RAMÓN CABRERA, AGUSTÍN GARCÍA DE ARRIETA Y FRANCISCO GARCÍA AYUSO: TRES ACADÉMICOS DE LA LENGUA SEGOVIANOS

June 8, 2017 | Autor: M. Pedrazuela Fue... | Categoría: Languages and Linguistics, Filología, Historia, Filology
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Descripción

ESTUDIOS SEGOVIANOS B O L E T Í N DE L A R E A L A C A DE M I A DE HISTORIA Y ARTE DE SAN QUIRCE ASOCIADA AL INSTITUTO DE ESPAÑA

Mario Pedrazuela Fuentes Doctor en Filología

RAMÓN CABRERA, AGUSTÍN GARCÍA DE ARRIETA Y FRANCISCO GARCÍA AYUSO: TRES ACADÉMICOS DE LA LENGUA SEGOVIANOS

SEPARATA DEL TOMO LVII - NÚM. 114 2015

CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA DE ESTUDIOS LOCALES CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Mario Pedrazuela Fuentes Doctor en Filología [email protected]

RAMÓN CABRERA, AGUSTÍN GARCÍA DE ARRIETA Y FRANCISCO GARCÍA AYUSO: TRES ACADÉMICOS DE LA LENGUA SEGOVIANOS Resumen: En 1713 se creó la Real Academia de la Lengua; trescientos años después, la institución ha celebrado este centenario con exposiciones, publicaciones y actos diversos. Puede este, por tanto, ser un buen momento para recordar a los tres segovianos que formaron parte de la RAE durante este tiempo. Ramón Cabrera, Agustín García Arrieta y Francisco García Ayuso fueron los tres académicos nacidos en Segovia y que participaron de una forma más o menos activa en los trabajos académicos. El primero, Ramón Cabrera, que durante unos meses del convulso año de 1814 dirigió la Academia, fue un estudioso infatigable de la lengua y que nos dejó uno de los primeros diccionarios etimológicos que se han publicado en España. Agustín García Arrieta, introductor en España de las ideas retóricas de Charles Batteux y participante activo en la disputa literaria que a principios del siglo XIX hubo entre moratinistas y quintanistas, editó, ya exiliado en París, varias obras de Cervantes. Por último, Francisco García Ayuso, el primer gran experto en sánscrito que ha habido en nuestro país, lengua que enseñó y a la que dedicó varios tratados, en un momento en que esa lengua era la base para un cambio relevante en los estudios filológicos. Palabras clave: Segovia, Real Academia Española, lingüística, retórica, Cervantes, sánscrito Abstract: The Real Academia de la Lengua (RAE) was established in 1713. Three hundred years later, its tricentennial has been celebrated with exhibitions, publications and a variety of cultural events. Thus, this is a good opportunity to remember the three men from Segovia that have played a part in the RAE since its inception: Ramón Cabrera, Agustín García Arrieta and Francisco García Ayuso. Cabrera, who even ran the institution for some months in the tumultuous 1814, studied the Spanish Language indefatigably and left us one of the first etymological dictionaries ever published in Spain. García Arrieta introduced Charles Batteaux’s ideas of rhetoric in Spain, was very active in the literary discussion that took place in the beginning of the 19th century between moratinistas and quintanistas, and edited some works by Cervantes from his exile in France. Finally, García Ayuso was the first great expert on Sanskrit in Spain and devoted his life to teaching that language and writing important treatises on it in a time in which Sanskrit was seen as the basis for a relevant change in the philological studies.. Key words: HSegovia, Real Academia Española, linguistics, Rhetoric, Cervantes, Sanskrit.​ Recibido el 1 de septiembre de 2014. Aceptado el 4 de diciembre de 2014.

ESTUDIOS SEGOVIANOS (2015) Tomo LVII, nº 114, pp. 309-338 311

En los trescientos años recién cumplidos por la Real Academia Española, han pasado por sus sillones unos 470 académicos de toda condición social y de todo el territorio español. Un año después de su creación, en 1714, Luis de Salazar y Castro1, en su Jornada de los coches de Madrid a Alcalá…, dice sobre los miembros de la Academia que, «hay entre ellos a mi mal juicio, españoles, italianos, franceses, mixtos de estas naciones […]. Hay entre ellos clérigos, frailes, caballeros, ministros, santeros, y aun gente de capa parda. Hay entre ellos teólogos, filósofos, letrados, historiadores, hombres de buenas letras, de pocas y aun de ninguna. Hay entre ellos de todos los colores: negros, blancos, pardos, morados, azules, rojos, verdes. Hay entre ellos de todas la estaturas y complexiones: altos, medianos, bajos, gordos, flacos». También hace referencia a la variedad geográfica de los primeros académicos: gallegos, maragatos, andaluces, extremeños, muchos de ellos alejados de la Corte, que era donde se hablaba el idioma con mayor propiedad. Aquellos primeros sillones académicos eran ocupados principalmente por aristócratas y por hombres de la Iglesia, pero también se buscaba ampliar la variedad lingüística de la institución mediante el nombramiento de miembros oriundos de cualquier parte del territorio español. Con la llegada del siglo xix, las puertas de la Academia se abren a los especialistas de la lengua, a escritores y, sobre todo, a políticos, lo que permite que ya no se acceda a sus sillones por la condición social, sino por los méritos personales. Los tres académicos nacidos en Segovia lo hicieron en familias humildes y consiguieron con su trabajo y esfuerzo hacerse un nombre dentro del mundo de las letras que les llevó a ocupar un sillón en la Academia. Fue el primero Ramón Cabrera, 1  Luis de Salazar y Castro, Jornada de los coches de Madrid a Alcalá o satisfacción al palacio del Momo y a las apuntaciones a la Carta de Maestro de Niños, Zaragoza, 1714. Un análisis de este libro en Alonso Zamora Vicente, La Real Academia Española, Madrid, Espasa, 1999, pp. 501-510. Estudios Segovianos. LVII. núm. 114. 2015

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elegido en 1791, y hasta su fallecimiento en 1833, ocupó la silla R, primero, y N, después. Su implicación con la Casa, de la que llegó a ser director durante unos meses en 1814, fue constante a lo largo de su vida, y participó activamente en los trabajos lexicográficos y gramáticos de la Corporación. Durante los años convulsos del reinado de Fernando VII fue elegido Agustín García de Arrieta, primero como supernumerario, en 1815, y en 1818 de número para ocupar la silla O. Debido a su destierro parisino, obligado por sus ideales, donde falleció en 1834, su presencia en la Academia fue más bien escasa. Tampoco aportó mucho a los trabajos académicos Francisco García Ayuso, que fue elegido en 1894 para ocupar la silla U y fallecería tres años después. La elección de los tres como académicos se debió a su prestigio e implicación en las actividades lingüísticas y literarias de la época. Ramón Cabrera mostró durante toda su vida una preocupación tenaz por la lengua a cuyo estudio se dedicó desde una vertiente lingüística y gramatical. La publicación póstuma del Diccionario etimológico y los trabajos que tenía preparados en distintos manuscritos, sobre todo el del Diccionario antiguo castellano, así lo atestiguan. Por su parte, la traducción de la obra de Batteux, Los principios filosóficos de la literatura, que hizo Agustín García de Arrieta lo convirtió en uno de los protagonistas principales de la disputa que a principios de siglo xix surgió entre los moratinistas y los quintanistas que pugnaban por definir la poética que dominaría en la literatura de la época. Por último, Francisco García Ayuso, el gran experto en sánscrito y en la lengua y la cultura de Oriente Medio, que no fue reconocido con la cátedra universitaria, fue de alguna manera compensado, ya al final de su vida, con una silla académica. No recogemos aquí, por no ser oriundo de Segovia (había nacido en Lima, hijo del último virrey de Perú, en 1806), a Juan de la Pezuela y Ceballos, conde de Cheste, a pesar de haber residido durante varios años en la ciudad del Acueducto. De la Pezuela fue director de la Academia desde 1875 hasta 1906, fecha en la que falleció en Segovia. Ramón Cabrera Ramón Cabrera nació en Segovia el 9 de abril de 1754 y fue bautizado en la iglesia de Santo Tomás Apóstol el 28 del mismo mes. Estudió Gramática latina, Filosofía y un año de Teología en el convento franciscano de la ciudad segoviana, y de allí pasó a Valladolid para continuar sus estudios. Su frágil salud le hizo regresar a su ciudad natal para reponerse. Tras cursar tres años de Teología en Valladolid, abandonó estos estudios para dedicarse a los de leyes y cánones. Una vez se hubo graduado como bachiller, obtuvo una beca en el colegio mayor de Santa Cruz, en 314

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donde coincidió entre otros con Antonio de la Cuesta, que fue consejero privado de Godoy y arcediano de la catedral de Ávila, con quien mantuvo una amistad profunda a lo largo de toda su vida. En la ciudad del Pisuerga, Cabrera trabó también amistad con Rafael Floranes, historiador y jurista, que dirigía una academia de Derecho en su propia casa, a la que seguramente acudió el segoviano. Cuando este último se marchó de Valladolid, ambos mantuvieron una estrecha relación epistolar. La huella dejada por el polígrafo Floranes quedó muy marcada en Ramón Cabrera, según le escribe en una carta de 1782: Amigo de mi corazón: Después que me aparté de usted he tenido tan enclavada su imagen en mi memoria que no he podido apartar el pensamiento de mi Floranes. ¡Cuántas veces he tomado el nombre de Vm. en mis labios! ¡Con qué complacencia! ¿Y para qué? Para manifestar a mis amigos que es Vm. una de las personas que más amo y uno de los más instruidos en las letras, especialmente en la historia de nuestra Nación. Ya llegaba a causar fastidio con tanto Floranear2 .

