RACIONALIDAD, COGNICIÓN, ÉTICA Y GERENCIA.

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Racionalidad, Cognición, Ética y Gerencia Serafín Plasencia, Manuel José Departamento de Ciencias Básicas Vicerrectorado “Luis Caballero Mejías” Universidad Nacional Experimental Politécnica “Antonio José Sucre” Centeno Silva, Raquel Díaz Mora, Rubén Departamento de Ingeniería Industrial Vicerrectorado “Luis Caballero Mejías” Universidad Nacional Experimental Politécnica “Antonio José Sucre” Resumen: El objetivo de este trabajo es presentar una revisión del proceso de toma de decisiones gerenciales a la luz del concepto de racionalidad y su evolución. En este trabajo se considera la psicología, a través de la cognición, como el vínculo fundamental para articular adecuadamente la racionalidad con la toma de decisiones. Se establecieron diversos aportes en la literatura gerencial y psicológica relacionados con la toma de decisiones que permitieron concretar una taxonomía preliminar de la racionalidad con interés académico y gerencial. Se compararon las categorías taxonómicas y se plantearon reflexiones específicas de aplicación e investigación del cuerpo teórico respectivo sobre la base de las neurociencias. Palabras Clave: Toma de Racionalidad, Neurociencias.

Decisiones,

Decisiones

Conductuales,

Abstract: The purpose of this work is to review managerial decision-making process from both rationality and rationality concept evolution. In this work we considered psychology of cognition as the main framework to explore a suitable relationship between rationality and decision-making. We propose taxonomy of

rationality built

from

contributions

of

managerial

and

psychological academic literature concerned with decision-making that we believe is useful for academics and managers. We compare the different

classes we obtained in order to formulate suitable thoughts about research and specific applications of the theoretical body of knowledge. Keywords: Decision-Making, Neurosciences.

Behavioral

Decision-Making,

Rationality,

1. Introducción La investigación en gerencia y organizaciones se fundamentó originalmente en un cierto eclecticismo al incorporar como influencia desarrollos multidisciplinarios en la intersección de la psicología, la sociología, la antropología, la economía y las ciencias políticas, entre otras, procurando dotar de un enfoque sistemático al conocimiento en el área e identificando dominios teoréticos específicos tales como: liderazgo, toma de decisiones, estructura organizacional, emprendimiento, por mencionar algunas (Corley & Goia, 2011). En tal sentido, la gerencia cognitiva constituye un caso ejemplar de la influencia psicológica en la gerencia y se ha desarrollado dentro de ésta sin necesidad de establecer una definición formal del término. En 1996 Eicher reporta el término Cognitive Management1 como una marca registrada con la cual hace referencia a una teoría gerencial que aplica la investigación que emerge de las ciencias cognitivas a la conducta de la organización y los gerentes (Eicher, 1996). En forma esquemática Eicher considera que la cognición se estudia las conductas verbales y no verbales como indicadores de los procesos mentales internos, estableciendo el estilo cognitivo como una potencial taxonomía sobre las preferencias de procesamiento y percepción de la información que la gente usa para analizar las tareas del trabajo, juzgar el desempeño de otros, gestionar los proyectos y desarrollar productos y servicios. La intencionalidad será usar estas 1

Cuya traducción literal sería Gerencia Cognitiva. Otros autores venezolanos han acuñado el término Gerencia Cognicional, con la intención de reforzar así la integración de las emociones en el objeto de estudio de este esfuerzo teórico (Arteaga & Ramón, 2009).

herramientas cognitivas para de forma consciente y reflexiva comprender y mejorar las comunicaciones y el manejo de la información en la organización. En cualquier caso, desde la perspectiva gerencial en lo específico, lo que se procura es atender desde la investigación académica aspectos que pueden incidir en los profesionistas a los fines de promover el éxito de las organizaciones y desde ese ángulo la gerencia cognitiva se interpreta como el uso de esos aspectos psicológicos para favorecer la gestión en tanto y cuanto las organizaciones están conformadas por gente con sus diversas particularidades psicológicas. La psicología puede considerase la ciencia que estudia los procesos mentales en personas y animales (conductas) con el fin de ofrecer explicaciones y predicciones mediante teorías y modelos validados. Entre sus áreas activas de estudio está la cognición entendida como las funciones de nivel superior que se ejecutan en el cerebro humano, incluyendo la comprensión, el habla, la percepción y construcción visual, la capacidad para hacer cálculos, la atención, el procesamiento de la información, la memoria y algunas funciones ejecutivas como planificar, resolver problemas, y la auto supervisión (Ley, 2009). La investigación en gerencia ha evolucionado en una disciplina propia y diferente a partir de los estrechos vínculos con otras disciplinas que permiten un intercambio de influencias desde ellas hacia la gerencia y viceversa (Agarwall & Hoetker, 2007). Las contribuciones académicas en el área gerencial deben tener no sólo utilidad práctica sino teórica (Corley & Goia, 2011) por ello el caso que nos ocupa en este ensayo abordará el concepto de racionalidad desde la relación entre economía, psicología y gerencia como elemento identificador de la toma de decisiones profesionales.

