Rastreando a los vacceos: historiografía, territorio e identidad

July 22, 2017 | Autor: Antonio Navarro | Categoría: Historia Antiga
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Descripción

ANTONIO J. NAVARRO GARVÍ

Índice 1. Introducción: Planteamiento y objetivos……………………………………….……..2 2. Retrospectiva historiográfica: la investigación sobre los vacceos……………….…....3 3. Los vacceos en las fuentes literarias……………………………………………….….7 4. Etnogénesis e historia: del horizonte Soto a la integración provincial romana……...12 5. Territorio, poblamiento y organización política en época vaccea…………………...14 6. En torno a la identidad cultural de los vacceos: el registro arqueológico…………...19 6.1 Cerámica………………………………………………………………………...19 6.2 Armamento………………………………………………………………….…..21 6.3 Orfebrería………………………………………………………………………..23 6.4 Iconografía………………………………………………………………………24 7. Sociedad, poder y ritual……………………………………………………………...25 7.1 Mundo funerario…………………………………………………………...……25 7.2 Élites guerreras, vino y banquete……………………………………………..…27 7.3 Religión: imagen y rito…………………………………………………….……28 8. Conclusiones: sobre las identidades culturales, étnicas y políticas de los vacceos….30 9. Bibliografía y recursos web…………………………………………………….........32

* Imagen de la portada: Recreación de tres tumbas aristocráticas femeninas (Centro de Estudios Federico Wattenberg; extraído de: http://terraeantiqvae.com)

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1. Introducción: Planteamiento y objetivos En el presente trabajo de síntesis se pretende abordar desde una perspectiva multidisciplinar el tema de la identidad étnica de los vacceos. Podemos definir la identidad, como un conjunto de rasgos y hábitos que definen y diferencian a una comunidad, los cuales son percibidos tanto desde dentro como desde fuera de esta. En consonancia con esta definición, el objetivo principal del trabajo será rastrear e individualizar qué rasgos sociales, económicos, políticos y culturales permiten identificar a los vacceos como tal grupo étnico diferenciándolo de los demás. Antes de comenzar este rastreo creemos necesario realizar una breve revisión historiográfica para conocer el estado de la cuestión de los estudios sobre los vacceos y los distintos puntos de vista desde los que se ha abordado su análisis histórico. Una vez realizada esta tarea, trataremos de exponer las principales informaciones que nos transmiten las fuentes clásicas, para obtener un imagen previa de los vacceos desde la óptica romana, es decir desde una perspectiva etic, y por lo tanto influida por determinadas esquemas ideológicos e intelectuales. Pero estos relatos se enmarcan en un período concreto, el de la “conquista” romana de la Península Ibérica, por lo tanto nos ofrecen una imagen de un corto período de tiempo de la existencia de este pueblo. De manera que, posteriormente, prestaremos atención al proceso de etnogénesis vacceo para tratar de indagar sobre el origen y evolución de este pueblo y de sus identidades étnica, política y cultural, las cuales no permanecerán inmutables. A continuación resulta fundamental definir el marco espacial, ya que el territorio, su explotación y el modelo de poblamiento son factores determinantes a la hora de diferenciar la adscripción étnica de una zona u oppidum determinado. Tras ello, analizaremos de forma sintética la información proveniente del registro arqueológico, resaltando los elementos de la cultura material que pueden ser o han sido considerados característicos de los vacceos. Finalmente, también con el apoyo de la metodología arqueológica, indagaremos sobre determinados aspectos de la sociedad vaccea y su visión cosmogónica de la realidad, adentrándonos en la esfera simbólica y ritual. En definitiva, a lo largo de estas páginas trataremos de aportar una visión general y actualizada de los vacceos desde una perspectiva interdisciplinar, integrando la información de las fuentes clásicas con el registro arqueológico, además de otras disciplinas auxiliares. 3

2. Retrospectiva historiográfica: la investigación sobre los vacceos La producción historiográfica sobre los vacceos comienza en 1959 con la publicación de la obra de Federico Wattenberg titulada, La región vaccea. Celtiberismo y romanización en la cuenca media del Duero, que, además de ser pionera en su género en cuanto al estudio de un grupo indígena se refiere, representa la primera gran síntesis sobre este ethnos, y constituye el punto de referencia ineludible para acercarse al conocimiento del mundo prerromano y romano del valle medio del Duero. La originalidad del planteamiento de la obra de Wattenberg reside en que presta atención tanto al medio físico como al escenario histórico. En este sentido, F. Wattenberg lleva el análisis del territorio al ámbito de la Prehistoria y la Historia Antigua para integrarlo con la información literaria y arqueológica disponible (SánchezMoreno, 2010: 69). En palabras del propio autor, “este estudio horizontal ha permitido mostrar con seguridad lo que en otra partes de la Península es conocido y que aquí no se hallaba: una distribución del hábitat y una correspondencia del mismo con las fuentes literarias; por lo tanto, un campo arqueológico organizado” (Wattenberg, 1959: 5). Por lo tanto con su obra Wattenberg va a definir una “región vaccea”, la cual contempla como una unidad geohistórica definida por dos variables, el suelo y la etnia, que determinarán el primer poblamiento reconocible en el territorio articulado por el eje Duero-Pisuerga (Wattenberg, 1959: 9). En cuanto a la cuestión de los orígenes de los vacceos, Wattenberg se ve influido por las corrientes invasionistas imperantes en su época, en las que se alinean también los trabajos de P. Bosch Gimpera, según el cual los vacceos pertenecerían al grupo de los belovacos, quienes hacia el 660 a.C. y en unión de otros pueblos celtas como los arévacos habrían llegado desde el norte de Europa dentro de la fase última de la segunda oleada céltica con incidencia en la Península Ibérica. Al igual que Bosch Gimpera, Wattenberg es defensor de una aproximación exógena, siendo partidario de una invasión céltica continuada, haciendo responsable de la operada en torno al 400 a.C. la llegada de arévacos y vacceos, si bien en este caso, el lugar de origen propuesto sería la cultura de Klicevac, vinculada al curso del Morava en el Danubio medio. En cuanto a la metodología el trabajo de Wattenberg destaca en su atención al medio físico, el manejo cartográfico y toponímico y una incipiente labor de prospección arqueológica y sistematización de yacimientos y materiales de la Edad del Hierro, pero 4

en cuanto al aspecto interpretativo su discurso histórico está sometido al dictado de la fuentes clásicas, que son quienes articulan la “historia vaccea” (Wattenberg, 1959: 3147). En este sentido, la clasificación de los materiales arqueológicos y de las secuencias estratigráficas está supeditada a la cronología absoluta de los episodios de conquista romana transmitidos por las fuentes, y, por lo tanto, sometiendo el registro arqueológico al discurso cronohistórico de las fuentes (Sánchez-Moreno, 2010: 74-75). Pero a pesar de estos errores metodológicos la obra de Wattenberg sigue teniendo gran influencia en la investigación actual y muchos de sus presupuestos siguen siendo utilizados. En 1989, justo tres décadas después de la publicación de La región vaccea de F. Wattenberg, sale a la luz la monografía de A.M. González-Cobos, titulada, Los vacceos. Estudio sobre los pobladores del valle medio del Duero durante la penetración romana. Basándose en la información que aportan las fuentes clásicas y epigráficas, la autora se centra en el análisis de las transformaciones socioeconómicas derivadas de la presencia romana en el ámbito duriense. El trabajo de González-Cobos es heredero de la caracterización primitivista y tribal de las sociedades prerromanas iniciada por A. Schulten (Sánchez-Moreno, 2010: 70), como queda bien reflejado en la siguiente frase de la autora: “nos inclinamos por establecer que las sociedades prerromanas indoeuropeas de la Península estaban organizadas al estilo gentilicio. Era ésta una estructura de convivencia social que debió tener mucha raigambre en las primitivas sociedades europeas” (González-Cobos, 1989: 234). La autora mantiene que uno de los rasgos propios de este ordenamiento gentilicio vacceo, eran las costumbres comunales en la propiedad y en el trabajo de los campos (González-Cobos, 1989: 234), basándose en la famosa cita de Diodoro de Sicilia (Bib. Hist, V, 34, 3). Por lo tanto, vemos que González-Cobos, al igual que Wattenberg, adolece de realizar una lectura demasiado positivista de las fuentes clásicas. En definitiva, el objetivo principal de la monografía de González-Cobos consiste en demostrar que la romanización supuso la ruptura y disgregación de esta estructura gentilicia vaccea, y en particular de su sistema colectivista de la propiedad: “Hemos ofrecido en nuestra exposición suficientes argumentos para probar cómo las relaciones económicas establecidas por los romanos en el territorio vacceo acaban haciendo añicos la primitiva y más equitativa estructura familiar y gentilicia de los prerromanos del valle del Duero” (González-Cobos, 1989: 238).

