas productivas, con su avanzada
tecnología y su espíritu economicista, generador de una gran alienación,
donde aún gente muy joven empieza a considerarse improductiva, por no estar
al tenor del desarrollo tecnológico.

En fin, vemos como la condición del viejo depende del contexto social pero
cuando éste le es hostil, no se dan situaciones como con las mujeres que
luchan por la igualdad, o los negros, que se rebelan contra la opresión
pues nunca vemos que haya asociaciones de viejos para defenderse de las
hostilidades y arbitrariedades de su medio social.

La situación de la vejez en la sociedad contemporánea puede llegar a ser
escandalosa, ya que nuestro mundo se desentiende fácilmente de los viejos,
culpable de una indiferencia asombrosa, como si nadie pensara que él mismo
ha de llegar a viejo; en la vida privada, ni los hijos, ni los nietos se
esfuerzan por suavizar la suerte de sus mayores y se los trata como si
fuesen una especie extraña, que inspira aún cierta repugnancia, como si al
apartar al viejo, lográramos desmentir nuestro destino, que él con sus
canas y sus arrugas presentifica; entonces, la vejez se desacredita como
tal.

A los viejos se los trata en la práctica como seres inferiores y decadentes
y el joven los tiraniza de forma solapada; mientras ante el ser humano
longevo aparecen todos los conflictos no resueltos de los vínculos
anteriores. Es como si el anciano se convirtiera en una caricatura del
joven, en rey de burlas, no exentas de sadismo y de crueldad.

Ello hace que a los ancianos se los archive en clínicas, residencias y
pensiones, que se convierten en auténticos negocios.

Recuerdo una historia de mi país. Se trataba de una anciana de clase media
alta, que empezaba a tener cierto deterioro cognitivo y un día sufrió una
caída en su casa, por descuido de la empleada doméstica, que la atendía, lo
cual, hizo que los hijos se asustaran y decidieran llevarla a uno de estos
domicilios para ancianos.

La señora, al verse inmersa, en una institución donde la mayoría de sus
compañeras eran mujeres con grados severos de demencia, comenzó a
angustiarse, angustia que pudo trasmitirle a una hija médica, quien supo
comprenderla pero los hermanos se resistían a devolverla a casa.
Fue entonces, cuando esta hija me consultó para que le ayudara a pensar la
situación de su madre; las cosas llegaron al culmen cuando una noche fue a
visitarla y la encontró absolutamente sola, caminando perpleja, por los
pasillos de la residencia, sin que hubiera ninguna enfermera por ahí cerca.
Entonces, la doctora no pudo más y decidió llevarla, por su cuenta y riesgo
a la casa, antes de que la deshicieran sus hermanos, ya que esa era una
decisión tomada. Ello hizo que los hermanos la demandaran ante un juez por
secuestro de su madre. Pero la acusada, nos nombró testigos, para su
defensa, a una psicóloga, amiga de ella y a mí, quien funcionaba como su
terapeuta. Ambos defendimos los derechos del anciano, de tal manera que
nuestro testimonio fue más bien una cátedra para los abogados y la juez
dictaminó la inocencia de la hija fiel, a la vez que ordenaba a los
acusadores hermanos, que siguieran pasando una cuota mensual para el
manutención de su madre y el pago de una terapista ocupacional, que le
ayudara con ejercicios para evitar el deterioro cognitivo y unas enfermeras
que cuidaran de la señora, cuando la hija no pudiera hacerse cargo de ella;
lo cual fue un triunfo del bien sobre el mal, lo que no debería ser una
excepción.

Ahí vemos como los ancianos se vuelven objeto de una explotación, con lo
cual no quiere decir ésto que haya que rechazar las instituciones asilares
para ancianos de plano; hay veces en que son absolutamente necesarias.
Yo atendí, en mi país, durante muchísimos años a una mujer psicótica, que
estuvo estabilizada durante muy buen tiempo, a pesar de que, por momentos
se tornaba delirante, con delirios persecutorios. Ella había sido costurera
a domicilio, pero cuando la sociedad industrial, llevó a este gremio a la
extinción, con la venta de prêts a porter, de prendas para llevar, de
fabricación en serie y no hechas a la medida, mi paciente se quedó sin
trabajo y sin jubilación; la buena fortuna hizo que unas de sus clientes se
asociaran para pasarle una pensión bastante generosa, que daba cuenta de la
buena fe de estas señoras; pero, con el correr de los años, Ana, nombre que
le daré, empezó a presentar una arterioesclerosis cerebral, que
evolucionaba hacia una demencia; ella vivía sola con una hermana, tan
anciana como ella, en unas condiciones paupérrimas y se iba a las calles a
pedir limosna, por el barrio, donde empezaban a rumorar que estaba loca y
aún se hacía el hazmerreír y objeto de la crueldad de los muchachos. Hablé
con las señoras que la patrocinaban y acordamos llevarla a un asilo
decente, donde la mujer estuvo protegida hasta su muerte.

Estos son problemas a los que cada vez tenemos que enfrentarnos más, en la
medida en que la edad promedio de muerte se desplaza hacia una mayor edad,
con un envejecimiento de la pirámide poblacional, de la que la salud
pública ha de ocuparse, ya que es un deber de la sociedad hacerse cargo de
los viejos, sobre todo cuando sabemos que la edad suele acarrear trastornos
y patologías.



3. REALIDADES PSICOSOCIALES DE LOS ANCIANOS.


Hay que tener en cuenta que los ancianos tienden a marginarse por temor a
cometer errores, que tardan más que los jóvenes en tomar decisiones y que
su tiempo de reacción es más lento, así puedan suplirse sus deficiencias
con instrumentos, que puedan facilitarle sus existencias, como anteojos,
audífonos y otros adminículos, cosa que podría aumentar su capacidad
laboral, ya que la jubilación temprana, muchas veces lleva, a un mayor
deterioro de la facultades cognitivas y afectivas; el gran problema es que
el interés productivo de la sociedad capitalista, en la medida en que merma
el rendimiento del anciano, hace que se lo margine del mercado laboral,
condenándolo al desempleo, lo que lo convierte en una especie de paria; es
de ahí, que la pobreza de los ancianos sea uno de los problemas más
persistentes y difíciles, cosa que se agrava cuando éstos tienen que vivir
en soledad, mal alimentados, con dificultad para cuidar de sí mismos,
mientras que avergonzados por la penuria, evitan todo contacto social,
después de haber tenido una existencia normal y, mientras tanto, la
sociedad opulenta los excluye de la repartición de los frutos de la
abundancia y los lanza a la supervivencia más bruta, sin más.

La situación se agrava con la ruptura de la unidad familiar, los problemas
de la urbanización, de la vida en grandes ciudades, que aumenta el
anonimato; lo cual no deja de ser una lástima, pues la unión familiar de
los conglomerados más campesinos hace que haya un contacto
transgeneracional, que proporciona a los jóvenes la ayuda de sus padres,
aunque ello no deja de ser conflictivo en muchas ocasiones, ya que los
viejos muchas veces se niegan a la utilización de los instrumentos, que
ofrece una sociedad más moderna o tratan de imponerse sobre las
generaciones más jóvenes.

En las urbes, muchos de ellos son viudos o solteros y las parejas de
ancianos tienden a aislarse, con lo cual sus vínculos muchas veces se
vuelven tiránicos o celosos.

En una encuesta realizada en París en 1968, se encontró que estas personas
de edad, en una gran proporción, no tenían ya ninguna relación social, no
recibían jamás una carta, fuera de la correspondencia administrativa, ni
tampoco recibían visitas de nadie, de modo que no conocen a casi nadie de
su entorno.

En la década de 1980, una compañera de medicina fue a especializarse en la
capital francesa y, en el edificio donde vivía había una anciana, a la que
mi amiga veía subir las bolsas del mercado con dificultad; mi colega se
compadecía de ella y le ayudaba a subir sus cosas hasta el piso en que la
vieja vivía, con lo cual establecieron algún diálogo y alguna amistad.

La hija de la mujer vivía en París mismo; pero, nunca la visitaba y un día
empezó a impregnarse el edificio de cierto olor a podrido, por lo cual los
vecinos dieron aviso a la conserje, quien llamó a la policía, la cual forzó
la puerta y encontraron el cadáver de la anciana, quien empezaba a
fermentarse; la señora había muerto de repente, sin poder dar aviso a
nadie, en la más absoluta soledad.