En lo sucesivo se presentará primero, siguiendo a Hardy-Vallée, el concepto de racionalidad desde cuatro perspectivas diferentes (filosofía, psicología, economía y neurociencias); para revisar la evolución de los enfoques de la racionalidad en el terreno específico de las decisiones gerenciales desde la herencia de la racionalidad económica. Se aprovechará la crítica a la racionalidad económica para derivar ideas sobre el rol y la influencia de la ética en la racionalidad gerencial. El ensayo concluye con la presentación de unas reflexiones finales sobre racionalidad, cognición, ética y gerencia.

2. Visiones y Versiones sobre la Racionalidad En esta sección se plantea el tema de la racionalidad para relacionarla con la toma de decisiones desde diferentes perspectivas, a saber desde: la filosofía, la economía, la psicología y la neurociencia. Con esta revisión panorámica se presenta en forma subyacente una suerte de evolución de la racionalidad. De acuerdo con Hardy-Vallée (2007) la versión más simple de las decisiones racionales desde la perspectiva filosófica es cuando ellas están soportadas en razones que guardan coherencia con las creencias y deseos del decisor. De hecho, mientras las razones explican la decisión2, las creencias y deseos la justifican. En este sentido la base filosófica de la racionalidad puede restringirse a la adecuada búsqueda de las propias metas significativas cualesquiera que estas sean. Moser (2006) aclara que si esas metas se refieren a metas inmediatas, la racionalidad orientada a las metas es instrumental requiriendo que el decisor haga todo lo que esté a su alcance, o al menos hacer lo que considere adecuado para lograr tales metas. Según el autor la racionalidad perderá ese carácter instrumental cuando persiga un objetivo de orden superior (p.e. el 2

in strictu sensu la soportan al constituirse en su causa.

bienestar de la humanidad) tal como se defiende en las tradiciones filosóficas de enfoque substancialista como las de Aristóteles o de Kant. En la precedente contraposición se puede presenciar la tensión entre las decisiones morales de carácter social y las individuales en su concepción individualista, éstas últimas sin estar necesariamente reñidas con la ética no están sometidas a ella. Este mismo dilema emerge al tomar una posición deontológica para caracterizar la racionalidad discriminando entre lo que es racionalmente obligatorio (en términos normativos ideales3) respecto a lo que racionalmente es tan sólo meramente permisible. Estos aspectos son de particular importancia para quienes suscriben, en un paralelismo a la moral Kantiana, que los gerentes deben hacer de la mejor manera posible lo que es correcto, especialmente porque la racionalidad y la moral pueden entrar o no en conflicto dependiendo de los requerimientos que se le imponga la racionalidad (Moser, 2006). La racionalidad que desde la perspectiva filosófica se denominó instrumental es ampliamente aceptada dentro del contexto de las ciencias económicas como la guía de la conducta racional. En virtud de la definición de economía como la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos (Real Academia de la Lengua Española, 2001). La evaluación por excelencia de la racionalidad económica será la concepción individualista expresada en

3

El énfasis en cuanto a la “idealidad” del carácter normativo deontológico no es accesorio cuando el contexto se asocia a la toma de decisiones. Según Rawlings (2003) la racionalidad está normalmente dividida en dos acepciones, la racionalidad práctica y la teórica, mientras la primera se preocupa por lo que debemos hacer, la teórica atiende a lo que debemos creer. En este sentido la racionalidad práctica se puede considerar que está acotada por el análisis normativo de decisiones que hace referencia a la axiomatización matemática como sustrato de las decisiones bien tomadas. En el sentido normativo deontológico se apunta más hacia la racionalidad teórica.

el homo economicus4, qué según Persky (1995) fue utilizado por primera vez en el siglo XIX por los críticos de la obra de John Stuart Mill: John Kell Ingram en 1888 y John Neville Keynes en 1890. Mill escribió en 1836 el ensayo “On the Definition of Political Economy; and on the Method of Investigation Proper to It" la descripción de un sujeto hipotético (sin darle denominación alguna) “preocupado únicamente por el deseo de poseer riqueza y capaz de juzgar la eficiencia comparativa de los medios disponibles para obtenerla”. Para el mismo Persky, los motivos bien definidos y de alcance muy limitado de tal ser lo convirtieron en una abstracción muy útil para el análisis económico. von Mises (2003) consideró al homo economicus como la personificación del hombre de negocios, en el entendido de que tratan de conducir cada negocio con la ganancia máxima, tratando de comprar al precio más económico y vender al más elevado que le sea posible prestando atención a su negocio y actuando diligentemente para eliminar toda fuente de error, en tal sentido von Mises considera que el homo economicus no es una ficción aun cuando no puede considerarse como un tipo ideal por varias razones, entre las cuales destacan que ese comportamiento es una tendencia y que no es la guía única independiente del comportamiento; particularmente lo considera del todo inaplicable para explicar la conducta del consumidor. Es posible que esa analogía presentada por von Mises fundamente lo expuesto por Anderson (2000) cuando afirma que el homo economicus ha sido el fundamento principal del mundo económico por más de un siglo difundiéndose a otras esferas como la ciencia política, la sociología, el derecho y la filosofía. La racionalidad económica ha sido cuestionada y defendida dentro de la propia ciencia económica. Herbert Simon si no fue el primero al menos es el 4