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A principios de la década de los 90, el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valladolid comienza a publicar una serie de trabajos derivados de su gestión de la arqueología de la provincia de Valladolid, otorgada gracias a la firma de un Convenio con la Junta de Castilla y León en 1987. Entre estos trabajos caben destacar los dos volúmenes editados por la Junta de Castilla y León: Arqueología vaccea: estudios sobre el mundo prerromano en la cuenca media del Duero (Romero et al., 1993), y, Arqueología y Medio Ambiente: el primer milenio a.C. en el Duero Medio (Delibes et al., 1995), que supondrán una revalorización de la cultura vaccea. El primero de ellos se trata de un estudio exhaustivo del modelo de poblamiento vacceo en el valle medio del Duero, basándose en la información que nos ofrece el registro arqueológico (secuencias estratigráficas de los establecimientos, ritos fúnebres, unidades habitacionales, etc.), y utilizando métodos de la Geografía histórica (Delibes et al., 1993: 9-10). El segundo, se trata de una obra que complementa a la anterior, ya que trata de realizar una reconstrucción paleoambiental del territorio de valle medio de Duero en el primer milenio a.C., por lo que se centra en el análisis de territorio y del medio ambiente, como herramientas valiosísimas para indagar en la relación hombremedio durante ese período (Delibes et al., 1995: 9-10). Estas investigaciones arqueológicas, entre las que también incluimos los trabajos de José David Sacristán de Lama sobre la ciudad de Rauda (Roa, Burgos) o los de Joaquín Barrio Martín y Carlos Sanz Mínguez sobre las necrópolis de Las Erijuelas (Cuéllar, Segovia) y Las Ruedas de Pintia (Padilla de Duero/Peñafiel, Valladolid), van a sentar las bases que definen la arqueología vaccea, como es la identificación de un patrón de asentamiento nuclearizado y distintivo, un ordenamiento urbano en los hábitats de mayor entidad, un ritual funerario característico o la continuidad entre la cultura Soteña del Hierro Antiguo y el mundo vacceo. Desde el punto de vista de la cultura material los vacceos quedan definidos por unas determinadas señas de identidad reconocibles en una serie de manufacturas y decoraciones, como la cerámica a mano decorada con motivos peinados o impresos, producciones alfareras como las cajitas tetrápodas o las sonajas, el puñal del tipo Monte Bernorio, o la iconografía zoomorfa cenital representada en diversos soportes (Sánchez-Moreno 2010: 72). Tenemos que esperar hasta finales de la década de los 90 para asistir al surgimiento de una nueva aproximación al estudio de las poblaciones prerromanas, en la 6

que se integra el estudio de las fuentes literarias con la información que nos ofrece el registro arqueológico. Dentro de esta aproximación cabe destacar los trabajos de E. Sánchez-Moreno (1998; 2000; 2008) y los de J.M. Gómez Fraile (2001a; 2001b) que marcan el punto de inflexión en la investigación de los pueblos indoeuropeos peninsulares. Desde el punto de vista metodológico estas propuestas se caracterizan por tener un enfoque multidisciplinar, teniendo en cuenta todas las evidencias disponibles (literarias, epigráficas, arqueométricas, paleoambientales…) para configurar el discurso histórico. A su vez realizan un ejercicio de descodificación de las fuentes clásicas, en tanto que se tratan de productos culturales de un determinado momento y de una forma concreta de entender el mundo, para extraer su verdadero significado. Y finalmente, prestan atención a los marcos medioambiental, cultural y tecnológico correspondientes a las sociedades de la Edad del Hierro, necesaria para una correcta valoración del tiempo protohistórico (Sánchez-Moreno, 2010: 71). De esta forma, los pobladores de la cuenca central del Duero quedan caracterizados por un complejo desarrollo urbano, económico y sociopolítico previo al contacto con Roma. Esta orientación revisionista, integradora y crítica es la que prima en la mayoría de los trabajos que se vienen publicando en los últimos años sobre el mundo vacceo. Fruto de esta aproximación fue la publicación de la obra colectiva, De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea (2010), surgida de la celebración en 2009 de unas Jornadas Científicas, organizadas por el Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid, que conmemoraban el cincuenta aniversario de la publicación de La Región Vaccea de F. Wattenberg. Esta obra se trata de una síntesis actualizada que refleja el avance en el conocimiento de la arqueología vaccea, gracias, sobre todo, a las intervenciones arqueológicas que se vienen realizando de forma continuada en algunos yacimientos como Pintia, y al cambio en los planteamientos teóricos de estudio, ofreciendo interpretaciones alternativas o diferentes a las planteadas tradicionalmente. Finalmente debemos traer a colación la publicación, a principios del presente año, de la obra Vacceos. Historia y romanización de un pueblo prerromano del valle del Duero, de Hernández Guerra y Jiménez de Furundarena, en la que hacen un completísimo recorrido por la evolución histórica de este pueblo prerromano, 7

analizando desde su proceso de etnogénesis, originado en tiempos de la cultura del Soto de Medinilla, hasta su integración en el orbe romano, y la lenta disolución de su personalidad que desaparecerá ya en época visigoda. En la actualidad, buena parte de los estudios sobre los vacceos se dirigen a rastrear e individualizar qué rasgos culturales y materiales permiten identificarlos como tal grupo étnico, diferenciándolo de los demás, y es en esta dirección en la que se encamina nuestra síntesis. 3. Los vacceos en las fuentes literarias Los vacceos, en concreto algunas de sus ciudades, aparecen citados por primera vez en las fuentes literarias en relación con la campaña que Aníbal Barca dirige a la Meseta norte en el 220 a.C. El relato de este episodio se conserva en Polibio (3. 13.514) y en Tito Livio (21. 5.1-17), aunque el relato original pertenecería a alguno de los historiadores griegos que acompañaron a Aníbal en su incursión en Tierra de Campos (Sánchez Moreno, 2010: 85). Durante esta campaña sabemos que Aníbal asedia dos ciudades vacceas, Helmantica (Salamanca) y Arbucala (El Viso de Bamba, Zamora), las cuales oponen gran resistencia. A su regreso, al cruzar el Tajo, Aníbal tiene que hacer frente a un potente ejército integrado por carpetanos, olcades y vacceos huidos, a los que vence gracias a la caballería y los elefantes de guerra. La mayoría de historiadores actuales piensan que el objetivo principal de esta campaña sería el abastecimiento de víveres para el ejército cartaginés de Aníbal. Pero también existirían otras motivaciones como el reclutamiento de mercenarios o la firma de alianzas con los poderes locales para asegurar su retaguardia. Como apunta Sánchez-Moreno (2000; 2010), la estrategia de Aníbal parece responder a la preparación en 220 a.C. de una inminente guerra con Roma. De estos relatos enmarcados dentro del contexto de la Segunda Guerra Púnica, y de sus momentos previos, lo único que podemos extraer es una cierta potencialidad poblacional y económica de las ciudades vacceas, como Helmantica, la cual es calificada como “gran ciudad de Iberia” (Plutarco, Virt. Mul., 248e; Polieno, 7.48). También es lógico pensar que se sumasen contingentes vacceos al ejército anibálico, ya que como sabemos de igual forma lo hicieron mercenarios celtíberos, carpetanos y lusitanos (Sánchez-Moreno, 2010: 85). Las siguientes noticias que nos transmiten las fuentes literarias sobre los vacceos están en relación a la coalición formada junto a vetones y celtíberos, y dirigidos por un 8

régulo llamado Hilerno, para luchar contra el pretor de la Ulterior, Marco Fulvio Nobilior, en el 193 a.C. junto a la ciudad de Toletum (Livio, 35.7.8). En el 179 a.C., los propretores Lucio Postumio y Cayo Sempronio Graco trazaron planes sobre el territorio vacceos: el general romano Albino iría a través de Lusitania a través del territorio vacceo para reunirse con Graco en la Celtiberia (Livio, 40.47.1), es decir un plan de reconocimiento de la región durante el cual Postumio se enfrentó dos veces a los vacceos (Wattenberg, 1959: 32). El grueso de nuestra documentación sobre los vacceos se circunscribe a las décadas centrales del siglo II a.C., en el marco de las guerras celtibéricas (154-133 a.C.), que involucraron a romanos, celtíberos y lusitanos, principalmente. El historiador de referencia para este período es Apiano, el cual basándose en los relatos de Polibio y Livio entre otros, nos narra las diversas campañas romanas contra los vacceos (fig. 1), realizadas como castigo por el apoyo económico y militar prestado a los numantinos. La primera de las expediciones de castigo es llevada a cabo en el 151 a.C. por el gobernador de la Citerior, Lucio Licinio Lúculo. En primer lugar, Lúculo, ávido de fortuna y gloria (Iber. 51-55), se dirige contra la ciudad de Cauca (Coca, Segovia) acusando a los vacceos de no respetar a los carpetanos, aliados de Roma. A pesar de la entrega de 100 talentos de plata, rehenes y la caballería por parte de la ciudad vaccea, Lúculo pasa a cuchillo a la población (Apiano, Iber. 51-52). Posteriormente intenta asediar la plaza de Intercatia, cuya localización sigue en debate. Wattenberg (1959: 36) opina que el asedio dura dos meses, al cual se pone fin con la entrega por parte de los vacceos de una serie de tributos, que consistían cierto número de ganado, gran cantidad de sagos de lana y 50 rehenes. Durante este asedio, Apiano (Iber. 53-54) nos narra el combate singular entre un joven guerrero vacceo y Escipión Emiliano, el cual resulta vencedor. Según Sánchez-Romero (2010: 87), este hecho nos revela la importancia de los valores competitivos entre los vacceos, que llegado el momento también eran aceptado por los romanos. Finalmente, Lúculo lleva a cabo un tercer asalto contra la ciudad de Pallantia (posiblemente Palenzuela) la cual resulta un fracaso, debido a la falta de alimentos y a los ataques de la caballería palentina que hacen que Lúculo se retire hasta la línea del Duero (Apiano, Iber. 55). La siguiente campaña contra los vacceos es la protagonizada por Emilio Lépido, el cual, acompañado por Bruto que regresaba de Gallaecia, intenta asediar Pallantia en 9

