¿Qué pasado, qué africanidad? Las limitaciones de \"nuestro\" modelo patrimonial

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sábado, 25 de marzo de 2017, EL DÍA

¿Qué pasado’, ¿qué africanidad? Las limitaciones de ‘nuestro’ modelo patrimonial 

Texto: A. José Farrujia de la Rosa “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” (George Santayana)

L

a raíz norteafricana, amazigh, es la principal seña de identidad que define la realidad arqueológica previa a la conquista de las Islas Canarias. Los grupos humanos que fueron arribando desarrollaron en el archipiélago prácticas culturales y mágico-religiosas originarias del mundo amazigh, pudiendo establecerse relaciones arqueológicas entre Canarias y áreas del Sahara, Atlas marroquí, Túnez, Argelia y Libia. Esta realidad permite entender por qué la cultura de los indígenas canarios sólo puede explicarse por la relación étnica con el norte de África, con la cultura de ciertos grupos imazighen que existieron hace aproximadamente 3.000 años. La cultura desarrollada en el Archipiélago canario por estas sociedades estuvo claramente condicionada por el aislamiento y por la adaptación al medioambiente insular, en condiciones de práctica incomunicación con el continente africano. Esta raigambre y realidad patrimonial presenta importantes particularidades y diferencias con respecto al patrimonio arqueológico de la España peninsular y de las Islas Baleares y, obviamente, con respecto al de otros países europeos. Sin embargo, la arqueología canaria comparte algunas de las características más comunes de la arqueología a escala mundial. Incluso desde el punto de vista de la gestión patrimonial, la arqueología del Archipiélago canario forma parte de la era de la globalización, que se define, entre otros aspectos, por que la ideología occidental controla la gestión del patrimonio arqueológico mediante el análisis y la interpretación de este tipo de patrimonio para adaptarlo a una visión occidental de la cultura. El discurso colonial europeo que ha impregnado la arqueología en otros contextos indígenas (Australia, África, etc.) también está presente en el caso canario. En este sentido, la arqueología imperialista desarrollada en las Islas durante el siglo XIX estuvo claramente condicionada por la política colonial francesa y alemana en el norte de África y por las propias aspiraciones imperialistas francesas y germanas sobre Canarias. Ello llevó a entroncar el primer poblamiento de Canarias con la prehistoria europea, con la raza de Cromagnon, con poblaciones blancas. Debido a su emplazamiento geoestratégico en relación con el vecino con-

tinente y con la expansión hacia el Atlántico sur, Canarias se convirtió en una pieza clave en la política imperialista de países como Francia o Alemania. Y este hecho aseguró el intervencionismo científico de ambos en los estudios arqueológicos canarios. Con posterioridad, durante buena parte del siglo XX (1939-1975) y coincidiendo con el régimen franquista, el enfoque colonial se mantuvo intacto, aunque los primeros pobladores de Canarias fueron entonces relacionados con la cultura prehistórica hispana (iberomauritano e ibero-sahariano), territorialmente emplazada en las posesiones coloniales españolas en el norte de África. La unidad del Estado español (incluida Canarias) y las aspiraciones africanistas del régimen llevaron al uso de la arqueología fuera de los círculos académicos para validar las aspiraciones nacionalistas y colonialistas. Es decir, durante la consolidación de la nación en el régimen de Franco incluso las culturas arqueológicas (caso de la de los indígenas canarios) fueron incorporadas al proyecto común para argumentar la existencia de una unidad nacional desde tiempos prehistóricos. El carácter no hispano de los restos arqueológicos hallados en las Islas Canarias fue sencillamente ignorado, cuando no interpretado de diferente manera. El comportamiento del Estado en relación con las sociedades canarias extinguidas era comparable con el desplegado en las colonias exteriores, pero a partir de una ambigüedad irresoluble: los indígenas eran vistos como culturas primitivas, pero al mismo tiempo eran considerados como los ancestros culturales de las esencias de la nación. En síntesis, a pesar de las raíces imazighen, norteafricanas, los estudios arqueológicos desarrollados en Canarias desde mediados del siglo XIX y durante la dictadura de Franco, insistieron en el supuesto origen europeo de los indígenas canarios, así como en su relación con las grandes culturas europeas. Esta mirada arqueológica sigue im-

 Cámara Pintada en las cuevas de Gáldar.