El término en latín es posiblemente acuñado por vez primera vez en el “Manual” de Vilfredo Pareto de 1906. Sin embargo, Schumpeter atribuye a Frigerio el uso alrededor de 1629 del término ecónomo prudente como antecedente del homo economicus (Persky, 1995).

más reconocido y aceptado autor que cuestionó al homo economicus como la representación de la conducta racional de los agentes económicos. De acuerdo con Munier y colaboradores (1999) Simon sugirió en 19555 que los agentes considerarían cierto umbral de satisfacción en vez de la maximización de una función de utilidad. En 1978 le da una interpretación diferente a la racionalidad cuando afirmó que los agentes económicos en vez de comportarse como maximizadores de utilidad siguen algún procedimiento o secuencia reflexionada de pasos cuando deciden sobre cualquier asunto. Los individuos tienen recursos para realizar procedimientos razonables en vez de cálculos sofisticados que sobrepasan sus capacidades cognitivas. En 1995 añadió que esos procedimientos, sin importar cuan variables puedan ser, tienen que ocurrir en al menos dos etapas: el reconocimiento y la búsqueda heurística en el espacio de posibles acciones del agente; y que esas a través de esas dos etapas se puede explicar no sólo la resolución cotidiana de problemas sino también fenómenos como la intuición, la comprensión y los aspectos cognitivos de la creatividad. Simon, en síntesis, propone resolver el problema de las diversas interpretaciones de la racionalidad añadiendo al sustantivo racionalidad un adjetivo que la califique adecuadamente, por ejemplo acotada6 o procedimental para su propia interpretación mientras reserva sustantiva o global para racionalidad de los economistas neoclásicos (Heukelom, 2006). Por ejemplo, Lipnowski (1998) es un defensor del concepto tradicional de racionalidad económica al afirmar que es válido en la mayoría de las situaciones; sin embargo, considera que determinar lo que constituye una conducta racional es mucho más complicado llegando a ser ambiguo en 5

Las obras de Simon citadas en el párrafo son: (A Behavioral Model of Rational Choice, 1955), (Rationality as process and as product of thought [Richard T. Ely lecture], 1978) y (The Information-Processing Theory of Mind, 1995). 6 Él utiliza originalmente en inglés los términos bounded, procedural, substantive y global cuya traducción libre es la que proponemos en el texto principal.

algunas situaciones. Para él las críticas a la racionalidad económica clásica deben ser consideradas como restricciones que limitan el conjunto de opciones factibles del agente (el espacio donde opera la búsqueda heurística de Simon). Tales restricciones pueden ser de carácter externo o interno, es decir, pueden ser de naturaleza física o psicológica, respectivamente. En este sentido un agente que carezca de parte de la información, presente un déficit en su capacidad de cálculo, tenga fallas en su memoria o esté afectado por temores u otras creencias irracionales va a seguir adoptando decisiones racionales dentro de un conjunto más limitado de opciones y, por ende, el único criterio válido para valorar la racionalidad de un agente será la consistencia entre su conducta y la concreción de sus fines declarados. Por su parte Dennis (1998) se inclina por Simon pero en un marco donde se reconoce el término en una dimensión de complejidad de hecho, después de un análisis filosófico de corte semántico, concluye que la investigación sistemática en la economía estaría desde entonces más inclinada a tratar la racionalidad como un indicador genérico que invita y orienta la investigación hacia una variedad de conceptos más específicos como cognición, planificación estratégica y análisis costo-beneficio y cada vez menos la acepta como una suerte de varita mágica que el agente económico puede agitar a su antojo al enfrentarse a un problema concreto. En cualquier caso en esa época aun cuando se reconociera que existen alternativas a la maximización y al equilibrio, y que incluso se considerase que tales alternativas podrían cobrar importancia en el futuro (como de hecho ha ocurrido) los pensadores influyentes como Krugman (1998) no consideraban que en el futuro se reemplazara a la maximización como herramienta de modelaje económico y para reforzar su posición utilizaba como ejemplo el hecho de que la biología molecular no reemplazó a la genética de Mendel como herramienta en la genética moderna, a pesar de