En 1782, Cabrera se examinó en Toledo para obtener el grado de licenciado en Cánones. Debido a los excelentes ejercicios realizados, fue nombrado visitador general del obispado de Cuenca, experiencia que no le resultó en absoluto grata, tal y como cuenta a Floranes: Como mi ida a Cuenca me salió tan mal, acordábame a cada paso de los buenos consejos, que Vm me daba, para que no me determinase a marchar. Muchas veces decía entre mí: ¿Es posible que haya sido yo tan necio que no tomase los consejos de mi Floranes? Sí, amiguito, en Cuenca he perdido tiempo y dinero, y si Dios no me hubiere sacado de allí me hubiera faltado la paciencia3.

En efecto, Floranes había advertido a Cabrera acerca de su marcha a Cuenca: Amigo querido: su carta de usted […] me hace entender lo que aun sin ella me tenía entendido, que usted ha quedado burlado en sus esperanzas, porque habiéndose prometido de mí un parturient montes, ha visto que salió de tanta preñez un 2  Carta de Ramón Cabrera a Rafael Floranes de 2 de octubre de 1782, Biblioteca Nacional, Ms. Res/124/1. También Floranes echaba de menos a su amigo Cabrera. En una carta de 8 de julio de 1791 le dice: «Después que se marcharon [de Valladolid] los Cabreras, los Cuestas, los Calderones, enmudecieron totalmente los oráculos y no hay quien por un ojo de la cara vuelva una respuesta». BN, Ms. 11277. 3  Carta de Ramón Cabrera a Rafael Floranes de 2 de octubre de 1782, Biblioteca Nacional, Ms. Res/124/1.

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ridiculoso ratón. Muy bien empleado esté en usted este chasco. Yo harto le había prevenido, y por repetidas veces tirado a desengañar con aquello4.

Cabrera informaba a su maestro de sus investigaciones sobre la legislación canónica y de los proyectos que pretendía llevar a cabo, como un catálogo de conversos españoles famosos y otro de los españoles que asistieron al Concilio de Trento. En sus cartas discutían también sobre etimología. No olvidaba Cabrera los temas de su tierra, y en un viaje que hizo a Sepúlveda le informa a Floranes de sus averiguaciones sobre el fuero de la ciudad: En Sepúlveda franquearon los Archivos de Ciudad y Cabildo Eclesiásticos. Allí me tropecé con una voluminosa colección de cánones manuscritos en pergamino, con un libro, que venía a ser como un directorio de sacerdotes, traducido en castellano antiguo de no sé qué libro antiguo, con el fuero que es larguísimo, y en castellano; y con otro latino pequeñito del que saqué copia. En un priorato de Benedictinos llamado San Frutos, que está cerca de Sepúlveda, hay un benedictino papelista. Trabajaba sobre monedas, me dijo que Cantos, Covarrubias y que otros que han escrito, erraron todas las páginas. Posee algunos fueros, y a trueque prometió comunicármelos. También me dijo con mucho misterio que el fuero largo de Sepúlveda era fingido, y que el genuino era el pequeñito. No me expuso los fundamentos; he llegado a recelar si le escuece la amortización y exclusiva que pone el fuero a todo cogollo de dentro de sus términos, donde tienen posiciones los benedictinos. Yo ataré esta amistad que no he cultivado5.

Tras la mala experiencia conquense, Cabrera viajó a Madrid para encargarse de la educación de los hijos de Antonio Álvarez de Toledo y Pérez de Guzmán, X marqués de Villafranca: Me tratan con el mayor aprecio y honor; tienen formado de mí un concepto muy alto; me dan su mesa, quinientos ducados y cuantas distinciones pueden, tanto que nada echo de menos. Por ahora no pienso en otra cosa que en pasar una vida tranquila con mis libros, y comunicando con Vm. mis cosas. Los señoritos que dirijo son ya de edad, tienen de 16 a 19 años, son tres […]. Son personas de juicio, y dóciles, les estoy enseñando la Lógica. Con lo que ya ve usted que la conveniencia es descansada. Yo no tomaré renta grande ni chica 4  Carta de 8 de julio de 1791, BN, Ms. 11277. 5  Carta de 2 de octubre de 1782, BN, Ms. 11277. 316

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que no vaya a recibir, bien es verdad que no cuido de mis acomodos futuros sino de estarme como el villano en mi rincón, que es lo que Vm. hace. Basta ya de mi persona. Vamos a cosas de letras, aunque hay tanta materia que no sé por dónde me empiece6 .

El mayor de los Villafranca, José Álvarez de Toledo y Gonzaga, se casó con su prima Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, y así Cabrera pasó a ser bibliotecario de la casa de Alba. José Álvarez de Toledo quiso unificar las diferentes bibliotecas que pertenecían a la casa de Alba, y encargó este trabajo a quien había sido su educador. Se agruparon, en el palacio de Buenavista, la biblioteca de la condesa de Arcos, madre de Cayetana; la de la casa de Alba, en la que se guardaba lo reunido por el Conde-Duque de Olivares, y la del propio marqués de Villafranca. La estimable labor que realizó Cabrera en la Casa de Alba le fue compensada con el priorato de Arróniz, Navarra, en 1793. En 1796 fallecía el duque de Alba, y Cabrera, que entonces, además de prior de Arróniz, era examinador sinodal del Arzobispado de Sevilla y mayordomo mayor, presidió el embalsamado del duque. En su testamento le nombra heredero libre7. Su posición de bibliotecario de tan importante casa nobiliaria le granjeó la amistad de los intelectuales de la época -los hermanos Iriarte, Goya, quien le hizo un retrato, Moratín, etc.- a quienes facilitaba información sobre determinados temas cuando se la solicitaban. A pesar de su carácter tímido y reservado, como reconocía su amigo el marino y escritor Martín Fernández de Navarrete, no pudo negarse a los reconocimientos: en 1791 pasó a ocupar la silla R de la Real Academia Española8 y en 1794 fue nombrado académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En los comienzos del siglo xix, con el estallido de la guerra contra los franceses, Cabrera, aconsejado por su amigo Félix Amat, un buen conocedor de la historia de la Iglesia, regresó a Segovia para estar al lado de su gente. Encontré [la familia] ocupada en las labores de su sexo. Pareciome que estaba en la casa de uno de aquellos patriarcas de que habla el Testamento viejo, pues hallé a una respetable matrona rodeada de varias hijas llenas de candor y cada una 6  Carta de 2 de octubre de 1782, BN, Ms. 11277. 7  Joaquín Ezquerra del Bayo, La duquesa de Alba y Goya. Estudio biográfico y artístico, Madrid, Aguilar, 1959, pp. 186-191. 8  Fue admitido el 22 de noviembre de 1791, y su discurso de ingreso trató sobre «La armonía, gravedad y abundancia del idioma castellano», recogido en Memorias de la Academia Española, Año I, Tomo I, Madrid, 1870, pp. 547-555.

