REACCIÓN, CONTRARREVOLUCIÓN y TRADICIÓN

July 25, 2017 | Autor: Stephanus T | Categoría: Political Philosophy, Revolutions, Tradition, Revolution and Counterrevolution
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Descripción

REACCIÓN, CONTRARREVOLUCIÓN y TRADICIÓN “...sachez être royalistes. Autrefois, c'était un instinct, aujourd'hui, c'est une science…” (Joseph de Maistre1) reacción. […] 3. f. Tendencia tradicionalista en lo político opuesta a las innovaciones. 4. f. Conjunto de los valedores y partidarios de la reacción (ǁ política). contrarrevolución. 1. f. Revolución en sentido contrario de otra próximamente anterior. tradición. (Del lat. traditĭo, -ōnis). […] 3. f. Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos. Diccionario de la Real Academia Española (2014).

Términos como reacción, contrarrevolución y tradición, lo mismo que conservación, derecha, “gente de orden”, suelen usarse indistintamente, pero no son lo mismo. En realidad, reacción, contrarrevolución y tradición, son como tres tiempos que se dan en las personas con sentido común ante las innovaciones religiosas, políticas, sociales, artísticas, culturales, etc. Pero no todos hacen este camino en todo su recorrido, la mayoría se queda en la simple reacción hasta que lo que era innovación se transforma en costumbre. El mero reaccionario no sabe explicar qué es lo que le desagrada de la innovación; el rechazo parece ser irracional y quedarse en el nivel visceral; de hecho creerá que su posterior aceptación es algo positivo, una evolución. Podrá, incluso, considerar que el innovador está mal por querer ir demasiado rápido, no porque vaya a estrellarse si sigue en esa dirección. Es más, posiblemente el reaccionario sencillo se opondrá a críticas a las anteriores innovaciones cuando éstas pasaron a formar parte de su acervo o costumbre. Por eso es que, no es raro encontrar oposición a los principios tradicionalistas viniendo de parte del reaccionario o conservador. El mero reaccionario, el conservador, sólo pretende que lo dejen en paz, que no se altere “el orden”, que se evite el conflicto simplemente. Es la actitud típica del burgués; es el ethos burgués por antonomasia. Si ese “orden” se ve amenazado desde afuera, por el innovador o revolucionario, el conservador estará dispuesto a entregar algo de a poco. Así, típicamente, se indigna cuando el innovador vuelve a pedirle concesiones. Al que se queda en la mera reacción, no va a interesarle la justicia o no de su causa. Lo suyo es que lo protejan pero que no se metan en sus cosas, que le dejen hacer dinero y vivir su vida acomodada. Por eso es que Jaime Balmes definió genialmente: “el conservador es conservador de la Revolución”2. El mero reaccionario, de alguna manera, se indigna ante los efectos malos que tienen las causas que alaba, sin darse cuenta de los vínculos entre ellos. Por eso decía el gran Juan Vázquez de

1

Lettres d'un royaliste savoisien à ses compatriotas (1793). “Origen, carácter y fuerzas de los partidos políticos en España” (Madrid, 17-IV-1844), en Escritos políticos (1847). 2

