Ramón Salas en la historia del pensamiento económico español. Education and economic backwardness . The effects of intolerance

September 9, 2017 | Autor: R. Robledo Hernández | Categoría: Economic History, Liberalism, Educación
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Descripción

EPÍLOGO

Durante algo más de medio siglo, desde la instauración de los planes de Carlos III en 1771 a la muerte de Fernando VII, la universidad española, especialmente la de Salamanca, que era la universidad del Reino, fue escenario de luchas por el poder político o por el poder científico que tuvieron su punto álgido en la última década del siglo xviii. En estas páginas se demuestra que el periodo de la llamada ilustración tardía fue todo menos un periodo tutelado por un monarca amante de las “luces”. Sin negar avances que Godoy se encargó de inflar en sus Memorias, la intervención de la Inquisición contra Ramón Salas demuestra los límites de la segunda Ilustración. Luego, la crisis del Antiguo Régimen abierta en 1808 dejó muy poco espacio para que se consolidara la universidad liberal. Al contrario. Tanto en la primera como, sobre todo, en la segunda restauración del absolutismo se castigó a los supervivientes del siglo xviii que habían protagonizado la renovación de las enseñanzas, a los filósofos, que se inspiraban ahora en las bondades de la ideología de Desttut de Tracy. El retroceso fue palpable con la clericalización que hubiera añorado el padre Ceballos. La Universidad de Salamanca, cerrada en el curso 1823-1824 por haber sido “la cuna del jacobinismo”, volvió a sufrir el cierre en 1831 junto al resto de universidades. El vigente Plan de Calomarde ordenaba a los rectores vigilar atentamente para que los individuos de la Universidad no leyeran libros corruptores, admitieran denuncias y redoblaran la vigilancia secreta sobre las tiendas de libreros. Como suele ocurrir, al poder le interesaba adoctrinar más que enseñar. A partir de 1836, los gobiernos liberales, al igual que hicieron con otras instituciones, acabaron con la universidad del Antiguo Régimen. Era el momento de poner en práctica, por ejemplo, el programa de Forner en 1796, quien aconsejaba suplir la carencia de virtudes civiles o políticas mediante la instrucción pública emancipada de la religión, que “sirve de apoyo a la codicia y al predominio”; el remedio estaba en el desarrollo de las ciencias experimentales, “auxiliadas con el gusto y tino de las letras humanas”. Hemos comprobado, sin embargo, que no hubo compromiso hacendístico para llevar a cabo tal ob-

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jetivo. La universidad sobrevivió durante buena parte del ochocientos gracias a las rentas del Antiguo Régimen y, luego, con las matrículas que pagaba una elite. La implicación del Estado fue mínima. Este raquitismo inversor contrasta con la generosidad con que fue tratada la Iglesia después del Concordato de 1851, hasta el punto de que el arzobispado de Toledo recibió una subvención similar al presupuesto de toda la universidad española. No olvidemos además la influencia de la Iglesia para impedir que el laicismo se desenvolviera con normalidad en la universidad, como se puso en evidencia en 1864 y en otros momentos. En suma, el retraso en implementar medidas propuestas a fines del siglo xviii no fue corregido con suficiente intensidad cuando llegó la revolución liberal. La distancia con el modelo de enseñanza moderna desarrollada en otros países se mantuvo. Qué situación tan distinta de haber salido adelante el Plan de 1814 con la marginación del latín y la promoción de la lengua castellana, la propuesta de un sistema fiscal basado en la contribución directa, la defensa de los derechos del hombre, de las enseñanzas de Economía Política o, incluso, de la Veterinaria, que tanto tardó en tener estatus universitario. Desde la estancia de Cadalso en 1773 hasta la llegada de Álvarez Guerra o Gallardo a fines de siglo, Salamanca, pese a estar “sojuzgada por bonetes y capillas” según L. Gutiérrez, el autor de Cornelia Bororquia, ofreció oportunidades para crear una corriente de opinión, cristalizada en la Escuela Moderna de Salamanca que brillaría más en Cádiz que en su lugar de origen. A principios de 1809 la mirada del viajero inglés James W. Ormsby se detuvo en la escasa sociabilidad de Salamanca, una ciudad carente de teatros, de lugares de esparcimiento, sin tertulias ni veladas: “There is no such thing as what we will call society here”971. Quizá sea una expresión certera para describir la carencia de un espacio público y en todo caso la demostración de que la dificultosa renovación universitaria salmantina de ilustrados y jansenistas no había salido demasiado de la biblioteca o del recinto de las tertulias. Es cierto que se habían dictado disposiciones para limitar en Madrid reuniones de más de seis personas, pero Ormsby atribuía más este fenómeno a causas internas, a un determinado ambiente salmantino en el que las diversiones se percibían como incompatibles con las normas de una ciudad universitaria. Poniendo en negativo el argumento de Ch. Hill (expuesto en el capítulo 4.7) puede decirse que los sistemas intelectuales que no responden a las necesidades de grupos significativos de una sociedad no desempeñan papeles importantes en ella. Creo que el lastre de 1790-1836, cuando la historia de la educación universitaria se convirtió, salvo durante 1808-1814 y en el Trienio, en la historia de una continua represión, no pasó en balde. La lista es amplia: denuncias y de J. W. Ormsby, An account of the operations of the British Army and of the state and sentiments of the people of Portugal and Spain: during the campaigns of the years 1808 & 1809 (…). Londres, James Carpenter, 1809. 971