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su labor en las manos. ¡Qué espectáculo tan diferente del que nos ofrece Madrid, donde no vemos otros instrumentos que fortepianos y papeles de música!9

Acostumbrado como estaba Cabrera a unas preocupaciones de tipo intelectual, le resultó difícil habituarse a la vida diaria de la gente de su familia; encontró distracción en las largas horas que pasaba hablando con Jaime Amat, hermano de Félix, que fue tesorero de la provincia de Segovia entre 1807 y 1813. Durante aquellos años de la invasión napoleónica, la vida pacífica de la Real Academia se vio alterada: muchos de sus miembros tuvieron que huir y otros murieron. Entre estos últimos, se encontró su por entonces director Pedro de Silva, que falleció en 1808. Una vez superados los convulsos años de la guerra, la normalidad en las tareas académicas comienza a atisbarse a partir de 1814. Ramón Cabrera, que regresó a Madrid, es elegido director de la Academia en una sesión de 29 de marzo. Pero esa normalidad académica no era sino un espejismo, pues el 10 de mayo de ese mismo año comenzó en España la represión fernandina. Según cuenta Zamora Vicente, «la Casa fue allanada e intervenida por las autoridades gubernativas. Algunos académicos […] fueron encarcelados. Otros lograron esconderse»10 . El 18 de octubre, Ramón Cabrera era destituido de su cargo de director por una orden personal de Fernando VII. La causa fue que durante la guerra Cabrera había sido nombrado vocal de la Junta de censura en Madrid y fue acusado de no haber censurado un artículo impreso en uno de los periódicos de la Corte en el que se defendía la soberanía popular, por lo que fue condenado al destierro y al pago de 60.000 reales. Ocupó su silla José Carvajal y Vargas Zúñiga, duque de San Carlos, que era ministro de Estado con Fernando VII. Carvajal también sustituyó a Cabrera en la dirección de la Academia en una junta de 10 de noviembre, tras haber sido firmado el oficio de destitución de Cabrera y su expulsión junto a los acusados de afrancesados. Ramón Cabrera se refugió durante los años del reinado fernandino en su priorato de Arróniz y se dedicó a la enseñanza de los niños expósitos. Tras el golpe del general Riego y el establecimiento de un gobierno constitucional, regresó a la Academia Española, a petición de sus amigos, encabezados por Fernández Navarrete. La sesión celebrada el 11 de abril de 1820 fue presidida por él al tratarse del académico más antiguo. Esta vez ocupó la silla N, que había dejado vacía José Antonio Conde, ya que la R seguía ocupada por aquel que le había expulsado de la Casa, el duque de San Carlos. Durante los años del Trienio Liberal, Cabrera formó parte de 9  Véase Félix Torres Amat, Vida de Félix Amat, arzobispo de Palmyra, Madrid, Imp. Fuentenebro, 1835, p. 256. 10  Para todos estos sucesos véase Alonso Zamora Vicente, La Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999, pp. 453-455. 318

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la comisión encargada de redactar unos estatutos para la creación de una Academia Nacional que aglutinara las ya existentes. También fue nombrado consejero de Estado, cargo en el que destacó por sus decisiones acertadas, según relatan sus contemporáneos. En 1823 acompañó al gobierno a un viaje a Sevilla y allí fijó su residencia hasta su fallecimiento en 1833. A pesar del interés que mantuvo durante toda su vida por la literatura y la lengua, no dejó Ramón Cabrera una gran obra escrita. Únicamente nos ha llegado un Diccionario de etimologías de la lengua castellana, publicado póstumamente por Juan Pedro Ayegui en 1837. La obra consta de dos partes y es el fruto de toda una vida dedicada al estudio de la lengua. La primera contiene los materiales recogidos por el autor con los que se proponía trazar los principios de la ciencia etimológica, determinando para ello los varios orígenes de la lengua castellana, y las reglas de analogía que se observan en la transformación de unos fonemas en otros. A pesar de que el material recogido en esta parte da muestra de la vasta erudición del autor, también es cierto que carece de una unidad que posiblemente Cabrera quería dar a la obra. No sucede así con la segunda parte, que comprende dos mil quinientas etimologías de otras tantas voces de la lengua castellana. Cada entrada es copia puntual de la papeleta escrita por el autor, en la que se recoge no solo el origen de la voz sino también los varios grados por que ha ido pasando y las autoridades que comprueban estos tránsitos. Además de etimologías de palabras castellanas, también aparecen voces portuguesas, algunas francesas e incluso americanismos. Incluye al final un diccionario de etimologías de varios topónimos de España. De la preparación del manuscrito para su publicación se encargaron el escritor y político José Presas y el académico José Duaso11. En los preliminares del libro aparece un retrato de Cabrera hecho por Goya, a quien, como ya hemos dicho, conoció durante el tiempo que estuvo al servicio de la Casa de Alba. Según se indica en la parte inferior del óvalo, el cuadro fue pintado por 11  Tuvo muy presente Ramón Cabrera, al redactar el diccionario, las indicaciones que le daba Rafael Floranes sobre etimología: «Usted se desengañe que los verdaderos diccionarios y etimológicos de nuestra lengua para lo que es la pureza, la deducción, la rectitud, los tenemos muy lejos de nosotros allá arriba en los montes, donde menos ha podido pervertir las castidad del idioma el trato novador de la corte y las ciudades y el contagio de las lenguas advenedizas, peregrinas y exóticas. En el labio tosco y grueso de aquellas gentes se encuentra más ciencia de esta clase que en todas las academias urbanas y cortesanas, como con deleite suyo solía hallar Cicerón en el de su madre y en el de la madre de los Graccos. Por lo menos puedo decir de mis parientes de Liébana, provincia la mar de oculta de España (marque las mismas Batuecas), y por lo mismo sin mezcla de peregrinaje desde los mismos romanos, que cada labio es un diccionario fecundo de voces antiguas castamente conservadas de etimologías exquisitas, y de un grande número de verbos, en toda otra parte extinguidos ya y perdidos del todo, pero que sirven infinito para desembrollar laberintos de nuestra lengua común y perfeccionarla muchísimos miembros de que anda manca». Carta de Rafael Floranes a Ramón Cabrera de 8 de julio de 1791, BN, Ms. 11277.

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Goya y litografiado por J. Otón en su estudio de la calle de Barrionuevo de Madrid12 . En la actualidad el cuadro ha desaparecido. Parece ser que fue reproducido como propiedad del marqués de Santillana y se puso a la venta hace ya unos años en México.13 También acompaña al libro una nota biográfica de Ramón Cabrera escrita por su amigo Juan de Dios Gil de Lara, capitán de artillería, poeta y director de la Academia de Buenas Letras de Sevilla. Ramón Cabrera conoció a Gil de Lara durante los años en que este fue bibliotecario del Colegio Nacional de Artillería de Segovia. En esos años, Cabrera preparaba una edición de las poesías de Garcilaso de la Vega y Gil de Lara le hizo algunas observaciones14. En una carta que escribió a su amigo Facundo Gómez y Gozalo, le habla de la edición y le manda las correcciones del militar sevillano: Mi amado amigo y ardiente favorecedor: Recibí las capillas de Garcilaso, y poco a poco iré enviando las noticias que tengo relativas a su vida, y las que contemple útiles para ilustrar algunas de sus composiciones. Por de pronto va el adjunto papelito, que me ha dado un capitán profesor de artillería en este colegio de Caballeros Cadetes. Es buen poeta, y muy instruido en humanidades latinas y castellanas. Juzgo que lleva razón, y que debe rehacerse una hoja. Me gusta la edición, y lo mismo dicen algunos curiosos amigos a quienes se la he hecho ver15.

La edición de las poesías de Garcilaso de la Vega no fue publicada. Lo mismo sucedió con otros trabajos sobre distintos temas en los que Cabrera llevaba años involucrado. En un manuscrito que se guarda en la Biblioteca Nacional, Gil de Lara hace una relación de tales trabajos. «Como los Mss. del Señor Cabrera no están exentos de la suerte que han tenido tantas obras de españoles que han dejado sus trabajos sin publicar, ha parecido oportuno dar una idea de las dos obras más originales y más completas citadas en la anterior noticia histórica de este literato, mediante las siguientes notas», dice Gil de Lara, y a continuación hace una relación de los manuscritos existentes con el número de papeletas que contiene cada uno16: 12  Vicente Castañeda, Libros con ilustraciones de Goya, Madrid, Viuda de Estanislao Maestre, 1946, pp. 20-21. 13  Véase Nigel Glendinning, Goya. La década de los caprichos. Retratos 1792-1804, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1992, p. 123 y Pierre Gassier y Juliet Wilson, Vida y obras de Francisco de Goya, Barcelona, Juventud, 1974. 14  En la Biblioteca Nacional de Madrid se guarda un manuscrito de Gil de Lara con «Observaciones a mi amigo Ramón Cabrera…» Ms./12981/2 15  Ms. 261 de la Real Academia Española. La carta está escrita desde Segovia el 1 de marzo de 1820. 16  Juan de Dios Gil de Lara, «Papeles referentes a Ramón Cabrera y a diversos temas de literatura 320

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Razón de las carpetas y número de papeletas convertidas en cada una de ellas que ay en la colección de mss. originales del Señor Cabrera: Preliminares etimológicos Carpeta en cartón natural, sin cubierta, en pergamino, con el título Etimologías en borrador contiene 488 papeletas, muchas de ellas determinadas y corrientes, otras empezadas, y algunas están ya puestas en limpio en las carpetas anteriores. Hay tal cual papeletas que no versan de etimología. Etimología geográfica Carpeta única que tiene en limpio 175 pueblos de España. 70 papeletas relativas al mismo asunto, y en un lío 140 papeletas en borrador diferentes objetos. Gramática Carpeta nº 1: 507 papeletas Carpeta nº 2: 461 Carpeta nº 3: 632 Miscelánea Carpeta única con papel anubarrado antiguo que era la que el sr. Ramón tenía a la mano para incluir en ella sus trabajos en borrador, contiene 221 papeletas. Antón Nebrija Carpeta única. Contiene 375 papeletas No ha parecido entre sus papeles un opúsculo de pocas hojas que había compuesto el Sr. Cabrera para su uso intitulado Anales de Lebrija que era un índice razonado de la vida extensa de dicho humanista, pero del extracto de las carpetas en que está se halla clasificada su vida, resulta la noticia siguiente que da una idea de ella. Correcciones y adicciones al diccionario de Valbuena Carpeta nº 1 contiene 521 papeletas Carpeta nº 2 contiene 493 Carpeta en blanco, es decir, sin titular, 467 papeletas

y erudición», Ms. 3710, Biblioteca Nacional de Madrid.