Mella, criticando a los conservadores, “ponen tronos a las premisas y levantan cadalsos a las consecuencias”3. Pero una primera reacción, puede llevar en el mejor de los casos a la contrarrevolución. Es decir, a la oposición firme a las innovaciones; a una reacción que no sea un mero malestar sino un principio de acción en contrario. El reaccionario de buena fe se da cuenta que no puede quedarse en la mera indignación por sus intereses “tocados”, sino que llega a ver el mal de la Revolución sobre la sociedad en su conjunto y se decide a luchar contra ella. Haber ingresado en la “etapa contrarrevolucionaria” ya es un avance importante, pero no es suficiente. Porque la contrarrevolución es oposición o contra, corre el cierto peligro de convertirse en una especie de revolución en sentido contrario, si no profundiza sobre las causas de las innovaciones ni de su justicia. Joseph de Maistre grabó en piedra: “la contrarrevolución [buena] no es una revolución en sentido contrario; es lo contrario de la Revolución”4. Cuando el contrarrevolucionario se queda en la simple oposición es muy susceptible de caer en la tentación de la “revolución en sentido contrario”, es decir, en usar los métodos de la Revolución. Al dejar caer el principio ético, para alcanzar fines en un primer momento buenos, se llega a justificar cualquier medio, lo que termina tiñendo al fin. Caso del OAS en Argelia y Francia, o el Proceso militar en la Argentina. Esto lo explicaba muy bien Jean Ousset diciendo que la contrarrevolución tiene sus propios métodos; esto es medios éticos según el orden natural y cristiano, y que no debe nada a los de la Revolución5. Para no estancarse, el contrarrevolucionario debe ir un poco más allá: debe profundizar en la doctrina tradicional. Lamentablemente, hoy se cumple aquello que ya advertía de Maistre6 hace más de 200 años: lo que antes era intuitivo, lo que antes se aprendía de los padres y los abuelos, lo que antes se ejercitaba en el día a día; hoy hay que estudiarlo, aprenderlo, practicarlo de a poco, ir a buscarlo en las bibliotecas, hacerse una idea de cómo habrá sido... En más de doscientos años de vida política, la Revolución ha hecho tábula rasa. Hoy hay que buscar entre las ruinas y restaurar lo que se pueda y en la medida de lo que se pueda. Al mismo tiempo, el tradicionalista debe preparar la tierra para ver si esas semillas secas recuperadas de la basura logran prender y revivir. Pero el tradicionalista debe evitar caer en dos errores o vicios opuestos: la tradición no es fijismo, ni tampoco es arqueologismo. La tradición es la transmisión de lo recibido, depurándolo, mejorándolo, para entregarlo a las generaciones sucesivas. El arqueologismo, por el contrario, es ir a buscar a alguna “edad utópica”, más o menos real, sea —por ejemplo— la Edad Media o la llamada “Iglesia 3

La cita completa es: "Es necesario que la condenación no recaiga sólo sobre los hechos, sino también sobre las doctrinas; porque es un absurdo evidente levantar tronos para las premisas y para las consecuencias cadalsos." (Discursos parlamentarios). 4 Considérations sur la France (1797) [Consideraciones sobre Francia]. 5 L’Action (1968) [Acción]. 6 Ver el epígrafe.

primitiva”, para usar de garrote contra la tradición recibida, esto es, la verdadera tradición. En el otro extremo, el fijismo considera que la tradición recibida no necesita depuración ni mejora, es ya perfecta; de alguna manera pone su “edad utópica” en una o dos generaciones anteriores. El verdadero tradicionalista debe contrastar lo recibido con la tradición, encontrar su tendencia intrínseca, su secuencia o continuidad, su evolución o desarrollo, y mejorarla en ese sentido. Debe, asimismo, depurarla de elementos extraños o accidentales que se le han ido adhiriendo con el paso del tiempo. Por ejemplo, en el tema litúrgico, debería hacerse una depuración de elementos cartesianos, galicanos, dieciochescos, etc., o, incluso, de restauraciones bienintencionadas pero en parte extraviadas o limitadas (v.gr. la reforma de Solesmes). Pero, en cualquier caso, siempre debe hacerse desde la humildad y muy de a poco. Las tradiciones con “t” minúscula, como muchas veces se dice, son dignas de muchísimo respeto. Son terreno sagrado en el que hay que descalzarse al ingresar. La verdadera reforma implica continuidad, no ruptura. El “rupturismo” (pensemos, por ejemplo, en algunas reformas ultra acéticas franciscanas del pasado) siempre termina, eventualmente, fracasando. Por otro lado, el verdadero tradicionalista no es un kantiano. No ve la realidad en blanco y negro o en unos y ceros. Entiende las complejidades; y si bien puede rechazar alguna realidad en sus fundamentos revolucionarios, también debe estar dispuesto a encontrar lo que de verdad haya en eso, para saber aprovecharlo o “desviarlo” hacia el cauce correcto. Sabemos que la mentira o el error repelen el intelecto humano, por lo que siempre se presentan bajo apariencia de verdad. Excepto en casos patológicos, los actos malos, también, suelen necesitar de buenas intenciones que, de alguna manera, los justifiquen. El tradicionalista deberá ser entonces un pedagogo que ilumine y señale el error, al mismo tiempo que ofrezca alternativas legítimas, concretas y realistas, de manera prudente y sin violar (directa o indirectamente) los principios del orden natural y cristiano. Desde ya, esto no quiere decir caer en el relativismo moral o cooperar en sistemas de pecado. Hay que tener siempre presente que el mal menor es un caso especial de tolerancia de un mal inevitable, pero no es nunca un principio de acción. El cristiano debe actuar el bien posible, nunca un mal. Y esto incluye a la complicidad en estructuras esencialmente malas (v.gr. mafias, partidos políticos, logias); puesto que, aún cuando personalmente, en lo inmediato, no se viole la ley divina, se lo está haciendo mediatamente al cooperar con una organización con fines sustancialmente malos. Por esto mismo, el “yunquismo”, la infiltración, la “masonería blanca”, el lobbyismo, no son métodos cristianos. Hay otras dos tentaciones opuestas en el tradicionalista: el fanatismo y el diletantismo. El tradicionalista jamás pretendería restaurar, destruyendo el mundo moderno sin beneficio de inventario. Menos aún querría volver atrás 200 años como si nada hubiese pasado en ese lapso. Por el contrario, deberá cardar la historia contemporánea e intentar identificar hechos positivos que puedan considerarse, de alguna forma, como continuaciones de la tradición como llegó hasta la Revolución. Tampoco el tradicionalista puede caer en una forma de pesimismo que considere que, como nada puede hacerse, lo mejor es practicar su tradicionalismo a la manera de un hobby, de un pasatiempo, que nada implique en lo concreto de su vida. O, peor aún, banalizar la tradición convirtiéndose en una especie de excéntrico que vive “en otra época”. La mejor caracterización de este “tradicionalismo frívolo” la dio Evelyn Waugh:

