¿Quiénes SI/NO quieren el golpe? - Influencia política de la revista Primera Plana en el golpe de Estado de 1966

June 29, 2017 | Autor: Guido Muttarelli | Categoría: Periodismo, Union Civica Radical, Arturo Umberto Illia, Primera Plana
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Descripción

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¿QUIÉNES SI/NO QUIEREN EL GOLPE? – INFLUENCIA POLÍTICA DE LA REVISTA PRIMERA PLANA EN EL GOLPE DE ESTADO DE 1966 Guido Muttarelli ISP “Dr. Joaquín V. González” Ponencia presentada en las V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia” ISP “Dr. Joaquín V. González – Buenos Aires. 1, 2 y 3 de septiembre de 2015

[email protected] La revista Primera Plana salió al mercado el 7 de noviembre de 1962. La iniciativa editorial estuvo atravesada en sus inicios, como todo el ambiente político durante ese año, por la lucha interna de las Fuerzas Armadas entre Azules y Colorados, hasta tal punto que varios autores citan un clásico testimonio de su primer director, Jacobo Timerman, recogido por Alain Rouquié, según el cual uno de los nombres considerados para el semanario fue, precisamente, el de uno de los bandos armados en disputa: “Azul” (Taroncher, 2012, 49). Por razones políticas y comerciales tal nombre fue descartado y en 1963 se introdujo un nuevo logotipo para la revista, simbolizando “el espíritu de pacificación entre azules y colorados” (Taroncher, 2012, 56). El financiamiento inicial para poner en marcha el proyecto fue aportado por el empresario Raimundo Richard, titular de IAFA (Industriales Argentinos Fabricantes de Automotores) compañía representante en Argentina de la automotriz Peugeot, a propuesta de un grupo de coroneles azules (Tcach y Rodríguez, 2006, 142). Este hecho resulta particularmente revelador de los aceitados vínculos entre los militares de esa tendencia y los grupos empresarios surgidos al calor de la modernización económica frondicista, alianza que será la savia del proyecto Primera Plana. La dirección de la revista fue ejercida por Timerman entre su fundación y el 9 de julio de 1964, cuando ese cargo pasó a ejercerlo el empresario textil Victorio Ítalo Sebastián Dalle Nogare, aunque éste sólo lo hacía nominalmente, pues la dirección periodística era ejercida de facto por el jefe de la sección política y subdirector Ramiro de Casasbellas (Bernetti, 1998, 8). El nombre de Primera Plana aparece en el imaginario popular como indisociado de la campaña mediática golpista contra el gobierno de Arturo Illia. Inclusive las lecturas más tradicionales de este gobierno asignan a la prensa un rol importante en la gestación de un clima de descontento: Brá destaca, por ejemplo, la influencia de “cierto periodismo que se ensañó a veces agresivamente esgrimiendo una crítica indiscriminada y que nunca encontró nada digno de elogiar” (Brá, 1988, 107). Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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No es nuestro espíritu responsabilizar a la prensa por el cuartelazo que acabó con el gobierno radical, sino buscamos calibrar su efectiva influencia como difusora de las críticas y constructora y articuladora de un consenso destinado a reemplazar a uno que ya se consideraba caduco y que se encontraba ampliamente deslegitimado. No estamos defendiendo aquí una tesis mecanicista de estímulo-respuesta en la que el discurso golpista sea acríticamente apropiado por los lectores de Primera Plana o de cualquiera de sus competidoras enroladas en la campaña desestabilizadora. Siguiendo a Bergonzi afirmamos que “el comportamiento de los usuarios de la comunicación se caracteriza por la apropiación reflexiva de contenidos incluso cuando el campo social es fértil para proponer soluciones mesiánicas” (Bergonzi, 2006, 94-95). Vale decir, no asignamos a la(s) revista(s) un papel excluyente en la construcción del consenso golpista ni en la creación de una imagen de lentitud e inacción del gobierno. “Las revistas […] no le indican al lector cómo pensar pero logran, tal vez, configurar una instancia decisiva: focalizar los temas de interés [y] legitimar un recorte de la realidad” (Taroncher, 2012, 21-22). Primera Plana no fue el único medio que ayudó a imponer una agenda temática vinculada al desarrollo y a la modernización ni a crear el “consenso de terminación” del gobierno de Illia. Si bien muchos otros medios trabajaron en pos de ese objetivo –entre los que destaca la revista Confirmado, suerte de pálida copia de Primera Plana lanzada por Timerman en 1965–, Primera Plana fue “la punta de lanza” de la campaña golpista (Mazzei, 1993, 72), erigiéndose en su más clara y refinada expresión. Este semanario constituía “un proyecto editorial consolidado, una auténtica marca registrada, prestigiosa, consagrada, interesante y sofisticada, periodísticamente dinámica y convertida en fetiche cultural, en el símbolo de éxito social y de un estatus cultural elevado” (Taroncher, 2012, 205). En un contexto de atraso generalizado de la prensa escrita (Sujatovich, 2011, 4), la irrupción de Primera Plana provocaría un impacto que obligaría a sus competidores a actualizarse para atraer a nuevos lectores (Bernetti, 1998, 1). La revista se inspiró en modelos internacionales, fundamentalmente las estadounidenses Time y Newsweek, pero también en la alemana Der Spiegel y la francesa L’ Express, semanarios de información que Eliseo Verón caracteriza como “burgueses” (Verón, 1978, 69) y cuya aparición se interpreta vinculada a un “estadio de desarrollo del capitalismo industrial alcanzado en Occidente durante la década del 60” (Alvarado y RoccoCuzzi, 1984, 27). Primera Plana adoptó un lenguaje rupturista, con marcas de ficcionalización del discurso (Fangmann, 2009, 74), dio espacio a “la difusión de los movimientos artísticos de vanguardia”, las Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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nuevas carreras universitarias, como “Sociología, Psicología, Antropología y Ciencias de la Educación” (Briolotti, 2013, 62), exaltó el mundo de la Facultad de Filosofía y Letras y del Instituto Di Tella, apoyó a la literatura argentina y latinoamericana y contribuyó a un proceso de relectura del peronismo, en momentos en que el mismo era tratado aún como una “patología social” (Montrucchio, 2000, 45). Con el tiempo, pasó a cumplir un rol fundamental en la construcción de modas, tendencias, gustos y sensibilidades estéticas de la época, consagrándose como una “guía de orientación del gusto” y “un medio formador de opinión pública y difusor de las nuevas modalidades de conducta” (Fangmann, 2009, 74). El proyecto político de Primera Plana Aunque no se trató de una revista exclusivamente política sino de una publicación orientada al interés general (Mazzei, 1993, 74; Montrucchio, 2000, 48), el semanario tuvo, desde su origen, la misión de encarnar el proyecto político de la modernización y el desarrollo. En palabras de Elena Piñeiro, “como revista de información general se orientó a difundir la ideología del desarrollo y la modernización a través de información nacional y extranjera que proponía un ideal de eficacia y dinamismo económicosocial. Al igual que otras publicaciones de la época divulgó ideas que apuntaban a modificar sustancialmente las costumbres y modos de vida de la sociedad […] Pero este objetivo trascendía la mera idea de difusión y estaba vinculado a un proyecto político concreto que la revista representaba”. (Piñeiro, 1999, 2)