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Artículos para el diccionario de la lengua castellana Hay dos carpetas marcadas con los números 1 y 2 en las que se hallarán como unas 800 papeletas, remitidas todas a la Academia española, a excepción de 28 tomadas después de la publicación del diccionario de 1832. Hay un legajo en cuarta (el único porque las demás carpetas están en octava) con el título de Legajo nº1 que comprende varias cosas propias y ajenas del sr. Ramón. Hay diez atados en octava de borradores de todas sus obras. Tropos y figuras de Cervantes y algún autor que otro Carpeta única contiene 190 papeletas Cervantes Carpeta: Correcciones al texto: 262 papeletas Carpeta: Apuntamientos sobre Cervantes: 539 Nota Esta razón encontrada del inventario de los mss. del Sr. Ramón Cabrera es la que se entregó a don Manuel Sierra, cuando se hizo la entrega de ella por el Sr. Espinosa y por mí en una mañana del día 25 de enero de 1834.

Entre los trabajos realizados por Cabrera destacan los lingüísticos, pero también tuvo preocupaciones literarias, como lo demuestran las correcciones y anotaciones al Quijote. Tenía muy avanzada, según cuenta Gil de Lara, la biografía de Nebrija, pues, según recoge entre sus apuntes, había ordenado cronológicamente los actos más importantes de su vida. También tenía bastantes papeletas preparadas con correcciones al Diccionario universal latino-español y español-latino de Manuel de Valbuena, cuya primera edición apareció en 1793. En la relación que hace Gil de Lara dedica un apartado importante a los apuntes gramaticales que había tomado Cabrera. Las tres carpetas en los que estos se hallan se organizan por secciones en las que se abordan distintos temas gramaticales: el nombre (géneros y significado), los artículos, los diminutivos, plurales, adjetivos, etc. Además, en la Biblioteca Nacional se guarda un manuscrito de Ramón Cabrera con apuntes lexicográficos17. En una nota de la Advertencia del editor que aparece en el Diccionario de etimologías de la lengua castellana se dice que por una Real Orden de 26 de 17  Se trata del Ms. 7500 de la Biblioteca Nacional de Madrid. 322

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noviembre de 1833 promulgada por el Ministerio de Gracia y Justicia se ordena guardar los manuscritos de Ramón Cabrera en la Biblioteca Real18 . En las búsquedas que he realizado en la Biblioteca Nacional, hasta 1836 conocida como Real Biblioteca Pública, y en la Biblioteca Real de Palacio (conocida como Real Biblioteca Particular), no he encontrado ninguno de ellos. Sí se guarda en la biblioteca de la Real Academia Española el manuscrito del «Diccionario del lenguaje antiguo castellano». A lo largo de su vida, y por todos los lugares por los que pasó, Cabrera realizó un trabajo lexicográfico que fue compilando cuidadosamente, como hemos visto en la correspondencia que mantuvo con su amigo Floranes. Mucho del material que recogió, unas ochocientas papeletas, se las envió, desde Sevilla, en donde vivía, a la Academia Española, para la realización del diccionario, otras las utilizó para el etimológico, pero otra parte la guardó. Con ellas confeccionó este diccionario, la primera obra que se escribe de este tipo en España. Cabrera se fijaba en aquellas palabras que no aparecían recogidas en el diccionario de la Academia, en acepciones novedosas o ya olvidadas, en precisar el uso de determinadas palabras, también ofrecía información de tipo histórico sobre algunos vocablos (tomada en muchas ocasiones de otras fuentes: don Juan Manuel, Santillana, Mena, Covarrubias, Hernando del Pulgar, etc.). La Academia, que hace casi un siglo trabaja en su diccionario, aún no ha podido darle toda la perfección de que es susceptible, y cuanto más se ojea en los libros y monumentos que nos han dejado nuestros mayores, sin remontar a más antigüedad que a los siglos xiv y xv, tanto más se echa de ver su escasez y la necesidad que hay de socavar el tesoro escondido de nuestra lengua […]. A más de este defecto, que no es el menor de nuestro Diccionario de la Academia, tiene el de no dar a muchas de las voces y frases antiguas el sentido recto y genuino que las corresponde, y el de omitir en otras, algunas de las varias y muy diversas que se las da19. 18  La Real Orden dice así: «Ministerio de Gracia y Justicia de España. Enterada la Reina gobernadora del fallecimiento en esta ciudad de Ramón Cabrera, literato distinguido y laborioso, dejando una colección apreciable de manuscritos, entre ellos unas anotaciones a la obra inmortal del Quijote, y varios opúsculos tocantes a la lengua castellana, para enriquecer el Diccionario, se ha servido disponer, a fin de que tal vez caigan en manos de herederos que no sepan apreciarlos, y se extravíen, que V. S., con beneplácito de ellos, forme un inventario de los que pertenezcan a la literatura y la remita a mis manos, con la tasación que le diere por inteligentes para en su vida disponer que se tomen por cuenta de Su Majestad para la Real Biblioteca. De Real Orden lo comunico a V. S. para su puntual cumplimiento. Dios guarde a V. S. muchos años. Madrid, 26 de noviembre de 1833. Juan de Gualberto González. Sr. Teniente primero de Sevilla». 19  Ramón Cabrera, «Diccionario del lenguaje antiguo castellano», Ms. 204, Biblioteca de la Real Academia Española, f. 90v. Unos folios más adelante, Ramón Cabrera explica la utilidad de su obra: «Estas observaciones sobre el sentido peculiar y genuino de las voces, son utilísimas, especialmente en

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Como dice Juan Ramón Lodares, la novedad de este diccionario está en la sutileza que usa para definir las acepciones de los vocablos, así como en el valor histórico que rescata de determinadas palabras20 . Es una pena que sea este el único de los manuscritos de Ramón Cabrera que ha llegado hasta nosotros. Como nos cuenta su amigo Gil de Lara, a lo largo de su vida Cabrera mostró una preocupación constante por la lengua castellana tanto a nivel lexicográfico como gramatical. De gran interés pueden resultar, si alguna vez se encuentran, su biografía de Nebrija y esos apuntamientos y correcciones al Quijote. No cuesta mucho esfuerzo imaginarse a Ramón Cabrera, con su cuerpo menudo y su enorme timidez, encerrado en su humilde habitación copiando manuscritos y rebuscando palabras y leyes, guiado por un hambre permanente de conocimiento. Agustín García de Arrieta Agustín García de Arrieta nació en Cuéllar (Segovia) el 28 de agosto de 176821. Su formación fue básicamente religiosa, a la que debía seguir una carrera eclesiástica, que por alguna razón no llegó a finalizar. Por el contrario, se graduó como bachiller en Filosofía y Teología, y entró como profesor en los Reales Estudios de San Isidro, donde trabajó como bibliotecario. García de Arrieta ingresó en la biblioteca de San Isidro el 11 de septiembre de 1798, como oficial. Con el tiempo fue ascendiendo y en 1812, según informa Sánchez Mariana, fue nombrado director interino22 . En 1814, tras la expulsión de los franceses, el nuevo director del Centro, Tomás González de Carvajal, le nombró bibliotecario propietario. Poco tiempo pudo disfrutar de su nuevo cargo, pues el Colegio y los Estudios fueron devueltos a los jesuitas en 1816, aunque por aquel entonces le fue asignado un puesto similar en la Biblioteca Real. Sin embargo, la salida del Instituto San Isidro no fue definitiva, pues en 1820, tras el pronunciamiento de Rafael Riego, los Estudios regresaron a manos del Estado y Arrieta recuperó la dirección de la biblioteca. Con la llegada del Trienio Liberal y el restablecimiento del gobierno constitucional, Manuel José Quintana es nombrado presidente de la Dirección General de este tiempo en que las naciones más cultas han fijado la exactitud de su idioma, y en que tanto interesa definir bien el testimonio para evitar un equívoco que a veces suele ocasionar contiendas muy reñidas y fatales. Nuestro Diccionario de la Academia no nota estas diferencias y da por sinónimas muchas voces, que en ciertas acepciones particulares tienen el sentido más oblicuo». F. 97. 20  Juan Ramón Lodares, «El diccionario del lenguaje antiguo, de Ramón Cabrera», Cahiers de Linguistique Médiévale, nº. 16, 1991, pp. 181-188. 21  Según el Archivo Parroquial de Cuéllar. Sección II. Libro cuarto de bautismos de la parroquia de San Miguel f. 285. 22  Manuel Sánchez Mariana, «El primer director de la biblioteca de la Universidad de Madrid: Agustín García de Arrieta», Pecia Complutense, 2006, año 3, núm. 5, pp. 33-40. 324