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laciones contra el grupo de los filósofos; contra Salas, que, en plena actividad intelectual hacia 1790, fue expulsado de la universidad y no pudo empezar a publicar hasta 1821; contra el obispo “jansenista” Tavira, en teoría el reformador de la universidad, que acabó recluido y vigilado; represión en la primera restauración del absolutismo que afectó a cerca de la cuarta parte del claustro salmantino mientras que en la segunda se regalaban siete cátedras, cinco de ellas a religiosos y otra a un voluntario realista. Con esto se estaban logrando victorias decisivas contra una institución de donde “había salido la polilla de la enseñanza para media España”, según acusó La Fuente. Con tales precedentes, no resulta tan extraño que en 1864 el ministro Orovio ordenara a los rectores españoles inspeccionar las enseñanzas y controlar a los profesores para que no «enseñaran directa o indirectamente doctrinas que repugnan a los principios en que se basa la sociedad española...», o que el obispo Cámara se atreviera a excomulgar en 1891 a los asistentes a un entierro civil. Con la salvedad de los intervalos liberales, de 1790 a 1868 hubo casi cuarenta años en los que la libertad de imprenta fue una aspiración. Buena parte de los hechos expuestos tuvieron lugar en el contexto de la reacción internacional de la Santa Alianza. Lo que resulta llamativo en nuestro caso es que la represión se dirigiera no contra los excesos del Terror sino contra las tímidas luces de la razón y que todavía en 1833 resultara peligroso alabar a Montesquieu. Sin necesidad de compartir los lamentos noventayochistas sobre “un pueblo de estériles, absolutamente inepto para todo”, como decía Galdós en 1901 (Prólogo a La Regenta), no se puede pasar por alto la valoración de este desfase. Desde hace algunos años la historiografía ha revisado la imagen tradicional de España como un país atrasado y ha tratado de normalizarlo. Se pueden introducir matices cronológicos o sectoriales que hacen más o menos consistente este revisionismo. Lo ocurrido con esa generación nacida en torno a mediados del siglo xviii, que tuvo la desgracia de morir antes que lo hiciera el tirano, obliga a pensar en los efectos a largo plazo de las opciones intransigentes que impidieron desarrollar con continuidad las diversas facetas del pensamiento moderno. Como apuntó Ernest Lluch, el conocimiento directo (y sin restricciones de la censura, habría que añadir) de los grandes autores de la Ilustración no fue posible hasta el Trienio. Se afirma que el producto interior bruto per cápita de España era similar en 1820 al de Francia o Italia. ¿Cómo se valora el medio siglo de retroceso intelectual en esa estimación? ¿Cómo se ponderan las actitudes de intolerancia, de acusaciones anónimas y de delaciones que impregnaron la sociedad española de aquellos años? ¿Nuestro presente sería igual sin esa experiencia? Si en el ámbito sociocultural es fácil comprender la influencia a largo plazo de las actitudes de intransigencia, otro tanto ocurre en el sector económico. Como expuso D. Hume: “El mismo siglo que produce los grandes filósofos,