pregnando hoy en día, en pleno siglo XXI, algunos aspectos de la visión del pasado indígena en Canarias. Podríamos decir que tenemos nuevos imperios, posmodernos, pero sin colonias, dotados de sus propias estrategias de conocimiento y poder. En este sentido, el papel del patrimonio ha estado íntimamente involucrado en la construcción y en el refuerzo de las identidades nacionales y étnicas y, paralelamente, en el mundo poscolonial ha propiciado el desarrollo de proyectos que todavía legitiman la ocupación colonial. La gestión de la ¿multiculturalidad? Las Islas Canarias forman parte de un área geográfica políticamente controlada por un país lejano, un vestigio de un pasado imperio, un territorio nacional en el continente africano. Es decir, un territorio de ultramar como los DUM franceses (Guadalupe, Guayana, Martinica y Reunión) considerado por la Unión Europea como región ultraperiférica (RUP). La propia ubicación geoestratégica del Archipiélago canario en el Atlántico ha contribuido a reforzar históricamente la concepción de las islas como posesión ultramarina de España, como enclave estratégico en relación con el vecino continente africano. Estos factores, sumados a la prácticamente nula renovación teórica en el seno de la arqueología canaria y al uso político del pasado con fines nacionalistas, permiten entender, en gran medida, por qué aún hoy en día se mantiene vivo el discurso colonial en las Islas Canarias. Con el paso del tiempo, este enfoque ha lastrado la gestión del patrimonio arqueológico hasta nuestros días. En este sentido, el caso canario permite revelar el peso que la tradición tiene en la actual gestión del patrimonio arqueológico, con interesantes contradicciones: el patrimonio monumental, histórico, ocupa un lugar preponderante, frente al patrimonio no monumental, el indígena, previo a la conquista y colonización europea. Un ejemplo evidente de esta tendencia lo encontramos, por ejemplo, en el registro de bienes de interés cultural (BIC) con que cuenta la Comunidad Autónoma de Canarias, es decir, a partir de la máxima figura de protección y de reconocimiento que concede la Ley 16/85 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, así como el artículo 62.2.a) de la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio Histórico de Canarias (LPHC). En nuestro archipiélago, los BIC históricos declarados con las categorías de Monumento,

Conjunto Histórico, Sitio Histórico o Jardín Histórico, por citar algunas de las tipificaciones de bienes inmuebles que contempla la LPHC, superan numéricamente, de forma rotunda, al conjunto de BIC declarados con la categoría de Zona Arqueológica, pertenecientes a la etapa indígena. Los esfuerzos desarrollados desde la administración competente han concedido especial protagonismo al patrimonio histórico, en especial a la arquitectura religiosa, civil y militar(1). Desde este punto de vista, la arqueología es fundamental para la identidad cultural y la construcción de la nación, ya que crea el patrimonio cultural, así como la combinación de objetos tangibles (sitios, paisajes, estructuras y artefactos) y valores intangibles (ideas, costumbres y conocimientos que le dan sentido) que analizan los arqueólogos. A partir de estas coordenadas, el patrimonio puede verse no sólo como un discurso global, sino también como un discurso globalizador que posibilita la promoción de la idea de patrimonio como algo material y auténtico. Es decir, el patrimonio ocupa una posición dual: es a la vez causa y efecto de la globalización cultural. En suma, el caso de Canarias refleja claramente lo difícil que resulta producir conocimiento local en el contexto de la globalización, especialmente en un marco en el que el patrimonio sigue siendo utilizado para mantener vivos en el tiempo los grandes relatos históricos de Europa, las tradiciones occidentales. Frente a esta tesitura, el gran reto pasa por transformar los planteamientos hegemónicos mediante estudios detallados de caso que usen las herramientas metodológicas y teóricas a nuestro alcance a partir de visiones basadas en la experiencia local (política y científica). Asimismo, es necesario deconstruir el discurso colonial y evidenciar cómo el curso de la historia y las políticas del pasado aún tienen una influencia crucial en la forma en que la arqueología contemporánea interpreta y gestiona el patrimonio. Una arqueología descolonizada debe incidir en temas como la construcción social del patrimonio arqueológico y cultural, la revitalización del legado tradicional e indígena y la historia y el papel de los museos, las colecciones y los criterios a partir de los cuales se crean esas colecciones. Entre otras muchas, debemos hacernos preguntas tales como: ¿qué implica acceder al conocimiento y a la interpretación de determinadas culturas por parte de investigadores ajenos a esas tradiciones culturales?, ¿quién tiene acceso a este conocimiento?, ¿cómo es el discurso contemporáneo sobre el mundo indígena frente al desarrollado en centurias pasadas? Y estas preguntas, obviamente, deben formularse sin olvidar que somos un entorno natural y arqueológico africano, emplazado en los márgenes de Europa. Nota: (1) Puede verse al respecto: http://www.gobiernodecanarias.org/cultura/patrimoniocultural/bics/index.html)

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