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Estudios, con lo que pudo poner en marcha muchas de las ideas que había recogido en su famoso «Informe» sobe la educación publicado en 1813. Una de las primeras medidas que tomó Quintana fue la creación, mediante un Real Decreto de 21 de junio de 1821, de la Universidad Central en Madrid, que nacería a partir de la unión de los Reales Estudios de San Isidro, del Museo de Ciencias Naturales y de la Universidad de Alcalá. De esta forma, García de Arrieta, que era director de la biblioteca de San Isidro, pasa a ser el bibliotecario mayor de la Universidad Central y, con ello, el primer director de la biblioteca de la recién creada Universidad Central23. También fue nombrado diputado a Cortes por Segovia en 182024. Pero tampoco esta vez pudo García de Arrieta disfrutar mucho de su nuevo cargo, pues de nuevo los vaivenes políticos se cruzarían en su carrera. El regreso al poder de rey Fernando VII en 1823, gracias a la ayuda del ejército francés encabezado por el duque de Angulema, provocó que los Estudios de San Isidro volvieran a manos de los jesuitas. Debido a la implicación de García Arrieta en la política del Trienio Liberal, fue desposeído de sus honores de bibliotecario en 1824. Al igual que otros liberales españoles, tuvo que emprender el camino del exilio: se estableció en París, donde falleció diez años después de su salida, en diciembre de 1834. En 1815, al regresar la calma a la Academia en 1814 tras el paso del duque de San Carlos, Agustín García de Arrieta fue elegido miembro, primero como numerario y poco después como supernumerario. Finalmente, en noviembre de 1818 fue nombrado académico de número para ocupar la silla O25. Fue llamado a la Academia, además de por su labor como bibliotecario, por sus publicaciones y traducciones del francés y del italiano. En 1793 tradujo Las leyes eclesiásticas del Nuevo Testamento, y, dos años después, una Introducción a la Sagrada Escritura. Como hombre de su época se sintió atraído por el teatro y tradujo algunas comedias alemanas, aunque a través de sus ediciones francesas: La misantropía y el arrepentimiento, de August von Kotzebue (1800) y El conde de Olsbach, de Johann Christian Brandes (1801)26 . Pero tal vez su obra más importante como traductor, debido a la influencia que esta ejerció sobre sus contemporáneos, fue el tratado de Charles Batteux, Los 23  Véase José Simón Díaz, Historia del Colegio Imperial de Madrid, 2ª ed., Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1992. 24  Diario de las actas y discusiones de las Cortes. Legislatura de los años de 1820 y 1821, t. I, Madrid, Imp. especial de las Cortes, 1820. 25  Véase Alonso Zamora Vicente, La Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe/RAE, 1999, p. 184. 26  Francisco Aguilar Piñal cita un manuscrito de García de Arrieta en el que se recoge una comedia en prosa titulada El celoso confundido; también la refundición y los arreglos hechos por Arrieta de una comedia de Lope de Vega titulada La bella malmarida o La escuela de las casadas. Francisco Aguilar Piñal, Bibliografía de Autores Españoles del siglo XVIII, tomo IV, Madrid, CSIC, 1986, p. 94.

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principios filosóficos de la literatura, o Curso razonado de bellas letras y de bellas artes…, publicada en nueve volúmenes entre 1797 y 180527. El abate francés Charles Batteux tenía una gran reputación como humanista y crítico literario más allá de las fronteras francesas. Las obras que le habían dado este reconocimiento eran principalmente Les Beaux-Arts réduist à un príncipe, de 1746 y los Principes de la Littérature, continuadora de la anterior, que se publicó entre 1746 y 1748. En este último libro recogía una serie de principios estéticos y retóricos que debían regir la literatura. En la vida literaria madrileña de los primeros años del diecinueve se habían formado dos grupos o escuelas que defendían posturas encontradas acerca de estos principios estéticos que debían guiar en la literatura. Por un lado estaban los quintanistas, liderados por Manuel José Quintana, y por otro los moratinistas, al frente de ellos se encontraba Leandro Fernández de Moratín. Los seguidores de Quintana se identificaban con las ideas retóricas del escocés Hugo Blair recogidas en Lecciones de Retórica y Poética, traducido por José Luis Munárriz, y los de Moratín con la obra de Batteux traducida por Arrieta. Antonio Alcalá Galiano, en sus memorias, describe aquella polémica: Los dos bandos literarios, cada uno a manera de un catecismo de su fe, o dicho con más propiedad un libro que a la par promulgaba sus doctrinas y en las aplicaciones de estas daban satisfacción a sus afectos. El libro de los moratinistas era los Principios de literatura de Batteux; el de los quintanistas las Lecciones de Retórica y Poética del escocés Hugo Blair […]. Ambas obras estaban pésimamente traducidas, estando peor todavía la del francés que la del inglés. Pero el campo de batalla de las opuestas huestes estaba en los apéndices puestos por los traductores o por amigos de los traductores a los originales; apéndices destinados a juzgar, aunque por encima, las obras de nuestra literatura antigua y moderna.28

Además de Leandro Fernández de Moratín eran defensores de las teorías de Batteux Pedro Estala, Juan Antonio Melón y García de Arrieta. En el otro bando, junto a Manuel Quintana, estaban Francisco Sánchez Barbero, Meléndez Valdés y José Luis Munárriz. Juan de Dios Gil de Lara, amigo, como acabamos de ver, de Ramón Cabrera, participó, tiempo después, en la disputa tomando partido por los 27  Principios filosóficos de la Literatura, o curso razonado de Bellas Letras y de Bellas Artes. Obra escrita en francés por el señor Abate Batteux […] traducida al castellano e ilustrada con algunas notas críticas y varios apéndices sobre la literatura española, por Agustín García de Arrieta, t. I, Imp. Sancha, 1797. 28  Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, Madrid, Librería de Perlado, 1913, pp. 6768. 326

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moratinistas y criticando con dureza la poesía de Quintana, Menéndez Valdés o Álvarez Cienfuegos29. Como afirmaba Alcalá Galiano, tanto la traducción de García de Arrieta como la de Munárriz no destacaban por su excelencia. En ambos casos, los traductores se extralimitaron de su función y aprovecharon la ocasión para intercalar en las obras sus pensamientos estéticos y las estimaciones literarias sobre la literatura española antigua y moderna que ellos o sus compañeros de grupo apoyaban. Los moratinistas defendían la superioridad de la literatura española antigua, sobre todo la del teatro, mientras que los quintanistas anteponían la moderna y también la extranjera, principalmente la francesa. Para los moratinistas la primera [la literatura antigua] era en grado sumo preferible; para los quintanistas la segunda [la literatura moderna]. Aquellos se mostraban, si bien con reservas o con timidez, antifranceses; estos otros, sin dejar de ser buenos patricios, anteponían los autores extraños a los de su propia patria. Nuestro teatro era para los unos objeto de admiración, aunque según las preocupaciones del tiempo, confesaban que había pecado en no conformarse a las doctrinas aristotélicas; para los de opiniones contrarias, si había en nuestra poesía alguno bueno, lo malo predominaba, siendo el conjunto monstruoso30 .