Estas historias de la vida real hicieron pensar en la alternativa de las
residencias; pero en los Estados Unidos, hacia 1950, las personas de edad
empezaron a ser instaladas en especies de ghettos, en alojamientos
colectivos, sin tener en cuenta que para el anciano la vivienda es un
asunto sumamente importante.
Para el anciano que no puede cuidar de sí, ni bastarse a sí mismo, ni
física ni económicamente, la única solución pareciera ser el asilo, que en
la mayoría de las partes son morideros inhumanos, habitados por enfermos e
inválidos, lo cual hace que el hospicio se constituya para ellos en una
verdadera pesadilla, que ocasiona grandes shocks psicológicos, en ámbitos
sociales, donde la mortalidad aumenta de una forma considerable, ya que los
ancianos no toleran ese modo de vida, con reglamentos estrictos, con
rígidas rutinas y visitas dosificadas, que era lo que pasaba a la madre de
mi colega, quien añoraba con ansiedad su hogar, su casa.

La inactividad dentro de los asilos puede conducirlos a un estado de cosa,
a una reificación, en la que pierden su condición de sujetos y los conduce
al deterioro senil de una forma galopante.

Es bien sabido que muchos de viejos aprovechan las salidas de la
institución para irse a beber, lo cual les sirve, en la euforia alcohólica,
de lenitivo para las ansiedades depresivas, que les toca tolerar en la vida
cotidiana.

La vida comunitaria es muy mal tolerada por muchos de ellos; esa manera de
vivir los hace sentirse desdichados, ansiosos y si no recurren al alcohol,
encuentran otra manera de defenderse en el repliegue sobre sí mismos,
aislados del mundanal rüido, inertes, lo cual, muchas veces, los torna
paranoides, por las ansiedades persecutorias que padecen, de tal manera que
la vida asilar no está exenta de conflictos.

Ellos se sienten muy violentados al no poder contar con una vida privada.

Muchos se tornan regresivos, vuelven a tener actitudes infantiles,
abandonan el control de esfínteres y llevan su pasividad al extremo,
mientras la Administración los abandona en el terreno moral, sin que haya
salas donde puedan reunirse, donde se les propongan distracciones ni tengan
monitores, que se ocupen de ellos; para evitar el desmoronamiento moral,
que se da a pasos agigantados desde el internamiento, el cual, muchas veces
los reduce a una vida vegetativa.

La vida asilar, en otras ocasiones, los lleva a una perdida de la
identidad.

La jubilación también contribuye a ello, en la medida que pierden lo que
constituye el centro de su propia vida, lo que los hace realmente ser, y
cae como un mazazo en la vida de los ancianos, ahora no saben cómo emplear
el tiempo, y se deshabitúan completamente, sienten que ha comenzado su
decadencia, ya que pierden el lugar que han tenido en la sociedad, su
dignidad, y esto casi les hace romper con el juicio de realidad.
No hay duda de que el momento de la jubilación se constituye en un momento
crítico para los seres humanos, como lo señalara Balzac en Les petites
bourgeois.

La ociosidad pesa, junto con el descontento por la pobreza, con grandes
sentimientos de aburrimiento y de autodevaluación.

Muchas mujeres temen que sus maridos se jubilen; bien saben que el nivel de
vida bajará, que habrá preocupaciones económicas, que se les vendrá todo el
tiempo encima, que habrá más trabajo que hacer en casa mientras muchos de
los viejos se hunden en la hipocondría.

Por ello, muchos gerontólogos consideran a la jubilación nefasta, ya que
eleva el índice de mortalidad o conduce a depresiones duraderas, ya que el
sujeto está enfrentado a todo un duelo, obligado a volver a situaciones de
dependencia, a la que puede asociarse un deterioro de la salud.

Para contrarrestar eso, sugieren que el anciano conserve sus actividades,
cosa que no entendieron en un pueblo colombiano donde trabajé de joven.

Un día me llevaron a una anciana con una desnutrición severa, lo cual me
servía de indicio de que algo pasaba en el asilo donde vivía. Propuse
entonces al cura párroco, de quien dependía la institución, que me
permitiera hacer con los ancianos del asilo una especie de psicoterapia de
grupo, que empezó a funcionar muy bien, a pesar del disgusto de la
directora del asilo, una antigua prostituta, que se oponía a dicha
actividad; pues, dicha mujer podía intuir que los viejecitos podían empezar
a cuestionarla.

La desnutrición de la anciana llevó a los otros viejos a empezar a quejarse
de la mala alimentación que les daban, por ejemplo, no tomaban leche;
entonces alguno de los hombres del grupo dijo que él era experto en cuidar
vacas y que en los predios del asilo podrían tener una o dos vacas, cosa
que fue celebrada y aprobada por sus compañeros; pero ya no hubo interés,
por parte de las directivas del hospicio, para que se hiciesen más
reuniones; el cura del lugar me llamó a decirme autoritariamente que
suspendiéramos esa actividad grupal, sin darme ningún tipo de
explicaciones, aunque yo me dí perfecta cuenta de que la reflexión grupal y
el volver a darle la palabra a los viejos resultaban siendo acciones
demasiado subversivas para el establecimiento, que no podía comprender que
el trabajo, en el ser humano, viendo siendo una función fisiológica.





http://sp.depositphotos.com/61439677/stock-illustration-milkmaid-milking-a-
cow.html



Lo que no sabían era que cuanto más elevado es el nivel intelectual de un
individuo, más ricas y variadas son sus actividades y que la inactividad
acarrea la apatía, que pude llevarlos por un torbellino descendente.

Alexis Carrel comprobaba que el exceso de tiempo libre era más peligroso
para los viejos que para los jóvenes, ya que cuanto más tienen, menos
capaces son de ocuparlo y el aburrimiento les quita el gusto de vivir y de
distraerse.

Una alternativa contra los efectos deletéreos del ancianato podrían ser los
centros diurnos; muchos de los ancianos, que antes dormitaban y no hacían
nada, al entrar a ellos, empezaban a leer, a mirar la televisión, a
participar en movimientos sociales; la vida mejoraba con las actividades
culturales, con las manualidades, con los ejercicios físicos. Es importante
poder realizar acciones útiles; tal vez, ésto es algo que deberían saber
los sindicalistas, que al reivindicar derechos se olvidan de la importancia
del trabajo para el ser humano.

Desde hace tiempos se sabe que en las sociedades ricas, desarrolladas, el
suicidio es más frecuente en la población anciana y que llega a ser una
causa de mortalidad importante, muchas veces precedido por cuadros
depresivos de mayor o menor grado, en tanto y en cuanto, el viejo siente
que le es difícil modificar las condiciones de su existencia, que una
golondrina no hace verano y no hay asociaciones de viejos.

Y la edad se apodera de nosotros por sorpresa, como algo difícil de asumir,
ya que nunca pensamos que ese destino fuera realmente para nosotros.

El viejo siente que se ha convertido en otro pero siendo él mismo, aunque
si la adaptación se ha operado sin tropiezos, el sujeto que envejece casi
ni lo nota; es como si la pendiente fuera muy leve, casi imperceptible;
somos hoy como ayer y mañana como hoy; se avanza sin sentirlo, como
escribía Madame de Sévigné, quien añadía que sólo los cambios bruscos
pueden destruir esa tranquilidad.

Usualmente pensamos que es el otro el que es viejo, ya que ese apelativo
suena como un insulto; por eso, cuando a alguien se le dice viejo monta en
cólera; pues, cuando se está bien dentro de la piel, cuando se está
satisfecho, en buenas relaciones con el medio, la edad es algo abstracto y
hay que hacer un gran esfuerzo para convencerse de que se tiene la misma
edad, de aquellos que considerábamos muy viejos cuando éramos jóvenes.

Para muchas mujeres, la vejez viene a ser una descalificación radical y
tratan de engañar a todos con su manera de vestirse, de maquillarse o con
su mímica para convencerse a sí mismas, de una manera narcisista, que
escapan a la ley común; es bien sabido que casi ninguna mujer mira la vejez
con complacencia.

http://darknera.blogspot.com.es/2013/11/recuerda-la-primera-vez-que-el-le-
juro.html



Hay personas, que se avejentan prematuramente por el miedo, que tienen a
envejecer, pero hay otras que luchan contra ella, como sucedía al viejo
hermoso Walt Whitman; para él, la poesía, la amistad, la naturaleza eran
razones para vivir, a pesar de la declinación de la que era consciente y su
corazón se mantenía alegre.












http://www.babelxxi.com/?p=4687



Giovanni Papini, en su vejez, mantenía deseos de aprender y de trabajar;
algunos ancianos viven los últimos años de su vida como todo un desafío, un
poco a la manera de el protagonista de El viejo y el mar de Ernest
Hemingway, quien decía que un hombre puede ser destruido pero no vencido, a
diferencia del autor de dicha novela, quien, a pesar de toda su vitalidad,
no toleró la herida al amor propio, que supone el envejecimiento, por no
sentirse cargado de la exuberancia juvenil y la virilidad, que lo
caracterizaban; aunque es cierto que luchar contra la declinación, la
retarda, ya que lo físico y lo anímico están profundamente unidos.

