Qué es la gracia (base de la economía de prestigio)

October 1, 2017 | Autor: Genaro Chic-García | Categoría: Economic Sociology, Antropología cultural, Antropología Social, Gift Economics
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Descripción

¿QUÉ ES LA GRACIA? G. CHIC GARCÍA, “Prólogo” a la obra de A. A. Reyes Domínguez, Vivir del prestigio, Écija, 2007, pp. 4-10.

A veces las personas no entienden el comportamiento aparentemente generoso de algunas personas acaudaladas. Es muy frecuente que, ante la formación de Fundaciones benéficas, se busque un interés crematístico directo a través de unas posibles deducciones fiscales. No diría yo que ese aspecto esté ausente, pero sospecho que la cuestión es bastante más complicada. Al fin y al cabo la fortuna no se limita al dinero, aunque pueda ser uno de los atributos de la misma. Hay personas acaudaladas que son desgraciadas, hasta el extremo de llegar al suicidio, y, por el contrario, otras que sin tener riqueza tangible se consideran plenamente afortunadas o agraciadas porque, por ejemplo, ven a sus hijos crecer sanos de cuerpo y de mente. Dicho lo anterior, percibimos que hay una palabra que lo domina todo, y esa palabra es “gracia” ['kharis' (χάρις, -τος) en griego, de donde el latín 'charitas']. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua relaciona el significado de la misma con un don que una persona posee. Para una mentalidad cristiana será un don de Dios, que hace a esa persona agradable a los ojos de los demás. Pero ¿en qué consiste ese don? ¿Qué es lo que se dona? Posiblemente la elevada racionalización de la vida haya llevado a perder el sentido de algo que para una mente primitiva –donde la separación entre el sujeto y el objeto no es tan nítida como en nuestra cultura evolucionada- no era tan difícil entender. “Para una mentalidad primitiva”, como diría Lucien Levy-Bruhl1, “bajo la diversidad de las formas que revisten los seres y los objetos en la tierra, en el aire y en el agua, existe y circula una misma realidad esencial, a la vez una y múltiple, material y espiritual. Constantemente va pasando de unos a otros. Por ello se explica -en la medida en que estos espíritus aspiran a una explicaciónla existencia y la actividad de los seres, su permanencia y sus metamorfosis, su vida y su muerte. Esta realidad misteriosa expandida por todas partes, menos representada que sentida, no puede, como en el caso de la substancia universal de nuestros metafísicos, presentarse bajo la forma de un concepto. E. Codrington [1770-1851] la dio a conocer por vez primera bajo el nombre de mana”. O sea se siente una fuerza sobrenatural, impersonal e indiferenciada que existiría en todos los seres, pero en particular en determinadas personas [con auctoritas] y cosas, que por tal motivo son consideradas sagradas (tabú) cuando la concentración de esa fuerza es muy notable en ellas. A esa fuerza dinámica, en potencia, que en cualquier momento puede manifestarse como energía en el momento de la acción, es a la que entiendo que nosotros llamamos “gracia”. Todos los seres están dotados de esa fuerza dinámica, esa gracia [que nutre el alma, anima o ἄνεμος], aunque unos serán más agraciados y otros realmente desgraciados. Ni que 1