Menéndez Pelayo criticó con dureza la traducción de García de Arrieta porque, según decía, la había convertido en un centón indigesto y contradictorio. Y es que el traductor segoviano, como bien anunciaba en la Advertencia, pretendía, además de traducir la obra de Batteux, «ilustrarla, completarla y adicionarla» (p. VI.) Para ello, introdujo en el texto artículos, apéndices de diversa procedencia, con el fin de hacer más útil y completa la obra, con lo que alteraba de forma notable el texto original. Lo que Arrieta se proponía era, incluyendo «todo lo más selecto y útil que sobre cada artículo se haya adelantado y publicado hasta nuestros días»31, hacer la obra más apta para lectores españoles, de ahí que sustituya muchos ejemplos y consideraciones sobre la literatura francesa por otros de la española. Algo similar a lo que hizo Munárriz con la traducción de Hugo Blair. Resulta evidente que a Munárriz sí le ayudaron 29  De Cienfuegos dice: «He vuelto a leer detenidamente sus composiciones, y al paso que le hallo muchas veces buen versificador, me ratifico en tenerle por mal poeta y peor hablista». Véase el Ms. 3710 de la BN. También Albert Dérozier, Manuel José Quintana y el nacimiento del liberalismo en España, Madrid, Turner, 1978, pp. 301-302. 30  Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano..., p. 68. 31  Charles Batteux, Los principios filosóficos de la literatura, o Curso razonado de bellas letras y de bellas artes… (traducción de Agustín García de Arrieta), Madrid, Imp. Sancha, 1799, t. VI, pp. XI-XX.

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a redactar las adiciones sus amigos (Quintana, Meléndez Valdés, etc.); no está claro que Moratín colaborara con García de Arrieta en la traducción32 . Como ya hemos dicho, los seguidores de Moratín defendían la restauración de nuestros autores clásicos, mientras que los quintanistas reclamaban una renovación que estuviera basada en la creación de un nuevo lenguaje poético inspirado en la literatura que se hacía en otros países. El grupo liderado por Moratín reprochaba a sus adversarios el excesivo gusto por lo extranjero, sobre todo por lo que se hacía en Francia en detrimento de lo español. Entendían que se estaba corrompiendo la poesía española con la inclusión de tantas voces y modismos tomados del francés y con la libertad sintáctica que algunos de los nuevos poetas proponían. Por otro lado, los seguidores de las posturas defendidas por Manuel Quintana se defendían argumentando la escasa o nula preocupación que se mostraba en los textos de los clásicos españoles por la realidad que les circundaba. Quintana estimaba que la poesía española se había decantado por un mayor cuidado de los aspectos formales y había descuidado los asuntos del pensamiento. El grupo renovador daba mayor importancia al contenido que a la forma33 . Tampoco sentaría nada bien a Moratín que Munárriz en su traducción considerase a Cienfuegos como el mejor poeta dramático contemporáneo. La visión distinta que mantenían ambos bandos dio lugar a algunos enfrentamientos entre los dos traductores. En una carta dirigida a los editores de Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, periódico de Quintana y su grupo, José Luis Munárriz critica duramente la traducción de García de Arrieta, al que acusa de haber hecho acopio de materiales ajenos, además de recriminarle la caótica amalgama de las adiciones. Se centra el traductor de Blair en la defensa que su oponente hace de la poesía de Bartolomé Leonardo de Argensola, al que él no consideraba un buen poeta. En su crítica, Munárriz insulta a Arrieta llamándolo «memo», «intruso de la literatura» y «estrafalario»34. Ante estos insultos no se quedó pasivo el traductor de Batteux, que contestó con una Carta apologética de la traducción de «Los principios de literatura»…35 En ella, Arrieta le reprocha a aquel -tal vez de una forma exa32  Inmaculada Urzainqui, «Batteux español», Imágenes de Francia en las letras hispánicas, Barcelona, PPU, 1989, pp. 239-260. 33  Véase José Checa Beltrán, «Debate literario y política», en Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), Se hicieron literatos para ser políticos. Cultura y política en la España de Carlos IV y Fernando VII, Madrid, Biblioteca Nueva, pp. 147-165. 34  José Luis Munárriz, «Carta a los Señores Editores de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, manifestando la incompetencia de un fallo de Don Agustín García de Arrieta», Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, año II, t. I, 1805, pp. 101-114. 35  Agustín García de Arrieta, Carta apologética de la traducción de los principios de literatura de Mr. Batteux, Madrid, Imprenta de Sancha, 1805. 328

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gerada, ya que Munárriz no era tan crítico con la literatura hispánica- el juicio tan malévolo que hace de las letras españolas, y dedica una gran parte de la carta a poner de manifiesto los errores lingüísticos y de estilo que había cometido en su traducción. El espíritu neoclásico iba a estar muy presente en las ideas literarias de García de Arrieta, ya que a lo largo de toda la obra, ya fuera en traducción directa de las palabras de Batteux o a través de sus propias opiniones intercaladas, defiende el carácter útil e instructivo de la literatura: Ellas [las Bellas Letras y las Bellas Artes] comprenden así lo que arregla el corazón como lo que forma el juicio, inspira el buen gusto y extiende y eleva el espíritu. Ellas revelan la grandeza de los sentimientos y contienen las semillas de la moral más sublime. Por ellas se familiariza el hombre con las grandes ideas y con los grandes ejemplos, y contrae la noble emulación de imitarlos y a veces sobrejuzgarlos36 .

A pesar de las polémicas y de que no se trataban de dos buenas traducciones, Los principio filosóficos de la literatura, de Batteux y las Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Artes, de Hugo Blair influyeron en las retóricas que después se escribieron, sobre todo en su organización y en el tratamiento que se concedía a los géneros literarios, en los que se mezclan los géneros orales con los escritos, así como la prosa y el verso. La influencia de estas obras se reflejará en los tratados escritos desde Sánchez Barbero (Principios de retórica y poética, 1805) hasta de Gómez de Hermosilla (Arte de hablar en prosa y en verso, 1826), que fueron utilizados en las aulas universitarias y, desde 1845, también en las de los institutos.37 Como ya dijimos, desde 1823, García de Arrieta se refugia en París, como él mismo recuerda: «Retirado en esta capital de la Francia desde el año de 1823, para observar con quietud en su seno los progresos que diariamente hacen en ella las ciencias, las artes y la civilización, ínterin pasa y se serena la tormenta política que aflige a mi desventurada patria»38. Allí comienza su labor de editor de Cervantes. En 1826 publicó unas Obras escogidas del autor alcalaíno en las que incluye el Quijote, las Novelas ejemplares, los Entremeses y las poesías, recogidas en diez tomos. La edición de Arrieta fue muy criticada por hacer algo que algunos editores modernos se han atrevido a llevar a cabo para que la lectura de la gran obra de nuestra lite36  Principios filosóficos de la literatura…, Palabras dirigidas al Príncipe heredero de Parma. 37  Véase Rosa María Aradra Sánchez, De la Retórica a la Teoría de la Literatura (siglos XVIII y XIX), Murcia, Universidad de Murcia, 1997. También Mario Pedrazuela Fuentes, «La enseñanza de la lengua y la literatura en los institutos del siglo XIX. De la formación de retóricos y latinos a educar la imaginación». Boletín de la Real Academia Española, t. XCI, julio-diciembre de 2011, pp. 325-351. 38  Obras escogidas de Miguel de Cervantes por Agustín García de Arrieta, París, t. I, p. XXXIII.

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ratura fuera más accesible al público: desgajó del Quijote las historias del «Curioso impertinente» y del «Capitán cautivo», que incluyó dentro de las Novelas ejemplares. Pocos años antes, en 1819, la Real Academia había publicado una edición del Quijote a partir de la realizada en 1780, a la que había incorporado nuevos grabados y una biografía de Cervantes escrita por Martín Fernández de Navarrete39 y en cuya publicación no participó García de Arrieta. ¿Cómo siendo yo individuo de la Academia no se las propuse [las correcciones] en tiempo a esta para que las tuviese presentes al hacer su última edición del Quijote? Para satisfacer plenamente a esta pregunta debo advertir: que la Academia española, así como toda corporación, no desempeña en cuerpo, o por todos sus individuos juntos, ninguno de sus trabajos, sino que lo hace por medio de comisiones compuestas de algunos de sus miembros: yo no lo fui de la encargada de preparar la impresión última del Quijote, ni vi esta hasta que se nos repartió después de concluida; por consiguiente no tuve ocasión de hacer presentes a la Academia mis observaciones.40

A pesar de haberse quedado al margen de la publicación cervantina de la Academia, el académico segoviano, en el volumen introductorio, junto a su «Advertencia», recoge «La vida de Cervantes», que acababa de publicar Fernández de Navarrete, y el «Análisis del Quijote» de Vicente de los Ríos, que salieron publicados en las ediciones académicas de 1819 y 1789 respectivamente. El gran valor que tuvo la obra de García de Arrieta fue, como ha reconocido la crítica actual, reunir la «mayor parte de las obras de Cervantes cuando todavía no se contaba con una edición de las obras completas, y por la influencia que ejercerá en la edición de éstas desde entonces»41. García de Arrieta había comenzado sus estudios sobre Cervantes en 1814 cuando publicó el libro El Espíritu de Miguel de Cervantes. Influido como estaba el traductor de Batteux por el abate francés, tras finalizar la traducción de sus Principios filosóficos de Literatura, y su visión instructiva de la literatura, Arrieta trató de mostrar el didactismo moral que se guardaba en la obra de Miguel de Cervantes. Para ello, preparó una antología de textos de las obras cervantinas de los que se pudiese desprender alguna lección moral, introduciendo así una nueva visión en el estudio del Quijote. Hasta prácticamente el siglo xviii el objetivo principal de la novela era la utilidad, 39  Alonso Zamora Vicente, La Real Academia…, p. 382. 40  Obras escogidas de Miguel de Miguel de Cervantes…, p. XXVII. 41  Francisco Cuevas Cervera, «El cervantismo de Agustín García de Arrieta», Ínsula, 727-728, julio agosto de 2007, p. 10. 330