el 137 a.C. con el pretexto de que los vacceos habían prestado auxilio a los numantinos con víveres y tropas (Wattenberg, 1959: 37). Lépido, al igual que su predecesor, fracasará estrepitosamente: la resistencia de la ciudad y la escasez de víveres hará que el ejército romano tenga que retirarse en desorden, casi en fuga, como nos indica Apiano (Iber. 80-83), contabilizando numerosas pérdidas. En el 135 a.C., Calpurnio Pisón vuelve a atacar a los vacceos penetrando en el país de los palantinos, pero rápidamente se retira a Carpetania obteniendo un exiguo botín (Apiano, Iber. 83). Al año siguiente, será Escipión Emiliano el que lleve a cabo una nueva campaña contra los vacceos, teniendo como objetivo el aprovisionamiento de trigo llevando la guerra “hasta las tierras de los vacceos, donde los numantinos compraban los alimentos, segando todo y recogiendo para su propio abastecimiento lo útil” (Apiano, Iber. 87). Por lo tanto, el plan de Escipión va a consistir en bloquear la vía de abastecimiento que comunicaba la región vaccea con Numancia. Durante las operaciones romanas, Apiano (Iber. 88) nos cuenta como en una llanura cercana a Pallantia llamada Coplanio, los vacceos ocultan un grueso contingente de tropas en las estribaciones boscosas de las montañas y con otros atacan abiertamente a los romanos mientras recogían trigo, Rutilio Rufo cae en la emboscada pero es auxiliado por Escipión, el cual logra salvar a sus hombres con gran dificultad. Camino de Numancia, Escipión se acerca a Cauca, muchos habitantes hubieron de huir por su proximidad, por lo que proclamó que podían volver a sus tierras sin temor (Apiano. Iber. 89). Finalmente consigue regresar a Numancia con el objetivo cumplido de haber agotado los suministros vacceos sin desgastar demasiado a las legiones (Sánchez-Moreno, 2010: 89). Todos estos testimonios nos muestran como los vacceos, a pesar de no ser los generadores del conflicto ni pertenecer étnicamente a los celtíberos, sufren los ataques romanos. El campo vacceo, ambicionado por su agricultura excedentaria y comercializable, constituye la “despensa” de Numancia, y ello precipita las campañas de los distintos generales romanos (Sánchez-Moreno, 2010: 89). Así pues, como ha destacado Sánchez-Moreno (1998; 2010), en la historiografía grecolatina de la guerra numantina el país de los vacceos es una tierra de auxilio (celtibérico), y por ello se convierte en una tierra de castigo (romano). Esta próspera situación del campo vacceo estaría en relación con el particular sistema agrícola empleado por los vacceos para mejorar la producción y garantizar la

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provisión de cosechas en tiempos de crisis, el cual fue observado directamente por Polibio y nos es transmitido por Diodoro, el cual dice lo siguiente: “El más culto de los pueblo vecinos es el de los vacceos. Cada año se reparten los campos para cultivarlos y dan a cada uno una parte de los frutos obtenidos en común. A los labradores que contravienen la regla se les aplica la pena de muerte” (Diodoro, Bib. Hist. V, 34, 3). Este pasaje de Diodoro ha sido utilizado por diversos autores (Costa, 1944; Cabo, 1956; Vigil, 1973; González-Cobos, 1989) como principal evidencia para defender la existencia del llamado colectivismo agrario vacceo. La referencia a este colectivismo agrario se inserta, como de pasada, en la transición entre la descripción que realiza Diodoro de los celtas y la de los iberos, plagada de tópicos tanto favorables como desfavorables, influidos por la concepción estoica del “buen salvaje” (Salinas, 2010: 113-114). Estos prejuicios culturales ayudan a comprender el significado histórico de la cita Diodoro, y como señala Sánchez-Romero (1998; 2010) la idea del colectivismo agrario vacceo se trata de un mero topos historiográfico, no existiendo datos concluyentes para sostener la exclusividad de la propiedad comunal. Por otro lado, otros observadores clásicos dejan constancia de ciertas costumbres indígenas que llamaron su atención, como por ejemplo, la exposición de guerreros caídos en combate para ser devorados por los buitres, un ritual que es practicado por celtíberos y vacceos según señalan Silio Itálico y Eliano (Sánchez-Romero, 2010: 90). Este ritual refleja el valor de la ética agonística, propia de las sociedades hispanoceltas, donde el viaje del más allá del alma del guerrero, a través de las aves, cerraba un ciclo heroico de plenitud guerrera, como indica G. Sopeña (2010). También las fuentes nos aportan algunos datos sobre las creencias religiosas de los vacceos, como la invocación a los dioses protectores de los pactos por los caucenses en tiempos de Lúculo (Apiano, Iber. 52), o cuando los palentinos interrumpen la lucha contra el ejército de Lépido turbados ante un eclipse lunar considerándolo como un aviso de los dioses (Apiano, Iber. 82), lo que refleja un sistema de creencias complejo y articulado (SánchezMoreno, 2010: 90). Pero como destaca Sánchez-Moreno (2010: 90) las fuentes de conquista, sobre todo, nos muestran la actitud solidaria e interactiva de los vacceos con los pueblos vecinos de la meseta, en especial con los celtíberos. Las relaciones comerciales vacceas 11

se debieron extender a otros pueblos como vetones, astures, turmogos o cántabros, con los que intercambiaban productos como trigo, ganado, hierro o sal. Por lo tanto el mundo vacceo se define por una larga tradición de contactos comerciales y culturales, proceso que culminará a finales de la Edad del Hierro con el surgimiento de mercados urbanos desde los que se difunden gran cantidad de productos agropecuarios y manufacturas por la Meseta, como se puede deducir del registro arqueológico (SánchezMoreno, 2010: 91). La nueva aparición de las ciudades vacceas en las fuentes literarias se da en época sertoriana (80-72 a.C.). Durante el conflicto los vacceos, o una parte de ellos, apoyaron al rebelde, como se desprende de la solicitud de caballería vaccea realizada por Sertorio (Livio, Per. 91) o de la liberación de Pallantia al ser sitiada por los pompeyanos en el 74 a.C. (Apiano, Bell. Civ. 1.112). Tras la victoria pompeyana, los vacceos son aludidos esporádicamente formando parte de contingentes, integrados por varios populi, que hacen frente a los ejércitos romanos, como durante el ataque a la ciudad arévaca de Clunia por Metelo Nepote en el 56 a.C. Con el fin de las guerras astur-cántabras (29-19 a.C.) y la organización administrativa impulsada por Augusto, el territorio vacceo va a quedar incluido dentro de la provincia Citerior o Tarraconense, y sus ciudades adscritas al conventus iuridicus cluniensis, con capital en Clunia (Coruña el Conde, Burgos). Esta reorganización va a ser posible gracias al trabajo de geógrafos y funcionaros que redefinieron y caracterizaron los territorios hispanos. Dentro de estos cabe destacar los trabajos de Estrabón, Plinio y Tolomeo los cuales no van a pasar por alto la región vaccea. Pero sus obras presentan ciertas imprecisiones geográficas como nos muestra la descripción realizada por Estrabón “después de los oretanos, hacia el norte están los carpetanos y más lejos los vetones y los vacceos, por entre los que corre el río Duero” (Estrabón, 3.3.2). Por su parte, Plinio (N.H 3.26), da la cifra de diecisiete civitates vacceas en el convento jurídico cluniense, pero solo nombra cuatro de ellas, Intercatia, Pallantia, Lacobriga y Cauca. Finalmente Tolomeo, en su relación de las ciudades del Imperio realizada en el siglo II d.C. enumera veinte ciudades situadas en el territorio vacceo (2.6.49), pero de tan sólo cuatro de ellas se conoce su localización exacta: Albocella (Villalazán, Zamora), Cauca (Coca, Segovia), Pintia (Padilla de Duero, Valladolid) y Rauda (Roa de Duero, Burgos).

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4. Etnogénesis e historia: del horizonte Soto a la integración provincial romana Como atisbábamos en la revisión historiográfica, la idea de que los vacceos tienen un origen remoto en la transición del Bronce Final a la Primera Edad del Hierro surge a principios de los años 90 a raíz de la publicación de los trabajos arqueológicos llevados a cabo en los diferentes yacimientos de la antigua región vaccea (Romero et al., 1993; Delibes et al., 1995). En este sentido, podemos situar el comienzo del proceso etnogenético vacceo (fig. 2), en el momento que las gentes de Cogotas I pasan a ser sedentarias y conocidas como la cultura del Soto de Medinilla, y por lo tanto, estas comunidades del Soto I deben ser consideradas, de alguna forma como vacceas (Ruiz, 2010: 54). En cuanto a las gentes del Soto Antiguo (900-650 a.C.) sabemos que se extienden por las llanuras de la cuenca media del Duero, sobre todo en su margen derecha, rebasando poco la línea del Duero hacia el Sur, y llegando a instalarse en las estribaciones de algunos rebordes montañosos. El panorama poblacional es bastante homogéneo: la mayoría de los asentamientos son pequeños, entre 1 y 5 ha., y se localizan junto a ríos, en pequeños cerros y en los bordes de los páramos, sin parecer mostrar mucha preocupación defensiva, aunque algunos se protegen con muros de adobe (Ruiz, 2010: 55). Los poblados revelan una gran estabilidad, que se asienta sobre una base económica centrada en la agricultura cerealista de secano (trigo y cebada) y complementada con la ganadería vacuna, ovina, caprina y equina. Por lo tanto, se tratarían de pequeñas comunidades autosuficientes con una fuerte relación con las comunidades vecinas. Según Ruiz Zapatero (2010: 56) la uniformidad de los conjuntos cerámicos, la similitud de las viviendas redondas de adobe y una economía compartida, son los elementos que han creado una imagen del grupo Soto. En palabras del mismo autor: “La continuidad que ofrece todo el desarrollo cultural del Soto y los escasos indicios de posible aportes étnicos a lo largo del período avalan la idea de que las poblaciones soteñas fueron creando un stock de población enraizado en el territorio del Duero Medio que podría haber devenido en cierta afinidad genética” (Ruiz, 2010: 56). Durante la fase plena (650-500 a.C.) del grupo Soto se percibe una continuidad respecto a la etapa previa, y algunas innovaciones que no suponen una ruptura con el horizonte cultural soteño. Los poblados siguen las pautas de la fase anterior, con casas 13