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los buenos políticos, los grandes capitanes y los poetas célebres, produce también excelentes fabricantes de paños y hábiles constructores de navíos”. Sobre esta correlación descansa la sugestiva intrepretación de la revolución industrial como dependiente de la Ilustración. Sin el desarrollo de sus ideas, afirma Mokyr, es difícil imaginar cómo la ola de innovaciones tecnológicas despues de 1760 pueden haber sido transformadas en lo que ahora identificamos como crecimiento económico moderno. No es que la Ilustración causara la revolución industrial; más bien se convirtió en la raíz principal del crecimiento económico972. Este argumento, puesto en negativo, no se aleja mucho del que transmite T. Núñez en el Informe de 1820 cuando critica al Gobierno español, alucinado con con la “riqueza nominal” de América, que “perdió con las artes las ciencias útiles que son su apoyo, y habian felizmente renacido en nuestro suelo, llegando su vanidad hasta degradar unas y otras en la esfera del orden civil. Tal es el efecto de la ignorancia en la ciencia social” (Apéndice Documental). Seguramente tal ignorancia debió influir en nuestro retraso científico, al que se refirió amargamente Ramón y Cajal cuando se quejaba, entre otras cosas, de que se quisiera enseñar Obstetricia sin clínica de partos. Es difícil sustraerse a la impresión negativa que ha supuesto para este país el socorrido recurso al odium theologicum y no es difícil imaginarse lo que habría podido haber avanzado sin tal procedimiento. Hemos comprobado que, cuando se escribe sobre “ciencia social” en España y se publica en 1821 la primera obra de derecho constitucional, las Lecciones de Salas, se recurre a una amplia nómina de autores; tan solo encontramos una referencia a un autor español: Jovellanos. Afirmar que el pensamiento moderno español era casi un páramo parecería exagerado, pero cuesta encontrar nombres que figuren en cualquier antología de la “ciencia social” europea. Respecto a los autores reaccionarios, los hay a uno y otro lado de la frontera; los nuestros no se distinguen por su originalidad y alguien tan importante como el padre Ceballos no resiste la comparación, por ejemplo, con J. de Maistre. El protagonismo de Ramón Salas adquiere entonces la dimensión adecuada en la historia intelectual española y su estudio biográfico, espero, permite escapar al síndrome del estudio hagiográfico. Nuestro autor debe pasar a la historia por acrecentar el conocimiento colectivo al convertirse en el gran difusor del utilitarismo de Bentham en España y en América Latina (su manual se conoció como “el Bentham”); precisemos que se trató de algo más que de una simple traducción: sus comentarios la convirtieron en una difusión crítica. A un nivel de importancia similar hay que situar su aportación al Derecho Constitucional Joel Mokyr, The Enlightened Economy. An Economic History of Britain, 1700-1850. Yale University Press, 2009, p. 488. El autor encabeza el libro con una amplia cita de Hume, que he citado parcialmente según la edición de Discursos Políticos [1752], en http:// constitucionweb. blogspot. com. es/2011/01/ discursos-politicos-por-david-hume-1752.html. 972