que gracias al avance del se le considere como una aproximación que en ocasiones puede inducir errores, es decir, el homo economicus debe entenderse como instrumento pragmático que prevalecerá como una aproximación que simplifica la vida y el trabajo económico. Richard Thaler (2000) en los albores del siglo realizó unas predicciones respecto a la racionalidad en la economía que fundamentó en aspectos cognitivos. Específicamente señaló: (i) que se el grado de racionalidad concedida a los agentes dependería del contexto en que se estudie; (ii) que el desinterés por incorporar explícitamente el proceso de aprendizaje de los agentes en la toma de decisiones daría paso a modelos económicos más sofisticados donde se conceda mayor importancia al rol de los factores ambientales, tales como la dificultad de la tarea y la frecuencia de la retroalimentación, en el establecimiento de la velocidad de aprendizaje de los agentes; (iii) que si bien el homo economicus no desaparecería se harían populares los modelos heterogéneos que incluyan agentes cuasi-racionales interactuando con agentes racionales clásicos; (iv) que la agenda de investigación

más

interesante

sería la

que

se

oriente

a

obtener

caracterizaciones cada vez mejores de los agentes a través del incremento en la comprensión de la cognición humana; y (v) que se dedicará más tiempo al estudio de las emociones. Este conjunto de ideas – piensa Thaler – harán al homo economicus evolucionar y al homo sapiens, es decir, que el poder explicativo de los modelos y teorías será mejor mientras más se apoye en concepciones realistas del ser humano aun cuando construir modelos de agentes no emocionales y totalmente racionales sea más sencillo que los que se fundamenten en humanos cuasi-racionales y emocionales. Con lo expuesto parece razonable concluir que el modelo de optimización y coherencia externa modelado por las probabilidades y la utilidad subjetiva que se derivó del homo economicus como insignia de la racionalidad en

términos

socio-económicos

evolucionó

para la

emergencia

de

una

racionalidad más relacionada con la psicología, que sólo exige coherencia con ciertos marcos de referencia y que se reconoce como limitada y automática. Esta nueva perspectiva psicológica de la racionalidad es de naturaleza descriptiva porque da cuenta de la forma en que los seres humanos deciden en la realidad y, en tal sentido, surge y se desarrolla en y desde el laboratorio de experimentación. En todo caso el origen de estas perspectivas nace de las críticas de Simon, tal como afirma Callebaut (2007) la racionalidad acotada de Simon fue el primer programa de investigación científico (en oposición a un programa de investigación puramente filosófico) que seriamente tomo las limitaciones cognitivas de los agentes al tomar decisiones. La comprensión del comportamiento que se le demanda a la psicología se refleja en otras ciencias, particularmente en la biología7 y la fisiología. Descartes8 fue el

primer

pensador influyente

en plantear

que

el

9

comportamiento simple correspondía a un mecanismo que podía explicarse, aun cuando planteaba una dualidad que reservaba al alma aquello que no podía ser reducido al mecanicismo. En la actualidad, el dominio central de las neurociencias es entender como produce el cerebro el comportamiento, 7

Según Glimcher (2009, p. 356) “la economía es una ciencia biológica. Es el estudio de cómo eligen los seres humanos. La elección es manifiestamente un proceso biológico. Entender verdaderamente cómo y por qué los seres humanos eligen como lo hacen, requerirá sin duda una ciencia neuroeconómica.” 8 En L’Homme, obra editada en 1664, René Descartes plantea el mecanicismo del comportamiento que terminó convirtiéndose en el pilar fundamental que orientó las investigaciones científicas experimentales y los primeros modelos de la fisiología, los cuales basados en los estudios del arco reflejo, siguen teniendo reservado un lugar muy importante en la fisiología y las neurociencias. La obra de Descartes se ha traducido e impreso en varios idiomas y épocas, en español se tituló “El Tratado del Hombre” (1991). 9 Por comportamiento simple se entienden aquellos en que una sensación dada produce siempre de manera determinista la misma respuesta conductual (los reflejos). Los comportamientos complejos corresponderán a los que el vínculo entre sensación y la respuesta conductual resulta imprevisible, según Descartes porque está sujeta a los arbitrios de la voluntad encerrada en el alma del ser humano.

particularmente los enfoques neuroeconómicos permiten modelar casos donde se produce incertidumbre, se analiza la misma o se hacen ambas acciones (Glimcher, 2009). El estudio del cerebro, aún incipiente, pero ya revelador de nuevos conocimientos nos señala que el comportamiento se corresponde con módulos específicos de acción que se interrelacionan, se solapan y redundan con lo cual se infiere que es posible correlacionar las acciones de los agentes con la activación de módulos cerebrales que pueden monitorearse a través de técnicas como los electroencefalogramas (EEG) y las imágenes de resonancia magnética funcional (fRMI). El surgimiento del enfoque neuroeconómico permite entonces explicar la toma de decisiones como un producto de varios procesos cerebrales involucrados en la representación, la anticipación, la valoración y el establecimiento de las opciones de decisión, de esta forma el proceso de toma de decisiones se fragmenta en componentes, por ejemplo el valor anticipado sobre el resultado de una acción o el valor propio de la acción, entre otros. Cada componente corresponderá a ciertas áreas del cerebro (Hardy-Vallée, 2007). De tal forma que se puede contemplar la racionalidad neuroeconómica como una que desde la perspectiva de la complejidad se fundamenta en la especialización y la integración. Si se desea mantener el hilo conductor de la racionalidad la utilidad subjetiva del homo economicus que se convirtió en una utilidad restringida al reinterpretar las limitaciones epistémicas y cognitivas de los agentes pasa ahora a ser una utilidad multifacética, una meta medida de indicadores en varios subconjuntos de racionalidad. El paradigma neuroeconómico permite cristalizar las predicciones de Richard Thaler comentadas previamente, ya que se puede concebir al homo neuroeconomicus como un agente cognitivo inmerso en aspectos afectivos que se adapta a medida que va tomando decisiones y evaluando sus