Ese proyecto político debía imponerse por vía electoral y, de no ser viable esta opción, por vía autoritaria. En su primera etapa la revista “fue decididamente favorable a la conformación del Frente Nacional y Popular”, particularmente del sector capitaneado por el Ministro del Interior de Guido, Rodolfo Martínez. Este grupo “sostenía una tesis fundada en premisas frondicistas y socialcristianas. Buscaba un pacto social que superara la antinomia peronismo-antiperonismo, frondizismo-antifrondizismo; que defendiera los principios católicos de la democracia limitada, que integrara las fuerzas del capital y del trabajo dentro del esquema político del Estado y que se insertara en la línea de la Alianza para el Progreso […] Este programa estaba avalado por el sector azul del Ejército y por los capitales norteamericanos instalados en el país” (Piñeiro, 1999, 12)

Pero, aunque todos los pronósticos eran favorables en 1963 a este polimorfo conglomerado que agrupaba a militares azules, desarrollistas, frondicistas, socialcristianos, peronistas, democratacristianos y conservadores populares, el frente fracasó por desavenencias internas y finalmente, acabó siendo inhabilitado para presentarse a las elecciones de 1963. Como resultado Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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del naufragio de ese proyecto político por el que Primera Plana se había jugado completamente (Piñeiro, 1999, 8-19), el radicalismo del pueblo (entendido como antifrondicista e identificado con el bando interno derrotado del Ejército, los colorados) triunfó en las elecciones con apenas un 25,15% de los votos.1 De acuerdo con Bernetti, “en términos políticos, Primera Plana no trascendía los límites de un gorilismo desarrollista, procesado con una elegancia exasperada, enmarcada en el enfrentamiento sin concesiones a Perón y a los sectores duros del justicialismo, en tanto que mostraba una complacencia evidente por los realistas, sobre todo sindicales aunque también políticos, del teorema del peronismo sin Perón”. (Bernetti, 1998, 4)

Bajo el gobierno de Illia, Primera Plana mantuvo su posición como vocera del Ejército Azul (Mazzei, 1993, 74) y de los elementos que habían dado vida al malogrado Frente. Fracasada la posibilidad de imponer la modernización por las urnas, la revista mutó en abanderada de la modernización autoritaria y de la “autocracia transformadora” (Bergonzi, 2006, 93). Su posicionamiento editorial ayudó a que las demandas sectoriales que tenían tribuna en sus páginas transmutaran en sentido común (Taroncher, 2012, 327). Los elementos frentistas se habían reagrupado después de 1963 en la “coalición azul”, en el que tenían cabida desde la burocracia sindical hasta los empresarios, pasando por tecnócratas, militares azules, columnistas políticos de los semanarios y miembros del Opus Dei (Taroncher, 2012, 18), para quienes la revista actuó no sólo como órgano de difusión y portavoz, sino también como una instancia de articulación del proyecto de esos heterogéneos sectores que convivían al interior de tal disímil conglomerado. La posición editorial de la revista fue pro-occidental y crecientemente anticomunista, conforme la Doctrina de la Seguridad Nacional iba permeando en los ámbitos militares. Míguez llega a asignarle a Primera Plana un papel fundamental en la difusión y penetración de dicha doctrina en las clases dirigentes y en los sectores medios intelectuales (Míguez, 2012). Así, cuando en 1965 ocurre la invasión estadounidense a Santo Domingo so pretexto de combatir una insurrección comunista, se objeta que el gobierno aplique el principio yrigoyenista de no intervención para rehusarse a formar parte de la misión de paz de la OEA, una posibilidad que entusiasmaba especialmente a las Fuerzas Armadas y se acusa a Illia de permanecer pasivo frente a la amenaza comunista.