Alma primitiva. Madrid, 1985 [1922], p. 28 1

decir tiene que la percepción de esa gracia (“gratia” en latín) es puramente emocional. A unos seres se los siente como más llenos de fuerza, de sacralidad, que a otros, entendiendo que los seres supremos son los que disponen de la máxima potencia de gracia. Las personas o los lugares que se siente que tienen más gracia, más fuerza dinámica, son considerados por ello sagrados, llenos de gracia. ¿Y ello cómo se percibe? Muy sencillo, lo que está lleno de ser, de gracia, de sacralidad, no se puede olvidar. Son por tanto verdaderos, frente a aquellos que dejan tan poca huella que pronto se les olvida. La verdad, desde este punto de vista, no se opone a la mentira, que es su negación, sino al olvido, que es síntoma de la poca consistencia del ser referido. En griego antiguo, la palabra que designa lo verdadero es “alethés” (ἀληθής), compuesta del privativo a- (ἀ, “sin”) y de la palabra plena “lethe” (λήθη), olvido. De ahí que se piense que los muertos, a los que se va olvidando, atraviesan el río Leteo, como decimos nosotros, o sea el río del olvido. El adagio castellano “qué te iba yo a decir que mentira no era” (porque si es verdad no se ha podido olvidar), sigue recordando, aunque ya un poco alterado, esa forma de pensamiento, según la cual algo que se repite hasta la saciedad de forma que todo el mundo lo tiene presente, termina siendo considerado verdadero. Esa gracia no se encuentra reducida en compartimentos estancos. Al contrario, circula por todo lo que tiene ser, o sea por todo lo existente, sin pararse en barreras individuales. El ser es, y el no ser no es, así de sencillo. Si algo tiene ser, tiene necesariamente gracia, aunque no siempre en la misma proporción. Es como el humo, que se puede dar como mayor o menor densidad en determinados puntos, pero no hay límites claros entre ellos, y por consiguiente se puede desplazar la densidad haciendo que en una parte haya sucesivamente más o menos cantidad. La gracia, por tanto se puede transferir (dar las gracias implica un soberbio don) y la calidad de la misma dependerá de la fuente emisora. De ahí que no haya nada superior a la gracia divina. Evidentemente, esta dación es, como su propio nombre indica, ‘gratuita’, ‘gratis’ [gratiis, en latín: “con gracias”], porque la gracia (“gratia”) no se puede mensurar de forma estricta. No tiene sentido decir “te doy un kilo, o un metro, de gracias”, sino sólo “muchas gracias” o “gracias” a secas. Y ya se entiende que quien tiene más gracia, quien es más afortunado, necesariamente tendrá que dar más, lo que no es sino una manifestación de su grandeza. O sea de su autoridad, dado que “auctoritas” es una palabra relacionada con “augeo”, “aumentar”, y lo “augusto” es lo que es más grande, lo que tiene más autoridad. Entre el que es más (“magis”), el que se eleva sobre los otros y aparece con frecuencia como “magistrado”, y el humilde (“humilis”), el que es menos y permanece pegado a la tierra (“humus”), cabe un tráfico de ser. Es más, el magistrado, para ser bien considerado como tal, tiene que tener carisma (χάρισμα), o sea ha de agradar, hacer favores (χαρίζεσθαι). El tráfico racional de bienes, el de mercado, considerado en base a la cantidad de lo intercambiado, tiene por tanto poco que ver aquí, donde todo tipo de intercambio ha de ser necesariamente personal; no impersonal, como el que nosotros estamos acostumbramos a utilizar dando una importancia mucho mayor a los aspectos cuantitativos de las transacciones mercantiles. Lo que se intercambia en este tipo de relaciones, que ahora describimos brevemente, es fundamentalmente la gracia, el mana o cualidad de las personas que se transmiten porciones de fortuna. Una fortuna que, repito, se puede manifestar a través de objetos concretos, pero también en forma de influencia sobre otra persona para lograr algo, o sea de recomendaciones acerca del trato a recibir por parte de otro poderoso. Dice también nuestro refranero que “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Evidentemente, quien recibe ese tipo de gracia, tangible o intangible, queda inmediatamente agradecido, o sea en deuda de gratitud, 2