resultados. Según Hardy-Vallée (2007, p. 945) el homo neuroeconomicus es un decisor rápido que se sutenta menos en la lógica y más en un complejo conjunto de circuitos neuronales asociados con respuestas afectivas, transformando la maximización de la utilidad en una actividad más relacionada con sentimientos y menos con el resultado objetivo de una decisión, es decir, el ser humano utiliza emociones para anticipar emociones a fin de controlar nuestra conducta hacia la maximización de las emociones positvas y la minimización de las negativas. Imágenes cerebrales tomadas mientras se realizan juegos experimentales tales como el dilema del prisionero, el juego de la confianza o el juego del utimátum10, ayudan a explicar las conductas sociales que escapan de la racionalidad

neoclásica que se

le

concede

al

agente

optimizador

representado por el homo economicus. En todos esos juegos la acción racional egoísta del homo economicus lo lleva a un resultado menos favorable que obtendría si coopera o confía. Particularmente, en el Dilema del Prisionero si ambos jugadores cooperan entre sí, es decir no se delatan el uno al otro, se enfrentan a una pena muy reducida o salen libres por un crimen que cometieron. En el juego de la confianza se realizan dos etapas donde cada jugador envía y recibe dinero (un monto global fijo) en una proporción de escoje quien envía. El que envía se queda con lo que no envió y al que recibe le otorgan el triple de lo que le fue enviado, luego ambos roles se intercambian. En el juego del ultimátum un oferente hace una propuesta para dividir un monto global fijo y el otro jugador decide si aceptar o rechazar

10

Los juegos con la estructura del Dilema del Prisionero se idearon como parte de las investigaciones en teoría de juegos de la Rand Corporation por Merrill Flood y Melvin Dresher en 1950. El nombre y la versión relacionada al castigo en prisión se debe a Albert Tucker con la intención de simplificar las ideas de Flood y Dresher in 1950 (Kuhn, 2009). El juego de la confianza fue presentado por Berg y colaboradores (1995). El juego del ultimátum se debe al trabajo de Gürth y colaboradores (1982).

la propuesta, en caso de rechazarla ningún jugador recibe dinero y en caso contrario cada quién recibe la proporción establecida por el oferente. Lo que nos ofrecen las imágenes cerebrales es que se activan diversas zonas del cerebro en cada jugada, por ejemplo la ínsula anterior, que está asociada con los estados emocionales negativos como el disgusto y la rabia, se activa conjuntamente con la corteza prefrontal dorsolateral asociada al control cognitivo y el logro de metas cuando se hacen las ofertas en el juego del ultimátum. De tal forma que las ofertas injustas se rechazan a pesar de contradecir la racionalidad egoísta porque castigar al oferente injusto presenta mayor valor subjetivo que el dinero que se obtendría al aceptar la oferta. En ese mismo orden de ideas los jugadores que inician la cooperación o que experimentan cooperación mutua en el dilema del prisionero muestran activación en el núcelo acúmen y otras áreas relacionadas con recompensas. Esa zona cerebral tambien se activa cuando los jugadores castigan a los jugadores tramposos o cuando anticipan que darán tal castigo en el juego de la confianza (Hardy-Vallée, 2007). En resumen la neuroeconomía muestra que el dinero no es la única forma de intercambio social. Nickerson (2008) advierte que puede ser sabio reconocer diferentes tipos de racionalidad, o que la racionalidad es un concepto de múltiples facetas, de forma tal que afirmar que una creencia, una conducta, una persona o una política es racional exige una calificación para que pueda asegurarse que se entienda la intención de la afirmación. Esto es consistente con las ideas de Simon y con los desarrollos de la neurociencia, es decir, la racionalidad en términos de la neurociencia, como se afirmo previamente no tiene porque abandonar el concepto de utilidad subjetiva, sino descomponerlo en aspectos asunto que ha sido planteado y estudiado por Kahneman y colaboradores (1997) y que puede dividirse en:

i.

Utilidad de la Decisión, que valora las utilidades y costos esperados a través del análisis costo-beneficio.

ii.

Utilidad Experimentada, que se centra en la valoración hedónica de los efectos placenteros y/o desagradables.

iii.

Utilidad Predicha, que corresponde a la anticipación de la Utilidad Experimentada.

iv.

Utilidad Recordada, que valora la forma en que se recuerda la Utilidad Experimentada después de haber tomado la decisión reflejando el regocijo o el arrepentimiento respecto a la misma.