redondas, y su base económica sigue basándose en la agricultura cerealista de secano extensiva, por lo que comienzan a expandirse hacia la periferia de las tierras ocupadas en la fase inicial debido al empuje demográfico. Por lo tanto, durante esta fase plena las comunidades soteñas acrecientan su uniformidad cultural, multiplican su presencia en las tierras durienses y ofrecen una imagen de una sociedad cosmopolita y pujante (Ruiz, 2010: 58). Es sorprendente que el mundo soteño desapareciera en el momento de su máximo apogeo, esto es a finales del siglo V a.C. o principios del siglo IV a.C. (Sanz y Romero, 2007: 26). Durante estos siglos se produjeron una serie de cambios y transformaciones del sustrato soteño que, arqueológicamente darán lugar a una sociedad distinta y con rasgos propios: el grupo vacceo (Ruiz, 2010: 58), que eclosionará en el siglo IV a.C. De esta forma, la mayoría de los investigadores actuales defienden una etnogénesis de continuidad entre la cultura del Soto y los vacceos históricos, los cuales identifican las fuentes clásicas a finales del siglo III a.C. y a lo largo del s. II a.C. (Delibes et al., 1995; Sacristán, 1997; Sanz y Romero, 2007; Ruiz, 2010). Como podemos deducir del apartado anterior, el contacto con Roma, a raíz de las guerras de conquista, debió alterar la cotidianidad de los vacceos en un grado no constatado por las fuentes. La campaña de Estatilio Tauro durante el 29 a.C., a lo largo de los valles del Duero y del Pisuerga, marcó el inicio del proceso de asimilación del territorio vacceo en los esquemas administrativos romanos. Durante los primeros momentos de la provincialización las ciudades vacceas, conservaron su peculiar constitución político-administrativa, aunque sujetas a la posible intervención en su vida local del gobernador romano de la provincia (González-Cobos, 1993-1994: 181191).Posteriormente, al irse unificando el régimen de los centros urbanos hispanos, la organización ciudadana se adoptó lógicamente al modelo de administración romano, el cual se basaba en el municipum. Paralelamente, el proceso de romanización irá infiltrándose en todos los ámbitos de la cultura vaccea, el cual podemos rastrear gracias al registro arqueológico. De esta forma, algunos oppida serán abandonados definitivamente, y otros como Pintia, muestran la desaparición de algunos barrios artesanales, seguramente en relación con nuevos sistemas de comercio y distribución de productos (Sanz y Martín, 2001: 325). En el ámbito funerario, se irá avanzando hacia una romanización de los ajuares, como 14

refleja la necrópolis de Las Ruedas, donde tumbas de época augustea muestran todavía un repertorio material claramente vacceo, con una inclusión limitada de elementos foráneos. Es en época flavia cuando se puede definir una segunda fase de “romanización ritual y/o tipológica” (Sanz y Martín, 2001), caracterizada por la inclusión de materiales claramente romanos en las tumbas y un cambio en la mentalidad funeraria. Pero este proceso de romanización no supuso la disolución completa del sistema cultural vacceo fraguado a los largo del primer milenio a.C., ya que muchos de sus elementos siguieron operativos a lo largo de época bajoimperial, como se deduce de la onomástica del período y de la pervivencia de instituciones como el hospicio “indígena”. 5. Territorio, poblamiento y organización política en época vaccea El territorio de los vacceos históricos (fig. 3) comprendía grosso modo la Tierra de Campos, los Montes Torozos, el valle del Cerrato y las campiñas meridionales del Duero. Es decir, el espacio geográfico, que queda delimitado al occidente por los ríos Esla y Cea, que actuarían de frontera con los astures; entre el Esla y el Pisuerga una banda imprecisa, aproximadamente por el norte de Carrión de los Condes, marcaría su límite con los cántabros; al este, y siguiendo aproximadamente el curso del Pisuerga, hasta que recibe al Arlanza, se localizan los turmogos y más al sureste los arévacos; por el sur la frontera con los vetones es mucho más imprecisa y se ciñe bastante bien al curso del Duero, aunque sabemos que al sur de este se hallaban varias ciudades vacceas: Colenda (Cuéllar) y Cauca (Coca) en Segovia, Nivaria (Matapozuelos) y Tordesillas en Valladolid y Arbucala (El Viso de Bamba) en la provincia de Zamora. Pero, evidentemente, no se puede hablar de un mismo espacio a lo largo del tiempo y de ahí la dificultad de fijar sus fronteras. En cualquier caso, el territorio vacceo habría de entenderse, más que como un territorio de estructura estatal, como el resultado de la agregación de las diferentes unidades políticas básicas u oppida que la integran (Sanz y Martín, 2001: 316). Desde el punto de vista geológico, la región vaccea ocuparía dos terceras partes de las tierras sedimentarias del interior de la Meseta, una extensa altiplanicie formada por espesos sedimentos, y delimitada por los sistemas montañosos Cantábrico, Ibérico, Central y la penillanura occidental (Sacristán, 2011: 186). Los ríos y otros factores de erosión compartimentan el espacio, dando lugar a diversos ambientes: los páramos, los 15

valles fluviales y las campiñas. Esta amplia área, de unos 32.000 km², desborda el ámbito del pueblo vacceo, que ocupaba la zona nuclear y de mayor extensión, por lo que este patrón se puede ampliar a los turmogos en la parte nororiental y las ciudades arévacas situadas al oeste del sistema ibérico, además de la Brigeco astur en el oeste y Helmantica (fuera vaccea o vetona) en el suroeste (Sacristán, 2011: 186-187). El estudio de los 63 núcleos de población de la Segunda Edad del Hierro incluidos en el territorio definido previamente, revela un modelo o patrón de poblamiento operativo desde el siglo IV a.C. hasta las guerras sertorianas, con unas pautas, que han sido sistematizadas por Sacristán de Lama (2011: 187-190), siendo las siguientes: a) Generalmente, se trata de núcleos grandes (entre 5 y 20 ha) y distantes entre sí (entre 10 y 20 km); b) Los núcleos de población se instalan preferentemente junto a los principales corredores fluviales, o junto a pequeños cursos de agua locales; c) Se produce un vacío de poblamiento en los páramos y llanuras arenosas por la limitación del potencial económico de estas zonas; d) Tendencia a la dispersión en la campiña de Tierra de Campos, debido a las buenas condiciones que presenta para el aprovechamiento agrícola; e) Ausencia de intervisibilidad de los asentamientos; y f) un escaso desarrollo de la jerarquización del poblamiento, que se desprende de la inexistencia de núcleos intermedios entre ciudades citadas por las fuentes, y que contrasta con el sistema claramente jerarquizado de otros sectores peninsulares, incluidos los vecinos arévacos y vetones. En cuanto a las ciudades vacceas y su entorno, los territorios ciudadanos debían de estar bien definidos, alcanzando habitualmente varios centenares de kilómetros cuadrados, con distancias del centro a la periferia que en algunos puntos llegarían a los 20 kilómetros. De esta forma, es difícil pensar que todo el espacio fuera objeto de aprovechamiento económico intensivo, pudiendo establecer un territorio de explotación habitual circular de unos 5,5 km de radio, en consonancia con una sociedad agraria, en la que los límites de este territorio, por razón de rentabilidad, no pueden estar distantes, extrapolando datos de los estudios territoriales realizados en el ámbito beocio por Pascual Rodríguez (1997). El emplazamiento de las ciudades dentro del territorio no es aleatorio, ubicándose preferentemente en puntos con dominio de las amplias vegas. Más de la mitad de los núcleos poblacionales, se asientan en los bordes de los páramos, fácilmente 16

defendibles, con buen control visual de las vegas y fácil acceso a los recursos complementarios del páramo (Sacristán, 2011: 191). Una variante del caso anterior, es el aprovechamiento de cerros-testigo, siendo significativo el número de ocupaciones singulares por su extensión o funcionalidad en estos emplazamientos. Y en menor número encontramos asentamientos localizados en el fondo de los valles, próximos a los bordes de las terrazas fluviales, que hacen las veces de foso natural. Gracias a la arqueología aérea conocemos las plantas completas de varios núcleos, como Tiedra, Valoria, Palenzuela, Calzadilla de la Cueza, o Fuentes de Ropel, una ciudad astur que se asemeja en su urbanismo y cultura material a las vacceas. El aspecto más significativo es que todas ellas presentan una planificación unitaria con una ordenación regular del espacio. Por ejemplo, Amallobriga (Tiedra, Valladolid), Vinimatio (Calzadilla de la Cueza, Palencia) (fig. 4) y Brigeco (Fuentes de Ropel, Zamora), presentan un esquema simple compuesto por una vía longitudinal que articula con las múltiples calles que la cortan transversalmente. Sacristán (2011: 192) defiende el carácter indígena de esta planificación, como muestra el ejemplo de Valoria y Palenzuela, ciudades con un urbanismo muy ordenado, y que fueron destruidas durante la guerra sertoriana. En lo que se refiere al ámbito doméstico, predominan las viviendas de planta ortogonal, construidas en adobe, con postes y vigas de madera y pavimentos de arcilla endurecida. Se han documentado tanto viviendas de planta sencilla, como las de Padilla, de unos 5 m de anchura, y compuestas de un vestíbulo, estancia principal y despensa; como otras que presentan un desarrollo más complejo, como en Roa, donde se excavó la llamada “Casa del Sótano” de más de 80 m², con pórtico, estancia principal y cuatro habitaciones posteriores, una de ellas identificada como un sótano (Abarquero y Palomino, 2012: 117-132). La mayoría, si no la totalidad, de los núcleos urbanos contaban con un sistema defensivo que además de su valor militar, cumpliría una función simbólica como afirmación de la identidad ciudadana. El elemento fundamental serían las murallas, que podían circunvalar completamente el núcleo urbano, como ocurre en Tardajos o Solarana. En Valoria y Palenzuela, la fotografía aérea ha documentado una línea defensiva, de unos 40 m, compuesta de varias líneas de fosos y murallas. Las murallas por regla general están construidas en piedra, pero también encontramos muros terreros, 17