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El voto en blanco resultó la segunda fuerza, con un 19,72%, seguido de Oscar Alende (UCRI), 16,4%, y Pedro Aramburu (UDELPA), 7,49%. Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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La revista tenía plena “conciencia del papel que cumplía y del lugar que ocupaba” (Fangmann, 2009, 74), de su peso en el campo cultural y de su influencia como semanario político, transformándose en uno de los actores políticos centrales de la “trama oculta del poder mediático integrada centralmente por periodistas, empresas editoriales y los servicios de Inteligencia del Ejército”, (Taroncher, 2012, 20) fundamentalmente de la “Jefatura II de Inteligencia del Estado Mayor, conducida por el general Fonseca” (Kvaternik, 1990, 69 y 81-82). Supo aprovechar ese peso en pos de la construcción de un consenso favorable al proyecto modernizador, primero, y a la modernización autoritaria más tarde, hasta coronarse —al decir de Mazzei— como “la revista más importante de la década de los sesenta” (Mazzei, 1993, 73). Primera Plana, como fiel reflejo de la sociedad de la que fue producto y sobre la que influyó, está plagada de contradicciones y ambivalencias. ¿Cómo pudo esta publicación reflejar mundos aparentemente contradictorios como el de los negocios y los ejecutivos con el de los artistas promotores de happenings y arte pop? (Fangmann, 2009, 74). De alguna forma, Primera Plana logró hacer convivir en sus páginas la modernización capitalista, el corporativismo social de inspiración franquista y las vanguardias culturales de la época, en un equilibrio que no estaba destinado a perdurar. Para César Tcach, la contradicción es tan sólo aparente, al menos en el contexto de la presidencia de Illia: “festejar el happening o celebrar la inauguración del Instituto Di Tella no entraba en contradicción, más bien estaba en consonancia con la ridiculización de la imagen presidencial […] cuyas ideas y pautas de conducta eran retratadas con los atributos de lo vetusto y perimido” (Tcach y Rodríguez, 2006, 143).

Aunque conviene recordar, como señala Taroncher, que “el grupo de actores involucrados en el proyecto político que las revistas representaban rechazaba muchos aspectos de la modernización cultural de la cual eran portavoces -en tanto proponían, por ejemplo, la liberalización de las costumbres sexuales-” (Taroncher, 2012, 25). Esa tensión irresuelta entre tendencias progresistas y conservadoras, esa convivencia entre modernización económica desarrollista, formas progresistas de arte y cultura y el apoyo a un proyecto político que desembocaría en un régimen autoritario y reaccionario, es representativa de “la profunda contradicción de una parte de la sociedad argentina de aquellos años” (Mazzei, 1993, 97). Contradicción de la que acabaría siendo víctima la propia Primera Plana, clausurada por Onganía el 5 de agosto de 1969 por “estimular el caos”, al publicar una nota que daba cuenta de una disputa interna en el Ejército entre Onganía y Lanusse (Montrucchio, 2000, 57). Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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Primera Plana publicitó, promovió y alentó el golpe contra Illia. Pero ese golpe no era tanto contra él y su gobierno, sino contra el atraso, contra el freno a la modernización al que, indudablemente para los sectores que se expresaban en la revista, Illia contribuía. Así lo entendía Timerman, fundador de la revista, quien en 1992 expresó: “Uno de los golpes era para derrocar a Illia, pero tampoco era solo para derrocar a Illia. Era también para que los azules, la generación joven del Ejército, trajeran un proyecto de modernización del país que parecía probable, mientras que Illia tenía al país inmovilizado y paralizado […] Yo no tenía nada contra él, nada a favor ni en contra. Yo apoyé que los azules, que habían dado una batalla contra la derecha del Ejército, para que esos jóvenes coroneles, brillantes, inteligentes, cultos, que tenían un proyecto moderno, pudieran sacar a este país del pantano en que lo tenía Illia” (Ferrer, 2001, 418).

En el trasfondo del golpe estaba la idea de concretar la llamada revolución nacional, que comportaría “la dinamización que rompiera las viejas estructuras y diera a la luz el ‘milagro argentino’, al estilo de los operados en otros países” (Brá, 1988, 108), dando paso al publicitado “cambio de estructuras”, un lugar común del discurso de la época explotado por los modernizadores (Taroncher, 2012, 264-265). Como bien señala Kvaternik, los cuestionamientos de 1966 apuntan a “la legitimidad y la eficacia del régimen”. Vale decir, los objetivos golpistas no son personales (contra Illia), sino globales: “se tiende a reemplazar a la clase política en su conjunto, reputada como responsable de la crisis del régimen” (Kvaternik, 1990, 18; Mazzei, 1997, 109). La crisis de 1966 asumiría un carácter macrosistémico derivado de la incapacidad de construir una fórmula sólida y estable en la Argentina posperonista, de la que Illia es simplemente un —mal— actor de reparto que viene a constituir la más acabada expresión de descomposición de ese régimen viciado y caduco (Taroncher, 2012, 114). El caos excede y antecede a Illia, pero esto no excusa a este último, quien con su accionar obstaculiza la edificación del orden nuevo, destinado a reemplazar al viejo, ya inviable. Ahora bien, siguiendo esta línea de análisis es posible afirmar que la revista no sólo informaba y daba cuenta de los movimientos conspirativos, sino que sirvió en gran medida como “uno de los canales de diálogo entre sectores golpistas” (Míguez, 2012). Es decir, no cumplió el papel de una simple vocera, sino que ofició como articuladora del proyecto de la coalición Azul. Así lo entendía la propia Primera Plana, que en una “carta al lector” de mayo de 1965 se mostraba convencida “de que el periodismo es un vehículo para informar, pero, además, para crear” (Primera Plana, núm. 175, 3/5/1966). En este sentido, Crawley refiere que el periodismo de Primera Plana Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

7 “era cualquier cosa menos un periodismo espectador. […] Su labor iba más allá de informar meramente sobre la historia en curso, también contribuía a moldearla. [Timerman] hizo de su nuevo e influyente sector de la prensa un servomecanismo de los grupos de presión que operaban en el sistema político paralelo” (Crawley, 1989, 265-266).