Con una aproximación a la utilidad subjetiva como la presentada un agente racional será aquel en el que todas las facetas de la utilidad estén en concordancia, por tal motivo pueden derivarse diferentes modalidades de irracionalidad según haya disparidad entre cualesquiera de las facetas de utilidad del agente. Esto permitiría evadir una explicación tautológica de la racionalidad, tal como se puede interpretar con laxitud la postura filosófica, al distinguir entre una valoración externa e interna de la racionalidad. En la valoración externa lo que se revisa es la efectividad del procedimiento, mientras que en la valoración interna lo que cuenta es la coherencia entre intenciones, acciones y planes. Cada decisión puede ser evaluada como racional en una forma y no en la otra, pero la neuroeconomía al estudiar los diferentes mecanismos de maximización de cada una de las modalidades de utilidad

y

la

interacción

entre

tales

mecanismos

puede

mostrar

experimentalmente – como ya lo ha hecho – que decisiones externamente irracionales pueden ser y son internamente racionales (Hardy-Vallée, 2007).

3. La Ética y la Racionalidad Gerencial La integración de los factores éticos y morales dentro de los modelos de análisis de la toma de decisiones ha sido ampliamente discutida en la

literatura. Existen dos corrientes que dominan el escenario conceptual del proceso. La principal sostiene la Tesis de la “Separación” que refiere al estudio de la ética disyuntivamente del contexto de la gerencia para luego ser aplicada a las actividades de la gerencia extrínsecamente. La tesis se apoya en las dificultades que los gerentes y tomadores de decisiones enfrentan en función de la carga que sobre sus decisiones tiene el contenido ético y sus implicaciones. La integración de la ética normativa directamente dentro de los modelos de toma de decisiones en el contexto de la gerencia ha sido obstaculizada por la persistencia de las suposiciones neoclásicas de la racionalidad, marginalizando su aplicación como una limitación externa a la acción racional individual o utilitaria. Esta realidad pone de manifiesto que para superar la visión de la tesis de la separación y progresar en la investigación de la gerencia como un esfuerzo moral, es necesario enriquecer y ampliar la concepción del proceso de toma de decisiones desafiando las hipótesis del actor racional. La segunda corriente se basa en la premisa de observar, estudiar y analizar la toma de decisiones a través de los lentes de una visión práctica capaz de adoptar una perspectiva más compleja del asunto. Esta requiere reorientar la acción de la toma de decisiones a un plano superior que el que se enfrenta cuando el análisis se basa específicamente en la conducta orientada a la maximización de la dimensión financiera, es decir, un nivel de mayor complejidad que abarque factores como la ética, los objetivos personales, el carácter y los valores en una posición central del contexto de la toma de decisiones (Dunham, 2010). El actor racional puede ser definido y analizado a través de dos posiciones epistemológicas que crecen alrededor de la Teoría de Elección Racional. La primera defiende lo que denominan la versión angosta de la Teoría de Elección Racional y la segunda la versión ancha. Los defensores de la versión angosta (acompasada con la corriente fundamental de la economía)

sostienen que las preferencia y obligaciones del modelo deben estar estrictamente limitadas, mientras que los defensores de la versión ancha apoyan la expansión del tipo de suposiciones subyacentes inherentes al modelo de elección racional, incluyendo entre otros, creencias, normas y sanciones sociales en la explicación de la conducta del actor racional. Tal posición – como se ha comentado previamente – tiene soporte en imágenes de activación neuronal en el cerebro al monitorear el desempeño de agentes reales en juegos donde la cooperación y la confianza otorgan mayores réditos que la conducta egoísta. La versión ancha puede defenderse cuando se comparan las acciones y estrategias que siguen jugadores de juegos cooperativos cuando se monitorea la actividad cerebral. Hardy-Vallé (2007) afirma que los jugadores esperan conductas morales de los jugadores de carne y hueso mientras que no lo hacen cuando sus oponentes son máquinas racionales. Esa expectativa provoca que las zonas cerebrales de mayor activación cuando el oponente es un agente artificial sean las de la corteza prefrontal dorsolateral asociada al control cognitivo y el logro de metas en vez de otras zonas del cerebro asociadas a las recompensas y las emociones. De acuerdo con Opp (1999), existen tres componentes universalmente aceptados en la Teoría de Elección Racional y se denominan proposiciones de (1) preferencia, (2) obligación y (3) maximización de la utilidad. El componente (1) define al actor racional como una criatura orientada al logro, para la cual la selección de alternativas está gobernada por la premisa de la alternativa que mejor ayude a alcanzar los objetivos. En este aspecto los sostenedores de la versión angosta definen al actor racional como egoísta, y los sostenedores de la versión ancha definen la conducta humana como dinámica y compleja en función de la diversidad de preferencias presentes en las diferentes sociedades y en los distintos períodos históricos de interés.