como en Villapadierna, o de adobe, como en Padilla, donde alcanza un espesor de unos 7 m, completándose el sistema defensivo con torres semicirculares y un foso de casi 40 m de anchura (Sacristán, 2011: 196). Queda constancia de que algunos núcleos urbanos contaban con sectores residenciales fuera del recinto murario. También se solían situar extramuros algunas industrias artesanales, en especial los talleres alfareros, por necesidades de espacio y agua y para evitar humos e incendios, como se documenta en Roa, Padilla y Palenzuela (Sacristán, 2011: 197). Finalmente, en las inmediaciones de los asentamientos se emplazaban las necrópolis, identificadas sólo en una minoría de las ciudades, como la de Las Ruedas en Padilla. Cálculos realizados por Sacristán (2011: 198), estiman que población de la ciudad de un núcleo medio de 10 ha alcanzaría los 2800 habitantes. Teniendo en cuenta, que de los 48 asentamientos de los que se conoce su extensión aproximada, 37 tenían más de 5 ha, y 24 de ellos más de 10 ha. Por lo tanto, en líneas generales, se tratarían de ciudades de entre unos 1.500 y 5.000 habitantes. De manera que, en un escenario de 2.500 habitantes de media por ciudad, en los 32.000 km² del territorio estudiado la población total rondaría los 160.000 habitantes, con una densidad total de 5 hab/km². Para satisfacer las necesidades de la población las ciudades tuvieron que saber aprovechar los recursos económicos del territorio, y así lo hicieron, como refleja la prosperidad de alguna de ellas. En el caso vacceo, llama la atención que los grandes oppida regionales pudieran ser sostenibles sin la ayuda de asentamientos secundarios en su territorio. Sacristán (2011: 199-200), establece un modelo hipotético de sostenibilidad, teniendo en cuenta el rendimiento medio del trigo y las necesidades anuales de los habitantes, estimando que una población de 3.000 habitantes necesitaría unos 15 km² de campiña para poder mantenerse. La sostenibilidad agrícola del modelo de poblamiento se mantiene para comunidades de hasta 5.000 personas, que necesitarían 25 km², lo que implica que las tierras más alejadas empezarían a plantear problemas de accesibilidad y rentabilidad. A partir de aquí la capacidad de explotación comenzaría a complicarse y un crecimiento demográfico exigiría explotar otras áreas. Según Sacristán (2011: 200), las ciudades prerromanas de la Meseta no habrían podido superar el límite máximo de 10.000 habitantes, que requería 50 km², sin romper el modelo de núcleo único, explotando otras zonas de su territorio desde aldeas secundarias. 18

El otro gran pilar económico era la ganadería, aunque es difícil establecer su peso en relación con la agricultura. Destaca el predominio del ganado vacuno, que supone un 60% del total, pero también hay presencia de ovicápridos, y de equinos. A la agricultura y la ganadería, se añadía la recolección de productos silvestres, como la bellota, la caza de cérvidos, suidos y conejos, y la obtención de madera y leña de las masas forestales cercanas. Entre las actividades artesanales, la mejor documentada es la alfarería que alcanzó un desarrollo semiindustrial, como se deduce de la especialización y estandarización de las producciones (Sacristán, 2011: 202).; la artesanía textil, fundamentalmente de lana, debió reducirse al ámbito doméstico, como atestigua la pesas de telares encontradas en las viviendas (Sanz y Romero, 2007: 115-118); a estas se añaden la herrería y la orfebrería, que alcanzó una calidad artística que refleja la situación social y económica excedentaria. Como hemos visto anteriormente el territorio del ethnos vacceo queda definido por la suma de los territorios de las diversas ciudades, que sí tendrían fronteras políticas. Así, las etnias fueron referentes identitarios, pero, que sepamos no tuvieron un correlato político formalizado. Los lazos intraétnicos se fortalecían a través de instituciones como el hospicio y mediante el apoyo mutuo frente a amenazas externas como la romana, incluyendo quizás un caudillo o autoridad común. De esta manera, el marco político vacceo parece ceñirse estrictamente a las ciudades-estado o civitates, término aplicado por Plinio para estas ciudades en época imperial. Pero la administración imperial heredó y adaptó una realidad anterior al dominio romano, que como reflejan las fuentes estaba caracterizada por la existencia de ciudades-estado, con plena soberanía y autonomía de acción, que incluía la capacidad de pactar (Sacristán, 2011: 206). Por lo tanto, la ciudadestado prerromana, era tanto una circunscripción territorial como una entidad política independiente. Con el surgimiento de la ciudad, la pertenencia a la misma pasa a ser un marcador de identidad para sus habitantes, que se convierten en ciudadanos de una determinada civitas. Poco sabemos acerca de la organización política interna de las ciudades vacceas: Sacristán (2011: 206) defiende la posible existencia de un senado, basándose en el relato de Apiano (Iber. 50.52) que nos narra el episodio de Cauca durante la campaña de Lúculo. Además también debieron existir magistraturas, como lo eran las jefaturas militares en tiempos de guerra. Es más, el carácter estatal de la civitas

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exigía una autoridad formalizada desde los primeros momentos, la cual dirigiese el proceso de sinecismo y la planificación urbanística. 6. En torno a la identidad cultural de los vacceos: el registro arqueológico 6.1 Cerámica En la actualidad podemos hablar con toda propiedad de cerámica vaccea, de características similares a la celtibérica pero con ciertas singularidades que hacen que pueda aislarse de ésta. Además, los restos de los talleres alfareros de algunas ciudades vacceas, confirman que la mayoría de las producciones cerámicas eran de fabricación local (Blanco, 2010: 257). A continuación analizaremos las producciones más significativas que se fabricaron en el territorio vacceo entre inicios del siglo IV a.C. y el cambio de Era, siendo conscientes de ofrecer una imagen un tanto sesgada dentro de la riqueza alfarera de las gentes vacceas. La cerámica realizada a mano, en cuyo origen se evidencia un claro protagonismo de las gentes de la cultura del Soto, convive durante toda esta etapa con la modelada en el torno. Nos encontramos ante un grupo con una amplia diversidad en cuanto a las propiedades del material utilizado, los recursos formales empleados y los aspectos decorativos desarrollados. De esta manera, encontramos numerosas piezas fabricadas con pastas tocas, pero también otras en las que se usan barros muy depurados con la inclusión de desgrasantes. El tratamiento de la superficie también varía entre un acabado poco cuidado y el alisado e incluso bruñido. Y lo mismo también en cuanto a las formas básicas de los recipientes, de las que se han diferenciado poco más de una docena con sus propias variantes, lo que se traduce en una treintena de tipos de perfiles, de los que el cuenco y el cuenco-taza es el más frecuente. En el abundante conjunto de materiales decorados aparece un amplio repertorio de recursos estéticos y de técnicas, que suelen utilizarse de forma combinada, entre las que destaca la incisa (simple y a peine) y la impresa (a peine, punta de navaja, ruedecilla, etc.). Se trata de una ornamentación dispuesta en frisos horizontales, individuales o superpuestos, alrededor de la vasija, integrados por series repetidas de elementos formando bandas, que ocupan la parte media y superior, dejando libres el borde y la zona inferior (Sanz y Carrascal, 2012: 35). El modelo de friso más empleado es el elaborado con un peine inciso, con el que se crean trenzados, sogueados, 20

ondulaciones, etc., aunque en la zona meridional del territorio vacceo es la técnica del peine impreso la que adquiere mayor relevancia, pues tanto en Las Ruedas como en Cuéllar representa en torno al 70% de los vasos manuales decorados (Blanco, 2010: 262). La decoración a peine que se encuadra dentro de las cerámicas incisas o impresas (fig. 5), constituye el grupo más emblemático, en el que se alcanza un alto grado de complejidad y variedad estética, siendo considerada tradicionalmente como un elemento propio de la etnicidad vaccea. En cuanto a la cerámica a torno, su afianzamiento en el valle medio del Duero tiene lugar en los comienzos del siglo IV a.C. El aprendizaje de este nuevo sistema de producción alfarera constituye un exponente más del desarrollo urbano que tiene lugar en este momento, con un crecimiento demográfico que consolida una demanda en alza para cubrir las necesidades domésticas y funerarias. Dentro de estas producciones a torno destaca el grupo de la cerámica fina anaranjada, lisa y pintada por ser el más abundante, rico tanto en formas como en decoraciones pintadas y extendido geográficamente, pues está presente en todos los yacimientos vacceos. Blanco García (2010: 264) apunta a que esta nueva forma de producción cerámica la aprendieron los vacceos de sus vecinos celtibéricos, cabiendo la posibilidad, de que algunos alfareros de la Celtiberia se trasladaran a territorio vacceo. Además de los productos vasculares, tanto en los poblados como en las necrópolis nos encontramos con una serie de elementos modelados en arcilla, caracterizados por su singularidad pero igualmente representativos de la cultura material vaccea. Dentro de la cerámica singular encontramos diferentes objetos fabricados principalmente a mano, como las bolas de barro conocidas como “canicas”, las cajitas tetrápodas (fig. 6) o las sonajas. Su peculiar morfología plantea serias dudas sobre su utilidad funcional, de ahí que su particular sistema de elaboración y la utilización de la técnica excisa, refuerzan la idean de un carácter simbólico y, quizás, protector (Sanz y Carrascal, 2012: 40). Este variado y particular elenco de producciones cerámicas, aún a falta de un análisis más en profundidad que estudie los repertorios decorativos, permite hablar de una alfarería específicamente vaccea, de gran calidad técnica y estética, que estuvo en vigor durante más de medio millar de años.