Esencialmente, la campaña de prensa estuvo articulada en torno a dos ejes. El primero de ellos consistía en la crítica implacable al gobierno de la UCRP en general y en el desprestigio personal de la figura de Arturo Illia en particular. El segundo eje fue la colaboración de la revista en la construcción de un consenso alternativo, favorable a la interrupción del orden constitucional y al acceso al gobierno del general Juan Carlos Onganía, como expresión de una inestable alianza entre sectores corporativos nucleados en la coalición azul. En palabras de Mazzei, se trataba de construir dos mitos: un “mito Illia”, de carácter negativo, y un “mito Onganía”, destinado a enaltecer la estatura política de este último, quien era presentado además como una suerte de contrafigura del presidente radical (Mazzei, 1993, 87-88). Como señala Taroncher, “lo que podría ser tan sólo una campaña de descrédito contra un presidente o un conjunto de argumentos deslegitimadores contra un sector político, se revelaba, más bien, como una estrategia de legitimación para otro presidente y para los factores de poder” (Taroncher, 2012, 115).

La campaña se encauzaba particularmente mediante tres canales: “los artículos de política nacional”, “los editoriales de Mariano Grondona”, quien fungía como columnista estrella del semanario, y “la utilización de la caricatura y el humor político en la construcción de imágenes arquetípicas de Illia y Onganía” (Mazzei, 1993, 77). Asimismo, las portadas cumplían una importante función al operar “como editoriales gráficas”, que organizaban y jerarquizaban la información “para obtener una lectura direccionada de la realidad”. Al decir de Taroncher, “las portadas eran elocuentes radiografías de cómo se percibía el devenir político institucional, mediante el despliegue gráfico de una amplia gama de situaciones y protagonistas: adustos integrantes del Ejército, titulares alarmistas, discursos críticos, gobierno débil, dirigencia radical anacrónica […] En vísperas del golpe de Estado, contribuyeron a dramatizar el clima imperante” (Taroncher, 2012, 61).

Los títulos escogidos para las portadas apuntaban a reforzar la línea editorial en aspectos como la exaltación de las Fuerzas Armadas, la caracterización de debilidad y lentitud del gobierno y las amenazas representadas por el peronismo y el comunismo: “Gobierno: la hora del miedo”, “Presidente Illia: ¿Dos años perdidos?”, “Tucumán: el caos”, “Bolsa: su peor momento”, “Empresas: menos ganancias”, “Las excusas del Presidente”, “Zavala Ortiz: ¿Tenemos política Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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exterior?”, “Nélida Baigorria: Propaganda y Censura”, “Paulino Niembro: el Peronismo hacia el poder”, “Isabel Martínez: La voz del amo”, “Malestar en el Ejército”, “El nuevo Onganía”, “Militares, ¿cada día más poder?”, además de la histórica portada que representa el punto cúlmine de la campaña golpista –y que elegimos para titular nuestro trabajo–, aparecida el mismo 28 de junio de 1966: “¿Quiénes SI/NO quieren el golpe?” (Taroncher, 2012, 60-61). Las caricaturas de Flax ilustraron las tapas de Primera Plana en cuatro oportunidades. La primera, bajo el título “Arturo Illia: comienza el invierno”, mostraba un retrato en primer plano del presidente donde destacaban innumerables arrugas y una sonrisa de costado (Primera Plana. Núm. 69. 3/3/1964). La segunda, hacia fines de 1964, mostraba al presidente con delantal de médico junto a una alegoría femenina de la República postrada en cama, agonizante. Completaba el cuadro el Ministro del Interior, Juan Palmero, a quien Illia le indicaba anotar un arcaico remedio casero: “Ni hormonas ni vitaminas. Esas son todas macanas. Anote estas medicinas: untura blanca, aspirinas y Licor de las Hermanas” (Primera Plana. Núm. 101. 13/12/1964). La tercera, titulada “Las excusas del Presidente”, mostraba a un visiblemente cansado Illia que inquiría al lector: “Póngase en mi lugar, ¿cómo es posible gobernar un país donde falta carne, huevos y pescado, donde los transportes no andan y todos los precios suben?, ¿cómo?” (Primera Plana. Núm. 130. 4/5/1965). La última, a fines de 1965, presentaba al presidente frente a una tradicional mesa de fiestas de fin de año expresando “¿Y si les digo que tampoco sé cómo se corta un pan dulce?” (Primera Plana. Núm. 164. 28/12/1965).