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demostrar la falsedad de las obras de caballería de una forma burlesca y satírica. A partir de la crítica romántica, la lectura cómica empieza a ser sustituida por un estudio más profundo que se centra en una interpretación connotativa y filosófica, guiada por una visión moralizante del mundo. En este proceso de transición es donde se encuentra la obra de García de Arrieta, ya que en él se une la faceta ilustrada de exponer de una forma amena la doctrina intelectual cervantina, pero al mismo tiempo se hace eco de las teorías románticas según las cuales en los textos de Miguel de Cervantes están reflejadas las verdades éticas así como las interioridades del alma humana y del mundo que le rodea. Como afirma Francisco Cuevas Cervera, «la moral cervantina no se convierte hasta la obra de Arrieta en protagonista de un estudio»42. El objeto, pues de la presente, es, como ya hemos dicho, ofrecer a los apasionados de Miguel de Cervantes, a los amantes de la literatura española y de la lengua castellana, dichos, reflexiones, sentencias y agudezas más útiles, y más memorables de este inmortal y original ingenio; y aun se puede decir que un libro de educación a los lectores, y en especial a los jóvenes, una preciosa colección de máximas y documentos sobre lo que se llama ciencia del mundo, o conocimiento de los hombres y de la sociedad, les sirva de modelo43.

La forma en que Arrieta recoge estos pasajes instructivos referidos a la moral y al comportamiento social de los textos cervantinos evidencia la nueva estructura diseñada por los enciclopedistas para disponer y transmitir el conocimiento. En un solo libro, ordenadas de forma alfabética, como si fuese una enciclopedia, dispone el académico segoviano las máximas cervantinas. Esta forma de mostrar el conocimiento de manera sistemática y ensayística, influida por la moda de los diccionarios, dio lugar a un nuevo género que se conocía con el nombre de «espíritu», del que Arrieta fue uno de los precursores en nuestro país. No en vano él había publicado en 1796 un libro titulado El Espíritu de Telémaco, en que hizo algo parecido a lo que después haría con el Quijote, con la obra del poeta francés François Fénelon, Las aventuras de Telémaco. En este caso se propuso «entresacar todas las Máximas y Reflexiones Políticas y Morales que se hallan esparcidas en toda ella, es decir, en toda su parte instructiva; o para explicarme en pocas palabras, su Espíritu»44. 42  Sobre el cervantismo de García de Arrieta, véase Francisco Cuevas Cervera en Agustín García de Arrieta, El Espíritu de Miguel de Cervantes y Saavedra (edición, introducción y notas de Francisco Cuevas Guevara), Sevilla, Renacimiento, 2008, p. 15. 43  Agustín García de Arrieta, El Espíritu de Miguel de Cervantes, Madrid, Viuda de Vallín, 1814, pp. XVI-XVII. 44  Agustín García de Arrieta, El Espíritu de Telémaco, Gerona, Imp. De Oliva, 1822 (2ª ed.), p. XV.

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Acompañando a El Espíritu de Miguel Cervantes de 1814 (la segunda edición salió en París en 1827), García de Arrieta publicó la novela La tía fingida45. Esta supuesta novela ejemplar cervantina que hasta el momento no había visto la luz, fue descubierta junto con Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño por Isidoro Bosarte en 1788 en el famoso manuscrito de Francisco Porras de la Cámara. Bosarte publicó las dos primeras novelas en el Gabinete de lectura española, pues su atribución no planteaba tantas dudas, no así la tercera, de ahí que no se aventurara a su publicación. García de Arrieta tomó la nueva novela a partir de una copia que hizo Bosarte y que supuestamente se guardaba en la biblioteca de los Estudios de San Isidro y la publicó atribuyéndosela a Cervantes sin ningún tipo de dudas: Que este [el autor] lo sea el incomparable Cervantes no hay para que me detenga a demostrarlo. Pudiéralo hacer fácilmente cotejando muchas de las expresiones, frases y modismos de esta Novela, con otras que se registran en sus demás obras, y que son hermanas carnales de estas, por no decir inéditas; lo mismo que su giro, su estilo y su lenguaje, tan suyos, y tan singulares, que no pueden equivocarse con los de ningún otro escritor46 .

A pesar de ello, no se detuvo Arrieta a demostrar de forma detenida las semejanzas de pasajes, expresiones y frases con otras novelas de las que habla. Sí que se dedicó a recortar ciertos fragmentos de la novelita para adaptarla al tono moralista que representaba el Espíritu, pues como se sabe, el ambiente prostibulario en el que La tía fingida está ambientada no hacían de ella un ejemplo aleccionador. Agustín García de Arrieta fue un hombre que vivió de pleno y siendo uno de los protagonistas del debate entre las ideas ilustradas y las románticas. Defensor acérrimo de las primeras, vio cómo se iban imponiendo las segundas a través de una nueva retórica que proponía una innovadora manera de crear, desplazando el punto de mira de nuestra literatura a las corrientes que llegaban de fuera. Aunque como buen ilustrado defendió siempre el carácter utilitario de la literatura, empezó a dar cabida en sus obras, sobre todo en las ediciones que hizo de Cervantes, a una interpretación con un valor más connotativo y con atención a los valores morales y filosóficos.

45  «Añádase a estas otra, no menos recomendable, cual es la de llevar al fin una Novela suya póstuma, y hasta ahora inédita, intitulada La tía fingida; producción la más amena, festiva y correcta de todas cuantas en este género han salido de su fecunda y salada pluma», Agustín García de Arrieta, El Espíritu de Miguel… pp. XV-XVI. 46  Ibídem, pp. XX-XXI 332

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Francisco García Ayuso Para hablar de Francisco García Ayuso tenemos que conocer el cambio que se empezó a producir en la filología española en la segunda mitad del siglo XIX. El nuevo paradigma lingüístico basado en la gramática comparada e histórica, como método que permite establecer los vínculos existentes entre las distintas lenguas indoeuropeas y de esta forma reconstruir sus etapas evolutivas, no llega a España hasta bien entrado el siglo xix. La lingüística que se practicaba anteriormente en escuelas, institutos, universidades, e incluso en las discusiones de la Real Academia Española, era la heredada del siglo xviii, basada en la filosofía, la psicología y la retórica. El descubrimiento por parte de los europeos del sánscrito fue uno de los grandes impulsos para la creación de la nueva ciencia filológica por dos razones primordialmente. Por un lado, permitió que los estudiosos europeos de la lengua accedieran al conocimiento de las obras de los antiguos gramáticos hindúes, los cuales habían dedicado mucha atención a la descripción fonética de las lenguas; y por otro, la comparación del sánscrito con las lenguas europeas contribuyó al desarrollo sistemático de la lingüística comparativa e histórica. Debido a su relevancia, se crearon cátedras de sánscrito en las universidades de París, ciudad a la que llegaron muchos documentos escritos en esa lengua, de Londres y de Berlín, cuyo primer catedrático fue Franz Bopp. En una de esas facultades, en concreto en la de Múnich, fue donde Francisco García Ayuso aprendió el sánscrito, convirtiéndose en el gran experto de nuestro país en esa lengua. García Ayuso había nacido en 1835 en Valverde del Majano, un pequeño pueblo cercano a Segovia, y, tras empezar su formación en la ciudad del Acueducto, pasó al seminario de El Escorial, donde perfeccionó su conocimiento del latín gracias a las enseñanzas del profesor alemán J. Braun, quien también le enseñó francés, inglés, alemán, griego y hebreo. De esta última lengua ya tenía amplio conocimiento, pues había pasado ocho meses en Marruecos bajo la tutela de un profesor israelita. Su facilidad para aprender lenguas le permitió trasladarse en 1868 a Alemania para estudiar en la Universidad de Múnich. Allí asistió a las clases de grandes profesores, como Müller, en árabe; Ethé, con quien estudió hebreo, siriaco y etíope; y, sobre todo, a las de Hang, uno de los más importantes compiladores de manuscritos indios e iranios, y profesor de sánscrito. Tras formarse como un experto orientalista, regresó a España en 1870. En Madrid, tras el intento frustrado de crear la cátedra de Sánscrito, se dedicó a compaginar clases particulares de esa lengua, a las que asistieron, entre otros, Moreno Nieto, Francisco de Paula Canalejas, Manuel de la Revilla y Fernández y González, con el curso de sánscrito que enseñaba en la Universidad. En estos años madrileños publicó sus primeras obras, entre las que destaca El estudio de la filología y su relación con el sanskrit. En este libro defiende el origen Estudios Segovianos. LVII. núm. 114. 2015