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6.2 Armamento Antes de analizar los elementos más significativos de la panoplia armamentística vaccea, conviene subrayar las limitaciones existentes para su conocimiento, debido a que su estudio se vincula, salvo contadas excepciones, al ámbito necropolitano, y más concretamente a la necrópolis de Pintia. A pesar de ello, es evidente que podemos hablar de la elaboración y utilización de un armamento propio en el territorio vacceo, aún cuando la morfología de los distintos tipos de armas es compartida con otros pueblos prerromanos del entorno. En cualquier caso, la tipología nos muestra un armamento individual y ligero, en forma de espadas, lanzas, puñales, jabalinas, cuchillos o escudos, acorde con una ética agonística o de combate individual, basada en la gesta personal antes que en un concepto hoplítico de lucha (Sanz, 2010a: 320-321). Son, sin duda espadas, puñales y caetrae los objetos que confieren una mayor especificidad a la panoplia vaccea, reproduciendo modelos muy exclusivos que Sanz Mínguez (2010a: 322) considera originarios de este ámbito, por más que su temprano reconocimiento en otros lugares de la periferia vaccea haya servido para designarlos bajo el nombre de yacimientos como Miraveche o Monte Bernorio. La excepcionalidad que supone la aparición de cualquier clase de espada en el registro arqueológico vacceo contras con los que ocurre en los pueblos vecinos celtíberos o vetones, donde son habituales las espadas de frontón y de antenas. De hecho, sólo contamos con una espada completa, localizada en la tumba 28 de la necrópolis de Las Ruedas, y un segundo ejemplar fragmentario en Palenzuela del modelo conocido como de tipo Miraveche. El tipo posee una hoja estrecha y alargada, de unos 40 cm de longitud, con estrías que bordean el filo y punta estrangulada próxima a lengua de carpa. La vaina de tan singular espada estaría compuesta por cantoneras de bronce de sección en “U”, donde iría encajada una funda de cuero, y por una contera de bronce en forma de abanico con representaciones zoomorfas y de elementos geométricos, que la dotan de gran carga simbólica, hasta el punto de ser considerada cetro sacerdotal por su descubridor y más recientemente signa equitum (Sanz, 2010a: 322-323). Sea como fuere, un bien de prestigio, exclusivo de la élite ecuestre. El elemento más característico de la panoplia vaccea es sin duda el puñal de tipo Monte Bernorio (fig. 7), un arma corta de profundo arraigo en el territorio vacceo donde, casi con toda seguridad, tiene su origen y desarrollo (Sanz, 2010a: 331). La 22

investigación arqueológica habitualmente lo descubre en los cementerios, pero también aparece en viviendas e incluso en campos de batalla como en Cuartango. Este tipo de puñal, confeccionado en hierro a excepción de los complementos realizados en cobre, bronce, plata o electrón, irá evolucionando desde su aparición a finales del siglo V a.C., hasta comienzos del siglo II a.C., momento en el que se irá imponiendo el puñal de filos curvos. De esta manera, durante este largo intervalo de tiempo se observan múltiples modificaciones, especialmente en la empuñadura y en la decoración utilizada, que han permitido a Sanz Mínguez (2010a: 333-337) distinguir tres etapas diferentes (formativa, desarrollo y expansión). El puñal Monte Bernorio pronto se va a convertir tanto en un elemento de representación interna del poder, como en regalo diplomático para establecer, desarrollar y mantener alianzas estratégicas con otras comunidades de la periferia vaccea (Sanz, 2010a: 334). De manera acorde al desarrollo de la cultura vaccea y de la consolidación y acrecentamiento del papel social de las élites guerreras, el arma va a experimentar una serie de cambios morfológicos y decorativos que reflejan la necesidad que esas élites tienen de reforzar su papel a través de la exhibición de objetos suntuarios y emblemáticos como el armamento. Así, en la fase de desarrollo el arma presenta una mayor longitud de la vaina (230-300 mm), al tiempo que en algunos ejemplares se incorporan nuevas técnicas como el damasquinado. Este progresivo enriquecimiento de los ejemplares refleja la evolución, social, económica y política de las poblaciones que los utilizaron. El arma defensiva característica de los vacceos es la caetra de tipo Monte Bernorio, un escudo circular, cóncavo al exterior, de poco más de medio metro de diámetro, cuya rodela sería construida en madera y/o cuero, contando con una serie de refuerzos metálicos, que son los que se han documentado arqueológicamente. La caetra se presenta con un arma propiamente vaccea, resultando expresiva la ausencia de otros modelos de escudos en este territorio, que sí se encuentran en otros próximos como el vetón y el celtibérico. Completan la panoplia vaccea lanzas, jabalinas y cuchillos de un filo, que responden a modelos compartidos con otros pueblos vecinos. Pero como hemos visto, algunos elementos de la panoplia permiten concluir la existencia de un armamento propio del territorio vacceo.

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6.3 Orfebrería De particular personalidad hay que señalar fue la orfebrería, un artesanado reconocido como propiamente vacceo a partir del hallazgo de una serie de tesorillos en Pintia y otras localidades principalmente palentinas. Las joyas de los tesoros palentinos (fig. 8) sobrepasan en número ligeramente las seis decenas y, con raras excepciones, son los mismo adornos de tipo personal presentes en cualquier atesoramiento prerromano peninsular, esto es torques, brazaletes, pulseras, anillos, pendientes y fíbulas. Sin embargo se trata de versiones singulares, con detalles formales y decorativos de suficiente personalidad como para deducir la existencia de una joyería específica propia de un grupo de la Meseta Norte (Pérez y Delibes, 2012: 63). Haciendo una valoración conjunta de las joyas palentinas, los torques, con casi treinta ejemplares, son los más numerosos y responden a dos grandes grupos, los funiculares, constituidos por varios alambres torsionados, y los reducidos a una solo varilla. Entre los primeros predominan los de “bucles” y los rematados con bellotas en los extremos. Entre los segundos, cabe destacar aquellos que presentan dos o tres bucles a lo largo de su recorrido, siendo prácticamente exclusivos de la zona palentina. También, al igual que en otros tesoros de la meseta, son abundantes los brazaletes y las pulseras. Estas últimas, sobre varilla de plata, abiertas, y de diseño entre circular y oval, suelen mostrar extremos cortados sobre los que se modelan cabezas de animales esquemáticas, pero en general se trata de objetos de no muy acusada personalidad que costaría distinguir de sus semejantes ibéricos de los tesoros del Alto Guadalquivir (Pérez y Delibes, 2012: 64). Lo contrario ocurre en el caso de los brazaletes espiraliformes (fig. 9), muy bien documentados, con más de una docena de ejemplares en los tres tesoros de Palencia. La estructura es acintada y pueden llegar a tener una docena de espiras, de las que las centrales son lisas, mientras que las de los extremos presentan una decoración geométrica. En algunos casos los extremos finalizan en cabezas de serpientes bastante naturalistas, que recuerda a otros objetos similares ibéricos. Pero en la mayoría de los ejemplares predomina el esquematismo y la geometrización de los motivos, resultando difícil buscar su fuente de inspiración. Según Sanz y Romero (2009) se tratarían de recreaciones exclusivas, por el momento, del espacio vacceo y astur meridional.

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La personalidad de la mayor parte de las joyas de los tesoros palentinos es notoria y justifica la individualización de un estilo propio de la Meseta, que en algún caso se ha propuesto asignar directamente al pueblo vacceo (Sanz y Romero, 2009). 6.4 Iconografía La mayoría de los investigadores (Romero et al., 1993; Delibes et al., 1995; Sanz et al., 2009) sostienen la existencia de un estilo decorativo vacceo que confiere predominancia a los motivos geométricos y a las composiciones abstractas por encima de la figuración, y que abarca todas las esferas decorativas: cerámica, orfebrería, armas, etc. La extraordinaria expansión y unidad del estilo decorativo vacceo sobre diferentes soportes y contextos demuestra su relevancia social y simbólica como expresión material de la cosmovisión de estas gentes. Por ello, es posible que los motivos ornamentales del estilo decorativo vacceo expresaran principios cosmológicos variados cuya representación se consideraba fundamental para el mantenimiento del orden social, de ahí su apropiación por aristócratas, que exhibían tales símbolos en sus vestidos, armas, joyas, etc. (Alfayé, 2010a: 547). De cualquier modo, resulta casi imposible desentrañar los significados relacionales de los motivos geométricos, por lo que la mayoría de los autores se han centrado en el análisis de los motivos figurados, al igual que lo haremos nosotros en este apartado. En concreto, vamos a prestar atención a las figuras zoomorfas en perspectiva cenital que son las más características del imaginario iconográfico vacceo, y por tanto las mejor analizadas. Estas manifestaciones se concentran particularmente en torno al valle medio del Duero, lo que viene a coincidir con el área étnica y cultural de arévacos y vacceos, siendo en la región de estos últimos donde se reconocen las representaciones más genuinas. En cuanto a su cronología, se barajan para tales representaciones cenitales fechas que van desde finales del siglo II a.C. hasta al menos la primera centuria de nuestra era (Romero y Sanz, 1992). Al igual que los motivos geométricos, estas figuraciones están presentes en todo tipo de soportes: cerámica, joyas, armas, etc., y se tratan de imágenes simbólicas, ya sea de carácter protector o mágico, con un valor religioso y social. Pero esto no quiere decir que las imágenes vacceas hubieran conservado el mismo significado en cualquier espacio y período e independientemente del usuario y la audiencia, lo que dificulta la tarea de descifrar las metáforas conceptuales expresadas a través de las imágenes. 25