Al margen de las portadas, las caricaturas de Flax acompañaban de manera fija los artículos de la sección “Política”, complementando la nota semanal de actualidad que allí se presentaba (Gandolfo, 2014, 4). De acuerdo con Gandolfo, de las 66 caricaturas publicadas por Palacio entre 1964 y 1966 donde Illia aparece como protagonista, en “ninguna de ellas [se] presenta al presidente en una luz positiva” (Gandolfo, 2014, 11). Para Mazzei, “las caricaturas enfatizaban en aquellos temas sobre los que presionaba la crítica: ingenuidad, lentitud, incapacidad, inmovilismo, irrealidad y anacronismo” (Mazzei, 1993, 89). La transformación de la figura presidencial lleva a Gandolfo a hablar de un proceso de creciente “ensañamiento” de Flax con la figura del presidente, no sólo por el endurecimiento de los cuestionamientos, sino por la creciente incorporación de “más arrugas, manchas y extremidades huesudas” (Gandolfo, 2014, 12). Las caricaturas de Flax no eran únicamente publicadas en Primera Plana, sino que eran reproducidas por diversos medios gráficos, incluidos algunos del interior del país. Este aspecto no debe ser menospreciado, ya que el impacto de las mismas trascendía los límites de la revista propiamente dicha. A modo de ejemplo puede citarse el caso del diario La Nueva Provincia, de Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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Bahía Blanca, que reproducía los dibujos por gentileza del semanario porteño (Llull, 2004, 131148). A Illia se le construyó una imagen “vinculada a una sociedad rural tradicional, totalmente alejada de la imagen de un gobernante moderno e intelectual. Constantemente se aludía a su “visión irreal y simplista” de la Argentina, a su ‘parsimoniosa actitud provinciana’” y, empleando en contra suya su profesión de médico se aludía a que “aplicaba terapias pasadas de moda […] medidas que eran ‘meras aspirinas´ y se remarcaba que el tratamiento indicado por el presidente para curar los males del país consistía en ‘tranquilidad, paciencia y tiempo’” (Piñeiro, 1999, 26), caracterizando como inacción a la estrategia aplicada por Illia, consistente en la llamada política de la normalidad. Desde las crónicas políticas semanales se lo presentaba como alguien bucólico, “que añoraba la bondad de la vida campesina frente a la vorágine de Buenos Aires” y se lo presentaba como el “médico de Cruz del Eje”, emergente del atrasado Interior, el país que aún dormía la siesta, que vivía a destiempo y que se oponía en prácticamente todo al polo moderno representado por la Capital y su gran prensa cosmopolizante, contribuyendo al desprestigio de la figura presidencial. El presidente era, en pocas palabras, presentado como la rémora de otra época, alguien que no estaba al tanto de los tiempos que corrían, superado por la dinámica de los acontecimientos (Mazzei, 1993, 79). A pesar de que al momento de su asunción contaba con 63 años de edad, se enfatizaba su “aspecto patriarcal casi de anciano”, algo sobre lo que insistían especialmente las caricaturas. Tampoco resultaban infrecuentes las comparaciones con el gobierno de Hipólito Yrigoyen, pero no precisamente en el sentido en que los radicales hubieran querido: la figura del caudillo radical se utilizaba para reforzar conceptos como la ancianidad, la inoperancia, el aislamiento, el espíritu partidocrático de comité y la falta de contacto con la realidad (Piñeiro, 1999, 21). La acusación de escasa adaptación a los tiempos no corría sólo para el presidente, sino también para el partido de gobierno y sus ideas. El programa económico de la UCRP, que entonces adhería a las líneas nacionalistas y estatistas de la Declaración de Avellaneda, era entendido como anacrónico. El equipo de funcionarios económicos, en tanto, era presentado en general como ignorante, incapaz y lento (Piñeiro, 1999, 25). En realidad, la política económica no adolecía de falta de actualización ni era en sentido alguno anacrónica. Los ataques a la misma por parte de la revista se debían a que ella contrariaba el proceso de modernización y apertura al capital extranjero iniciado bajo el gobierno de Frondizi y perjudicaba a los intereses de los sectores económicos

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concentrados y trasnacionalizados que se expresaban en Primera Plana y que financiaban su publicación. Las columnas de Grondona, en tanto, comenzaron a publicarse en Primera Plana en junio de 1964. Grondona era para entonces uno de los más influyentes editorialistas de Buenos Aires, quien a pesar de sus escasos 32 años de edad gozaba de una gran inserción en los círculos más influyentes de la política de aquellos años. Se había desempeñado como subsecretario del Interior en el interinato de Guido, durante la gestión del citado Rodolfo Martínez —abanderado del frentismo— y había participado en la redacción prácticamente total del Comunicado N° 150, proclama triunfal del sector azul del Ejército tras el conflicto con la facción colorada. Adicionalmente, tenía buenos vínculos con sectores empresariales y con la Embajada de los Estados Unidos (Tcach y Rodríguez, 2006, 93; 190). Su estilo, de acuerdo con Taroncher, era “reflexivo, profesoral, docto, sosegado, con referencias filosóficas y metafóricas, de cuidada retórica” (Taroncher, 2012, 330). Sus columnas tendían a trascender los límites de un simple comentario semanal de actualidad, llegando a conformar “una formulación conceptual que, como una moraleja o un vaticinio, sentenciaba, adoctrinaba y moralizaba” (Taroncher, 2012, 85-86), un estilo que Grondona seguiría cultivando hasta nuestros días. Grondona exaltaba a Onganía como el reorganizador del Ejército, al que el general había devuelto el orden en función de su autoridad. Las Fuerzas Armadas eran destacadas como en su columna como legalistas, disciplinadas y profesionales. Sus miembros eran tenidos como soportes del sistema institucional o bien como “hombres de reserva” a quienes habría que apelar llegada la hora decisiva. En palabras de Taroncher, la columna de Grondona “exhibía a Onganía como el líder extrapartidario y el conductor excepcional capaz de conducir a la Argentina hacia el destino de grandeza que le auguraba y que los tradicionales partidos políticos y sus dirigentes, inhábiles para vislumbrar la ‘Argentina real’, le negaban, profundizando ‘la decadencia nacional’” (Taroncher, 2012, 84).

La idea subyacente era que aquel que había sido capaz de transformar el Ejército era el único capaz de transformar la Nación. Si bajo la conducción de Onganía los cuarteles habían pasado del fraccionamiento, el estado deliberativo y la lucha fratricida a la jerarquía, la profesionalización y la apoliticidad, el país lograría ordenarse, modernizarse y avanzar bajo su liderazgo, algo de lo que eran incapaces los perimidos políticos tradicionales (Mazzei, 1993, 88).

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Las Fuerzas Armadas permanecían como las únicas instituciones sólidas, preferibles siempre al marasmo político, que se entendía anquilosado por la partidocracia. Conceptos como grandeza, eficiencia, orden y autoridad eran planteados como valores supremos cuyo alcance era imposible en una Argentina regida bajo el corsé de la Constitución y mucho menos en una gobernada por Illia: “La primera de esas condiciones [para la libertad] es la grandeza nacional. No hay libertad real en una comunidad que no apunta a un destino peraltado. La segunda condición es la eficiencia. La libertad no existe allí donde el Estado elude o demora la solución de los grandes problemas colectivos. Y la tercera condición es por fin la autoridad. La libertad es la plenitud de un orden” (Primera Plana. Núm. 180. 7/6/1966)