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con la edición de sus Lecciones, difundidas en Portugal y varios países de América Latina. Además, en los años 1780-1790, cuando publicar determinados textos entrañaba riesgos, el aragonés-salmantino tuvo una actuación muy destacada en el campo de la enseñanza que contó con un gran respaldo estudiantil. Salas, acusado por Ocampo de ser joven e inexperto para dirigir una Academia, defendió a la juventud como protagonista habitual de la revolución en la universidad973. Su modelo de funcionamiento de la Academia, que los estudiantes deseaban “con ansia”, no ha perdido nada de actualidad. Basta repasar los Planes propuestos por Salas para comprobar la amplitud de miras, condensada en un objetivo que debería tener siempre el docente: “enseñar a los jóvenes a pensar por sí mismos”. Ramón Salas rompió las barreras de entrada al conocimiento moderno y lo hizo de forma comprometida pues dejaba sus libros y facilitaba las copias de autores extranjeros por él traducidas. Resultaba peligroso por esto y, sobre todo, por el convencimiento que trasmitía su enseñanza. En un momento en que las universidades eran vistas por Cabarrús como “cloacas de la humanidad” o seguían siendo motivo de chanza literaria, Salas se implicó en un modelo de enseñanza innovador que dejó sus frutos. Fue como una labor de zapa que iba mermando la fortaleza del Antiguo Régimen. Seguramente se autoincluyó entre aquellos “pocos maestros de un caracter independiente y fuerte [que] se atrevieron á anunciarles [a los jóvenes] algunas verdades nuevas para ellos, cuya importancia y evidencia picaron su curiosidad, y les movieron á buscar y leer algunos buenos libros á todo riesgo”. Las obras de Rousseau, Mably o Beccaria “fueron leidas con ansia y contribuyeron mucho á extender las luces sobre todas las ramas de legislacion, y á dar alguna idea de la ciencia social”974. Sin duda, esta influencia, como lamentó Menéndez y Pelayo, tuvo su mejor expresión en Cádiz. Ahí están los integrantes de la Escuela Moderna de Salamanca (Cuadro 1.1), Muñoz Torrero, Quintana, Herrera, Sánchez Barbero, etc. planteando metas ambiciosas en la primera sesión de las Cortes de manera tan cohesionada y calculada. Se demuestra, pues, que la derrota del “partido filosófico” percibida por Blanco White no había sido completa del todo, cumpliéndose el presagio jovellanista expuesto en 1795 de que el cambio generacional –“cuando manden los que obedecen”– mejoraría la situación. “¿Que querrá decir esto? ¿Acaso que las canas tienen privilegio exclusivo para imaginar buenos planes de estudios? ¿O que los Jovenes nada de bueno pueden producir? ¿No sabe que todas las revoluciones que ha havido en las Universidades a fabor de la literatura han sido por la maior parte excitadas por Jovenes? ¿Ignora por ventura que las almas y entendimientos no son mozos, ni viejos?”, Voto escrito de 1787, Apéndice 1.3. 974 Lecciones, tomo I, p. XII. 973