hacia quien le ha transmitido previamente su gracia. Recordemos la definición de gratitud que hace el citado DRAE: “Sentimiento por el cual nos consideramos obligados a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”. En este realismo mágico, según el cual se entiende que la realidad (la calidad de “res”, de cosa) puede aumentar o disminuir mediante transferencia de unos puntos o “seres” a otros, obtendrá ventaja quien sea mejor “præstigiator” (“prestidigitador”), el que destaque en el manejo del “præstigium” (fantasmagoría, juegos de habilidad manual). No es difícil entender, desde esta perspectiva, por qué en español la palabra “prestigio” sigue significando en principio “juego de manos”, como en latín, y como consecuencia, “fascinación o ilusión con que se impresiona a alguien”. Pero hoy, cuando el prestigio sigue siendo el motor de la vida socioeconómica, y ésta se entiende que ha de estar regida por principios de racionalidad, se prefiere darle a la palabra “prestigio” más bien el sentido de “ascendiente” e “influencia”, que permite dar a la manera de hablar una sensación como más laica. La imaginación, o sea la creación de imágenes a través del contacto que nuestro cerebro establece con los demás con los que convive en sociedad, nos mete así en una dimensión de la realidad (sea lo que sea eso que llamamos “realidad”), que es absolutamente necesaria para vivir. Desde un punto de vista más racionalista se podría decir, como hace J.C. Bermejo Barrera2, que “para vivir no sólo necesitamos salir de la realidad, sino creer en la mentira”. Pero desde luego la economía de prestigio no ha sido nunca, ni lo es en la actualidad, un hecho falso. Se entiende por economía de prestigio aquella que se basa en un planteamiento sobre todo emocional. La persona que quiere prosperar en ese campo procura manifestarse de forma destacada ante los demás y demostrar su supremacía haciendo favores o concediendo gracias a los otros, los cuales a cambio han de reconocer la mayor calidad del ser de esa persona benefactora, o sea su especial gracia. La manera de devolver esa deuda de gratitud es intentando por todos los medios agradecer con el propio comportamiento los favores recibidos procurando hacerle los más posibles al benefactor, generando así un fluir de gracia entre las partes implicadas. Es más, la provocación a través de los favores es la base de la competencia, que sostiene al sistema y que puede llegar a ser agotadora. Por ejemplo, en el campo de la religión esa economía se manifiesta por medio de las pruebas de adhesión que se realizan hacia la divinidad, la cual, para manifestar su poder superior, se entiende que ha de devolver beneficios de una forma más espléndida, aunque en este caso se entiende igualmente que la figura divina se encuentra en mejor disposición de dispensar gracias que un simple mortal. Queda por decir que se parte de que los seres son desiguales, y por ello, para que el sistema sea eficaz, hay que dar más al que más tiene, porque la provocación es mayor y éste se verá obligado a responder en la medida adecuada. Algo que se ve muy bien en los actos evergéticos (donaciones a la comunidad en general, con repartos de comida o dinero, que se hacen cuantitativamente en función de la categoría social de la persona) que figuran en nuestras antiguas inscripciones romanas. M. Mauss3 decía que la economía del don era propia de las sociedades primitivas. Y 2

"Psiquiatría y lenguaje: Filosofía e historia de la enfermedad mental", en Moscas en una botella. Cómo dominar a la gente con palabras, Tres Cantos, 2007, p. 127. 3 "Ensayo sobre el don. Motivo y forma de intercambio en las sociedades primitivas", en Sociología y Antropología, Madrid, 1971 [París, 1950], pp. 153-263. 3