Como ejemplo de caso, queremos referirnos a una pieza debidamente documentada y procedente de la tumba 32 de la necrópolis de Las Ruedas de Pintia, el pomo de un puñal tipo Monte Bernorio. En su reverso el pomo presenta motivos figurados incisos, entre los que destacan dos grandes zoomorfos en perspectiva cenital provistos de cola corta, cuello largo, y reducida cabeza, de cuya boca surge una especie de sinuosa y larga lengua que remata en un circulo reticulado, y cuyos cuerpos y patas se decoran con series de líneas paralelas y se señalan claramente cinco garras al final de cada una de las extremidades (fig. 10). Sanz Mínguez (1998: 441) asimila estas figuras a la esfera de lo sagrado, teniendo en cuenta su tamaño y posición central en la composición decorativa. En este sentido, constituyen manifestaciones de la divinidad expresadas a través de una convención plástica, que tiende a concretarse en un sincretismo zoomorfo (de cánido, serpiente y jabalí) que, al configurar un monstruo, transcendería de la esfera de los natural y se adentraría en la religiosa (Sanz, 1998: 444445). Romero (2010: 526-535), insiste en su significado profiláctico, protector o mágico y apunta para las mismas un posible carácter étnico que contribuye a la identificación del pueblo vacceo. 7. Sociedad, poder y ritual 7.1 Mundo funerario Nuestra principal, y casi única, fuente de conocimiento sobre el mundo funerario vacceo proviene de la información que nos aporta el análisis de las necrópolis de Las Ruedas y Carralaceña, ambas en Pintia. En cuanto a los rituales funerarios vacceos, comenzaremos refiriéndonos a los rituales alternativos, aplicados a dos sectores sociales muy concretos: los niños de más corta edad y los guerreros muertos en combate. Los primeros les encontramos inhumados en los suelos de las viviendas de la ciudad de Las Quintanas, hasta nueve de ellos han sido documentados y en todos los casos se tratan de individuos neonatos o perinatales (Sanz, 2010b: 210). En el caso de los segundos, la información proviene de un pasaje de Claudio Eliano (Natur. Anim., X, 22), el cual nos informa sobre el ritual diferencial de exposición a los buitres practicado con aquellos guerreros muertos en combate, al considerar a aquel animal sagrado y propiciador de la llegada al ámbito celeste, lugar de residencia de la divinidad, del guerrero que ha tenido una muerte heroica. Este testimonio, muestra también un discreto

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apoyo arqueológico en el reciente hallazgo de una pequeña placa de bronce recortada en forma de cabeza de buitre, hallada en el cementerio de Las Ruedas. El ritual normativo vacceo, aplicado a la generalidad de los individuos, estuvo constituido por la cremación del cadáver en una pira funeraria (fig. 11); concluida la combustión del mismo, los restos óseos calcinados se seleccionarían y se limpiarían, serían trasladados a una cerámica y, finalmente, ya en el camposanto, se procedería a depositar en un hoyo abierto a tal fin la urna cineraria junto a sus ajuares y ofrendas viáticas, para concluir sellando el conjunto con unas pequeñas lajas y tierra y señalizar al exterior su ubicación con grandes estelas de piedra caliza. Debemos distinguir entre ajuares y ofrendas. Los primeros, sobre todo metálicos, entendidos como pertenencias del difunto, suelen presentar signos de combustión por haber acompañado al difunto en el momento de la cremación; su vínculo de propiedad se hace explícito también en el momento de su depósito ya que aparecen estrechamente asociados a los restos óseos cremados, bien dentro de la urna cineraria o junto a ella (Sanz, 2010b: 213). Las ofrendas, por su parte, estarían constituidas por el resto de los elementos, de carácter sobre todo viático para el más allá: bebidas y alimentos sólidos incluidos en recipientes diversos, así como trozos de carne, y otros objetos simbólicos relacionados con el banquete funerario. Este registro funerario, pese a su carácter simbólico, nos ofrece una gran potencialidad para la reconstrucción social de estas poblaciones. De esta forma, la gran variabilidad existente en la composición de ajuares y ofrendas de acompañamiento presentes en las tumbas traduciría la complejidad de una sociedad claramente jerarquizada, dirigida por una minoritaria oligarquía guerrera y sustentada por una amplia base social (Sanz y Martín, 2001: 323). Evidentemente en la identificación del rango vertical los extremos resultan más fáciles de identificar. Así tumbas como la 28 o 32 de Las Ruedas, con presencia de armas damasquinadas o espadas, se situarían en la cúspide, mientras que las llamadas “tumbas pobres”, sin más evidencia que los restos cremados, incluso depositados directamente sobre el suelo, estarían en la base de la pirámide social. Sin entrar al detalle en la reconstrucción de los rangos, resultan especialmente importantes algunos conjuntos dobles como las tumbas 30 y 50 de Las Ruedas. Nos referimos a enterramientos sincrónicos que han sido objeto de depósito en loculus único 27

o común y que, por tanto, debieron mantener en vida algún tipo de vínculo muy estrecho. Así, en la sepultura 30 una pequeña laza caliza servía para separar las urnas cinerarias y sus ajuares y ofrendas correspondientes, cuyo análisis antropológico ha concluido que se trataba de un varón de 40-50 años y de una mujer de 18-20 años. Los 17 objetos que comprende el ajuar del primero frente a los 7 de la segunda, de los cuales los elementos metálicos muestran una proporción de 7 a 1, nos indica con claridad diferencias de rango horizontal entre un guerrero de estatus elevado y una mujer estrechamente relacionada a él (Sanz y Martín, 2001: 324). 7.2 Élites guerreras, vino y banquete El banquete y el consumo de vino entre los vacceos han quedado atestiguados gracias a sendos hallazgos, tanto en el ámbito urbano como en el necropolitano del oppidum de Pintia. En primer lugar, debemos referirnos a una casa de época sertoriana del poblado de Las Quintanas donde se recuperó un interesante conjunto de vasos cerámicos. Por el suelo de una de las estancias, se localizaron, por un lado y junto a una importante cantidad de trigo carbonizado, una olla de cerámica común y dos grandes recipientes de almacenaje; en el extremo opuesto, un pequeño vaso de cerámica negra bruñida, una taza pintada y otra gran vasija de almacenamiento; en otro lugar, una pequeña jarra de pico y una gran fuente con asa, ambas decoradas con pinturas, además de una copa y un embudo; finalmente, un cuenco hemiesférico, pintado al igual que los otros vasos mencionados con motivos geométricos (Sanz, Romero y Górriz, 2009: 604). Excepto los dos primeros ejemplares comentados, el resto de recipientes se relacionan fundamentalmente con el contenido, trasiego y bebida de líquidos, y, en menor medida, con el consumo de viandas. La analítica de residuos de estos vasos viene a confirmar estos usos: la jarra y la taza contienen elementos que indican que en su día contuviera una bebida fermentada y elaborada con trigo, es decir, cerveza; la presencia de tartratos en el vasito de superficie bruñida señala que acogió vino o vinagre; finalmente, los ácidos grasos y colesterol identificados en la gran fuente atestiguan que en ella se sirvieron grasas animales, y, muy posiblemente, carne (Sanz, Romero y Górriz, 2010: 604). Pero de donde obtenemos las mayores evidencias sobre el consumo de vino y carne entre los vacceos es de las tumbas de las necrópolis de las Ruedas. En la tumba 75, datada en el siglo II a.C. y que corresponde a un varón adulto de la clase ecuestre, se 28

hallaron dos copas de diferente tipología y tamaño, la menor de las cuales, de cuerpo en forma de cáliz, serviría para beber, mientras que la más grande, de pie bajo, cuerpo abombado con el diámetro máximo muy bajo, se destinaría a contener la bebida, como han confirmado los análisis de residuos (Sanz, Romero y Górriz, 2010: 600-601). Pero esta no es la única copa que ha proporcionado restos de tartratos en la necrópolis de Las Ruedas, ya que también ocurre en los conjuntos funerarios de las tumbas 18, 30 y 34. Todas estas evidencias permiten sospechar, que otras copas de idéntica morfología, aparecidas en diferentes tumbas del cementerio, estuvieran destinadas también a beber vino. Por otro lado debemos apuntar como los conjuntos funerarios comentados corresponden a guerreros, vinculándose así el consumo del vino a la oligarquía social (fig. 12). En este sentido, destacar el testimonio que nos ofrece la citada tumba 30, una sepultura doble y sincrónica de hombre y mujer, donde la presencia de una copa en el ajuar de esta última parece indicar que el consumo de vino no quedara entre los vacceos restringido a los varones y que, por tanto, las mujeres, al menos de la clase social elevada, no fueran excluidas del mismo (Sanz, Romero y Górriz, 2010: 599). Es interesante que algunas de estas tumbas contaran también con ofrendas de carne, es el caso de la 77 y 84, donde se ofrecieron cuartos de cordero lechal, o el de la 68, en la que los huesos de ovicaprino joven se acompañaban de otros de gallinácea y restos de cáscara de huevo de gallina. Con todo lo visto, parece evidente pensar que las élites de Pintia, y cabe suponer que las vacceas en general, tuvieron acceso al vino, casi con seguridad, desde el siglo IV a. C., a juzgar por la presencia de las copas en que se bebía a partir de tal fecha en los ajuares funerarios; asimismo, que su consumo se acompañaba de la ingestión de carne en banquetes fúnebres y domésticos. Este consumo estaría restringido a la oligarquía guerrera, como cabe deducir del hecho de que las tumbas que han aportado copas y cráteras son las pertenecientes a guerreros y equites, y de que la estancia comentada al principio de este apartado perteneciese a una de las viviendas más amplias detectadas en el poblado de Las Quintanas. Este consumo de carne y bebidas alcohólicas por parte de las élites guerreras vacceas va a servir como un mecanismo para expresar y justificar su poder y autoridad, exaltando su posición dominante en la sociedad (Sanz, Romero y Górriz, 2010: 608-609).