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divino del lenguaje y su evolución determinada por el libre albedrío del ser humano -dejando patente su catolicismo acérrimo-, y expone la importancia del sánscrito para los progresos de la lingüística comparada. Otra obra de relevancia fue Ensayo crítico de Gramática comparada de los idiomas indoeuropeos sanskrit, zend, latín, griego, antiguo eslavo, litáuico, godo, antiguo alemán y armenio, en la que se hace eco de las teorías fonéticas y de flexión de Bopp. Además, fue autor de una gran cantidad de obras que estudian la geografía, la lengua y las costumbres de los países de Oriente Medio. A pesar del conocimiento que tenía de la lengua sánscrita, García Ayuso no llegó a ocupar la cátedra de esta asignatura cuando se creó en la universidad española. En 1856 se crea por una Real Orden de 27 de junio, según informa la prensa de la época 47, una cátedra de Lengua sánscrita en la Universidad Central, cuyo primer titular fue Manuel de Assas, que ya explicaba esta asignatura en el Ateneo. Su existencia resulta un tanto curiosa, casi fantasmal, podríamos decir, pues a pesar del eco que se hace la prensa de su creación y del discurso dado por el nuevo catedrático en la «inauguración de la enseñanza de lengua Sánscrita en la Universidad Central de Madrid»48, no la encontramos en los planes de estudios de la Facultad de Filosofía y Letras hasta 1877. En 1870, cuando Lázaro Bardón sustituyó como rector de la Universidad Central a Fernando de Castro, trató de crear una nueva cátedra de Sánscrito, pero la oposición de algunos catedráticos, como Salmerón, Canalejas o Tapia hizo que no saliera adelante la propuesta. Al menos se pudo crear un curso de gramática sánscrita del que sí se encargaría el profesor Francisco García Ayuso49. Por fin en 1877 se crea por un Decreto de 10 de marzo la cátedra de Lengua sánscrita para el curso de doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, pero no se convocan oposiciones para cubrir la cátedra, sino que el Ministerio de Fomento nombra a su titular de forma directa, con los únicos requisitos de ser doctor en Filosofía y Letras, presentar un programa de la asignatura y adquirir el compromiso de escribir en dos años una gramática de esa lengua. El hombre que cumplía todos estos requerimientos era Francisco García Ayuso; sin embargo, al tratarse de una persona demasiado joven, tenía entonces 32 años, muchos desconfiaban de sus conocimientos. Por otro lado, su carácter exaltado en 47  Véase La Iberia de 25 de agosto de 1856; La España de 21 de septiembre de 1856, y el Seminario Pintoresco Español de 21 de septiembre de 1856. 48  Así lo publica El Seminario Pintoresco Español el 1 de octubre de 1856, p. 348. 49  Véase Mario Pedrazuela Fuentes, «Vidas filológicas (11). Lázaro Bardón (I)» en Rinconete, Centro Virtual Cervantes. http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/busqueda/resultadosbusqueda.asp?Ver=50&Pagina=1&Titulo=Vidas%20filol%F3gicas&OrdenResultados=2 334

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defensa del catolicismo que profesaba, así como su actitud arrogante debido al conocimiento que tenía de primera mano de las fuentes y por ser de los pocos españoles que había conectado con la escuela alemana, generó muchas envidias de compañeros de claustro, también entre los profesores liberales, algunos de ellos antiguos alumnos suyos, como Revilla50 . Estas circunstancias, en conjunto, fueron suficientes para que la cátedra no se le fuera otorgada a él, sino a Francisco María Rivero Godoy, hijo del político progresista Nicolás María Rivero, que era diplomático y cuya relación con la materia se reducía a haber traducido la Historia de la Antigüedad, de Dunker. El nuevo catedrático, no obstante, cumplió con la exigencia legislativa y en 1881 publicó una Gramática elemental del sánscrito clásico bastante deficiente. Marcelino Menéndez Pelayo en una carta a su amigo Gumersindo Laverde de 14 de noviembre de 1878 le explica cómo se resolvió la cátedra: Ruines son de veras los señores catedráticos liberales de esa Facultad de Filosofía y Letras […]. Ya, por su causa de ellos, dejó Valera de establecer la cátedra de Sánscrito, pues supo que querían nombrar para ella (se daba al claustro de la Facultad este cometido) al hijo de Rivero (que por fin ha entrado de bobilis bobilis) y nuestro amigo deseaba, con sobrada razón, que se confiriese a García Ayuso, que había dado en sus obras pruebas de conocer dicho idioma.

El nuevo catedrático, conocedor de su situación, optó por abandonar la cátedra por un destino diplomático en México, más ventajoso para él. Como era lógico no se convocó la oposición, sino que se encargó de las clases un profesor ayudante llamado Julio Berriz do Seixo. En 1883 salió por fin la convocatoria y la ganó Juan Gelabert Gordiola, discípulo de Ayuso y de formación hebraísta. García Ayuso, desilusionado por la acogida tan hostil que tuvo en la universidad y entre la clase intelectual, dejó de interesarse por el indoeuropeo y buscó otras formas de ganarse la vida. Abrió una academia de lenguas en Madrid en la que daba clases de francés, italiano, portugués, alemán, español para extranjeros, griego, latín, sánscrito, avéstico, persa, gramática comparada, árabe, hebreo, sirio, etíope, acadio y dialecto marroquí, según anunciaba en su programa de propaganda. También obtuvo la cátedra de Alemán en el Instituto de San Isidro e ingresó en la Real Academia Española en 1893, donde, desde 1894, ocuparía la silla U. Apenas pudo García Ayuso aportar nada a la Corporación porque tres años después, en 1897, falleció. Su discurso de ingreso, el 6 de mayo de 1894, versó, como no podía 50  Véase Juan Álvarez-Pedrosa Núñez, «La lingüística indoeuropea en España hasta 1930», en Revista Española de Lingüística, 24, 1, pp. 49-67.

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ser de otra manera, sobre el «Estudio comparativo sobre el origen y formación de las lenguas neosanskritas y neolatinas». Sin embargo, sus desvelos con la cátedra de Sánscrito de la Universidad Central no terminarían ahí. En 1896, tras la muerte de Gelabert Gordiola, se convocaron de nuevo las oposiciones para catedrático. En esta ocasión él no iba como aspirante sino como miembro del jurado, presidido por Francisco Fernández González, catedrático de Estética. Los tres opositores eran Enrique Soms Castelín, el encargado de dar las clases en interinidad, que había sido catedrático de Griego en Salamanca; José Alemany Bolufer, que había publicado algunas traducciones de sánscrito y era catedrático de Griego en Granada, y Mario Daza de Camps, cuyo único mérito era haber sido alumno de Ayuso en su academia. Ganó la plaza este último y se produjo un gran revuelo con acusaciones de masón y trato de favor entre los aspirantes, e, incluso, retos a duelo…51. El ganador final, Mario Daza, ocupó la cátedra durante casi cuarenta años sin publicar en todo ese tiempo ningún estudio relacionado con la materia que explicaba. Tal vez esto nos ayude a entender el escaso interés que el sánscrito, de vital importancia para conocer las nuevas corrientes filológicas, tuvo en España. Su fuerte carácter y sus ideas ultracatólicas impidieron que Francisco García Ayuso destacara como una de las figuras más relevantes de la filología española del siglo xix. Los cambios que se estaban produciendo en la filología, generados principalmente a partir del descubrimiento del sánscrito, llegaban a España de forma lenta. García Ayuso, gran conocedor de la lengua sánscrita y de las teorías comparatistas instaladas ya en el centro de Europa, en donde él se había formado, no pudo, desde las aulas universitarias, transmitir las nuevas tesis filológicas. La oposición de los krausistas, que en esa época dominaban la Facultad de Filosofía y Letras, le impidió acceder a la cátedra de Sánscrito para la que era él candidato perfecto quedando convertida la cátedra en un objeto de decoración, y por tanto alejando todavía más en el tiempo la incorporación de España a las nuevas corrientes lingüísticas.

51  García Ayuso, que no era de los que se callaba, publicó un opúsculo en 1897 titulado Las oposiciones de sánscrito por varios aficionados. Rectificación y réplica. Calumnia, que algo queda, en la que ofrece su versión de los hechos. 336

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