En otra oportunidad, Grondona pontificaba acerca de la conveniencia de “un gobierno personal” para alcanzar la eficiencia (Primera Plana. 19/4/1966). Nótese aquí la influencia de los tópicos ejecutivistas alrededor de los que se estructuraba la crítica al gobierno radical. Al país le faltaba, a juicio de Grondona, autoridad y liderazgo. Illia carecía de ambas, simplemente ocupaba el lugar de una autoridad formal: existía un “vacío de poder”, el que estaban llamados a ocupar hombres nuevos, provenientes de ámbitos extrapolíticos o más bien corporativos: sindicalistas, empresarios, militares (Mazzei, 1993, 82). En la edición del 31 de mayo de 1966, restando menos de un mes para el golpe, Grondona realizaba en su columna disquisiciones acerca de los conceptos dictadura y tiranía, donde despojaba al primero de esos términos de sus connotaciones negativas, preparando el terreno para el futuro: “Dictador llamaban los romanos a quien era designado para enfrentar una situación de excepción, por un término preciso y con amplios poderes. El tirano es un monstruo, una deformación política. El dictador es un funcionario para los tiempos difíciles” (Primera Plana. Núm. 179. 31/5/1966).

Sin mencionarlo de forma explícita, se refería a quién podía ser el dictador ideal para “los tiempos difíciles” que atravesaba la Argentina, a la vez que contribuía a la idea de que el gobierno radical ya estaba acabado: “El país no quiere ni espera un gobierno de pacífica y respetuosa rutina. El país espera un Moisés porque vislumbró la tierra prometida y se encuentra aún muy lejos de ella”. A mediados de 1966 pocas dudas quedaban de que ese Moisés no podía ser otro que el General Onganía.

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Tras el Golpe, en la edición especial que Primera Plana dedicó a la concreción de la Revolución Argentina, Grondona publicó en una columna titulada “Por la Nación” ideas que continúan esta línea de pensamiento referida a la autoridad: “Lo que importa señalar en esta hora […] es que hay una mano, una plena autoridad. Sin ella, con el poder global quebrado y sin dueño, no había ninguna posibilidad de progreso; porque la comunidad sin mando es la algarabía de millones de voluntades divergentes. Con ella, en cambio, hay otra vez Nación” (Primera Plana. Edición especial. 30/6/1966).

Este súbito golpe de gracia que vendría a constituir la deposición de Arturo Illia implicaba entonces el fin de una agonía, de la propia extinción de la Argentina como pueblo. Un pueblo que, con la revolución, “volvía a su quicio”, recobraba su destino y despertaba a la vida de la mano de un caudillo (Onganía), que volvía a reunir el poder real, que estaba en sus manos desde 1962 tras la victoria sobre los colorados, con el poder formal (la dirección política del Estado), ejercido hasta entonces por un hombre carente de la visión y el liderazgo que los tiempos demandaban: Arturo Illia. “Estas son las cosas profundas, que están más allá de las formas legales o retóricas. La Argentina se encuentra consigo misma a través del principio de autoridad”, sintetizaba Grondona en esa misma columna (Primera Plana. Edición especial. 30/6/1966). Los lectores de Primera Plana La revista no fue planteada como un semanario de consumo popular masivo, sino reservado a una franja determinada de consumidores. En cierto sentido elitista, la revista estaba orientada a un público de clase media alta y alta conformado por empresarios y ejecutivos vinculados a las empresas trasnacionales y sectores medios intelectualizados no peronistas (Mazzei, 1993, 95). En el mismo sentido, Eliseo Verón sitúa a Primera Plana como “semanario de circulación predominante en los estratos medios y la gran burguesía” (Verón, 1974, 17-18). Con menos elegancia, pueden citarse las palabras de Feinmann: “era la revista éxito de la clase media gorila” (Feinmann, 2008, II). En palabras de Terán, la publicación estaba dirigida al “sujeto social sobre el cual apoyar el entero proyecto modernizador”. El ejecutivo constituía entonces no sólo el prototipo social del éxito, sino también un modelo para el ámbito político, donde predominaban —en la visión de los modernizadores— grises hombres sin visión de futuro ni ambición, únicamente guiados por oscuros requerimientos partidocráticos de comité. Si esa lectura era aplicable a todos los partidos que existían, la UCRP descollaba como el partido más anticuado y desactualizado.

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El modelo gerencial no era sólo deseable para los negocios, sino también para la política. De ahí que se buscara “sustituir la política por la administración” (Tcach y Rodríguez, 2006, 143) y se insistiera, desde la revista, en la necesidad de incorporar a la “tecnoburocracia” a las esferas de poder gubernamental, misión que llevaría adelante el gobierno de Onganía. En 1965, desde su columna semanal en Primera Plana, Mariano Grondona vaticinaba que “la incorporación de la clase empresaria en la cima del poder de la Argentina tendría efectos revolucionarios. Orientaría la influencia del poder económico, hoy disperso y mutilado, en favor de una visión más moderada y realista del quehacer nacional. Entregaría al Estado y a la comunidad ese ‘saber hacer´ técnico y administrativo que falta a los políticos” (Primera Plana, núm. 136, 15/06/1965).

Esa clase gerencial de jóvenes profesionales y técnicos, embebida de las últimas tendencias de la administración de empresas, surgida al calor de la apertura económica trasnacional frondicista y en muchos casos egresada de las nuevas universidades privadas era interpretada como un indicador de la modernización en curso. El ejecutivo se transforma así en “el modelo profesional deseable de los años 60” y se erige en un modelo exitoso en términos culturales, orientándose hacia “la modernidad tecnológica, urbanística y estilística norteamericana” (Ferrer, 2001, 146; 422). En noviembre de 1963, un año después de su primera aparición, el director de la revista dirigía una Carta al Lector que resulta elocuente acerca de a quiénes estaba dirigida la publicación: la promoción inicial se había realizado mediante un mailing [sic] destinado a “todos aquellos hombres y mujeres que, en razón de sus importantes actividades no tienen tiempo para perder: profesionales, ejecutivos, comerciantes, industriales, altos empleados y viajeros” (Sujatovich, 2011, 7-8). En ese mismo texto informaban que “el 70% [de los lectores] se desempeñaba en actividades donde era vital la capacidad de decisión y el poder de iniciativa: profesores, hombres de negocios, altos funcionarios. Más del 50% de sus potenciales lectores eran jefes de familia prósperos [cabe aclarar, hombres] y con casa propia. Eran sectores de clase media alta de personalidad fuerte y de clara mentalidad” (Piñeiro, 1999, 5).