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Como anuncié en la Introducción, nuestro relato, el de la biografía de Salas y el de los conflictos universitarios, no se ha recluido en el recinto de la institución. La historia política, y la del pensamiento, sobre todo, económico se encargan de comprender mejor la historia de ese periodo convulso de la crisis del Antiguo Régimen que no se puede parcelar en exceso. Respecto a la historia política, en este libro adquiere un perfil especial el P. Fernando Ceballos, que solía desaparecer de la historiografía en 1776 con la publicación de la Falsa Filosofía, “grandioso libro” de donde brotaba “la ciencia seria en la España del siglo xviii” según Menéndez Pelayo. Transcurridos algo más de quince años desde la caída en desgracia de la Falsa filosofía, secuestrada por el Consejo de Castilla, el desarrollo de los acontecimientos de la revolución francesa dio ánimos al fraile para reivindicarse ante Aranda: “Soi aquel P.e Cevallos que va para veinte años, anunciaba à los Reyes la caída que les disponía la Falsa Filosofia…”975. Godoy mismo, alejado del poder en apariencia, incluyó al fraile jerónimo en el relato de las supuestas maquinaciones tramadas contra él976. El activo papel de Ceballos para desprestigiar a los filósofos y acabar con Salas, la audiencia que le dieron Godoy y el presidente del Consejo Real para frenar la subversión en las universidades, el disparatado plan de 1796, hacen menos lineal el discurso de la difusión de las ideas y ayudan a entender los intereses que mueven las decisiones políticas. Esto se percibe mejor cuando comprobamos el poder de la desprestigiada Inquisición ante las presiones de Llaguno o de un ambiguo Godoy que no pudieron impedir el devaluado auto de fe contra Salas, pero al fin y al cabo auto de fe, cuando concluía el siglo de la Ilustración. En cuanto al pensamiento económico, estamos ante la emergencia de la Economía Política, que se convirtió en un gran campo, si no el mayor, de la investigación intelectual en el siglo xviii. Los argumentos económicos, que se iban conociendo de unos países a otros, tenían que adaptarse a las circunstancias nacionales y luego someterse a la prueba de su buen o mal funcionamiento. Por este medio, la Economía Política fue adquiriendo credibilidad como disciplina intelectual ocupando su lugar en la “esfera pública”; se convirtió en ingrediente fundamental de la Ilustración, no solo como un nuevo instrumento para comprender el comportamiento humano, sino por dirigirse al perfeccionamiento humano en este mundo, en términos que comprometía a lo “público”. Como tema de estudio para la discusión pública, la Economía Política tenía dos ventajas adicionales. Por una parte, podía ser estudiada y discutida Carta a Aranda del 2 de junio de 1792, AHN, Consejos 11.284.2. “Era yo la primera victima que habian de inmolar a sus caprichos pero yo era el unico a quien han temido; tubo relaciones el Directorio y hubo en el qn. matemáticamente dijo las dificultades, todo se estancó y las ordenes para mi destierro se quemaron, el P. Cevallos levantó la caveza, más en fin a nadie temí…”. Carta a la Reina de 13 de septiembre de 1799, Cartas confidenciales, o. cit.. pp. 230-231. 975 976



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más fácilmente al no ser intrínsecamente irreligiosa; aunque dejara obsoleto el discurso de muchos clérigos, no atentaba contra la Teología en cuanto tal. Por la otra, la Economía Política debía educar a los gobiernos tanto en lo que no debían como en lo que debían hacer. En toda Europa los economistas políticos coincidieron en influir en los gobiernos mediante dos medios: la “opinión pública” (educación y estimulación de tal opinión) y la “legislación” (el remover obstáculos para la actividad económica individual)977. Salas fue el pionero en introducir la Economía Política en la universidad española a través de la ilustración napolitana, especialmente de Genovesi. Pero sus lecciones no se limitaban a enseñanzas del “mercantilismo liberal” pues, como revelan sus comentarios978, se inspiraban también en Locke, Helvetius, Rousseau, Filangieri, Schmid d´Avenstein o, especialmente, Montesquieu. A través de estos y otros autores las ideas del relativismo, del pluralismo o de la tolerancia abrieron una amplia brecha en el muro escolástico atrayendo a la juventud, desencantada de la instrucción más tradicional. Nuestra investigación demuestra que la enseñanza de la economía, tolerada, y no siempre, en centros como las Sociedades Económicas de Amigos del País, se convirtió en motivo de sospecha. Cuando Salas tuvo que dejar la Academia de Leyes en octubre de 1792, se acabó su enseñanza. Sus enemigos encontraron en la Economía Política argumentos para denunciarlo ante la Inquisición. Aunque la economía no fuera irreligiosa, en la España de 1796, efectuada ya la paz con los franceses, era muy poderosa la ofensiva contra el magisterio libre de Salas. Como escribió el inquisidor general interpretando a Godoy, había que acabar con las “perniciosas doctrinas de libertinaje en el modo de enseñar y discurrir en las Universidades y Academias”. Finalizada esta etapa universitaria cuando concluía el setecientos, la agitada vida de Ramón Salas es una buena atalaya para analizar la historia de España (también la de América del Sur, por la difusión que hizo de Bentham) durante los primeros decenios del siglo xix. Salas publicó sus Lecciones cuando la Constitución de 1812 estaba vigente, es decir, cuando se estaba llevando a la práctica el concepto de soberanía nacional que impregna la Carta Magna. A diferencia de lo que ocurriría posteriormente, esto no quedó en una declaración retórica pues, aunque existiera el filtro del sufragio indirecto, podía votar cualquier varón mayor y ser elegido diputado sin las restricciones del sufragio censitario; tampoco existía una segunda cámara. La movilización liberal consiguió, por ejemplo, que el Rey no pudiera vetar la desamortización de las órdenes religiosas. Es cierto que tenía el mando del Ejército (aunque las Cortes eran las que fi Resumo lo expuesto en John Robertson, “Enlightenment, Public Sphere and Political Economy”, en Jesús Astigarraga, Javier Usoz (eds.), L’Economie Politique et la sphere publique dans le débat des Lumières. Madrid, Casa de Velázquez, 2013, pp. 9-32, especialmente, pp. 30-32. 978 Astigarraga, Luces y republicanismo, o cit. 977