La libido, el apetito sexual de los viejos disminuye en el sentido de lo
genital, pero los hombres y mujeres mayores tienen un recuerdo de ella y
además pueden recurrir a otro tipo placeres pregenitales.

El viejo desea desear si su vida genital le ha sido satisfactoria; pero,
los que se entregaban a ella con miedo o repugnancia, sienten un alivio de
refugiarse en una castidad que, ahora, les parece normal.

La actividad sexual produce en el sujeto un aumento de la autoestima, ya
que el amado se siente amable y se da sin reticencia al amor; sin embargo,
la mayoría de los ancianos no quieren ser vistos como viejos verdes y dar
una imagen desfavorable de sí mismos los disuade de ser seductores; por
ello, muchos viejos se pliegan al ideal convencional, que se les propone,
ya que los deseos, que los avergüenzan, los niegan o reprimen.

La frecuencia de coitos disminuye con la edad, en tanto y en cuanto,
sienten la libido debilitada y notan cierta involución de sus órganos
genitales, aunque los casados buscan más el amor que aquellos a quienes los
ha sorprendido la vejez solteros o viudos, ya que se protegen de heridas
narcisistas ante la imposibilidad de llegar a una erección, de mantenerla y
poder satisfacer a su pareja.

Sin embargo, aún hombres casados mantienen su actividad sexual muy
espaciada o anulada, sobre todo si el envejecimiento se acompaña de fatiga
física o mental, de preocupaciones y achaques; además el envejecimiento de
su pareja puede resultarles poco atractivo.

La viudez suele producir un traumatismo, que aparta al viejo o a la vieja
de toda actividad sexual, ya que han perdido en su mayoría su poder de
seducción; si buscan aventuras, sus tentativas no duran y dudan en correr
el riesgo.

Una solución por la que optan muchos es el onanismo, la masturbación, aún
entre las personas casadas, en tanto y en cuanto, el coito les resulta una
operación mucho más compleja y difícil, puesto que es una relación con un
otro.

La condición social del sujeto influye en sus actividades; mientras más
pobres sean, mayormente tratan de mantener su actividad sexual, ya que
están menos condicionados por las mitologías sexuales de los burgueses y la
vida sexual se prolonga cuanto más rica y feliz haya sido; si el sujeto ha
habido una gran complacencia narcisista, abandona la actividad sexual
cuando no se considera atractivo para la pareja; si sólo ha querido afirmar
su virilidad o su virtuosismo en las artes amatorias, su poder de
seducción, el triunfo sobre los rivales, se alegrara de poder abandonar
esas actividades. El macho ya no encuentra en el coito un placer tan
violento y entonces acude a la búsqueda de satisfacciones indirectas y con
mayor razón si es impotente; entonces se complace con lecturas eróticas,
con obras de arte libertinas, con chistes picantes o frecuenta a mujeres
más jóvenes, con las que tiene encuentros furtivos o se entrega a
actuaciones del tipo del fetichismo, del sadomasoquismo y del voyeurismo,
como una regresión a la sexualidad polimorfo-perversa infantil que les
facilita la vida, como alternativas de búsqueda del placer.

Muchos de estos viejos, como el informe Kensey lo revela, en la medida en
que son impotentes acuden a la paidofilia, y son culpables de muchos de los
acosos sexuales a niños, aún de sus propios nietos, con lo que violan el
tabú de la prohibición del incesto.

No es raro que aparezca el exhibicionismo como fenómeno que acompaña la
vejez, algunas veces con cierta cuota de sadismo, cuando se goza con la
provocación del escándalo, al mostrar a las mujeres su miembro en erección,
pero también hay una variante masoquista, que goza al mostrar la flaccidez
de su miembro y presentarse como verdaderos ecce homos, que se convierten
en verdaderos reyes de burla y se colocan en el lugar del escarnio.


Pero no siempre los amores de los viejos están condenados al fracaso, bien
lo demuestran la novela de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos
del cólera, en la que Florentino Ariza puede vivir una relación postergada
con Fermina Daza, o en las películas Volver a empezar (Begin the beguine)
de José Luis Garci, película española, merecedora del Óscar a la mejor
película en lengua extranjera de 1982, en la que un premio Nobel de
literatura retoma el amor por una mujer, con la que hubo de interrumpir su
relación a raíz del exilio y en la producción hispano-argentina de Marcos
Carnevale Elsa y Fred, del 2005, en la que dos ancianos tienen un encuentro
fortuito en Madrid y viven un romance que ellos viven como la última
oportunidad de ser felices, pese a las iniciales resistencias del hombre,
quien termina por hacer de lado su hipocondría y vivir con plenitud sus
últimos años, ante la insistencia de la mujer, la cual nos permite rescatar
la idea de la posibilidad del amor a cualquier edad, sin caer en
estereotipos.



http://bachilleratocinefilo.blogspot.com.es/2014/12/volver-empezar-el-1-
oscar-paco-huesca.html


En el terreno de lo psicopatológico puede desarrollarse una perversión
propiamente dicha, cuando se fija un tipo de conducta sexual indirecta o
pueden aparecer delirios erotómanos, en el que se sienten objeto de amor de
muchas personas del sexo opuesto o delirios de Dorian Gray, de eterna
juventud, que sirven para restituir la falta de aquello de lo que carecen
en realidad, la juventud.

Incluso, tengo en mi memoria la historia de una pareja de la vida real.

Ella era una mujer viuda hacía más de veinticinco años, señora muy de su
casa, absolutamente fiel al recuerdo de su marido, a quien va a visitarla
un anciano, que buscando a sus amigos de juventud, los hermanos de ella,
se encontrara con el hijo de ésta, quien le diera su dirección.

Los viejos empiezan a verse todos los días.

Él vive en una residencia para ancianos, donde lo han llevado sus hijos y
todos los días hace su camino para hacer una visita matinal a su amada,
quien lo recibe un rato. Nadie se entera de los encuentros, salvo la hija
soltera, quien un día, vuelve por algo a casa y los encuentra.

La joven se muestra bastante tolerante con la relación hasta que un día la
señora le dice que piensa casarse. La hija le expresa cuánto se alegra de
que hayan tomado esa decisión; pero, los demás hijos de la señora se
preguntan si ambas han enloquecido, ya que la señora madre tiene ochenta y
un año y el caballero, noventa y uno. Temen que el hombre haga una demencia
en casa de su madre, que se enferme y se vuelva una carga; sienten
vergüenza ajena por el show, que armaran los ancianos y, de seguro, sienten
celos que el padre muerto sea sustituido por un hombre vivo. La anciana
sospecha que temen por la herencia y hace el testamento para calmar los
ánimos; pero los hijos insisten que se trata de una chochera senil.
La veterana los cita a todos a una reunión, los escucha y, muy digna y
circunspecta, termina por decirles que ella no fue consultada para los
respectivos matrimonios de sus hijos, que cada cual se casó con quien
quiso, sin que ella hiciera ninguna objeción; ahora que la mayoría viven en
otras ciudades del país y la hija soltera se mantiene tan ocupada, ella
tiene que vivir largos ratos de soledad, de tal manera, que ella sólo
desistirá de su boda si esta hija, quien vive con ella, se opone; le da
entonces la palabra a ésta y como ella consiente con el matrimonio, la
ceremonia nupcial se celebra en la sacristía de la iglesia, para tener
cierta privacidad.

En adelante, la pareja vive trece años juntos, se van de paseos por los
pueblos de la provincia en autobús, disfrutan de la compañía, reciben las
ternezas de los parroquianos, conmovidos por aquel amor en los tiempos del
cólera, que se da en la realidad, que hace a cada uno soñar que podrá no
estar solo en su vejez, hasta que un día, casi de repente el hombre muere a
los ciento cuatro años y su mujer lo sobrevive otros diez más.