“El Sr. Samgrass era genealogista y legitimista; amaba a los monarcas desposeídos y conocía la validez exacta de las pretensiones rivales de los pretendientes de muchos tronos; no era un hombre de hábito religioso, pero sabía más que la mayoría de los católicos acerca de su Iglesia; tenía amigos en el Vaticano y, podría hablar largo rato acerca de la política y los nombramientos, diciendo cuáles eclesiásticos contemporáneos se veían favorecidos, cuáles no, qué hipótesis teológica reciente era sospechosa, y cómo tal o cual jesuita o dominico había patinado en hielo delgado o navegado cerca del viento en sus discursos de Cuaresma; tenía todo menos la Fe, y más tarde le gustaba presenciar la bendición en la capilla de Brideshead y ver a las damas de la familia con sus cuellos arqueados por la devoción bajo sus negras mantillas de encaje; amaba los escándalos olvidados de la alta sociedad y era un experto en las paternidades putativas; decía amar el pasado, pero siempre sentí que consideraba un poco absurda toda la espléndida compañía, viva o muerta, con la que se asociaba; era el Sr. Samgrass el que era real, el resto era una representación teatral. Era el turista victoriano, sólido y condescendiente, para cuyo entretenimiento se representaban estas cosas foráneas. Y había algo un poco demasiado vigoroso en sus modales literarios; sospechaba la existencia de una máquina de escribir disimulada en algún lugar del cuarto de los paneles.”7 La tradición es viva, no porque sea mudable, como creen algunos, sino porque está siempre en tiempo presente, no muda, es perenne. Más allá de que sus accidentes (cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión, según la clasificación de Aristóteles en La Metafísica) sí puedan modificarse, la sustancia de la Tradición es eterna. Y la forma en que la tradición se manifiesta es a través de su desarrollo, como perfectamente lo explicó el beato cardenal John Henry Newman8. Los dogmas no surgen del capricho de un Papa o de un Concilio, sino que ya están contenidos como en germen en la Revelación y en la Tradición de los Apóstoles, una semilla que va germinando y creciendo de a poco. Cuando esa verdad de Fe se ve amenazada por una herejía, es que la Iglesia cristaliza esa enseñanza, definiéndola (poniéndole límites) en un dogma. Es todo lo contrario a la “evolución” de los modernistas o a la “invención legislativa” de los conservadores. Es por esto que, como enseña Benedicto XVI, el Papa no es un inventor sino un cuidador de la Tradición.9

7

Brideshead Revisited: The Sacred & Profane Memories of Captain Charles Ryder (1945) [Retorno a Brideshead]. 8 An Essay on the Development of Christian Doctrine (1845) [Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana]. 9 Peter Seewald (ed.), Joseph Ratzinger: Gott und die Welt: Glauben und Leben in unserer Zeit (2000) [Dios y el Mundo: Una conversación con Joseph Razinger].

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