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7.3 Religión: imagen y rito Como hemos adelantado en el subapartado dedicado a la iconografía, es posible que los motivos ornamentales abstractos presentes en las decoraciones de distintos elementos de la cultura material vaccea, expresaran principios cosmológicos variados, fundamentales a la hora de entender el mundo que les rodeaba. Sin embargo para acercarnos al conocimiento del mundo religioso vacceo, las representaciones que resultan más significativas son sin duda las figurativas, constituyendo una fuente de información de primera magnitud para aproximarnos a la mentalidad mágico-religiosa, funeraria y social de los vacceos (Blanco, 2013: 162). En primer lugar, debemos tener en cuenta que la semántica oculta tras estas representaciones puede ser más compleja de lo que a primera vista pueda parecer, acentuando la problemática en su interpretación la enorme distancia cultural existente entre el investigador y las gentes vacceas. Por ello, aunque podamos creer que hemos desentrañado el simbolismo de determinada imagen, debemos ser conscientes que su significado para los vacceos pudo ser diferente. De esta forma, el método más adecuado para entender estas representaciones es aquel que analiza la imagen como un todo indisoluble, teniendo en cuenta la funcionalidad del objeto en el que aparece, el contexto arqueológico en el que ha recuperado dicho objeto, y el contexto social y cultural del momento. Como ya tratamos las figuraciones zoomorfas en perspectiva cenital con anterioridad, ahora nos vamos a referir a las representaciones de los dos animales que con mayor frecuencia aparecen en la iconografía vaccea, los peces y las aves. Por número de imágenes los peces son, con diferencia, los animales más representados dentro del imaginario vacceo. En esto coincide con el celtibérico, y ambas culturas se desmarcan respecto a la situación que se observa en la céltica insular y transpirenaica, donde las imágenes de vertebrados acuáticos son poco frecuentes. La mayoría de los peces vacceos aparecen pintados en recipientes cerámicos, siendo el catálogo diverso en cuanto a la forma de presentarlos: aislados, en grupo, entrelazados formando una cadena, bajo un sol, haciendo girar una esvástica, etc. Algunas de estas representaciones de peces, en las que aparece junto a la esvástica o el sol, indican que el pez pudiera tratarse de un símbolo solar más, relacionado con el Más Allá (Blanco, 2013: 169). También se ha apuntado a su utilización como símbolo escatológico, vinculado con la 30

creencia vaccea de la existencia de un itinerario hacia la esfera inmaterial a través del medio acuático (Alfayé, 2010: 566). De cualquiera de los modos la mayoría proceden de ámbitos domésticos, es decir, del mundo de los vivos, lo que significa que ese carácter solar que tiene el pez no sólo está vinculado con la muerte y el Más Allá, sino también con la vida cotidiana. En cuanto a las aves, también constituyen una parte importante del bestiario vacceo, pero, en ocasiones, es difícil diferenciar qué especie está representada debido a que la mayor parte suelen ser bastante esquemáticas. Al margen de esto, somos capaces de distinguir especies como el buitre, el pato, la golondrina o el vencejo y un ave zancuda que quizá sea una cigüeña. Los ánades, que ocuparon una posición destacada en la simbología y en la iconografía de las poblaciones celtas, en el mundo vacceo los hallamos sobre todo estampados en vasos a mano fechados en su mayoría entre los siglos IV y II a.C. Comparten con los peces su carácter acuático y solar, por lo que no sería extraño que fuera considerado animal divino o, por lo menos, que estuviera asociado a alguna divinidad vinculada a las aguas. Finalmente, recordar los episodios que nos relatan las fuentes clásicas a los que hemos hecho alusión en el tercer apartado, los cuales nos aportan alguna información sobre las creencias religiosas de los vacceos. Nos referimos a la invocación a los dioses protectores de los pactos por los caucenses en tiempos de Lúculo (Apiano, Iber. 52), y cuando los palentinos interrumpen la lucha contra el ejército de Lépido turbados ante un eclipse lunar, considerándolo como un aviso de los dioses (Apiano, Iber. 82). Todos estos datos son evidencias claras de un sistema de creencias complejo y articulado, que tendría su reflejo material en la representación de animales y símbolos abstractos. 8. Conclusiones: sobre la identidades cultural, étnica y política de los vacceos A lo largo de este trabajo hemos intentado realizar una síntesis de los rasgos políticos, sociales, económicos y culturales de los vacceos a partir de los datos que nos ofrecen las fuentes clásicas y la información proveniente del registro arqueológico, para indagar sobre su identidad étnica. Pero para que existiese dicha identidad étnica es necesario responder a esta pregunta: ¿los vacceos se consideraron a sí mismos distintos de otros pueblos contemporáneos? A falta de fuentes escritas endógenas, se hace difícil tener una idea 31

clara de la autopercepción de este pueblo. De cualquier manera, cuando tratamos con el caso de identidades que tienen, por un lado, su referendo en los textos escritos, con un etnónimo que aparece como sujeto diferenciado de otros grupos, y, por otro lado, un aceptable correlato en el registro arqueológico, como es el caso de los vacceos, creemos razonable pensar que estamos ante una identidad de grupo autoconsciente. Por lo tanto, pienso que sí debió existir una identidad étnica de los vacceos, que era percibida desde dentro y fuera del grupo. De todas formas, debemos tener en cuenta que el mosaico de pueblos que recogen las fuentes clásicas a partir de finales del s.III a.C. en la Meseta es el resultado de la percepción a través de las categorías romanas de la realidad indígena, lo que supone cierta distorsión. A pesar de esto, si los romanos percibieron a diferentes populi quiere decir que las comunidades indígenas debían tener unas diferencias sustanciales en sus formas de vida, costumbres, lengua, vestimenta y otros rasgos culturales que las hacían verdaderamente diferentes unas de otras, por más que compartieran rasgos y tradiciones culturales. Pero como hemos visto se conservan escasas referencias sobre los vacceos en las fuentes clásicas, recogiendo aspectos muy parciales de la realidad de su vida y de un momento histórico determinado. Con todo ello la visión de las fuentes es sumamente importante, pero debe ser completada con los datos aportados por la arqueología que es la única que nos permite acercarnos al conocimiento del proceso etnogenético vacceo. En el caso de los vacceos, podemos sintetizar ciertos rasgos políticos, culturales, sociales que les diferencia de otros pueblos de la Meseta y les dota de una personalidad propia. Resumiendo: un patrón de asentamiento nuclearizado y distintivo, un ritual funerario característico, una iconografía propia, un complejo sistema de creencias, etc. Además desde el punto de vista de la cultura material, vemos la existencia de determinadas manufacturas que pueden ser considerados “marcadores étnicos”, que fueran intencionalmente empleados para construir la identidad vaccea. Pero a pesar de ello la etnicidad no es fenómeno objetivo, por lo que es difícil considerarlas como pruebas directas de la identidad étnica. Sin duda todos estos rasgos fueron los que llevaron a Posidonio, según nos transmite Diodoro, a considerar al pueblo vacceo como el más culto de los vecinos de los celtíberos. 32

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Apéndice de figuras

Fig. 1. Recorrido de las campañas militares romanas sobre la región vaccea en la segunda mitad del siglo II a.C. según F. Wattenberg (1959: 34)

Fig. 2. Diagrama-resumen del proceso de etnogénesis vaccea desde el Bronce Final a la conquista romana (Romero y Sanz, 2010: 55) 37

Fig. 3. Territorio vacceo y ubicación de los principales núcleos urbanos (Sanz y Romero, 2007: 28)

Fig. 4. Vinimatio (Calzadilla de la Cueza, Palencia) (Romero y Sanz, 2010: 136) 38

Fig. 5. Cerámica a mano decorada con peine inciso. Necrópolis de Las Ruedas de Pintia. (Romero y Sanz, 2010: 259)

Fig. 6. Cajas zoomorfas con decoración excisa (Romero y Sanz, 2010: 269)

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Fig. 7. Reconstrucción de la decoración damasquinada en plata y cobre de puñal y tahalí de tipo Monte Bernorio (Sanz y Martín, 2001: 316)

Fig. 8. Tesoro número 3 de las Quintanas (Pintia, Padilla de Duero) (Sanz y Martín, 2001: 320) 40

Fig. 9. Detalle de brazalete espiraliforme (Sanz y Romero, 2012: 65)

Fig. 10. Detalle de una de las figuras zoomorfas en perspectiva cenital del pomo de un puñal hallado en la tumba 32 de Las Ruedas de Pintia (Romero y Sanz, 2010: 485)

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Fig. 11. Recreación de un ritual funerario vacceo (Sanz y Romero, Centro de Estudios Federico Wattenberg; extraída de: http://ermitiella.blogspot.com.es/2014/02/ilustrando-laprehistoria.html)

Fig. 12. Recreación de una escena de banquete entre las élites vacceas (Sanz y Romero, Centro de Estudios Federico Wattenberg; enlace citado arriba) 42

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