Así pues vemos que los amores de los viejos no siempre están condenados al
fracaso y que aún la vida sexual puede prolongarse muchos más años, ya que
sexualidad, salud y vitalidad van unidas y la vida sexual se prolonga por
largo tiempo cuando ha sido rica y siempre que haya ganas de no morir
desacompañado.
Que la impotencia no anula el deseo nos lo demuestran las novelas japonesas
de Tanizaki, La condición impúdica (1956) y El diario de un viejo loco
(1963) como también La casa de las bellas durmientes (1963) de Yasunari
Kawabata, que tiene como secuela la novela de Gabriel García Márquez
Memorias de mis putas tristes (2004) sobre la base del erotismo japonés,
mezcla extraña de pudor y lujuria, donde los personajes miran con deseo el
cuerpo femenino, lo llenan de caricias y aman hasta la muerte, ya que saben
que, aunque sean impotentes, persiste una vida sexual, ya que mientras
estén vivos no pueden dejar de sentirse atraídos por el otro sexo y
obtienen satisfacción por medios pregenitales e indirectos; así pueden
revivir los recuerdos de una juventud cercana.

Pero, también entre los homosexuales se conocen ejemplos de vida amorosa en
la vejez, aunque la sexualidad de la mujer parece menos afectada en la
vejez, dado que, según Kinsey, a lo largo de la vida, en la mujer hay una
mayor estabilidad sexual que en el hombre, y en la senectud sus
posibilidades de deseos y placer son las mismas y, según Masters y Johnson,
si bien la respuesta sexual humana disminuye con la edad, la mujer sigue
siendo capaz de acceder al orgasmo, sobre todo si tiene un estímulo sexual
eficaz y regular.

En ellas, puede aparecer dispareunia, a causa de la disminución de las
secreciones vaginales, el adelgazamiento y la sequedad de las paredes
vaginales y las contracciones espasmódicas del útero, que producen dolor
con la penetración y, a veces, aún sangrado, situación que puede mejorar
con uso tópico de estrógenos y lubricantes.

También puede hacer su aparición la disuria postcoital, un dolor quemante,
por la fricción en una vagina con paredes más débiles, que alcanzan a
irritar la uretra, que puede tratarse de igual manera.

Para la mujer, el juego pregenital suele ser muy satisfactorio, ya que
ellas lo valoran mucho más que los hombres. Sin embargo, de acuerdo con el
informe Kinsey, las relaciones sexuales entre las ancianas son menores que
entre los viejos, dada la condición de objeto sexual de la mujer, que, con
el envejecimiento pierde valor a los ojos de los varones; de igual manera,
los deseos sexuales persisten en la vejez de las mujeres homosexuales.

Los deseos sexuales de la hembra humana pueden estar reprimidos; pero,
nunca se apagan y algunas pueden padecer de delirios erotómanos, cuadro
psicopatológico en el que el sujeto afectado está convencido de que otro u
otros individuos están enamorados de él.

Y bien sabemos que hay todo un vínculo entre sexualidad y creatividad, hace
falta cierta agresividad, que tiene que ver con la libido, que busca follar
con el mundo.

El hecho de que la pareja conyugal tienda a unirse más con las
enfermedades, el aislamiento subsecuente a la jubilación y la partida de
los hijos, hace que el vínculo se estreche tanto que alcance niveles
simbióticos, que hacen que muchas veces la muerte de uno se siga de la
muerte precoz del otro, aunque una convivencia tan estrecha les ocasione
más tormentos que felicidad. Aún para parejas que han vivido felices y
unidas, la vejez puede llegar a ser un factor de desequilibrio y la
inseguridad de perder al compañero conyugal puede ser que aparezcan celos
patológicos.

De otro lado, la edad modifica nuestra relación con el tiempo, ya que con
el correr de los años, el futuro se reduce y el pasado se aumenta; como
diría el poeta colombiano, Rafael Pombo:


Y esta pobre viejecita


cada año, hasta su fin,


tuvo un año más de vieja


y uno menos que vivir…



O como escribiera el poeta griego Konstantin Kavafis:


Los días del pasado son
esas velas apagadas.
Las más cercanas todavía humeantes,
las más lejanas encorvadas, frías,
derretidas.

No quiero verlas. Me entristece
recordar su brillo…


Y es que los viejos tienen una larga tras de sí y, por delante, una
esperanza de vida muy limitada; pero, ese pasado no es nada más que
recuerdos, es lo que se ha dejado atrás y la única manera de poseerlo es
poderlo incluir en un proyecto, al presentificarlo y rememorarlo.

Y el tiempo ya no pasa de igual modo; la vida pasa rápido

La muerte de los otros, cosa tan presente en la vejez, constituye una
ruptura brutal con el pasado; la muerte de un amigo, de un allegado, nos
priva de su presencia y de toda esa parte de vida compartida; la muerte de
los más jóvenes, sobre todo si los han engendrado, criado o ayudado a
formar, significan la ruina de toda una empresa y hace vano cualquier
esfuerzo, pues con ellos se marchan las esperanzas depositadas en ellos.

La infancia vuelve a obsesionar a los ancianos y tanto sus conflictos como
los de la adolescencia despiertan, hasta llegar a marcar un destino
patológico.

La infancia podría devolver un porvenir sin límites. El viejo sabe de su
finitud, que el niño y el adolescente ignoran; el anciano ve reducirse su
universo y dispersarse sus proyectos, sabe que su vida está hecha y que no
podrá rehacerla, que el porvenir no es largo, ni henchido de promesas; el
futuro está limitado a muy corto plazo. La situación puede llegar a ser
asfixiante.

Pero ciertos imperativos se imponen con fuerza, bajo las órdenes de:

- Ese trabajo debe ser realizado.

- Esa obra concluida.

- Esos intereses han de protegerse.

para cumplir con un proyecto identificatorio preestablecido.

El viejo puede sentirse agarrado por la angustia, ya que tiene que hacer un
esfuerzo contra reloj, sin tregua alguna y, así las cosas, puede perderse
todo sentido del ocio.

Nuestros proyectos pueden apuntar a fines, que se sitúan más allá de
nuestra muerte.

Se vive un momento, en el que el ser humano no puede contar con una especie
de eternidad, pues el movimiento de la historia singular se ha acelerado y
el mañana destruirá lo que se construyó ayer; la célula familiar ha
estallado y el hijo no recomenzará lo que ha hecho el padre, asunto del que
se tiene plena conciencia; la propiedad será vendida; el negocio será
liquidado, como todas las cosas que constituían el sentido de su vida; sólo
si ha criado a los hijos en libertad, tendrá la satisfacción de que la
vivan a plenitud.

El padre no se reconocerá ya en su hijo, mientras la nada, la NADA va
ganando terreno, como lo hiciera con Fantasía, en La historia interminable,
a sabiendas que la nada es ¡NA-DA!, ausencia de todo, no ser, carencia de
todo, sin que aparentemente podamos ofrecerle al anciano un destino
distinto, ningún lenitivo para ello.

En un mundo móvil como el de hoy, el devenir individual no coincide con el
social y el viejo ya se encuentra retrasado con respecto a él; el anciano
ya camina lerdo mientras la humanidad no es monolítica; las nuevas
generaciones se sienten libres del pasado y toman la antorcha para el
relevo en la maratón de la vida, en su afán de superar la generación
anterior.

En el campo del conocimiento, el viejo ha empezado a atrasarse; cada vez se
torna más ignorante, en la medida que los descubrimientos científicos se
multiplican, en la medida en que las ciencias se enriquecen, a pesar de
todos los esfuerzos por conocerlas.

Entonces el viejo se queda en la cola de la sociedad; la industria y el
comercio superan con creces la formación del artesano o el comerciante que
fue; los profesionales se tornan caducos; en las carreras donde se
requieren grandes aptitudes físicas, la involución biológica se hace
determinante; muchos terminan por retirarse del todo.

Se dice que es muy difícil que un sabio invente algo en la vejez, aunque el
científico haya optado por lo universal, captado a través de símbolos y
conceptos, aunque trabaje aisladamente no está solo sino que participa de
una obra colectiva; pues, el hombre de ciencia no es un aventurero, sino
alguien, que retoma la obra de sus predecesores mientras otros
investigadores lo acompañan, que como él dominan el conjunto de
conocimientos, que constituyen su especialidad y descubre en ellos fallas y
contradicciones, que trata de repensar y solucionar de alguna manera;
pero, con la vejez, tiende a aferrarse a viejos modelos, que pueden devenir
acientíficos e ideológicos; paradójicamente, con la vejez uno se vuelve más
libre y menos libre; más libre con respecto a los otros, pero menos libre
con respecto a sí mismo, ya que se necesita mucho valor, mucho coraje y
mucha pasión para demoler de arriba abajo los conocimientos adquiridos,
cosa en la que los jóvenes están en mejor condición de hacerlo.