es cierto. Cuando la racionalización de las relaciones sociales aún no ha progresado mucho, las personas se clasifican atendiendo a la fortuna de cada una de ellas. Y recuerdo que el concepto de “fortuna” es más amplio que el de riqueza “material” (o sea tangible). Las de mayor fortuna establecerán lazos de amistad entre ellas (la amistad tiene categoría jurídica en la legislación romana imperial) -a los que en nuestras sociedades tradicionales más recientes se les llama “compadrazgos”- que obligan a prestar ayuda de todo tipo al amigo. Lo mismo sucederá entre las que tengan una fortuna similar, a otros niveles: la amistad se entiende siempre al mismo nivel. Cuando los niveles de “ser” son distintos, entonces se establecen relaciones de patronazgo-clientela, que son definidas como “amistad mal equilibrada”, o sea entre gente de niveles distintos. Los patronos están obligados a prestar defensa y servicios superiores a los clientes, y éstos, a cambio de la protección, deben guardar una relación de piedad (en el sentido romano de la palabra: cumplir los compromisos sociales establecidos, con independencia del afecto que se pueda tener) hacia sus patronos. Tanto en el plano de igualdad como en el de desigualdad se prestan servicios mutuos y se realizan dones o regalos que están fuera de una economía de mercado, por que la relación es siempre personal y no cuantificable: los regalos y los favores realizados obligan, pero en un sentido abstracto aunque altamente constringente. Entre ellos podemos (y debemos) meter como algo especial, por su primacía, los regalos de prestigio, sin utilidad concreta, que se establecen en medio de ceremonias de hospitalidad, sobre todo en las capas más notables de la sociedad. Conforme las sociedades se van haciendo más complejas en sus sistemas de relaciones, y los medios de comunicación y transporte van aumentando, las relaciones de intercambio a distancia van haciendo desarrollarse formas de mercado más impersonales, en las que el elemento cuantitativo va desplazando paulatinamente a una forma de equiparación cualitativa que cada vez es más difícil entre sociedades distintas, donde los conceptos de valor pueden y suelen divergir. En cualquier caso las distinciones entre personas, que valen para el interior, no significan lo mismo respecto a unos extranjeros que, por definición etnológica, se entiende que carecen de auténtica realidad. Los que sólo saben decir “barbar”, esos bárbaros que ignoran algo tan fundamental como el lenguaje con el que se comunican los verdaderos hombres, los extranjeros, son siempre por definición inferiores y no cabe con ellos intercambio de ser cualitativo alguno. Sólo el cuantitativo, considerado inferior, es posible. Pero poco a poco, a medida que los mercaderes extranjeros, al principio confinados a un espacio aparte al que en griego se denomina “emporio” y en latín “puerto” (con indiferencia de que esté junto a una vía navegable o no), van siendo integrados poco a poco en el marco de las comunidades receptoras y el mercado se traslada a la plaza pública (ágora o foro) como consecuencia del desarrollo de las necesidades de la vida diaria, el comercio de mercado se va manifestando cada vez con más fuerza en medio de sociedades en las que el tráfico de prestigio había sido casi exclusivo. Poco a poco se va desarrollando un individualismo que subraya lo que hay de distinto entre los hombres, lo que marca la separación entre el que da y el que recibe, en vez de la situación anterior en la que la continuidad del ser era contemplada como lo fundamental, y por consiguiente lo colectivo como superior a lo individual. Sólo el mito liberal, surgido a partir del siglo XVII, puede sostener la precedencia del comercio impersonal sobre el de prestigio, solo inteligible en el marco de la sociedad que lo sustenta. La Historia, desde luego no lo apoya. Hoy, cuando se produce el reflujo del pensamiento de la Ilustración en todos los 4