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jaban el contingente y el presupuesto), pero también estaba la milicia nacional que Salas apoyó para evitar despotismos979. Se trató de “una extraña forma de gobierno” (Varela Suanzes-Carpegna) con gran influencia en Europa: “las tres terribles lecciones á los reyes”, avisó Salas980, podían extenderse a otros lugares. Justamente la invasión francesa de 1823 cerró el camino de la imitación. Es indudable que la difusión de las obras de Salas en el Trienio iba en la dirección de sostener la vigilancia contra el despotismo monárquico alentando lo que hubiera de tradición republicana. Después, la década ominosa demostró el peligro real de la tiranía hasta que las revoluciones de 1835-1836 reactivaron el influjo del soberanismo gaditano. Puede ser una casualidad, pero es entonces, ocho-nueve años después de su muerte, cuando se editan o reeditan, en España, dos obras de Salas. El Comentario sobre El espíritu de las leyes de Montesquieu se reedita en Barcelona en 1835 y los Comentarios del ciudadano Ramón Salas (…), al Tratado de los delitos y de las penas escrito por el marqués de Beccaría(…) en Madrid en 1836 (Cuadro 4.2). Esta obra póstuma debió terminarse en 1823, pues se remite a ella en los Tratados de legislación civil y penal publicados en 1821-1822. Dada la competencia de jueces de imprenta como el apostólico Modet, que consideró peligrosa la Noticia de Meléndez Valdés de Quintana, puede imaginarse la suerte que hubiera corrido la exaltación de la imprenta como “arte divina” que hizo Salas: La tiranía politica y sacerdotal te persigue y aprisiona todavía; pero tu sabrás romper las cadenas, y te deberás á ti la misma la libertad entera de que al fin te pondrás en posesion. Entonces todos los gobiernos serán buenos, porque podrán decirse todas las verdades y hacerlas populares; y el pueblo entero será el depositario y custodio de las leyes, y no un corto número de hombres que hacen de ellas un misterio, porque asi conviene á los intereses de su vanidad y de su codicia, y un instrumento de tiranía y opresión981.

Después de 1837 los liberales progresistas se alejaron del “modelo contractual y asambleario de 1812” encontrándose con dos problemas. Si por un lado “no podían (ni querían) renunciar a la monarquía constitucional”, por el otro la Corona “no se sometió a la soberanía nacional, no se dejó tutelar por este “Estas tropas por sus relaciones con el pueblo son muy poco á propósito para instrumentos de tiranía y opresion, y por esta razon sola se las deberia dar la preferencia sobre los soldados permanentes y mercenarios”, Lecciones, II, p. 265. 980 “España, Nápoles y Portugal acaban de dar tres terribles lecciones á los reyes, y éstos han debido convencerse de que para ellos no hay seguridad durable sino en un gobierno franco y liberal que respete y proteja los derechos del pueblo é identifique los intereses de él con los de su gefe”, Lecciones, II, p. 257. El miedo que despertaba España como el epicentro de la gran conspiración internacional en Josep Fontana, “Los fantasmas de Verona”, En medio del tiempo, o. cit. pp. 11-36; Juan Luis Simal, “Exilio y liberalismo internacional, 1814-1833”. Departamento de Historia Contemporánea (UCM), 2011 (on line). 981 Comentarios del ciudadano Ramón Salas,… o. cit. p. 17. 979