Así, el hombre de ciencia choca con resistencias íntimas; sus hábitos
intelectuales lo hacen obstinarse en métodos caducos; la especialización le
veda la lectura de trabajos paralelos, así su conocimiento sea necesario
para introducir alguna innovación. La vejez se convierte en un verdadero
obstáculo epistemológico, en el sentido, que le diera a este concepto,
Gastón Bachelard.

La defensa de sus esquemas conceptuales, referenciales y operativos hace
que el viejo científico contraríe el progreso de la ciencia; por ello,
Bachelard decía que los grandes sabios son útiles a la ciencia en la
primera mitad de su vida y perjudiciales en la segunda, ya que aún grandes
inteligencias tienen dificultad para marchar con su tiempo. Aprender y
enseñar cosas que no pueden aceptarse en lo más íntimo de uno mismo,
siempre es cosa difícil.

En cambio el filósofo pareciera tener un destino distinto al del hombre de
ciencia, ya que el pensador se coloca en una posición ambigua con respecto
a la ciencia a la que defiende y crítica; la acepta como producto humano
pero la niega que sea el reflejo de la realidad en sí, de la esencia de las
cosas mientras el científico no pone en tela de juicio, al sujeto
cognoscente, al hombre, que el filósofo sí cuestiona.

En cuanto a la creación literaria, a pesar de las diversas posibilidades,
la vejez no pareciera favorecerla, ya que escribir es una actividad
compleja, que implica una tensión entre el rechazo del mundo y un
llamamiento a los semejantes, lo cual es, desde el vamos, una posición
difícil, que implica a las pasiones, exige fortaleza, cosas que la vejez
reduce y el escritor puede repetirse alienado por sus intereses
ideológicos, cosa contra la que Simone de Beauvoir se rebelaba.

Pero lo cierto del caso es que todo literato escribe desde su singularidad
y es él, entero, el que está en su obra, tal como la vida lo ha hecho o él
la ha elegido, ya que todos cambiamos pero sin perder la identidad y la
obra finalmente está afectada por la finitud del escritor.

De todos los géneros literarios, el que pareciera más contraindicado para
la persona de edad es la novela aunque hay honrosas excepciones.

La gran obra de José Saramago empieza a escribirse a los sesenta años del
autor, al igual que la de Daniel Defoe y Miguel de Cervantes escribiría el
Quijote muy cercano a esa edad.

En los músicos se ha observado que su obra progresa con los años, ya que
ese arte requiere, para llegar a la maestría y la originalidad, de un largo
aprendizaje.

Los pintores, en cambio, no están sujetos a reglas tan estrictas pues
también requieren de un largo tiempo para superar las dificultades del
oficio y su obra está constituida por una pluralidad de cuadros, para ser
cada vez una sucesión de comienzos; ellos viven en el presente y no en la
prolongación de un pasado. Cada vez se hacen menos tímidos ante la opinión
pública, al adquirir una mayor confianza en sí mismos.

Pero, en general, intelectuales y artistas tienen una mayor conciencia de
la brevedad de su porvenir y de su singularidad insuperable; muchos de
ellos, ponen toda su pasión en seguir luchando, en seguir buscando la
alegría que les reportaban sus progresos, así la muerte pueda estar a la
vuelta de la esquina; ellos quieren superarse conociendo y asumiendo su
propia finitud, que la muerte los sorprenda en el camino, ya que su obra
puede ser un recurso contra ella, una promesa de supervivencia, así los
hombres del futuro sean distintos de ellos.

En los políticos, el hombre de edad que practica el arte de gobernar, su
elección ha sido la del mundo real, en lo concreto, más allá de
imaginaciones y conceptos abstractos, ya que quiere actuar sobre los
hombres del presente para transformar la Historia.

Para la realización de esta misión, el hombre buscará el Poder y dependerá
mucho de los otros, ya que los seres humanos mismos son su materia prima;
les sirve, sirviéndose de ellos; sus éxitos y fracasos dependen de sus
semejantes; para ello necesitan que su aventura se prolongue
indefinidamente y sólo así la vejez puede resultarles soportable. La
actividad política de un viejo está abrumada por su pasado y, con
frecuencia, el político anciano no consigue comprender una época muy
alejada su juventud, ya que le faltan elementos intelectuales para hacerlo
y así el más liberal o libertario puede devenir conservador y un hombre que
mantiene toda su vida la línea política de su juventud, por fidelidad a su
pasado, llega a ser superado en un momento dado; por eso hay que poder
cambiar para seguir siendo uno mismo y no quedar desplazado por la
actualidad, que tal vez fue algo que le pasó a Winston Churchill, quien
terminaría hundido en la melancolía, entristecido por la desaparición de
las viejas costumbres, con una gran merma de su capacidad de trabajo. Pero
el político está para hacer la Historia y morir para ella.

El tiempo que el ser humano considera suyo es aquél en que concibe y
ejecuta sus empresas; pareciera pertenecer a los jóvenes, quienes realizan
sus actividades y animan sus proyectos, mientras el viejo improductivo e
ineficiente apenas si es la sombra de un sobreviviente; es por ello, que
los ancianos se vuelven hacia el pasado, al tiempo que les ha pertenecido,
cuando eran un sujetos en pleno derecho, seres vivo y no una especie de
zombie, muertos en vida; albergan entonces la vana ilusión de que todo
tiempo pasado fue mejor. Ese tiempo estaba poblado por gente de su edad, en
cambio, ahora, han visto morir a muchos, mientras flotan solitarios en un
tiempo poblado por gente nueva y desconocida. Si quieren tener un punto de
vista joven, han de remitirse a la generación que le sigue; tienen el
triste privilegio de estar solos en un mundo nuevo y su mayor desgracia es
haber sobrevivido a sus amigos. Algunos podrán asumir estas circunstancias
con placer, con orgullo y dignidad, sin convertirse en muertos a plazo
fijo, en la medida en que aún siguen en su proyecto.

Habrá personas que, ante los avatares políticos y sociales, se sientan
amenazados y lleguen a pensar que toda partida está perdida, que toda lucha
es huera y deciden dar al traste con su vida, como se supone que lo hiciera
Virginia Wolff, si no hubiera una enfermedad maníaco-depresiva en el
trasfondo.

Un viejo, que siente que ha contribuido a ocasionar acontecimientos
lamentables, puede sentirse más afectado que uno joven, al sentir que no
tiene tiempo suficiente para reparar, como pareciera ser que fue el
tormento de Albert Einstein, al final de sus días, en la medida en que sus
descubrimientos habían contribuido a la fabricación de la bomba atómica.
Y el contexto social influye en la relación del viejo con la muerte, que al
destruir a nuestro organismo, anula nuestro ser-en-el-mundo. Todo anciano
sabe que pronto morirá, que hay allí un límite de sus posibilidades, así no
tenga ninguna experiencia íntima de la muerte, ninguna representación
propia.

La muerte es el reverso inevitable de todos nuestros proyectos, ahí cesamos
de accionar, de emprender. Algunos la justifican con base en la fatiga; hay
seres humanos a los que nos les basta con vegetar, con tener una vida
disminuida, ya que lo que desean es trascender y trascenderse; pero la
decadencia biológica limita esa voluntad de superación, de apasionamiento,
en la medida en que va aniquilando los proyectos.

Entonces, la idea de la muerte resulta menos agobiante, las ausencias
marcan su compás y cuando todo se lo haya tragado la ausencia no quedará
más que la indiferencia.

Los psiquiatras dicen que la muerte se torna obsesionante si el viejo, en
el pasado, le ha tenido un miedo morboso, y eso tiene que ver con los años
de formación, de infancia y de adolescencia, con un pasado remoto o puede
ir unida a sentimientos de culpabilidad, más si se es creyente y se teme
ser lanzado a los profundos infiernos.
La muerte pareciera ser preferible al sufrimiento; se la evoca en estados
melancólicos, cuando el presente parece siniestro pero aún hay muchos
viejos que se aferran a la vida, aún después de haber perdido toda razón de
vivir, como lo describiera Simone de Beauvoir en su crónica Una muerte muy
dulce.