La base del debate entre las dos corrientes se establece en tres elementos, a saber: los actores racionales están orientados al logro de sus propios objetivos (egoístas), están guiados por un conjunto de preferencias estables y bien ordenadas, y se mueven por cálculos utilitarios. Con respecto al componente (2) la versión angosta limita la consideración de obligaciones a factores tangibles como ingreso, precio e incentivos económicos y legales, bajo el supuesto de acceso a la información correcta por parte del actor racional. Los proponentes de la versión ancha al respecto fijan posición a partir del trabajo de Herbert Simon, quien – como se ha venido insistiendo en el presente ensayo – acuñó el término de racionalidad acotada para describir las limitaciones cognitivas de los agentes humanos en los contextos laborales durante el proceso de toma de decisiones. Los trabajos de Simon permitieron

pasar

de

la

racionalidad

intencional

a

la

racionalidad

procedimental, enfatizando que el modelo de acción racional se soporta en la suposición que los actores racionales son racionales intencionalmente y persiguen una racionalidad procedimental en el proceso de toma de decisiones. La proposición de la maximización de la utilidad (3) descansa en que todas las decisiones tomadas por el actor racional obedecen a un ordenamiento uniforme y cuantificable de las alternativas que permite seleccionar de entre ellas la alternativa que ofrezca la mayor utilidad. Un área interesante que ha sido objeto de investigación es el desempeño de las redes de trabajo para las cuales se ha comprobado que de acuerdo con la Teoría de Elección Racional los actores racionales también muestran una conducta principalmente orientada a los objetivos, donde los lazos que se establecen son meramente instrumentales y circunscritos a un mayor acceso a la información pero desprovistos de obligaciones sociales, morales y emocionales que puedan entorpecer el negocio por razones de intimidad en las relaciones. En este contexto la teoría coincidentemente adolece de la

evaluación de los imperativos morales, valores, creencias y normas que den forma a la relación de colaboración entre los gerentes y sus redes de trabajo, así como a los elementos normativos que guían el desempeño de la empresa. Contrario a esta postura Larson (1997) concluye que una gran parte de la formación, crecimiento y capacidades innovadoras entre las redes de trabajo tiene dimensiones éticas en su parte medular, por ejemplo la confianza en la relación. De allí se desprende que los asuntos éticos explican, en un grado significativo, el fenómeno económico de la dinámica de la innovación empresarial o de la organización. Lo anteriormente expuesto permite concluir que la aplicación de una visión práctica en el marco de la gerencia permitirá obtener un aprendizaje de las habilidades y procesos requeridos para conducir tanto la dimensión estratégica como la dimensión ética en la acción y toma de decisiones. La visión práctica persigue cursos de acción que busquen conscientemente contribuir con el bienestar individual y el bienestar colectivo. Una definición de la visión práctica podría explicarse como la capacidad de comprender y actuar simultáneamente en función de lo bueno y factible tanto para el individuo como para los otros. Una persona sabia en término prácticos está predispuesta a reconocer los objetivos correctos en una situación específica y advertir las acciones correctas para lograr dichos objetivos (Moberg, 2008). Los modelos referidos, uno basado en la elección racional y el otro basado en la visión práctica establecen sus diferencias en términos de la posición que le otorgan a la dimensión ética, es decir, fuera o dentro de los límites percibidos de la empresa y/o negocio. De acuerdo con la visión práctica un gerente sabio estará guiado por un deseo de actuar de conformidad con la

virtud en lugar de hacerlo por egoísmo que refiere una notable salida a través de la posición de elección racional.

4. Perspectivas y Críticas La revisión de la evolución de la racionalidad nos permite distinguir un proceso acorde con el avance progresivo de la ciencia, desde la simplista explicación que propone el homo economicus para modelar a los agentes racionales se han obtenido avances teóricos para las ciencias sociales en general, así como para la economía y la gerencia en particular. Estos avances han surgido del fructífero trabajo interdisciplinario a partir de la experimentación

de

la

psicología

primero

y

de

las

neurociencias

posteriormente. No obstante, el enfoque experimental-conductual que se deriva del laboratorio

presenta

adversarios

con

argumentos

no

desdeñables,

particularmente, Levitt y List (2010) comentan que entre las diversas razones que existen para sospechar que los hallazgos en laboratorio no puedan ser generalizados al mundo real se encuentran las propiedades de la situación, tales como la naturaleza de la decisión y el tiempo que se le dedique, las expectativas individuales y el tipo de actor involucrado, entre otras. Por esas razones la investigación ha optado por realizar experimentos aleatorios pero ejecutados en los ambientes naturales, típicamente sin que los agentes cuya conducta está siendo examinada estén al tanto de ello, obteniendo evidencia que sugiere que las anomalías conductuales son menos pronunciadas en estos entornos que las observadas con anterioridad en el laboratorio, con lo cual deben seguir realizándose investigaciones de éste tipo a los fines de revisar la relevancia empírica de las anomalías si es que estas no se manifiestan también con frecuencia en los escenarios reales de interés.