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liberalismo”. La monarquía de Isabel II no tuvo la capacidad de integración de estas fuerzas de forma estable. A diferencia de las monarquías de otros países –Inglaterra, Hohenzollern o Saboya (no sometidas sin embargo como España a la presión de un conflicto como el carlista)– la monarquía de Isabel II no ganó la colaboración subordinada del progresismo burgués en España. “Se podría decir que estas limitaciones configuraron en España, desde mediados del siglo, el predominio de una especie de republicanismo latente o por exclusión, como se comprobaría en 1868-1874”982. Resulta imposible rastrear el papel que las obras de Salas pudieron desempeñar en esa corriente de republicanismo. Su alabanza al modelo de revolución en América del Norte, su obsesión por combatir el despotismo y la exaltación de la libertad de imprenta eran tópicos que alimentaban tal corriente. Sí tuvo clara influencia en el progresista Joaquín María López, que no ocultó en el Curso Político-Constitucional de 1840 sus deudas con él, a quien sigue fielmente, bien sea explícita o implícitamente. Dada la actualidad de la literatura sobre la discutida libertad republicana (Ph. Pettit), es indudable que Ramón Salas es un autor que merece reivindicarse. Resulta interesante su exposición del estado natural y del pacto social, no coincidente del todo con las teorías de Locke y Rousseau, por el que cada persona renuncia a porciones de la libertad primitiva para depositarlas en una persona o en un cuerpo solamente lo necesario para conservar el resto, de modo que, cualquiera que sea el soberano, no dispone de mas libertad que la que se puso en el depósito confiado; de lo contrario, no es más que un tirano983. “Una teoría republicana se caracteriza por ligar la sociedad civil y la comunidad política, esto es, la opinión pública y las instituciones de representación política”, ha expuesto el profesor Rivera García señalando el protagonismo del Salas liberal-republicano en la interpretación de la Constitución de 1812. Se trata de una interpretación que adoptó unos criterios más cercanos a los seguidos por los liberales europeos y americanos, que no coinciden con los de la tradición católica, presentada a veces como la única tendencia de la cultura constitucional: Por esta razón, no entiendo por qué el moderado Martínez Marina representa más a los hombres de la Revolución de Cádiz, como Canga Argüelles, Flórez Estrada, el conde de Toreno, Romero Alpuente, Ignacio García Malo, Valentín Foronda o Antonio Panadero, entre otros muchos, que el liberal y republicano Ramón Salas, cuyas Lecciones de Derecho público constitucional son incluso anteriores al libro de Marina984. Sigo fielmente a Jesús Millán, María Cruz Romeo, “Modelos de monarquía en el proceso de afirmación nacional de España”, de donde proceden las citas, Diacronie. Studi di Storia Contemporanea, 16 (2013). 983 Comentarios del ciudadano Ramón Salas, o. cit., pp. 6-11. 984 Rivera, “Catolicismo y Revolución”, o. cit. 982