Roberto García recuerda que “la gente que leía Primera Plana iba al teatro, se preocupaba por la vanguardia, compraba libros, discos. Estaba el movimiento de la nueva canción, el arte pop, el Di Tella…” (Carnevale, 1999, 58). Es decir, un público sofisticado, actualizado, al tanto de las vanguardias, con cierto poder adquisitivo. Una encuesta encargada y reproducida por la propia Primera Plana en 1969 la colocaba por lejos al tope de las preferencias entre 589 socios del Jockey Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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Club de Buenos Aires, institución que reunía a lo más granado de la burguesía porteña (Mazzei, 1993, 96-97). Otra Carta al lector, de enero de 1964, permite añadir más elementos al cuadro de caracterización del lector imaginado por la revista: “De entre las 250 mil personas que todas las semanas leen Primera Plana, más de la mitad está preparando un viaje de importancia, la mayoría al exterior, por negocios o placer. De aquel total, la tercera parte ha viajado al exterior una o más veces; un alto porcentaje toma todos los años sus vacaciones en el extranjero” (Primera Plana, núm. 64. 28/1/1964).

En línea con lo que venimos señalando, la revista distaba de ser un fenómeno masivo y popular, aunque tenía una circulación considerable. Mazzei señala que la tirada semanal promedio de la revista durante el primer semestre de 1966 rondaba los 50.000 ejemplares, aunque para tomar dimensión de su real impacto es preciso “multiplicar su tirada por el readership o coeficiente igual al número estimado de lectores por ejemplar”, lo que permite obtener la cifra de 300.000 lectores semanales para 1966 (Mazzei, 1993, 93). El precio actuaba como una limitación para el público ya que su adquisición regular demandaba un poder de compra holgado. Montrucchio calcula que su primera edición costaba el equivalente a seis diarios de la época (Montrucchio, 2000, 47), mientras que Mazzei señala que “su precio era similar al de las publicaciones mensuales Atlántida y Panorama, que incluían la mayor parte de sus páginas en color (mientras que Primera Plana se imprimía en blanco y negro y sólo las tapas eran en color). Su precio era entre 60% y 80% superior al de Gente o de una revista popular como El Gráfico” (Mazzei, 1993, 95).

Las publicidades resultan un buen indicador del perfil del lector real de Primera Plana: el 91,5% de los anuncios de artículos personales (ropa, calzado, productos de belleza) estaba dirigido al público masculino. La publicidad de artículos para la mujer es escasa y se halla restringida al suplemento femenino Primera Dama, publicado a partir de septiembre de 1965. Otros artículos anunciados eran los automóviles, los muebles de oficina, los viajes en avión y las bebidas alcohólicas, especialmente aquellas consumidas por sectores de alto poder adquisitivo (whisky, coñac, vinos finos) (Mazzei, 1993, 95-97). Primera Plana experimentó un notable éxito publicitario “con porcentajes siempre superiores al 20% de la superficie impresa, alcanzando picos del 38,3%”. Entre los anunciantes predominaban las grandes firmas nacionales y los consorcios multinacionales: Siam, Pirelli, Kodak, IBM, Ford, Olivetti, Esso, Sony, Pentax, Paidós, Fiat, Bols, Industrias Kaiser Argentina, Guido Muttarelli ¿Quiénes SI/NO quieren el Golpe? – Influencia política de la revista Primera Plana en el Golpe de Estado de 1966 V Jornadas “Los Terciarios hacen Historia”. Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015.

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Chevrolet, Telefunken, Grundig, Panam, Alitalia, Banco Tornquist, ITT, Richmond Tobacco, Roche, Grafa, Industrias Petroquímicas Ipako, entre otras (Alvarado y Rocco-Cuzzi, 1984, 28; Ferrer, 2001, 418; Taroncher, 2012, 56). Esto resulta revelador acerca de dos cuestiones: en primer lugar, del apoyo económico que las grandes empresas trasnacionales brindaron al proyecto editorial destinado a propagar la visión de la denominada Coalición Azul y a promover la salida de la modernización autoritaria. En segundo lugar, y como mencionábamos más arriba, del público consumidor de la revista, al que iban dirigidas las publicidades: masculino, caracterizado por un alto poder adquisitivo y vinculado al mundo empresarial-gerencial. Conclusiones El semanario ejerció una “comunicación desestabilizante” (Bergonzi, 2006, 95) caracterizada por “una constante y bien planificada campaña” destinada a erosionar las endebles bases de apoyo del gobierno de Arturo Illia, en el marco de “un golpe de estado permanente” (Bergonzi, 2006, 90) tendiente construir un consenso alternativo al de la legalidad y a legitimar el reemplazo de las autoridades constitucionales por un gobierno modernizador, salvaguardando la imagen de las Fuerzas Armadas en general y de Onganía en particular (Piñeiro, 1999, 34), para lo que supo aprovechar hábilmente el inusual clima de libertad de prensa imperante durante todo el gobierno radical. La editorialización llevada adelante por el semanario coadyuvó a un proceso de transformación de las demandas sectoriales de los poderes fácticos (sectores trasnacionalizados y concentrados de la economía agrupados en las cámaras patronales y sus aliados políticos y extrapolíticos; Fuerzas Armadas y sindicalismo burocratizado) en las demandas del conjunto de la sociedad argentina, o al menos de una buena parte de ella. La operación condujo, incluso, a que sectores que apoyaron el golpe de Estado, por un instante entendido no como interrupción del orden constitucional sino como el acto revolucionario inicial del naciente milagro argentino, se vieran, a posteriori, perjudicados por las políticas del gobierno cívico-militar que habían ayudado a encumbrar en el poder. Quizás, el ejemplo más atinado de esta situación que intentamos graficar sea la clausura de Primera Plana en 1969, por mano del mismo gobierno que había promovido durante largo tiempo y del que seguía, en cierta medida, siendo vocera, bajo la acusación de “estar empeñada en una campaña basada en informaciones inexactas, destinadas a crear un clima de confusión” (Gandolfo, 2014, 18).