Pero hay muertes lúcidas y apacibles, cuando ya se ha extinguido todo deseo
de vivir, cuando el viejo prefiere el sueño eterno a la lucha o al tedio
cotidiano.

La mayoría de los viejos saben demasiado a dónde van, las cosas del mundo
pueden seguir siendo interesantes; pero les falta una cierta resonancia.

En la juventud, el mundo es mucho más lleno de sentido, de promesas, y
cualquier incidente hace que el sujeto vibre y resuene, pero las
vibraciones en un universo reducido de tamaño terminan por extinguirse.

La apatía y la inercia generan un vacío alrededor; ese es el estado en el
que se hunden muchos jubilados.

Ahora resulta imposible abrirse a caminos inéditos; pretender inventarse
intereses y placeres.

La edad pareciera quitar el gusto de instruirse y la falta de un proyecto
pareciera matar el deseo de conocer; la curiosidad disminuye.

Viene entonces la indiferencia intelectual y afectiva hasta reducir al
anciano a una total inercia.

El anciano no se siente concernido por nada; podría quedarse en la cama
todo el día si la decencia y el temor a la enfermedad no se lo impidiera.

El viejo acoge con desasosiego la novedad; eso le dificulta improvisar,
hacer nuevas elecciones; prefieren un mundo reglado, que no suscite ningún
problema, donde cada cosa esté en su lugar, en un universo ritualizado,
regentado por la fuerza de la costumbre; por eso, acuden a jugar a las
cartas en determinado café, con determinados amigos, una repetición, que,
para ellos, alberga algún sentido.

Esas manías crean imposibilidades; el sujeto se niega a viajar y, a cambio,
se esclerosa y automutila. Pareciera ser que lo único que pudiera
enriquecerlo es lo habitual, al brindarle como una especie de seguridad
ontológica, que le permite saber quién es.

El hábito se convierte en un refugio contra la angustia y si no está ahí lo
habitual pareciera ser que la muerte sobreviene. Por ello, los viejos que
son transplantados de la casa, separados de sus hijos, se encuentran
perplejos, desorientados y desesperados; aferrarse a los hábitos es como
aferrarse a las posesiones, que también son garantes de una seguridad
ontológica, como si la totalidad de las propiedades reflejara la totalidad
del ser, como si las cosas tuvieran una acción mágica; por eso, el viejo
detesta, que usen sus cosas, aún más, que se las toquen; el dinero se
vuelve sinónimo de poderío, le produce una satisfacción narcisista, al
hacerle sentir la ilusión de que nada le falta, como una defensa contra la
acción de los otros, que pueden ser el infierno.

Por eso, no me parece casual, la alta frecuencia de delirios de robo de
dinero entre los ancianos que colocan, en ese significante, el tesoro de
sus capacidades, que al percibirlas menguadas, les hace fantasear que han
sido robados.

Así la avaricia del viejo Harpagón de Molière, se convierte en una forma
retentiva, de agredir a los demás, con una absoluta falta de generosidad,
pero ellos sienten que no pueden soltar lo que tienen y les permite ser. Y
las actitudes más reivindicativas y desconfiadas las tienen hacia sus
propios hijos.

Recuerdo que hube de intervenir con un amigo, para ayudarle a sortear la
profunda herida narcisista que le ocasionó que su padre demente pensara que
le estaba robando; el hijo no podía ponerse en la mirada del otro; no podía
pensar que esas ideas de robo hacían parte del deterioro congnitivo de su
padre, quien empezaba a delirar y a perder el juicio de realidad.

Así mismo recuerdo, una buena señora, quien había sido como la Ruth bíblica
con su suegra Noemí, en una relación siempre positiva y cálida con su madre
política.

Al comenzar en la anciana una demencia vascular, la madre de su esposo la
hacía avergonzar porque la madre política iba a denunciarla a la policía
por ser una ladrona, si no era que armaba unos serios escándalos en la sede
bancaria, donde tenía depositado su dinero, lo cual cedió al darle una
gotitas de un antipsicótico a la pariente más vieja.

La relación con los nietos para los ancianos puede ser todo un atenuante,
ya que pueden tener con ellos una rica vivencia afectiva, se sienten
rejuvenecer en contacto con esta nueva generación, vuelven a sentirse
útiles al ayudar con su crianza, lo cual puede ser también tan
gratificante, que recuerdo haber leído en una revista norteamericana sobre
la medicina china, una referencia a niños de ese país que decían:

- Si no tienes una abuela o un abuelo, alquílalos.

La vivencia del mundo como persecutorio hace que los viejos se aíslen, que
corten relaciones con los demás, que tengan cambios bruscos de humor, que
se vuelvan hipertímicos, con respuestas afectivas exageradas, que presenten
labilidad emocional, que lloren con facilidad y para no demostrar esas
debilidades se amurallen en sí mismos, se acoracen.

Su relación con otros viejos se torna ambigua; se reúnen para recordar,
cuando se identifican entre sí; algunos cultivan las amistades más
antiguas; pero en la medida en que el otro se vuelve un espejo de sí mismo
ya no les resulta agradable.

La amistad con gente más joven puede resultarles muy revivificadora a los
ancianos, en especial, al no estar cargada de toda la ambivalencia que se
tiene hacia la parentela

Los viejos más favorecidos mantienen intereses polivalentes.

Algunos pueden empezar a padecer lo que el gerontólogo Louis Kaplan llamó
la delincuencia senil, para parodiar el término de delincuencia juvenil,
ante el hecho de los ancianos sentirse excluidos; una tendencia delictiva,
que si bien no se manifiesta con actos violentos, si puede expresarse con
conductas antisociales; estos comportamientos se dan como una forma de
protesta, cuando son objeto de marginación.

La vejez no necesariamente trae consigo la serenidad. Es un mito tan claro
como el del buen salvaje rousseauniano, el de la inocencia del niño. La
ansiedad puede carcomer a los viejos. Los viejos suelen ser desconfiados,
evasivos, introvertidos, con grandes dificultades en los vínculos con los
demás, rígidos y estereotipados, en la medida en que se sienten deprivados;
su estereotipia puede llegar hasta el ridículo; se agudizan rasgos del
carácter como las manías, las conductas compulsivas, la avaricia, la
hipocresía, que pueden llegar a ser irritantes para los demás. Es el efecto
de un sujeto que lucha para seguir siendo considerado un ser humano.

Hay enfermedades mentales que son más frecuentes en la vejez como lo son
las demencias seniles, el Alzheimer, la demencia vascular o por
multiinfartos y las psicosis involutivas, sean estas depresiones o psicosis
paranoides. Muchos ancianos no pueden encontrar una identificación con su
propio personaje, buenas relaciones con los demás ni un equilibrio interior
satisfactorio; el anciano tiene dificultades para asumir su identidad.
Muchas veces lo infantil vuelve a emerger en su vida como si fuera un alma
en pena; entonces pueden aparecer:

1. Trastornos caracteriales de tipo paranoide, bajo la protección de una
verdadera coraza del carácter, en la que los rasgos más socorridos son
la desconfianza y la agresividad, con ansiedades de tipo
hipocondríaco, cuando el perseguidor no se encuentra ubicado en el
mundo externo, en ese infierno que son los otros, sino que se ubica en
los órganos del cuerpo. Pueden aparecer cuadros de celos patológicos,
delirantes o cuasi-delirantes o delirios reivindicativos y
querulantes, de auténticos buscapleitos, asociados con un estado de
ánimo caprichoso y aún pueden llegar a la agitación. Hay mujeres que
se comportan en forma pasiva, mientras odian el mundo, desde un
repliegue sobre sí mismas, mientras otros ancianos y ancianas
presentan delirios de grandeza, para negar sus sentimientos de
minsuvalía.