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Una reflexión de índole más general para concluir. En los diversos modos de conocimiento que distingue Delanty, el primero de todos, antes de la industrialización, busca comprender la verdadera naturaleza de las cosas (mientras que el siguiente es un conocimiento para la solución de problemas). Los modelos universitarios varían en la consecución de ese objetivo. En Francia y otros lugares de Europa y Estados Unidos, donde imperó el racionalismo ilustrado, el conocimiento tenía que estar subordinado a la sociedad, mientras que en Alemania (Humboldt) el modelo ilustrado de universidad se desarrolló en el contexto de la nacionalización del conocimiento: si la libertad y el conocimiento eran una cara de la moneda, el otro lo formaban la nación y la cultura985. No quiero concluir planteando la tesis del excepcionalismo, un Sonderweg a la española con quejas regeneracionistas, pero después del caso Salas, un profesor que podría estar cerca de la frontera del conocimiento y fue víctima nada menos que de un “proceso de fe” durante 1794-1797, disponemos de más argumentos para comprender por qué nuestro modelo universitario fue bastante ajeno a esas dos tradiciones y por qué han perdurado durante tanto tiempo la ineficacia institucional y la inadaptación social de los estudios universitarios. La idea de frontera de conocimiento está unida a la noción de distancia que algunos países mantienen con respecto a otros que van generando espacios nuevos de conocimientos; son avances de la línea que era frontera tiempo atrás. La noción se desarrolló plenamente en la primera mitad del siglo xx por autores como J. Bernal o V. Bush986. Desde entonces la ciencia se ha interpretado como una frontera que se va trasladando. Incorporarse a esa frontera es difícil, pues los países deben mantener esfuerzos sostenidos por ir absorbiendo los que otros hacen y a la vez contar con la suerte de que haya retrasos en algunos para escalar posiciones relativas. Dentro de la ciencia, las universidades de los diferentes países han jugado el papel principal como instituciones capaces de absorber los avances desarrollados en otras universidades y otros gabinetes de ciencia987. La capacidad de absorber es la que permite luego colocar los avances en la frontera común. Salas era la demostración de que había capacidad de absorción. Él se acercó hasta la frontera, pero en ese momento la universidad falló y no pudo con las otras instituciones que mermaban el avance. No fue la instancia civil quien lo condenó inicialmente. Hubo que recurrir al Santo Oficio que llevó a cabo con el mínimo coste, básicamente utilizando el rumor, su aislamiento del conjunto. La capacidad de absorber había sido mermada. Delanty, Challenging Knowledge… o. cit. p. 34. J. Bernal, Science in History: Emergence of Science v. 1, Faber Finds, London. [1954], 2011; V. Bush, Science The Endless Frontier. A Report to the President. United States Government Printing Office, July, Washington DC, 1945. 987 Santiago M. López y otros, “Poverty traps in a frictionless world: The effects of learning and technology assimilation”. Structural Change and Economic Dynamic, 22 (2011) pp. 106-115. 985 986



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La biografía de Salas tiene facetas poco conocidas: la de jurisconsulto, que gozaba de tal reconocimiento como para figurar en la antología de Elocuencia Forense de Pérez Anaya de 1849, y la de alto funcionario josefino. En estas páginas se ha prestado atención a otras dos: la de agitador universitario en 17751795, al lado de la juventud, contra la inercia intelectual del escolasticismo que desembocaba en el despotismo (hay más de un rasgo que recuerdan al Unamuno de principios del siglo xx) y la de difusor crítico en el Trienio de varias corrientes intelectuales: esa peculiar combinación entre iusnaturalismo moderado, republicanismo y utilitarismo, con su proyección en propuestas políticas bastante concretas aunque reformadoras, unas inmediatas y otras graduales. Desde la historia económica su avance en la frontera del conocimiento se percibe por su valiosa conciencia, percepción e interpretación del atraso relativo y de los obstáculos político-institucionales a los que se refirió Gerschenkron hace tiempo, y por la formulación de una nueva estrategia política (republicanismo), económica (liberalismo con política de equidad) y cultural (educación y laicismo) que formula y adapta los roles sociales de una nueva sociedad civil en España (Hirschman). En 1787 Ramón Salas interpretó su vida como fracaso: “en qualquiera lugar seré miserable (…) Este es seguramente mi destino, y ya me hé resuelto â no hazer esfuerzo alguno p.â huirle”. Aunque la academia le premió al fin con la cátedra en 1792, la condena inquisitorial y la derrota como josefino confirmaron la poca ventura de aquel presagio. Cuando murió cuarenta años después, las ideas de sus enemigos de fines del xviii seguían orientando buena parte de la actividad política. La sensación de frustración debió de ser total, desconocedor posiblemente de la difusión que estaba teniendo su obra en América del Sur. Espero que la labor de historiador haya rescatado a Salas del peor de los fracasos, el del olvido, y que la recuperación de su vida y obra sirva de estímulo en estos tiempos de incertidumbre y de expectativas limitadas.

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