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16 Fuentes Primarias Revista Primera Plana (período consultado noviembre 1962 – julio 1966) Bibliografía ALVARADO, Maite y ROCCO-CUZZI, Renata. “Primera Plana: el nuevo discurso periodístico de la década del 60”, en: Punto de Vista. Núm. 22. 1984. Pp. 27-30. BERGONZI, Juan Carlos. “Comunicación y golpes de Estado: la autocracia al poder”, en: Revista de la Facultad. Núm. 12. General Roca (Río Negro). Facultad de Derecho y Ciencias Sociales – Universidad Nacional del Comahue. 2006. BERNETTI, Jorge Luis. “El periodismo argentino de interpretación en los 60 y 70. El rol de Primera Plana y La Opinión”. Ponencia presentada en el IV Congreso ALAIC, Recife, septiembre 1998. BRÁ, Gerardo. “El derrocamiento de Illia”, en: LUNA, Félix (Dir.) 500 años de Historia argentina – Tomo La Inestabilidad Constitucional. Buenos Aires. Editorial Abril, 1988. BRIOLOTTI, Ana. “Enrique Pichón-Riviére en la revista Primera Plana: la ‘vida moderna’ bajo la mirada psicosocial”, en: Perspectivas en Psicología. Volumen 10, número 4. Mar del Plata, noviembre de 2013. Pp. 61-70. CARNEVALE, Susana. La Patria Periodística. Buenos Aires. Colihue. 1999. CRAWLEY, Eduardo. Argentina: una casa dividida (1880— 1980). Buenos Aires. Alianza. 1989. FANGMANN, Cristina. “Primera Plana: la renovación de la crítica periodística en los años 60”, en: Actas de las I Jornadas de la Crítica en la Argentina. Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. 2009. FEINMANN, José Pablo. Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina. Fascículo 37. Página 12. Buenos Aires, domingo 3 de agosto de 2008. FERRER, Christian. “Progreso, ilusión, ruina. Signos y antecedentes argentinos de la globalización tecnológica”, en: Inti. Revista de Literatura Hispánica. Núm. 52-53. Providence College, Cranston, Rhode Island, Estados Unidos, primavera de 2001. GANDOLFO, Amadeo. “Entre la política y el oficio: los dibujantes de la revista Primera Plana (1962 – 1969)”. Revista Contemporanea – Dossie convidado: caricatura política en el Cono Sur. Año 4, número 4. Niterói, 2014. ILLIA, Ricardo. Arturo Illia, su vida, principios y doctrina. Buenos Aires. Corregidor, 2000. KVATERNIK, Eugenio. El péndulo cívico-militar. La caída de Illia. Buenos Aires. Instituto Torcuato Di Tella. Editorial Tesis, 1990. LLULL, Laura. “El diario La Nueva Provincia y el Golpe de Estado de 1966”, en: Cuadernos del Sur – Historia. Núm. 33. Bahía Blanca. Universidad Nacional del Sur, 2004. Pp. 131-148. MAZZEI, Daniel. Los medios de comunicación y el golpismo. La caída de Illia, 1966. Buenos Aires. Grupo Editor Universitario, 1997. MAZZEI, Daniel. “Primera Plana: Modernización y golpismo en los sesenta”, en: Realidad Económica. Núm. 148. AAER, 1993. MÍGUEZ, María Cecilia. “Illia y Santo Domingo: de las columnas de Primera Plana al golpe de Estado”, en: Revista Ciclos en la Historia, la Economía y la Sociedad. Vol. XX, Núm. 40, julio - diciembre de 2012. MONTRUCCHIO, Marisa. “Hojeando al Peronismo en Primera Plana: una historia sui generis en los años 60”, en: Sociohistórica - Cuadernos del CISH 8. La Plata, segundo semestre de 2000. Pp. 45-82. PIÑEIRO, Elena. “Medios de comunicación, ideología y representación: el caso Primera Plana (1962 – 1966)”. Ponencia presentada en el IV Congreso Nacional de Ciencia Política “Desempeño Institucional y Control democrático a fines de siglo”. SAAP. Universidad Católica Argentina. Buenos Aires, noviembre de 1999.

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17 SUJATOVICH, Luis. “Primera Plana y la crítica ideológica sobre la televisión”, en: Memorias de las XV Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación "Recorridos de Comunicación y Cultura. Repensando Prácticas y Procesos”. Río Cuarto, 2011. TARONCHER, Miguel Ángel. La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático. Buenos Aires Ediciones B, 2012. TCACH, César y RODRÍGUEZ, Celso. Arturo Illia: un sueño breve. Buenos Aires. Edhasa, 2006. VERÓN, Eliseo. “Comunicación de masas y producción de ideología: acerca de la constitución del discurso burgués en la prensa semanal”, en: Revista Latinoamericana de Sociología. núm. 1. Buenos Aires Instituto Di Tella. Paidós, 1974. VERÓN, Eliseo. “Le Hibou”, en: Communications. Idéologies, discours, povoirs. Núm. 28. Paris, 1978.

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