2. Trastornos de ansiedad, ansioso-depresivos, distímicos o depresivos de
distintos grados de gravedad. Entre ellas está la depresión
involutiva, un cuadro descrito por el famoso psiquiatra Emil
Kraepelin, en 1896, que es más frecuente en la mujeres, que jamás
presentaron ni signos ni síntomas de enfermedad mental sino solamente
al llegar a la senectud, que se caracteriza por un estado de depresión
profunda, con un sentimiento de gran dolor moral, inhibición
psicomotora, ante la pérdida de la juventud, aunque no haya mucha
consciencia de ese factor desencadenante, en cuyo cuadro se siente que
todo el porvenir está cerrado, con el freno de la prospección hacia el
futuro, ante lo cual la persona termina por replegarse sobre sí misma,
mientras en el horizonte la única perspectiva es la muerte; a partir
de ese momento ya que no hay dentro de la enfermo sino vacío,
impotencia y un tedio mortales, que hasta pueden llegar al delirio o
conducir a estados estuporosos, próximos a la muerte, en los que le
paciente inmóvil, ni modula ni habla. Mientras en el interior del
sujeto se vivencian intensos sentimientos de culpa, como si toda la
agresividad del sujeto se hubiera vuelto contra sí mismo. En dichos
estados, prácticamente se deja de vivir, como si se tratara de una
petrificación; se cae en una pasividad casi absoluta, de la que se
pude salir súbitamente para caer en estados de agitación extrema,
propios de la depresión agitada o en episodios delirantes,
alucinatorios u oniroides.




3. Los estados maníacos o maniformes son defensas contra la depresión
melancólica, raros en las personas de edad, salvo que se padezca de un
trastorno afectivo bipolar.

4. Las psicosis delirantes crónicas dentro de las cuales encontramos la
psicosis paranoica o paranoide, con delirios de perjuicio, que se
desarrolla sobre todo en mujeres, como manifestación de un delirio
persecutorio, desencadenado por un estado de desconfianza e
irritabilidad; es en estos casos que aparecen los delirios de
envenenamiento, de que les han resecado el cerebro, de dislocación del
esqueleto, que les han robado, que les han forzado las cerraduras, que
los vigilan o emergen delirios celotípicos, de infidelidad de su
cónyuge, así dichas ideas funcionen como elementos sueltos que no se
sistematizan en un discurso delirante más coherente e irrebatible por
la lógica.

Recuerdo que cuando era jefe de un servicio para mujeres en el
Hospital Mental de mi provincia, en Colombia, llegó una anciana que
decía estar muertecita y cuando se le intentó hacer un test para
descartar una demencia orgánica se negó a hacerlo con base en la idea
delirante de estar muerta, a la que pudimos ayudar a salir de ese
cuadro con antidepresivos y con una psicoterapia de apoyo y
esclarecimiento de cosas muy gruesas, relacionadas con su condiciones
de existencia. Se trataba de un síndrome de Cotard.

5. La paranoia involutiva de Kleist, descrita en 1912, se caracteriza por
susceptibilidad, desconfianza, obstinanción, celos, ideas de
grandiosidad o megalomaníacas e irritabilidad, que pueden acompañarse
de fenómenos alucinatorios

6. Trastornos somatomorfos, conversivos o hipocondríacos, que siempre
tienen raigambre en una neurosis infantil y manifiestan un conflicto
entre el deseo y la Ley, que puede hacer de los pacientes verdaderos
tiranos, que se refugian en la enfermedad, de la que obtienen
beneficios primarios y secundarios claros, que reclaman cuidados, que
extorsionan afectivamente, con la queja de padecer de dolores,
parálisis, pruritos, trastornos del sueño, digestivos u urinarios.

Recuerdo a Lila, una mujer en la sexta década de la vida, que empieza
a presentar una ansiedad marcada, difícilmente contenible y un
insomnio pertinaz, que hace que el hijo se ponga a su servicio de una
manera casi incondicional, a quien decido medicar con un ansiolítico,
de una manera transitoria, mientras cede el descontrol ansioso, y una
psicoterapia, una vez por semana, para esclarecer aspectos muy
gruesos. Un día, el hijo, un prestante abogado de mi ciudad, me pide
que después de atender a su madre le conceda un ratito para hablar
conmigo, ya que se encuentra francamente desesperado.


Le planteo a su madre la solicitud del hijo y acepta que, al final de
la sesión nos veamos los tres juntos.


El hijo denuncia que la madre no respeta su campo laboral, ya que
llama, sin importarle que esté en algún juzgado, para quejarse de
cosas nimias. La mujer le dice que ella lo crió, sin la presencia del
padre y que para ella es como si él fuera su marido. Entonces, le
muestro la conflictiva edípica que se está manejando, donde ella
coloca al hijo en el lugar del marido, cosa que jamás podrá ser,
puesto que es algo terriblemente prohibido por las culturas del mundo.




El hombre aprovecha para hablar de la hostilidad de la madre con su
mujer, con su nuera, que también se vuelve insoportable, lo cual nos
permitiría en adelante avanzar en el proceso psicoterapéutico, que
terminó en que la paciente decidiera irse un tiempo de vacaciones a
otras ciudades, desde donde me llamaba a decirme que iba muy bien, ya
que yo había terciado con una prohibición, que ella había olvidado que
existía.

7. Las demencias seniles han ido aumentando en frecuencia, en razón del
aumento del promedio de vida, que hacen que la población más vieja tenga un
mayor número de representantes. Estas enfermedades suelen ser de comienzo
insidioso, con desorientación temporo-espacial, un déficit progresivo de
la memoria y las capacidades cognitivas, como si se diera una verdadera
atrofia mental, pero que puede acompañarse de estados de agitación
psicomotora y/o confusionales, ideas delirantes o síndromes depresivos, con
una gran desorganización del comportamiento social y una alteración del
tiempo vivido. También en estos casos pueden presentarse afasias,
debilitamientos de la atención, trastornos perceptivos, con una percepción
imprecisa, que trae consigo falsos reconocimientos, fenómenos que en su
conjunto terminan por alterar un adecuado juicio de realidad, cuadro al que
se suma una desinhibicíón de la conducta.

Dentro de estas demencias se ha considerado:

a. La demencia de Alzheimer que se considera la demencia más
común, una enfermedad degenerativa crónica y progresiva, que se
va instalando de una manera lenta y conduciendo a un gran
deterioro del paciente, caracterizada por daño de la memoria
para informaciones nuevas, dificultades con el habla,
dificultad para evocar el nombre de las cosas, para llevar a la
práctica actividades motoras, a pesar de no haber parálisis,
falta de fuerza o de coordinación, lo que entorpece sus
posibilidades de ejecutar acciones, planificarlas, organizarlas
y realizarlas con una secuencia lógica, debidas a un daño
neuronal y del tejido cerebral, cuyas causas se desconocen aún.


b. La presbiofrenia o síndrome de Wernicke, descrita en 1863 por
Kahlbaum, que se caracteriza por una amnesia de fijación de
datos nuevos, una desorientación temporo-espacial y
confabulaciones compensatorias de las fallas de memoria, más
frecuente en mujeres, que se presentan con una apariencia bien
cuidada, que hablan con afabilidad y, aparentemente, parecen
personas normales. Su signo patognomónico sería el delirio de
la memoria, generalmente megalomaníaco, en un sujeto con una
visión bastante optimista de la vida, desde la que dice estar
relacionado con lo más granado de este mundo, poseer grandes
fortunas, aunque a veces desmienta esas invenciones delirantes
y hasta se ría de ellas, que en la actualidad se considera una
variante clínica de la enfermedad de Alzheimer o se clasifica
entre las demencias no especificadas. [1] [2]


c. La demencia vascular, por mulitiinfartos, arterioesclerótica o
arteriopática, también se ha incrementado con el aumento de la
población senil, asociada con la aterioesclerosis, empieza a
manifestarse, a partir, de los sesenta años, sobre todo en
hombres, consumidores de alcohol y tabaco, que se inicia con
otros signos de ateroesclerosis periférica, hipertensión
arterial, psicastenia, fatiga, cefaleas, disprosexia,
dificultad de fijar la atención, hiperemotividad e hipocondría.
También puede manifestarse como una melancolía ansiosa o un
cuadro estuporoso, a veces de una forma maníaca, estados
confusionales o cuadros delirantes. Puede complicarse con
accidentes cerebrovasculares, que pueden ocasionar más y
grandes déficits y desencadenar nuevos estados depresivos o
confusionales. En las formas parciales, el sujeto tiene
conciencia de sus trastornos cognitivos y afectivos, de su
deterioro psíquico, de sus trastornos de memoria, de su pobre
capacidad para la asociación de ideas, la esterilidad de su
imaginación, la reducción de su vida mental y la gran monotonía
de su existencia.