órdenes de la vida, no se deja de reconocer que el prestigio, la fascinación producida por la excelencia del ser, sigue siendo el principal motor de la economía, una vez satisfechas las necesidades vitales mínimas. En realidad, nunca ha dejado de serlo. No es hora de explayarse en las relaciones existentes en cada momento histórico entre la economía de prestigio y la de mercado impersonal, que nunca se han dado de forma pura. Ciertamente podemos afirmar que, a lo largo del discurrir del tiempo, no ha habido nunca dos situaciones iguales, por la misma razón de que no hay dos seres vivos exactamente iguales. La mujer, por ejemplo, es un concepto abstracto. Tenemos constancia de que existe cada una en particular, con su nombre concreto, y que son distintas entre sí. Pese a eso ha surgido la ciencia de la ginecología, que parte de unos planteamientos que son metafísicos (la existencia de la mujer como ente abstracto) y permite un notable grado de eficacia al aplicar esos supuestos principios generales a lo particular. Es evidente que no se puede hacer ciencia si no se tiene fe, de la misma manera que sería impensable el desarrollo actual de los mercados impersonales (en los que no suele haber relación personal entre el productor y el consumidor) si no creyésemos en esa esencia virtual que es en la actualidad el dinero. Por eso aunque en la investigación (o “historia”, por decirlo en griego) del pasado no hay nunca dos situaciones que se repitan, podemos percibir que en el fondo todo sigue siendo igual mientras todo cambia, y que más que de un círculo podemos hablar de una espiral en la dirección de los comportamientos humanos. De ahí que unos cuantos investigadores (o historiadores) hayamos considerado interesante reflexionar sobre las relaciones que estimamos que siempre se han dado entre las dos formas económicas que podríamos denominar básicas y hallamos formado un grupo de investigación al que hemos dado el nombre del objetivo de nuestro estudio: “Economía de prestigio versus economía de mercado”, insistiendo siempre en que “versus” no significa “contra” [adversus], como muchos creen, sino “hacia”, pues es una palabra latina y no del vocabulario del sistema judicial americano. Puesto que las dos han convivido y siguen conviviendo, entendemos que su estudio es de una gran utilidad social con vistas a conocernos a nosotros mismos y hacer más fructíferas nuestras relaciones sociales. A dicho grupo pertenece Aarón Agustín Reyes Domínguez, quien en la actualidad está integrado en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla mediante el disfrute de una beca para la formación del personal investigador. Licenciado en Historia del Arte ha querido aplicar el planteamiento bipolar, racional-emocional, que antes se ha insinuado, al estudio del tráfico de obras de arte en nuestra antigüedad, considerando todos los aspectos de la relación entre ambos tipos de economía. Su buen hacer y su enorme capacidad para aprender, auguran a este joven investigador sevillano un espléndido porvenir en el campo investigador, y estimo que la sociedad cometería una grave falta consigo misma si los espurios aires de sociedad de mercado que vienen afectando a la reestructuración de nuestras universidades impiden que tenga el ámbito de desarrollo adecuado. El trabajo que Ud. tiene en sus manos, presentado al premio de investigación convocado por el Exmo. Ayuntamiento de Écija bajo el título "Vivir del Prestigio" y premiado en 2006, es el primero en su género, abordando una temática diversa a la vez que atemporal. Con esto quiero decir que se introduce en multitud de áreas disciplinares aplicando una metodología que hasta este momento sólo se había planteado en el mundo contemporáneo dentro de un marco exclusivamente de mercado. Prueba de ello son las citas en el mismo a trabajos de W. Benjamin o Greenberg acerca de las particularidades que ofrecen los objetos artísticos en nuestros tiempos debido a la dimensión mercantil que han adquirido. 5

La investigación presentada habla sobre el prestigio, y más concretamente sobre el modo en el cual se emplean los objetos artísticos con fines de prestigio. La elección del marco temporal y cronológico de Écija, antigua Colonia Augusta Firma Astigi, durante el Alto Imperio Romano (ss. I-II d.C. aprox.), no ha sido una excusa para la temática. De hecho, uno de los mayores valores de este trabajo es no haber utilizado la antigua Astigi como pretexto, sino como paradigma de un modelo de convivencia, ejemplo de unos esquemas culturales que abarcan patrones de comportamiento, económicos y sociales, muy diversos pero que se repiten en todo el territorio controlado por Roma. La importancia de Astigi queda subrayada asimismo en este trabajo por el estudio sistemático de las poblaciones que integraban el marco jurídico (conventus) del cual la Colonia Augusta Firma era capital. Al elegir Astigi y el territorio conventual que se le adscribía, la investigación ha podido abordar con sumo rigor todas las facetas del mercado artístico en época romana. Se han contemplado todos los procesos, desde la obtención de la materia prima en aquellas minas y canteras que las fuentes nos citan hasta su elaboración, incluyendo los comitentes conocidos gracias al análisis de la abundante epigrafía encontrada. El sentido global que muestra la indagación realizada se traslada al espíritu general del trabajo. Tal y como se viene aplicando en otros centros de investigación europeos, con los que se mantiene en contacto, se ha preferido resaltar la homogeneidad e integridad socioeconómica y cultural del territorio del conventus o distrito administrativo de Astigi. Tiene pues el mérito de haber afrontado con valentía la tarea de poner en relación los núcleos poblacionales principales, vinculados de un modo u otro a Astigi. Así, se pone de relieve cómo la colonia fundada por Augusto desplaza a Urso (actual Osuna) como polo económico de la región. De este modo pudo encabezar una de las regiones más pujantes de la provincia Baetica, ecos de lo cual aun pueden observarse en épocas posteriores. Al analizar los comitentes, el trabajo pone de relieve la importancia de la industria aceitera para Astigi, motor económico que permitió un gran número de inversiones. Hasta tal punto fue así, que es en el territorio de su conventus (vertebrado en tomo al valle del Genil) donde han aparecido un mayor número de dedicaciones monumentales, escultóricas y sobre todo en esculturas en metales preciosos. Todo ello es indicativo de un poder adquisitivo que no deja de ponerse de relieve en todo el trabajo ya que éste era invertido en actos de munificencia. Estas actuaciones tenían como objeto generalmente una obra de arte y con fin el prestigio. De igual modo, el tratamiento ha sido llevado con la máxima actualización posible. El patrimonio histórico de Écija ha sido puesto en valor de nuevo de forma reciente gracias a la Carta Arqueológica realizada por otros compañeros investigadores bajo los auspicios del Ayuntamiento de la ciudad. El trabajo ahora presentado recoge las investigaciones que se llevaron a cabo para la misma, gracias no sólo a su consulta sino también por el contacto directo con sus autores. Prueba de ello es que la bibliografía sigue remitiendo aún a obras publicadas en el último año, lo cual muestra una preocupación por mantener la información al día. Precisamente, al hilo de esto, es preciso subrayar que el autor no se ha limitado a una revisión bibliográfica sino que se han consultado en persona los lugares cita- dos, 6