Si bien, el avance del conocimiento científico en el área se ha fundado en las críticas también se ha mostrado que todos los modelos persisten de alguna manera u otra, con la ventaja de que se conocen mejor las limitaciones y supuestos con lo cual se aplican en las condiciones pertinentes. Para el gerente, la gerencia cognitiva lejos de ser una moda que se puede adaptar con frenesí, viene a constituirse en una herramienta práctica para la reflexión permanente. Las decisiones gerenciales muchas veces conceptuadas como actos individuales (bien sea que esos individuos se refieran a personas físicas u organizaciones) son generalmente actos sociales y por tanto, requieren del gerente la comprensión de las limitaciones propias y de los demás, así como los mecanismos neuronales que invalidan la perenne suposición de egoísmo tan inherente a los mercados y el capital. Secchi (2011) argumenta que las críticas de Simon en vez de verse como limitaciones deben considerarse como un punto de reflexión para la mejora de las decisiones que se toman. El propone sustituir la concepción de la racionalidad acotada por la de la racionalidad extendida, la cual define como aquella que se adapta a las condiciones cambiantes que definen los recursos cognitivos disponibles proveyendo de soluciones aptas al problema dado. Plantea también que no puede concebirse la decisión en aislamiento individual por lo cual brindar y aceptar consejos, cooperar y mostrar una conducta responsable son factores sociales que ayudan a los individuos en la toma de decisiones y que ese ajuste a los ambientes sociales específicos permiten extender la racionalidad. Según argumenta nuestra racionalidad no es estable sino que sus límites son relativos a condiciones y situaciones específicas y esta inestabilidad que permite cambios al interactuar con recursos externos la hace adaptable, plástica, modificable. Otro punto interesante que refuerza la inestabilidad de la racionalidad individual es el tiempo que requiere la toma de cualquier decisión, si bien es

cierto que muchas son inmediatas e inadvertidas no es menos cierto que muchas de ellas toman horas, días, semanas o más. Mientras que ese lapso transcurre la dinámica de los eventos puede colocar como disponibles nuevos recursos cognitivos, puede evolucionar el significado que se le atribuye a ciertas variables y pueden cambiar las prioridades por cambios externos. Todo ello afecta nuestra racionalidad al impactar en las modalidades

de

utilidad

de

decisión

y/o

predicha,

cambiando

en

consecuencia el curso de acción a seleccionar. La concepción de Simon de una racionalidad acotada debido a las limitaciones de acceso a la información o de capacidades de cómputo pueden ser superadas, es decir extendidas en la concepción de Secchi, al establecer comunicación e interacción con el exterior (p.e. los otros agentes) y al modificar vía aprendizaje nuestras limitaciones cognitivas internas, tal como se constata ocurre a lo largo de la vida del ser humano ya que los procesos cognitivos de los adultos mayores no son idénticos a los de los niños. En cualquier caso, si se comparan dos individuos siempre se puede argumentar que los límites de su racionalidad son diferentes sobre la base de los procesos cognitivos internos que la construyen.

5. Conclusiones El propósito que persiguió éste ensayo era mostrar como la evolución del concepto de racionalidad afecta la acción y el desempeño del gerente en una evolución donde se parte de una abstracción idealizada del ser humano, que la experimentación psicológica y neurológica desecha, para instaurar nuevos agentes mucho más complejos que responden a un entorno social, cultural y axiológico dinámico.

La dinámica del entorno y las capacidades evolutivas de las especies se conjugan para que el ser humano aprenda constantemente respecto a las decisiones que toma y sus resultados dando esperanza a todo gerente por el potencial de extender su racionalidad a través de actos cognitivos y comunicativos, simultáneamente se puede considerar que estos aspectos cognitivos destronan la arrogancia asociada a la gerencia de liderazgo carismático al privilegiar la adaptabilidad temporal y social de quien toma las decisiones. El cerebro humano como equipo modular de alta especialización, redundancia y solapamiento mantiene zonas afectivas y emocionales que se activan mientras que se toman las decisiones, esta característica lejos de ser un obstáculo se ha mostrado como una ventaja cuando se estudian los juegos cooperativos como el dilema del prisionero, el juego del ultimátum y el juego de la confianza. Es decir, la gerencia cognitiva nos permite valorar cada vez más a un gerente humano e imperfecto, en el entendido que la perfección éste asociada a la racionalidad tradicional. Estas zonas afectivas permiten considerar los aspectos éticos, tan importantes en las sociedades actuales, dentro de la racionalidad en la versión ancha que se presentó en este trabajo. Las diferencias observadas en el comportamiento experimental de jugadores cuando se alternan como oponentes máquinas y seres humanos nos muestran que la conducta moral se presupone en nuestros semejantes y no se espera de los seres perfectamente racionales representados por la inteligencia artificial. Finalmente, se considera que la gerencia cognitiva debe verse y plantearse no como una tendencia o una herramienta particular del trabajo gerencial, sino como una profunda reflexión permanente sobre nosotros y quienes nos rodean que debe ser estimulada y orientada por la investigación académica tanto en lo teórico como en su adopción en la práctica de los profesionistas.

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