d. La demencia de Pick. que suele aparecer entre los cincuenta y
los sesenta años, caracterizada por cambios precoces y
progresivos del carácter, del comportamiento, que evolucionan
hacia un deterioro de la inteligencia, la memoria y el
lenguaje, acompañado de apatía, estados de euforia y, a veces,
signos extrapiramidales, por atrofia de los lóbulos frontales y
temporales del cerebro, con aparición de placas en el tejido
nervioso y degeneración neurofibrilar, parecidas a las que
suceden en la enfermedad de Alzheimer. [3]

e. La demencia de Creutzfeldt-Jakob, que también suele presentarse
alrededor de los cincuenta años, lleva relativamente rápido a
la muerte y suele ir acompañada de múltiples signos y síntomas
neurológicos, como parálisis, síntomas extrapiramidales,
parecidos al mal de Parkinson o movimientos coreoatetoides,
ataxia, falta de equilibrio para la marcha, pérdida o
disminución de la visión, fibrilaciones y atrofias musculares y
un electroencefalograma característicos con presencia de ondas
trifásicas. [4]

f. La demencia de cuerpos de Lewy, que se la considera la más
frecuente después de la enfermedad de Alzheimer, también de
causa desconocida, que afecta la corteza frontal, la parietal y
la temporal, además de la subtantia nigra y se caracteriza por
unos corpúsculos incluidos en el interior de la neurona, que
llevan al deterioro cognitivo, síntomas parkinsonianos,
alucinaciones y delirios. [5]

g. La parálisis general progresiva o el terciarismo luético, la
cual anteriormente era mucho más frecuente, antes del
desarrollo de la penicilinoterapia, lo que hacía que en algunos
hospitales exhibieran una frase lapidaria: Si no le temes a
Dios, témele a la sífilis, ya que era una forma de demencia,
que aparecía tardíamente después de la adquisición del
treponema pallidum por contacto sexual, cuando esta bacteria
atacaba el sistema nervioso central, que llevaba a una atrofia
cerebral, en especial del lóbulo frontal, y se caracterizaba
por fatiga, hipoactividad, dificultades de atención, labilidad
afectiva, trastornos afectivos y delirios de grandeza. [6]



Los trastornos neuróticos de los ancianos pueden tratarse con éxito con
psicoanálisis o psicoterapias de tipo psicoanalítico, al que las personas
de edad se pueden mostrar gustosas de acceder, en la medida en que esta
disciplina se dirige a la investigación de los sucesos de la infancia, en
personas que anhelan recontactar con ella y, sobre todo, porque sienten que
tienen que pagar con una gran cuota de sufrimiento, así los procesos
analíticos marchen más lento que en la gente joven, pero con el correr de
los años y la experiencia acumulada, la vejez no es ya una contraindicación
para la recomendación de una terapia psicoanalítica.

Otros trastornos pueden tratarse con una modalidad psicorfarmacológica.

Lo que Roger Bastide, en su Sociología de las enfermedades mentales se
pregunta es si la senilidad es una consecuencia de la vejez o si más bien
es el producto de una sociedad que rechaza a los viejos, e incluso con el
doctor Repond se plantea si no habrá razones para cuestionarse si la
demencia senil, supuestamente con una etiología orgánica, no debería
revisarse, como se hace con las pseudodemencias, para ver si no son el
resultado, además, de factores psicosociológicos, agravados al internar al
sujeto en instituciones mal equipadas, donde los pacientes quedan librados
a sí mismos, privados de estímulos psicológicos, separados de todo interés
vital, sin otro recurso que ser antesalas para la muerte pues. Tal vez,
pensaban ellos, las demencias seniles podrían ser un fenómeno artificial,
debido a la falta de cuidados y de esfuerzos en la prevención, tanto
primaria, antes de que ocurra la enfermedad, como secundaria, preocupada
por la cura de ésta y la terciara como de la rehabilitación de sus
secuelas.

Pero algunos ancianos, sin embargo, pueden llegar a tener conductas
heroicas, ya que al sentir una gran indiferencia hacia la vida, pueden
arriesgarla por otros, puesto que la suya ya no les importa. El famoso
pediatra estadounidense, el doctor Benjamin Spock, cuando fuera acusado,
por su activismo en contra de la Guerra de Vietnam, a los ochenta años,
declararía: A la edad que tengo, ¿por qué no habría de participar en una
manifestación?


http://www.jornada.unam.mx/2010/10/17/sem-mario.html
También veíamos a un envejecido Bertrand Russell, siempre obstinado y
valiente, a los ochenta y nueve años, protestar contra las Armas Nucleares,
en una manifestación no violenta y ofrecer una resistencia pacífica, que lo
condujera a la cárcel.

Así mismo, Juan XXIII sorprendería al mundo al convocar un Concilio que se
propusiera una reforma de la Iglesia Católica.

La vejez puede resultar liberadora de viejas ilusiones, resultar
decepcionante y productora de un desencanto amargo, al comprender que la
vida es una pasión inútil, algo que nos aleja de la voluntad de vivir de
Arturo Schopenhauer, al comprender que la vida es vanidad de vanidades y
tan sólo vanidad, como reza el Eclesiastés (Eclesiastés, 1, 2), que sólo se
puede vivir cuando uno está ebrio de ella.

Pero cuando un anciano no es víctima de procesos fisiopatológicos,
psicoapatológicos ni de condiciones socioeconómicas lamentables, sigue
siendo, a pesar de las alteraciones normales de la vejez, lo que ha sido;
así, Voltaire tuvo una hermosa vejez, aunque Chateaubriand se preparó un
destino lúgubre; Swift fue un misántropo y Whitman un cantor de la vida;
unas cosas dependen del contexto del organismo y del contexto social; pero
otras dependen de la posición subjetiva. Si el sujeto se desarrolla en
circunstancias favorables, si se le proporciona un conjunto de intereses
intelectuales y afectivos, el anciano puede tolerar el peso de los años.

Lou Andreas-Salomé, amante de Nietzsche y Rilke, tenía más de sesenta años
cuando asumió su labor de psicoanalista y sus resultados la llenaron de
alegría. Una vez enviudara tuvo que pasar por una crisis financiera; pero
su amistad con los Freud, Sigmund y Anna, la llenaban de satisfacción.

Al final de su vida, ésta se vio amenazada por el ascenso del nazismo,
sobre todo porque sabía que por ser judía, la hermana de Nietzsche, quien
la odiaba demasiado, podía denunciarla, pero como llevaba una existencia
tan discreta no la molestaron y cuando sobrevinieron la diabetes y el
cáncer de mama, se compensaba con su sociabilidad y las amistades, que su
gran inteligencia y generosidad le valían. Su vejez no fue fácil pero no se
desesperó, ya que una suerte de justicia cósmica la protegía.

Freud mismo también tuvo una hermosa vejez, a pesar del tono pesimista con
el que veía la cultura, ante las dos guerras mundiales inaugurales del
siglo XX.

Es cierto que el cuerpo involuciona pero lo que la sociedad tendría que
preguntarse es qué tiene que hacer para que el viejo siga siendo un ser
humano, lo más cabalmente posible. La respuesta tal vez sea sencilla, que
siempre sea tratado como tal.

La vejez señala el fracaso de nuestra civilización, en la que hay que
rehacer al ser humano entero, en que se han que recrear los vínculos entre
los seres humanos.

Un hombre, una mujer no deberían llegar a la ancianidad con las manos
vacías ni viviendo en soledad.

En todo momento deberían ser tratados como ciudadanos activos y útiles, si
no estuvieran atomizados desde la infancia, si se los incluyera en una vida
colectiva en lo cotidiano, en lo esencial de la vida, sin que jamás
conocieran el exilio, cosa que no se ha logrado ni en el capitalismo ni en
el socialismo, ya que la sociedad sólo se preocupa del sujeto en la medida
en que produce; por ello, la reivindicación ha de ser muy radical y cambiar
de vida.
-----------------------
[1] Berríos, G. Psiquiatría geriátrica.
http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtual/libros/Psicologia/Manual_psiquiatr%C3%
ADa/cap-25.htm

[2] Diccionario ilustrado de términos médicos.

http://www.google.es/search?sourceid=navclient&hl=es&ie=UTF8&rlz=1T4TSEA_esE
S293ES293&q=presbiofrenia


[3] Cepvi.com. Web de psicología y medicina. FO2 Demencia en enfermedades
clasificadas en otro lugar.
http://www.cepvi.com/CIE10/p4.shtml

[4] Ibíd.
[5] Wikipedia. Demencia de cuerpos de Lewy.
http://es.wikipedia.org/wiki/Demencia_de_cuerpos_de_Lewy

[6] Machleidt, W. y cols. Psiquiatría, trastornos psicosomáticos y
psicoterapia. Masson, Madrid, 2004, p. 369.
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