incluyendo museos, yacimientos y emplazamientos de especial importancia. Gracias a ello ha podido constatarse un estrecho vínculo entre Écija y Antequera. Las vías de comunicación romanas, herederas de caminos anteriores, manifiestan una importante relación comercial entre Astigi y el núcleo formado por Anticaria-Singilia Barba (Cerro del Castillón). Este vínculo es de especial interés ya que aún parece pervivir muchos siglos después. El trabajo presentado muestra en suma un profundo rigor científico, del cual no quedan exentos algunos pasajes difíciles tal vez de comprender para el neófito pero que enseguida pueden entenderse gracias a las notas introducidas a pie de página. Por ello, la bibliografía suministrada en las mismas trata de ser selectiva cuando no se trate de citar ideas que no son propias. De este modo se pretende abrumar lo menos posible al lector, que siempre tiene a su disposición referencias completas en la bibliografía final suministrada. Entendemos pues que este trabajo tiene como mérito principal el haber acometido una tarea necesaria. Esta no es otra que la de comprender el objeto artístico empleado con fines de prestigio, presente en todas las épocas y en todas las sociedades ya que "las aristocracias ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman". Astigi fue un punto de gran relevancia en la generación de objetos artísticos, objetos que constituyen nuestro patrimonio cultural actual y que, gracias a trabajos como éste, nos permiten comprender de dónde venimos, y en función de ello, adónde queremos ir. Sólo sabiendo lo primero es posible lo segundo. Algo que han comprendido las autoridades municipales que han desarrollado, sobre todo en los últimos veinte años, una muy meritoria labor de recuperación de la memoria colectiva. Prueba de ello son, además de los siete Congresos de Historia celebrados y la publicación de las Actas correspondientes, así como de otros numerosos trabajos de investigación histórica -financiados o alentados-; la constitución de un magnífico Archivo Histórico Municipal, que recoge una riquísima información de los últimos seis siglos de la vida de la ciudad; la apertura y conservación con vida activa del Museo Municipal, amén de otras actividades entre las cuales no es la menor la convocatoria anual de un premio de investigación científica sobre temas ecijanos. Por otro lado, todas estas investigaciones no serian posibles sin el sustento del investigador por parte del Ministerio de Educación y Ciencia, así como de la Junta de Andalucía, que aporta los fondos para la investigación desarrollada por el Grupo de Investigación «La Bética romana: su patrimonio histórico» (HUM-323).Lo mismo quiero decir del apoyo prestado en todo momento por el Dr. Antonio Caballos Rufino, Catedrático de Historia Antigua, que ha acogido de forma directa bajo su tutela al autor y le ha guiado sabiamente tanto en la confección directa del trabajo como a la hora de facilitarle contactos externos, en distintas universidades españolas y europeas en general, con vistas a la indudable buena formación del investigador. Dejo ya en sus manos, amable lector, esta interesantísima reflexión sobre este aspecto tan desconocido de nuestro pasado. Genaro Chic García Catedrático de Historia Antigua Universidad de Sevilla.

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